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Índice de contenido

contenido
Portada
Portadilla
Legales
Prefacio
Introducción
El deseo
des eo freudiano
freudiano y su objeto
El objeto de la pulsión parcial y el objeto del amor 
M. Klein en los senderos de Sade
La teoría de la psicosis en Bion o los límites del kleinismo
El objeto y el orden simbólico
Las tres formas de la falta de objeto
El objeto en la fobia y en la perversión
El objeto del deseo y el objeto de la demanda
Lo incondicional y la condición absoluta
Diana S. Rabinovich

EL CONCEPTO DE OBJETO EN LA TEORÍA


PSICOANALÍTICA
Sus incidencias en la dirección de la cura

MANANTIAL

Buenos Aires
Diana S. Rabinovich
El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica.
1a edición impresa - Buenos Aires : Manantial, 1988
1a edición digital - Buenos Aires : Manantial, 2014
ISBN edición impresa: 978-950-9515-27-7
ISBN edición digital: 978-987-500-206-7
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
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PREFACIO

El examen del concepto de objeto en psicoanálisis no pretende ser exhaustivo. Tres autores han
sido privilegiados en este primer volumen: Freud, Klein y Lacan.
 Nuestro recorrido no es histórico, en el sentido cronológico del término, sino que entraña un
après-coup determinado por los desarrollos de Lacan.  Après-coup que debe ser situado en función
de un camino personal.
Se ha elegido a aquellos autores que más influencia han tenido sobre nuestra generación en la
dirección de la cura, y esto implica retomar el punto de partida freudiano, tal como puede ser leído
hoy por quien haya realizado determinadas trayectorias.
Este libro se centra pues en los ejes freudianos del concepto de objeto y en la articulación crítica
de los desarrollos de Klein, a quien Lacan sigue minuciosamente, aunque no la mencione de manera
explícita, evitando así las trampas que la lectura iniciada con Abraham generó, y de las cuales Klein
es parcialmente tributaria. Los callejones sin salida de Melanie Klein le indican más de una vez su
camino a Lacan, y ese camino pasa por retomar la deslumbrante precisión de las formulaciones
freudianas.
Lo que interesa subrayar en esta articulación es cómo esta culmina en la teorización del objeto
simbólico en Lacan, dejando de lado por el momento el estadio del espejo y el objeto imaginario,
teorización inseparable de las posiciones kleinianas, al igual que las de Hegel, las de Wallon y de la
teoría del narcisismo freudiano.
Queda pendiente la segunda parte de la tesis centrada en la creación del concepto de objeto a
como causa del deseo y real, en su relación con los autores citados, al que se le agregará, tomando en
cuenta la indicación de Lacan, el objeto transicional de Winnicott.
 Nuestro camino culminará con una investigación del plus de gozar y las formulaciones finales de
la obra de Lacan, con los interrogantes que ellas abren al nivel de la práctica analítica misma.
INTRODUCCIÓN

Freud aborda la teorización del objeto desde ángulos diversos, cuya coexistencia facilita la
confusión conceptual. La ausencia de un trabajo de discriminación en lo tocante a la diversidad de
 perspectivas que se despliegan en torno al objeto devino el punto de partida de una serie heteróclita
de interpretaciones que rivalizan entre sí en su afán por ser reconocidas, cada una de ellas, como la
más correcta y la más freudiana.
 No se pretende, en los capítulos que siguen, una exégesis detallada del tema del objeto en Freud,
tema que de por sí exigiría un extenso desarrollo. Se pretende, en cambio, delimitar los grandes ejes
que permiten situar algunas de las conceptualizaciones posfreudianas y, en particular, las de Klein y
Lacan en su articulación con la obra freudiana por un lado y, por otro, demostrar cómo esa
articulación determina las exigencias lógicas que llevarán a la construcción del objeto a en la
enseñanza de Lacan.
A decir verdad, si estos grandes ejes no se precisan, si no se esboza el énfasis alternativo en
Klein y en Lacan de uno u otro de los enfoques freudianos, la confusión renace no solo en lo tocante a
la obra de Freud, sino también en lo tocante a las obras de los otros dos autores.
El objeto en su sentido convencional, incluido en el clásico par sujeto-objeto de la teoría del
conocimiento, evidentemente está presente y es mencionado en la obra freudiana. Pero también es
evidente que, ya desde el  Proyecto… , Freud no considera esta faz del objeto como el objeto propio
que la experiencia del psicoanálisis descubre.
El examen de este punto constituirá uno de los temas del siguiente capítulo, “El deseo freudiano y
su objeto”.
Tres perspectivas, tres grandes dimensiones del concepto de objeto pueden delimitarse en la
obra freudiana. Su articulación histórica es variable, al igual que el énfasis diferencial de Freud
sobre alguna de ellas, énfasis que se organiza en función de los problemas específicos de su práctica
y de su teoría que intenta resolver en diferentes momentos.
Desde una perspectiva teórica, el primero en ser deslindado fue el objeto del deseo, el objeto
 perdido de la experiencia de satisfacción alucinatoria, el objeto en juego a nivel del proceso
 primario. Su elaboración se realiza en el capítulo VII de  La interpretación de los sueños y en el
 Proyecto...  Tenemos pues, en primer término, el objeto perdido del deseo sexual infantil. Su
 paradigma, como es sabido, fue el objeto oral en su articulación con la experiencia de satisfacción.
El objeto del deseo como objeto propio del funcionamiento inconsciente permanecerá como un hito
estable a lo largo de toda la obra freudiana.
En 1905 se suma un nuevo objeto, muy cercano al objeto del deseo, pero que no le es idéntico: el
objeto de la pulsión parcial. La forma en que el objeto se articula con la pulsión parcial es a menudo
confundida con la articulación del objeto con el deseo. Más que confundirlos en una identidad que
desdibuja su originalidad, lo más adecuado sería preguntarse acerca de la intersección que se
 produce entre ambos: objeto del deseo y objeto de la pulsión, manteniendo no obstante la peculiar 
originalidad de cada uno de ellos.
El objeto perdido del deseo es, a mi juicio, condición de producción del objeto pulsional en la
obra freudiana; este último adquiere rasgos que le son propios y que son inseparables del
autoerotismo y de la inclusión del cuerpo. La posibilidad de confundir autoerotismo y anobjetalidad
conduce a la tercera de las dimensiones freudianas del objeto.
Esta tercera dimensión configura una serie que Freud explícitamente separa de la serie de los
estadios libidinales propios de la pulsión parcial, serie que es introducida en 1911, en el contexto
del caso Schreber, y a la que bautizó como serie de “la elección de objeto”. Ella es correlativa de la
introducción y del progresivo despliegue del concepto de narcisismo y de la exploración simultánea
de lo que se puede denominar “el objeto de amor”.
 No puede dejar de señalarse el lugar excéntrico que desempeña respecto de todos los demás, un
objeto, el falo, cuyo privilegio surge de modo relativamente tardío en el recorrido freudiano y el
cual, en cuanto tal, se articula de manera diferencial con cada una de las series que se acaban de
mencionar.
Estas conceptualizaciones del objeto, con sus diferencias y con sus puntos en común, se
relacionan con los avatares de la teoría pulsional y de la tópica freudiana. También son dependientes
de los avatares, dificultades y problemas que Freud encuentra en su ejercicio del psicoanálisis. Su
destino es especialmente solidario del concepto de transferencia y del mecanismo de la cura tal como
Freud lo va concibiendo a partir de su experiencia. Ellas son, por lo tanto, inseparables y a la vez
vitales, en lo tocante a la práctica analítica en tanto tal. ¿Cómo captar si no la reestructuración de la
 psicopatología freudiana que se realiza alrededor de la diferencia entre neurosis de transferencia y
neurosis narcisistas? ¿Cómo aprehender si no la relación entre la roca del complejo de castración y
esa misteriosa adhesividad de la libido en la determinación de los escollos del análisis en la
culminación del recorrido freudiano?
Estas dimensiones del objeto son pues el punto de partida de dos series diferentes: la serie
 pulsional con sus estadios y la serie de la elección de objeto que se despliega desde el autoerotismo
inicial, pasando por el narcisismo hasta culminar en la elección del objeto heterosexual. Desde esta
 perspectiva, el narcisismo es considerado como una forma de elección intermedia de objeto,
elección que Freud califica de “homosexual”, en la medida en que se funda en la elección del
semejante.
El autoerotismo es el punto de partida común de ambas series, las cuales de allí en más se
separan. La elección de objeto remitirá a un “otro” definido en tanto que “persona”, al campo de lo
que luego se denominará la totalización del objeto sexual, al otro como sexuado, homo o hétero. La
serie pulsional, en cambio, toma al otro tan sólo como su apoyo, tal como lo indica el concepto de
 pulsión parcial en la medida en que esta nace apoyándose en la necesidad, haciendo de la parte
elegida del cuerpo un uso particular que produce eso que Freud denomina “placer de órgano”. Es
oportuno subrayar que en lo referente al objeto pulsional Freud hablará de contingencia, de fijación,
 pero nunca de elección. Sin embargo, ambas series comparten el carácter contingente del objeto así
como su posibilidad de fijación.
Otra diferencia asoma entre ambas series: el papel del narcisismo es fundamental en lo que
respecta a la elección de objeto, determinando la prevalencia de la dupla amor-odio y, por ende, de
la ambivalencia caracterizada por la transformación de contenido. La ambivalencia, en cambio, se
despliega estructuralmente en la serie pulsional en función de la transformación activo-pasivo, en la
cual precisamente el yo como objeto no desempeña papel alguno, o lo hace tan sólo de manera
secundaria, en aquellos casos en que el modelo analítico del surgimiento de la pulsión se muestra
insuficiente, obligando a Freud a introducir la función del semejante.
Ambas series convergen en 1923 en la fase fálica, en la que las pulsiones parciales se reúnen
 bajo la primacía del falo, permitiendo el acceso a la “sexualidad adulta”, a lo que corrientemente se
denomina “genitalidad”. Sus vicisitudes son empero incesantes y la estabilidad de la susodicha
“genitalidad” es, como se sabe, más que precaria.
La importancia central del complejo de castración reside precisamente en su carácter de
articulador de ambas series entre sí y de estas con el complejo de Edipo. Su consecuencia inmediata
es la reformulación de la psicopatología que se lleva a cabo en  Inhibición, síntoma y angustia, cuyo
objetivo es incluir el carácter estructuralmente decisivo de la angustia de castración. Esa inclusión,
sin embargo, no entraña la desaparición de la diferencia entre neurosis de transferencia y neurosis
narcisistas, precisamente porque indica la subordinación de ambas series, en este caso la serie de la
elección de objeto, al complejo de castración.
Asimismo cabe subrayar, por último, que, en lo referente al objeto del deseo, no se encuentran en
la obra freudiana rastros del establecimiento de una serie que pueda ser comparada con ninguna de
las anteriores. Sí puede afirmarse que el objeto del deseo desempeña la función de condición de
 posibilidad de las otras dos series y sus objetos específicos.
El entrecruzamiento entre estas dos series se constituyó entonces en una fuente permanente de
confusión para la mayoría de los psicoanalistas, especialmente para aquellos que pertenecían a la
corriente de la llamada “teoría de la relación de objeto”, denominación que en un momento de la
historia del psicoanálisis se vuelve tan abarcativa que desdibuja la especificidad de las diferentes
 posiciones que se encuentran en su interior. Aun cuando el término mismo de relación de objeto esté
ausente, como tal, del texto freudiano, salvo alguna que otra mención aislada que se sitúa en el
contexto del problema de la elección de objeto y que carece de desarrollo sistemático, su presencia
encabezando una corriente denota precisamente la imposibilidad en la que se encontraron muchos
analistas para delimitar las líneas de fuerza esenciales de la teoría del objeto en Freud.
En lo que sigue se examinarán pues con cierto detalle, ciertamente sin agotarlos, los tres grandes
ejes del pensamiento freudiano acerca del objeto.
EL DESEO FREUDIANO Y SU OBJETO

El concepto de objeto del deseo en Freud tiene como referencia ineludible la reiteradamente
comentada experiencia de satisfacción descripta en La interpretación de los sueños y en el
 Proyecto...  La originalidad inicial de la investigación freudiana deslumbra aun hoy.
En el capítulo VII de la Traumdeutung , en el apartado C, titulado “La realización del deseo”, (1)
Freud establece ya una distinción esencial al separar la satisfacción de la necesidad de la realización
del deseo. A la primera le corresponde la acción específica; a la segunda, la identidad de percepción
como regla de la alucinación desiderativa. Esta partición entraña la instauración de un abismo en la
supuesta complementariedad del sujeto y del objeto en la satisfacción humana, introduciendo una
disimetría que sitúa al objeto en una nueva posición, ajena como tal a la satisfacción de la necesidad,
y que introduce a nivel del organismo una nueva forma de satisfacción –la realización– cuyo
correlato es el sujeto mismo tal como Freud lo descubre en los procesos inconscientes. Allí Freud
encuentra que la regla de la nueva satisfacción, la realización, para nada concuerda con la adaptación
vital, que el placer buscado se sitúa en las antípodas de la coaptación entre el organismo y su medio
ambiente, incluso que la contraría.
La realización del deseo aparta al sujeto del camino de la satisfacción, encaminándolo hacia una
 búsqueda infructuosa desde la perspectiva adaptativa, búsqueda signada por la repetición, búsqueda
de una percepción primera que tiene como marco una mítica primera vez, un mítico primer encuentro
entre el sujeto y el objeto de “satisfacción”. Volver a evocar esa percepción es la meta propia de la
realización desiderativa, la forma en que el deseo se cumple, meta a la cual Freud bautiza como
identidad de percepción. La realización del deseo se cumple cuando reaparece la percepción, siendo
su instrumento específico la alucinación.
Esta alucinación que signa entonces la realización desiderativa, es descripta por Freud como el
 producto de una inversión en la dirección de la corriente de excitación, cuyo recorrido asume una
orientación regresiva –regresiva en relación con el sentido progresivo que define la dirección normal
del acto reflejo– que culmina en la investición intensa de lo que en el lenguaje de la psicología de la
época se denomina huella mnésica; en este caso la alucinación apunta siempre a una huella mnésica
específica, la de la experiencia de “satisfacción” original.
El punto de partida es por lo tanto el modelo del arco reflejo. A partir de él Freud formula el
deseo como fundamentalmente ajeno al arco reflejo, como imposible de ser reducido y confundido
con el acto reflejo, pues entre ambos media algo mucho más complejo que una mera inversión de la
dirección del aparato. La diferencia es ya subversión de la adaptación, de la coaptación del Umwelt 
y el Innenwelt , introducción de una hiancia entre el señuelo logrado de la percepción que la
alucinación produce y el objeto de satisfacción de la necesidad.
¿Qué clase de aparato neuronal es este entonces?
La respuesta a esta pregunta exige un examen de las formulaciones presentes en el  Proyecto...  El
apartado dedicado a la experiencia de satisfacción (2) introduce el concepto de acción específica
definiéndola como aquella cuya ejecución trae aparejada la satisfacción de la necesidad y, por ende,
el cese del aumento de carga. Subraya que la ejecución de esa acción exige en la cría de hombre una
ayuda externa, ajena a él, ayuda de un otro cuya atención debe atraer mediante una descarga interna:
el grito, el llanto. Ambos adquieren de este modo una función secundaria –precisemos que es
secundaria respecto a la función primera que cumplen de descarga– que Freud llamará función de
comunicación, y que Lacan retomará con el concepto de llamado que culminará en su formulación de
la función de la demanda. Esta función depende pues de la imposibilidad del cachorro humano de
ejecutar la acción específica por sí solo; es decir, que depende del desamparo inicial propio de
nuestra especie. Llegado a este punto, Freud hace una acotación, a la vez sorprendente y fundamental,
que separa ya su conceptualización de toda génesis empirista y biologista: “[…] el desamparo inicial
de los seres humanos es la fuente primaria de todos los motivos morales”. (3)
La acción específica, debido a la intervención del desamparo y a la mediación del otro que este
impone para ser llevada a cabo, deviene fuente de comunicación y de motivos morales. Así, la
acción específica, cuyo trasfondo teórico es la teoría del arco reflejo, escapa en la obra freudiana a
la mera dimensión de descarga motriz refleja y vira hacia el acto. Desde el inicio la presencia de una
subjetividad, que no se explica por ninguna sensibilidad “natural”, separa las nociones de
satisfacción de la necesidad y de realización del deseo. ¿Por qué sorprenderse pues de que la
Traumdeutung  se cierre con una pregunta acerca de la responsabilidad ética del soñante respecto de
su deseo inconsciente? (4)
“Desamparo” y otro son dos términos que reaparecen mucho más adelante en el recorrido
freudiano, en Inhibición, síntoma y angustia , cuando Freud estructura la versión definitiva de su
experiencia de la neurosis. La función de comunicación del grito, que deviene entonces llamado al
otro, precisamente los aúna; ambos, dejan en el ser hablante una huella imperecedera: ese deseo
inconsciente que Freud calificó como eterno. (5) Huella mnésica, “imagen mnemónica desiderativa”,
ella es la clave del señuelo logrado de la alucinación propia del cumplimiento del deseo, señuelo
que desplaza la acción específica e introduce esa dimensión innovadora que es la rememoración
alucinatoria. La memoria cambia aquí de signo, su función es desadaptativa en relación con la
memoria del organismo e instala una nueva dimensión del placer que quiebra el marco de la
homeostasis, que impone el placer de desear como una meta impensable en el registro de la pura
 biología.
El deseo, entonces, al investir nuevamente esa huella mnésica desiderativa, produce el olvido
del camino de la satisfacción de la necesidad, condena al organismo a la desadaptación desde el
inicio. Cuando se olvida esta paradoja fundante de la experiencia freudiana del inconsciente surge
uno de los errores de interpretación de la obra freudiana más constante: la confusión entre esa huella
mnésica del objeto, que en sí misma, en tanto que huella, es objeto del deseo, y el objeto de la teoría
del conocimiento. Queda así distorsionado de manera intrínseca el concepto mismo de deseo y el de
su objeto en su originalidad propia. Pues esa huella no es meramente un error de interpretación de un
sujeto inmaduro que carece aún de los medios de evaluar correctamente la “realidad”, ella es el
surgimiento de una nueva forma de realidad, tan material como otras, que es la realidad psíquica
freudiana, cuya legalidad se resiste a un criterio puramente utilitarista y empírico de la subjetividad.
La huella mnésica, la Vorstellung , la representación, se inscribe sobre el telón de fondo del
desamparo y del Otro, ese  Nebenmensch (prójimo) cuyo papel en el establecimiento de la función
del juicio será fundamental para Freud. Sobre el fondo de una nostalgia, de un anhelo, de la búsqueda
del encuentro primero con ese Otro, encuentro para siempre perdido, se instala esa huella mnésica,
esa re-presentación, que nunca alcanza la presencia anhelada. La huella es pues solidaria de una
 pérdida y constituye una memoria orientada en sus recorridos, en su búsqueda, por el principio del
 placer y su meta a nivel del proceso primario, la identidad de percepción. Memoria que busca la
repetición de una percepción imposible, que la alucinación simula pero no alcanza. Ese otro perdido,
cuya presencia idéntica, la alucinación apunta a recrear, le hace decir a Freud, en la carta 52, que el
ataque histérico es acción, no mera descarga, acción “[…] cuyo objetivo es la re-producción del
 placer […] Apunta a otra persona, pero fundamentalmente a ese otro prehistórico, inolvidable, ese
otro al que nadie luego igualará”. (6)
La huella mnésica freudiana no se inscribe pues en el contexto de una teoría del conocimiento. El
 proceso primario no busca conocer, sino precisamente re-conocer, volver a encontrar mediante la
identidad de percepción cuya “acción específica” propia es la alucinación, a ese otro inolvidable. El
desamparo humano, al determinar la impotencia del infans, da a ese otro su lugar y su función
 primordial, creando así una nueva “necesidad” –término que debe entenderse en su doble sentido
castellano, biológico y lógico–, necesidad lógica entonces que es tan exigente y tan imperiosa como
la necesidad biológica, necesidad lógica de la dimensión de ficción propia del deseo en tanto que
humano. Ficción y realidad psíquica no se oponen, hambre de signos podría llamárselas, de signos de
la presencia que nunca es más que una re-presentación de los signos de la presencia de ese otro
inolvidable, rastro engañoso de una presencia imposible de conjurar. Así lo delata la  proton pseudos
histérica que Freud encuentra en su experiencia de la histeria, correlativa de la temporalidad humana
como retroactiva o anticipada, como un demasiado tarde o un demasiado pronto.
El principio del placer se ubica pues del lado de esa ficción, ella es su meta propia y es ella la
que le brinda a esa nueva realidad su punto de equilibrio y homeostasis, ajeno como tal a la
homeostasis del organismo. El objeto se presenta aquí como inalcanzable, como perdido, no como
complementario del sujeto; el cual a nivel del inconsciente es indistinguible de ese anhelo ficticio, de
ese hambre de signos, siempre engañosos, que sostiene una búsqueda imposible por estructura, no
 por un desarreglo natural o un ordenamiento inadecuado de lo social.
Contrariamente a lo que muchos psicoanalistas dedujeron de esta conceptualización del objeto
 perdido, no se trata aquí de una “inmadurez de la percepción”. La estructuración misma de esa
realidad que tan fácilmente dan por supuesta exige y da su lugar al objeto perdido. Ya en el
 Proyecto...  Freud postula claramente que esa realidad necesita para constituirse la existencia de ese
objeto perdido del deseo. La realidad de la teoría del conocimiento tiene en el objeto perdido del
deseo su condición de posibilidad y este no es un error de interpretación de la realidad, sino todo lo
contrario, su condición misma. Es él el que hace posible la génesis del mundo de los objetos que
habitualmente se denominan objetos del conocimiento.
Si se examina en detalle el  Proyecto...  es necesario recorrer el otro polo del objeto, el polo que
lo vincula con la experiencia de dolor y no con la experiencia de satisfacción. El dolor deja también
tras de sí signos, signos que Freud resume bajo la expresión de “objeto mnemónico hostil”, que
configuran una huella que incita a la descarga cuando el displacer, atravesado cierto límite, alcanza
el umbral del dolor. Pero el camino de la motricidad, de la fuga, está en este caso cerrado y allí se
crea una nueva forma de fuga, sustituto de la fuga motriz, que Freud caracteriza como defensa
 primaria o represión, que logra la descarga a través del establecimiento de lo que Freud en ese
entonces llama “cargas laterales”. (7) Aquí el grito se inscribe como alerta de la presencia del objeto
hostil y, en lugar de desempeñar una función de comunicación, deviene él mismo ese objeto.
Vemos pues configurarse un par de huellas cuyo ordenador son el placer y el dolor. Cabe
detenerse aquí en el nombre que Freud le da a cada una de ellas. La primera, vinculada al placer, es
el desear; la segunda, vinculada al dolor, es el afecto. Curiosa repartición, en efecto, fundada en el
carácter diferencial de la descarga en los dos casos: sumación en uno y cargas laterales en el otro. Ya
aquí el carácter siempre desplazado, marginal, del afecto hace su aparición. Sin embargo, ambos
comparten el carácter de recuerdo, de memoria, aun cuando el mecanismo sea diferente en cada caso.
Pero ese mecanismo es asimismo sumamente preciso en cada caso: alucinación desiderativa en el
desear y defensa primaria en el afecto. Entre ambos se despliega y se enmarca el pensar inconsciente.
Una vez establecido este marco, Freud desarrolla su teoría del juicio, cuya originalidad por un
lado, y cuyas consecuencias por otro, son ineludibles en la delimitación que debe realizarse entre
objeto del deseo y objeto del conocimiento. Para Freud, la función primaria del juicio no coincide
con la utilización del juicio al servicio del principio de realidad, función esta que es en tanto tal
secundaria. La función primaria del juicio recae sobre lo que denomina complejo del  Nebenmensch,
desglosándolo en dos componentes:

I) El primero consiste en un ensamble constante que permanece como Cosa ( Ding ), que se
 presenta como ajena, como extranjera, como inasimilable.
II) El segundo incluye todo lo que es cualidad, lo que puede ser entendido por la memoria
gracias a una remisión al propio cuerpo y a la propia experiencia del sujeto y que se caracteriza
al ser definido como atributo. (8)

Cosa, componente inasimilable, y atributo, cualidad que puede ser referida al cuerpo y a la
experiencia del sujeto, son pues el resultado primero de la actividad del juicio cuando este opera
sobre el complejo del  Nebenmensch, fuente común del primer objeto desiderativo y del primer 
objeto hostil, siendo ambos como lo señala Freud “[…] el único poder que lo ayudaba”. (9) Pero
existe un punto de ambos objetos que sigue presente en el juicio en su función primaria como
inasimilable, la Cosa, y otro que es susceptible de ser manejado como algo conocido por el sujeto, el
atributo. El primero de ellos marca precisamente la dimensión irrecuperable del objeto perdido del
deseo, objeto al que sus atributos, esos signos que la alucinación recupera, permiten re-conocer, pues
nunca podrá el sujeto conocerlo, siempre será inasimilable. Así la dimensión sensible del objeto del
conocimiento como reunión de atributos esconde en su núcleo mismo la función del objeto perdido,
de la Cosa como inasimilable, que es condición de la aparición misma del juicio de atribución.
Ese núcleo inasimilable que remite al objeto perdido, hace surgir la pregunta sobre el porqué de
ese carácter. Puede decirse, en una primera aproximación, que aquello que permanece  Fremde,
extranjero, ajeno, se perfila como un resto, como un residuo, que no se incorpora al sujeto y a lo que
este puede reconocer como atributos. Dibuja así un primer exterior, que en forma alguna debe
confundirse con el exterior propio de la realidad “realista”, con aquello que formará posteriormente
lo cognoscible. Ese primer exterior se articula con lo que Freud formulará luego en La negación (10)
al referirse nuevamente a la función del juicio, al insistir en que el examen de realidad tiene como
meta reencontrar, re-conocer, el objeto perdido, objeto que es condición para que este examen de
realidad sea posible.
Esto implica que el objeto está perdido ya en la estructura misma, esa estructura que dibujan el
desamparo, el otro prehistórico y la función de comunicación que adquiere la descarga como tal. La
 pérdida no es pues aquí avatar de la historia o producto de una génesis madurativa, sino la estructura
misma del ser humano en lo tocante a su relación con el objeto del deseo, en la medida en que su
inclusión en la red del Nebensmensch implica que perdió para siempre la naturalidad de su objeto.
La identidad de pensamiento que regla, en cambio, al proceso secundario, que implica el
sometimiento al principio de realidad, esa búsqueda de objetividad que oculta su origen primordial
en el objeto perdido, es un rodeo complejo por el cual el sujeto, creyendo conocer la realidad, sólo
se ubica en ella guiado por la brújula invisible de un volver a encontrar el objeto perdido. Esta
 búsqueda que mueve a comprobar que el objeto aún existe, define un juicio de existencia que es
secundario para Freud al juicio de atribución, en la misma medida en que la existencia primera, la de
la Cosa, se demuestra rebelde, inasimilable al juicio mismo.
Melanie Klein hace de las experiencias respectivas de satisfacción y de dolor uno de los ejes de
sus propios desarrollos teóricos. Conviene retomar sus articulaciones con esta dimensión del objeto
freudiano como perdido. En primer término, puede señalarse cómo para Klein lo perdido se vuelve
el núcleo a partir del cual se construye su teoría de la posición depresiva, en la medida en que la
función del duelo pasa a desempeñar un papel central en la constitución del objeto del deseo. En
segundo término, el juicio de atribución es también para ella primero, fundando así el objeto como
 bueno o como malo, relegando el núcleo inasimilable de la Cosa a nivel de la esencia incognoscible
o del quantum pulsional como elemento último de determinación de la pérdida o incluso, hacia el
final de su obra, como aquello que indica el “núcleo psicótico”, el lugar donde la disociación y la
discriminación que el juicio de atribución hacen posibles, fracasa.
La atribución como eje de la organización del objeto en bueno y malo ofrece asimismo otra
 posibilidad, imaginaria ella también, que consiste en confundir esa Cosa inasimilable con el cuerpo
materno, el cual deviene el escenario privilegiado del despliegue de todas las variantes posibles de
la atribución, y que ocupa por excelencia el lugar del objeto perdido.
Ese objeto es pues considerado fundamentalmente desde el ángulo de la atribución, es decir,
desde el ángulo de su cualidad imaginaria y, puede incluso decirse, desde el ángulo de su
significación. Este enfoque culmina en una fenomenología del objeto imaginario, que oculta el
carácter estructural de la pérdida de objeto, en la que Lacan se apoyará a su vez para estructurar su
teoría del estadio del espejo. Resulta claro, por lo tanto, que la teoría kleiniana del objeto cae en el
ámbito del objeto narcisista, objeto que se inscribe en Freud en la serie de la elección de objeto. Por 
esta razón precisamente, Klein se ve llevada a enfatizar el paso del objeto parcial al objeto total,
confundiendo en una las dos series: la serie pulsional y la de la elección del objeto. Al no poder 
separarlas, su teoría presenta una serie de impasses, que se examinarán más adelante, y que llevan a
una desaparición de la originalidad conceptual del objeto perdido del deseo y de la especificidad del
concepto mismo de deseo en Freud.
Lacan, por su parte, desarrolla su teoría del objeto imaginario a partir del narcisismo freudiano y
de la fenomenología de lo imaginario que traza Klein. Pueden encontrarse referencias a los contactos
que mantuvieron Klein y Lacan en la biografía reciente de Melanie Klein publicada por Phyllis
Gross-Kurth. (11) Ya desde el Seminario I  sabemos que Lacan elige apoyar a Melanie Klein frente a
Anna Freud, pero creo que no se ha examinado suficientemente hasta qué punto la construcción
misma del concepto de objeto en Lacan implica un recorrido y una lectura polémica de sus tesis y sus
impasses. Su énfasis en el objeto perdido, que puede claramente rastrearse en su enseñanza desde el
 Discurso de Roma, incluirá una interpretación de la pérdida del objeto que se distancia notablemente
de la de M. Klein. Interpretación estructural, apoyada en la lectura de Kojéve de Hegel, en ciertos
desarrollos teóricos de Heidegger, su consecuencia es una nueva definición, fundante en sus efectos,
de la relación entre el objeto y su pérdida.

1 S. Freud, La interpretación de los sueños, en Obras Completas, tomo V, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, pp. 543-
564.
2 S. Freud, Proyecto de una psicología para neurólogos , Obras completas, ob. cit., tomo I, pp. 362-364.
3 Ob. cit., p. 363.
4 S. Freud. La interpretación de los sueños, ob. cit., p. 608
5 Ob. cit., p. 527.
6 S. Freud, “Carta 52”, ob. cit., tomo I, p. 280.
7 S. Freud, Proyecto…, ob. cit., pp. 364-366.
8 Ob. cit., p. 373 y 414.
9 Ibíd.
10 S. Freud, La negación , ob. cit., tomo XXV.
11 P. Gross-Kurth, M. Klein , Her world and her work , Nueva York, A. Knof, 1986.
EL OBJETO DE LA PULSIÓN PARCIAL Y EL OBJETO DEL AMOR 

En Tres ensayos para una teoría sexual , (1) Freud formula algunos de los ejes fundamentales de
su teoría pulsional, que sufrirán en lo referente a la pulsión parcial pocas modificaciones. La
sexualidad infantil, perversa y polimorfa, depende de la estructura de la pulsión parcial y es
inseparable de ella. En 1905, la pulsión parcial se organiza ya en función de su carácter parcial, del
autoerotismo y del placer de órgano vinculado a la zona erógena (sede de ese  Lustgewinn  cuya
importancia será tan grande en la teoría del objeto en Lacan) y la variabilidad de su objeto.
El carácter bifásico de la sexualidad plantea, más allá de los cambios físicos de la pubertad, el
 problema de la elección de objeto definitiva y su relación con el objeto de las pulsiones parciales,
 problema que remite a lo que Freud denomina la “sexualidad adulta normal”.
A todo lo largo de los Tres ensayos... (texto imposible de leer sin seguir la delimitación
realizada por Strachey de los párrafos agregados y de las enmiendas sucesivas que le hizo Freud) se
aprecia la oscilación de Freud entre el problema del objeto sexual “definitivo” –propio de la serie
de la elección de objeto– y el problema del objeto de la pulsión parcial, contingente y autoerótico.
Esa oscilación es especialmente evidente en la tercera parte, “Las transformaciones de la pubertad”.
(2)
El punto de convergencia y divergencia se sitúa en torno al objeto primero, la madre, que
desempeña su papel en las tres dimensiones propias del objeto, pero que lo desempeña de manera
diferente en cada una de ellas. Por un lado, es ese Otro inolvidable que en función del desamparo y
la indefensión permite el surgimiento del objeto del deseo como diferente al objeto de la necesidad.
Por otro, se articula simultáneamente con la pulsión parcial –hecho particularmente claro en relación
con el pecho como objeto pulsional–, y con el complejo de Edipo, en el que desempeña el papel
central en tanto que “persona” amada, es decir, como objeto total.
En el breve y célebre capítulo sobre “El hallazgo del objeto”, Freud alude de manera explícita al
objeto perdido del deseo, objeto deducido de la satisfacción de la necesidad alimenticia, y condición
de posibilidad del objeto en su funcionamiento en las dos series ya definidas: “Cuando la
 primerísima satisfacción sexual estaba todavía conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un
objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá justo en la época
en que el niño pudo formarse la representación global de la persona a la que pertenecía el órgano que
le dispensaba satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a ser, regularmente, autoerótica, y sólo
luego de superado el período de latencia se restablece la relación originaría. No sin buen fundamento
el hecho de mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de
amor. El hallazgo [encuentro] del objeto es propiamente un reencuentro” . (3)
Este párrafo ha sido de modo simultáneo una fuente de luces y de sombras. Merece, por ende, un
examen detallado.
En primer lugar, debe destacarse que la frase inicial, que excluye tajantemente la anobjetalidad
como tiempo originario, hace referencia muy precisamente a la realización alucinatoria del deseo, a
ese nivel se sitúa esa “primerísima satisfacción sexual”, la de la identidad de percepción propia de
los procesos primarios. Ese objeto fuera del cuerpo que es el pecho materno aparece como una de
las formulaciones posibles de ese otro inolvidable, de ese poder, que se describió en el capítulo
anterior. La experiencia de satisfacción aparece pues como anterior al autoerotismo, tiempo uno de
las dos series que aquí nos ocupan, y como su condición de posibilidad lógica. En esa experiencia,
como ya se ha subrayado, la pérdida se instala entre necesidad y deseo, entre satisfacción y
realización. Esta primera pérdida, condición de los procesos primarios como tales, no debe ser 
confundida con la pérdida a la que alude Freud al presentar el nacimiento del autoerotismo, pérdida
del objeto “real” y su interiorización. Se esboza una diferencia, cuya importancia sólo ha sido
observada desde el énfasis que le dio Melanie Klein, siguiendo a Abraham, a los conceptos de
objeto parcial y objeto total, entre el objeto pulsional autoerótico parcial y la “persona total”. Esta
diferencia, que es la diferencia entre las dos series freudianas, no culmina en ninguna fusión de ellas,
 pues, como bien lo señala Freud, el objeto como pecho se pierde frente a la madre como objeto total
del amor, hay incompatibilidad entre el objeto y la persona, entre la totalización del amor y el
carácter parcial de la satisfacción pulsional.
Tenemos aquí esbozadas tres pérdidas diferentes, que habitualmente son identificadas a la ligera:
1) la pérdida de la satisfacción de la necesidad en aras del surgimiento de la realización del deseo,
vale decir, la pérdida de la naturalidad del objeto; 2) la pérdida del objeto real que determina su
incorporación y la estructuración del autoerotismo, y 3) la pérdida del objeto como objeto de amor,
la persona total, que funda la importancia en cuanto tal de la pérdida de amor para el sujeto hablante.
Cada una de estas pérdidas, sobre cuya especificidad se volverá luego, apunta a tres términos
que siempre se mezclan en las apreciaciones de los autores psicoanalíticos. Estos tres términos, que
indican tres conceptos claves en el campo del psicoanálisis, corresponden, respetando la numeración
de las pérdidas establecida en el párrafo anterior, respectivamente a: 1) deseo, 2) pulsión y 3) amor.
Obviamente, estos tres conceptos tienen una multiplicidad de articulaciones mutuas. Sin embargo, si
algo caracteriza la bibliografía psicoanalítica es el paso permanente de uno a otro, sin que se
establezcan las diferencias pertinentes entre ellos.
Puede decirse, a mi juicio, que el deseo es el concepto fundante en Freud y que la primera de las
 pérdidas condiciona la posibilidad de las otras dos, el surgimiento mismo de la posibilidad de
sustitución y que, en este sentido, el objeto de la pulsión y el del amor son ya formas de sustitución
del objeto perdido del deseo. Por esta razón, pulsión y amor conforman un contrapunto particular en
 Pulsiones y sus destinos, texto que es necesario examinar para avanzar en el análisis del concepto de
objeto.
Efectivamente, este texto es inseparable de la articulación entre el narcisismo y el objeto,
articulación que hace del yo un objeto propio de la libido. Ya en el caso Schreber, Freud señala, al
introducir la serie de la elección de objeto, que el desarrollo de la libido implica un paso del
autoerotismo al “amor objetal”. Precisa que cuando el sujeto reúne sus pulsiones sexuales, hasta
entonces autoeróticas, esa reunión es solidaria de la consecución de un objeto de amor. El primer 
objeto que se le ofrece en función de esta unificación misma es su propio cuerpo.
En Pulsiones... Freud retoma su teoría de la pulsión parcial, precisando algunos puntos de ella.
En primer término, la teoría del apoyo analítico de la pulsión demuestra sus límites. La dimensión
narcisista del yo lo incluye en una dimensión heterogénea respecto a las pulsiones de
autoconservación; además, los dos pares pulsionales configurados por el sadomasoquismo y el
voyeurismo-exhibicionismo escapan a la construcción de la pulsión por medio del apoyo en la
necesidad.
En este texto, uno de los puntos centrales es la diferenciación, que se tornó clásica, entre empuje,
fuente, meta y objeto, que sigue siendo un punto de referencia insoslayable en lo tocante a la pulsión
 parcial.
¿Cómo define allí Freud al objeto pulsional? Como el medio gracias al cual la pulsión alcanza su
meta, vale decir, su satisfacción. En lo que se refiere a la pulsión el término “satisfacción” prima en
el vocabulario freudiano. El objeto es aquí instrumento de la satisfacción, aquello con lo cual se
obtiene la satisfacción y en tanto instrumento es precisamente el aspecto más variable de la pulsión:
“[…] no está enlazado originariamente con ella, sino que se coordina con ella sólo a consecuencia de
su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser 
una parte del cuerpo propio” (4) Este papel instrumental lo hace apto por ende para satisfacer varias
 pulsiones.
El contrapunto a esta variabilidad del objeto lo brinda el concepto de fijación, definido
 precisamente como el establecimiento de una conexión íntima entre pulsión y objeto, conexión que
suprime la movilidad del objeto y que hace surgir la dificultad y la oposición a desprenderse de él.
Puede apreciarse que el objeto de la pulsión, a través de su carácter instrumental, aparece como
reconstituyendo en un nuevo nivel la acción específica perdida a nivel de la necesidad, designando
de este modo una satisfacción propia del sujeto psicoanalítico y no del organismo biológico. Pero
también cabe recordar que Freud en modo alguno confunde esta satisfacción con la del cumplimiento
del deseo, vale decir, con la identidad de percepción del proceso primario. Esta diferencia es quizás
una clave para una relectura de Más allá del principio del placer  y de la contradicción que el “más
allá” introduce en lo que respecta a la realización del deseo y a la regla del principio del placer a la
que se somete el proceso primario.
También sitúa esa forma particular de la libido que es la libido narcisista, pues no se puede
desconocer que el narcisismo es asimismo un destino pulsional. La libido del yo, aquella cuyo objeto
 particular es el yo mismo, debe ser enmarcada dentro de la teoría intermedia de las pulsiones, justo
en el momento en que Freud abandona la oposición pulsiones sexuales-pulsiones de
autoconservación y aún no ha construido la oposición Eros-Tánatos. La sexualización del yo, instala
a este en un nuevo estatuto, el de objeto libidinal, en cuyo marco se desarrolla la teoría del amor en
Freud tal como la encontramos en la Introducción del narcisismo.
Así como la pulsión parcial se articula en torno a un objeto instrumental, que se despliega entre
la variabilidad y la fijación, la elección de objeto de amor se despliega entre la elección narcisista y
la elección anaclítica. No es casual, empero, que Freud sólo utilice el término de elección en el caso
del objeto de esta serie, que define al objeto de amor. El uso del término, que sólo volvemos a
encontrar en la expresión freudiana “elección de la neurosis”, se vincula a la culminación de la
sexualidad, definida por Freud como elección de objeto heterosexual, por un lado, y elección
anaclítica por el otro. De este modo, resulta necesario precisar las consideraciones que realiza Freud
en esta época acerca del amor en cuanto tal.
En la Introducción del narcisismo al establecer la diferencia entre la elección narcisista y la
anaclítica, Freud oscila en el uso de los términos “objeto sexual” y “objeto de amor”, aun cuando el
apartado hace alusión a la “vida amorosa del ser humano”. Señala que primitivamente este tiene “dos
objetos sexuales originarios” a los que identifica como “él mismo y la mujer que lo crió”. (5) El
 primero de ellos funda la elección narcisista, el segundo, la elección anaclítica. El carácter central
que Freud le adjudica a la elección narcisista es su meta pasiva –ser amado– y el hecho de que todo
gira en torno a los rasgos del sujeto mismo. En el caso de la elección anaclítica, vale decir de la
mujer que lo crió, a la que Freud le agrega el padre protector, existe una identificación activa con
algunas de estas dos figuras. Aquí el amor en su surgimiento se apoya sobre la necesidad, es decir,
que Freud retoma respecto al amor la noción de apuntalamiento sobre la necesidad, al menos en lo
tocante a la elección más madura, y señala también su meta activa.
Evidentemente, detrás de estas oscilaciones entre sexualidad y amor, se encuentra la formulación,
 presente ya en Tres ensayos..., según la cual la sexualidad normal reside en la confluencia de la
corriente de ternura y la corriente sexual hacia el objeto y la meta sexual. (6)
Puede percibirse claramente la importancia que adjudica Freud a la oposición activo-pasivo en
ambas series, oposición que define una de las formas de transformación en lo contrario, siendo la
segunda la transformación de contenido que sólo se aplica a la transformación amor-odio. Las dos
formas de transformación son sin embargo definidas como ambivalencia e incluidas dentro de los
destinos o defensas contra la pulsión.
La transformación activo-pasivo, que sólo afecta las metas de la pulsión, es elaborada por Freud
fundamentalmente en torno a los dos pares pulsionales que no se prestan al apuntalamiento: sado-
masoquismo y exhibicionismo-voyeurismo. Strachey señala en una nota que los términos de sujeto y
objeto deben ser considerados en su sentido gramatical, el sujeto como agente y el objeto como
aquello sobre lo cual recae la acción del agente. (7) Activo y pasivo remiten pues a la estructura
gramatical como tal, lo cual se traduce en el hecho de que Freud se ve obligado a introducir en los
dos pares pulsionales en discusión un nuevo tiempo central, eje de la transformación de metas y sin
el cual la pulsión no puede constituirse: el tiempo verbal medio o reflexivo. Este tiempo introduce la
vuelta sobre la propia persona como solidaria del establecimiento de la meta pasiva, aunándose en
este caso la función del narcisismo con la de la pulsión parcial. Allí donde la función analítica no
opera en la pulsión parcial surge, en cambio en Freud, la función del narcisismo como lo que permite
su constitución. (8)
La transformación activo-pasivo en el caso del sado-masoquismo enfrenta a Freud con la
dificultad de diferenciar el par agresividad-sadismo del odio en su oposición con el amor, eje de la
transformación de contenido. Esta última remite al amor y al odio como significaciones que se
desprenden de la esfera narcisista del yo. Sadismo y masoquismo, en cambio, conservan siempre su
vinculación con la estructura de la pulsión parcial, aun cuando les sea necesaria la mediación del
narcisismo para su constitución.
Es necesario pues examinar a continuación cómo se presenta el par amor-odio en  Pulsiones...,
donde Freud nos brinda una definición muy neta de él: “De este modo nos percatamos de que las
actitudes de amor y de odio no pueden ser utilizadas para las relaciones de las pulsiones con sus
objetos, sino que están reservadas para las relaciones del yo total con los objetos. […] La palabra
amarse desplaza cada vez más a la esfera de la relación de puro placer con el objeto y finalmente se
fija a los objetos sexuales en su sentido más estricto y aquellos que satisfacen las necesidades de las
 pulsiones sexuales sublimadas. […] El hecho de que no solemos decir que una única pulsión sexual
ame a su objeto, sino que consideramos la relación del yo con su objeto sexual como el caso más
apropiado para usar la palabra ‘amor’ –este hecho nos enseña que la palabra sólo empieza a ser 
utilizada en dicha relación una vez que se ha producido la síntesis de todos los componentes de la
sexualidad bajo la primacía de los genitales y al servicio de la función de reproducción” . (9)
Lo mismo ocurre con el odio, que Freud asocia al displacer. La conclusión de Freud es
llamativa: nada permite suponer que amor y odio constituyen una unidad primera que en un segundo
tiempo se dividiría; ambos son independientes hasta el momento en que se transforman en opuestos
 por la acción del principio del placer-displacer.
El odio es caracterizado como un modo de relación con el mundo más antigua que el amor, cuya
fuente reside en el displacer del yo narcisista frente a cualquier perturbación de su equilibrio
energético. Por el contrario, la fuente del amor reside en las pulsiones parciales y en el placer de
órgano que les es propio. Sin embargo, es en primera instancia narcisista y sólo posteriormente
alcanza, mediante su alianza con las pulsiones parciales sexuales, lo que Freud denomina las formas
 preliminares del amor.
Puede apreciarse que, en este punto, Freud relaciona el amor con el autoerotismo. Señala que el
amor tiene como fuente “la capacidad del yo de satisfacerse de manera autoerótica”, (10)
satisfacción que le es proporcionada precisamente por una “ganancia de placer de órgano”, vale
decir, por ese Lustgewinn que ya en Freud, como lo será posteriormente en Lacan, emerge como el
secreto sostén del narcisismo mismo. Aquí surge claramente cómo el autoerotismo es común en
ambas series; comunidad que precisamente funda la posibilidad de que ambas se anuden produciendo
esas modalidades previas del amor en las que la meta sexual se confunde con el narcisismo,
entendido como el esfuerzo motor del yo por alcanzar los objetos en tanto que fuentes de placer. En
este contexto describe esas formas: a) incorporar o devorar, “modalidad compatible con la supresión
de la existencia del objeto como algo separado”, (11) característica que permite calificar a esta
modalidad como ambivalente. Freud expresamente señala que esta ambivalencia no es primaria
como oposición amor-odio, sino que surge de estas formas previas del amor, en las que ambas series
se anudan; (12) b) apoderarse es la segunda de las formas. Ella reúne el componente sádico-anal de
las pulsiones parciales con un apoderamiento del objeto que es indiferente al daño que el objeto
 pueda sufrir por su causa. Para Freud es difícil diferenciarla del odio mismo, aun cuando se trate de
una forma preliminar del amor. (13)
Este anudamiento de las dos series en las formas previas del amor, tal como aquí están descritas,
no debe interpretarse en el sentido de un borramiento de las diferencias entre el objeto del deseo, el
del narcisismo y el de la pulsión. Sin embargo, esta es de hecho la interpretación que normalmente se
ha producido. El mismo Strachey, comentando el pasaje de Tres ensayos... agregado en 1915, vale
decir, dependiente de las ideas introducidas en los textos que se acaba de examinar, señala que el
 párrafo ya citado acerca del reencuentro del objeto parece contradecirse con los agregados de 1915
y 1920 realizados por Freud. (14) Si examinamos los pasajes indicados, podemos observar que la
contradicción reposa precisamente en la no diferenciación de Strachey de ambas series. Así, el
agregado de 1915 tiene como punto de referencia la “elección de objeto”, mientras que el de 1920
tiene como punto de referencia la serie de la pulsión parcial, con su culminación en la etapa fálica.
(15) La ambivalencia no tiene exactamente el mismo sentido en ambas series y la confusión de
Strachey se sitúa precisamente en el punto en que la establece Abraham, (16) quien supondrá la
fusión de ambas series en una nueva serie única, ausente en Freud, que culmina en la genitalidad
anaclítica y postambivalente. Klein, felizmente, desarticula esta serie única en determinado aspecto
de sus desarrollos, aunque la reedita a partir de la sustitución, como se verá luego, de la genitalidad
abrahamiana –donde el falo es sustituido por el pene– por la “senitalidad”, si se nos permite el
neologismo, en la cual el seno y la función materna reemplazan al falo. (17) Esta confusión implica
asimismo la derivación directa de la ambivalencia de contenido a partir del par pulsional Eros-
Tánatos, planteado en 1920 por Freud.
Cabe enfatizar que el odio, en su articulación con la pulsión parcial, remite con especificidad al
 par pulsional sadismo-masoquismo por un lado y, por otro, a la etapa fálica, a esa organización
genital infantil, que es condición para que, desde la perspectiva de la articulación de ambas series, el
amor devenga aquello que se opone al odio. Pues, no hay que olvidar que el odio como relación más
antigua con el objeto tiene su fuente primordial en el rechazo que el yo del placer purificado o yo
narcisista tiene al inicio hacia cualquier estímulo perturbador. (18) Esta formulación no queda
invalidada por la reformulación de la teoría pulsional, sino que por el contrario, enfrenta a Freud con
nuevas contradicciones en lo tocante a la relación placer-displacer, es decir, a la polaridad que
Freud califica en Pulsiones.... como la polaridad “económica”. Las paradojas económicas de todo
este desarrollo sólo encontrarán su equilibrio en ese texto fundamental que es  El problema
económico del masoquismo. (19)
Las paradojas de la teoría económica en Freud no son en modo alguno algo que pueda ser 
obviado, por el contrario, pese a su aridez aparente, su desarrollo incide en las dimensiones del
objeto que aquí hemos delimitado y es inseparable de los últimos textos freudianos, de la conclusión
misma de su obra. Estas se relacionan con la teorización del objeto de múltiples maneras.
 No es gratuito el hecho de que Lacan, en el Seminario XI , tome como punto de partida de su
interrogación sobre la pulsión parcial una pregunta central sobre el concepto y la experiencia de la
transferencia en psicoanálisis, pregunta que preludia todo su desarrollo, y que se articula
simultáneamente con el problema económico y con las incidencias que la confusión entre las
diferentes series produce en la práctica misma del psicoanálisis: “¿Representa el amor el punto
culminante, el momento logrado, el factor indiscutible, que presentifica la sexualidad en el hic et 
nunc de la transferencia?”. (20)
El examen de Pulsiones... es llevado a cabo en el contexto de un trabajo de articulación entre la
transferencia y la pulsión, que culminará en el Seminario X I en una reformulación del concepto de
final de análisis. Dicha reformulación, planteada ya en el Seminario VIII , La transferencia, implica
la creciente importancia de la función del analista como objeto en su enseñanza; imposible pensar 
esta función sin articularla, por un lado, con las diferentes dimensiones del objeto freudiano que
hemos definido y, por otro, con el analista como objeto en la teorización kleiniana. Por ello, el amor 
de transferencia, con el cual se abre el proceso analítico en su descripción ya clásica, exige una
 precisión acerca del amor y su objeto, dimensión que no puede confundirse con la del objeto
 pulsional ni con la del objeto en su relación con el deseo. Desde la perspectiva de la relación con el
objeto del deseo podrá definirse entonces un final de análisis, no así en cambio desde la perspectiva
del objeto del amor. Este final afecta a su vez al objeto de la pulsión. La cura por amor fue siempre
 para Freud una vía cerrada para el psicoanálisis. Volveremos en detalle a este problema en los
capítulos dedicados específicamente a los aportes de Lacan.
Retornemos pues al examen de la parte final del texto de  Pulsiones... que realiza Lacan.
Cabe subrayar el énfasis de Lacan en lo que califica como el carácter clásico de la concepción
del amor en Freud, al que define “quererse su bien”. Esta concepción del amor no es aquí planteada
con el valor subversivo que Lacan adjudica a la caracterización freudiana del deseo o de la pulsión.
Lacan analiza el texto de  Pulsiones... retomando las tres oposiciones que estructuran para Freud
la antinomia amor-odio: la real –lo que interesa y lo que es indiferente–; la económica, placer-
displacer, y la biológica, pasividad-actividad.
En la primera oposición, primera en función de una temporalidad lógica y no cronológica o
genética, el autoerotismo se sitúa a nivel del  Real-Ich y no implica en cuanto tal un desinterés por los
objetos del mundo externo. Entraña, en cambio, que el autoerotismo pone al descubierto que los
objetos no existirían si no existiesen objetos buenos para mí, o sea, para el yo. En la segunda
oposición vemos surgir al yo del placer purificado que exige una clasificación de los objetos, hay
que diferenciar los que son malos de los que son buenos. Los primeros constituyen el campo del
Unlust , los segundos constituyen el campo del  Lust-Ich.
El Real-Ich es solidario de la homeostasis, por ende, lo que es exterior le es indiferente, vale
decir, inexistente. No obstante, para Freud, a nivel del autoerotismo los objetos funcionan únicamente
en su relación con el placer, con esa ganancia de placer propia del placer de órgano. Lacan, en el
mismo seminario, ya había insistido anteriormente, acerca de la relación del  Real-Ich con la
homeostasis, al definirlo como el sistema nervioso central considerado como un sistema destinado a
asegurar la homeostasis. A este nivel funciona el principio del placer, pero funciona precisamente en
la medida en que no es forzado por la pulsión. Insiste en este punto que si Freud introduce la función
de un real neutro –indiferente– es porque este es condición para la introducción de la función del
amor, cuya estructura es narcisista. (21) El amor es “pasión sexual del  gesamt Ich [yo total]”. Este
Yo es segundo, señala Lacan, desde la perspectiva de un tiempo lógico. El yo del placer purificado
es como tal exterior al  Real-Ich. La oposición activo-pasivo introduce la dimensión de la sexualidad,
en la medida en que “metaforiza” aquello que no puede terminar de aprehenderse en la diferencia
sexual.
Ya hemos citado el texto de Freud, “Pulsiones…” donde este observa que el autoerotismo es
condición del narcisismo. En el narcisismo, por lo tanto, se produce precisamente la inserción del
autoerotismo en los intereses organizados del yo, anudándose a la función homeostásica del mismo.
Conviene tener presente esa cita para situar correctamente la formulación de Lacan acerca de los
chtriebe, pues precisamente subraya cómo el autoerotismo condiciona la aparición del narcisismo,
 permitiendo el establecimiento del amor como diferente de la pulsión parcial. Los  Ichtriebe no son
 sensu stricto pulsionales, precisamente en la medida en que son homeostásicos, en que son pulsión
domesticada. Lacan subraya que en este punto es exactamente donde Freud sitúa el nacimiento del
amor. Lo sexual se incorpora al Yo sólo en la medida en que alguna de las pulsiones parciales se
inmiscuye en él, eso que Freud definía, tal como ya se indicó, como las formas preliminares del
amor, las cuales exigen el anudamiento de las dos series, anudamiento que indica simultáneamente el
forzamiento de la pulsión parcial en el campo del principio del placer –introduciendo la dimensión
de su más allá– y la domesticación de ese más allá pulsional por el principio del placer a través de
su inclusión en la esfera del yo del placer purificado. (22) El punto de emergencia del objeto propio
del amor se sitúa entonces precisamente allí donde el principio del placer interfiere con su más allá,
allí donde puede constituirse como un sustituto posible del objeto perdido del deseo.
Se plantea entonces el problema de la articulación entre la homeostasis y el principio del placer,
que Lacan define así más adelante: “El  Lust , por su parte, no es un campo propiamente dicho, sino
lisa y llanamente un objeto, un objeto de placer que, como tal, se refleja en el yo. Esta imagen en
espejo, ese correlato bi-unívoco del objeto es precisamente el  Lust-Ich purificado […] la parte del
ch que se satisface con el objeto como Lust . El Unlust, en cambio, es lo que sigue siendo
inasimilable, irreductible al principio del placer. […] constituirá el no-yo […] sin que el
funcionamiento homeostásico logre nunca reabsorberlo. Allí está el origen de lo que encontraremos
más tarde en la función del objeto malo […]”. (23)
El campo del placer es reducido por Lacan a una identificación con el objeto como fuente de
 placer; identificación que es el término mismo de la dialéctica del placer. Por el contrario, el Unlust 
apunta precisamente a la constitución de un campo, campo que queda excluido del régimen del
 principio del placer, que la homeostasis nunca absorberá, y que Lacan equipara aquí a ese lugar que
en el Seminario VII, La ética del psicoanálisis había definido como el lugar de la Cosa, das Ding ,
el elemento inasimilable para el juicio en el  Proyecto...  Luego se retomarán estas modificaciones en
lo que hace a la teoría misma de Lacan sobre el objeto. En este contexto, el punto que nos importa
subrayar es que Lacan precisamente sitúa al objeto pulsional y al objeto del deseo como
heterogéneos respecto a este objeto amoroso que se refleja en el  Lust-Ich, objeto fundamentalmente
narcisista, que entraña el secreto mismo de “la pretendida regresión del amor en la identificación,
cuya razón reside en la simetría de esos dos campos que les designé como Lust y Lust-Ich”. (24)
Esta referencia de Lacan nos remite al texto  Psicología de las masas y análisis del yo, (25) en el
que Freud examina las relaciones entre la identificación, el amor y el objeto. Claramente indica allí
la relación existente entre la identificación primaria y la función del Ideal al referirse a la
identificación como lazo afectivo primero con el padre, lazo cuya diferencia con una actitud pasiva
femenina subraya, que caracteriza como eminentemente masculino y como preparatorio del Edipo. A
esta identificación le contrapone la catexia objetal que recae sobre la madre, catexia que caracteriza
como anaclítica, señalando que ambas pueden coincidir, hasta el momento de la crisis edípica, sin
conflicto. Una vez introducida esta última, surge en esa identificación –narcisista– un matiz hostil que
indica la intrusión de la sexualidad. Pero la ambivalencia ya está ahí formando parte intrínseca de
esa identificación entendida como la forma preliminar del amor propia de la etapa oral de la libido.
Puede observarse que este texto freudiano muestra la solidaridad entre la identificación primera,
el Ideal y el narcisismo. Ese lazo primero es situado en el marco del objeto amoroso, el cual es
diferenciado de la elección de objeto sexual que, recuérdese, es la etapa última de la serie de la
elección de objeto, y por esta razón el complejo de Edipo completo aparece como su referencia
fundamental. El objeto de amor, objeto de identificación, puede tener como uno de sus destinos el
devenir el objeto sexual adulto. Dado que Freud trabaja aquí el ejemplo del varón y su identificación
 primaria con el padre, al devenir el objeto de amor objeto sexual, nos encontramos ante la presencia
de la dimensión homosexual del complejo de Edipo invertido. En este caso, la identificación es
 precursora de un vínculo objetal –sexualizado– con el padre.
El comentario de Lacan acerca de “la pretendida regresión del amor a la identificación” tiene
como trasfondo, a más de sus desarrollos en torno a los conceptos de  Pulsiones..., la diferencia que
establece Freud entre “identificación” y “elección de objeto”. La identificación se funda
 precisamente en la incorporación del objeto a ese campo del  Lust  ya mencionado. Cuando ese objeto
se transforma en un objeto de la serie de la elección de objeto, la incursión de ese objeto en el campo
del Unlust  explica, de hecho, cualquiera sea la circunstancia que la determina –pérdida, desilusión,
etc.–, su nuevo paso a la identificación, pues ese paso lo lleva del campo del Unlust  nuevamente al
campo del  Lust.
La formulación freudiana en este punto, como es sabido, arriba a una diferenciación entre
“identificación” y “elección de objeto” en función de una lógica del ser y el tener, lógica que Lacan
usará de manera prevalente en torno al falo y el complejo de castración. En el primer caso, se
quisiera ser , por ejemplo el padre, como fuente de placer, en el segundo, tenerlo. La función de la
incorporación del objeto se revela aquí en su pureza, articulándose con la importancia de la
introyección, que culminará con la teorización del “objeto interno”, más allá del carácter bueno o
malo de este, que desempeñará un papel fundamental en los desarrollos posfreudianos. Esta forma de
lazo, tal como Freud lo dice de modo explícito, es posible con anterioridad a toda “elección de
objeto” sexual. La identificación primera, por ende, es fundante de ese  Lust-Ich, núcleo del
narcisismo, cuando los intereses del yo, como ya se dijo, se aúnan con una pulsión parcial, en este
caso la oral –a ello se debe el uso freudiano del término “incorporación”–, dando origen a la primera
de las formas preliminares del amor. En estas formas preliminares se produce un contrapunto entre,
 por un lado, la homeostasis –el principio del placer– inseparable del  Lust-Ich y, por otro, aquello
que la desborda, que la perturba –su más allá–, que es el forzamiento del principio del placer por la
 pulsión parcial.
Esta distinción entre ser el objeto (identificación) y tenerlo (elección de objeto), debe ahora
retomarse en función de su articulación con la función del Ideal y con la del falo. Freud en su texto
subraya predominantemente su articulación con el Ideal, pues describe la identificación como los
esfuerzos de un sujeto para modelar su propio yo de acuerdo con el modelo elegido. En la elección
de objeto, en cambio, la función del Ideal se observa en la idealización del objeto de amor. Freud
distingue de modo claro la separación entre este el objeto amoroso y el objeto del deseo que él llama
“sensual”. No es nueva esta diferencia en su obra, y ella remite siempre a la separación de dos
corrientes diferentes orientadas hacia el objeto incestuoso: la corriente afectuosa o tierna –donde la
 pulsión se presenta como “inhibida en su meta”– y la corriente sensual reprimida, pero preservada en
el inconsciente. Estar enamorado implica el predominio de la pulsión inhibida en su meta, por ello se
 produce la sobrevaloración del objeto, que “falsea el juicio”, vale decir, la idealización. En este
caso, el objeto recibe el mismo tratamiento que el yo, incluso es obvio en más de una forma de
elección amorosa hasta qué punto el objeto se relaciona con el ideal del yo, del cual no es más que
un sustituto. La libido narcisista fluye pues hacia ese objeto que adquiere entonces su carácter 
altamente idealizado. Aquí, tener el objeto, se enmarca también dentro del narcisismo y por lo tanto
se encuentra, aun como objeto, dentro de ese campo del  Lust  que definió Lacan. El yo, en tanto que él
mismo objeto libidinal, cede entonces una parte de su carga al objeto elegido, el cual pasa a
representarlo. Freud en este punto concluirá que lo realmente decisivo para determinar la elección de
uno u otro camino es si el objeto es colocado en lugar del yo o del Ideal del yo.
Esta función del Ideal es a menudo confundida con la función del falo, incluso a partir de ciertos
desarrollos de Lacan. Conviene pues diferenciarlas, en primer término, a partir del texto freudiano y,
 posteriormente, cuando se examinen en detalle las conceptualizaciones de Lacan al respecto.
En Freud, es evidente que este problema se sitúa en relación con la elección de objeto y no en
relación con la serie pulsional parcial. Esta elección culmina en la posición sexual, femenina o
masculina, del sujeto, que se define a partir de 1923 en relación con el falo. Heterosexualidad y
homosexualidad se sitúan pues fundamentalmente en relación con el falo, sin desconocer las
articulaciones que este pueda a su vez tener con las pulsiones parciales, a las cuales se supone
totaliza bajo su primacía. Por esta razón Freud hace referencia explícita a la homosexualidad
masculina como ejemplo de la identificación como efecto de la regresión de un vínculo de amor 
objetal. En esta forma de génesis de la homosexualidad masculina, que Freud considera como la más
frecuente en su experiencia, existe primeramente una carga objetal intensa de la madre a la que el
sujeto se encuentra fijado. Cuando al llegar la pubertad debe sustituir a la madre por un nuevo objeto
sexual, no puede renunciar a ella. En lugar de producirse la sustitución del objeto y el mantenimiento
de la catexia objetal, se produce una identificación con el objeto original, vale decir, se identifica
con la madre y busca como objeto sexual a quienes puedan representar a su yo, con los que reproduce
la actitud materna hacia él. Aquí se produce una renuncia al objeto, se lo pierde, y la identificación – 
la introyección de este en el yo– permite a la vez su conservación. Obviamente, este esquema está
 presente desde mucho antes en la obra freudiana, desde el análisis de Leonardo hasta las
descripciones de la melancolía y el duelo, por ejemplo.
Sin embargo, debe tenerse presente que esta génesis de la homosexualidad no es equivalente a la
elección homosexual a la que alude Freud cuando introduce la serie de la elección de objeto en el
caso Schreber. En este texto, la homosexualidad se ubica en el camino que lleva del autoerotismo a la
elección de objeto. Sucede a la elección del propio cuerpo –narcisismo– en el que Freud señala la
importancia del papel que ya parecen desempeñar los genitales. Esto conduce a la elección de un
 primer objeto ajeno en la medida en que este tiene genitales semejantes a los propios. Así, el camino
de la heterosexualidad pasa necesariamente por una fase de elección homosexual de objeto. (26)
La elección homosexual no es aquí producto de la identificación con el objeto perdido, sino
 producto de la preeminencia de lo que aún Freud llama los genitales en lo que hace a la dimensión
narcisista del cuerpo en la serie de la elección de objeto. Es de entrada catexia objetal, fundada
efectivamente en la elección del semejante sexuado como heredero del propio narcisismo del yo.
Si en el primer caso el objeto se pierde por la imposibilidad del sujeto de renunciar a él y
culmina en su mantenimiento a través de la identificación; en el segundo, en cambio, es la identidad
discernida entre el objeto y el yo narcisista lo que permite que el sujeto elija un objeto. Es decir, cae
dentro de los fenómenos que se describieron en torno al enamoramiento. El joven que se identifica
con su madre rehúsa renunciar a ella como objeto primero, pero implica una elección de objeto
heterosexual, la madre, que sólo deviene elección homosexual secundariamente a la intensa fijación
al objeto materno. Cae incluso dentro de la categoría de una elección anaclítica, tal como Freud la
define en Introducción del narcisismo. Lo contrario puede decirse de la elección de objeto
homosexual que, tal como la describe Freud en 1910, es una elección narcisista de acuerdo con los
criterios posteriores.
Podemos concluir de este recorrido de Psicología de las masas... por qué Lacan inicia su
discusión de la articulación de la pulsión parcial y la transferencia con una pregunta acerca del amor 
en su relación con la transferencia. Obviamente, sitúa el amor en su relación primordial con la
identificación, señalando que la transferencia no culmina en una identificación, que a nivel del
análisis esta indica siempre una falsa terminación, pues se trata de un punto de detención, punto en el
que se revela aquello de la transferencia que no ha sido analizado. Pero rechaza también la idea de la
transferencia como un medio de rectificación realizante, que descubriría el carácter engañoso,
ilusorio, del amor. (27)
Precisamente, en el capítulo final del Seminario XI , (28) Lacan precisa que la transferencia
como cierre del inconsciente se funda en la relación narcisista mediante la cual el sujeto hace las
veces de objeto amable. La identificación es aquí la culminación de esta posición, que debe ser 
netamente diferenciada de la identificación especular, inmediata. Esta última, como ya lo plantea
Lacan desde el Seminario I  en su esquema óptico, tiene como sostén la identificación con el Ideal del
yo, permitiéndole al sujeto posicionarse como amable para el Otro. En esta dimensión se sitúa pues
la transferencia como resistencia, como engaño. La dimensión del ideal es inseparable de la
identificación amorosa, de la serie de la elección de objeto, que sin embargo vimos se presenta en
las formas llamadas pregenitales o preliminares del amor como una fusión particular de esta
dimensión idealizante con las pulsiones parciales.
Para separar ambas series, es necesario por ende, tal como lo demuestra la exposición de Lacan,
separar la dimensión del ideal y su objeto propio de la dimensión de la pulsión parcial y su objeto
 propio. Esa separación implica precisamente el establecimiento de una distancia entre el objeto de la
 pulsión parcial, que elude las totalizaciones idealizantes del objeto de amor, y el ideal del yo, que
rige precisamente esas totalizaciones, ya sean estas narcisistas o anaclíticas.
La confusión de ambas series a nivel de la teoría de la transferencia explica el porqué de
determinados impasses posfreudianos. Así, por ejemplo, Melanie Klein misma se enreda en el
laberinto de la mezcla de las series. ¿Cómo explicar si no que ella deba diferenciar dos formas de
 parcialidad y de totalidad: una, la que se funda en la oposición del objeto parte y de la persona total;
la otra, que alude a un revestimiento parcial –en el sentido de la ambivalencia amor-odio, es decir, al
surgimiento de uno de los dos contenidos, amor u odio, que crea respectivamente el objeto amado y
el objeto odiado– y a un revestimiento total en el cual la ambivalencia se centra en un único objeto,
ya sea este parcial o total en el primer sentido, al que se ama y se odia simultáneamente? Si la
 primera forma remite a la oposición entre el objeto de la pulsión parcial y el objeto del amor como
totalidad; la segunda en cambio remite a la ambivalencia amor-odio, es decir, se sitúa en el interior 
mismo del  Lust-Ich del narcisismo. Ya en esta diferenciación resulta difícil imaginar cómo logra
resolver las paradojas de la transferencia, pues esta no hace más que acentuar la no diferenciación de
las dos series. Aun cuando plantee la posición del analista como objeto en la transferencia, esta
ubicación pierde su operatividad cuando confunde el amor o el odio de transferencia –la
transferencia resistencial ya para Freud– con la función del objeto en el deseo y en la pulsión. Puede
decirse que Klein toma en su fenomenología las formas preliminares del amor, donde efectivamente
esta mezcla puede observarse, y las confunde con la pulsión parcial y el deseo inconsciente. Este
tema será desarrollado luego con más detalle, al trabajar la teorización de Melanie Klein.
La primera conclusión evidente que puede sacarse de este recorrido de los fundamentos del
objeto en la teoría freudiana es que las posibles teorizaciones del objeto en psicoanálisis hacen al
meollo mismo de la concepción de la cura psicoanalítica, a la conceptualización de la transferencia y
a la definición de su terminación. En la obra de Freud, las series se entrecruzan y se separan
alternativamente, no permitiendo así a menudo determinar su función en la cura. No es este nuestro
tema específico y por ello lo dejamos momentáneamente de lado.

1 S. Freud, Tres ensayos para una teoría sexual , ob. cit., tomo VII.
2 Ob. cit., pp. 189-210.
3 Ob. cit., pp. 202-203.
4 S. Freud, Pulsiones y destinos de pulsión, ob. cit., tomo XIV, p. 118.
5. S. Freud, Introducción del narcisismo, ob. cit., tomo XIV, p. 85.
6 S. Freud, Tres ensayos ..., ob. cit., p. 189.
7 S. Freud, Pulsiones ..., ob. cit., p. 123, n. 18.
8 Ob. cit. 124.
9 Ob. cit., p. 132.
10 Ob. cit., p. 133.
11 Ibíd.
12 Ob. cit., p. 134.
13 Ob. cit., p. 133.
14 S. Freud, Tres ensayos ..., ob. cit., p. 203, n. 22.
15 Ob. cit., p. 213.
16 K. Abraham, Psicoanálisis clínico , Buenos Aires, Hormé, 1959 y véase el capítulo “M. Klein en los senderos de
Sade”.
17 Véase el capítulo “Melanie Klein en los senderos de Sade”.
18 S. Freud, Pulsiones ..., ob. cit., p. 133.
19 S. Freud, El problema económico del masoquismo , ob. cit., tomo XIX, pp. 161-175.
20 J. Lacan, El Seminario , Libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del  psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós,
1986, p. 182.
21 Ob. cit., p. 199.
22 Ob. cit., p. 248.
23 Ibíd.
24 Ibíd.
25 S. Freud, Psicología de las masas y análisis del yo , ob. cit., tomo XVIII.
26 S. Freud, Sobre un caso de paran oia descrito autobiográficamente, ob. cit., tomo XII.
27 J. Lacan, El Seminario , Libro XI, ob. cit., pp. 150-151.
28 Ob. cit., cap. XX.
MELANIE KLEIN EN LOS SENDEROS DE SADE

Es imposible separar el concepto de objeto del conjunto de la obra de Melanie Klein, dado que
este es una de sus claves; pero, asimismo, es una clave que puede impedir una evaluación más
 precisa al no ser examinada detenidamente y en su articulación con una serie de conceptos que le son
solidarios.
En primer término, puede decirse que definir la obra de Klein como una teoría de la relación de
objeto a secas es ya una primera imprecisión, cuyas consecuencias se miden en el empobrecimiento
en el que esta cae cuando es definida así. Podría con igual justicia denominársela una teoría de la
angustia o una teoría de la función de la pérdida en psicoanálisis o una teoría de la pulsión de muerte.
En todo caso, algo resulta evidente, especialmente en sus primeros artículos, Klein piensa a
 partir de los textos freudianos más tardíos:  Más allá del principio del placer , El yo y el ello,
nhibición, síntoma y angustia, Malestar en la cultura, para mencionar algunos ejemplos. Son muy
escasas sus referencias por ejemplo a  Pulsiones y sus destinos o incluso a la Traumdeutung. Puede
 pensarse por lo tanto que sus desarrollos se apoyan fundamentalmente en la obra freudiana que se
inicia con el gran corte de 1920, aun cuando este apoyo la lleve a conclusiones sumamente diferentes
a las de la escuela de la ego-psychology norteamericana.
Es importante ubicar de este modo a grandes rasgos la teoría kleiniana, en la medida en que esta,
al menos en el medio psicoanalítico de habla castellana, es por lo general definida básicamente en
función de la pseudopolémica entre la existencia primera del objeto y lo que serían las posiciones
“anobjetales” de Freud, al referirse este al narcisismo primario por ejemplo. Si hablamos de
 pseudopolémica es precisamente porque, en función de lo expuesto anteriormente en el examen del
concepto de objeto en Freud, creemos que de ahí se desprende claramente la confusión conceptual
entre las diferentes series freudianas que generó esa polémica. Resulta claro, por ende, que el eje del
 problema reside en percatarse de que la forma fundamental del objeto en Freud es el objeto perdido
del deseo. A partir de este concepto de objeto, lógicamente primero como se ha dicho
insistentemente, la discusión en torno a la existencia o inexistencia de “las relaciones objetales
 precoces” es una discusión que carece de sentido. Por ello, se torna harto claro que Melanie Klein se
internó en la investigación de ese objeto, pero también queda claro que al perder la articulación
diferenciada de las series, equivocó ella también el camino. ¿Cuál fue la fuente de su error? Por un
lado, efectivamente, en ella las series se entremezclan, tal como efectivamente ocurre en la
fenomenología de la experiencia, a ello se debe la riqueza de sus descripciones, lo que Lacan en
algún lado llama “su genio” en la exploración de los fantasmas infantiles. Por otro, el objeto perdido
del deseo, inseparable se ha visto de la experiencia primera de satisfacción, que es una referencia
rinceps en su obra, la lleva, de modo necesario, a centrarse progresivamente en la función del
duelo, que culmina con su teorización, laboriosa debe reconocerse, de la posición depresiva. Llega a
ella pues su mismo “genio” la lleva a no diferenciar la pérdida en su acontecer fenoménico de la
 pérdida estructural.
A mi parecer, Klein tuvo a su vez en Lacan un lector “genial”, lector que en la época primera del
estadio del espejo, guiado por su mano, inició la exploración de una de las dimensiones del objeto,
la imaginaria. Pero “genial” pues fue capaz, a partir de su lectura, de definir los impasses y, no
olvidemos, de establecer asimismo las ganancias, del camino por ella recorrido. De esta manera, no
 puede leerse la declaración de Lacan con que se abre el Seminario IV , “La relación de objeto”, sino
sobre el telón de fondo de esa lectura. La primera lección del Seminario señala, precisamente, que la
clave del problema del objeto en psicoanálisis es la falta de objeto. (1) Esta falta de objeto remite al
modo particular en que Lacan retoma el objeto perdido del deseo freudiano, precisando la naturaleza
de esa pérdida, diferenciándola del duelo, al que veremos luego redefinirá; operación que le es
 posible en la medida misma en que percibe que siguiendo el camino de la pérdida de objeto como
experiencia Klein extravió su andar. Este recorrido de Lacan será retomado con sumo detalle en
capítulos posteriores. (2)

ABRAHAM Y EL AMOR A OBJETOS

Esta preeminencia acordada a la pérdida de objeto como experiencia exige en primera instancia
un examen del enfoque de Abraham al respecto. Klein ha reconocido a menudo su deuda teórica y
 personal con Karl Abraham, deuda que remite fundamentalmente a uno de sus trabajos que tuvo un
efecto decisivo sobre el futuro de las teorías de la relación de objeto en general, no sólo sobre la de
Melanie Klein. Me refiero a su famoso artículo de 1924, “Un breve estudio de la evolución de la
libido, considerada a la luz de los trastornos mentales”. (3) En este artículo encontramos una parte
importante del andamiaje a partir del cual se construyen las conceptualizaciones kleinianas.
En este texto –como lo hemos subrayado, es dos años anterior al reordenamiento fundamental de
la psicopatología freudiana presente en Inhibición, síntoma y angustia, que es de 1926 y que
Abraham no conoció debido a su prematura muerte– aparecen ordenadas de una manera particular las
dos series freudianas del objeto, pues las etapas de la organización libidinal son correlacionadas con
las etapas de lo que el autor llama etapas del “amor objetal”, punto en el que hay que recordar que
Freud prefirió referirse a la segunda casi siempre con la expresión “elección de objeto”. (4) En el
espacio que queda delimitado entre ambas expresiones se ubica precisamente la hiancia en la que
quedará presa de entrada toda teoría de la “relación de objeto”. ¿Por qué? Obviamente, la diferencia
no reside en el apoyo que esta serie tiene en Abraham en el narcisismo, sino en cinco puntos
fundamentales que detallamos a continuación:

1. El autoerotismo es definido como anobjetal y preambivalente. Ya se examinó la articulación


freudiana acerca de la supuesta “anobjetalidad” del autoerotismo y la particular relación que
existe entre el autoerotismo y el objeto del deseo, por un lado y, por otro, esta formulación entra
en flagrante contradicción con las propiedades mismas de la pulsión parcial, en tanto que el
autoerotismo es una de esas propiedades, intrínsecas, constitutivas de la pulsión. También lo es
la ambivalencia concebida en su dimensión de transformación en lo contrario en el sentido
activo-pasivo. Basta con tomar como punto de referencia Tres ensayos... o Pulsiones y sus
destinos.
2. El narcisismo es caracterizado a través de la incorporación parcial del objeto, alejándose así
de las consideraciones freudianas al respecto. Incluso el término “incorporación parcial” es un
término creado y usado en su sentido más específico por Abraham mismo.
3. Cada una de las etapas libidinales clásicas es separada en dos de una manera que, tal como
Freud mismo lo reconoce, fue introducida por Abraham.
4. Ambas series son clasificadas de acuerdo a su relación con la ambivalencia. Esto puede
considerarse correcto siempre y cuando se diferencie la ambivalencia pasivo-activo propia de
las pulsiones parciales de la ambivalencia amor-odio propia del yo narcisista. En el texto de
Abraham y, aun más, en la interpretación que se realizó de él. La ambivalencia amor-odio es
directamente considerada como la ambivalencia de las pulsiones parciales o bien como la
traducción directa del par Eros-Tánatos.
5. En este punto se hace patente que la oposición parcial-total ha adquirido un nuevo sentido en
la obra de Abraham, pues Freud no habla de “amor parcial”. Debe tenerse presente que la serie
freudiana de la “elección de objeto” progresa desde el autoerotismo, al narcisismo y de este a la
elección homosexual para culminar en la elección de objeto heterosexual. En el cuadro diseñado
 por Abraham el progreso es muy otro, a más del cambio en la definición misma de narcisismo,
 pues nos encontramos con una etapa de “amor parcial con incorporación”, luego una de “amor 
 parcial”, seguida por dos etapas “objetales”: “el amor objetal con exclusión de los genitales” y
el “amor objetal cuya obtención coincide con la “etapa genital final” y con una supuesta, aunque
 poco freudiana, “postambivalencia”. Es evidente que las formas de “amor preliminar” de Freud,
formas en que las pulsiones parciales y el narcisismo se articulaban, caen de aquí en más en el
olvido.

Podría decirse que en estos puntos se resumen las permanentes confusiones posfreudianas, de las
cuales Melanie Klein misma es tributaria. Sin embargo, antes de retomar su pensamiento, conviene
volver al enfoque abrahamiano de la dupla parcial-total.
Tal como ya se adelantó, esta dupla se presenta bajo dos formas: la incorporación parcial del
objeto y el amor parcial.
La incorporación parcial del objeto es claramente descripta como una meta pulsional en sí, “[…]
morder y engullir una parte de él [el objeto amoroso] y luego identificarse con ella. […] la madre
estaba representada tan sólo por una parte de su cuerpo, a saber, sus pechos”. (5) Este “impulso a la
incorporación parcial del objeto” (6) es interpretado por Abraham como un descuido por el objeto.
De acuerdo con esta interpretación la pulsión parcial misma en su originalidad en la obra freudiana,
queda anulada y sustituida por ese “moralismo genital” que Lacan criticó tantas veces con justa
razón. El carácter intrínsecamente perverso polimorfo de las pulsiones parciales queda reducido a un
déficit madurativo, a una falla en una evolución cuyo modelo explícito es la embriología. Casi podría
compararse esta interpretación de las fases libidinales y de la elección de objeto con una “filosofía
de la naturaleza” que elimina, de modo en mi opinión tan nefasto como el de Jung, la originalidad de
ese “malestar en la cultura” para el cual Freud no encuentra solución alguna. En este sentido, su
efecto, al igual que el de la teoría junguiana –aunque por otras razones–, es oscurantista.
El amor parcial es definido, precisamente, en función de la meta recién esbozada: por un lado, es
ambivalente y, por otro, implica una desconsideración hacia lo que Abraham denomina “los intereses
de su objeto […] y [por lo tanto] el individuo está lejos de reconocer la existencia de otro individuo
como tal y de ‘amarlo’ en su totalidad, sea en sentido físico o psíquico”. (7)
Como puede observarse la dupla parcial-total se aplica físicamente al cuerpo del otro o bien
 psíquicamente al revestimiento libidinal narcisista, ambivalente en cuanto tal y a la incapacidad de
estatuir al otro como “persona” o como “individuo”. De aquí a la interpretación de estas
características como producto de una inmadurez perceptiva media un paso muy pequeño, paso que
Abraham obviamente da, y que dieron luego siguiendo sus huellas innumerables analistas. La
originalidad del proceso primario, la inadecuación fundamental del apando psíquico que Freud ya
enfatiza desde el Proyecto...  quedan así dejados de lado y el psicoanálisis se interna en el camino
trillado de una psicología evolutiva, de una teoría del conocimiento banalizada, que culmina en una
concepción del inconsciente como fuente de una ilusión “irreal” que cierra al sujeto su acceso a la
realidad objetiva del mundo, realidad cuya prueba ya no es el re-encuentro del objeto, sino su
construcción cognitiva. Las facultades tradicionales de las psicologías recuperan en este contexto su
lugar y el inconsciente, el deseo, las pulsiones devienen tan sólo “formas primitivas” que el adulto
supera gracias a ellas.
Abraham culmina de este modo en la noción de un “amor realista”, sinónimo en este caso de
“objetal”, aun cuando Freud haya reiterado siempre el carácter narcisista del amor. Esta noción del
amor es asimismo un retorno ingenuo y optimista a un concepto de realidad prefreudiano, en el que su
autor desconoce la acción y la presencia de la función del Ideal, tal como Freud mismo la describe
en Psicología de las masas... Se desdibujan de este modo las aristas freudianas del problema y este
texto deviene el punto de referencia obligado de muchos analistas a través de su difusión por otros
autores. Es así como no puede extrañar que, al menos en el medio psicoanalítico de nuestra lengua,
uno se tope con muchos analistas que creen que el cuadro de Abraham al que nos hemos referido,
nació de la pluma de Freud...
Asimismo, en ese texto, Abraham hace un análisis detallado de la melancolía, examinando varios
casos que no se ajustan exactamente a su definición semiológica clásica y que a partir de su
descripción parecen más bien neurosis diversas en estados de depresión, no registrándose al parecer 
estructuras psicóticas  stricto sensu. Aquí encontramos una de las fuentes de la importancia de la
depresión en los trabajos de Klein y también los esbozos de la pérdida de la delimitación de las
estructuras freudianas de las neurosis y las psicosis. Por esta vía, mucho antes del nacimiento de la
“neurociencia”, se prepara el terreno de la emergencia de la “depresión” como la gran enfermedad
de la segunda mitad del siglo, la cual va desplazando y reemplazando insensiblemente todas las
formas de las neurosis de transferencia freudianas. La depresión se vuelve el “mal del siglo” y la
histeria comienza a caer en el olvido.
Retornemos ahora a los aportes kleinianos, pues más allá de su filiación en parte abrahamiana,
ellos también son freudianos, y llegan mucho más lejos que los planteos de Abraham.

ESTRUCTURA Y EVOLUCIONISMO EN MELANIE KLEIN

La lectura de los textos kleinianos permite deslindar una tensión particular que los caracteriza,
que se modula de diferentes modos y alcanza equilibrios diversos según la época en que fueron
escritos; una tensión que podemos formular en una primera aproximación como ocasionada por el uso
 permanente de dos marcos referenciales heterogéneos. Por un lado, encontramos un marco –que es el
habitualmente aceptado en relación con sus conceptos por sus seguidores y sus comentaristas– 
genético-evolutivo. Por otro, encontramos lo que prefiero calificar como un marco “estructural” de
sus conceptos, que habitualmente queda encubierto por el primero. Podría resumirse esta tensión
como una oscilación entre el concepto de fase, de estadio y el concepto de posición. Es este segundo
marco el que le permite a Lacan introducir, de manera sumamente particular, en su elaboración del
estadio del espejo la función de las posiciones kleinianas.
A su vez, ambos se mezclan, se funden, se diferencian, en el contexto de una escritura muy
fenomenológica, escritura donde la rica descripción de los fantasmas del niño pequeño es de manera
casi inmediata transformada en una conceptualización. Precisamente, es por ello que esta tensión
tiene una solución dudosa en la antedatación en la que culmina su teorización, antedatación que es el
 punto en el que ambos marcos convergen de manera contradictoria. Lacan operará sobre esta difícil
tensión una serie de diferenciaciones conceptuales que culminarán en la producción del objeto a
como real. Creo que es imposible desconocer, en lo que a este punto respecta, que, de todos sus
discípulos, fue Wilfred Bion quien vio con mayor precisión la dimensión estructural de las
 posiciones y quien intentó desarrollarla. (8)
Los hallazgos de su libro inicial  El psicoanálisis de niños (9) se caracterizan por la riqueza de
sus descripciones, por el desorden mismo que ellas introducen en relación con el ordenamiento
cronológico de las fases que realiza Abraham e incluso de aquellas que parecen poder deducirse de
la misma obra de Freud. Entra así en contradicción con todos los planteos “clásicos” de las fases
libidinales, las invierte tanto en su encadenamiento mutuo como en su desarrollo temporal. Las fases
en su descripción coexisten, oscilan, se intercambian entre sí, se desplazan unas a otras, se alían,
entran en conflicto. El desorden lo inunda todo, arrasando con todos los esquemas habituales y
conmoviendo profundamente el mundo psicoanalítico. Con sus primeros trabajos podemos decir que
esta dimensión caótica, desordenada, prima sobre los esfuerzos conceptuales y aparece
 predominantemente un mundo infantil que, si bien confirma los descubrimientos de Tres ensayos..., al
mismo tiempo los subvierte. Es bien conocida la conmoción que produjeron sus esfuerzos de teorizar 
su experiencia: el Edipo y el superyó tempranos, la importancia de los “fantasmas inconscientes”, la
coexistencia inicial de todas las pulsiones, incluyendo la fálica, para mencionar sólo algunas de sus
teorías, fueron quizás el mayor escándalo del medio analítico antes del que culminó con la
excomunión de Lacan. Se sabe, también, que Melanie Klein misma escapó por estrecho margen a tal
destino.

EL CONCEPTO DE POSICIÓN

Sin embargo, es necesario explorar primero el menos conocido de estos dos marcos, el
estructural, y por lo tanto las dos posiciones, la esquizo-paranoide y la depresiva. Comencemos con
el concepto mismo de posición, tomando como punto de referencia “Algunas conclusiones teóricas
sobre la vida emocional del lactante”, artículo en el que realiza una presentación detallada de su
teoría, que es quizá la más sistemática que escribió. (10) Quiero aclarar que no es mi intención
historiar el desarrollo de sus conceptos y es por ello que elegí el artículo recién mencionado.
Partamos pues de qué define una posición desde la óptica kleiniana. En primer término aparece
como un concepto destinado a diferenciarse del concepto tradicional de fase o etapa y la cronología
que habitualmente se asocia a él. Las posiciones actúan a lo largo de toda la vida de un sujeto, y
desde esta perspectiva no pueden calificarse ni como infantiles ni como adultas. Lo esencial en el
concepto de posición es la forma particular en que se articulan en ella cuatro elementos: a) el tipo de
angustia; b) el tipo de relaciones objétales; c) la estructura del yo, y d) las defensas específicas en
relación con a, b y c. Puede apreciarse que se trata de una organización de elementos sincrónica y
que no depende en su articulación misma de diacronía alguna. Se trata de una combinatoria de estos
elementos, combinatoria que determina el cariz específico de los fantasmas del sujeto, dado que un
mismo fantasma sufre un procesamiento peculiar al ubicarse en relación con uno u otra de las dos
 posiciones fundamentales. Las posiciones se presentan entonces como el gran organizador de la vida
 psíquica, como su brújula fundamental.
Esto nos remite a nuestro comentario inicial, pues queda claro que para Klein lo fundante es
 precisamente la articulación de estos elementos y no la existencia única de cada uno de ellos por 
separado. Si tomásemos a estos elementos uno a uno, efectivamente, la teoría kleiniana podría ser 
caracterizada como una teoría de la angustia o una teoría de la relación de objeto o una teoría del yo
temprano y sus defensas, ninguna de estas definiciones basta por sí sola para definir el aporte de
Klein, pues su aporte es precisamente la articulación original de estas tres dimensiones de la teoría y
la experiencia psicoanalíticas.
Volviendo a Melanie Klein, cabe indicar que el concepto de posición entraña una redefinición de
cada uno de los cuatro elementos que lo constituyen, si tomamos como punto de referencia la obra
freudiana. Antes de examinarlos, es conveniente definir ambas posiciones en su especificidad.

 La posición esquizo-paranoide

La posición esquizo-paranoide, llamada primero por Klein paranoide a secas, es luego


articulada con las descripciones de la fase esquizoide de Fairbairn. El cambio de denominación
reúne en un único término el tipo de angustia –paranoide o persecutoria– y la defensa fundamental en
uego –la disociación– que caracterizan a esta posición. El tercer elemento, la relación de objeto, se
caracteriza por lo que denomina “deseo voraz de ilimitada gratificación” . (11) El fundamento de este
 punto, y de este fundamento se deducen asimismo los otros dos, es la experiencia primera de
satisfacción de Freud, la misma que fue discutida en el capítulo “El deseo freudiano y su objeto”.
Podría decirse incluso que las dos experiencias fundamentales de la satisfacción y la de dolor,
fundan la estructura misma de las posiciones.
Pero, si se recuerda la descripción freudiana del juicio, Klein toma la dimensión asimilable por 
el sujeto de esa experiencia, eso que Freud define como atributo. Las posiciones pueden, por ende,
ser descriptas como dos modos de la atribución, modos en los que la significación de los objetos en
tanto que “buenos” y “malos” se modifica, en el paso de una a la otra. De este modo, bueno y malo en
la posición esquizo-paranoide significan según Klein un objeto “totalmente gratificador” o un objeto
“que es un perseguidor terrible”. (12) Como puede apreciarse, Klein bautiza de un modo nuevo
aquello que Freud llamaba objeto mnemónico desiderativo y objeto mnemónico hostil.
Klein al referirse al objeto “bueno” señala que este se confunde con un objeto, pecho ideal, que
el sujeto reactiva alucinatoriamente en su interior. Le adjudica a este pecho ideal la cualidad de
inagotable, cualidad que satisface ese matiz particular del deseo que Klein califica como voracidad.
Este pecho idealizado es el corolario necesario del pecho perseguidor. En este punto, Klein
introduce una función de la idealización que le es absolutamente personal: “[…] la idealización
deriva de la necesidad de protección contra los objetos perseguidores, es un medio de defensa contra
la angustia”. (13)
Obviamente, no puede menos que llamar la atención que esta “defensa” no sea correlacionada
con el narcisismo, tal como lo hace Freud en  Psicología de las masas... Sin embargo, todo lo que
sigue se adecua a los caracteres que Freud da al yo y a su narcisismo. Al tomar como ejemplo la
alucinación desiderativa, gratificante al menos durante cierto tiempo, con el fin de comprender el
 proceso que lleva a la idealización, introduce tres mecanismos que al conjugarse producen el pecho
ideal que es alucinado: el control omnipotente, la negación y la disociación. Puede decirse que los
dos primeros tienen una neta raigambre freudiana –incluso son articulados por Freud mismo con el
narcisismo–, mientras que el último forma parte del patrimonio kleiniano, desempeñando en él un
 papel decisivo. El control omnipotente es control del objeto, interno y externo, fundado en que “el yo
asume la posesión total de ambos pechos, externo e interno”. (14) Para que la alucinación sea
 posible el pecho perseguidor (que también en un sentido es ideal) debe ser tajantemente separado del
 pecho bueno ideal, o sea que esta separación es producto de un clivaje que lleva a la disociación del
objeto. Esta disociación es inseparable de la negación, que “en su forma extrema –tal como la
hallamos en la gratificación alucinatoria– llega al aniquilamiento de cualquier objeto o situación
frustrantes”. (15)
Coherente en este punto con la conceptualización freudiana de  Psicología de las masas...,
considera que este pecho ideal forma el núcleo del superyó en su dimensión protectora y benigna y,
en tanto tal, la idealización puede ser comprendida como defensa contra la angustia. A ello
volveremos luego al examinar su concepto de angustia. El carácter unificador e integrador de esta
defensa se debe a que ella es la expresión misma del Eros. La perturbación en cambio proviene de
Tánatos, idéntico a la agresión, y este produce la desunificación, la desintegración del sujeto. Así,
“la tendencia del yo a integrarse puede ser considerada como una expresión del instinto de vida”.
(16) Esta tendencia a la integración bajo el signo del Eros ocupa en su teoría el lugar que ocupa el
concepto freudiano de narcisismo, el cual se vuelve simplemente una parte del Eros. Si bien es cierto
que puede desprenderse de la lectura de  Pulsiones... o de Más allá... una lectura como esta, tampoco
se puede olvidar que Freud retoma a menudo sus formulaciones de modo matizado, y que en ningún
momento anuló la distinción que había establecido entre las pulsiones parciales y el narcisismo. Es
verdad que ambas se sitúan bajo la insignia del Eros, pero también es verdad que el establecimiento
del par pulsional Eros-Tánatos no puede ser equiparado, sin más, a la desaparición de la articulación
del narcisismo con la serie de la “elección de objeto”, con el amor y con la identificación, con la
reducción de este a su mera conceptualización económica de reservorio libidinal.
Pasemos a caracterizar en detalle la noción de angustia persecutoria en el marco de esta
 posición. Prácticamente ella inaugura el artículo que hemos tomado como punto de referencia, y más
vale citar su definición que intentar parafrasearla: “[…] la acción interna del instinto de muerte
 produce el temor al aniquilamiento y esta es la causa primaria de la angustia persecutoria. […] Por 
lo tanto, la angustia persecutoria entra desde un principio en la relación del lactante con losobjetos,
en la medida en que está expuesto a privaciones”. (17) Es evidente, a partir de esta definición, donde
ningún término puede considerarse azaroso, que un primer matiz que asombra es la definición de la
angustia como temor y, más específicamente, como temor al aniquilamiento. De entrada la angustia se
enmarca en una teoría de la “expresión” del instinto y no en el marco del afecto como forma del
recuerdo. El Tánatos, por acción propia, surge como fuente de un temor al aniquilamiento para el “yo
 precoz”, yo que, por el momento, parece acercarse más que nada al “yo-realidad” freudiano.
Sin embargo, es importante señalar que esta acción de Tánatos interfiere desde el comienzo en la
relación con los objetos, en la medida en que el sujeto se ve expuesto en esa relación a determinadas
 privaciones. Obsérvese pues que la dialéctica primera es una dialéctica de lo interno y de lo externo,
de lo innato y de lo ambiental: el objeto hace su entrada como representante del mundo exterior, a
través de la posibilidad misma de privar al sujeto, es decir, de frustrarlo o bien de gratificarlo. No es
raro entonces que, a partir de una definición de la angustia persecutoria como la que citamos, se
concluya necesariamente en una inclusión del objeto, operando bajo la forma frustración-
gratificación. ¿Por qué? Porque el dato primero es el quantum instintivo, sin duda innato, y de allí en
más el mundo humano desempeña un papel únicamente como moderador o amplificador de ese
quantum. Aunque Klein hable con frecuencia de la “interacción” entre estos dos componentes –el
interno y el externo–, cuando debe decidir hacia cual de ellos inclinar el fiel de la balanza en la
determinación de la “elección de neurosis” –término que sí retiene– su elección recae de manera
reiterada sobre el factor instintivo interno, sobre el predominio del quantum innato de Eros o
Tánatos en cada sujeto. En todo caso, la verdadera “interacción” se produce entre Eros y Tánatos,
más que entre mundo externo e interno.
Este yo precoz, por ende, es prisionero del ello, fórmula que en efecto puede deducirse de cierta
lectura de El yo y el ello. La precocidad de su funcionamiento conduce, es cierto, a conclusiones
harto diferentes que las de Anna Freud y los teóricos de la ego-psychology. Klein enfatiza la
dimensión de las funciones fantasmáticas, ilusorias, en las que el yo se ve atrapado por acción del
 par pulsional fundamental, pero lo hace en desmedro de las funciones “realistas” de ese mismo yo.
La realidad debe ser conquistada, no está ganada de antemano, y la desadaptación es el rasgo
distintivo de este yo prisionero. En este sentido, el yo-realidad cede rápidamente su puesto a un yo
del placer, pero aun más a un yo acorralado por la pulsión de muerte, cuyo temor está definido de
modo neto, es temor al aniquilamiento. Luego, se discutirá, en el marco general de su teoría de la
angustia su relación con la formulación de la muerte en Freud. Pero, desde el ángulo que ahora
interesa, vale la pena subrayar esta función de la muerte como soberana, como motor primero del
sujeto. En Klein, el efecto de división del sujeto se presenta tan sólo bajo la forma de la disociación
del yo, pero este es un yo, si se nos permite, “subjetivado”, no por el significante, sino por el par 
 pulsional fundamental. Tánatos y Eros forman un dúo S1 - S2 que determinará, si nos permitimos un
cierto uso de los matemas de Lacan, que la “elección de la neurosis” se determine en función de cuál
de ellos desempeña el papel de S1 y cuál el papel de S2. Pero, al captar a este sujeto como yo
siempre dividido por el par pulsional, división que determina a su vez la división permanente del
objeto en bueno idealizado y malo persecutorio, vemos surgir a nivel del narcisismo de  Introducción
del narcisismo los elementos mismos que Lacan tomará, unidos a otros, para construir el estadio del
espejo como paradigma de lo imaginario y de la relación dual. La posición esquizo-paranoide, por lo
tanto, implica como básica la disociación en la medida en que esta suple en la teoría kleiniana a la
división del sujeto por el significante, a la operación que en el Seminario XI  Lacan denominará
alienación. Conviene recordar, empero, que “alienación” es también el término, tomado de Hegel,
con que Lacan se refiere al fundamento mismo del estadio del espejo. Aquí, el par de semejantes
especular, se vuelve un cuarteto, pues cada miembro del par sufre a su vez un desdoblamiento: yo
idealizado-yo perseguidor; objeto idealizado-objeto persecutorio. Es ameno reproducir con este
cuarteto el esquema Lambda de Lacan u observar cómo el desdoblamiento de estos términos se
encuentra presente en el esquema Rho al separarse allí el i, m, a y a’ , o cómo se conjugan en el grafo
del deseo bajo la forma i(a) e i’(a’).
Puede deducirse que el destino del yo y el del objeto son totalmente solidarios en Klein y que
esta solidaridad es producto de la determinación que sufren ambos por parte del par pulsional, en el
que, hablando estrictamente, el S1 es representado esencialmente por Tánatos como la fuente misma
de la angustia y el S2 por Eros como fuente del amor. Este predominio de Tánatos queda claramente
expresado en la inclusión del término “paranoide” que caracteriza, unido al de disociación, a esta
 posición.
Lacan señala explícitamente, en el año 1966, en la presentación de sus primeros trabajos titulada
“De nuestros antecedentes”, que este es el aspecto de Melanie Klein que lo impactó
fundamentalmente y que contribuyó de manera sustancial a su creación del estadio del espejo: “Pues
no omitamos lo que nuestro concepto [el del estadio del espejo] conlleva de la experiencia analítica
del fantasma, esas imágenes llamadas parciales, las únicas que merecen ser referidas a un arcaísmo
 primero, que reunimos bajo el título de imágenes del cuerpo despedazado y que se confirman por el
aserto, en la fenomenología de la experiencia kleiniana, de los fantasmas de la fase llamada
 paranoide.[…] la imagen cubre empero […] la rivalidad que prevalece, totalitaria, debido a que el
semejante se le impone en una fascinación dual: es el uno o el otro, es el retorno depresivo de la fase
segunda en Melanie Klein; es la figura del asesinato hegeliano”. (18) Y en “La agresividad en
 psicoanálisis” elogiará a Klein por, en su exploración del niño, “en el límite mismo de la aparición
del lenguaje, haber osado proyectar la experiencia subjetiva en ese período anterior”. (19)
Resulta obvio, aunque Lacan use el término de fase, que considera que las dos posiciones
kleinianas dan la clave del movimiento mismo de la relación dual del estadio del espejo, que se
define así como una oscilación entre ambas. La referencia a Hegel no es gratuita, pues apunta a
enfatizar la función de la subjetividad en el ser humano, función que Klein a su modo incluye,
 precisamente, a través del despliegue de ese mundo interno, mundo de fantasías que invaden la
realidad, haciendo del problema del objeto en psicoanálisis un problema solidario del de la
subjetividad, en las antípodas de la posición “objetivizante” de la ego-psychology, la teoría
kleiniana hace referencia al objeto como fundamentalmente humano, como producto de una dialéctica
cuyo parentesco Lacan logró establecer con la del amo y el esclavo, en una de sus tantas
conjunciones, tan inesperadas como fructíferas y que le son originales. La función del “asesinato
hegeliano” que retorna en la posición depresiva, indica la dimensión de reconciliación frente a la
negatividad –la pulsión de muerte para Klein– que sólo la asunción de la culpa y la reparación
 posterior podrán lograr. Casi podría compararse el tan criticado maniqueísmo moral de Klein con la
 posición del espíritu moral en la fenomenología hegeliana. Pero asimismo, si queremos continuar con
la comparación, puede decirse que en la posición esquizo-paranoide el yo y el objeto idealizado se
inclinan hacia la posición del alma bella, que desconoce su participación en el desorden del mundo
que ella aborrece.
En este marco se sitúa la definición de Klein de “las relaciones de objeto”: “La hipótesis de que
las primeras experiencias del lactante con el alimento y la presencia de la madre inician una relación
de objeto con ella es uno de los principios básicos presentados en este libro. Esta relación es
 primeramente una relación con un objeto parcial, porque las pulsiones oral-libidinales y oral-
destructivas están dirigidas desde el principio de la vida a la madre en particular”. (20) El carácter 
asertivo de esta cita indica hasta qué punto el concepto era todavía polémico y hasta qué punto
habían caído en el olvido determinados conceptos freudianos, presentes desde el principio en la obra
freudiana. Remitimos en lo que a ellos respecta a las citas y comentarios incluidos en los capítulos
 pertinentes. (21) Ya se mencionó que esta primera relación objetal culmina, vía la introyección, en la
constitución de los primeros núcleos del superyó, hipótesis coherente, se ha dicho, con las de Freud
en Psicología de las masas... Es necesario por ello articular el concepto de objeto parcial –aquí
tomado como una parte de la persona del otro– con los mecanismos de proyección e introyección de
los que es solidario y que desembocan en el surgimiento del concepto de identificación proyectiva.
Es interesante examinar este último concepto pues su aparición misma indica las dificultades que
Klein encuentra en la simetría que instaura entre introyección y proyección, y también las dificultades
que entraña su diferenciación entre mundo interno y mundo externo. En la expresión misma, vemos
cómo se unen términos que Freud mantuvo separados: identificación e introyección, identificación y
 proyección, aunque aparecen más a menudo relacionados los dos primeros que los dos segundos.
En primer término, este “mecanismo” es caracterizado como una fantasía, como un fantasma,
cuya meta es tomar posesión del objeto parcial oral. “En estas distintas fantasías, el yo se posesiona
 por proyección de un objeto externo –en primer lugar la madre– y lo transforma en una extensión de
su propio self . El objeto se transforma hasta cierto punto en representante del yo, y estos procesos
constituyen a mi entender la base de la identificación por proyección o ‘identificación proyectiva’.
[…] [ella] comenzaría simultáneamente con la voraz introyección sádico-oral del pecho.” (22) Cabe
 preguntarse entonces qué diferencia existe entre la descripción freudiana de  Psicología de las
masas... y esta identificación proyectiva. Incluso podemos preguntarnos por qué la libido de objeto
que culmina en la idealización del objeto amoroso, a la que Freud caracteriza precisamente como
implicando un trasvasamiento de las cualidades del yo hacia el objeto no basta, sino que exige el
 planteo de la identificación proyectiva.
La respuesta es explícitamente planteada por Klein en otro de sus artículos más famosos, “Notas
sobre algunos mecanismos esquizoides”, (23) donde precisa que la identificación proyectiva
establece el prototipo de una relación agresiva, cuya fuente a nivel de las pulsiones parciales anales
y uretrales subraya. Aparece pues una estrecha vinculación entre este mecanismo y las formas anales
de la pulsión, que no excluye empero que este se pueda producir también en el caso de las partes
 positivas o buenas del sujeto y no sólo en relación con las partes malas del yo. Pese a estas
aclaraciones, no se entiende demasiado bien el porqué de esta modificación terminológica, el porqué
del énfasis en un mecanismo nuevo para describir lo que Freud ya había descripto. La clave parece
residir más bien en una confusión teórica y en una incomprensión de ciertos conceptos freudianos,
especialmente del concepto de narcisismo.
Por ejemplo, Klein subraya que el uso de la identificación proyectiva excesiva de los aspectos
 positivos de la personalidad puede desembocar en un empobrecimiento del yo, debido a la pérdida y
el vaciamiento que este experimenta, deviniendo la madre u otras personas, el ideal del yo.
Consecuencia de este proceso puede ser “[…] una extrema dependencia de estos representantes
externos de las buenas partes de uno mismo. […] el temor de haber perdido la capacidad de amar 
 porque se siente que el objeto amado es amado predominantemente como parte de uno mismo”. (24)
Si leemos estas frases parecería que la articulación intrínseca entre amor y narcisismo nunca hubiese
sido formulada por Freud y vemos asomar la noción abrahamiana de una capacidad de amor objetal
“puro”, independiente de la esfera narcisista. Tenemos pues la paradoja de que Klein, por un lado,
describe de modo muy certero la dimensión del yo del placer purificado freudiano, las consecuencias
del enamoramiento y, por otro, ignora que lo está haciendo. Esta ignorancia la obliga a redescubrir 
esas formas preliminares del amor, donde el narcisismo y las pulsiones parciales se fusionan.
Redescubrimiento que si bien enriquece nuestra fenomenología, nada agrega en lo tocante a la
estructura que Freud conceptualizó, salvo su confusión con conceptos como el de “capacidad de
amor objetal” de Abraham, supuestamente posnarcisista. Creo que puede apreciarse la constante
“ensalada conceptual”, si se nos permite la expresión, en que cae Klein, al no ser capaz de percatarse
de la compleja articulación del problema del objeto en Freud y de sus dimensiones pertinentes.
El concepto de identificación proyectiva, por ende, es un concepto a mi juicio más que dudoso,
salvo en su valor descriptivo, fenomenológico. Condensa en una expresión única las dimensiones
narcisista y pulsional parcial de la relación con el objeto, caracterizando solamente de este modo su
 propia necesidad de articular su concepción del yo precoz con el par pulsional de  Más allá...
En lo que respecta al problema de la introyección, pueden observarse otros semejantes, donde
nuevamente la necesidad imperiosa de simetría se hace presente. Simetría que exige
 permanentemente la presencia del dos, del par, en función de la oposición fundante del par pulsional
Eros-Tánatos. En este contexto, si se nos permite la comparación, saltamos del dos al cuatro en tanto
que duplicación del dos, en tanto que desdoblamiento dicotómico del dos, pero no encontramos
 presente la serie ni la inclusión de lo simbólico que permitiría escapar a la dualidad.
En el mismo artículo que se acaba de citar, se alude a la introyección, considerándola, en tanto
que introyección del pecho bueno, como una precondición del desarrollo normal. Klein retoma allí la
relación entre el pecho bueno introyectado y la idealización, señalando que este se vuelve un refugio
del sujeto frente a la angustia paranoide. Surge entonces una perturbación propia de la identificación
introyectiva, que aparece como una defensa ante la persecución cuando se trata del objeto bueno, y
que culmina en una nueva fenomenología de la patología del yo, caracterizada por la no asimilación
del objeto en el yo, rechazo a la asimilación que no es tan sólo patrimonio del objeto malo. Se genera
así una nueva situación: el objeto bueno idealizado no asimilado, deviene una nueva forma del
 perseguidor. En la medida en que esto sucede el yo se encuentra en una posición de subordinación
respecto al objeto ideal, perturbándose su desarrollo y, consecuentemente, las relaciones de objeto.
El yo cae en una situación de desvalorización muy marcada y “no tiene ni vida ni valor propio”. (25)
Queda claro, además, que ambas operaciones, introyección y proyección, están asociadas con las
fantasías, que aunque Klein denomine inconscientes, se sitúan en realidad en el circuito que Lacan
delimita en el esquema Lambda como a-a’ , vale decir, en el circuito de la dualidad imaginaria yo-yo
ideal. Esta ubicación es coherente con la implícita, aunque ignorada, referencia al narcisismo que
caracteriza la obra kleiniana.
Puede observarse que volvemos a la dimensión del “tener” y resulta obvio que Klein parece
olvidar la diferencia freudiana entre el “ser” y el “tener”. Toma el ser en la dimensión del par 
 pulsional fundamental, el sujeto según sea fundamentalmente malo (por exceso innato de Tánatos) o
fundamentalmente bueno (por exceso innato de Eros) tendrá objetos fundamentalmente malos o
 buenos. El ser determina pues el tener a partir de una determinación instintiva, cuya posibilidad de
modificación en análisis resulta difícil de entender. Esto nos lleva entonces a la segunda de las
 posiciones, la posición depresiva, la cual permite teóricamente la superación de la posición esquizo-
 paranoide.

 La posición depresiva

Los “progresos” de la posición depresiva giran en torno al paso del objeto parcial al objeto
total, que trae aparejado concomitantemente una disminución de la disociación y un aumento de la
integración. Los procesos de integración y síntesis toman la delantera en esta posición y su
consolidación constituye el eje mismo del paso de una posición a otra.
La caracterización de esta posición como depresiva se funda explícitamente en la forma que
asume en ella la angustia. Esta es definida así: “En ambos sexos, el temor de perder a la madre,
objeto amado primario –es decir, la angustia depresiva– […]”. (26) A esta definición cabe agregarle
que el temor a la pérdida tiene como motor la percepción del sujeto de sus propios impulsos
destructivos dirigidos hacia el objeto, impulsos que amenazan su integridad y su vida. Esta
 preocupación por el objeto es inseparable de las características primero señaladas, es decir, de la
integración del objeto parcial en un objeto total, de la introyección de la madre como un objeto total,
y Klein agrega: “[…] la identificación [con el pecho] se fortalece cuando el lactante llega a percibir 
o introyectar a su madre como persona (o, en otras palabras como ‘objeto total’)”. (27)
Esta última cita exige dos aclaraciones. Primero, no deja de ser llamativo, por eso lo hemos
subrayado en el texto mismo de la cita, la equivalencia entre  percibir e introyectar , donde el campo
de la visión especular es remitido a la más clásica de las psicologías de las facultades y donde la
 peculiaridad simbólica de la introyección queda absolutamente dejada de lado. Segundo, puede
apreciarse cómo el paso del objeto parcial al total se sitúa claramente en el contexto de la
interpretación de Abraham del amor, mucho más que en el contexto de su interpretación freudiana.
(28) La referencia a Abraham deviene poco después explícita y, para no redundar, remitimos al
apartado de este capítulo dedicado a él.
Consecuencia de ello es que el sujeto experimenta la ambivalencia en relación con objetos
totales, acercándose amor y odio, pecho bueno y malo, madre buena y mala. Este objeto total, al
aunarse los sentimientos de amor y odio hacia un objeto unificado, es percibido como un objeto
dañado por la acción de las pulsiones agresivas y que, por ende, puede ser perdido. O sea que
desembocamos en la angustia depresiva.
Las defensas son las mismas, pero siendo su objetivo defender al yo de la angustia depresiva,
ellas devienen en su conjunto “defensas maníacas”. Los métodos siguen siendo los mismos, pero su
objetivo es ahora otro. La disociación opera produciendo un objeto total (en el sentido de la
oposición parcial-total) indemne, vivo y un objeto total dañado, en peligro, moribundo o muerto. Si
el yo es incapaz de soportar esta angustia puede producirse una regresión a la posición esquizo-
 paranoide. Sin embargo, conviene subrayar que esta regresión, desde la perspectiva que por el
momento nos interesa, es más bien una oscilación permanente en todo sujeto, a lo largo de toda la
vida.
Obviamente, la angustia depresiva nos lleva a la función clave que Klein le adjudica al duelo en
este proceso y a la importancia de la culpa y de la tendencia a la reparación en esta posición. ¿Cómo
surge aquí la culpa? “Al sentir el lactante que sus pulsiones y fantasías de destrucción están dirigidas
contra la persona total de su objeto amado, surge la culpa en toda su fuerza y, junto con ella, la
necesidad insaciable de reparar, preservar o revivir el objeto amado dañado. […] estas emociones
conducen a estados de duelo; y las defensas movilizadas, a tentativas del yo de sobreponerse al
duelo. Puesto que la tendencia a reparar deriva en última instancia del instinto de vida, origina
fantasías y deseos libidinales. Esta tendencia forma parte de todas las sublimaciones y constituirá, a
 partir de este estadio en adelante, el medio más poderoso por el que se mantiene a raya y se
disminuye la depresión”. (29)
La introducción de la culpa es coherente con su conceptualización de los núcleos tempranos del
superyó, permitiendo así la conservación de su definición como tensión entre yo y superyó. Klein
remite en este punto a la diferencia entre el duelo normal y el duelo patológico según Abraham.
Subraya entonces su propia posición al respecto citando su artículo “El duelo y su relación con los
estados maníaco-depresivos”: “[…] si bien es cierto que el rasgo normal del duelo es el
establecimiento por el individuo del objeto amado y perdido dentro de sí, no está haciéndolo por 
 primera vez, sino que a través del trabajo del duelo, está reinstalando ese objeto así como todos los
objetos internos que siente haber perdido”. Continúa luego: “[…] Una reinstalación exitosa del
objeto amado externo por el que hay duelo y cuya introyección es intensificada a través del proceso
del duelo, implica que objetos amados internos son restaurados y recuperados. Por lo tanto, la vuelta
a la realidad característica del proceso de duelo constituye no sólo el medio de renovar los lazos con
el mundo externo, sino también de restablecer el mundo interno destruido. El duelo involucra así
una repetición de la situación emocional vivenciada por el lactante en la posición depresiva” (los
subrayados son de Klein). (30)
¿Cuál es el sentido entonces de esta posición depresiva como duelo primero, como paradigma de
todo duelo, de toda pérdida y como posición clave para la integración del yo y la adquisición misma
de la prueba de realidad?
El duelo se vuelve en este caso la forma misma de teorizar la pérdida de objeto, el objeto
 perdido freudiano. Pero, donde Freud se refiere a la pérdida de naturalidad del objeto, a la
insuficiencia de la acción específica, Klein ubica la pérdida empírica, en la experiencia, del objeto
como tal. Así el duelo se vuelve la clave de una simbolización normal, y se produce una
 precipitación de la teoría analítica hacia el lado del “aprendizaje”, vuelco que la acerca a las teorías
genéticas.
Esta descripción de la posición depresiva y su función hace lógicamente necesaria la
introducción del Edipo temprano, debido precisamente a la articulación entre duelo, simbolización,
culpa y posición depresiva.

 Las posiciones y el complejo de Edipo temprano

En este artículo que venimos comentando, el Edipo temprano, positivo y negativo, es correlativo
de la posición depresiva. El Edipo temprano lleva para Klein la marca de la oscilación entre objetos
 parciales y totales entre ambas posiciones. Para ella la libido genital ya hace su aparición, aun
cuando predomine la libido oral.
De este modo, la primera aparición del padre es bajo la forma del pene paterno, pene que es ya
un objeto sustituto de las frustraciones producidas por el pecho materno. Es la angustia depresiva,
 precisamente, la que actúa impulsando la búsqueda de sustitutos del pecho materno y de la persona
total de la madre. En este contexto se incluyen, por lo tanto, el pene y el padre como persona total.
Surgen como sustitutos que permitirán superar la posición depresiva en relación con el primitivo
objeto materno. De este modo encontramos esta frase, freudianamente sorprendente, cabe decir: “Así
 pues los estadios tempranos del complejo de Edipo positivo y negativo alivian las angustias del niño
y lo ayudan a superar la posición depresiva” . (31)
Es importante destacar el cambio de acento que se produce: el final del complejo de Edipo no
supone un duelo, el de los objetos edípicos, sino que, por el contrario, el duelo de la posición
depresiva tiene como consecuencia la aparición del Edipo a fin de paliar la angustia y de permitir 
superar la posición depresiva misma. Es fundamental tener presente hasta qué punto Lacan en el
Seminario VI , desarrolla las paradojas de esta posición.
Podemos resumir esta articulación entre posición depresiva y Edipo tomando como punto de
referencia el esquema Rho de Lacan, que permite dibujar el espacio teórico creado por Melanie
Klein, si lo situamos a partir de la visión estructural de las posiciones.

 Esquema Rho en Klein o la constitución de la realidad a partir de la posición depresiva


Utilizar el esquema Rho de Lacan, o sea el esquema de la constitución de la realidad a partir de
los tres órdenes, para entender la conceptualización de Klein es de suma utilidad. Luego se
encontrará un desarrollo detallado de este esquema en Lacan, pero aquí nos interesa mostrar su
utilidad para definir el espacio propio de la teoría kleiniana, del cual este esquema es ya una crítica.
Si comparamos los dos esquemas reproducidos podemos observar, en primera instancia, que el
triángulo simbólico desaparece, conservándose tan sólo uno de sus lados, el que queda definido por 
los vértices I y M. Sobre la base de este eje simbólico se estructura pues la realidad para Melanie
Klein. El sujeto, S, está conservado, pero su significado ha variado al desaparecer la función central
de la castración freudiana y ser esta sustituida por la función de la posición depresiva y el duelo. En
el lugar donde Freud y Lacan sitúan la significación fálica se instala la significación del pecho como
aquello que significa al sujeto en su relación con el Otro, aquí materno. La significación fálica
aparece aquí como sustituto progresivo de la significación del pecho. Allí es donde el Edipo sólo
desempeña su papel en la medida en que el pene paterno se presenta como un sustituto del metro-
 patrón de los objetos que es el seno materno. El pene, objeto parcial, no determina retroactivamente
al pecho, como en Inhibición, síntoma y angustia , sino que es determinado en anticipación por el
 pecho como tal. La significación aquí aparece siempre en avant-coup en lugar de en après-coup, lo
cual, se verá luego, lleva necesariamente a una posición innatista.
El significante M remite en el esquema de Lacan a la función de la madre como Otro primordial,
como Otro de la demanda y el I remite a la función del Ideal del yo, al primer sello como dirá Lacan
que el sujeto recibe del Otro. Este eje I-M, corresponde al grafo 2 que encontramos en “Subversión
del sujeto...”, (32) grafo que muestra la función del Otro del código (A), como inseparable de la
demanda de amor, como fuente misma del paso de la necesidad a la demanda vía el desfiladero del
significante. Es también, se sabe, el Otro en juego en el  Fort-Da, en el vaivén de la presencia-
ausencia materna. Este Otro está claramente en juego en la teoría de Klein, y si su versión del pecho
idealizado, marcando el yo, se sitúa del lado del I, del lado del M encontramos a la madre en su
función de persona total. A diferencia de Lacan, para quien la diferencia parcial-total se inscribe en
una dinámica totalmente diferente: fragmentación-unificación en el marco de la especularidad por un
lado y, por otro, objeto de la pulsión y objeto del amor, vinculados respectivamente el primero al
Otro barrado del deseo ( ), y el segundo al Otro sin barrar de la demanda de amor (A).
La descripción que se realizó anteriormente de la posición depresiva y del Edipo temprano nos
 permite, a partir de este esquema comparativo, llevar a cabo ciertas precisiones:
a) La función de la persona total reemplaza en Klein a la función del significante M, en tanto Otro
de la demanda de amor.
 b) La omnipotencia de este Otro de la demanda de amor, “poder en lo real”, como lo califica
Lacan, es atribuida a la inmadurez del niño y a su incapacidad de percibir la realidad del objeto
externo.
c) La posibilidad de sustitución que el duelo pone en movimiento es coherente con la
formulación de Lacan que hace del don del Otro una primera metáfora, anterior a la metáfora
 paterna.
d) El don de amor es inseparable del significante I, entendido como el punto desde donde el
sujeto es “amable” para el Otro, el concepto de reparación se inscribe en este circuito.
e) El Otro herido, dañado, moribundo o muerto es la versión kleiniana del Otro barrado. El ir y
venir materno, en lugar de generar una pregunta acerca del deseo del Otro como en Lacan, se
cierra sobre el circuito idealizante y el A de la demanda donde la falta, el agujero, se transforma
en culpa, en lugar de transformarse en deseo como deseo del Otro. El sujeto asume en la teoría
kleiniana la castración del Otro sobre sí mismo, es él el responsable, debido a sus fantasmas
agresivos, de la incompletud del Otro, la cual deviene una herida que el sujeto mismo le ha
infligido.
f) El pecho, como significación producida por la metáfora de amor, objeto parcial peculiar que
no debe confundirse con el objeto pulsional parcial oral propiamente dicho, es el modelo aquí de
toda metáfora, y remite necesariamente a la frustración.
g) La frustración en su articulación con el Otro de la demanda de amor, reemplaza entonces al
Otro del deseo en su articulación con la castración freudiana. La metáfora productora de la
significación del pecho es una metáfora que privilegia el objeto como metafórico en relación con
un Otro no barrado, que responde a una concepción de la angustia que tiende a confundirla con el
miedo. Podría decirse, y se desarrollará luego en relación con la obra de Lacan, que el objeto
aquí coincide con el objeto de la fobia tal como lo conceptualiza Lacan, en la medida en que la
teoría no puede delimitar la función paterna como legalizando el deseo materno. Consecuencia
de esta posición es la importancia desmedida de las fobias en la teoría y en la clínica kleiniana,
su hipertrofia, su omnipresencia, en la medida en que justamente podría decirse que en esta
teoría el advenimiento del deseo del Otro se encuentra “prevenido”.
h) Sin embargo, la realidad como humana se ha establecido a partir de la existencia del don de
amor, aunque este quede transformado en un avatar del instinto. La inclusión de a-a’  en el campo
de la realidad se produce, no a causa de la elaboración del duelo por el pecho, sino porque, tal
como Freud lo describió, el objeto perdido del deseo se pierde de entrada, mas no en la
experiencia, es pérdida del objeto de la necesidad, no pérdida del objeto empírico, por acción
del campo simbólico que se estructura entre el desamparo, el Otro prehistórico v la función del
grito que deviene llamado.
A partir de estas puntualizaciones resulta evidente que la elección de objeto en su relación con el
Edipo, negativo o positivo, ya conduzca a la homo o a la heterosexualidad, se vuelve independiente
de la castración y de la angustia con ella vinculada para pasar a ser tan sólo una forma de
apaciguamiento de la culpa generada por las pulsiones destructivas. La culpa aquí, aunque sea
definida como tensión yo-superyó, se independiza totalmente tanto del mito freudiano de Tótem y
Tabú como de la prohibición del incesto con la madre. La sexualidad en su vertiente de elección de
objeto es defensa frente a la ansiedad persecutoria y depresiva, una forma de reparar ese pecado
original que es nuestra agresividad innata.
EL CONCEPTO EVOLUTIVO

El evolucionismo y el innatismo presentes también en Klein son el contrapunto, el otro polo de


una tensión, que choca con este concepto de estructura que implican las posiciones y que el esquema
Rho permite definir.
La solidaridad presente en esta teoría entre inmadurez, primitivismo y profundidad resulta
llamativa. Lo “más profundo” es aquí lo más inconsciente y lo más inconsciente a su vez es lo más
 primitivo y lo más inmaduro. Así, la posición esquizo-paranoide se sitúa inicialmente entre el
nacimiento y los seis meses, momento en que adviene la posición depresiva y, por ende, el Edipo
 precoz. Luego la primera es retrotraída desde el nacimiento a los tres meses y la segunda comienza
entonces en esa fecha. Este movimiento por el cual siempre las posiciones tienden a ser cada vez
anteriores en el tiempo, culmina en la coexistencia casi inicial de estas en las últimas formulaciones
kleinianas. Existe una tendencia permanente a hacer retroceder cada vez más en el tiempo cualquiera
de sus descubrimientos. Esta necesidad lógica que la lleva a remontarse cada vez más en el tiempo
surge de una imposición interna de la estructura propia de su teoría. Para Freud, el acontecimiento y
su significación no coinciden necesariamente en el tiempo, y este desfasaje es elaborado mediante el
concepto de nachträglich de retroacción o après-coup. Si consideramos las etapas desde la
 perspectiva cronológica del acontecimiento, nos perdemos en la maraña de una psicología evolutiva
 psicoanalítica que responde bastante bien a los anhelos del Abraham embriólogo. Para ello
 precisamente hay que invertir la función del après-coup y transformarla en un avant-coup. Esto es lo
que Klein lleva a cabo. Su permanente tendencia a la antedatación indica simplemente la presencia
inicial de la estructura sincrónica. Esta estructura puede ser conceptualizada de tres maneras: 1) la
estructura es innata, biológica, y su desarrollo es teleológico y está destinado a alcanzar su causa
final, causa que dirige todo su despliegue; 2) la estructura es cultural, corresponde a la acción del
medio ambiente, acción también teleológica, destinada a producir el sujeto socialmente adecuado, la
 posición de Horney, por ejemplo, la ilustra claramente, y 3) la estructura, tal como la concibe Lacan,
se ubica más allá de la oposición biologismo-culturalismo, y rescata eso que Freud llamó la
“realidad psíquica”. Desde esta perspectiva la estructura no sólo es “estructura de lenguaje”, sino
que entraña que el lenguaje determina en el sujeto por él habitado esa dimensión peculiar que es la
subjetividad y el deseo inconsciente freudiano, eterno, inmutable a lo largo de toda la vida.
Esa estructura también preexiste al sujeto, lo determina, lo crea como sujeto y por ello, en la
medida en que existe una dimensión estructural en este sentido en Klein, ella se ve obligada a situar 
sus descubrimientos de manera cada vez más precoz, hasta culminar en una posición innatista.
Podemos representar esta posición utilizando el esquema modificado por Jacques-Alain Miller 
(33) de la célula elemental del grafo del deseo, en el que puede formularse claramente cómo el punto
de almohadillado kleiniano, la posición depresiva, determina en dirección progresiva las etapas
libidinales a partir de la solidaridad entre las posiciones primeras y la oralidad.
Este esquema es introducido para dar cuenta de la función de punto de almohadillado de la
metáfora paterna que culmina en la producción de la significación fálica, , significación que
resignifica el conjunto de las etapas libidinales, instalándolas bajo la primacía del falo. En Klein, la
 posición depresiva cumple esta función de punto de almohadillado, y la significación producida es el
 pecho materno, que resignificará por anticipación a las demás etapas pulsionales, incluida la fálica.
El pecho acuña así todos los objetos posibles. Pero este punto de almohadillado se funda en una
sustitución significante, más próxima a la metáfora primera surgida de la demanda de amor, que a la
metáfora paterna.
Desde esta perspectiva, ¿cuál es la sustitución significante en juego? Varias posibilidades se nos
ofrecen. Una primera, la más común, remite este punto de almohadillado a la pérdida empírica del
objeto pecho como objeto parcial, determinada por la “maduración” perceptiva que lleva a descubrir 
el objeto total. Esta es una teoría del duelo solidaria de una teoría de la maduración perceptiva por 
un lado y, por otro, del presupuesto de que esta maduración le permite al yo evaluar el daño
 producido al objeto por los impulsos tanáticos. La solución de la culpa y la depresión concomitantes
 pasa entonces por la reparación del objeto, que no sólo se ubica bajo el signo del Eros, sino que es
remitida específicamente a la capacidad sublimatoria y a la función del Ideal del yo, I. La reparación,
entonces, asume la posición de una ley destinada, no a regular el deseo de la Madre como Otro
 primordial, sino a asegurar la indemnidad, la completud de la Madre como Otro de la demanda.
Pero también puede enfocarse la sustitución en función de la relación Eros-Tánatos, donde el
Eros como S2 viene a sustituir la supremacía “natural” de Tánatos, S1. En este contexto las
emociones, como traducción directa de los instintos, son una realidad primera que la posición
depresiva domestica, deviniendo por esta razón punto de partida del “proceso de simbolización”.
Así el punto de almohadillado marcaría el momento mismo de la génesis del símbolo, de su
aprendizaje, confundiéndose la realidad psíquica freudiana con la realidad de la teoría del
conocimiento.
Este marco teórico entraña como tal que el re-encuentro del objeto freudiano es transformado
como tal en una reminiscencia platónica –es Bion quien realiza esta comparación–, en la medida en
que se supone que las representaciones fundamentales para el sujeto son innatas. De este modo, pene,
vagina, sexualidad, muerte, etc., son significaciones biológicas heredadas y preformadas. Esta
 posición trae aparejada la exclusión de la castración, cuya lejanía con cualquier “naturalidad” es
harto evidente.
Puede deducirse entonces que esta forma de conceptualizar el objeto perdido culmina en una
teoría de la psicogénesis del símbolo. Esta teoría implica cuatro premisas, cuyas consecuencias, por 
ejemplo, se desplegarán de modo coherente en las teorías de Wilfred Bion: (34)

1) Existe un desarrollo madurativo teleológico.


2) Este exige la anticipación de la significación, que necesariamente culmina en un innatismo.
3) El símbolo da cuenta de un vivencia originaria, sustancia primera perdida –la emoción– en las
redes del significante, sustancia que es la esencia del proceso psicoanalítico, el cual puede por 
lo tanto ser definido como “una experiencia emocional”.
4) El símbolo es pues inseparable de la emoción y especialmente de esa emoción fundamental
que es la angustia. De este modo, la teoría de la angustia y la psicogénesis del símbolo resultan
solidarias entre sí.
Desde esta perspectiva es entonces necesario pasar a examinar esta articulación, clave en Klein,
entre psicogénesis del símbolo y angustia.

ANGUSTIA Y PROCESO DE SIMBOLIZACIÓN EN LA OBRA


KLEINIANA

La definición estricta de la angustia como concepto general es clara y neta: la angustia es la


 percepción interna de la acción de la pulsión de muerte. (35) Esta no es una definición que se
encuentre en Freud, quien siempre sostuvo la inexistencia de la representación de la muerte en el
inconsciente, y su representación indirecta a través de la castración. En lo que respecta a su
definición de la angustia, Klein explicita esta diferencia.
Sí, en cambio, se apoya explícitamente en ciertas formulaciones de  Inhibición, síntoma y
angustia, especialmente en lo tocante a la relación entre el yo y la angustia, enfatizando sobre todo
que la percepción de esta angustia entraña de modo necesario la existencia de un yo precoz. La
función fundamental de este yo precoz es hacer frente a la angustia como traducción de la pulsión de
muerte. Tal como ya se señaló, este yo precoz parece corresponder al concepto de yo-realidad de
Freud. Las relaciones de objeto de este yo precoz son en realidad formas de modular la angustia
misma, siendo la producción del superyó precoz una de sus modulaciones.
A partir de esta definición primera de la angustia se abren una serie de problemas cuya solución
simultáneamente la aparta y la acerca de los conceptos freudianos.
En primer término, el artículo donde plantea la relación intrínseca entre yo precoz, angustia y
formación de símbolos, (36) artículo dedicado al caso Dick al que Lacan se referirá en el Seminario
, muestra la solidaridad intrínseca de estos tres conceptos para Klein y, al mismo tiempo, los puntos
en que se introducen confusiones en su interpretación de los conceptos freudianos.
Si se parte de este “yo precoz” y se olvida su articulación con el yo-realidad y el yo del placer 
 purificado freudianos, uno se topa con una curiosa mezcla de aciertos y desaciertos. Esta mezcla
surge muy claramente de una rica experiencia clínica –la de Dick– procesada sin tomar en
consideración ciertas rigurosas conclusiones a las que la misma experiencia clínica condujo a Freud.

Culpa, angustia y duelo. El salto de Freud a Klein

Ubicados el par objeto bueno-objeto malo y pecho idealizado-pecho persecutorio en el contexto


del yo narcisista, puede deducirse que lo bueno y lo malo carecen aquí de las características que
Freud mismo considera como propias de una valoración ética. En  Malestar en la cultura al plantear 
Freud el superyó como instancia moral, hípermoral la mayoría de las veces, en su íntima relación con
la culpa, realiza algunas precisiones que es indispensable retomar: “Es lícito desautorizar la
existencia de una capacidad originaría, por así decirlo natural, de diferenciar el bien del mal.
Evidentemente, malo no es lo dañino o perjudicial para el yo; al contrario, puede ser también lo que
anhela y lo que le depara contento. Entonces aquí se manifiesta una influencia ajena; ella determina lo
que debe llamarse malo y bueno. Librado a la espontaneidad de su sentir, el hombre no habría
seguido ese camino; por tanto ha de tener un motivo para someterse a ese influjo ajeno. Se lo
descubre fácilmente en su desvalimiento y dependencia de otros; su mejor designación sería: angustia
frente a la pérdida de amor”. (37)
Podría decirse que frente a esta paradoja toda ética ha fracasado. ¿Por qué? Por suponer 
ustamente que el principio del placer guía la conducta ética hacia el Bien Supremo. En este párrafo
freudiano, cuya lectura exige como trasfondo el conocimiento del  Proyecto... , la lucidez de su
recorrido, casi siempre ignorada, permite formular la paradoja que Freud entrevió en Proyecto...  y
que culminó en las afirmaciones de  Más allá... Esa paradoja se delimita entre el principio de placer-
displacer y el más allá del principio del placer. El principio de placer-displacer (para aludir a él
como a veces lo hace Freud, demostrando así la solidaridad de los dos principios que parecían
oponerse inicialmente), es patrimonio de ese yo del placer purificado, ese  Lust-Ich, propio de la
estructura del narcisismo. Su más allá, que luego será solidario del Ello, prepara la segunda teoría
 pulsional y, posteriormente, la teoría final de la angustia en Freud. La paradoja puede formularse
entonces en términos del contrapunto entre la homeostasis y el más allá de ella, y es ella la que se
encuentra en el centro mismo del descubrimiento freudiano. El bien y el mal como conceptos éticos,
morales, no pueden ser confundidos con lo bueno y lo malo como criterios propios del yo narcisista.
Como bien lo señala esta cita, lo natural de la diferencia surge a nivel tan sólo de la homeostasis
como tal, pero una homeostasis que en cuanto tal es un forzamiento de la homeostasis del organismo,
tiempo uno del descubrimiento freudiano. La experiencia del análisis nos muestra que más allá de esa
homeostasis narcisista –subversión ya de la homeostasis orgánica–, existe la dimensión pulsional,
tiempo dos del descubrimiento analítico, que depende en su estructura misma del desamparo, el Otro,
el llamado. Allí reside para Freud el secreto de la acción de esa “influencia ajena” que introduce los
criterios que diferencian lo bueno y lo malo. Por lo tanto, incluso la función de atribución propia del
yo narcisista es secretamente organizada por esa estructura del desamparo, el Otro y el llamado, es
ya un equilibrio ante el desvalimiento del yo frente a sus fuentes de “placer” en la medida en que el
acceso a ellas está mediado por esa “influencia ajena” . Por esta razón, ya en  Pulsiones..., Freud
consideraba que la primera oposición era amor-indiferencia.
La culpa es solidaria del bien y del mal en articulación explícita con la “influencia ajena”  y no
depende de una madurez perceptiva, de una integración yoica que se produciría gracias a la posición
depresiva. Bueno y malo en sentido ético no son correlatos automáticos de la introyección de un
objeto bueno y un objeto malo que se inscribirían en las coordenadas de una bondad y una maldad
innatas, fundadas en el par pulsional Eros-Tánatos. Por esta vía Klein teoriza una suerte de “ética
natural”, cuyo defecto fundamental reside en borrar la paradoja que está en la base misma de la
experiencia del psicoanálisis.
Freud creó un mito de los orígenes para dar cuenta de la relación entre la culpa y la estructura de
lo social y el inconsciente, mito que desplegó en Tótem y tabú: el asesinato originario del padre.
Este mito freudiano, como insiste Lacan, es el mito del surgimiento de la castración del Otro, de su
carácter mortal; pero, a la vez, asumiendo que la culpa recae sobre la fratría salva nuevamente al
 padre del más grave de sus pecados, su inexistencia como fundamento de la Ley. El punto de
separación entre naturaleza y cultura, así como el de su articulación, reside en este mito, que
 precisamente, por esta razón, es un mito.
La angustia ante la pérdida de amor que Freud menciona como el motor fundamental de esta
sujeción a la ética, conduce a un examen de la noción de angustia y sus variaciones en las obras
respectivas de Freud y de Klein.
 La angustia de Freud a Klein

Retomemos la definición de Klein de la angustia, a partir de un texto específicamente dedicado


al tema, definición que es presentada como una deducción de la segunda teoría pulsional freudiana,
“[…] la angustia se origina en el miedo a la muerte. […] mis observaciones analíticas muestran que
hay en el inconsciente un temor a la aniquilación de la vida. […] Así, a mi entender, el peligro que
surge del trabajo interno del instinto de muerte es la primera causa de la angustia”. (38) Pese a la
explícita puntuación de su diferencia con Freud en lo tocante a este punto, quizá un recorrido
comparativo de la teoría freudiana permita entender en qué sentido existe una relación entre la
angustia y el más allá del principio del placer, relación que, sin embargo, no quita nada a la validez
de las afirmaciones freudianas acerca de este tema.
En Inhibición, síntoma y angustia, Freud despeja el concepto de la angustia traumática y,
apoyándose en él, elabora su teoría de la angustia señal, cuya sede es el yo. Un primer punto que
merece ser enfatizado es la insistencia con que Freud retoma una teoría del afecto, dentro de la cual
encuadra la angustia –teoría ya presente en el  Proyecto... –, que entraña su equiparación con un
símbolo mnémico. Aclara incluso que se trata de una forma del recordar derivada de la
sedimentación de vivencias traumáticas sumamente antiguas, aun filogenéticas. La angustia traumática
 precede explícitamente para él a la constitución del superyó y su explicación tiene coordenadas
 básicamente “económicas”, vale decir, cuantitativas, ligadas a una hipertrofia de la excitación que
supera lo que en Más allá... había denominado la barrera protectora contra los estímulos. La ruptura
de esa barrera estaría en el basamento mismo de las represiones primarias. Es imposible no
 percatarse de la relación de estas formulaciones con las formulaciones del  Proyecto...  acerca de la
relación entre el afecto, la experiencia mnemónica hostil y el establecimiento de la defensa primaria;
también con esa formulación, que retorna cada vez que Freud habla de la pulsión, según la cual frente
a la excitación pulsional la barrera protectora es inexistente y que como tal debe construirse a través
de la defensa misma. La angustia entonces surge como una reacción ante el peligro, peligro que Freud
caracteriza como fundamentalmente determinado por la ruptura de la barrera protectora, ruptura que
implica un forzamiento de la homeostasis, es decir que el peligro a nivel de la angustia traumática es
la perturbación económica producida por un incremento de las magnitudes de estímulo. Para Freud,
“[…] este factor constituye el núcleo genuino del ‘peligro’”. (39)
Este factor económico es uno de los ejes que lleva a Freud a la formulación del más allá del
 principio del placer. Por lo tanto, la formulación de Klein sólo se entiende si se piensa que confunde
el Real-Ich  freudiano, homeostásico, con el yo que será sede de la angustia señal. Su yo precoz no es
entonces un yo en el sentido estrictamente psicoanalítico y freudiano de la palabra, es más bien un
“yo de la necesidad” perturbado por la presencia misma de lo pulsional como tal. La función
homeostásica es retomada por el yo del placer purificado del narcisismo, homeostasis que –como se
dijo– se produce en un nivel que ya no es biológico. Precisamente, este yo será la sede misma de la
angustia y su precocidad no es madurativa, sino estructural, en la medida en que la existencia de la
señal en el niño responde a la anticipación que se esboza gracias a esa tríada en la que volvemos a
insistir: el desamparo, el otro y el llamado; aquello que permite que la estructura del lenguaje se
 posesione del organismo haciéndolo devenir sujeto. Citemos nuevamente a Freud: “En ambos
aspectos, como fenómeno automático y como señal de socorro, la angustia demuestra ser producto
del desvalimiento psíquico del lactante, que es el obvio correspondiente de su desvalimiento
 biológico, […] [que ambas] reconozcan por condición la separación de la madre no ha menester de
interpretación psicológica alguna”. (40) Si Klein hubiera tenido presente esta frase se habrían
obviado muchas confusiones, pues la angustia automática, involuntaria, es el más allá del principio
del placer que está en el fundamento mismo de la pulsión. Pero, tal como lo precisa Freud, no entraña
“interpretación psicológica alguna”. La aniquilación del yo no es una vivencia psicológica,
corresponde al yo biológico, a los aparatos que lo conforman, que no desempeñan un papel en la
experiencia analítica, pues corresponden como tales a lo que se califica habitualmente, tema que
Freud desarrolla, como peligros reales. Que un sujeto pueda desconocer los peligros reales a causa
de su inclusión en la dimensión del desamparo y el Otro es ya otro problema, problema que sí puede
competirnos en tanto que analistas.
Ahora bien, esto no impide que el riesgo de vida esté presente para el niño humano, ¿a qué alude
sino el desamparo que Freud enfatiza? Si llamamos aniquilación a la experiencia “no psicológica” de
incremento de carga, sólo podemos hacerlo desde la visión del adulto, quien retroactivamente
comprueba en el niño el desamparo que él mismo ya atravesó, su imposibilidad para realizar por sí
solo la acción específica, no su impotencia para hacerlo. Que la angustia se desencadene como una
descarga, ineficiente cabe decir, que responde a este peligro, no permite inferir que este sea el
trabajo de la pulsión de muerte devenida instinto. En las mismas páginas que se vienen citando Freud
no se cansa de repetir, una y otra vez, que esta reacción, al igual que la pulsión misma son una forma
de recuerdo, es decir, que se sitúan en el marco de la historia, tesis que es también uno de los ejes de
su desarrollo en Más allá... Desde esta perspectiva, la teorización de Klein de la angustia y
asimismo de la pulsión, implica una regresión teórica a formulaciones psicologistas, esas mismas
que Freud rechaza. Como Freud lo dice claramente, la angustia propia del desamparo es una angustia
real, pues no se trata de una fantasía de amenaza, se trata de una amenaza en lo real.
En este punto, es indispensable recorrer el camino que lleva de la angustia automática a la
angustia señal y a los diversos peligros que recién adquirirán su contenido definitivo a partir de la
castración misma.
Freud subraya que la fuente económica de la angustia debe ser netamente diferenciada de la
 pérdida de objeto, más aún, es la perturbación económica la que da su lugar a la importancia de la
madre como objeto y a su pérdida. De este modo, declara taxativamente que la angustia frente a la
separación se funda en un desplazamiento de la perturbación económica al otro que logra impedirla,
es decir, a su condición. En este paso de la perturbación económica a su condición se sitúa
 precisamente el paso de la angustia automática a la angustia señal. Cuando el peligro es definido
como la ausencia de la madre ya pasa a ser señal del posible desarrollo automático de angustia que
se produciría si la madre no interviniese a tiempo.
La frontera entre angustia automática y angustia señal se instala en el intervalo que separa la
inundación económica de magnitudes y la condición que, de estar ausente, determinaría el
desencadenamiento del automatismo económico.
Preferimos en este punto, una vez definida la diferencia entre ambas angustias, dejarle la palabra
a Freud, quien define así la serie de las “condiciones” que generan los peligros frente a los que el yo
usa el alerta de la angustia señal: “El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de la
inmadurez del yo, así como el peligro de la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros
años de la niñez, el peligro de castración, a la fase fálica y la angustia ante el superyó ,al período de
latencia”. (41)

ngustia y duelo

En la “Addenda C” de este mismo texto, (42) Freud establece ciertas precisiones acerca de las
diferencias entre angustia, dolor y duelo que transforman el concepto mismo de angustia paranoide y
depresiva en una suerte de contrasentido. Incluso da cuenta de muchas de las confusiones que están
 presentes en el manejo kleiniano de los dos tipos de angustia, las cuales sólo son posibles olvidando
o realizando una lectura somera de una parte importante del legado freudiano.
Una pregunta cuyo carácter tajante asombra abre el texto. Si uno de los peligros es la pérdida del
objeto, ¿qué diferencia esta pérdida de la que se produce en el duelo, en el cual el componente
doloroso ocupa un primer plano? La respuesta, pese a las excusas de Freud por su imprecisión,
también nos impresiona, pues especifica matices conceptuales aún hoy impecables. Angustia y duelo
son diferenciados con notable originalidad: la perdida de objeto del duelo produce, como reacción
que le es específica, la reacción de dolor; la angustia es, en cambio, una reacción ante el peligro que
esta pérdida de objeto entraña y sólo por desplazamiento una reacción ante la pérdida del objeto
mismo.
Esta diferencia muestra claramente qué elementos se confunden para Klein en la angustia
depresiva. Si se la define como el miedo que experimenta el yo ante el peligro de la pérdida del
objeto bueno, pérdida que surge a causa de la acción de las pulsiones agresivas del sujeto hacia ese
objeto, puede observarse que se trata de una definición que se acerca mucho más a la del duelo que a
la de la angustia. Sólo se acerca a la angustia en la medida en que se produce una soldadura entre el
duelo y la angustia, en la medida en que este duelo es considerado también un peligro. Clínicamente,
es cierto, esta fusión puede apreciarse. Sin embargo, conviene, una vez más, retornar al escrito
freudiano.
Se enfatiza en él la imposibilidad del lactante de establecer una temporalidad en lo tocante al
vaivén de la presencia-ausencia del objeto materno. Esta falla en la temporalidad no es una falla en
la cronología, pues es a la madre a quien le toca modular esta angustia mediante sus respuestas al
niño e incorporarlo de este modo a la temporalidad propia de la estructura del significante.
Temporalidad que lleva en su seno mismo la ausencia en su oposición a la presencia y que,
inicialmente, es considerada como una pérdida definitiva. El juego del ocultamiento del rostro es
mencionado aquí, por Freud, como fundante en la introducción de la temporalidad misma del par 
 presencia-ausencia. El niño no queda pues capturado por la pura experiencia del par presencia-
ausencia, queda capturado por el par oposicional que es el fundamento mismo de la estructura
simbólica, fundamento que el vaivén materno despliega bajo la forma de acontecimiento. La
conclusión freudiana al respecto brinda la pista del extravío de Klein y explica de dónde extrae ella
la importancia de la función de la percepción. Freud escribe: “La primera condición de angustia que
el yo mismo introduce es, por lo tanto, la de la pérdida de percepción, que se equipara a la pérdida
del objeto”. Y agrega, cosa que no hay olvidar: “Todavía no cuenta una pérdida de amor”. (43) No
 puede olvidarse que el peligro de la pérdida de amor es el que introduce como tal, para Freud, la
dimensión ética.
La madre es aquí definida como un objeto creado por la satisfacción posible en el marco del
desamparo. Si hablamos de creación, no podemos hablar de naturalidad sino, por el contrario, de la
subversión que la naturalidad sufre en este contexto que es el del desamparo y la prematuración. A
este nivel se produce lo que Freud mismo califica como una “novedad”: una carga, una investidura,
extremadamente intensa, a la que califica como “añorante”, que está en la base misma de la reacción
de dolor. Freud incluso asocia este dolor con la expresión que la lengua común ha creado para él,
“dolor interior , anímico”, encontrando en ella cómo este objeto creado, crea a su vez esa añoranza
que, al igual que la estimulación externa del dolor físico o que la presencia de un estímulo pulsional
continuo, produce una ruptura de la barrera protectora. El anhelo, la añoranza del objeto se inscriben
así más allá del objeto como fuente de placer del yo narcisista, y sitúan al deseo y a su objeto en el
marco mismo del más allá del principio del placer. Volvemos a encontrar aquí en el texto freudiano
el objeto ausente (perdido) que, por un mecanismo totalmente diferente, produce el efecto mismo que
es considerado como propio de la pulsión de muerte. Define incluso a este dolor como verdadero
indicador de la existencia de una investidura de objeto.
El dolor de la pérdida no es todavía el duelo. El duelo entraña además la puesta en marcha del
examen de realidad, que exige separarse del objeto porque este ya no existe, proceso que no es sin
dolor, por eso Freud concluye: “[…] la elevada e incumplible investidura de añoranza del objeto en
el curso de la reproducción de las situaciones en que debe ser desasida la ligazón con el objeto”.
(44)
La función del examen de realidad no puede ser dejada de lado, cosa que Klein no hace desde
ya. No obstante, en ningún punto de la obra freudiana la pérdida se debe al Tánatos puro. El examen
de realidad en Klein se limita a comprobar o no si el objeto ha resistido los ataques agresivos del
sujeto. En Freud el examen de realidad, la percepción con la que este se acompaña, no deja de
enmarcarse en el contexto de la búsqueda del objeto perdido, ese “Otro inolvidable” que nunca será
reemplazado. En este sentido, puede afirmarse que la pérdida es constitutiva del establecimiento de
la carga “añorante”; pero Freud es taxativo, podemos hablar de duelo normal como tal cuando un
objeto ha sido perdido en lo real. No se puede asimilar sin más el objeto perdido estructural del
deseo, ese objeto creado, con el duelo por el o los objetos que en la vida de cada sujeto son
reencuentros que –felices o desventurados– tratan de volver a encontrar lo que ya nunca se volverá a
encontrar. Aquí, nuevamente, la ley de la prohibición del incesto con la madre es una ley imposible
de obviar para ambos sexos.
Podría incluso pensarse que el énfasis kleiniano en la relación primordial con la madre y con el
interior de su cuerpo, incluso la tan mentada fantasía de la pareja combinada, sólo reemplaza y torna
 borrosa esta ley fundamental, ley que es el zócalo de la castración misma, ley que designa el objeto
del deseo al mismo tiempo que lo prohíbe. El complejo de Edipo sufre entonces una naturalización,
 por un lado y, por otro, sufre una inflexión particular. Nada en la experiencia de Klein la lleva a
descubrir la existencia de un universal de la mujer que elimine la presencia del falo, ese falo con el
que se topa en el interior mismo del cuerpo materno. Sin embargo, ella opone a la significación fálica
no sólo la significación del pecho, sino que esta última es el modo en que alcanza un nuevo universal
que sustituye al universal fálico, que restablece la relación entre los sexos, sin introducir 
 propiamente a la mujer: introduce el universal de  La madre. Lacan mismo señala, en el Seminario
 X , que este significante está representado en el universo significante. Su omisión de la “función
 paterna”, la culminación en un análisis calificado comúnmente con razón de “ maternage”, no apunta
tanto a eliminar al padre como a eliminar cualquier barra en el Otro, toda dimensión del Otro como
deseante, que es inseparable de la no complementación entre los sexos que el falo indica. Si la
lectura ingenua de la función del falo por parte del feminismo dio lugar a una curiosa y mayor 
universalización del falo, la lectura kleiniana de la sexualidad culmina no sólo en un innatismo de las
representaciones del pene y la vagina, sino, lo cual es más importante aún, en lo que podríamos
caracterizar como un empuje-a-la-madre para ambos sexos, supuestamente biológicos. Su consigna
es clara: ¡Todos madres!
El examen del concepto freudiano de angustia en su articulación y en su diferencia con el duelo y
la pérdida de objeto permite realizar ahora un examen de la relación entre simbolización y angustia.
ngustia y símbolo

Este tema nos exige volver al artículo cuyo eje gira en torno al caso Dick y a contrastarlo con las
formulaciones freudianas presentes en La negación.
Al respecto, las referencias primeras que surgen en este artículo de Klein, cuando comienza a
trabajar el problema del simbolismo, remiten primero a Sándor Ferenczi, seguido en segundo término
 por Ernest Jones. A partir de la observación de Ferenczi según la cual la identificación es precursora
del simbolismo, en la medida en que surge de la tendencia del pequeño a encontrar su propio cuerpo,
sus órganos y sus funciones en todos los objetos, observación que relaciona con la concepción de
Jones que postula la posibilidad de realizar una ecuación entre cosas totalmente diferentes en función
del principio del placer –el cual establece entre ellas una posibilidad de sustitución y de enlace
 peculiar, vale decir, que pueden ser identificadas entre sí (sin duda, tenemos aquí la génesis de la
más adelante famosa ecuación simbólica)–, Klein esbozará una teoría, que nos permitimos calificar 
de “metafórica”, de la simbolización que le es propia. Parece haber olvidado, empero, las raíces
freudianas de ambas concepciones, que indican, por ejemplo, la necesidad de un retorno a las
formulaciones de la Traumdeutung. Esta teoría comienza con una articulación íntima y particular 
entre la simbolización y la sublimación, cuyo mecanismo es la ecuación simbólica. Es interesante
observar cómo el mundo de lo simbólico para Klein es inseparable de lo que vimos funda en ella la
realidad, el vector IM del esquema Rho. Por esta razón, toda referencia a lo simbólico gira en torno a
alguno de esos dos vértices.
Klein introduce una novedad, tal como ella misma lo asume, respecto a su formulación anterior 
en la que, a su parecer, había descuidado la relación que tenía el proceso de simbolización con la
angustia, pues es esta la que pone en marcha la identificación. Interpretando la identificación en el
sentido ferencziano antes citado, la transforma en el inicio de un proceso por el cual los órganos
identificados (pene, vagina, pecho, etc.) son objeto de las pulsiones destructivas del sujeto, y este
comienza entonces a temerlos (es decir, a experimentar una angustia paranoide en relación con ellos)
y se ve obligado a continuar con una equivalencia permanente entre los órganos y otras cosas. Esto
tiene una doble consecuencia: 1) por acción de la ecuación simbólica los nuevos objetos devienen
objetos de angustia, y 2) esta transformación de los nuevos objetos en objetos angustiantes conforma
la base de su interés y su necesidad de objetos siempre nuevos, y del simbolismo en sí mismo. El
simbolismo deviene de este modo la base sobre la cual se construye el mundo exterior y la realidad
 para el sujeto. (Véase nuestro comentario sobre el esquema Rho modificado en M. Klein.)
La primera realidad es considerada como una “realidad irreal”, dominada por las fantasías, cuyo
centro es el interior del cuerpo materno. El paso a una realidad “más real” dependerá de la
capacidad del yo para tolerar la angustia. Si la angustia es demasiado intensa debido al monto
exagerado de sadismo, la defensa del yo es excesiva y prematura generando así un impedimento a la
relación con la realidad y al desarrollo de las fantasías.
La simbolización primordial condiciona la realidad y la existencia de la prueba de realidad que
 para Freud mismo era una condición de elaboración del duelo. Sin embargo, el examen de realidad
tiene en Freud un fundamento que no pasa por las coordenadas real-irreal, sino por un mecanismo
más complejo al que se refiere en La negación. En ese artículo se vislumbra claramente hasta qué
 punto el planteo freudiano se ubica en el contexto de una discusión sobre lo simbólico muy diferente
de la de Klein, aun cuando se encuentren presentes los mismos articuladores teóricos: pulsión de
muerte, negación, examen de realidad, etc.
En un sentido la posición kleiniana podría aparentemente justificarse en la precedencia del juicio
de atribución sobre el juicio de existencia. Al ser las atribuciones fundamentales bueno-malo las que
ustifican ese mundo “irreal”, distorsionado por la fantasía que ella sitúa como inicial y siendo el
uicio de existencia secundario, juicio que es solidario del examen de realidad, en una lectura
superficial casi se podría considerar que la obra de Klein continúa en línea recta el desarrollo
freudiano.
Freud toma en este texto el concepto de yo del placer purificado, concepto que no queda
invalidado por la segunda tópica de El yo y el ello. Es a este yo al que precisamente le toca
estructurar el ámbito de la atribución, de modo privilegiado, la atribución de la propiedad de bueno
o de malo: “[…] quiere introyectarse todo lo bueno, arrojar de sí todo lo malo. Al comienzo son
idénticos para él lo malo, lo ajeno al yo, lo que se encuentra fuera”. (45) Para este yo la diferencia
subjetivo-objetivo no existe, y es la expulsión fuera de sí lo que crea un primer exterior, que funda
 por retroacción la función de la introyección.
Un tiempo segundo, es el tiempo del yo realidad definitivo, el cual se ubica como una vicisitud
del yo del placer, no como una continuación del  Real-Ich  de Pulsiones..., cuya función Freud define
con precisión: debe detectar si la representación está o no presente afuera, si el yo volverá o no a
encontrar el objeto. No se trata entonces de conocer un objeto, sino de un re-conocimiento, de un
volver a encontrar el objeto de esa representación, de ver si este se re-presenta. Por lo tanto, el yo
realidad definitivo no es un yo cuya función sea conocer, sino volver a encontrar, re-conocer el
objeto de la representación, y este es para Freud el objetivo fundamental del examen o prueba de
realidad: “El fin primero y más inmediato del examen de realidad (de objetividad) no es, por tanto,
hallar en la percepción objetiva (real) un objeto que corresponda a lo representado, sino volver a
encontrarlo, convencerse de que todavía está ahí […] discernimos una condición para que se
instituya el examen de realidad: tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una
satisfacción objetiva (real)”. (46)
Freud realiza luego un desarrollo que remite al punto en que Melanie Klein no logra una
articulación precisa entre simbolismo, angustia y pulsiones de vida y muerte. La afirmación pertenece
a la esfera de influencia del Eros, la expulsión y su sucedáneo, la negación, pertenecen a la esfera de
Tánatos. Existe pues una equivalencia directa entre la afirmación y el Eros. En cambio, la relación de
Tánatos con la expulsión y con la negación exige un paso más, una nueva mediación, mediación que
es la raíz misma de lo simbólico y de la función del juicio. Escribe Freud: “El gusto de negarlo todo,
el negativismo de muchos psicóticos, debe comprenderse probablemente como indicio de la
desmezcla de pulsiones por débito de los componentes libidinosos. Ahora bien, la operación de la
función del juicio se posibilita únicamente por esta vía: que la creación del símbolo de la negación
haya permitido al pensar un primer grado de independencia respecto de las consecuencias de la
represión y, por tanto, de la compulsión del principio del placer”. (47) La constitución del símbolo
de la negación aparece como una condición insoslayable para la construcción del juicio de
existencia, símbolo que entraña la introducción de la ausencia de la cosa, operación propia del
lenguaje como tal. La pérdida de los objetos de satisfacción instala esa posibilidad simbólica, pero
esa pérdida es equivalente a la negatividad que el lenguaje introduce. Por esta vía se abre el acceso a
la realidad humana y a la multiplicidad de sus objetos, objetos que son múltiples porque el objeto
específico de la necesidad es abolido por la acción de lo simbólico.
Klein no precisa la diferencia entre la expulsión y la creación del símbolo de la negación,
 precisamente en la medida en que cree que el símbolo de la negación se desprende de una
comprobación empírica de la ausencia del objeto. Freud, en cambio, subraya que la creación del
símbolo de la negación es ya una organización humana de esa realidad, una búsqueda desplazada del
objeto originariamente perdido en la estructura. De este modo, el examen de realidad, ese examen
que desempeña un papel tan importante en la elaboración del duelo, no tiene como condición de
 producción al duelo. Por el contrario, el duelo normal es posible pues no afecta al objeto perdido en
la estructura sino a un objeto que existe en la realidad, objeto que es ya por sí mismo un sustituto de
ese “otro inolvidable”.
En la psicogénesis del símbolo que aquí se propone, el desplazamiento permanente del objeto,
sus vicisitudes imaginarias, tan sólo encubren que las relaciones de objeto, en plural, existen porque
no hay objeto propio de la satisfacción humana, que ellas son ya sustitutos de esa ausencia. Esta
ausencia, producto de la función negadora de lo simbólico, no es una ausencia empírica, sino una
ausencia simbólica, una falta, una falla, que afecta tanto al sujeto como al otro materno. Aceptarlo
sería aceptar que la madre no es toda y que nada en el Otro garantiza su indemnidad como “persona”,
incluso y sobre todo como “persona total”.

CONCLUSIÓN

Dentro de las formas del objeto que vienen a ocupar el lugar vacante del objeto primero, pueden
distinguirse en Klein las siguientes: 1) el objeto metafórico, cuyo modelo clínico es el objeto fóbico,
y que se acerca al objeto de amor freudiano y es solidario de la estructura de la demanda. En este
campo se inscribe la atribución de las propiedades de bueno y malo; 2) el objeto “psicótico”, que es
su versión particular del carácter de plus de goce del objeto parcial pulsional, que impulsa al sujeto
hacia el más allá del principio del placer y, por lo tanto, genera una gran angustia debido a la
amenaza que representa para la barrera protectora contra los estímulos, y 3) el objeto imaginario,
correlativo de la significación bueno-malo, que se inscribe en el campo del yo del placer purificado,
en la línea yo-yo ideal.
Queda claro que el gran ausente es el objeto del deseo como tal, el cual resulta confundido con
los significantes de la demanda de amor y el objeto imaginario. Por eso, punto que luego será
desarrollado con sumo detalle, Lacan señala que confunde la estructura del fantasma inconsciente con
la de la pulsión, ( ) con ( ).
Evidentemente, este malentendido tiene su asidero en la clínica misma, donde el objeto se
 presenta a menudo de este modo. Sin embargo, uno de los desafíos de la clínica reside en determinar 
cómo, más allá de las galas narcisistas, puede asomar el objeto perdido del deseo, precisamente en
la medida en que el circuito narcisista y el de la demanda de amor tienden a obturar el vacío del
objeto en su articulación con el deseo inconsciente.
Puede observarse que todas estas versiones del objeto no hacen más que constituir modos
diferenciales de obturar la castración materna, la cual se presenta en esta concepción bajo la máscara
del objeto dañado. La conclusión es sencilla, a la madre nada le falta, y de allí la importancia de la
 pareja combinada, y si en ella hay un agujero este es producto de la maldad intrínseca del sujeto.
Casi podría decirse que Klein literalizó la ecuación niño-falo freudiana como superación efectiva de
la castración femenina, por eso la envidia en ella no es ya envidia del pene, sino envidia de la
capacidad creadora de la madre.
Ese sujeto, primariamente envidioso, malvado, sádico, es el efecto de la elección kleiniana del
sadismo primario como interpretación de la pulsión de muerte. El sujeto ocupa esta posición porque,
igual que en el caso del sadismo perverso, su función fundamental es obturar la castración del Otro.
En este punto, Klein, insospechadamente, cae en los senderos del divino marqués, cuyo dios-
supremo-en-maldad asume aquí un nuevo rostro, el del carácter maléfico de la pulsión de muerte, una
 Naturaleza que nos condena, al igual que el dios sadiano. Para escapar de ella, Klein nos propone
una salida que se aleja de la de Sade. Esa salida es precisamente el amor al otro materno, su
reparación, es decir, su salvación. Si Lacan puede decir que Freud extrema los recursos para salvar 
al Padre, Melanie Klein, a su vez, salva a la madre, pagando como precio de esa salvación la
 pérdida de la sexualidad femenina, condenando a las  mujeres y también –¿por qué no?– a los
hombres, a la maternidad.

Muchos de los conceptos aquí vertidos serán retomados en relación con la construcción del
concepto de objeto a en Lacan, pues los errores de Klein, sus confusiones, sus olvidos, sus
 parcializaciones de Freud fueron, según creo, una guía fundamental para la elaboración por parte de
Lacan de su propio concepto de objeto.

1 J. Lacan, El Seminario IV , La relación de objeto , años 1956-1957, Buenos Aires, Paidós, 1994.
2 Véase infra los capítulos referidos a la enseñanza de Lacan.
3 K. Abraham, “Un breve estudio de la evolución de la libido, considerada a la luz de los trastornos mentales”, en
 Psicoanálisis clínico, Buenos Aires, Hormé, 1959.
4 Ob. cit., p. 377.
5 Ob. cit., p. 370-371.
6 Ibíd.
7 Ibíd.
8 Véase infra el capítulo dedicado a las teorías de W. Bion.
9 M. Klein, El psicoanálisis de niños  Buenos Aires, Hormé, 1964.
10 M. Klein, “Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del lactante”, en Desarrollos en psicoanálisis,
Buenos Aires, Hormé, 1962.
11 M. Klein, “Algunas conclusiones teóricas...”, ob. cit., p. 180.
12 Ibíd.
13 Ibíd.
14 Ibíd.
15 Ob. cit., p. 181.
16 Ibíd.
17 Ob. cit., p. 177.
18 J. Lacan, “De nuestros antecedentes”, en Escritos I , Buenos Aires, Siglo XXI, 1985, p. 64.
19 J. Lacan, “La agresividad en psicoanálisis”, ob. cit., p. 107.
20 M. Klein, “Algunas conclusiones teóricas…”, ob. cit., p. 178.
21 Véase supra , los capítulos “El deseo freudiano y su objeto” y “El objeto de la pulsión parcial y el objeto del
amor”.
22 M. Klein, “Algunas conclusiones teóricas...”, ob. cit., p. 184.
23 M. Klein, “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”. Desarrollos en psicoanálisis, ob. cit., pp. 262-263.
24 Ibíd.
25 Ibíd.
26 M. Klein, “Algunas conclusiones teóricas...”, ob. cit., p. 195.
27 Ob. cit., p. 188.
28 Véase el apartado del presente capítulo “Abraham y el amor a objetos”.
29 M. Klein, “Algunas conclusiones teóricas...”, ob. cit., p. 190.
30 Ob. cit., pp. 192-193.
31 Ob. cit., p. 195.
32 J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo...”, en Escritos II.
33 J.-A. Miller, “Complemento topológico a ‘De una cuestión preliminar...’”, en Matemas I , Buenos Aires, Manantial,
1987.
34 Véase infra el capítulo dedicado a W. Bion.
35 M. Klein, “Teoría de la ansiedad y la culpa”, en Desarrollos en psicoanálisis, ob. cit.
36 M. Klein, “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”, en Contribuciones al 
 sicoanálisis , Buenos Aires, Hormé, 1964.
37 S., “ El malestar en la cultura , en Obras completas, tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, p. 120.
38 M. Klein, “Teoría de la ansiedad....”, ob. cit., p. 240.
39 S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia , en Obras completas, ob. cit. Tomo XX, p. 130.
40 Ob. cit., pp. 130-131.
41 Ob. cit., p. 134.
42 Ob. cit., p. 159.
43 Ob. cit., p. 159.
44 Ob. cit., p. 161.
45 S. Freud, La negación , en Obras completas, ob. cit., tomo XIX, pp. 254-255.
46 Ob. cit., pp. 255-256.
47 Ob. cit., pp. 256-257.
LA TEORÍA DE LA PSICOSIS EN BION O LOS LÍMITES DEL
KLEINISMO

 I. Introducción

Lacan, en “La dirección de la cura”, define nítidamente la dificultad central de la posición


kleiniana. Tras discutir la fantasía como puesta en escena simbólica de lo imaginario dice: “Por eso
toda tentativa de reducirla a la imaginación, a falta de confesar su fracaso, es un contrasentido
 permanente, contrasentido del que la escuela kleiniana, que ha llevado las cosas muy lejos en este
terreno, no puede salir por no entrever siquiera la categoría del significante”. (1)

La teorización de Wilfred Bion, discípulo eminente de Melanie Klein, intenta resolver ese
contrasentido, pero su adhesión a los postulados teóricos kleinianos lo lleva a desarrollar una teoría
del símbolo, la simbolización y el pensar que lo aleja de la categoría del significante, y que muestra
los impasses y el necesario fracaso en los que desembocan esos postulados.
Su fidelidad teórica, unida al rigor de su proceder, hacen de su obra la tentativa más extrema y
elaborada de la que disponemos para demostrar que sin un concepto adecuado de la estructura y del
orden simbólico el psicoanálisis no tiene más remedio que naufragar.
Una larga práctica analítica con psicóticos, sobre todo esquizofrénicos, lo llevará a articular de
modo original la diferencia entre neurosis y psicosis, siguiendo la huella misma de su borramiento en
Klein. La entidad nosológica clave será la esquizofrenia, y su propuesta para la dirección de la cura
responde a las características estructurales de ella.
Tomar como punto de partida la esquizofrenia es coherente con el espacio teórico que dibujan las
 posiciones esquizo-paranoide y depresiva de Klein. Cabe recordar que la paranoia, psicosis clave
 para Freud, queda subsumida en el campo de la angustia paranoide propia de la primera de las
 posiciones.

 II. El analista en la huella de Platón

Hacia fines de la década de 1940, Klein comienza a enfrentar los impasses de su propia
teorización. Entre ellos nos interesa especialmente el que podría formularse así: ¿cómo diferenciar la
 psicosis “psicótica” de la psicosis “normal” del desarrollo? La confusión entre ambas es constante,
acompañándose de un marcado desinterés por el diagnóstico estructural y por el abandono de la
diferenciación neta entre psicosis, neurosis y perversión, que es sustituida por la ambigua y fluida
coexistencia de los “núcleos” psicóticos, perversos o neuróticos. Finalmente, el criterio fundamental
de diferencia es cuantitativo: el monto constitucional de Tánatos.
Bion, fiel discípulo, mantiene esta coexistencia, pero llega a definir diferencias de estructura
entre las “partes” de la personalidad, algunas de ellas de gran agudeza, cuyas consecuencias no
deduce debido precisamente a la ya mencionada fidelidad.
La reminiscencia platónica, correlato del innatismo como lo recuerda Lacan, que Bion tomará
como referencia explícita, guía la cura. La interpretación sistemática del contenido de las fantasías
cumple cabalmente con su función de obturar el agujero del Otro: para todo hay respuesta y, guiado
 pacientemente, el paciente, como el esclavo de Platón, accederá a lo que ya una vez conoció.
En el centro de la concepción psicogenética del kleinismo encontramos una particular 
interpretación de la realización alucinatoria del deseo en Freud. En el Seminario V, Las formaciones
del inconsciente, Lacan indicó que este punto de partida condicionaba necesariamente una
constitución idealista del mundo. Esta satisfacción alucinatoria es definida como “psicótica” y debe
ser corregida progresivamente por el desarrollo de la prueba de realidad.
Sin embargo, a la formulación freudiana se le agrega un elemento nuevo, la importancia del
duelo. La ausencia del objeto se convierte en la clave del desarrollo, la ausencia entraña un duelo, y
se la define como frustración. El pensar es reinterpretado transformándose fundamentalmente, desde
este ángulo, en una actividad de resolución de problemas (volvemos sin duda a la más clásica de las
 psicologías), siendo definido el problema central a resolver como el de la ausencia del objeto,
ausencia a la que Bion denominará no-cosa.
Frente a la frustración que acarrea la no-cosa hay dos respuestas posibles: elaborar la ausencia
mediante el desarrollo de la simbolización y el pensamiento o escapar de ella recurriendo a la
alucinación. La primera es la respuesta neurótica, la segunda la propia de la psicosis. Efectivamente,
 para Bion la no instalación de la falta, su no elaboración, marca el límite estructural entre estas dos
formas de organización de la “personalidad”. Podemos observar que esta posición es totalmente
coherente con el espacio teórico kleiniano tal como fue definido anteriormente.
Frustración y gratificación son pues las dos experiencias emocionales fundamentales, la una
asociada al odio, la otra al amor. La experiencia emocional, tengámoslo presente, es la sustancia
misma del proceso analítico y del psiquismo.
La pulsión oral modela estas experiencias emocionales fundamentales, marcándolas con la
impronta de la relación boca-pecho. A este nivel se ubica el origen del mecanismo de identificación
 proyectiva. Bion formaliza a partir de la pulsión oral un modelo que se volverá clásico rápidamente
en el ámbito del psicoanálisis contemporáneo: la boca será continente y el pecho el contenido.
Continente-contenido podrán sufrir vicisitudes múltiples, así, el pecho también será continente, por 
ejemplo. Continente es por excelencia algo en cuyo interior se puede proyectar, y lo proyectado pasa
a ser definido como contenido. Los designa respectivamente con los signos de la biología para
femenino y masculino. La vagina pasa luego a reemplazar a la boca como continente, y el pene al
 pecho como contenido, desarrollo coherente con la teoría de la sexualidad ya descripta.
Esta relación entre continente y contenido es introyectada por el lactante y se convierte en un
aparato que le permite elaborar la ausencia del objeto, primera versión del pensamiento –pre-
verbal– cuyo fundamento es la identificación proyectiva. A este nivel Bion introduce una nueva
función, la capacidad de reverie de la madre, capacidad que asegura el buen funcionamiento de este
aparato y su posterior introyección. Esta capacidad hace del Otro materno un continente de las
emociones que superan al lactante, sobre todo de las negativas, emociones que este evacua mediante
la identificación proyectiva. Modelo del continente, el reverie materno es equiparado a una
“digestión psíquica” de los excesos de estimulación que el niño no soporta. Su función, por ende, es
la de permitir que la tolerancia a la frustración se desarrolle, digiriendo ese hueso que es la no-cosa,
la ausencia del objeto.
La capacidad de reverie depende de la función a, es decir, de la capacidad simbólica de la
madre misma. Esta capacidad desempeña el papel de modular, en forma no caprichosa, esa función
del Otro simbólico. Lacan caracterizó la frustración como una acción realizada por un agente
simbólico, (A), que produce un daño imaginario –la frustración misma–, por el cual el niño se siente
desposeído de determinado objeto en lo real. Lacan sitúa la frustración en un contexto muy diferente
al de la psicogénesis, en el contexto de la ruptura de palabra, que cuestiona al Otro como no tachado,
sobre el fondo de la prueba de amor. La frustración se define pues en función de su contexto
simbólico, no se limita a ser una experiencia empírica de la ausencia del objeto anhelado que la
capacidad de reverie ayudaría a elaborar. Esta, sin embargo, es la única forma en que Bion alcanza a
introducir, respetando al mismo tiempo el innatismo teórico de su maestra, la función del Otro como
un lugar continente que, irónicamente, queda reducido a ser un “estómago psíquico”.
Como consecuencia de este enfoque genético del símbolo, el objeto del deseo tiende a ser 
equiparado al objeto del conocimiento. A partir de estas premisas naturalmente la frustración se
transforma en una matriz de aprendizaje cuyo dato inicial es la experiencia emocional. Bion
desarrollará una teoría detallada del proceso de simbolización y pensamiento coherente con estos
 postulados. En este marco el análisis es concebido como experiencia emocional correctora, fundado
en las formas de vínculo entre continente y contenido: amor, odio y conocimiento. La inclusión
explícita del conocimiento entre los vínculos indica claramente por qué el énfasis “educativo” de
esta posición, implícita ya en Klein, se hace más marcado aún; recordemos por ejemplo que uno de
los primeros libros de Bion lleva el título, significativo desde este ángulo, de  Aprendiendo de la
experiencia. (2)
El pensar es pues una forma de elaborar el exceso de estimulación emocional y exige como tal el
desarrollo de lo que Bion llama elementos a, que equivalen precisamente a hechos “digeridos”. Los
hechos a digerir, ¿cuáles son? Las impresiones sensoriales y emocionales. Estos hechos o
“realizaciones” se agrupan en las dos series ya mencionadas, la de la frustración y la de la
gratificación. Estas realizaciones saturan un nuevo elemento teórico, la preconcepción, nuevo nombre
de la huella filogenética, de la representación heredada. El encuentro entre la preconcepción y una
realización de la serie de la frustración, al introducir la no-cosa, genera la concepción. La
 preconcepción es para Bion idéntica a la idea platónica, verdadero antecedente, a su juicio, de la
noción del objeto parcial interno de Klein. ¡Platón es pues precursor de Klein! Como consecuencia
lógica la reminiscencia platónica asoma como la forma de concebir el análisis propia de esta
escuela, forma de recordar que Lacan criticó reiteradas veces, y a la que le opuso la rememoración.
El Otro del significante es reemplazado por la herencia. (3)
El pecho en la serie de la gratificación es objeto de goce, su pérdida, en caso de ser elaborada,
determina el surgimiento del anhelo, de la añoranza del objeto, posibilitada por el símbolo. Aquí,
efectivamente, podemos considerar que para Bion el símbolo es la muerte de la cosa, muerte que se
funda en la “experiencia emocional de la ausencia”. El deseo por el objeto perdido surge como
límite del principio del placer gracias a la elaboración de la frustración.
El pasaje de la pre-concepción a la concepción es esencial para la constitución de los elementos
a, versión bioniana del significante, los cuales se agrupan para formar una barrera, la barrera de
contacto, cuya función es establecer el límite entre consciente e inconsciente. Esta barrera de
contacto ocupa pues el lugar de la represión primaria en Freud y su instalación indica el triunfo del
 principio de realidad. Los elementos a, “hechos digeridos”, son equiparados a los pensamientos
oníricos freudianos, y hacen posible el desarrollo de la memoria, el recuerdo, el soñar.
Los elementos a se organizan gracias a lo que Bion llama la función a, cuyo establecimiento
 permite el surgimiento de la actividad de pensar, El pensar consiste primordialmente en resolver el
 problema que la ausencia del objeto plantea, y los elementos a son los instrumentos que permiten que
el problema llegue a plantearse. Estos elementos son previos a cualquier aparato destinados a
 pensarlos, son pensamientos sin pensador como dice Bion. Este pensamiento sin pensador es
 precisamente el inconsciente freudiano, condición de la neurosis y de la forma clásica de la
transferencia.
Aquí nos adentramos ya en el terreno de la dirección de la cura. Para Bion la experiencia
emocional puede sufrir procesamientos diversos, a los que caracteriza como transformaciones – 
término que explícitamente debe ser entendido en sentido geométrico–, y que determinan la forma
misma de la transferencia en la neurosis y en la psicosis. El establecimiento de la función a es
condición de las transformaciones rígidas, es decir, acordes con la geometría euclideana, que son
 propias de la transferencia freudiana clásica. En estos casos, las teorías clásicas del psicoanálisis
dan cuenta del desarrollo de la cura. Estas teorías son inoperantes en el caso de la psicosis, donde
las transformaciones responden a otro orden, a otra geometría, la proyectiva, en cuyo espacio se
despliegan lo que luego describirá como las transformaciones en alucinosis.
La función a, indica Bion, tiene una estrecha relación con la verdad, la cual es indispensable
 para un desarrollo emocional adecuado. La verdad, dice, es independiente de un pensador, más aún,
es el pensador el que introduce la posibilidad misma de la mentira. Mentira y pensador son para él
inseparables, el pensamiento verdadero no necesita de un pensador, es verdadero con él o sin él. A
quien conoce el pensamiento de Lacan, esta posición necesariamente le despertará ecos de las
formulaciones de este acerca del sujeto del inconsciente y de la estructura de ficción de la verdad. La
incursión de Bion en esta temática surge precisamente en su esfuerzo por precisar los límites
estructurales entre neurosis y psicosis, y entra en contradicción con el innatismo kleiniano. Para un
desarrollo innatista, prefijado, la verdad no es un criterio, sí para quien se enfrenta con la
subjetividad, esa que introduce como condición primera el  proton pseudos freudiano, propio del
sujeto en tanto que dividido. Pero la verdad también queda presa de la metáfora alimenticia, y se
vuelve “alimento de la psique”, perdiéndose su articulación con la lógica y el significante. Vemos
aquí un movimiento que se repite en esta obra, el acercamiento a puntos de articulación centrales, que
significan un progreso en relación con el punto de partida y la posterior regresión teórica, al verse
obligado a verterlos dentro del estrecho marco teórico del kleinismo.
Para Bion, lo imposible de verificar, de constatar, en psicoanálisis debe equilibrarse con el
concepto de verdad. Se percata claramente de que allí donde hay sujeto, hay verdad, pero no deduce
de ello su consecuencia central, esa que Lacan resumió al decir “la verdad tiene estructura de
ficción” o en su famosa prosopopeya: “Yo, la Verdad, hablo”. (4)

 III. La personalidad esquizofrénica  y  su espacio: las transformaciones en


alucinosis

El psicoanálisis de las psicosis demuestra, a criterio de nuestro autor, una completa subversión
de la organización del pensar tal como acaba de ser descripta. Nos enfrentamos entonces con un
modo de funcionamiento psíquico no contemplado por la teoría freudiana clásica.
Siendo la esquizofrenia la forma por excelencia de la psicosis, no un cuadro clínico en el sentido
más tradicional, ella es considerada como una “parte” de la personalidad, presente en todo sujeto
como remanente de las etapas más tempranas de la evolución –su núcleo psicótico–, que coexiste con
la “parte neurótica” de la personalidad. Tesis que se adecua perfectamente al irónico comentario de
Lacan “un neurótico es un psicótico que evolucionó bien”. Aun cuando ambas partes presentan lo que
 podemos denominar diferencias estructurales, Bion conserva la idea de que ambas son “componentes
normales” del psiquismo.
Su teorización se funda básicamente en una clínica bajo transferencia, tomada esta última en su
acepción kleiniana, clínica que demuestra que el tipo de transformaciones que se opera en la
transferencia psicótica difiere de las transformaciones propias de la transferencia neurótica. Se
 pretende así dar una interpretación particular de la transferencia narcisista, propia de la psicosis
según Freud, que sería en realidad una falta de transferencia, y colmar de este modo lo que estaría
ausente dentro de la teoría freudiana. Tan sólo el desarrollo kleiniano de la identificación proyectiva,
el splitting  y la relación de objeto, permite acceder a esta peculiar transferencia a juicio de Bion.
Para comprender estas transformaciones de la transferencia psicótica es necesario partir de la
elección inicial del psicótico, debiendo entenderse el término “elección” en el mismo sentido en que
lo usa Freud cuando se refiere a la elección de neurosis. Su elección inicial es evadir la frustración.
El primer resultado de esta elección es que la no-cosa, el no-pecho se transforma en un pecho malo
 presente. Esta presencia no es una concepción, un elemento a, sino una presencia que obtura, que
satura la falta, la ausencia. Esta forma particular de presencia será denominada, tomando prestado el
término a Kant, la cosa en sí misma, el noúmeno, lo incognoscible. El mundo de la psicosis es un
mundo poblado por ese imposible que son las cosas en sí mismas, imposibles de conocer, por ende
reales diríamos nosotros, que es el noúmeno kantiano; el mundo de la neurosis, en cambio, es el
mundo más banal de los fenómenos...
Podemos decir entonces que lo forcluido de lo simbólico –la ausencia del objeto– retorna desde
lo real como la cosa en sí misma, a la que Bion le da el nombre de elementos b, elementos que se
forman en el mismo lugar donde deberían formarse los elementos a propios del funcionamiento
neurótico. La frustración implica entonces que, cuando no puede ser resuelta, se produzca una
 perturbación en la génesis del símbolo, por ende, un agujero en lo simbólico –la falta de elementos
a– consecuencia del fracaso en la elaboración de esa experiencia emocional que es la no-cosa. El
aparato psicótico se caracteriza precisamente porque este agujero en lo simbólico se ve rellenado
 por un retorno desde lo real que es el elemento b, elemento fundamental de la alucinación.
Estas cosas en sí mismas, elementos no digeridos, fracaso de la función continente-contenido –la
que estalla en forma atípica, fragmentada por el  splitting  patológico–, conforman pues ese elemento
 b, forma degradada del símbolo que caracteriza a la psicosis.
Esta opción del psicótico implica el fracaso del principio de realidad, y el triunfo del principio
del placer-dolor, pleasure-pain principle. Bion modifica en este punto la traducción inglesa de
Strachey de “Los dos principios del suceder psíquico”, (5) quien lo traduce como  pleasure-
displeasure principle, principio del placer-displacer. El artículo citado de Freud es la apoyatura
central de Bion en la obra freudiana para su desarrollo sobre el símbolo y el pensar. Esta
modificación corresponde a la gran importancia que adquiere el concepto de dolor psíquico,
concepto cuya fuente es doble:

1. Se refiere por una parte al dolor vinculado al trabajo de duelo, dolor que es asociado a la
frustración, definida ahora como capacidad de soportar el dolor de la no-cosa.
2. Por otra, responde a la necesidad de reintroducir el más allá del principio del placer, la
dimensión que corresponde a lo que Freud bautizó como masoquismo primario, al que Klein
rechaza a favor del predominio del sadismo primario.

Esta dimensión del placer-dolor, que la clínica de las psicosis le impone a Bion, dimensión que
escapa al símbolo, o sea al significante, muestra hasta qué punto la problemática del goce es
insoslayable en este campo. Lo real del goce aparece a través del dolor como límite, como imposible
de soportar. Hacerlo soportable, “digerible” mediante el símbolo es una de las tareas centrales –al
menos es lo que Bion ambiciona– en el psicoanálisis de las psicosis.
Resume esta dimensión señalando que la realidad que se establece cuando rige este principio de
 placer-dolor es lo que denomina sensuous-reality, término que en inglés condensa sensual y
sensorial, produciéndose una alteración de los órganos de los sentidos, lo que bien puede llamarse un
sensorio-sensualizado, que reemplaza la función al servicio de la conciencia, del awareness, que
estos tienen habitualmente.
Puntuemos qué caracteriza, en suma, a esta personalidad esquizofrénica.

1. Una perturbación fundamental de la función simbólica que condiciona el fracaso del


 pensamiento verbal y del aprendizaje por la experiencia.
2. El articulador central de ese fracaso es la no elaboración de la posición depresiva, es decir, la
intolerancia al dolor y a la frustración que esta entraña.
3. La causa del fracaso reside en: a) primacía del sadismo; b) odio a la realidad interna y externa
originado en la intolerancia al dolor psíquico; c) fracaso de la capacidad de reverie de la madre. El
conjunto de estos elementos determina la destrucción de la incipiente capacidad simbólica,
 produciéndose una regresión a la posición esquizo-paranoide, en la que los mecanismos de
identificación proyectiva y disociación actúan de modo particularmente violento y con una
especificidad que los diferencia de sus equivalentes neuróticos.
Como consecuencia de todo lo anterior, la división consciente-inconsciente no se establece, al no
 producirse la barrera de contacto que los separa, por el fracaso de la función a. Su resultado es la
muerte de la personalidad, pues la existencia de esta depende de esa diferenciación. La capacidad de
recordar, de soñar y la función de la conciencia no se desarrollan.
El establecimiento de la sensuous reality conlleva una alteración particular de la conciencia.
Bion evoca la definición presente en Los dos principios..., según la cual la conciencia es el órgano
destinado a la percepción de las cualidades psíquicas. Las cualidades psíquicas por excelencia son
 placer y dolor, producidos en una primera época como “datos sensoriales del  self ”. La erotización de
esos datos, obedeciendo al principio del placer-dolor, produce un tipo de información que reemplaza
el significado y la verdad por las sensaciones mismas y su cuota de placer-dolor. La conciencia
fracasa entonces en su función, siendo incapaz de discriminar entre las sensaciones, sustituyéndosele
una particular hipersensibilidad en el contacto con la realidad. El sujeto psicótico, por lo tanto, no
tiene contacto ni consigo mismo ni con la realidad, se conecta como si fuese un robot.
Es también incapaz, por ende, de enfrentar sus “estados mentales”, sus “experiencias
emocionales”; por ejemplo, experimenta el dolor, pero no puede soportarlo: “ They can feel it but not 
endure it ”. Falla pues la posibilidad de significar las sensaciones, su procesamiento psíquico,
generándose un uso anormal de los órganos perceptivos y de su significación.
5. El aparato destinado a captar la realidad es el objeto privilegiado de los ataques de la
identificación proyectiva y el splitting , los que operan fragmentaciones que no se llevan a cabo de
acuerdo con las líneas “naturales” del objeto. De este modo se aglomeran –no se condensan o se
reúnen– un trozo de oreja con una boca, por ejemplo. Se forman los célebres objetos bizarros,
aglomerado de una parte del yo, del superyó y de elementos b. Bion señala que habría que
describirlos con el término withoutness, objetos exteriores sin interior, aproximación a lo que el
término éxtimo de Lacan caracteriza claramente en lo tocante al objeto a. El concepto mismo de
“líneas naturales” del objeto es más que dudoso. Obviamente, para Bion, la estética trascendental
kantiana sigue siendo el espacio normal del psiquismo, de modo tal que todo lo que insinúa un
espacio no euclideano, como el topológico por ejemplo, le parece corresponder a lo psicótico. Punto
de referencia que limita su consideración de la clínica, pues todo lo real de lo simbólico, todo lo que
escapa al marco del espacio euclideano, se convierte en sinónimo de psicosis.
La aglomeración de estos objetos constituye la pantalla b, que sustituye a la articulación de
elementos a en la barrera de contacto, cuyo funcionamiento particular será el fundamento de la
intensidad de la reacción afectiva del analista ante el psicótico. Este procedimiento de aglomeración
se acerca a lo que Lacan denominó procedimientos de remiendo en la psicosis.
6. Tiempo y espacio se ven irremediablemente alterados por estos procesos.
El espacio tridimensional estalla en un vasto espacio sin límites, infinito, que escapa a toda
representación, al uso de las coordenadas. El tiempo se achata, se reduce a lo que describe como “la
fina membrana de un momento”, sin duración, sin pasado ni futuro. No creo necesario insistir que
nuevamente nos hallamos ante los límites de la estética trascendental, que sólo puede reconocer 
como válido el espacio tridimensional de nuestros sentidos.
7. Los acontecimientos mentales, in-sensibles para Bion, en el sentido de imposibles de
aprehender a través de los sentidos, son transformados en sensaciones vacías de significado, o sea,
elementos b.
8. Se produce un vaciamiento de la dimensión de significación y un incremento de la dimensión
del sensorio-sensualizado que tiende a reemplazarla, dominio donde sólo existen el placer y el dolor,
infligidos o padecidos. La única significación que llega a estabilizarse, cuando hay delirio, es la que
surge del significado privado transmitido al paciente por su deidad.
La parte psicótica teme el vaciamiento de significado y teme a la vez su presencia. La
desaparición del significado equivale a la desaparición del pecho, su fuente fundamental; su
 presencia lo obliga a enfrentarse con la posición depresiva.
9. Prima, en lugar de la verdad, un enfoque moral, causado por un superyó sádico y asesino,
despótico, que sustituye la omnisciencia a la verdad.
10. Todos estos elementos culminan en las transformaciones en alucinosis, propias de la
transferencia psicótica. Estas implican una desaparición de las reglas, de las dimensiones y de los
vértices que normalmente regulan las transformaciones geométricas. Podemos describirlas así:

I. Su instrumento es la evacuación, que debe ser entendida en su sentido más concreto, muscular.
Para el paciente su mente es un órgano expulsivo. El resultado es el predominio del acting-out. Los
órganos de los sentidos pierden su función y son usados de manera doble: para recibir y para
evacuar.
II. Son una dimensión de la experiencia analítica gracias a la cual las cosas son aprehensibles
mediante los sentidos.
III. La alucinación es un fracaso en ser, correlativo de la muerte de la personalidad. No es un
error de representación, ni siquiera una representación, no aporta significado, sino placer y/o dolor.
IV. El paciente considera que le aportará una independencia superior a lo simbólico mismo.
V. Sus reglas clínicas son: a) si un objeto está arriba dicta la acción, es superior, autosuficiente e
independiente; b) superior-inferior es la única relación entre dos objetos y c) recibir es mejor que
dar.
Estas últimas reglas coinciden, efectivamente, con lo que Lacan sintetizó como regresión tópica
al estadio del espejo.
Pasaré ahora a examinar cómo todas estas proposiciones se traducen en la dirección de la cura
concretamente propuesta por Bion.

 IV. La dirección de la cura en la esquizofrenia

Tomaré como punto de partida una sesión que Bion relata en su artículo “Sobre la alucinación”.
(6) Se trata de un paciente diagnosticado psiquiátricamente como esquizofrénico. Bion rara vez da
detalles biográficos acerca de los casos, siendo su objetivo realizar una suerte de trabajo analítico
“puro”, independiente de cualquier otro tipo de consideraciones, en el que la experiencia emocional
del “aquí y ahora” de la sesión es el eje fundamental, ateniéndose así a una forma extrema de la
tradición kleiniana. Evidentemente, como ya se señaló, esta es una clínica por excelencia bajo
transferencia, transferencia caracterizada por su particular estilo interpretativo, que se adecua a la
definición del análisis como una experiencia emocional aquí y ahora con el analista como objeto.
Bion toma una serie de tres sesiones, serie a partir de la cual muestra la evolución del paciente.
Cabe recordar que cada sesión para el kleinismo representa una unidad particular, una mónada, cuya
ilación con las sesiones precedentes y subsiguientes se establece posteriormente. Tomaré,
resumiéndola, una de esas sesiones, la segunda.

Paciente (habla sin entonación): “No sé cuánto seré capaz de hacer hoy. De hecho anduve
 bastante bien ayer”.
Bion comenta: “Sentí en este punto que su atención se dispersaba y que comenzaba a balbucear.
Esta apertura era para mí un preludio familiar de una mala sesión”.

Paciente: “Definitivamente estoy ansioso. Ligeramente. Supongo que eso no tiene importancia [se
vuelve más incoherente]. Pedí un poco más de café. Ella parecía alterada. Quizás fue mi voz, pero
decididamente era un buen café. No sé por qué no me gustaría. Cuando pasé por la pradera me
 pareció que las paredes se inflaban hacia afuera. Volví después, pero todo estaba bien”.
Bion comenta: “El sujeto dijo más cosas, que no logro reconstruir. La referencia al café y a la
 pradera remitían a asociaciones conocidas por ambos, paciente y analista; desconocía en cambio el
valor asociativo del material subsiguiente”.
Interpretación: “Le mostré ‘cuánto’ podía hacer, pero sin tomar en consideración la cualidad”.
Paciente: “Responde que puso el gramófono en su asiento”.
Según Bion, indicaba de este modo que su interpretación combinaba las características de una
defecación más una grabación. Agrega que sentía haber agotado su provisión de explicaciones y que
el paciente parecía haber vuelto a un punto en el que demostraba que todo enfoque analítico del
 problema era inútil. Se pregunta pues qué pasó y se lo señala al paciente.
Interpretación: “Está teniendo una mala sesión, lo cual debería tener alguna razón”.
Bion comenta que lo único que no se le ocurrió fue que el paciente hubiese podido tener un
sueño, desarrollo reciente en el análisis. Indica que no puede precisar qué le sugirió que el paciente
estaba alucinado. Piensa que quizá fue que el manejo de la sesión del paciente le hacía pensar que él
no era un objeto independiente, sino que lo trataba como si fuese una alucinación. El comentario del
 paciente acerca del gramófono indicaba que este le negaba a su analista vida y existencia
independientes, que trataba sus interpretaciones como si fuesen alucinaciones auditivas.
Interpretación: “Parecía estar reactivando un estado mental que le era necesario preservar como
un objeto bueno. Nuevamente veía objetos que le pasaban por encima de la cabeza y que le
recordaban otras oportunidades”.
Paciente: “Me siento muy vacío. Mejor cerrar los ojos. (Permanece en silencio y ansioso.) Tengo
que usar mis oídos. Parece que escucho todo mal”.
Interpretación: “Siente que sus oídos están masticando y destrozando todo lo que le digo. Está tan
ansioso por desembarazarse de eso que lo expulsa en pedazos a través de sus ojos. Pero ahora usa
sus ojos por la razón opuesta, para arrojar, lo más lejos posible, los trocitos de la interpretación
rota”.
Paciente: “Estoy en fading”.
Interpretación: “Le sugerí que me temía porque sentía que me estaba destruyendo a mí y a mis
interpretaciones, y que temía entonces no tener suficientes interpretaciones como para curarse”.
Paciente: “Dice que vio un cuadro en D. Había en él un pene. Se queja de que arruinó el cuadro
haciéndolo lindo, en lugar de feo”. “Todos los objetos se transforman en cosas a mi alrededor.”
Interpretación: “Le interpreté nuevamente que transformaba otra vez mis interpretaciones en
sonidos que evacuaba por sus ojos, de manera tal que los veía ahora como objetos que lo rodeaban”.
Paciente: “Entonces todo lo que me rodea está hecho por mí. Esto es una megalomanía. Me gustó
mucho su interpretación”.
El paciente comienza luego a asociar frases incoherentes, referencias poco comprensibles, y
material comprensible en la medida en que ya había aparecido antes. Descubre Bion en estas
asociaciones un pattern del siguiente tipo: asociación, asociación, un poco ansioso, asociación,
ligeramente deprimido, asociación, algo ansioso...
Interpretación: “Le dije que no sabía por qué toda su intuición analítica y su comprensión habían
desaparecido”.
Paciente: “Sí (con tono conmiserativo)”.
Este “sí” expresaba, según Bion, “su intuición también debe de haber desaparecido”.
He conservado en lo esencial las intervenciones de Bion y su paciente, resumiendo sobre todo
los comentarios y asociaciones intercalados por Bion. Es interesante observar hasta qué punto el
“pensar” del analista ocupa el primer plano, y sus intervenciones parecen apoyarse fundamentalmente
en ese “pensar”, casi independientemente de las asociaciones del paciente. La escasa preocupación
 por lo que Lacan denominaba la envoltura formal del síntoma es evidente. La preocupación se centra,
como lo muestra el  pattern que se dibuja para Bion en la expresión de las emociones: deprimido,
ansioso, etc. El analista constantemente trata de deducir qué piensa el paciente, y aquí la actividad
interpretativa como traducción de “estados emocionales” es obvia. Hay, empero, un código de
traducción, la traducción no es azarosa, este código responde a la teoría que esbozamos antes y se
funda en una conceptualización particular de la cura analítica.
La experiencia emocional, núcleo de lo que ocurre en la cura como ya dijimos, se reproduce
como tal en las sesiones en la relación con el analista. Esta experiencia emocional actual es a la vez
evidente e incognoscible, es la cosa en sí misma, el noúmeno kantiano. Psicoanalizar es precisamente
transformar esa experiencia emocional actual en una interpretación. La función de la interpretación es
 precisamente lograr el awareness, término cuya traducción más aceptable sería el percatarse de, el
awareness del estado emocional existente. Percatarse de la experiencia emocional conlleva un
aumento de la capacidad de pensar, capacidad que se opone a la disociación, que es sinónimo de una
integración no tanática de dos objetos, que equivale a una función sintética. El psicoanálisis es pues
aprendizaje de la experiencia emocional cuyo desenlace exitoso culmina con el incremento de la
capacidad de pensar y comprender. No insistiremos en este punto general, remitiendo al lector a las
críticas de Lacan en “Variantes de la cura tipo” y en “La dirección de la cura...”. (7)
En lo que se refiere a la esquizofrenia, el objetivo general de la cura sigue siendo el mismo. La
diferencia radica en las características propias de la “personalidad esquizofrénica” que determina la
organización de la transferencia bajo el imperio de las transformaciones en alucinosis. El paciente
recurre a ellas precisamente porque su capacidad de pensar está destruida y también su conciencia,
su capacidad de awareness. Esta destrucción implica además que la fórmula clásica del
 psicoanálisis “hacer consciente lo inconsciente” no sea válida en estos casos, pues la misma se ve
doblemente anulada: al faltar los elementos a y no configurarse la barrera de contacto, no hay
represión primaria, o sea, no hay inconsciente y la conciencia como órgano perceptor de la cualidad
 psíquica está destruido. Por esta razón el objetivo principal del psicoanálisis de la esquizofrenia es
“reparar” el aparato psíquico del psicótico.
“Reparar la función simbólica”, podemos definir de este modo el objetivo propio del
 psicoanálisis de la esquizofrenia según Bion. En un sentido amplio, podría decirse que este coincide
con Lacan, ya que ambos señalan la inexistencia de la represión primaria, la presencia de un déficit
en el orden simbólico, aunque este déficit sea conceptualizado de modo absolutamente diferente. La
falta de un significante, su exclusión, que la forclusión teoriza, que determina un agujero en lo
simbólico implica una conceptualización del lenguaje radicalmente distinta. Para Bion el lenguaje
sigue siendo un instrumento que debe aprenderse, que sólo expresa y/o traduce la experiencia
emocional, sustancia primera. El sujeto preexiste al lenguaje, este lo aprehende en lugar de ser 
apresado por la estructura misma del lenguaje y ser así su producto. La consecuencia lógica de esta
conclusión es que la psicosis es un déficit del aprendizaje del símbolo, cuyo efecto es que el sujeto
queda profundamente perturbado en su constitución –Bion percibe esto claramente–. La causa del
déficit radica en la falla en la elaboración de una ausencia en la realidad, la no-cosa, cuyo motor es
la intolerancia, la evasión de la frustración. Lo que no se aprendió quizá pueda aprenderse, la
frustración intolerable quizá pueda volverse tolerable; esta es la base del optimismo terapéutico de
Bion.
La perturbación que este déficit acarrea a nivel del sujeto es lo que él llama “la muerte de la
 personalidad”. Formulación que nuevamente parece coincidir con la conceptualización de Lacan
acerca de la “muerte del sujeto” en la psicosis. Pero debemos tener presente que entre personalidad y
sujeto media un abismo teórico, abismo que indica la forma diferente de conceptualizar un elemento
 presente en la clínica de la psicosis: la imposibilidad en que se encuentra el sujeto de llegar a
significarse gracias a un significante.
Los conceptos iniciales son decisivos en este punto en las orientaciones diferentes de la
dirección de la cura en la psicosis, aun cuando no podemos dejar de apreciar la agudeza de la
observación clínica de nuestro autor.
El desafío para Bion es cómo lograr ese aprendizaje, cómo normalizar el aprendizaje desviado
del símbolo, cómo corregir un error de crecimiento. Su respuesta la tenemos tanto teórica como
 prácticamente.
El analista debe ocupar para él el lugar de la parte no-psicótica de la personalidad, es decir, el
lugar de la conciencia y su función. A él le toca percatarse de la experiencia emocional presente en la
sesión y transmitírsela luego al paciente, más aún le toca procesarla, “digerirla” en lugar del
 paciente. Al analista le toca aquí funcionar del lado del pensar, del lado de la contratransferencia,
 pues la pantalla β del psicótico induce fuertes reacciones emocionales en el analista, siendo la
expulsión una de sus características fundamentales. Todo lo que siente el analista, y en esto se fundan
los largos comentarios de Bion, intercalados entre las asociaciones del paciente y sus
interpretaciones, es producto de la operación de esa pantalla, y por eso el analista funciona como un
receptor sensible de las evacuaciones del paciente, receptor que contiene gracias a su capacidad de
reverie lo intolerable para el paciente. El analista es conciencia, es continente, y el paciente causa su
decir interpretativo y sus asociaciones. Podríamos decir que aquí el analista funciona como el , el
que tiene la barrera de contacto que le permite diferenciar consciente e inconsciente, y que el
 paciente es el objeto a, que causa su división, . Esta forma de escribir la línea superior del
discurso analítico, indica la inversión de su dirección, inversión que nos explica la locuacidad del
analista y su actividad que se asemeja a la de la asociación libre.
¿Acaso la propuesta de Bion se reduce a esta compensación de la parte sana por el analista? Por 
cierto que no. El objetivo de la ubicación en esta posición es llevar progresivamente al paciente a la
 posición depresiva, a partir de la cual sería capaz de elaborar la frustración y desarrollar el uso del
símbolo. Para que esto ocurra, el analista debe colocarse en el lugar del objeto, el pecho, debe llegar 
a permitir la emergencia del no-pecho. Elaborar la posición depresiva es precisamente renunciar a la
realidad sensorial-sensual, al principio de placer-dolor.
A través de esta renuncia a la realidad sensorial-sensual, al principio de placer-dolor, se esboza
el problema del goce y de la renuncia a él. La renuncia al goce marca el vuelco posible de la
 posición del esquizofrénico, pues esa renuncia conlleva para Bion el surgimiento de la no-cosa, de lo
que Lacan llama la causa del deseo, el objeto como fundamentalmente perdido. El esquizofrénico
está inmerso en el goce, goce que se sitúa en su cuerpo, y fundamentalmente para Bion, en los
órganos de los sentidos. Su carácter de intrusión del goce del Otro aparece claramente cuando señala
que este sólo puede ser padecido o infligido.
Freud ya había señalado este punto cuando planteó al autoerotismo como punto de fijación de la
esquizofrenia, autoerotismo que implica un cuerpo no unificado, una ausencia del sujeto, y cuya
ganancia de placer, Lustgewinn , es la base de esa sensualidad-sensorial, a la que Lacan le dará su
usto lugar a través del objeto a como plus de gozar.
Goce del órgano, nos enseña Freud, goce que el semblante fálico a través de la castración
domestica. En ausencia de castración –a la que siguiendo a Lacan podemos definir como pérdida del
goce– hay ausencia de ese órgano, el falo, que da sentido y función a los órganos del cuerpo. Cuando
falta ese órgano significante que es el falo la función de los órganos del cuerpo no se estructura. Bion
llega a este punto, y lo centra en los órganos sensoriales, a ellos apunta con sus interpretaciones
destinadas a “reparar” como, por ejemplo, cuando le dice al paciente que transformaba sus
interpretaciones en sonidos que evacuaba por los ojos, produciéndose así la alucinación. Intenta de
este modo incluir al esquizofrénico en un discurso, intenta operar una pérdida de goce en ese
sensorio invadido por el goce mismo. Su constante interpretación apunta a dar cabida en un discurso
a este exiliado de todo discurso. En suma, intenta construir una metáfora delirante a partir de la
significación del pecho como significación fundamental. En este punto, no puede dejar de señalarse
la agudeza de la respuesta del paciente quien le responde: “Entonces todo lo que me rodea está hecho
 por mí. Esto es una megalomanía. Me gustó mucho su interpretación”. Esta respuesta, que es una
suerte de comentario irónico del delirio teórico del analista, muestra que el dicho esquizofrénico
capta que se lo lleva hacia la paranoia, o sea, hacia la megalomanía. Sin saberlo, Bion opera como
 para crear una erotomanía de transferencia, trata de hacer un paranoico del esquizofrénico, aunque
crea llevarlo hacia la posición depresiva. La búsqueda de síntesis, culmina, en el mejor de los casos,
en la unificación narcisista propia de la megalomanía paranoide. La utopía bioniana es reducir la
atopía del esquizofrénico respecto a todo discurso, inventar un discurso en el que este quepa.
Recordemos lo que dice Lacan en “El Atolondradicho”: “[…] así del discurso analítico un órgano se
hace el significante. Aquel del que puede decirse que se aísla de la realidad corporal como carnada
 por funcionar allí (la función se la delega un discurso) […]”, y agrega, más adelante, “[…] de ese
real: que no hay relación sexual, y ello debido al hecho de que un animal tiene stábitat que es el
lenguaje, que elabitarlo es asimismo lo que para su cuerpo hace de órgano; órgano que por así ex-
sistirle, lo determina con su función, y ello antes de que la encuentre. Por eso incluso se ve reducido
a encontrar que su cuerpo no deja de tener otros órganos, y que la función de cada uno se le vuelve
 problema, con lo que el dicho esquizofrénico se especifica por quedar atrapado sin el auxilio de
ningún discurso establecido”. (8)

Bion intenta precisamente inventar un discurso para esos órganos que han perdido su función o,
mejor dicho, que nunca la han adquirido, a causa del déficit de la función fálica. Alternativamente, se
 propone funcionar, y funciona, como sujeto supuesto al saber encarnado, de modo que parecería que
el automatismo mental está de su lado, y como objeto que opera la división del sujeto vía la pérdida
de goce. El pecho como significante es el punto a partir del cual trata de elaborar una metáfora
delirante que estabilice al esquizofrénico. Sabe también, que debe introducir la falta de algún modo;
 por eso su descripción de la pantalla β como aglomeración de elementos apunta a esa falla en el
intervalo significante que Lacan caracterizó como holofrase, particular fusión de S1 y S2; apunta a
crear una discriminación, a construir el intervalo.

El punto de pesimismo de Bion surge a partir de la evaluación de lo que considera montante


constitucional de Tánatos, punto que define el pronóstico. Confunde así la regresión tópica al estadio
del espejo con el resorte de la estructura, volviendo a repetirse el movimiento por el cual allí donde
se carece de una teoría del significante, la única solución es el recurso al innatismo.
Para finalizar diría que la cita de Lacan que inicia esta exposición se revela en toda su justeza,
 por no “entrever la categoría del significante” más que en su versión degradada y psicogenética como
símbolo, la teoría kleiniana no puede encontrar su salida... La obra de Bion lo prueba
exhaustivamente. Excelente observador clínico, su descripción de esa forma particular de la
subjetividad que es la esquizofrenia es a menudo certera. Sin embargo, su fidelidad al kleinismo
funciona como un tope que le impide deducir las conclusiones correctas, tope que se refleja en su
 práctica, y que esteriliza en parte sus propios desarrollos.

1 Jacques Lacan. “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos I , México, Siglo XXI, 1975, p.
268.
2 Wilfred Bion, Aprendiendo de la experiencia , Buenos Aires, Paidós, 1966. Quiero aclarar que salvo excepciones
me apoyo en forma global en la obra de Bion. En castellano pueden obtenerse, además del libro ya citado: Atención e
interpretación , Buenos Aires, Paidós; Seminarios de psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós; Volviendo a pensar ,
Buenos Aires, Hormé, y Elementos de psicoanálisis, Buenos Aires, Hormé.
3 Jacques Lacan. “De la psychanalyse dans ses rapports avec la réalitc”, en Scilicet  n° 1, París, Seuil, 1968.
4 Jacques Lacan, “La cosa freudiana”, en Escritos I , ob. cit., p. 152.
5 Sigmund Freud. “Formulations on the two Principles of Mental Functioning”, en Complete Works , vol. XII, Londres,
The Hogarth Press, 1975.
6 Wilfred Bion, “On hallucination”, en Second Thoughts, Londres, Heinemann, 1963.
7 Jacques Lacan, “La dirección de la cura...”, ob. cit. y “Variantes de la cura tipo”, en  Escritos II , ob. cit.
8 Jacques Lacan. “El Atolondradicho”, en Escansión  n° 1, Buenos Aires, Paidós, 1984, p. 45.
EL OBJETO Y EL ORDEN SIMBÓLICO

Aun cuando en los textos de Lacan que abarcan el período comprendido entre 1953 y 1955 sea
neto el predominio de la teoría de lo imaginario en lo que respecta al concepto de objeto, existen en
ellos, sin embargo, claras referencias a la presencia de otra dimensión del objeto, la cual cobra una
importancia creciente.
Esta dimensión, inseparable del objeto perdido del deseo freudiano, (1) subraya sobre todo la
articulación entre el objeto y el orden simbólico.
Esta articulación, cuya originalidad ya se enfatizó, (2) define al objeto como perdido en la
estructura misma de lo simbólico; la pérdida del objeto en su naturalidad es solidaria del
apresamiento del ser humano por el lenguaje. (3) Objeto perdido que es insistentemente diferenciado
 –a todo lo largo de la enseñanza lacaniana– del objeto del conocimiento, por un lado y, por otro, del
objeto del instinto, dos formas del objeto en las que este es formulado como armónico y
complementario del sujeto.
De este modo, la no complementariedad sujeto-objeto, su falta de armonía fundamental, el
carácter estructural de su pérdida condicionada por la captura en el lenguaje, están presentes
claramente en “La carta robada”, texto en el cual, tras referirse al concepto de memoria propia del
inconsciente y retomando un comentario del  Proyecto... , que se renovará a menudo, Lacan escribe:
“[…] el sistema , predecesor del inconsciente, manifiesta allí su originalidad por no poder 
satisfacerse sino con volver a encontrar el objeto originariamente perdido […] Es […] en el punto
cero del deseo donde el objeto humano cae bajo el efecto de la captura, que, anulando su propiedad
natural, lo somete desde ese momento a las condiciones del símbolo”. (4)
El nacimiento del deseo, su punto cer o, es coextensivo de la transmutación de su objeto,
transmutación que consiste precisamente en la anulación de sus propiedades naturales –a ser 
entendidas en el sentido de la naturalidad del objeto fijo del instinto–, a la pérdida de objeto
entendida como la pérdida de su naturalidad. El nacimiento mismo del deseo por acción del orden
simbólico implica la constitución de un objeto que pierde su ser de objeto al perder sus propiedades
naturales. Esta pérdida es pues la condición que el objeto debe cumplir para devenir objeto del
deseo. Si se plantea aquí un punto cero del deseo, un punto mítico de surgimiento –punto en que el
orden simbólico, la estructura del lenguaje, se apoderan del organismo–, no puede en cambio
admitirse un “punto cero del instinto”. La etología, que tantos elementos puede brindar para pensar lo
 propio de la subjetividad humana, como lo demuestra la formulación misma del estadio del espejo,
no tiene respuestas en lo tocante a los interrogantes que el deseo freudiano y su objeto en su
especificidad plantean.
Así, la característica distintiva de la articulación primera entre el objeto y lo simbólico en Lacan
es esta pérdida de la naturalidad, de la propiedad natural del objeto en tanto que objeto de la
satisfacción instintiva. Freud formula este paso, pero no lo conceptualiza con tanta nitidez, aunque
este pueda deducirse de la falta de fijeza que luego adjudica, como rasgo diferencial, al objeto
 pulsional. Lacan tiene otra fuente, además de la freudiana, para sostener esta concepción de la
 pérdida. La encontramos en la lectura de Hegel de Kojève, a quien reconoció como su maestro y a
cuyo curso sobre la  Fenomenología del espíritu asistió.
Efectivamente, en el “Discurso de Roma” se encuentran múltiples alusiones a esta referencia
hegeliana, pues a partir de la definición del deseo como deseo del otro, Lacan ya establece una neta
diferencia entre el objeto imaginario del estadio del espejo y el objeto simbólico propio del deseo
humano. Precisa, por ejemplo, que el deseo del otro debe ser interpretado no en función de la
 posesión por parte de ese otro del objeto deseado, sino en función de que el objeto primero del ser 
humano es ser reconocido por el otro (aun con minúscula). (5) Este reconocimiento es un objeto
simbólico por excelencia, una nada. El concepto de símbolo no toma sus referencias de las teorías
del aprendizaje, sino que, por el contrario, para Lacan, el símbolo en esta época es pacto pacificador 
de lo imaginario de la lucha especular amo-esclavo. (6)
Poco después, en este mismo texto, se produce una clara mención de los conceptos de Hegel, tal
como los formuló Kojéve, en su articulación con lo simbólico. Lacan escribe que el paso del símbolo
al lenguaje está determinado por un paso decisivo, paso en el que el símbolo deviene “una presencia
hecha de ausencia”, en la medida en que se libera del hic et nunc y, al lograrlo, se establece una
diferencia que lo lleva de su ser evanescente a la permanencia del concepto. Por lo tanto, al no ser 
más que “huella de una nada” –imposible entonces de ser alterada–, “el concepto, salvando la
duración de lo que pasa, engendra la cosa […]”. (7)
Tomemos como punto de referencia algunos pasajes del curso de Kojéve que aclaran las
formulaciones de Lacan.
Así dice Kojéve: “[…] pues es la facultad del discurso lo que lo distingue [al hombre] del
animal y de la cosa. Esto es lo que hay de esencial en cualquier filosofía y por tanto en Hegel mismo.
Toda la cuestión reside en saber qué es. Hegel nos dice que el Entendimiento (=Hombre) es una
‘potencia absoluta’, que se manifiesta en y por ‘la actividad de la separación’, o mejor aún, en la
medida en que es ‘acto-de -separar ’. […] Lo dice porque la actividad del Entendimiento, es decir el
 pensamiento humano, es esencialmente discursiva. […] Revela uno a uno […] los elementos
constitutivos de la totalidad, separándolos de esta para poder hacerlo. […] Ahora bien, de hecho los
elementos son inseparables del todo que constituyen, y están relacionados entre sí por vínculos
espaciales y temporales, incluso materiales, que son indisolubles. Su  separación es pues
efectivamente un ‘milagro’ y la potencia que la opera bien merece ser llamada ‘absoluta’. […]
cuando se crea el concepto de una entidad real, se la desprende del hic et nunc. El concepto de una
cosa es esa cosa misma desprendida de su hic et nunc dado […] es separarla de su soporte
‘material’ […] esta potencia de  separación que está en el origen de las ciencias, las artes y los
oficios, es una potencia ‘absoluta’ a la cual la Naturaleza no puede oponer ninguna resistencia
eficaz”. (8)
 Nos encontramos en esta cita con otro concepto que reaparecerá con rostros diversos en la
enseñanza de Lacan, el concepto de separación, el cual al cruzarse con la separación tal como surge
en la dimensión psicoanalítica, dará a Lacan la oportunidad de articular ambas dimensiones de
manera propia. También encontramos en ella el concepto de discurso tal como se presenta en 1953.
Esa potencia de separación aquí invocada tiene como efecto la pérdida, la falla en ser como tal, en el
acto mismo en el que lo transforma en concepto, en “sentido-esencia”, es “esa cosa misma menos su
existencia”. Esta esencia sin existencia, producida por la sustracción de ser al Ser, no es sino el
tiempo mismo. Este hace que el Ser pase del presente en el que es al pasado en que ya no es, en el
que es puro “sentido”, vale decir, esencia sin existencia. A su vez, dado que tampoco se trata de un
nuevo ser en el momento presente, puede concluirse que se trata del ser pasado y por ello de una
esencia que adquirió existencia. El ser, por ende, “[…] tiene un sentido en la medida misma en que
es (en tanto que Tiempo)”. (9)
La importancia del devenir en el Tiempo y su relación con la acción, funda pues una nueva
lectura de la historia y de la historicidad en psicoanálisis. La primera teoría freudiana del recuerdo
se instaura aquí en una nueva dimensión, que remite de manera insoslayable a un desarrollo de los
enigmas que dibuja Construcciones en psicoanálisis.
Pero la historia es inseparable de la teoría de la pulsión de muerte, incluso de la teoría de la
 pulsión parcial, en la medida
medida en queque ya Freud
Freud las design
des ignaa como
como históricas. (10) (10) De
 De este modo Lacan
escribe:
escri be: “[…]
“[ …] el autom
automatism
atismoo de repetición
r epetición […] sólo s ólo apunta
apunta a la temporali
temporalidad dad historizante
historizante de la
experiencia de la transferencia [obsérvese que la separación entre transferencia y repetición, propia
del Seminario XI , todavía no se reali r ealizó],
zó], al igual
igual que el instinto
instinto de muertmuertee expresa el límite límite de lala
función histórica del sujeto. Este límite es la muerte, […] siguiendo la fórmula heideggeriana, como
‘posibilidad absolutamente propia, incondicional, insuperable, segura y en cuanto tal indeterminada
del sujeto’, entendam
entendamos os del sujeto definido
definido por su historici
historicidad”.
dad”. (11)
En este punto, Lacan reintroduce el ejemplo de los juegos repetitivos, haciendo mención especial
del Fort-Da, deduciendo de ellos tres proposiciones: 1) la solidaridad entre la humanización del
deseo y el par presencia-ausencia propio propi o de la estructura
estructura del leng l enguuaje; 2) esta hum humanización
anización del
deseo es correlativa de la transformación del deseo en deseo del otro, y 3) el objeto de ese otro
deviene de allí en más “su propia pena”.
Obviamente, existe aquí una remisión al estadio del espejo en su articulación con la lucha amo-
esclavo
escla vo de Hegel. No obstante,
obstante, además
además de los elem e lemententos
os conocidos en lo referente
referente a la l a teoría
especular del
de l objeto
obj eto (como
(como por ejemplo la prem pr ematu
aturación
ración como
como formaforma de la l a falta a nivel de lo
 biológico de la l a especie),
especi e), se desprende
despr ende un un nu
nuevo
evo matiz
matiz –que ya ya no depende
depende del narcisism
narcisi smoo freudiano,
freudiano,
sino de su conceptualización
conceptualización del objeto perdido– perdi do– cuya
cuya mira
mira es la intrínseca
intrínseca relaci
re lación
ón entre
entre la pérdida
pé rdida
de la naturalidad, del hic et nunc, y la instalación de una falla, de una pérdida de ser, determinada
 por el poder
pode r de separación
separ ación antes
antes mencion
mencionado, ado, que introdu
introduce ce una
una hiancia
hiancia propia
pro pia a la operaci
op eración ón misma
isma
del discurso,
di scurso, de lo l o simbólico. La acción que el juego infan infantil
til ejem
ej emplifica
plifica “destruye
“destruye el objeto” (en su
sentido natural), negándolo en tanto que ser dado. Por eso Kojève dice: “Hubo pues aquí negación de
lo dado, tal como está dado […]; es decir, creación […], acción o trabajo”. (12) (12) La
 La acción que
destruye y a la vez crea, devendrá un concepto fundamental en Lacan, concepto mediante el cual el
carácter activo de la acción del símbolo es subrayado, al igual que su carácter de creación a partir de
la nada fundada en la negación, en la negatividad como operación. Esta equiparación que Kojève
introduce adquiere un valor llamativo para desarrollos posteriores de Lacan, por ejemplo, en lo
tocante
tocante al acto, al de producción
pr oducción,, etc., íní ntimam
timamententee relaci
r elacionados
onados con el problema del objeto como tal.
El paso
pas o de la cosa
c osa al
a l objeto,
obj eto, paso que, parafraseando
para fraseando a Heidegger,
Heidegger, Lacan Lacan denomina
denomina “asesin
“asesi nato
de la cosa”, es inseparable de la posibilidad de eternización del deseo inconsciente planteada por 
Freud.
El sujeto busca en la palabra
palabr a la
l a respuest
res puestaa del otro a la l a pregu
pre gunt ntaa que en tanto
tanto que
que sujeto lo
constitu
constituye:
ye: “Para hacerme reconocer por el otro, sólo profiero lo l o que fue
fue con vistas a lo que será.
Para encontrarlo, lo llamo con un nombre que debe asumir o rehusar para responderme. Me identifico
en el leng
l enguaje,
uaje, pero tan sólo al perderme en él como objeto”. (13) (13) El El su
s ujeto mismo,
mismo, se ve, deja de ser 
en esta dialéctica
dial éctica objeto,
obj eto, para devenir, a través del reconocimient
reconocimientoo del Otro, Otro, sujet
s ujetoo hum
humano. Este
devenir lo hace humano y lo introduce al deseo como deseo de reconocimiento. El reconocimiento,
se sabe, es un término que Lacan toma prestado de Hegel. Sin embargo, conviene insistir en el
carácter peculiar qu q ue asu
as ume este préstam
pr éstamo. o. Por un lado, y esta es la l a interpretación habitual
habitual de esta
es ta
importación
importación –correcta
–corre cta por lo demás–,
demás–, el e l reconocimiento
reconocimiento como como objeto
obj eto simbólico único sustituy sustituyee la
la
 pluralidad de los objetos
obje tos imagin
imaginarios
arios del
d el transitivismo
transitivismo y la competencia
competencia especular; se ubica ubica en el eje
SA del esquema L, mientras que estos últimos se sitúan en el eje a-a’  que  que funciona, entonces, como
obstáculo, como resistencia, al desarrollo pleno de lo que Lacan llama el sujeto virtual a través del
reconocimient
reconocimientoo como como objeto
obje to propio de la satisfacción
s atisfacción de lo sim si mbólico.
bólico .
Ser reconocido es la satisfacción propia de ese deseo inconsciente que insiste en la cadena
significant
significantee y, y, por eso,
e so, el objeto del deseo  stricto sens u es el reconocimiento. El sentido en que
 stri cto sensu
Lacan entiende esta realización del deseo –como deseo del Otro– cuyo instrumento es el objeto
reconocimient
reconocimiento, o, y que, como
como tal, definde finee la meta y el fin del psicoanálisi
ps icoanálisis,s, es definido
definido con
c on precisión
precisi ón
en el párrafo final del Seminario II : “[…] al orden simbólico, que no es el orden libidinal, en el que
se inscriben
i nscriben tanttantoo el yo como
como la totalida
totalidadd de lasl as pulsiones. Tiende
Tiende másmás allá
al lá del
de l principio
pri ncipio del placer,
fuera
fuera de los lím l ímites
ites de la
l a vida,
vida , y por eso FreudFr eud lo identifica
identifica con
c on el instinto
instinto de muert
muerte.e. […] El orden
orde n
simbólico es rechazado
rechazado del orden libidinal,libi dinal, que incluye
incluye todo el dominio
dominio de lo l o imaginario,
imaginario, inclu
i ncluida
ida la
estructura del yo. Y el instinto de muerte no es sino la máscara del orden simbólico, en tanto que – 
Freud lo escribe– está mudo, es decir, en tanto que no se ha realizado. Mientras el reconocimiento
simbólico no se haya establecido, por defin de finición,
ición, el orden simbólic
simbólicoo está mudo.
mudo. Al orden
or den simbólico,
simbólico,
a la vez siendo e insistiendo en ser, apunta Freud cuando nos habla del instinto de muerte como lo
más fundamental: un orden simbólico naciendo, llegando, insistiendo en ser realizado”. (14)
Por otro lado, a más de la lectura antes antes reali
r ealizada
zada del reconocim
r econocimientiento,
o, creo que este término
término exige
exige
un examen más detallado, que permita su articulación con: 1) el concepto freudiano de objeto y sus
grandes
grandes ejes
e jes tal como han han sido delimit
de limitados
ados ene n los capítu
capí tulos
los iniciales;
iniciale s; 2) las
l as confusiones
confusiones que entre
entre
estos ejes
ej es se
s e producen en esta época en la obra misma misma de Lacan; 3) ciertacier ta dimensión
dimensión de los
 postulados
 postulados kleinianos y, y, finalm
finalmentente,e, 4) la clínica
cl ínica analítica misma.
misma.
Tomemos primero el término tal como se presenta en su uso en la lengua francesa. El Grand 
obert  da
 da dos derivaciones del término: la una surge de la palabra reconisance que significa gratitud
o tambié
tambiénn reconuisance que significa “signo de alineamiento”; la otra proviene de reconnaître, que
 provien
 provie ne del latínl atín recognoscere, que se relaciona directamente con el conocimiento. Los sentidos en
función de estas dos vertientes se agrupan en tres grandes significaciones, que nos limitaremos a
mencionar aquí:
I. El hecho de reconocer, lo que sirve para ello. Este sentido incluye diferentes matices como por 
ejemplo: el acto de reconocerrec onocer o sea de juzgar juzgar que un objeto (rostro,
(ros tro, cosa, etc.) ya fue
fue conocido por 
alguien
alguien (esta acepción
acepci ón se utiliutiliza
za en psicología
psicol ogía para design
des ignar
ar el proceso por el cual una una
represent
repres entación
ación mentmental al actual
actual ese s reconocida
re conocida como huella huella del pasado); el hecho
hecho de reconocerse, de
identificarse mutuamente y, por extensión, volver a encontrarse después de una larga separación.
II. Acción de reconocer, aceptar, admitir a alguien o algo. Tenemos aquí también múltiples
matices como por ejemplo: confesión de una falta; el hecho de reconocer a alguien como jefe o amo;
admitir algo que se negó o acerca de lo que se dudó; examen de un lugar o determinación de una
 posición
 posici ón desconocida;
desconocida; acción de reconocimientreconocimientoo jurídico o formal. formal.
III. Hecho de reconocer un beneficio o un placer recibido –gratitud–, una obligación moral,
agradecimiento. (15)
Esta somera
somera recorrida
recorr ida por las l as sign
si gnificaciones
ificaciones del término
término nos enfren
enfrentata con toda la comco mplejidad
pleji dad
de su uso, más allá de su origen hegeliano. Efectivamente, puede decirse que todos los sentidos del
término juegan en su uso lacaniano. Dentro de esa gama de sentidos algunos remiten de modo claro a
ciertas dimensiones que han sido desarrolladas en los capítulos dedicados a Freud y a Klein, e
incluso forman
forman parte de las l as nociones aceptadas en psicoanálisis
psicoanálisi s con otros nombres.
nombres.
Retomemos pues los puntos mencionados anteriormente que exigen una articulación más precisa
del reconocimiento.
En lo que respecta a las dos series freudianas y a su condición lógica, el objeto perdido del
deseo, ¿qué puede
puede decirse
deci rse acerca del término
término recon
reco nocimiento?
ocimiento? ¿Dónde
¿Dónde ubicarl
ubicarlo? o? Podría
Podrí a decirse
deci rse que
 precisam
 preci samententee es un término
término ubicuo,
ubicuo, sobre todo si se tomantoman en cuenta
cuenta distintos
distintos mom
momententos
os de la
enseñanza lacaniana.
De todos modos, si se parte de las citas mencionadas previamente, un hecho se destaca en primer 
término:
término: la tajante
tajante diferencia establecida entre entre el objeto “reconocim
“re conocimient iento”
o” como objeto simbólico – 
coextensivo
coextensivo de la pulsión de muerte– muerte– y los múltiples objetos im i maginarios
aginarios,, considerados
considerado s aquí como como
libidinales –tanto en su dimensión yoica como pulsional parcial–. En este momento lo simbólico se
define fundamentalmente por su articulación con la negatividad y la pulsión de muerte, mientras que
lo im
i maginario
aginario incluye
incluye todo lo perten
per teneciente
eciente al orden
or den libidin
libidi nal, vale
v ale decir, narcisism
narcisi smoo y pulsiones
 parciales.
 parci ales. De esta manera,
manera, másmás bien se encuent
encuentrara una
una imprecis
imprecisiónión en lo referente a las seriesserie s
freudianas,
freudianas, las cuales se confu confunden
nden,, aunándose
aunándose bajo el acápite
a cápite de lo im i maginario
aginario la serie
seri e pulsional
 parcial
 parci al y la serie del
d el amor.
amor. La La diferencia másmás neta
neta se establece entre entre estos objetos imaginarios,
imaginarios,
objetos comunes entonces a ambas series, y el objeto perdido del deseo que aparece como solidario
de la pulsión de muerte, de la negatividad, sinónimo de lo simbólico mismo, bajo la forma del
reconocimient
reconocimientoo como objeto único de deseo d eseo que conduce
conduce a su realización
reali zación.. Realización
Reali zación que
que lol o arranca
arr anca
de su mudez
mudez y qu quee equivale a unauna realización
re alización del sujeto, que que parece
par ece ser
s er equivalent
e quivalentee a la realización
r ealización
del deseo.
de seo. La sexualida
sexualidadd sólo opera aquí incidentalm
incidentalment entee en lo sim
si mbólico,
bólic o, necesitando
necesitando para ello la
mediación del reconocimiento.
Obviamente, en este uso del término priman algunos de los matices de las acepciones I y II del
Grand Robert ; por ejemplo, dentro de I, la identificación mutua, incluyendo ese aspecto sorprendente
 por el cual esta identificaci
identificación ón pasa a sign
si gnificar
ificar reconocerse
rec onocerse luego
luego de una una larga separación,
separa ción, esa
dimensión
dimensión del volver
volve r a encontrar
encontrar propia
propi a del objeto perdido
perdi do freudiano, y tam también
bién el juzgar
juzgar que se
trata de algo
al go que
que ya se conoció. Aspecto totalment
totalmentee coherente
coherente con la pérdida del objeto origin ori ginario
ario en
Freud. En la acepción II prima el aceptar o el admitir a alguien, ¿cómo qué? Precisamente como
sujeto. Puede
Puede decirse
dec irse que esta acepción
acepci ón es la más hegelia
hegeliana,na, incluso
incluso en la medida en que que entraña el
reconocimiento de alguien como jefe o amo-maestro, lo cual concuerda con la fórmula de la
comu
comunicación en Lacan Lacan según la cual c ual el sujeto recibe del Otro Otro su propio
propi o mensaje
mensaje invertido, por lo
cual el reconocim
r econocimiento
iento del sujeto por el Otro Otro se ve precedido
prec edido por un reconocimiento
reconocimiento del Otro por 
 parte del sujeto mismo.
mismo.
En el párrafo citado del Seminario II , Lacan relaciona el reconocimient reconocimientoo sim si mbólico con el fin y
la terminación
terminación del análisis
anális is como
como realización
rea lización de esees e Sujeto virtual que sitúa en el esquema esquema  L. Ahora
 bien, ¿qué
¿qué es enton
entonces
ces este objeto simbólico peculiar, el reconocimiento?
reconocimiento? ¿Cu ¿Cuál
ál es su articulación
con el concepto freudiano
freudiano de objeto del deseo? Si iniciam inicia mos este capítu
ca pítulo
lo con unauna cita de “El
seminario sobre La carta robada”, escrito que corresponde precisamente al Seminario II  (sem  (s eminario
inario
que presenta una larga discusión del  Proyecto...
 Proyecto... ), es porque en ella, al igual igual que en el Seminario II ,
el énfasis en el objeto perdido freudiano es claro. Este énfasis no es casual y no puede ser separado,
a mi entender, de la relación peculiar que Lacan traza entre el  Proyecto...  Proyecto... , el capítulo VII de la
Traumdeutung , Más allá... all á..., La negación e Inhibición
 Inhibi ción, síntoma
 sínto ma y angustia.
Esa relación,
rel ación, difícil de despejar,
despej ar, es empero
empero fundam
fundament ental
al para
par a precisar
prec isar el sent
s entido
ido del término
término
“reconocimient
“reconocimiento” o” desde
des de una
una perspectiva
per spectiva analítica. Cabe recordar
recorda r que estees te término
término forma
forma un
contrapunto particular con otro término, el de desconocimiento como carácter fundamental del yo
imaginario. El término elidido en esta serie es precisamente el término de conocimiento, término que
Lacan sólo utiliza en su fórmula “conocimiento paranoico”. De este modo, la elección misma del
término “reconocimiento” indica el temprano rechazo de Lacan hacia cualquier formulación que
apunte a una teoría del conocimiento como propia de la actividad analítica; el antiguo “conócete a ti
mismo” no es del orden de la experiencia analítica para Lacan, en la medida en que el dispositivo
mismo del análisis exige la presencia de un otro y tiene como condición el establecimiento de la
transferencia. La experiencia analítica es primero enmarcada por Lacan en la díada que forman el
desconocimiento y el reconocimiento. Forma particular, sin duda, de leer la tan mentada frase “hacer 
consciente lo inconsciente”, frase que habitualmente es leída en el contexto del “conócete a ti
mismo”.
Esta última lectura, no debe olvidarse, es característica de esa ego-psychology que es la mira de
las principales críticas de Lacan en esta época. Por ello, subrayar la relación íntima que existe entre
la negación y el yo, enfatizar cómo el yo es desconocimiento, implica oponerse a toda
“psicologización” del psicoanálisis. En esta vía, Lacan se ampara en el carácter narcisista del yo,
retomando incluso la interpretación que de él hace Klein, aun saberlo, en su supuesta teoría de la
relación de objeto. En este contexto el objeto imaginario adquiere toda su importancia y su
despliegue, demostrando, en el estadio del espejo, la fragilidad de un yo supuestamente “libre de
conflictos”, en la medida en que su estructura misma es conflictiva.
Si hay desconocimiento, si hay negación de algo previamente afirmado, ello es posible por la
 presencia del inconsciente y el sujeto que le es propio, presencia que no es un conocimiento, sino,
dirá Lacan años después, un saber sin sujeto. Pero, en este tiempo de su enseñanza, tiempo en que
Lacan piensa que existe un sujeto virtual del inconsciente, un sujeto que asume ese saber a través de
la mediación del Otro, el término “reconocimiento” –como nombre del objeto del deseo como deseo
del Otro y, en tanto tal, como lo que permite la realización de esa virtualidad del sujeto– se opone a
una teoría del análisis y su fin como teoría del conocimiento por parte del yo ( moi). Esta teoría funda
a criterio de Lacan el análisis de las resistencias, en la medida en que el análisis es concebido en
ella como una relación yo-a-yo.
Lacan aborda la crítica a esta concepción desde su teoría de lo imaginario, pero ¿cómo
introducir entonces su dimensión simbólica? El reconocimiento como objeto del deseo permite pues
esta inclusión y asimismo hace posible, como los sentidos referidos de la palabra lo indican, su
articulación con el objeto perdido del deseo, con la teoría freudiana del juicio y la rememoración (no
de la reminiscencia), con la pulsión de muerte como diferente de la agresividad imaginaria, con una
función del Otro –todavía sujeto él también– que es inseparable del significante que, hasta los
desarrollos del Seminario III , parece primar en el orden simbólico para Lacan, me refiero al
significante del Ideal, tal como se presenta incluso desde su introducción en el esquema óptico en el
Seminario I . Vale la pena también insistir que el concepto de demanda está ausente hasta el
Seminario IV , aunque su antecesor, el llamado, surja en el análisis del caso Dick de Klein en el
mismo Seminario I .
Puede pues esbozarse con cierta precisión un recorrido de Lacan que parece ser correlativo del
 predominio del reconocimiento como objeto simbólico. Este parece coincidir con el predominio del
significante del Ideal, desarrollado en el Seminario I , que coherentemente remite a un Otro sin barrar 
(A), que luego escribirá I(A) en el grafo. En el Seminario II , donde la teoría del reconocimiento
adquiere pleno vuelo, la importancia del objeto simbólico, más allá de lo imaginario, deviene
fundamental. Pero este objeto simbólico necesita la introducción de otro significante. Usando los
significantes del esquema Rho, puede decirse que ese significante es el significante M. Se tiene aquí
una primera versión de un Rho, más allá del esquema  L, en el cual lo simbólico ya está delimitado
 por tres vértices significantes: I, M y A. Falta aún la función de un cuarto significante, el Nombre-
del-Padre, que formará el tercer vértice del triángulo simbólico, momento en que el A pasa a
designar el conjunto de lo simbólico como tal. Esta precoz presencia del A, que se hace presente a
 partir del esquema L, marca ya una distancia fundamental con Klein, pues para Lacan lo simbólico,
de manera inicial puede decirse, entraña el lugar del Otro.
El significante M implica, en su aparición misma, la articulación con el  Fort-Da freudiano y con
la pulsión de muerte formalizada mediante la cadena de los (+) y los (-), y la función de la presencia-
ausencia materna tal como Freud mismo la trabaja en  Inhibición, síntoma y angustia. (16)
Obviamente, esta función de la presencia-ausencia adquiere una dimensión harto diferente a la del
duelo kleiniano, y es esta una de la mayores originalidades de la conceptualización de Lacan. (17)
Precisamente por no considerar la percepción como el eje de su desarrollo, por negarse a una teoría
del aprendizaje del símbolo, Lacan recurre a los conceptos hegelianos que le proporcionan una forma
 peculiar de dar cuenta de la experiencia freudiana y, diría incluso, de la experiencia kleiniana. ¿Por 
qué?
Porque el énfasis de esta época en la reconciliación, en el carácter pacificante de lo simbólico
frente a la turbulencia agresiva de la lucha imaginaria entre amo y esclavo, sitúa el reconocimiento
como objeto simbólico en el marco de ese lugar tercero, en el que no se sitúa en cambio la posición
depresiva kleiniana, (18) a la cual Lacan ubica como uno de los momentos intrínsecos de la relación
especular. Creo quizás ingenuo suponer que Lacan era “optimista” en esta época y que luego se
volvió “pesimista”. Aunque esta suposición pueda entrañar una medio-verdad, me parece más
importante destacar que el énfasis en la reconciliación responde más bien a su experiencia clínica de
las neurosis, experiencia que sabemos promueve a un primer plano la función del Ideal y de la
demanda, con las confusiones pertinentes que ya se describieron al respecto en la teorización
kleiniana. De esta manera, el tercer sentido del término “reconocimiento” puede permitirnos
“reconocer” quizás un eco de la función de la gratitud y la reparación –sobre todo si pensamos en
esta última a partir de ese sentido particular que adquiere en castellano, sentido algo quijotesco, que
la articula con satisfacer el honor– como pacificante en la relación con el Otro. Función cuya
duración, debe decirse, será breve, pues se ve conmovida en el recorrido que se inicia con el examen
de las psicosis en el Seminario III  y la comparación entre la fobia y la perversión en el Seminario
V . Parece evidente que puede sostenerse que el reconocimiento como objeto del deseo se sostiene
en el malentendido mismo que, ya se vio, Lacan definirá como el malentendido propio de las teorías
de la relación de objeto, confundir el objeto del fantasma con la función idealizante de la demanda,
con el objeto de amor como don. Lacan tampoco escapa totalmente a este malentendido, que es
inseparable de la ausencia de la función operativa fundamental del complejo de castración. Su
referencia primordial es en estos años una referencia a la muerte, entendida como Amo absoluto,
como equivalente a la acción misma de la negatividad de lo simbólico, más allá de la muerte
imaginarizada en la relación amo-esclavo. Puede apreciarse entonces cómo, desde esta perspectiva,
este objeto simbólico se asimila hasta cierto punto con el objeto de la serie amorosa de Freud, aun
cuando para Lacan en esta época el amor se sitúe en la dimensión imaginaria. Sin embargo, ese Otro
aun sujeto, es la versión que encontramos al inicio de su enseñanza de esa persona total, que, como
se vio, fue el origen de tantos extravíos.
Postergamos una discusión más detallada de estos puntos hasta el próximo capítulo. Antes de
cerrar aquí el examen de estas formulaciones, conviene agregar algunas precisiones más.
La primera de ellas se refiere a la formalización de la pulsión de muerte presente en “La carta
robada” y en el Seminario II . Si la pensamos como una extraordinaria manera de dar cuenta de la
memoria inconsciente –más aún si pensamos en la rapidez con la que Lacan absorbe el entonces
novedoso inicio de las investigaciones en computación–, de la compulsión a la repetición –lo cual es
cierto–, quizá no tomemos en cuenta la originalidad de su articulación con el concepto de objeto en
 psicoanálisis.
En primer término, esta formalización está explícitamente relacionada con la pérdida freudiana
del objeto, definida como ya se dijo como pérdida de su naturalidad. La cadena de los (+) y los (-)
como formalización del vaivén materno, de la aparición o no de algo, algo cuya concatenación
 produce significaciones pero no las traduce. Existe así un vaciamiento de la significación a favor de
un predominio del significante, el cual introduce como tal una nueva forma de plantear lo simbólico – 
en las antípodas de la psicogénesis del símbolo– a partir de la postulación de su preexistencia. La
alternancia simbólica del par significante introduce la necesidad de la teoría de las probabilidades
 para fundar su automatismo y también sitúa sobre la base de la pregunta fundamental la introducción
que el significante produce de la falta en lo real. La falta empírica deviene ahora falta producto del
significante y no a la inversa. Esa falta significante engendra la dimensión de la apuesta en su
relación con el ser a través de una pregunta clave: ¿algo será o no? (19)
La apuesta funda así para Lacan la noción misma de causa, cuya función es para él la de realizar 
una mediación entre lo simbólico y lo real. Vale decir que la pregunta sobre el ser desemboca en la
dimensión de la causa, que prepara ya el lugar de la futura causa del deseo.
La mediación es aquí un concepto cuya raíz hegeliana, como se vio, es indudable. Como tal se
opone a la inmediatez que remite al ser dado natural, al ser-ahí característico de la vida animal. La
negatividad opera sobre el sentimiento de sí propio del deseo animal, convirtiéndose en este punto en
mediación fundamental el reconocimiento de otras conciencias de sí, que han superado el deseo
animal a través de una lucha de prestigio en que arriesgan su vida, situándose entonces en un mundo
humano, que incluye un “proyecto” que culmina en la acción. Por lo tanto, lo inmediato no está
mediado por la acción como propiamente humana, como negadora de la naturalidad.
En el Seminario II , al analizar el sueño de Irma, Lacan señala en este un punto que revela algo
“innombrable” que caracteriza como una revelación de lo real, de un real sin ninguna mediación
 posible, de un real último ante el cual las palabras se detienen y las categorías fracasan. Surge allí un
objeto que Lacan formula como el objeto de la angustia por excelencia, objeto del cual el hombre
está irremediablemente separado. Lo “innombrable” es aludido mediante la cabeza de Medusa,
referencia freudiana que, como se sabe, remite a la castración. (20)
Este real sin posibilidad de mediación prepara el lugar del objeto a como real, causa del deseo.
Sin embargo, este real sin mediación se opone al parecer a la noción de causa que acaba de ser 
definida como lo que posibilita una mediación entre lo simbólico y lo real. Resulta curioso que hacia
el final del Seminario II , Lacan relacione lo “innombrable”, al referirse a la nominación –a la que
define incluso como equivalente al reconocimiento, pues se refiere al “nombrar su deseo” como
determinante de la efectividad de la acción analítica– con la función del inconmensurable. Puede
deducirse que esa mediación imposible devendrá luego la función de la causa en su articulación con
el deseo, función que Lacan definirá a partir de ese inconmensurable. (21)
La falta de mediación de este real se debe a que este escapa al reconocimiento, que es imposible
de ser reabsorbido por él, punto de desgarro que el deseo introduce en el sujeto en la medida en que
la pérdida de su objeto lo torna inaccesible. El objeto perdido crea pues una dimensión que no se
agota ni en el reconocimiento como objeto simbólico ni en el objeto imaginario, incluye esa
dimensión tempranamente definida por Lacan como real, que permanecerá en suspenso hasta los
desarrollos del Seminario IX, “La identificación” y del Seminario X , La angustia .

Para finalizar, introduciré, de modo breve, la conceptualización que encontramos en esta época
de la obra de Lacan de la frustración, conceptualización en la que es criticada en el marco de la para
entonces clásica tríada frustración-agresión-regresión. La agresividad en su articulación con el
estadio del espejo permanecerá estable a lo largo del tiempo, pues Lacan preferirá usar a menudo el
término “maldad” para referirse a la articulación entre la agresión y la pulsión de muerte. El término
“regresión” es desde el inicio conceptualizado en función de lo simbólico y será discutido más
adelante. (22)
La frustración es inseparable de la teorización del objeto imaginario, siendo efecto de la
alienación imaginaria del yo ( moi) y, por lo tanto, la esencia misma del ego. En el “Discurso de
Roma” es descripta del siguiente modo: “[…] [el moi] es frustración no de un deseo del sujeto, sino
de un objeto donde su deseo está alienado y que, cuanto más se elabora, tanto más se ahonda para el
sujeto la alienación de su goce. Frustración pues de segundo grado […] pues aun si alcanzase en esa
imagen su más perfecta similitud, seguiría siendo el goce del otro lo que haría reconocer en ella”.
(23)
La precisión más importante que se desprende de esta cita es la ubicación de la frustración en
relación con la estructura del yo como tal, siendo por lo tanto improcedente hablar de un yo más o
menos tolerante a la frustración, cuando esta es consecuencia de su estructura misma. Postular que la
frustración afecta al objeto, al alter ego, y al goce del objeto imaginario en la medida en que es el
objeto del deseo del otro (con minúscula), no sólo es ubicar a la frustración en lo imaginario, sino
 puntuarla como ajena al deseo como simbólico, como situándose en el registro de la significación e
instalar la falta que le es propia como pseudoempírica, dado que su condición de posibilidad es la
falta estructural que el objeto simbólico cava. La frustración no es pues un antecedente lógico del
deseo inconsciente, sino más bien una consecuencia imaginaria de la existencia de ese deseo.
La alienación de goce, término cuya presencia aquí llama la atención, ubica al mismo a nivel de
lo imaginario y es coherente con la inclusión de las pulsiones parciales en el circuito a-a’. De este
modo, se desdibuja la diferencia entre los objetos narcisistas y los de la pulsión parcial. Si nos
referimos a los desarrollos previos sobre Freud, podría decirse que lo imaginario designa en este
momento eso que Freud llamó las formas preliminares del amor, donde ambas series se fusionan.
La regresión, dijimos, es ya referida a lo simbólico, en la medida en que Lacan la denomina
“regresión del discurso” oponiéndola a una “regresión de la conducta”. Teniendo presente esto puede
ubicarse la frase de Lacan que sitúa a la regresión en el vector a-a’  del esquema L: “[…] no es sino
la actualización en el discurso de las relaciones fantasmáticas restituidas por un ego en cada etapa de
la descomposición de su estructura”. (24)
Vemos pues que la tríada frustración-agresión-regresión queda enmarcada en su totalidad dentro
del vector a-a’  que se opone al vector simbólico  AS.
Esta tríada y, especialmente, la frustración nos llevan al tema de nuestro próximo capítulo, cuya
fuente más importante es el Seminario IV , del año lectivo 1956-1957, dedicado a la relación de
objeto.

1 Véase supra , el capítulo “El deseo freudiano y su objeto”.


2 Véase además, supra , los capítulos “El objeto de la pulsión parcial y el objeto del amor” y “Melanie Klein en los
senderos de Sade”.
3 J.-A. Miller en su curso, inédito, titulado “Escansiones de la enseñanza de Lacan” (año lectivo 1981-1982), subrayó
el anonadamiento esencial, la volatilización máxima que experimenta el objeto en esta época de la enseñanza de
Lacan. Lo demuestra rastreando las diferentes interpretaciones que da Lacan del juego freudiano del Fort-Da.
4 J. Lacan, “El seminario sobre ‘La carta robada’”, en Escritos I , ob. cit., p. 40.
5 J. Lacan, “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, En Escritos I , ob. cit., p. 257.
6 Ob. cit., p. 262.
7 Ob. cit., p. 265.
8 A. Kojève, Introduction à la lecture de Hegel , París, Gallimard, 1968, pp. 542-543.
9 Ob. cit., p. 544.
10 Véase, supra , los capítulos citados en notas 1 y 2.
11 J. Lacan, “Función y campo...”, ob. cit., p. 306.
12 A. Kojève, ob. cit., p. 545.
13 J. Lacan, “Función y campo...”, ob. cit., p. 288.
14 J. Lacan, El Seminario , Libro II, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós,
1983, p. 481.
15  Le Grand Robert de la Langue Française, tomo 8, Editions des Dictionnaires Robert, París, 1985.
16 Véase supra  los capítulos “El deseo freudiano y su objeto” y “El objeto de la pulsión parcial y el objeto del amor”.
17 Véase supra  el capítulo “Melanie Klein en los senderos de Sade”.
18 Ibíd.
19 J. Lacan, El Seminario , Libro II, ob. cit., p. 288.
20 Ob. cit., p. 250.
21 Véase D. S. Rabinovich, La teoría del yo en la obra de Jacques Lacan , Buenos Aires, Manantial, 1983.
22 Véase infra el capítulo “Lo incondicional y la condición absoluta”.
23 J. Lacan, “Función y campo…”, ob. cit., pp. 239-240.
24 Ob. cit., p. 242.
LAS TRES FORMAS DE LA FALTA DE OBJETO

El seminario acerca de la relación de objeto es inaugurado con una afirmación tajante: el objeto
en psicoanálisis debe caracterizarse como la falta de objeto. Esta afirmación paradójica es indicativa
de la mira a la que apunta el desarrollo de Lacan sobre este tema, mira que es el estudio de la
formulación del objeto a partir de la falta misma, o sea la prevalencia en tanto tal del objeto
simbólico, del objeto perdido del deseo. La falta de objeto pues es el nombre que Lacan dará al
objeto perdido del deseo freudiano, en tanto que condición de posibilidad de las otras dos series. El
anonadamiento introducido por lo simbólico no se agota en la formulación de la pura falta, la nada
que es el objeto no es un campo único y homogéneo, comienzan a establecerse en él distinciones.
El trabajo de despejar entre sí las series freudianas recién se inicia y obliga a Lacan a revisar la
clínica misma. Sus guías en esta revisión serán, a más de casos de autores de la tendencia teórica
criticada, dos casos freudianos: Juanito y la “joven homosexual”. La inclusión de Dora en esta serie
se debe más bien a la oportunidad que brinda de realizar un contrapunto entre la histeria y la
homosexualidad femenina. La riqueza clínica de este seminario es enorme y lamentablemente me
tendré que ajustar tan sólo a aquellas puntuaciones pertinentes al tema.
Sin embargo, pueden precisarse tres formas del objeto a nivel clínico que centrarán la atención
de Lacan: el objeto fóbico, el fetiche y el falo. Este último adquiere una importancia creciente,
importancia ya delimitada en el seminario sobre las psicosis, cuyo último capítulo fue titulado “El
falo como meteoro”. (1) A partir de la constatación de la ausencia de una significación fálica
estabilizada en las psicosis, Lacan comienza a investigar el funcionamiento del falo en las otras dos
grandes estructuras clínicas, la neurosis y la perversión. Esta investigación culminará, hacia el final
del Seminario IV , con el descubrimiento de la estructura de la metáfora en el objeto fóbico, que le
 brindará los elementos con que construirá luego la metáfora paterna.
La importancia del falo entraña de modo necesario una revisión de las formulaciones lacanianas
acerca de la sexualidad e inaugura de modo magistral la nueva articulación del Edipo y la castración
que comienza a desplegarse. El seminario de las psicosis confluye poco a poco en la problemática
del falo y del Nombre-del-Padre, punto en el que los hallazgos kleinianos referidos al Edipo precoz
le permiten a Lacan una reflexión más acerada acerca de las relaciones entre el Edipo y el orden
simbólico.
El recorrido de estas dos estructuras clínicas producirá una acumulación importante de
conceptos que devendrán capitales para la estructuración del grafo y del esquema Rho. Entre ellos
cabe enfatizar el concepto de demanda, en la medida en que su aparición señala un vuelco novedoso
y fructífero. También permite la demostración de las limitaciones del esquema  L al ser este aplicado
a la clínica y a la teoría del Edipo y la castración. Seminario sumamente freudiano, reordena la
clínica de la relación de objeto de modo original, conservando empero aquellos aportes que
enriquecen, a su juicio, el legado freudiano. Es imposible leerlo, sin duda, sin remitirse al caso
Juanito, a la joven homosexual, a Dora y también a determinados textos cuyo conocimiento resulta
indispensable: el Proyecto... , el capítulo VII de la Traumdeutung , La fase genital infantil ,
nhibición, síntoma y angustia, El fetichismo, Psicología de las masas..., son tan sólo algunos de
ellos. También, desde ya, su análisis entraña el conocimiento de la obra de Abraham, de Klein, de
Jones, de la escuela francesa de la relación de objeto –los Leibovici, Bouvet, etc. para mencionar 
algunos nombres–, de Ferenczi, de A. Freud y de Winnicott, para citar algunas de sus referencias
 psicoanalíticas.

 La frustración , la privación y la castración

En primer término, interesa destacar las coordenadas a partir de las cuales Lacan construirá una
matriz de doble entrada, que retomará en diferentes momentos de su enseñanza y que, en cuanto tal,
implica una combinatoria, cuyas consecuencias se irán desentrañando de modo progresivo.
Por un lado, este cuadro de doble entrada articula las tres formas de la falta con los tres órdenes,
es decir, con lo imaginario, lo simbólico y lo real. Por otro, las formas de la falta sufren un clivaje
 peculiar, se articulan en función de la relación de los tres órdenes con tres elementos que
inicialmente desconciertan: la acción, el objeto y el agente. ¿A qué se debe esta tripartición?
Obsérvese que bajo el acápite de la acción se colocan las tres formas de la falta. La acción es
 padecida por el sujeto y, por ende, podemos colocar aquí al sujeto psicoanalítico. El sujeto es aquí
un sujeto sujetado a la acción de un agente, agente que dibujará, según la época, distintos rostros del
Otro, distintos modos de su encarnación. Incluso, algunos de ellos recién serán definidos al final del
camino andado por Lacan. El objeto en su relación con los órdenes es producido por la forma de la
falta que se introduce en el sujeto por acción del agente.
La no homogeneidad de las formas de la falta implica la noción de que todos los agujeros no son
iguales, pero implica también algo que surgirá con claridad en el seminario sobre la identificación – 
cuando Lacan empieza a disponer de una topología adecuada para formular la relación espacial entre
el sujeto y el objeto, esa que primero calificó como éxtima–, sujeto y objeto comparten una
comunidad topológica en lo referente, por ejemplo, al agujero central del toro y Lacan retoma allí, al
 producir su teoría de la identificación y del objeto a, las tres formas de la falta. También las retoma,
 por ejemplo, en el Seminario XII, “Problemas cruciales para el psicoanálisis” –cuyo título original,
como él mismo señala, debía ser “Posiciones subjetivas del ser”–. Este cuadro pues tiene, a mi
entender, la importancia de marcar, por vez primera en esta enseñanza, la solidaridad del sujeto
como sujeto del inconsciente con el objeto, más allá de la articulación yo-objeto propia del estadio
del espejo. Incluso lo imaginario sufre aquí una ampliación, en la medida en que incluye objetos
otros que los especulares, incluso excluidos –como es el caso del falo– de la imagen especular.
Además, la posición del agente señala la dependencia estructural de las formas de la falta del Otro
como tal, como lugar del significante, más allá de su encarnación en la madre o el padre y más allá
de la dimensión subjetiva que habita a quienes encarnan ese lugar del Otro, la cual será reemplazada
 por la fórmula del Otro barrado ( ) como puro lugar. No hay duda de que vemos producirse entonces
en este seminario el proceso mismo que desembocará en la caída del concepto de intersubjetividad y
del deseo del Otro como deseo de reconocimiento.
Sólo una de las formas de la falta es de neta raigambre freudiana: la castración. Las otras dos son
tomadas respectivamente de la teoría de la relación de objeto, es el caso de la frustración, y de la
teoría de Ernest Jones, es el caso de la privación.

ACCIÓN OBJETO AGENTE


Frustración
Real Simbólico
(Imaginaria)

Privación
Simbólico Imaginario
(Real)

Castración
Imaginario Real
(Simbólica)

Ya se desarrolló el olvido de la castración que caracterizó a la teoría de la relación de objeto y


su sustitución por el papel de la frustración. (2) La articulación entre la castración y el significante
asoma ya en el Seminario III , cuando Lacan formula la disimetría esencial de ambos sexos en el
Edipo: “[…] la razón de la disimetría se sitúa esencialmente a nivel simbólico, se debe al
significante. Hablando estrictamente no hay, diremos, simbolización del sexo de la mujer en cuanto
tal. […] Este defecto proviene del hecho de que, en un punto, lo simbólico carece de material […]”.
(3)
Esta exploración de la falla en el significante comienza pues a tomar la delantera y guía el
examen de la clínica en el seminario de la relación de objeto. La riqueza de la cosecha de este
seminario puede rastrearse en forma dispersa en distintos textos de los  Escritos.

 La frustración , la demanda y el don

Lacan logra arrancar a la noción de frustración del contexto empirista dentro del cual estaba
 presa. Como puede ya apreciarse en la cita del “Discurso de Roma”, (4) Lacan sitúa la frustración en
el marco de la relación especular con el otro y, al mismo tiempo, impide considerarla como
formando parte de las experiencias vividas en una relación dual con un otro “real”. En este seminario
se produce una serie de nuevas conceptualizaciones que tienen como resultado una definición
novedosa y original de la frustración, la cual ya no cabe en el vector a-a’.
En realidad, el primer cambio que se introduce se debe a un comienzo de diferenciación que
remite a las series freudianas del objeto. La función del agente en sí misma, en efecto, introduce al
otro como objeto de amor, como “persona”, colocándose así el Otro de la intersubjetividad de los
Seminarios I  y II , el Otro del reconocimiento del deseo, en el marco de una continuidad con el objeto
de amor y su elección en Freud. De este modo, un aspecto que antes se confundía con el objeto
imaginario especular es diferenciado y situado a nivel del Otro como agente.
En segundo lugar, encontramos que el objeto, definido aquí como real, real que aún no se
diferencia de la realidad, corresponde más estrictamente al objeto del deseo como deseo del otro,
ese objeto que el transitivismo y la competencia que lo caracterizan describe claramente y cuya
medida da el semejante.
El establecimiento de las coordenadas simbólicas de la frustración implican necesariamente ese
lugar del Otro como agente, diferenciado del objeto como real y del matiz imaginario de la vivencia
subjetiva. Este lugar tercero, el del agente, lugar que es absolutamente ajeno al mecanismo de
 proyección, es inseparable de la dimensión simbólica que funda esa vivencia imaginaria de la falta
que es la frustración. Lacan delimita pues la estructura misma del fenómeno, más allá de su
 presentación ingenua en las teorías de la relación de objeto. Recuerda, en primera instancia, que este
término en cuanto tal está ausente de la obra freudiana y recoge en ella el término de Versagung , que
en alemán implica renuncia, que remite a una palabra rota, a la anulación de una promesa.
Esta ruptura de promesa se articula con una nueva concepción del amor, que modifica de manera
 parcial las formulaciones del Seminario I  y del “Discurso de Roma”, en la medida en que el amor – 
en su dimensión simbólica– remite a la madre como encarnación de ese Otro primordial.
En el Seminario IV , Lacan establece una diferencia interna a la frustración misma, diferencia que
me parece fundamental en la medida en que pone en claro y sitúa determinados conceptos que, en sí
mismos, son difíciles de delimitar, pues remiten a las distintas coalescencias que se han producido
entre las formulaciones freudianas acerca del objeto.
La primera de estas dos vertientes de la frustración ya está formulada, sin duda, en la cita del
“Discurso de Roma” en términos de frustración del objeto de goce por parte del semejante.
Predomina en esta vertiente la frustración en relación con el objeto “real” de goce, de satisfacción en
cuanto tal. Lo real debe entenderse todavía en su uso primero por parte de Lacan, como exterior a la
experiencia analítica, pero asimismo –luego de los desarrollos de los Seminarios II y III  – como lo
que vuelve siempre al mismo lugar e incluso tomarlo en su acepción corriente. Sin embargo, está
 preparado aquí el lugar mismo que posteriormente tendrán el objeto y el goce en tanto que reales.
Lacan denomina esta vertiente “frustración de goce”.
La segunda vertiente remite al objeto en su dimensión simbólica. En ella la madre funciona como
agente simbólico –encarnación primera del Otro–, y genera esa forma de la frustración que Lacan
denomina “frustración de amor”.
Desarrollar en detalle ambas vertientes exige en primer término precisar la constitución de esa
función que se denomina agente simbólico. Esta es una consecuencia lógica de la anterioridad
fundante del orden simbólico para el sujeto hablante, anterioridad que Lacan ya ha definido
netamente. Si se recuerda que la consecuencia misma del nacimiento del deseo en el sujeto debido a
su apresamiento por el lenguaje era la pérdida de naturalidad del objeto, esta transmutación es pues
inseparable del paso del objeto de la necesidad por el lenguaje.
Freud ya en el Proyecto...  había postulado cómo la indefensión del lactante, su necesaria
dependencia de un otro, estaba en la base de toda comunicación. Importa destacar hasta qué punto el
desamparo es uno de los conceptos freudianos más asimilados y desarrollados por Lacan de manera
 permanente. Está implícito, por ejemplo, en la construcción misma de la madre como Otro simbólico
 primordial, en su ubicación como agente de la frustración, y desembocará de modo necesario en el
concepto de demanda, que aparece por vez primera en este seminario.
Antes de llegar a ese concepto, cabe referirse, aunque brevemente, al concepto de llamado,
articulado de modo insoslayable con el de demanda. El llamado surge como tal en el análisis del
caso Dick de Melanie Klein en el Seminario I . (5) Alude allí a la importancia del pronunciamiento,
 por parte de Dick, de un primer llamado hablado, con lo que este entraña como respuesta, señalando
que a partir de él se vuelve posible para el niño la dimensión de los objetos imaginarios, surgiendo
recién ahí la posibilidad de eso que comúnmente se denomina relaciones de dependencia.
Todo cuanto la teoría psicoanalítica desarrolló a partir de este encabezamiento recibe una nueva
interpretación que, a mi juicio, es decisiva. La función del llamado es inseparable del carácter 
simbólico del agente de la frustración, la madre, como aquel que en lo real puede responder o no al
llamado. Para responder a él no hay más remedio que aceptar que la necesidad sea transformada a
través de su paso por ese Otro, que por esta razón misma deviene código; que introduce en la
necesidad la discontinuidad significante y que entraña la pérdida de especificidad de su objeto; ese
Otro del cual el sujeto recibe su propio mensaje invertido.
La posibilidad misma que tiene ese Otro de responder o no al llamado lo vincula con el par 
 presencia-ausencia. Precisamente, es la presencia-ausencia del Otro simbólico lo que constituye al
agente de la frustración en cuanto tal. El problema no es pues la presencia-ausencia del objeto real
sino la presencia-ausencia de este Otro simbólico.
Una vez que la necesidad atravesó el lugar del código surge transformada en demanda. Este
término presenta una polivocidad en francés (6) que Lacan aprovecha ampliamente, combinando sus
diferentes acepciones y enfatizando según los diversos contextos alguna de ellas. Me parece
significativo, por ejemplo, el sentido de pregunta que este término puede adquirir en francés, sentido
ausente en castellano, pues una de las dimensiones esenciales de la demanda es su articulación con la
interrogación acerca del carácter y el significado de la respuesta del Otro simbólico al llamado,
acerca de su sentido mismo, más allá de que la respuesta sea positiva o negativa.
El agente simbólico de la frustración, que devendrá luego el significante M del esquema Rho,
introduce pues la presencia-ausencia del Otro como una dimensión fundamental que se superpone e
incluso eclipsa la presencia o ausencia del objeto “real” de satisfacción. El carácter mismo de la
satisfacción sufre modificaciones fundamentales debido a la transformación necesaria (lógicamente)
de la necesidad (biológica) en demanda. Una nueva forma de alienación se instala entonces, diferente
a la alienación en la imagen del semejante, Lacan se refiere a ella en los siguientes términos: “[…]
en la medida en que sus necesidades están sujetas a la demanda, retornan a él alienadas. Este no es un
efecto de su dependencia real […] sino de la conformación significante como tal y del hecho de que
su mensaje es emitido desde el lugar del Otro. Lo que se encuentra así alienado en las necesidades
constituye una Urverdrängung  por no poder, por hipótesis, articularse en la demanda […]”. (7)
 Nueva formulación entonces de la particularidad perdida, en la cual la referencia a la represión
 primaria freudiana no puede pasar desapercibida. Efectivamente, el efecto de esa Urverdrängung 
será ese retoño que es el deseo. Por estructura, es por ende imposible que la necesidad se articule en
la demanda, así como tampoco podría articularse en ella ese retoño que es el deseo.
La demanda es pues demanda, no de la satisfacción de la necesidad, sino de la presencia o
ausencia del Otro como agente. Este Otro detenta el privilegio de poder responderle o no, privilegio
que lo dota de un poder que es el fundamento de su omnipotencia, la cual es en primer término
omnipotencia del Otro, no omnipotencia del niño y su supuesto pensamiento inmaduro.
Cuando la madre accede a este poder, cuando deviene su sede misma, pasa a ser, según Lacan,
real y, en cambio, el objeto que era real deviene un objeto simbólico: el don. Es esta pues una nueva
vuelta de tuerca del desarrollo que se mencionó en el seminario sobre “La carta robada”, con un
nuevo despliegue en torno a la presencia-ausencia de la madre como objeto primordial.
El poder real que le otorga a la madre el carácter de omnipotencia –descripción que no puede
dejar de evocar los comentarios freudianos del  Proyecto...  y de Inhibición, síntoma y angustia
acerca del desamparo y las situaciones de peligro– brinda a su respuesta un valor: los objetos de
satisfacción se vuelven signos de la buena o mala voluntad de ese Otro, poder en lo real, signos en
última instancia de su amor. Pero, cuidado, se trata de signos del amor del Otro, no de objetos de
amor, el verdadero objeto de amor es ese Otro primordial, al que Lacan mismo designará como
objeto primordial. Estos signos del amor del Otro, que transforman el objeto u objetos reales de la
necesidad en objetos indiferentes desde el ángulo de la necesidad misma, son aquello que Lacan
denomina con toda precisión dones.
Un abanico tridimensional se abre a partir de esta redefinición de la frustración:

1. El objeto primero de la satisfacción, el pecho real por ejemplo.


2. El objeto como objeto de amor, la madre como objeto primordial y agente simbólico.
3. El don, signo del objeto de amor, avatar del objeto de la necesidad que pierde su
especificidad adquiriendo en su lugar eso que se denomina valor.

Se produce entonces un intercambio de lugares entre objeto y agente, siempre en el campo de la


frustración en tanto que dimensión imaginaria de la falta, que genera las dos vertientes antes
mencionadas:

Un casillero permanece sin modificaciones, el que define la frustración como daño imaginario.
Por lo tanto, las dos vertientes en juego se relacionan con una doble estructura de la frustración,
dependiente del intercambio en los casilleros del objeto y del agente, de lo simbólico y lo real. Sin
embargo, el daño imaginario experimentado no es en ambos casos exactamente el mismo. En la
 primera vertiente se produce estrictamente la frustración del objeto de goce, en la segunda la del
objeto de amor. Conviene tener presentes los desarrollos realizados al respecto en el examen de la
obra freudiana y kleiniana. (8)
¿Cuáles son las consecuencias de esta diferencia en lo que a nuestro tema respecta?
Primero, el problema del objeto parcial y del objeto total recibe un enfoque tal que se logra una
salida de algunos de los impasses más importantes de las teorías de la relación de objeto. En
 particular queda despejado el problema de la articulación entre la “relación objetal” y el acceso a la
realidad, más allá de las proyecciones fantasmáticas y de toda interpretación madurativa de ese
acceso.
Segundo, el cuadro arriba reproducido permite deslindar ya la serie del objeto de amor de la
serie pulsional parcial.
Klein, incluso Winnicott por ejemplo, se topan con el obstáculo de tener que definir el acceso a
la realidad a partir de la satisfacción alucinatoria del deseo, el punto de partida común entonces es el
objeto del deseo. Ambos no toman en cuenta las consideraciones freudianas al respecto, cosa que sí
en cambio hace Lacan. La dialéctica kleiniana de los objetos parciales surgidos respectivamente de
las experiencias de frustración y gratificación –objeto bueno y objeto malo–, concebidos, tal como se
dijo, de manera empirista, choca por un lado, con el impasse surgido de la equiparación del objeto
 bueno con Eros y del objeto malo con Tánatos. El circuito del deseo se confunde, ya se vio, con el
circuito amor-odio, tal como Freud lo estructuró en  Pulsiones..., la delimitación freudiana se
desdibuja y las series pierden la originalidad que les es propia. ¿Cómo salir pues de la realización
alucinatoria y acceder a la realidad? Aquí la diferencia establecida por Lacan se vuelve
especialmente pertinente.
La noción de frustración recupera su potencia operativa que pierde precisamente en la medida en
que Klein no diferencia entre las dos vertientes de la frustración, frustración de amor y frustración de
goce son para ella idénticas, equivalentes, inclinándose a equiparar amor y goce. La diferenciación
lacaniana apunta a separarlas para dar cuenta justamente del acceso a la realidad a partir del objeto
 perdido del deseo. Klein describe más bien la frustración de goce del objeto “real”, su paso a una
realidad humana se produce gracias a un proceso de psicogénesis del símbolo que es, en sentido
estricto, consecuencia de una especie de teoría psicoanalítica del aprendizaje por ensayo y error 
emocional. (9)
El establecimiento de estas dos vertientes de la frustración le permite a Lacan introducir 
acotaciones específicas acerca del acceso a la realidad tal como este se produce en el niño humano.
Al respecto, su posición es harto clara: el acceso a la realidad humana en cuanto tal depende de la
frustración de amor. El sujeto queda preso de la dialéctica del intercambio por intermedio de la
constitución del don como forma simbólica del objeto. Esto equivale a sostener que el acceso a la
realidad humana depende del orden de la alianza, de la Ley, de la prohibición del incesto y no de una
experiencia empírica de la realidad. Freud, Marcel Mauss y Lévi-Strauss se conjugan de un modo
 peculiar para producir la superación del impasse posfreudiano. El pequeño humano es así
introducido en una realidad simbólica que en cuanto tal le preexiste, realidad simbólica en cuyo
contexto podrá ser entonces designado como sujeto y no como organismo viviente.
Retomemos aún por un momento la frustración de goce. Aparentemente, esta vertiente no es luego
retomada por Lacan. Sin embargo, esto es más aparente que real, dado que encontramos en lo que
sobre ella se dice en el Seminario IV , la estructura misma de los desarrollos posteriores sobre la
 pulsión y su objeto. Observemos, por lo demás, que aquí ya está en germen la posibilidad misma de
la fórmula de la pulsión del grafo ( ), pues ambas vertientes de la frustración dependen de la
función de la demanda. La demanda interviene pues en los dos pisos del grafo del lado desde donde
surgen las preguntas, desde el piso inferior a nivel del A, entendido como Otro de la demanda de
amor, Otro de la presencia-ausencia, y también en el piso superior, dónde el A es reemplazado por la
fórmula de la pulsión. Puede deducirse que a nivel del piso superior se sitúa lo que Lacan llama en
este Seminario IV  la frustración de goce. En el Seminario V , “Las formaciones del inconsciente”,
esta diferencia es precisada en términos de que la frustración de goce es frustración de una demanda
vinculada a la satisfacción en cuanto tal, con el disfrute del objeto, con el goce de él. La frustración
de amor, en cambio, se dirige a un objeto que en sí no tiene valor de goce alguno, es una pura nada,
su valor depende tan sólo de su posición como signo del amor del Otro.
Esto obliga a precisar por qué Lacan considera en “La relación de objeto” que la frustración de
goce no constituye ningún objeto. Esta aseveración indica hasta qué punto Lacan centra su interés en
ese momento en la constitución del objeto como simbólico, del don. El objeto “real”, igual que en el
Seminario I  o en el “Discurso de Roma”, queda incluido en el circuito a-a’, circulando dentro de la
dinámica imaginaria propia del estadio del espejo, en la medida en que el Eros, la libido, siguen
siendo inseparables de lo imaginario. El movimiento de esta época se centra en la delimitación de
las coordenadas simbólicas del objeto, especialmente en su articulación con el significante, su
culmen será la producción del objeto fóbico a partir del caso Juanito. El objeto de la frustración de
goce, desde la perspectiva significante que ocupa a Lacan, queda sumergido en la teoría de lo
imaginario, incluso es equiparado al objeto transicional, que comparte exactamente su posición.
Tenemos pues que en lo imaginario quedan ubicados tanto los objetos propios del narcisismo como
los propios de las pulsiones parciales.
Explícitamente la frustración de goce es articulada con el autoerotismo y permite, en cuanto tal,
la delimitación del objeto pulsional: “[…] la pulsión se dirige al objeto real como parte del objeto
simbólico”. (10) Como ya se enfatizó, el quid  para entender esta cita es tener presente que ese objeto
real no engendra realidad simbólica alguna. Si relacionamos esta posición de Lacan con las tesis
freudianas resulta claro que Lacan está enfrentando una doble dificultad: por un lado, delimitar a la
madre –agente de la frustración de amor– en su doble carácter ya indicado por Freud, objeto
 primordial del amor, en el sentido de una catexia objetal, y asimismo fuente de ese “poder” del que
hablaba Freud en el Proyecto...  y en Inhibición, síntoma y angustia, mostrando que el amor 
dependía en su posibilidad misma del traslado de la situación de peligro económico a la señal de la
condición de posibilidad de la experiencia de invasión económica, o sea al peligro de la ausencia
materna primero y luego al peligro de la pérdida de su amor. Pero también cabe señalar que este
objeto necesita para producirse la pérdida de la especificidad y de naturalidad propia de la
constitución del objeto del deseo como tal. Por otro, la deducción del objeto pulsional queda
todavía, y durante un tiempo más o menos largo, dentro de lo imaginario, equiparado al objeto
 parcial clásico, mientras que el objeto simbólico primordial ocupa el lugar que, a partir de Abraham,
se caracterizó como el del objeto total o la persona total.
En esta época, Lacan está construyendo esa tripartición que es la serie necesidad, demanda y
deseo. Más adelante, el término “necesidad” tenderá a desaparecer, siendo sustituido por el goce,
definido como satisfacción pulsional, no ya como libido imaginaria, sino como lo real que yace en el
centro mismo de la experiencia analítica, ese real que por excelencia ella debe alcanzar. Así el goce
devendrá el tiempo mítico uno del origen del sujeto que sustituye al sujeto mítico de la necesidad. Si
la necesidad podía ser definida como un real ajeno, externo, a la experiencia analítica misma, el
goce, en cambio, es un real producto del sistema significante y, en tanto tal, interno a ese sistema. La
Urverdrängung  de la necesidad será reemplazada por la del goce y su pérdida. Esta modificación,
empero, no invalida las tres formas de la falta, que seguirán siendo trabajadas por Lacan en ese
nuevo contexto. Retomemos pues el hilo de la frustración de amor en su articulación con el acceso a
la realidad específicamente humana. Si hay algo que sea total, que sea todo, en lo referente a esta
vertiente de la frustración, este reside en el todo o nada de la presencia-ausencia del Otro, de los (+)
y los (-), del signo que el Otro otorga o no. El objeto de amor no es un objeto total, no es esta la
característica que le da su peso propio, sino que el objeto primordial como objeto de amor, como
agente simbólico cuando muta a ser el agente real, un poder en lo real, brinda objetos que son dones,
 por ello son simbólicos, de esa potencia. También se juega en torno al todo en la medida en que la
demanda de amor se presenta con un carácter “incondicionado”, (11) que transforma el don del Otro
en una prueba del “todo o nada”. Vuelve a encontrarse, modificada, la apuesta primitiva del símbolo
del Seminario II .
En el “Discurso de Roma”, el don ya es equiparado con el símbolo: “[…] el símbolo quiere
decir pacto y en cuanto son en primer lugar los significantes del pacto que constituyen como
significado […]”. (12) Insistamos en que las palabras de reconocimiento presiden estos dones
 primeros, teniendo presente que el reconocimiento era, en ese texto, el objeto simbólico del deseo
 por excelencia. Este objeto sólo puede ser otorgado mediante la palabra y es esta la fuente
 primordial del don.
En el Seminario IV , el don considerado como el objeto simbólico de la frustración dibuja un
Otro que responde según su capricho –ese poder real–, todavía no incluido en el pacto.
La característica misma del don en tanto que simbólico es su posibilidad de ser revocado,
anulado. El objeto otorgado con carácter de don sólo puede perfilarse sobre el fondo del
anonadamiento simbólico de su particularidad como objeto. Por eso, al ser otorgado, su valor 
depende de su carácter de signo del acto del Otro, introduciéndose por esta vía el aspecto
decepcionante del orden simbólico mismo, pues todo objeto donado puede ser sustituido, podría ser 
otro, sólo es un mero sustituto, desparece...
El don implica un circuito de circulación de dones, el intercambio, las estructuras del
 parentesco, la ley de la alianza, la interdicción del incesto. Esta implicación del don le permite a
Lacan realizar una nueva articulación entre el Edipo y el objeto. El don es un concepto tomado del
célebre ensayo de Marcel Mauss “Ensayo sobre los dones. Razón y forma del cambio en las
sociedades primitivas”, (13) ensayo en el que se articulan moral, derecho y economía.
El fondo querellante, reivindicativo, judicial, de la demanda de amor se establece sobre el telón
de fondo de una legalidad particular, que Mauss diferencia de la que nos es propia, a la cual
considera por demás mercantilista. En el marco entonces de esa legalidad particular dar, sobre todo,
es dar lo que no se tiene. La definición del amor en Lacan se articula con esta formulación: amar es
dar lo que no se tiene. Debe leerse pues teniendo presente su articulación con la conceptualización de
Mauss, cuyo ejemplo princeps  es el potlatch y la gratuidad que este pone en escena. Se establece así
el intercambio por excelencia, el de nada por nada, donde la anulación de la dimensión de goce del
objeto llega a su punto máximo.
La frustración de amor abre el acceso a la realidad “simbólica”, característica del intercambio
humano, precisamente en la medida en que se funda en la anulación del goce del objeto, en la pérdida
de la particularidad de este último en relación con la naturalidad, vale decir, en la anulación de su
valor natural, en la medida en que deviene esa “nada” simbólica que es un signo de la buena o mala
voluntad de ese Otro, que encarna un poder en lo real.
La frustración de goce, en cambio, remite al sujeto al círculo sin salida de la posesión del objeto
como tal, a una dialéctica de la agresividad competitiva con el semejante. Hasta puede incluso
decirse que Klein misma percibió el círculo sin salida que entrañaba y que, por lo tanto, su
introducción del concepto de gratitud –que conforma una diada oposicional con el de envidia– fue un
intento de fundar esta dimensión simbólica de la realidad humana en la posición depresiva. En todo
caso, queda claro que los desarrollos de Mauss introducen el problema de la creación del valor,
creación que es posible en la medida misma en que el valor “natural” es anulado por acción misma
del significante.
Darlo todo, el máximo desprendimiento, equivale, a su vez, a no dar nada. Lacan señala que ese
todo mítico de los objetos del don confluye en Klein en el continente materno, en cuyo interior se
sitúan todos los objetos imaginarios. Sin embargo, esos objetos debido a su inclusión en el Otro
simbólico –definido por el campo de anonadamiento que el par presencia-ausencia crea– constituyen
un campo cuyo carácter sobresaliente es la virtualidad. Cualquier relación con un “objeto parcial” en
el campo creado por la presencia materna no es más que aplastamiento del amor del Otro, no una
satisfacción en cuanto tal. Como bien lo señala Lacan, el objeto en juego es el paréntesis simbólico
mismo, en sí más precioso que cualquier bien. Desde esta perspectiva, todo bien no es sino un
aplastamiento del principio del llamado, en la medida en que este es a la vez principio de la
 presencia y el término que permite rehusarla. Este objeto del llamado, de la presencia, dibuja una
forma peculiar de satisfacción que se produce cuando la demanda llega a “buen puerto”. (14) Cuando
esta se produce, no hay satisfacción, sino mensaje de esa presencia, en la medida en que el niño tiene
ante sí la fuente de todos sus bienes. En este punto privilegiado se sitúa en el niño, para Lacan, el
estallido de la risa. La risa es pues la primera comunicación, más allá de la demanda misma, dado
que allí la presencia no es presencia empírica, sino presencia a nivel del mensaje de lo que Lacan
denomina “significante de la presencia”, significante que yace para él en la raíz de la identificación.
En suma, puede concluirse que el signo de la presencia domina sobre la satisfacción; siendo este
el punto de arraigo de la identificación con el significante del Ideal, primer sello de ese Otro
omnipotente.
En el interior de este paréntesis simbólico los objetos mismos ya están significantizados. Al
devenir el objeto don simbólico se ha transformado también en signo de la voluntad del Otro, signos
que son ya moneda del Otro, no sólo en el sentido de moneda de cambio, sino en tanto y en cuanto
son signos constituyentes en la medida en que aseguran como tales la creación del valor. Aquí el
valor y su creación son inseparables del deseo como deseo de reconocimiento, pues esos signos
representarán el ser mismo del sujeto que busca el reconocimiento.
Lo imaginario ofrece una gama privilegiada de objetos, tomados del propio cuerpo en su
articulación con el estadio del espejo, que serán consagrados al don. De este modo el niño encuentra
en su propio cuerpo un real presto para nutrir lo simbólico: el pecho, las heces y ese objeto
 problemático que es el falo se introducen de este modo en el circuito simbólico del don.
El concepto de regresión, en este contexto, sufre determinadas modificaciones. Cada vez que la
frustración de amor se hace presente, surge la regresión, que asume la forma de una compensación a
través de la satisfacción del goce del objeto. Formulación, puede apreciarse, aun muy cercana a la
que se citó en el “Discurso de Roma”.
En la vertiente de la frustración de amor, el Otro surge en determinado momento como herido en
su potencia, en su poder. Esta herida responde a una dimensión doble. Por un lado, a la imposibilidad
del Otro de responder, por razones de estructura, a la demanda y, por otro, a la pregunta que el
vaivén de su presencia-ausencia suscita. El Otro aparece pues doblemente habitado por una falta,
falta que se sitúa más allá de la demanda, falta idéntica a su deseo, vale decir, al secreto de su ir y
venir. Esta división del Otro por la acción misma de la demanda introduce la Spaltung  entre
demanda y deseo, que se tornará visible en el desdoblamiento de las dos líneas del grafo del deseo.
Pero, antes de examinar la conocida fórmula de Lacan según la cual el deseo es el margen que se
sitúa entre la demanda y la necesidad, conviene explorar las primeras formulaciones que realiza, en
el Seminario IV , en torno al deseo del Otro. Estas formulaciones son inseparables de las dos formas
de la falta de objeto que aún falta examinar: la privación y la castración. En relación con ellas, tanto
el Edipo como ese punto de vuelco que era para Freud la castración materna, reciben una lectura que
modifica decisivamente la articulación del objeto en la enseñanza de Lacan.

 Privación y castración en su articulación con el deseo del Otro

La falta que se esboza en el Otro materno se convierte aquí en la nueva mira del deseo. El
reconocimiento experimenta aquí un cambio de matiz: el problema es ahora cómo ser reconocido
como objeto del deseo del Otro. Problema doble en la medida en que no se sabe qué desea el Otro y
en la medida en que aquello que el deseo del Otro designa como objeto deviene no el objeto del
sujeto, sino aquello con lo que el sujeto identificará su ser. Por eso Lacan puede afirmar “[…] la
falta es el deseo mayor” . (15)
Conocemos la respuesta que Freud encontró para esa falta, al designar al falo como su objeto, la
 Penis-neid  que marca el paso de la niña por el complejo de castración.
Si el falo es aquello que podría colmar la falta en el Otro, el camino más sencillo que se le
ofrece a la cría humana es proponerse como tal, identificándose con él, lisa y llanamente en la
medida en que se presenta como objeto privilegiado de la madre.
El falo configura pues un objeto de tipo particular, cuya delimitación respecto al objeto en cuanto
tal produce permanentes ambigüedades en esta etapa de la obra de Lacan. Por lo pronto, su
 prevalencia se impone netamente en lo imaginario y comienza asimismo a esbozarse en lo simbólico.
En el Seminario IV , lo encontramos definido del siguiente modo: “[…] objeto imaginario de la
deuda simbólica de la castración” . (16) Gracias a él, el sujeto es introducido en la dialéctica del don
y del intercambio simbólico, más allá de la frustración de amor y su dialéctica. Irrumpe la ley como
instancia reguladora del poder materno, sometiendo así a su capricho. El falo, por lo tanto, es en la
castración un objeto imaginario y opera en su carácter de tal. Lo simbólico es propio en este caso de
la acción misma y de sus efectos sobre el sujeto. Si el sujeto experimenta la frustración como un daño
imaginario, experimenta, en cambio, la castración como una deuda simbólica, es decir, como una
acción que lo inscribe en la filiación y su dialéctica. Castigo simbólico, impuesto del lenguaje, que
deberá saldar mediante el imaginario corporal, con ese objeto privilegiado que es el falo, φ, que no
debe ser confundido con lo que en este seminario Lacan califica como el pene real (π).
La privación se caracteriza a nivel de la acción por la presencia de la falta en lo real, aun cuando
 –Lacan lo repite insistentemente– en lo real nada falta. La aparición de una falta en lo real es efecto
de lo simbólico y, siendo así, el objeto faltante por lógica ha de ser un objeto simbólico, objeto que
Lacan articula de modo explícito con el falo simbólico.
Ejemplo paradigmático de la privación así definida es la castración femenina. En lo real nada le
falta a la mujer, sólo puede faltarle el falo en la medida en que este es un objeto simbólico prevalente
en el orden simbólico como tal. Prevalencia que, ya se indicó, corresponde para Lacan, desde el
Seminario III , a una deficiencia del sistema significante en lo tocante al significante de la mujer.
Si continuamos con el desarrollo hasta aquí realizado, puede apreciarse que la promoción a lo
simbólico del objeto de la frustración por obra y arte del agente, que se vuelve real, nos lleva al
casillero de la privación con sólo intercambiar los casilleros de la acción y el agente. La madre,
 potencia real, por acción misma de la demanda, aparece herida en su potencia y, como tal, surge
como sujeto de una acción en lo real, cuyo agente será imaginario, en la medida en que en lo real,
nada le falta.
Esa falta en lo real del Otro es un punto clave en relación con la acción de castración, hecho ya
señalado por Freud al destacar la importancia de la castración materna. En Lacan esa falta se vuelve
la meta del deseo como deseo del Otro, ese Otro que se inscribirá en el grafo como ( ), en
oposición al Otro sin tachar de la demanda de amor (A).
En relación con la privación materna se sitúa la dialéctica de ser o no el objeto que obtura esa
falta, vale decir, el falo simbólico. Siéndolo, el sujeto se coloca en una posición en la que logra ser 
un señuelo eficaz del deseo del Otro. En esta dimensión se despliega el análisis de Lacan del caso
Juanito.
El enigma es pues el objeto del deseo materno. Su respuesta hace necesario el paso por la acción
simbólica de la castración. Es decir, el objeto simbólico, el falo como simbólico, deberá dejar su
lugar al falo imaginario, o sea, a la significación fálica. Este paso implica una desidentificación del
ser del sujeto con el falo simbólico.
Se pueden aquí realizar algunas precisiones acerca de la relación entre los conceptos de objeto y
de falo.
Lacan nos enseña que la significación es engendrada gracias a dos mecanismos fundamentales, la
metáfora y la metonimia, equivalentes a la condensación y al desplazamiento, tropos que acaba de
descubrir en el Seminario III . Si el deseo del Otro se presenta como un enigma, desde la perspectiva
de las significaciones, pueden surgir dos significaciones como respuesta: una producida por la
metonimia, la otra por la metáfora.
J.-A. Miller diferenció de este modo dos formas de la significación fálica, a las que calificó
como falo metonímico y falo metafórico. (17) Lacan, en el Seminario IV , lo formula del siguiente
modo: “[…] para la madre el niño puede ser la metáfora de su amor por el padre o la metonimia de
su deseo del falo. En el segundo caso, el niño no es falóforo [ portador del falo], sino que es en su
totalidad metonímico [ ecuación cuerpo-falo]”. (18)
Cuando el niño es la metonimia del deseo del falo de la madre, la sustitución metafórica no
opera, sustitución que en el caso de la significación fálica requiere la operación del Nombre-del-
Padre en la metáfora paterna, quedando entonces preso de la metonimia deseante de la madre. La
comparación entre ambas significaciones fálicas se despliega en Lacan a través de una comparación
entre el objeto fetiche y el objeto fóbico, tema del próximo capítulo.
Ya sea bajo la forma del ser o del tener, el falo deviene el objeto universal del sujeto en tanto
que su deseo es deseo del Otro, apareciendo la significación fálica como respuesta a la pregunta
acerca del deseo del Otro. El falo se vincula así primordialmente con el ser del sujeto en su relación
con el deseo del Otro, dado que el sujeto debe competir con el falo para llegar a situarse como
objeto de deseo del Otro.

1 J. Lacan, El Seminario , Libro III, Las psicosis , Buenos Aires, Paidós, 1984.
2 Véase, supra , los capítulos “M. Klein en los senderos de Sade” y “W. Bion o los límites del kleinismo”.
3 J. Lacan, El Seminario , Libro III, ob. cit., p.
4 J. Lacan, “Función y campo...”, ob. cit., pp. 239-240.
5 J. Lacan, El Seminario , Libro I, Los escritos técnicos de Freud , Buenos Aires, Paidós, 1981, pp. 131-140.
6 Le Grand Robert de La Langue Française , ob. cit., tomo 4.
7 J. Lacan, “La significación del falo”, en Escritos II , ob. cit., p. 670.
8 Véase, supra , los capítulos mencionados en la nota 2 y también los capítulos “El deseo freudiano y su objeto” y “El
objeto de la pulsión parcial y el objeto del amor”.
9 Ibíd.
10 J. Lacan, El Seminario, Libro IV, La relación de objeto , Buenos Aires, Paidós, 1994.
11 J. Lacan, “La significación...”, ob. cit.
12 J. Lacan, “Función y campo...”, ob. cit., p. 261.
13 M. Mauss, “Ensayo sobre los dones...”, Sociologia y antropología, Madrid, Tecnos, 1979.
14 J. Lacan, El Seminario , Libro V, Las formaciones del inconsciente , Buenos Aires, Paidós, 1998.
15 J. Lacan, Seminario IV , ob. cit.
16 Ibíd.
17 J.-A. Miller, “Problemas clínicos del psicoanálisis”, Recorrido de Lacan , Buenos Aires, Manantial, 1984.
18 J. Lacan, Seminario IV , ob. cit.
El OBJETO EN LA FOBIA Y EN LA PERVERSIÓN

 El objeto fóbico

El carácter propio del objeto en las fobias ha sido fuente de múltiples controversias: objeto
fetiche para los unos, objeto oral por excelencia para otros, objeto acompañante u objeto
aterrorizante, son algunos de los nombres y características que se le adjudicaron en psicoanálisis.
A partir de las categorías que se acaban de desarrollar, Lacan resuelve su misterio siguiendo
fielmente las pistas que le brinda el caso Juanito de Freud, acerca de la fuente enigmática de su
temor, el caballo. No se retomará aquí el examen del caso Juanito que realiza Lacan. A partir de sus
conclusiones se examinará la construcción de un objeto fóbico en un paciente adulto neurótico,
construcción que será comparada con la del objeto de una fobia infantil en un caso de
homosexualidad masculina.
El misterio del objeto fóbico, tal como lo entrevió Freud, se resuelve en torno a la significación
fálica. Lacan lo define del modo siguiente: “[…] el objeto fóbico en cuanto significante para todo uso
 para suplir la falta del Otr o […]”. (1)
El objeto fóbico es pues en primer término un objeto sintomático, es decir, metafórico por 
excelencia. El kleinismo lo consideraba, por ejemplo, inseparable de la oralidad, olvidando la
indicación de Freud, en el texto recién mencionado, acerca del carácter regresivo de la oralidad en
las fobias, en las que esta no es sino una máscara regresiva, un disfraz del falicismo, de ese falo que
organiza retroactivamente la significación del pecho y de las heces.
El objeto fóbico es un objeto sintomático. Considerado como tal no hace más que confirmar la
tesis freudiana de Inhibición, síntoma y angustia, según la cual la significación de todo síntoma es
fálica. Lacan señaló la solidaridad entre la estructura del síntoma y la de la metáfora, solidaridad que
se resuelve si pensamos en su articulación con una metáfora fundamental, la paterna, que permite una
estabilización y un punto de almohadillado entre significante y significado. De esta manera, al ser la
metáfora paterna la resolución edípica y la operación misma de la castración, quedan a su vez
anudados síntoma y castración.
Este lugar de objeto es el que establece la posibilidad, siempre presente para los kleinianos, de
la perversión como pura defensa frente a la psicosis. El psicótico también se presenta con este
carácter objetal, pero articulado de modo diferente. Nos remitimos al respecto al capítulo dedicado a
la obra de W. Bion. Lacan, siempre en el Seminario IV , al iniciar su análisis del caso Juanito, señala
la falta de falo en la madre como el hilo que nos permitirá ubicarnos en los laberintos de la relación
del sujeto con el deseo del Otro. Esta falla indica al mismo tiempo el objeto del deseo y la vía de
engaño que este abre a nivel del ser del sujeto. Surge en ese punto en lo imaginario la bocaza abierta
de una madre no saciada, insatisfecha, que busca algo para devorar. Figura devorante cuyo
surgimiento imaginario como respuesta al enigma del deseo del Otro, que lo representa, constituye
 para Lacan una de las formas esenciales de presentación de la fobia. (2)
Este objeto, más allá de las significaciones que puedan asociársele, es fundamentalmente un
significante. Significante que puede ser calificado como un significante “comodín” que, al igual que
el “comodín” en ciertos juegos de barajas, suple la falta del Otro allí donde esto sea necesario. La
 producción de este significante se debe a la operación insuficiente del Nombre-del-Padre en la
metáfora paterna, cuyo defecto suple, generando así una variante de la significación fálica
metafórica.
Este objeto sintomático no puede entonces confundirse con el objeto en juego en el fantasma, y
los dos ejemplos que siguen permiten comparativamente delimitar con claridad su estructura y
función.

Una fobia a los vampiros.

Un hombre joven, de alrededor de 25 años, quien se presenta en primera instancia como un


neurótico obsesivo, tiene una fobia netamente estructurada, una fobia a los vampiros. Había realizado
anteriormente varios años de psicoanálisis de orientación kleiniana, durante y después de los cuales
su fobia había permanecido intacta.
La confesaba con turbación, dado que confesar, a determinada edad, que todas las noches se teme
la aparición de un vampiro, no deja a nadie muy bien parado. El vampiro y el temor que a él se
asociaba no dejaban de despertar cierto efecto “cómico”, incluso ridículo, al ser relatado por un
adulto. Esta presencia de la risa era correlativa, tal como lo señala Lacan, de la cercanía de la
significación fálica. A su modo, la dimensión de la comedia se hacía aquí presente, cosa que nuestro
 paciente registraba con claridad. Reconocer entonces que todas las noches, al acostarse, temía que
 por la ventana entrase un vampiro y se arrojase sobre él, no le era cómodo ni halagador.
Desde las entrevistas preliminares sus referencias a esta fobia se realizaban en términos que
evocaban las montañas y los inviernos fríos de Europa Central, paisaje en todo sentido ajeno a
nuestro sujeto desde una perspectiva simbólica. “Tengo miedo, cierro los ojos y es todavía peor. Me
 parece que estoy en una gran mansión, llena de torres, perdida en los Cárpatos, hace mucho, mucho
frío, la ventana se abre y un vampiro se arroja sobre mí.” En el transcurso de este análisis, este
mismo relato, con pequeñas variantes, hacía periódicamente su aparición. La presencia de dos
significantes permitió recomponer, de modo poco común –al menos en mi experiencia– debido a su
llamativa precisión, la génesis significante de ese significante suplente que es el objeto fóbico.
Durante su análisis anterior, las interpretaciones en torno a su oralidad habían ocupado gran
 parte de las sesiones. Su voracidad, su propio deseo vampírico o el de ser el objeto de un vampiro,
habían sido explorados con resultados nulos. Su miedo continuaba tal cual.
Torres era el apellido de su madre y la palabra Cárpatos contenía el apellido de su abuela
 paterna. Nuestro paciente, tal como suele ser habitual en nuestra América del Sur, utiliza sus dos
apellidos: primero el paterno y luego el materno. Su nombre de pila, como también es común, era el
mismo que el de su padre y, por lo tanto, el único modo de diferencia significante entre ambos
nombres era precisamente el apellido segundo, el materno, de cada uno de ellos. El relato de los
vampiros, desde la primera vez que lo narró, remitía a esos dos apellidos: al de su propia madre y al
de su abuela paterna, vale decir, a los únicos términos que permitían establecer una diferencia entre
su padre y él mismo a nivel del nombre propio.
La abundancia de interpretaciones acerca de la oralidad en el análisis anterior parece confirmar 
la advertencia de Lacan: la interpretación de la significación alimenta el síntoma. En este caso la
oralidad nada tenía que ver con el vampiro. El vampiro es un significante, pletórico de
significaciones, al menos en nuestra actual cultura cinematográfica y televisiva, cuando no literaria,
es un personaje obviamente “imaginario”, pero en tanto tal es una creación significante. Sin embargo,
el vampiro no era el objeto en juego en el fantasma de este paciente. Diría que nada puedo aún
afirmar acerca del fantasma fundamental y su objeto en este caso. Cabe esperar todavía el despliegue
mismo de la experiencia analítica que nos lo designará.
El significante “torres” remitía con claridad al deseo materno, incluso al enigma que
representaba para este sujeto la gran ambición de su madre, que ella por su parte había realizado;
“Cárpatos” a su vez suplía al Nombre-del-Padre en su función. El vampiro aparecía como un
significante que realizaba la suplencia del significante fálico y de su significación, ya que la
significación fálica como tal aparecía sustituida regresivamente por una significación oral. El conde
Drácula en su mansión abandonada de los Cárpatos ocultaba con sus sanguinolentas y siniestras
hazañas el juego significante que lo hacía existir.
La articulación llevada a cabo por Lacan es clara, el agujero que el deseo instala en el Otro tiene
uno de sus representantes imaginarios claves en la boca abierta, en la figura de la devoración. Esta
figura es un correlato imaginario de la estructura simbólica, correlato que la teoría kleiniana supone
es la estructura misma, en la medida en que desconoce la determinación que el complejo de
castración introduce. Confunde entonces la estructura simbólica con la dimensión imaginaria,
 perdiéndose de este modo los límites entre la significación fálica del síntoma y el objeto imaginario
en juego en el fantasma, en tanto que objeto del deseo.
La economía evidente del camino que Lacan nos enseñó en la práctica analítica es en este caso
muy llamativa. Pocos meses de trabajo bastaron para que el síntoma, que se había iniciado en la
 pubertad, desapareciese.
La producción de los significantes de la metáfora sintomática permitió disolver a Drácula y,
quizás, como dice la leyenda, esta sea la secreta razón por la cual el conde desaparece cuando
alguien lo enfrenta con un crucifijo o algún otro objeto que aluda al Nombre-del-Padre. El síntoma
desapareció y, por el momento, no ha retornado ni ha reaparecido una nueva fobia amarrada a algún
otro significante “comodín”.
La resolución del síntoma sí configuró claramente el interrogante acerca de las “torres”, vale
decir, del deseo materno ante el cual el vampiro era ya una protección. Sin la presencia
 paradójicamente protectora del vampiro se abría para nuestro sujeto el abismo del deseo del Otro y
el vértigo ante él experimentado.
El síntoma y ese objeto sintomático que era el vampiro se resolvió a nivel del significante mismo
con el que estaba construido, literalmente se evaporó con la metáfora que lo sostenía.

Una fobia infantil 

Se trata de una fobia infantil, recordada en análisis, al ratón. En este caso el “ratón” remite
directamente a la ausencia y al abandono del que fue objeto el paciente por parte de un padre
alcohólico crónico. El ratón es el significante mismo de su desaparición que suple al
desfallecimiento del Nombre-del-Padre.
Si en el Hombre de las ratas los roedores remitían a lo anal, es bien sabido, empero, que el
ratón, al igual que las ratas fueron interpretados corrientemente en psicoanálisis como modelos del
objeto oral sádico.
Este segundo caso ha sido expuesto con detalle en otro lado, (3) se remite por lo tanto a esa
descripción.
En este segundo sujeto, la oralidad aparece formando parte de su vida sexual, solidaria de un
goce al que no está dispuesto a renunciar. Más allá de los lugares comunes acerca de la fijación anal
de los homosexuales, creo que debe destacarse la importancia del goce oral como tal, pues este es
independiente, hecho claro para cualquier analista con cierta experiencia, como goce a-sexuado, de
la elección de objeto homo o heterosexual.
Se observa en este caso cierta continuidad peculiar entre el significante fóbico y el objeto del
fantasma. Esta continuidad, más allá de la especificidad de este caso, creo que depende precisamente
del carácter perverso de la estructura clínica en juego.
En ambos casos, el objeto fóbico se reduce en función de la metáfora que lo funda. En el
segundo, además, indica tempranamente algo que hace a la necesidad de suplir al Nombre-del-Padre.
La gran pregunta de este sujeto giraba en torno al goce del otro, goce que lo llevó a la muerte, goce
del alcohol que fue articulado por él como vinculado al objeto oral, objeto que devino el instrumento
con el que podría servir al deseo del Otro como voluntad de goce, tal como lo formula Lacan en
“Kant con Sade”. (4)
Esta última posición inclina más al perverso hacia la frustración de goce que hacia la frustración
de amor, más aún si se tiene presente que en la frustración de goce se esboza ya el objeto en su
articulación con la satisfacción pulsional y que el fantasma en la perversión pone a Lacan en la pista
del a dividiendo al sujeto. Esta posibilidad de obviar los senderos de la demanda de amor explica
las dificultades que la perversión como estructura presenta para la escuela kleiniana, por ejemplo.
(5)
Si tal fuera el caso, obviamente el perverso, cuya posición subjetiva se sitúa en las antípodas de
la posición subjetiva neurótica, sería inanalizable. Lacan explícitamente muestra que el perverso se
coloca como objeto al servicio del goce del Otro y, como ya se dijo, esa posición de instrumento del
deseo es algo que al neurótico le resulta especialmente insoportable.
Así como el perverso no se detiene a pedir permiso, el neurótico, por su parte, lo pide todo el
tiempo, ocultando de este modo tras la demanda del Otro a ese Otro en cuanto deseante. El neurótico
sueña con ser reconocido como sujeto por el Otro, ser objeto –posición propia del sujeto en la
 perversión– le causa horror. Quizás una primera conclusión podría aventurarse a partir de esta
diferencia, conclusión que sostendrá algunos de los interrogantes de los capítulos siguientes.
Parecería que el reconocimiento como objeto del deseo es solidario de una teoría de la cura
 propuesta por los neuróticos.
De este modo, el perverso irrumpe en el marco del  setting  analítico como objeto y por eso los
trabajos kleinianos enfatizan la contratransferencia que producen, los definen –al igual que a los
 psicópatas en general– como aquellos individuos que producen efectos sobre el otro, que lo
“manejan”, manejo que califican, aun cuando desconocen la fórmula del discurso analítico de Lacan,
como una inversión de la situación analítica. Más adelante se hará referencia a una serie de casos,
que no caen ni dentro de la perversión ni dentro de las psicosis, sino de las neurosis, en que el sujeto
 puede presentarse identificado con el objeto y que producen a menudo dificultades particulares en el
transcurso o bien en el inicio mismo del análisis.
El acceso a lo simbólico que la frustración de amor instaura está presente y es inseparable del
significante M, por lo tanto el perverso no está excluido de ella. Puede decirse, más bien, que la
demanda de amor queda en general fuera de juego en lo tocante a la sexualidad misma. Allí donde el
neurótico usa su fantasma como huida del acto, el perverso pasa al acto para conseguir, por una vía
diferente, la del goce, la integridad de ese Otro como Otro del goce y no de la demanda. Por eso la
sexualidad perversa puede ser considerada síntoma; ella también se ubica en el grafo en el lugar del
síntoma s(A), como mensaje que le llega desde el Otro sin barrar. De este modo puede
considerársela en un sentido metafórico, en tanto produce una significación que podríamos resumir en
un “existe el goce sexual”, significación que sitúa bajo la égida del falo, y que le hace imaginarse
dueño del secreto del deseo del Otro, gracias a la certeza que su posición de instrumento le brinda.
La imbricación entre síntoma y fantasma llega en esta estructura a su punto máximo.
Retornemos a la época del Seminario IV , a fin de realizar algunas puntuaciones más acerca del
objeto imaginario falo en sus vertientes metafórica y metonímica.
Lacan, al examinar el fetichismo, modelo de las perversiones en este punto, señala el carácter 
 predominantemente metonímico de la perversión y, sobre todo, de su objeto. El falo surge en su otra
vertiente. El fetiche es el falo ausente de la madre, es el ocultamiento real de su castración. El sujeto
entonces es, retomando una cita ya mencionada, “[…] la metonimia de su deseo del falo [del deseo
de la madre]”. (6) Alternativamente se identificará con la madre o con su falo.
Comparemos pues estos dos objetos, el objeto metafórico de la fobia y el objeto metonímico que
es el fetiche:

1. Ambos se definen como significaciones producidas ante una situación común: la angustia de
castración. Son dos soluciones diferentes a un mismo problema, el enfrentamiento con la
castración en el Otro, con su deseo.
2. Ambos se articulan con la significación fálica, apareciendo respectivamente como un (+) o un
(-) de significación.
3. Este (+) y este (-) vinculados a la significación dan cuenta de algo que ya había llamado la
atención de Freud. En la fobia, como siempre que prima la metáfora, las significaciones invaden
el mundo, este se ve invadido por una plétora de movimientos significativos, primando entonces
el animismo. Los objetos cobran vida, a ello se debe el privilegio de los medios de transporte o
de cualquier cosa en movimiento. “Se me viene encima” es una expresión que escuchamos
frecuentemente en las fobias.
4. Una última comparación. El carácter francamente significante del objeto fóbico parece
oponerse al carácter aparentemente “concreto” del fetiche. Efectivamente, ya en la magistral
descripción de Freud, (7) el fetiche surge como resto de una experiencia: la del descubrimiento
de la castración femenina. Congelado en el tiempo, detalle desprendido de su contexto original,
se trata de un objeto que encarna el objeto simbólico de la privación. Comparable al recuerdo
encubridor, ese objeto “real” también es simbólico y su estatuto será precisado posteriormente
en la obra de Lacan.

Como conclusión de esta comparación puede decirse que el concepto de objeto sufre de aquí en
más un desarrollo en el cual el contrapunto con el falo es permanente. El objeto es todavía objeto del
deseo y ese objeto simbólico que Lacan descubre en la insistencia de la cadena, en su metonimia
misma, ese objeto que el i(a) imaginario esboza, es en cuanto tal un señuelo de la estructura. Se
deberá esperar todavía un tiempo para que la función de la causa sea delimitada, más allá de los
 papeles respectivos del i(a), del falo y del objeto del deseo, pero sin embargo en su articulación
estructural con ellos.
1 J. Lacan, “La dirección de la cura...”, Escritos II , ob. cit., p. 590.
2 J. Lacan, Seminario IV 
Seminario IV , ob. cit.
3 D. S. Rabinovich, El yo en la teor ía..., ob. cit.
t eoría...
4 J. Lacan, “Kant
“Kant con
co n Sade”, en Escritos , ob. cit.
5 D. Liberman y otros,
otr os, Manía
 Maní a y psicopat ía , Buenos Aires, Paidós, 1967. En esta recopilación muchos artículos
psi copatía
ilustran esta tesis.
6 J. Lacan, Seminario IV 
Seminario IV , ob. cit.
7 S. Freud, Fetichismo , en Obras completas, ob. cit. tomo XXI.
EL OBJETO DEL DESEO Y EL OBJETO DE LA DEMANDA

Tal como se acaba de ver, objeto metafórico y objeto metonímico son las dimensiones en las que
se inscribe
i nscribe el falo como
como objeto del deseo. Sus efectos se leen l een paradigmáticam
paradigmáticament
entee en el objeto
obj eto fóbico
y en el fetiche.
El prim
pr imero
ero se
s e present
pre sentaa como pasible
pasibl e de ser absolutament
absolutamentee reabsorbi
re absorbido
do en el significant
significantee y,
y, al
igual que todo síntoma,
síntoma, puede situ si tuars
arsee en la línea
lí nea del grafo del deseo.
dese o. El segundo
segundo se
 presenta como
como más
más cercano
cerc ano al objeto del deseo como tal, tal, al funcionar
funcionar como
como el sostén mismo
mismo del
deseo sexual, y se resiste a ser absorbido totalmente en el Otro del significante. Remite al segundo
 piso del grafo y a ese sign
si gnificant
ificantee que el sujeto
sujeto recibe comc omoo mensaje
mensaje del Otro: . El
 primero enton
entonces
ces es puro significant
significante, e, el segundo
segundo es algoalgo diferente,
diferente, ubicado por Lacan
Lacan entre
entre lo
simbólico, lo imagin
imaginario
ario y lo real.
real .
Estas dos formas del objeto se relacionan respectivamente con la demanda y con el deseo. Aun
cuando
cuando ambas
ambas se articulen en tornotorno a lal a sign
si gnificación
ificación fálica, siendo el falo en esta época el objeto del
deseo por excelencia, su presencia no agota empero la lista de los objetos deseables. Dos objetos
más, relacionados
rel acionados con la serie
s erie de la pulsión parcial, compiten
compiten con el falo de manera
manera predominan
predominante: te: el
 pecho y las heces.
Siguiendo
Siguiendo la tesis freudiana de  Inhibición
 Inhibi ción, síntoma
 sínto ma y angustia , estos dos objetos pregenitales y
su acompañamiento sádico y masoquista, dependen estructuralmente de la castración, la cual los
resignifica y, por esta razón, la significación de todo síntoma es fálica. Por otra parte, estos mismos
objetos pueden funcionar a modo de fetiche, es decir, metonímicamente, como se puede observar en
el segundo caso del capítulo anterior. La significación fálica también está presente en este segundo
caso, pero juega de manera diferente. La primera conclusión que podemos sacar, por ende, es que la
serie clásicamente llamada pregenital puede incluirse bajo cualquiera de los dos tropos
fundamentales. En lo que sigue se tratará precisamente de desarrollar este punto.

 La metonimia
metoni mia y el
e l objeto
objeto

En “La instancia de la letra en el inconsciente” Lacan establece una equivalencia estricta entre el
síntoma y la metáfora, y entre el deseo y la metonimia.
El deseo
des eo ha dejado
deja do de ser deseo de reconocim
re conocimient
ientoo y se defin
de finee en función
función de su identidad
identidad con
ese mecanismo que es la metonimia misma. Esta promoción en la articulación entre el deseo y la
metonim
etonimia
ia es
e s correlativa
corr elativa de la imi mportancia crecient
creci entee de la
l a falta, del deseo
de seo en el Otro relacionado,
rel acionado,
recuérdese
recuérdese el Seminario IV 
Seminario IV , con la castración materna
materna como
como encarnación de la posibilidad
posibi lidad misma
isma de
ese deseo. Pero
Per o la falta es aquí definida más estrictament
estrictamentee como faltafalta o falla en
e n ser, inseparab
inseparablele en
e n su
constitución mis
mism
ma de la metonimia,
etonimia, pun
puntoto en el cual encon
e ncontramos
tramos unauna definici
d efinición
ón de Lacan que nos
remite
remite al tema
tema que nos interesa:
interesa: “[…] la elisi
e lisión
ón por la cuc ual el significante instala la falta en ser en
la relación de objeto, utilizando el valor de remisión de la significación para llenarlo con el deseo
que apunt
apuntaa hacia esa
es a falta a la
l a que sostiene” (el subrayado
subrayado es nu nuestro).
estro). (1)
“Elisión” es un término utilizado con frecuencia en esta época en relación con determinados
conceptos
conceptos claves.
cl aves. Examinem
Examinemos, os, por ejemplo, la defin de finición
ición que de ellael la da el Gran Robert: “Elisión:
“El isión:
acción de elidir, resultado de dicha acción […] El apócope, la aféresis, la elisión y la síncopa
constituyen diferentes clases de metaplasmas por supresión”.  Elider , derivado del latín elidere,
significa aplastar, expulsar, estando formado por la reunión de ex y de laedere, herir. heri r. Ambos
Ambos
términos tienen igual significado en castellano, agregándose en nuestra lengua una significación
explícita que tiene todo su interés, que es la de malograr, desvanecer una cosa. (2)
La elisión
eli sión es la
l a operación
opera ción mism
mismaa por la cu c ual el
e l sig
si gnificante
nificante instala
instala la falla en ser, es decir –tal
como lo indica su sentido– el desvanecimiento de la cosa en lo que constituye en el ser hablante la
así llamada relación de objeto. Ese desvanecimiento de la cosa entraña, se ha insistido en ello, la
 pérdida
 pérdid a de la naturali
naturalidaddad del objeto,
obj eto, meollo
meollo de su transm
transmut utación
ación simbólica
simbólica,, operada por la la
negatividad
neg atividad sig
si gnificante.
nificante. LaLa relación
rel ación de objeto
obje to al ser atravesada por p or el significant
significantee deviene
devie ne la
ausencia
ausencia de objeto,
obj eto, instala
instala la falla
fall a en ser del objeto y también
también la del sujeto
s ujeto mismo,
mismo, incluy
incluyéndolos
éndolos así
en la dimensión del deseo. Esta volatilización del objeto es la posibilidad misma de su
desplazamiento, transformado en una nada circula por todos lados, ubicuo, inasible, omnipresente
 por obra y gracia
gracia ded e su ausencia
ausencia misma.
misma. Cada Cada vez queque el sujeto cree atraparlo
atraparl o vuelve a huirle,
huirle,
surgiendo entonces como deseo de Otra Cosa.
El deseo como deseo de Otra Cosa es uno de los nombres de la identidad entre metonimia y
deseo. Esa Otra Cosa indica que el objeto al entrar en el circuito significante pierde, al perder su
naturalidad,
naturalidad, su valor natu natural, ese valor
val or que le brindaba su especificidad
especifici dad en tanto
tanto objeto de la
necesidad. Ningún
Ningún objeto tendrá
tendrá ya, desde esta perspectiva
perspe ctiva un valor fijo, y al carecercar ecer de ese valor 
val or 
deviene eminentemente sustituible, desplazable. Es así como Lacan, muchos años después, en la
década ded e 1970, podrá
podr á decir
deci r que cualquier
cualquier cosa que pueda ser don do nada tiene cono respuesta en lo
atinente
atinente al objeto
o bjeto en su relación
relaci ón con el deseo un “no es eso lo que yo te pedía”. pedía” . (3)
Esta dimensión del deseo de Otra Cosa es otro rostro de ese padecer –que habría que escribir 
 – propio de los
adeser  l os seres hu
hummanos, que que es el aburrim
aburri miento,
iento, quizá
quizá por excelencia uno uno de los
afectos más humanos. El aburrimiento nos recuerda que junto con la especificidad del objeto también
se volatilizó toda posibilidad de lograr una satisfacción esencial. A ello se debe que el deseo
 presente esa apariencia engañosa
engañosa de in i nfinitu
finitud,
d, y que lo mismo,
mismo, lo iguigual, lo sus uman en el estasis del
tedio. Su satisfacción pasará de la esencia necesaria necesari a a la cont
c onting
ingencia
encia del encuent
encuentroro que constituirá
constituirá
el nuevo
nuevo rég
ré gimen
imen bajo la primacía de lo l o sim
si mbólico.
bólico .
En este contexto es adecuado detenerse en una frase de Lacan, también en “Instancia...”, en la que
articula de modo complejo al lenguaje lenguaje con el objeto.
obj eto. “Si nos ponemos
ponemos a circunscribir en el leng l enguaje
uaje
la constitu
constitución
ción del objeto, no podremos sino comprobar comprobar que sólo se s e encuentra
encuentra al nivel del concepto,
concepto,
muy diferente de cualquier nominativo, y que la cosa, reduciéndose muy evidentemente al nombre, se
quiebra en el doble radio divergente de la causa en la que se ha refugiado en nuestra lengua y de la
nada [rien] a la qu quee aban
aba ndonó en francés
francés su ropaje latino [ rem, cosa]”. (4)
Es evident
evi dente,e, por un lado, que en su primera parte esta es ta cita remite a las reflexiones
reflexiones hegelia
hegelianas
nas
sobre el concepto,
concepto, que Lacan Lacan incluso
incluso trabajó
trabaj ó en el Seminario I 
Seminario I . Quizá convenga detenerse un instante
en ese “nominativo” del cual se diferencia el concepto. El nominativo, se sabe, es un caso. La
 palabra
 palabr a “caso” no remite
remite al caso clínico
cl ínico sin duda.
duda. Etimológicam
Etimológicament ente,
e, “caso” proviene
pr oviene del latín
“caída”, término que luego pasó a significar circunstancia o azar y tiene un sentido gramatical
específico, que equivale a “desviación” y que sirve de modo estricto para designar cada una de las
formas de declinación de una palabra en latín y griego. El nominativo es un caso de la declinación,
una de las formas en que se presenta una palabra. ¿Cómo se caracteriza esta forma clásicamente en
latín? Como la forma de un nombre (sustantivo, adjetivo o pronombre) que enuncia un concepto.
Lacan nos indica entonces que cuando se refiere al concepto no se refiere al concepto de concepto
 presente en la definición del nominativo. Es decir, al uso del nombre como concepto, sino a la
definición del concepto tal como ya se mencionó se encuentra en el Seminario I , como aquello que
 permite persistir a la ausencia en la presencia y a la presencia en la ausencia. Rehúsa pues ser 
considerado un nominalista en el sentido medieval del término.
En latín res es cosa, pero evidentemente no lo es ni en castellano ni en francés. En ambas
lenguas, la cosa pasó a ser designada por la palabra “causa”, que dio como derivados “cosa” en
castellano y “chose” en francés. En latín el término “causa” tiene un sentido muy diferente, es
fundamentalmente causa jurídica, aquello que está en juego desde una perspectiva jurídica, sentido
que se conserva en nuestra lengua por ejemplo en el uso del término “encausado”.
En la cita en cuestión, Lacan está jugando con el sentido latino clásico de “cosa”, de res, que
sufrió un doble destino –a ello alude el “doble rayo divergente”– pues además de “cosa” –y al
margen del sentido vacuno que adquiere en castellano–, una de sus declinaciones, que no es el
nominativo, sino el acusativo, es rem que, en francés, pasó a significar rien (nada). El acusativo, vale
la pena recordarlo, es la declinación que hace aparecer algo e indica habitualmente el complemento
de objeto, no el sustantivo ni el agente. Así, Lacan alude al origen que un mismo término da a dos
cosas muy diferentes, incluso opuestas, como “cosa” y “nada”.
Tenemos entonces que res y causa son dos términos que remiten a la cosa, en la medida en que se
refieren ambos al concepto cosa, aunque difieran en tanto significantes. Esto no quiere decir que el
concepto preexista al significante, sino que el concepto entra en un circuito particular de acuerdo con
los rieles significantes de cada lengua –volvemos a “los rayos divergentes”– en los que puede
encaminarse. La cosa en buen romance fue primero res. La sustitución de un término por otro no fue
decidida por nadie en particular, salvo los azares propios de los encadenamientos significantes. En
función de ellos el objeto, la cosa, comienza a tener matices nuevos a medida que el sistema
significante se modifica, incluso se vuelve más complejo. Vemos así, ya en esta cita, esbozarse lo
fundamental de lo que luego constituirá el concepto de lalengua en Lacan. Pese a ello, el concepto de
cosa equivale a la res latina y al mismo tiempo no equivale a ella. Si una misma palabra puede sufrir 
destinos tan distintos como el de originar al mismo tiempo “cosa” y “nada”, términos claramente
contrapuestos entre sí, esto se debe precisamente a la heterogeneidad que existe entre significante y
significado, uno es del orden de lo simbólico y el otro es del orden de lo imaginario. La
heterogeneidad entre ambos la indica, ya en “La instancia...”, la barra que los separa en la fracción
saussureana invertida con la que opera Lacan, esa barra resistente a la significación, barra que es por 
tanto barrera. Dos cosas son heterogéneas cuando su factura, su constitución misma, es diferente. El
significante en su materialidad preexiste a los significados y los creará en su combinatoria misma.
Las leyes de esa combinatoria –metáfora y metonimia– crearán precisamente todas las formas de
significación y entre ellas esa que nos interesa primordialmente, el objeto propio del psicoanálisis.
Curiosamente, la cosa, en su raíz latina, res, remite a la condición misma en su “doble rayo
divergente” que crea la posibilidad del objeto humano, entre res y rem, entre cosa y rien (nada) se
estructura ese par presencia-ausencia que desde el Seminario XI , asume la delantera en el incipiente
intento de formalización de Lacan. Volveremos a este párrafo al comentar el concepto lacaniano de la
Cosa, de das Ding. El objeto, entonces, objeto que ha señalado con toda razón J.-A. Miller llega en
el texto de “La instancia...” a su máxima volatilización, (5) presenta desde este ángulo una doble faz;
 por un lado, es el objeto estructuralmente perdido del deseo freudiano; por otro, en el vacío creado
 por su pérdida se instala la remisión incesante de significación en significación, que hace surgir el
objeto del deseo como siendo siempre otro objeto, en la medida misma en que ha perdido la fijeza de
la significación instintiva. Contrapunto pues entre el objeto perdido del deseo y el deseo de Otra
Cosa, que en realidad no son más que dos rostros de una única instancia. Precisamente son estos dos
rostros los que están incluidos en el concepto de Lacan del objeto metonímico.
Pero pasemos ahora a la definición más clásica del tropo retórico “metonimia”, definición que
 podemos encontrar casi al azar en cualquier diccionario de nuestra lengua, por ejemplo el
 Diccionario ideológico de la lengua española, de Casares: “Tropo que consiste en designar una
cosa con el nombre de otra que le sirve de signo o que guarda con ella alguna relación de causa o
efecto”. En esta definición puede apreciarse esa otra dimensión del objeto metonímico, la primera
que Lacan subrayó en su articulación con el objeto fetiche en su carácter incluso de objeto parcial.
Este objeto quebrado, producto de la cadena significante, a diferencia de su clásica versión
 parcial, es parte por estructura, en la medida en que está preso y fragmentado por la estructura
discreta de la cadena significante misma. Lacan en el agregado de 1966,  De nuestros antecedentes,
nos brinda una precisión importante al respecto, cuando señala, refiriéndose al estadio del espejo:
“[…] el paradigma de la definición propiamente imaginaria que se da de la metonimia: la parte por 
el todo”. (6) Este es el punto en que el objeto metonímico de Lacan más se acerca al concepto
clásico en psicoanálisis de objeto parcial. Lacan señala que situarse en la posición de ese objeto es,
ante todo, la posición del niño como hijo, pues este ofrece así su ser como objeto para colmar la falta
en ser de la madre.
Volvamos a la metonimia en su relación con la significación. Su acción específica, propia, es la
de producir una nivelación, un borramiento del sentido que cuestiona en sí mismo el concepto de
valor. El mensaje propio de la metonimia será determinar la emergencia del  peu de sens , “poco
sentido”, que cuestiona el valor mismo del código. En francés la homofonía permite el fácil
deslizamiento del  peu de sens , “poco sentido” al peu d’esens, “poca esencia”. En castellano, en
cambio, el “poco sentido” remite, por un deslizamiento,, lo sentido al sentimiento y a su ausencia o a
su magra presencia. Cada lalengua, con sus recursos propios, hace surgir una dimensión diferente:
una la de la esencia perdida del ser, y la otra, la naturalidad de lo sentí-mental.
Si la metonimia es equiparable, como lo postula Lacan, al desplazamiento freudiano, la
articulación del fetiche adquiere así todo su rigor, ella es “[…] ese efecto hecho posible por la
circunstancia de que no hay ninguna significación que no remita a otra significación, y donde se
 produce su más común denominador, a saber, la poquedad de sentido (comúnmente confundido con lo
insignificante), la poquedad de sentido, digo, que se manifiesta en el fundamento del deseo, y le
confiere el acento de perversión que es tentador denunciar en la histeria presente”. (7) Lacan traduce
en ciertas oportunidades ese desplazamiento como virement , (8) en el sentido en que puede hablarse
de transferencia de fondos. En castellano, lalengua nos ayuda de nuevo, pues el término “giro”, es a
la vez transferencia de fondos y tropo del lenguaje. Pese a operar como una deflación del sentido,
como la promoción de lo insignificante, la operación propia de la metonimia es la transferencia de
valor. Punto de partida temprano en Lacan de esa economía política del goce con la que reemplazará
la economía energética de Freud.
La futura ubicación del objeto como real se esboza preferentemente entonces del lado de la
definición más clásica de la metonimia, de su carácter estructuralmente quebrado, de su relación con
la causa, pero también en ese deslizamiento incesante entre significantes, allí donde se instala el
agujero, en el intervalo mismo entre los significantes.
Sin embargo, conviene subrayar que, tanto a nivel de su articulación con la metáfora como con la
metonimia, el objeto más allá de su significación, presenta una dimensión significante pura en esta
época, deviene significante, dimensión que luego será examinada.

 El objeto metafórico y la demanda

La elisión introduce el borramiento, la ausencia, y permite, no sólo la remisión, la concatenación,


sino también la sustitución, vale decir, que un significante ocupe el lugar de otro, ese lugar que la
elisión vacía, estableciéndose la metáfora. Una vez ausentada la cosa, son muchas las formas de
objeto que pueden venir a reemplazarla.
En este momento de la enseñanza de Lacan, la metáfora es el modelo mismo de la represión
 primaria. La metáfora paterna tan sólo lo hace explícito. A su vez, si a nivel de la necesidad se
 produce una Urverdrängung , la demanda misma es ya una sustitución, una metáfora de la necesidad.
Ya se enfatizó la relación de la metáfora y la demanda con la demanda de amor, como demanda
de signos de la buena o mala voluntad del Otro. Pero, desde la perspectiva sincrónica, ese Otro está
allí desde siempre y, al constituir el lugar del código, constituye al mismo tiempo el mensaje propio
del sujeto, aunque invertido. Ese Otro cuyo vaivén hace surgir la pregunta acerca de su deseo es,
verdaderamente, el primer exterior, la primera realidad a la que el niño accede.
Melanie Klein nos brinda su versión imaginaria al señalar el continente materno como la sede de
los objetos buenos y malos. Esos objetos, más allá de lo imaginario, conforman para Lacan una
 primera batería significante, tomada de ese Otro, que hace que el cuerpo y sus orificios sean ya
signos e incluso significantes de una presencia. Esta última formulación no puede sino resonar con el
eco de los desarrollos posteriores acerca de la articulación entre lo simbólico y lo imaginario, que
caracteriza el concepto de semblante, siendo definidas precisamente las partes del cuerpo como los
 primeros significantes que se echan a rodar por el mundo.
Estos signos, estos significantes de la presencia, en su articulación fundamental con el cuerpo,
más allá de lo imaginario especular, se encuentran incluidos en tanto que significantes de la demanda
en la fórmula de la pulsión del piso superior del grafo. Si en el piso inferior encontramos a la
demanda en su relación con la necesidad a significar, en el superior, en cambio, encontramos la
demanda como significante, demanda de amor en tanto que allí el significante pecho, por ejemplo,
uega el papel de metáfora de la presencia del Otro, es símbolo de la relación con el Otro.
Del lado de la metáfora el objeto se enlaza pues con el Otro de la demanda de amor, no con el
Otro del deseo. A este nivel también se sitúa el síntoma, cuya articulación con la demanda es
explícita en Lacan cuando este señala la demanda del Otro como una de las vertientes del superyó.
Volvemos a encontrar la demanda del lado del Ideal del yo, otra vertiente del superyó freudiano.
Lacan formula dos indicaciones acerca del objeto en su dimensión metafórica que cabe examinar.
La primera de ellas se refiere a la importancia de los elementos imaginarios del cuerpo del sujeto y
del Otro, encarnado en las figuras históricas, en la medida en que son usados en la construcción de la
 batería significante. Condición de la entrada en lo simbólico de estos elementos significantes es,
 precisamente, la elisión que hace posible la metáfora.
La segunda es su referencia a la metáfora como atribución primera, involucrada en ese  pas de
 sens  que engendra el plus de significación. La atribución –entiéndase la metáfora– se inscribe en la
lógica del tener, así como la lógica del ser se articula con la metonimia. El florecimiento metafórico
de la significación tiene su contrapunto en el borramiento metonímico y se inscribe en el campo
mismo de lo que Freud definió como juicio de atribución, allí donde, Lacan señala, se produjo
 primero el vaciamiento del ser.
La metáfora produce valor, hace a la creación misma del valor y a la creación de sus signos. Al
no existir un valor absoluto, cosa que la metonimia demuestra, sólo existen valores por sustitución. Si
en la metonimia se puede hablar de transferencia de fondos, en la metáfora se pierde valor de
creación de signos de valor.
La demanda de amor es por definición metafórica en Lacan. La definición misma del amor como
dar lo que no se tiene, entraña en sí misma el registro del tener, de lo que es atribución. Dar lo que no
se tiene es equivalente a dar la falta que se tiene. Ya se indicó que el don es una nada, que es en su
definición misma el objeto simbólico en tanto que desaparecido como objeto, en tanto deviene una
nada. Esa nada y su donación instauran el valor mismo. Desde este ángulo el amor se emparenta con
el deseo, precisamente, en la medida en que en él la falta también está articulada, pero de modo
diferente. El objeto como don, es pues inseparable de la dimensión atributiva, nos introduce en el
valor como valor de cambio, allí donde el valor de uso se perdió para siempre al perderse la
especificidad del objeto humano en tanto instintivo.
Lacan insistió en que la demanda de amor culmina en la identificación. Según los diversos
contextos en que habla de la identificación con el Ideal del yo, sitúa a este del lado materno o
 paterno. Caracteriza al primero como “primer sello” y al segundo como “identificación tipificante”
de la sexualidad.
Al respecto, lo fundamental, a mi juicio, es el carácter metafórico del Ideal del yo, la sustitución
que entraña, que produce en sí misma un cambio de significación. Tener presente este hecho permite
escapar a cierta lectura genética a la que se prestó de algún modo la enseñanza de Lacan de esta
época, a pesar de sus permanentes advertencias acerca de la profunda inadecuación de una tal
lectura.
Por estructura, el objeto de la demanda es imposible de obtener, en función de esa imposibilidad
deviene un significante que, dice Lacan: “[…] asume el lugar del objeto, se sustituye al sujeto [que
recordemos desea ser el objeto del deseo del Otro], deviene su metáfora”. (9) El Ideal del yo es pues
metáfora del ser del sujeto en la medida en que desea ser deseable. Lacan más adelante introducirá
un pequeño cambio, apenas un matiz, empero fundamental, al decir que es el lugar desde el cual el
sujeto se cree visto como “amable”. Pero también el Ideal del yo, más allá de la significación
metafórica que se produzca, deviene por sí sólo, en tanto que un significante, el significante que
representa, ante otro por supuesto, al sujeto en su ser amable. Encontramos pues a nivel del Ideal el
mismo desdoblamiento que se producirá con el falo: por un lado la significación que se crea, así
como se crea la significación fálica y, por otro, el significante del Ideal, así como existe el
significante fálico. Este desdoblamiento y ciertas ambigüedades presentes en los textos de Lacan,
 produjeron con cierta frecuencia una confusión entre falo e Ideal del yo, que será examinada luego.
En “La dirección de la cura...” leemos: “Ahora bien, conviene recordar que es en la más antigua
demanda donde se produce la identificación primaria, la que se opera por la omnipotencia materna, a
saber, aquella que no sólo suspende del aparato significante la satisfacción de las necesidades, sino
que las fragmenta, las filtra, las modela en los desfiladeros de la estructura del significante […] las
 primeras marcas ideales donde las tendencias se sustituyen como reprimidas en la sustitución del
significante a las necesidades” . (10) Y en “Subversión del sujeto...”: “Tomemos solamente un
significante como insignia de esa omnipotencia, lo cual quiere decir de ese poder todo en potencia,
de ese nacimiento de la posibilidad, y tendremos el rasgo unario que, por colmar la marca invisible
que el sujeto recibe del significante, enajena a ese sujeto en la identificación primera que forma el
Ideal del yo”. (11) Inmediatamente después, refiriéndose al grafo, agrega una sustitución significante
que debe realizarse en función de la frase que se acaba de citar: “Lo cual queda inscrito por la
notación I(A) que debemos sustituir en este estadio a la […]” . (12) Sustitución que se suma a la
 primera, la de la delta del sujeto mítico de la necesidad por el .
Se puede también tomar como ejemplo el caso de la niña cuyo objeto de amor, el padre, rechazó
el deseo implicado en su demanda, ante lo cual esta se identifica a su vez con sus insignias,
renunciando de este modo al objeto. (13) El objeto de amor, al que se renuncia, es pues sustituido por 
un significante, el significante del Ideal.

Como conclusión, puede decirse que los objetos en su dimensión metafórica, tanto significante
como imaginaria, son sustitutos articulados siempre con la represión. Por eso podemos agregar a esta
lista al objeto fóbico al que nos referimos en el capítulo anterior. Estos objetos comparten una
característica: son reabsorbibles en el significante, al igual que el síntoma, y en el trazado que ellos
esbozan se inscribe la posibilidad misma del análisis como interminable.
El Ideal del yo y la identificación con él se presentan ahora como el blanco central de la crítica a
los conceptos técnicos del psicoanálisis contemporáneo de los textos de Lacan de esta época.
Separar las dos líneas del grafo, la inferior y la superior, es equivalente a separar sugestión de
transferencia. Implica el rechazo del final de análisis concebido como identificación con el analista
como Ideal del yo, y dado que el Ideal es solidario de la demanda, Lacan precisará, en una nueva
vuelta de tuerca, las funciones respectivas del deseo y la demanda en la dirección de la cura.
Sólo en este contexto puede situarse la indicación lacaniana de no responder a la demanda y
 preservar el lugar del deseo. Ella es solidaria de las dimensiones metafórica y metonímica del
objeto. Por esta razón, precisamente, el texto acerca de la dirección de la cura culmina con un énfasis
en la dimensión alusiva, metonímica de la interpretación. (14)
El objeto perdido del deseo freudiano, el objeto del deseo, comienza pues a situarse del lado de
la metonimia. Por ello, más aún cuando Lacan articule el objeto con el goce, esta articulación
conllevará necesariamente una redefinición de la metonimia misma, redefinición según la cual la
transferencia de valor devendrá transferencia de goce, no sólo desplazamiento del deseo y, por ende,
veremos surgir una caracterización nueva del objeto pulsional, ausente por ejemplo en el Seminario
 I .

1 J. Lacan, “Instancia de la letra en el inconsciente”, en Escritos II , ob. cit., p. 495.
2 Le Grand Robert de la Langue Française , tomo 3, ob. cit.
3 J. Lacan, El Seminario , Libro XIX, ...o peor, Buenos Aires, Paidós, 2012.
4 J. Lacan, “Instancia...”, ob. cit., p. 478.
5 J.-A. Müller, “Escansiones de la enseñanza de Lacan”, ob. cit.
6 J. Lacan, “De nuestros antecedentes”, en Escritos I , ob. cit., p. 64.
7 J. Lacan, “La dirección de la cura...”, ob. cit., p. 602.
8 J. Lacan, “La instancia...”, ob. cit., p. 491.
9 J. Lacan, El Seminario, Libro V, Las formaciones del inconsciente , Buenos Aires, Paidós, 1999.
10 J, Lacan, “La dirección de la cura...”, ob. cit., p. 598.
11 J. Lacan, “Subversión del deseo y dialéctica del sujeto”, en Escritos II , ob. cit., p. 787.
12 Ibíd.
13 J. Lacan, Seminario V , ob. cit.
14 J. Lacan, “La dirección de la cura...”, ob. cit., p. 621.
LO INCONDICIONAL Y LA CONDICIÓN ABSOLUTA

Las fórmulas de Lacan acerca de la necesidad, la demanda y el deseo se han vuelto célebres.
Para examinarlas retomaremos una cita, ya mencionada, en la que Lacan se refiere a los efectos
de la presencia del significante: “Son en primer lugar los de una desviación de las necesidades del
hombre por el hecho de que habla, en el sentido de que en la medida en que sus necesidades están
sujetas a la demanda, retornan a él alienadas. Esto no es el efecto de su dependencia real […] sino de
la conformación significante como tal y del hecho de que su mensaje es emitido desde el lugar del
Otro. Lo que se encuentra así alienado en las necesidades constituye una Urverdrängung  por no
 poder, por hipótesis, articularse en la demanda […]”. (1)
Esta Urverdrängung , ya se dijo, consiste en la anulación de la particularidad de la necesidad y
de su objeto, en el lugar de cuya elisión emerge el objeto perdido del deseo, situándose a partir de la
elisión las dos formas de producción del objeto del  deseo como significación: el objeto metonímico
y el objeto metafórico.
Si existe represión, debemos buscar el retorno de lo reprimido, no del objeto, sino de la
exigencia de la necesidad. Este retorno también es doble: retorna, en primer término, en el carácter 
incondicional de la demanda de amor; retorna, en segundo término, por acción de esa “potencia de
 pura perdida” (2) en una inversión de lo incondicionado como la condición absoluta del deseo. De
este modo: “[…] el deseo no es ni el apetito de la satisfacción ni la demanda de amor, sino la
diferencia que resulta de la sustracción del primero a la segunda, el fenómeno mismo de su hendija
(Spaltung )”. (3) Esta última formulación ha devenido prácticamente una fórmula canónica entre
quienes siguen a Lacan.
Ya se mencionó que el término “necesidad” no tendrá posteriormente ni la misma presencia ni la
misma pregnancia en la obra de Lacan. Pocos años después esta tríada será sustituida por la tríada
que constituyen la demanda, el deseo y el goce. El lugar ocupado por la necesidad biológica, por un
lado lugar mítico, lugar de origen, lugar de la esencia perdida, lugar de lo real como lo exterior a la
experiencia analítica. Este lugar será ocupado luego por el goce, real interno a la experiencia
analítica, producto del orden significante en sí mismo. En este punto la teorización de Lacan sigue
muy de cerca las consideraciones freudianas de la primera teoría pulsional, especialmente las que se
relacionan con el apoyo del deseo en la necesidad. Necesidad y deseo, hambre y libido, serán
oposiciones y términos freudianos que Lacan elaborará a su modo.
La demanda, en cambio, es un término ausente de la obra freudiana. Es una de las grandes
innovaciones introducidas por Lacan, que se apoya en pequeños indicios del  Proyecto...  y en la
reformulación de la frustración tal como es trabajada por las teorías de la relación de objeto. Por 
ello, precisamente, puede observarse cómo en la tríada freudiana, que en una primera época sería
más bien necesidad, deseo y pulsión, el término reemplazado es el de pulsión. Sin embargo, en la
 primera de las tríadas lacanianas, la pulsión se hace presente en la demanda, pues su aparición en el
Seminario IV , es seguida inmediatamente por la introducción del matema de la pulsión en el grafo,
matema que es inseparable de la demanda, D, ( ), funcionando de manera particular en el piso
superior del grafo. En la segunda tríada lacaniana, la necesidad desaparece y es sustituida por un
término que remite directamente también a la pulsión, el de goce, sin que se modifique la inclusión de
la demanda, D, en la fórmula pulsional, precisamente en la medida en que Lacan empieza a
determinar funcionamientos diferenciales de la demanda, algunas de cuyas aristas se examinarán en
lo que sigue y otras más adelante.
En primera instancia puede señalarse la pertinencia de la inclusión de la demanda en la fórmula
 pulsional del piso superior del grafo. Esta toma en consideración la determinación significante, a
través de los significantes de la demanda, sobre la estructura de la pulsión misma, y sitúa al sujeto en
la pulsión como un sujeto barrado . Puede concluirse que ambos términos de la fórmula pulsional la
sitúan como una forma nueva de exigencia, de necesidad lógica, determinada por el significante, que
se sustituye al par tradicional sujeto-objeto de la necesidad.
Volviendo al texto cuyo recorrido se estaba realizando, conviene retomar las dos formas en que
Lacan plantea el retorno de la exigencia de la necesidad debido a su Urverdrängung  en la cadena
significante, pues esas formas de retorno presentan ciertos caracteres llamativos que merecen un
examen detallado.
En ambas está presente en la formulación de Lacan el término “condición”, condición que retorna
 bajo dos modalidades diferentes. El retorno, debe insistirse en este punto, es dependiente del efecto
de esa pérdida que es la represión primaria. La aparición de la “condición” es consecuencia
 precisamente del hecho de que tras su paso por la cadena significante la necesidad carece ya de
satisfacción universal. Definir así la Urverdrängung  es renunciar a una realización de tipo hegeliano,
realización que podemos encontrar en los últimos párrafos del “Discurso de Roma”. (4)
En la demanda de amor, la satisfacción misma se transforma en mera prueba, se traslada al
“signo de la presencia”, exigiendo que este surja sin condición alguna, de manera incondicional, que
siempre esté ahí presto.
En la condición absoluta del deseo se produce una abolición del Otro de la demanda como tal, el
sí o el no del Otro ya no interesan. Sin embargo, así como la incondicionalidad del Otro en la
demanda de amor es fácil de precisar en función de los desarrollos hasta ahora realizados, esta
consideración absoluta exige, a mi entender, un examen más detallado.
Una pista nos la brinda Lacan en “Subversión del sujeto...” donde dice, refiriéndose al deseo:
“[…] invierte lo incondicional de la demanda de amor, donde el sujeto permanece en la sujeción del
Otro, para llevarlo a la potencia de la condición absoluta ( donde lo absoluto quiere también decir 
desasimiento)” (el subrayado es nuestro). (5)
Si el Otro de la demanda es un todo-poder, aquí el poder cambia de sitio, es el poder de la
condición absoluta, donde precisamente lo absoluto del poder de esa condición reside en el
desasimiento. El problema se traslada pues a este desasimiento, cuyo instrumento – aclara luego
Lacan– es el objeto transicional en toda su humildad. Se prepara aquí, sin duda, el lugar del objeto
como real, lugar donde reside también el poder de la condición del deseo.
Podemos considerar esta Urverdrängung  de la necesidad por la demanda que aquí retorna de
este modo, como lo que posteriormente será en el Seminario XI  la operación de alienación, la
operación del vel alienante, con su pérdida intrínseca. En “Subversión...” nos encontramos ante un
texto de viraje, el objeto a ya tiene un lugar que comienza a diferenciarse de modo novedoso, se
comienza a esbozar como real y la teoría del goce se despliega en su última parte. Por esta razón
algunas de las indicaciones que en él hace Lacan son especialmente significativas en cuanto al rumbo
de su investigación, a diferencia de otros textos como “Significación del falo” o “La dirección de la
cura...”.
Este desasimiento, corresponde a la traducción del francés “ détachement ”, que también tiene
significados varios, entre otros separación, desprendimiento.
El sentido de separación en tanto regla lógica nos pone en la pista de que este segundo momento
que sigue a la alienación significante en la demanda debe a su vez ser articulado con un primer 
esbozo de la operación lógica de separación, operación que se hace en suma con el objeto como
instrumento. En este sentido creo pues que debe entenderse el comentario que agrega Lacan a la frase
citada: “[…] esto no es más que emblema; el representante de la representación en su condición
absoluta está en su lugar en el inconsciente donde causa el deseo según la estructura del fantasma”
(el subrayado es nuestro). (6)
Tomemos ese “no es más que emblema” con el que Lacan califica al objeto transicional. Puede
observarse que ello implica una definición del objeto en su carácter significante, que oscila con la
definición de este como imaginario, pero que aún no es definido como real. En la obra de Lacan el
emblema remite siempre al Ideal del yo, al circuito de la omnipotencia materna en la demanda de
amor. No es todavía causa ni real entonces, mas sí surge como instrumento.
El representante de la representación, término inseparable en Freud de la represión primaria –es
su efecto mayor–, recibirá según los diferentes contextos diversas interpretaciones por parte de
Lacan. Tanto en el Seminario XI , como en esta cita, es eminentemente un significante, equiparado en
el primero al S2 y en el segundo remite al significante del Ideal, que posteriormente será un S1
(veremos luego que en el contexto del Seminario XIII, “El objeto del psicoanálisis”, es relacionado
con el objeto a. En el Seminario VI , “El deseo y su interpretación”, por ejemplo, es puntuado de
modo explícito como representante de la representación de la moción pulsional reprimida, siendo
definido en su carácter de tal como la única participación de la pulsión en el inconsciente. El deseo
inconsciente en su satisfacción alucinatoria se satisface con un significante, no con una imagen.
De este breve repaso de algunas de las puntuaciones del representante de la representación en
esta época que examinamos aquí, e incluso contrastándolas con la del Seminario XI , seminario en el
que la producción del objeto a como causa y real ya se ha producido, puede concluirse el énfasis de
Lacan en el significante e incluso en el objeto mismo como significante. Se aludió a ello en el
capítulo anterior, al indicarse la equiparación del objeto con los significantes de la Demanda, no sólo
con el don y su significación metafórica, objeto este último que se ubicaría más bien en la dimensión
imaginaria. Por esta razón, la imagen de la satisfacción alucinatoria, esa “huella mnemónica
desiderativa” que conforma el objeto del deseo en Freud, deviene ahora ella también un significante.
 No puede entonces sorprender que en la cita recién mencionada, sea a este representante de la
representación, única forma de participación de la pulsión en el inconsciente, al que se le adjudique
la función de causa del deseo, esta función se encuentra todavía del lado del significante.
Sólo posteriormente esta función de causa del deseo se encarnará en el objeto a, pero la
 presencia misma de esta función indica, por un lado, el grado de elaboración que ella ya tiene y, por 
otro, muestra cómo la dimensión del fantasma se articula con ella, pues el representante de la
representación sólo causa el deseo “según la fórmula del fantasma”. Aparece pues como un
significante que actúa indirectamente en la causación del deseo, sosteniéndose su acción en la
fórmula del fantasma con el rescate del  fading  del sujeto barrado del inconsciente por el objeto
imaginario, que es definido como objeto del  deseo. Como puede apreciarse, la causa, el antecedente,
está del lado del significante y el consecuente está del lado del objeto. La indicación de Lacan en el
Seminario VI  es precisa, el rombo se lee deseo de.
La alusión a la causa, debe recordarse, la encontramos desde el Seminario II , donde se
articulaba con la serie de los (+) y los (-), siendo planteada como una forma de mediación entre lo
simbólico y lo real. Esa mediación era imaginaria, y lo sigue siendo a nivel del Seminario VI , en la
medida en que una de las tesis fundamentales de ese seminario es que la nueva fórmula del fantasma (
), que reemplaza al vector a-a’  del esquema L, causa el deseo. Esto implica un vuelco respecto
a las formulaciones de “La dirección de la cura...” en lo relativo al deseo en su solidaridad con la
metonimia. Puede decirse, precisamente, que en la medida en que en ese texto queda establecido con
claridad que el sujeto no puede decir yo (je) en su deseo, la función del objeto articulado con él en el
fantasma es la de rescatar a ese sujeto que ya no puede situarse en el deseo. El énfasis en la identidad
de la metonimia con el deseo había afectado primordialmente, en un primer tiempo, al objeto en su
 borramiento, en su desplazamiento constante, por eso en el Seminario V  el deseo aparece bajo el
rostro de deseo de Otra Cosa, como ya se indicó. El objeto es allí objeto metonímico y cuando el
correlato de este objeto es el sujeto que es falla en ser, es el sujeto barrado, en  fading  máximo en su
deseo, incapacitado de decir yo, la fórmula del fantasma debe modificarse necesariamente. Pasamos
del fantasma en su articulación con el yo, derivado como tal del estadio del espejo, de una cierta
formulación de influencia kleiniana y relacionada con el narcisismo freudiano, a una dimensión del
fantasma en su articulación con el inconsciente y su sujeto, dimensión que escapa al marco del yo
especular. Sin embargo, tenemos allí, a diferencia de la fórmula de la pulsión –fórmula cuyos dos
elementos son homogéneos, pertenecen ambos al orden simbólico–, una fórmula del fantasma en la
que los dos elementos son heterogéneos: el barrado –simbólico por excelencia, definido ya como
lo que un significante representa ante otro significante– y el objeto a, imaginario mas no especular,
metonímico en el sentido imaginario de la metonimia, “parte por el todo”. (7)
La expresión causa del deseo la encontramos también en “Significación del falo” y en otros
recodos de los Escritos, y aparece asociada en ese texto al falo como significante, no como
significación. Vale decir que en lugar de remitir al representante de la representación como lo hace
en “Subversión...”, remite al significante fálico. Obviamente, la causa es pues asociada primero a una
función significante. Es esta una expresión que aparece como solidaria de la tríada necesidad-
demanda-deseo en su articulación con el objeto.
La clásica definición es pues compleja y plantea en algunos puntos más preguntas que respuestas.
La condición absoluta del deseo es formulada en el seminario sobre la ética como la perspectiva
necesaria para enfocar la realización del deseo, precisando Lacan: “En la medida en que la demanda
está más acá y más allá de ella misma, al articularse con el significante, demanda siempre otra cosa;
exige en toda satisfacción de la necesidad otra cosa, extendiéndose y enmarcándose en esta hiancia la
satisfacción formulada, formándose el deseo como lo que sostiene su metonimia, a saber, qué quiere
decir la demanda más allá de lo que ella formula. Por ello la cuestión del deseo se formula
necesariamente desde una perspectiva de Juicio Final”. (8)
De modo casi ingenuo podría decirse que el deseo freudiano en su realización no conoce las
medias tintas y sólo lo absoluto condice con su realización.
El término de absoluto reaparece dos páginas después en “Subversión...”, precisamente para
calificar de absoluta la significación del fantasma, calificación que Lacan considera adecuada – 
observemos la aparición de nuestro segundo término– “a la condición del fantasma”. (9)
En este punto será necesario hacer un paréntesis respecto a los interrogantes aquí planteados,
 para retomarlos posteriormente a la inclusión de algunos elementos aún faltantes, que permitirán
esbozar ciertas respuestas.

 La demanda  y el deseo en la dirección de la cura


La demanda como tal es articulación de la cadena significante, articulación articulable, cuyo más
allá es el deseo como la metonimia de lo que la demanda misma formula. El deseo entonces no puede
articularse, aun cuando depende de la articulación significante de la demanda.
La condición absoluta debe ser deducida de lo que la demanda incondicional formula. A partir 
de esta relación que a la vez aúna y separa la demanda y el deseo, se desarrolla el nuevo eje
 propuesto por Lacan para la experiencia analítica que se plantea en “La dirección de la cura y los
 principios de su poder”.
Texto de julio de 1958, pronunciado en Royaumont, justo antes de iniciar el año lectivo del
Seminario VI , “El deseo y su interpretación”, precisa y retoma muchas de las tesis del Seminario V ,
“Las formaciones del inconsciente”, sin incluir el grafo del deseo, inclusión que se realizará recién
dos años después en “Subversión del sujeto...”. El grafo, empero, atraviesa implícitamente este texto.
El concepto de demanda de amor es inseparable desde este ángulo de la dirección de la cura,
 pues remite de inmediato, a cualquier psicoanalista, al problema del amor de transferencia. Lacan
retoma sus críticas a la relación dual, ahondándolas hasta poner en claro las sucesivas confusiones
de los analistas en torno a la transferencia y su manejo, y en lo tocante a la interpretación.
Estos puntos serán enfocados desde la perspectiva del tema que organiza nuestro recorrido, el
del objeto, debido a lo cual muchos matices de este riquísimo texto quedarán excluidos.
La diferencia entre demanda y deseo le permite a Lacan, a partir de un criterio único, presente
sin embargo desde el inicio de su enseñanza, el de la preservación del lugar del deseo, rectificar las
desviaciones posfreudianas de la dirección de la cura.
Si en una primera época la resistencia del analista, definida desde la perspectiva de la relación
imaginaria, organizaba la crítica a la degradación de la técnica psicoanalítica, a partir de estos
textos, la resistencia del analista es enfocada a partir del concepto mismo de demanda. “La
importancia de preservar el deseo en la dirección de la cura necesita que se oriente ese lugar con
relación a los efectos de la demanda, únicos que se conciben actualmente en el principio del poder 
de la cura.” (10) Puede apreciarse que la mira de la crítica de Lacan se ha modificado.
El predominio atribuido a estos efectos culmina, en primer término, en la tendencia a reducir la
demanda y el deseo a la necesidad y a su satisfacción, reduciendo el psicoanálisis a una especie de
reeducación emocional.
Pero, además, la demanda de amor como tal le permite a Lacan redefinir sus propias
formulaciones y realizar, una modificación de su propia concepción de la cura. (11)
Tal como se ha visto, la demanda de amor, la demanda de presencia-ausencia y de sus signos,
entraña en sí misma el deseo de reconocimiento, el reconocimiento como su objeto.
De este modo, si la tesis del reconocimiento como objeto llevó a Lacan a la formulación del
concepto de demanda, una vez que esta se realizó, ese concepto lo obliga a una nueva definición del
sujeto y del deseo, que sitúa el reconocimiento como una dimensión propia, intrínseca, de la
demanda. La formulación del significante del Ideal (I) no hace más que dar su estatus a esta nueva
situación e impulsar, de allí en más, un “psicoanálisis más allá de los ideales”. (12)
Vemos pues producirse en Lacan ciertos vuelcos en los que se revela la solidaridad entre el
concepto de objeto que enfatiza en determinados momentos y las teorías de la dirección de la cura
cuya crítica encara. Sus propias respuestas son luego sometidas a la crítica y pondrán en crisis su
concepto de objeto, al igual que su concepto de dirección de la cura.
Así, por ejemplo, si hacemos una breve retrospectiva de estos momentos, en lo que al objeto en
su articulación con la dirección de la cura respecta, podemos concluir lo siguiente.
En primer término, el estadio del espejo en los años cuarenta, en la época de “La causalidad
 psíquica”, incluso en el Seminario I , se dirige contra lo que Lacan denomina un psicoanálisis
objetivante, yo a yo. Frente a esta posición, situar el carácter imaginario del circuito yoico, anclarlo
en el narcisismo freudiano y en las posiciones kleinianas, es una forma de “subjetivar” ya la clínica
del psicoanálisis, es reintroducir al sujeto allí donde se hipostasia un yo “libre de conflictos”. Este
énfasis llevará luego al planteo del esquema  L, esquema en que precisamente el sujeto se ve
enfatizado, no sólo a nivel del paciente, sino incluso a nivel del Otro simbólico. Ese Otro simbólico,
que es sujeto, permite la delimitación del deseo como deseo de reconocimiento simbólico, más allá
de la especularidad de la dialéctica amo-esclavo hegeliana.
El Ideal del yo (I) y la demanda sufren un vuelco a partir del Seminario IV . Vuelco que cuestiona
 precisamente el carácter subjetivo del Otro, aunque aún no totalmente. El Otro es articulado allí, si lo
leemos a partir de las series freudianas, con un objeto particular, ese objeto que es el objeto de la
serie amorosa en Freud, ese que Abraham confundió con la “persona total”. Tal es el secreto de la
frustración de amor, el Otro como objeto de amor, es objeto también. Puede así decirse que, de
acuerdo con la perspectiva aquí planteada, aunque lo encare desde la perspectiva del Otro simbólico
como agente de la frustración, ese Otro como objeto de amor indica que Lacan de entrada sitúa al
analista en una posición de objeto. Esta posición del analista como Otro con mayúscula, debe ser 
 pues leído desde el trasfondo del objeto de amor que el Otro encarna. Por esta razón es quizás el
trecho de la enseñanza de Lacan que más se prestó, como ya se señaló, a una lectura geneticista. El
Otro primordial encarnado en el Otro materno, como objeto de amor en el marco mismo del
complejo de Edipo, es la fuente de esta confusión. Por lo tanto, nos parece incorrecto sostener que
recién a nivel del Seminario VIII , La transferencia, el analista está colocado en posición de objeto.
Lo está desde antes, cuando Lacan lo considera como ese Otro que debe reconocer al sujeto, como
ese Otro que debe darle al sujeto su lugar. Obviamente, estamos en el marco del amor de
transferencia como paso inicial del análisis. Lo está a partir de la transferencia tan sólo en la medida
en que Lacan en ese seminario lo separa del Otro de la demanda como objeto primordial del amor y
sitúa al analista en función del objeto parcial en su articulación con el falo. Por eso Lacan dirá,
mucho después, en la “Proposición del ‘67”, que el objeto está presente desde el inicio, presente
 pero confundido, aunado, en la transferencia amorosa, que es una de las formas preliminares del
amor, diría las únicas existentes, en las que el objeto de la pulsión, el del deseo y el del amor se
aúnan de manera peculiar. Despejar cada uno de ellos determinará cambios en la conceptualización
de la posición del analista como objeto. Lo que primero descubrió retoma entonces el
descubrimiento freudiano, al inicio está el amor de transferencia.
 No puede por ende sorprender que aquí, como lo señala Lacan mismo en una nota al pie del
“Discurso de Roma”, el sujeto supuesto al saber esté implícito en la teoría del reconocimiento como
objeto del deseo, al igual que en la teorización primera de la demanda en el Seminario IV , en la
importancia creciente del significante del Ideal como organizador de lo imaginario. Ese otro pensado
como sujeto precisamente lo hace ser ya sujeto supuesto al saber inconsciente. Es un objeto que vía
el amor adquiere el estatus de sujeto.
Por esta razón, el Seminario VIII  se inicia con una discusión sobre El banquete  de Platón, que le
 permite a Lacan, a partir de la diferencia entre el amado y el amante, establecer la diferencia entre
amor y deseo, demostrando cómo el objeto del deseo como tal es incompatible con la posición
misma de un sujeto. Esta delimitación se acompaña de una clara descripción de cómo este punto es
insoportable para el sujeto, cómo se produce una incompatibilidad estructural entre ser objeto del
deseo y ser sujeto, punto que el neurótico pone especialmente en evidencia, dado que le es
especialmente insoportable. El perverso, en cambio, como lo demuestra Lacan en “Kant con Sade”,
tolera muy bien esta posición de objeto, de instrumento del Otro y la anulación consiguiente de su
subjetividad. Creo que en este sentido puede decirse que el esquema presente en “Kant con Sade”,
variante particular del esquema L, es una representación gráfica de la irrisión del reconocimiento
subjetivo que se produce a partir de la posición perversa. Por ello es un contrapunto tardío del  L,
casi diría su desmentida, la demostración misma de su dependencia de las teorías propias de las
neurosis.
Volveremos luego a estos temas, pero creo importante señalar desde ya, cómo las articulaciones
de Lacan acerca del objeto son inseparables de su teoría de la cura y de la posición que el analista
ocupa en ella. El camino de Lacan retoma el de Freud, el amor de transferencia está al comienzo; no
retoma en cambio el final freudiano, final cuyos escollos intenta precisamente superar. En esa
superación la teoría del objeto y del fantasma devendrán un nuevo modo de enfoque del final de la
cura.
En la época en que Lacan critica una dirección de la cura fundada en la demanda, ha debido para
ello estructurar el A barrado, A del deseo, ( ) como opuesto al A sin barrar de la demanda de amor,
separando así los dos pisos del grafo. Consecuencia de la introducción del Otro barrado, deseante,
 pero no sujeto, es su imposibilidad estructural de reconocer al sujeto, La palabra fundante del
Seminario III  es imposible en una doble dimensión: primero, porque el garante del Otro no existe, no
hay metalenguaje, no hay Otro del Otro, que equivale al matema ( ); segundo, porque el sujeto
tampoco es uno, la cadena significante misma lo divide en la Spaltung  entre demanda y deseo, y su
matema pasa a ser ( ). De este modo, ambos  partenaires del vector simbólico del esquema L, (A y
S) se esfuman.
En “La dirección de la cura...” Lacan escribirá que el deseo es precisamente la imposibilidad de
esa palabra, (13) en la medida en que siendo metonimia es solidario de la barra que atraviesa al
sujeto y al Otro.
La demanda de amor se une a este nuevo sujeto ( ) para dar lugar a la fórmula de la pulsión; (
). En un pasaje de “Subversión...” Lacan explícitamente señala que si el catálogo de las
 pulsiones pudo establecerse gracias a las neurosis, este establecimiento fue posible debido al uso
 particular que el neurótico hace de la demanda: utilizarla como objeto postizo del fantasma. (14) La
teoría del reconocimiento del deseo es pues un sueño neurótico y un falso final del psicoanálisis.
Se dijo que el examen de la clínica de la psicosis y la perversión hace estallar esta posición de
la demanda que el neurótico propone.
La fórmula de Lacan sufre la siguiente transformación: el deseo no se reconoce se interpreta.
(15) Pero no se reconoce porque: “Hacer que se vuelva a encontrar en él como deseante, es lo
inverso de hacerse reconocer allí como sujeto […]”. (16)
Sin embargo, el neurótico defiende su deseo, se defiende como deseante, ¿este uso del deseo
como defensa en la neurosis no es acaso paradójico con lo que se ha formulado acerca de la demanda
de reconocimiento como teoría neurótica de la cura?
La paradoja se resuelve si ubicamos correctamente el problema del objeto, ya que la demanda en
la neurosis sustituye justamente al objeto en juego en el fantasma, D reemplaza a a y ahí comienzan
las confusiones.
En ninguna otra estructura la demanda adquiere el relieve y el peso particular que asume en las
neurosis, aunque forme parte de la estructura para todo sujeto hablante. Su prevalencia en las
neurosis, como creo se puede apreciar en lo hasta aquí desarrollado, extravió a más de un
 psicoanalista. No obstante, en la clínica se perfila un elemento que parece escapar al escamoteo de D
 por a, aun siendo consecuencia de este, me refiero a la “disociación”, tan frecuente en las neurosis,
entre el objeto de amor y el objeto del deseo.
En este contexto, la indicación de Lacan de no responder a la demanda tiene un sentido muy neto,
conservar el lugar del deseo, porque el deseo, pese al anhelo neurótico, no se confiesa dado que es
incompatible con la palabra. (17)
¿Por qué no responder a la demanda conserva el lugar del deseo? Porque esa falta de respuesta a
la demanda es el núcleo mismo de la frustración en análisis. En la medida en que, tal como lo indica
Lacan, la demanda al ser intransitiva, es decir, al no recaer sobre objeto alguno, al ser frustrada, abre
en la experiencia analítica la dimensión del pasado, vale decir, la regresión.
La regresión es ahora regresión significante, regresión de los significantes orales, anales, etc., en
que está fijado el deseo y sólo a través de esos significantes puede el análisis afectar la pulsión. (18)
Al referirnos al objeto y la metáfora, señalamos la relación entre los significantes de la demanda de
amor en la fórmula de la pulsión y su posición de metáfora de la presencia del Otro de la demanda.
Estos significantes de la demanda en su ubicación en el piso superior del grafo, también dividen al
sujeto, también inducen su fading.  La pulsión es precisamente el status de la demanda cuando el
sujeto entra en fading , vale decir, desfallece como sujeto. La demanda a su vez también desaparece
reduciéndose al efecto de corte y a los artificios gramaticales que le son propios. (19) Luego se
desarrollará cómo se articulan estos conceptos sobre la pulsión con los articulados acerca del mismo
tema en el Seminario XI .
A este nivel los significantes de la demanda, los objetos “pregenitales” en su carácter de
significantes, no de objetos, se diferencian de su funcionamiento en el piso inferior del grafo en el
circuito . Lacan señala que esta línea inferior es la de la sugestión, mientras que la
superior corresponde a la de la transferencia. La primera culmina de manera necesaria en el sendero
del I (A), es decir, en la identificación con el significante todopoderoso de la demanda. Ella es
correlativa de la reducción de la demanda a la necesidad que Lacan critica, porque toma en
consideración la demanda tan sólo desde el ángulo de su mera significación de la necesidad, o sea,
 puesta en palabras de una realidad extra simbólica, biológica, instintiva. Los significantes devienen
aquí meros instrumentos que posibilitan la expresión, la traducción de la necesidad.
El concepto de regresión implica pues la distinción entre dos formas de identificación, la
identificación con el Ideal y la identificación con el objeto de la demanda de amor, es decir, los
significantes del piso superior. La regresión operativa en análisis parte de la demanda de amor, pero
abre la secuencia de la transferencia, como ya se dijo, permitiendo puntuar las identificaciones que
escandieron la historia del sujeto en su relación con el deseo del Otro. (20)
Antes, en este mismo texto, encontramos una frase cuyo pleno valor puede quizás apreciarse
ahora: “Pues esos objetos, parciales o no, pero sin duda alguna significantes, el seno, el excremento,
el falo, el sujeto los gana o los pierde sin duda, es destruido por ellos o los preserva, pero sobre
todo es esos objetos según el lugar donde funcionan en su fantasma fundamental […]”. (21)
Al retomar nuestra pista, podemos señalar que estos objetos significantes son los que forman
 parte de la pulsión y aquellos que la regresión busca hacer surgir. Pero, en este texto, estos mismos
objetos significantes funcionan en el fantasma fundamental y es allí adonde nos lleva la regresión. El
fantasma fundamental: “[...] es aquello por lo cual el sujeto se sostiene a nivel de su deseo
evanescente, evanescente en la medida en que la satisfacción misma de la demanda le hurta su
objeto”. (22)
La ausencia del concepto de objeto a, real y causa de deseo, se nota especialmente en este
artículo, en el punto que acaba de señalarse. Así, por un lado, en tanto que significantes los objetos
son propios del funcionamiento pulsional, por otro, en tanto imaginarios, pero no sólo de esta
manera, como lo dice la última cita acerca de la articulación entre objeto y fantasma fundamental,
funcionan en ese fantasma también como significantes.
Algo
Algo se desprende con suma suma claridad,
cl aridad, la regresión
r egresión que
que lleva
ll eva hacia el objeto significant
significantee de la la
demanda de amor abre, a esta altura de la obra de Lacan, el camino hacia el fantasma fundamental.
Sostén evanescent
evanescentee del deseo, ausente
ausente todavía el objeto en su carácter de real re al y causa, cuyo
cuyo lugar 
lugar 
está dibujado en la teoría
teorí a y que
que la clínica ex
e xige, lugar
lugar que aún ocupa
ocupa el objeto a imaginario en la
medida en que
que es definido
definido como
como objeto
obje to del deseo.
d eseo.
El fantasma
fantasma entonces
entonces interfiere
interfier e en el circuito
cir cuito inferior del grafo , pero tan sólo
sól o como
retorno de “[…] un circuito más más amplio, el que llevando la demanda demanda hasta
hasta los límites
límites del
de l ser,
s er, hace
hace
interrogarse
interrogarse al
a l sujeto sobre la falta en que aparece como deseo”. (23)
En suma, la regresión que se abre por la identificación con el objeto significante, metafórico del
Otro de la demanda de amor, introduce la transferencia en la medida en que permite la incidencia del
fan
anttasma
sma ( ) y no fav
favoorece
rece la inci
incidden
enci
ciaa del
del I(A).
(A).
En un sentido, es cierto que la estructura de la regresión sigue siendo la misma que la
conceptualizada en el “Discurso de Roma”, pues lleva hacia el fantasma, que en ese entonces eran
los fantasm
fantasmas
as del vector a-a’. El concepto es a la vez ve z el mismo
mismo y otro. La La regresión a partir
par tir de la
la
frustración
frustración de la demanda
demanda permite
permite el establecimiento
establecimiento de la l a secuen
s ecuencia
cia transferencial
transferencial en la l a medida en
que hace posible el despliegue del campo de las identificaciones del sujeto con los objetos – 
significantes– en su uso en el fantasma fundamental.
Desde este ángulo la crítica a Abraham es muy fácil de entender. La capacidad de amar abre el
camino
camino hacia el objeto tal com c omoo surge en el fantasm
fantasma,a, pero ello implica
implica alejarse
alej arse de la
l a demanda
demanda de
amor,
amor, de la persona del OtroOtro o sea renun
renunciar al Otro
Otro como Otro Otro sujet
s ujeto.
o. De lo
l o contrario, el camino
camino
obligado es el de la sugestión y la identificación con el Ideal, obturando así la falla en ser del deseo.
Puede decirse que hay, en este momento, y en “La dirección de la cura...” esto se vuelve
 particularment
 particularmentee evidente, un un predominio
predominio neto
neto del significant
significante: e: sign
si gnificant
ificantes
es son los objetos que
estructuran la pulsión, significante es el Ideal, significante es también ese objeto particular que
 pasarem
 pasare mos a examinar
examinar a continu
continuación:
ación: el sign
si gnificant
ificantee fálico.

 El significante
signi ficante fálico
fáli co y el fantasma fundamental 

Con el significante fálico, al igual que con todo significante, el sujeto se topa en el Otro. Nada lo
diferencia desde esta perspectiva de los demás objetos que pasan a la categoría de significantes
debido a su travesía obligada por el desfiladero del significante.
Sin embargo, ocupa un lugar aparte, pues Lacan lo califica como un significante encrucijada. Es
la encrucijada entre el deseo metonímico y la sexualidad en su dimensión “genital”, en su
articulación con la sexualid
sexualidadad adult
a dultaa heterosexual.
heterosexual.
En “La
“La sign
si gnificación
ificación del falo” Lacan escribe: “[…] que el sujeto, lo mismo que que el Otro,
Otro, para
par a
cada uno
uno de los
l os participant
par ticipantes
es en la relaci
r elación,
ón, no
no pueden bastarse
bastarse con ser sujetos de la
l a necesidad ni
objetos del amor,
amor, sino queque deben ocupar el lugl ugar
ar de causa del deseo”.
des eo”. (24)
J.-A. Miller ha señalado la presencia potencial del objeto a en este párrafo y se hizo la pregunta
acerca de por qué el falo no devino causa de deseo en Lacan. Lacan. (25)
(25) Lo
 Lo que sigue intenta precisar el
recorrido entre ambos momentos y responder, de manera parcial, la pregunta recién formulada.
El falo como significante encrucijada es aquel significante en el que convergen todos los efectos
de la captura del sujeto por el sistema significante mismo, captura que lo modifica profundamente.
Por esta
es ta razón el falo puede ser definido definido com c omo:
o: “[…]
“ […] el significant
significantee destinado a designar designar en e n su
conjunt
conjuntoo los l os efect
e fectosos del
d el significado,
significado, en tanto tanto el significant
significantee losl os condiciona
c ondiciona por su s u presencia de de
significante”. (26) (26) Puede
 Puede ser con co nsiderado
sider ado entonces
entonces el significant
significantee de la l a alienación
ali enación del sujeto en el
significante.
Comentando este texto, J.-A. Miller, (27) (27) ha
 ha señalado la presencia
pr esencia de dos funcionfunciones es del falo que
tienden a confundirse entre sí. La primera de esas funciones es la función del falo en la castración,
cuando
cuando se desempeña
desempeña com co mo objeto,
obj eto, cuando
cuando padece
padec e de la “pasión
“ pasión del significant
significante”. e”. Lacan la escribe
escr ibe
(- ϕ). La segunda es una función más activa, la del falo como significante que Lacan escribe (F), falo
que es idéntico a la barra misma, que deviene la marca del significante en cuanto tal. En esta segunda
función el falo se transforma en el significante del deseo como deseo del Otro y, por esta razón,
simboliza en su conjunto los efectos del significante.
La pasión del significante es sufrida por lo significable. La noción misma de pasión entraña la
idea del padecimiento
padecimiento que el sistem si stemaa sig
si gnificante
nificante inflige
inflige al hablanteser.
hablanteser. Puede
Puede dársele
dár sele a esta pasión
p asión
todos los matices que tiene el término término –sufrir,
–sufrir, la pasión
pasi ón crística, el amoramor o el e l odio
odi o exacerbado,
incluso la pasividad
pas ividad aristot
aris totélic
élica,
a, etc.–, esta queda alojada
al ojada en el falo com c omoo sig
si gnificant
nificante,e, engendran
engendrando do
la significación
significación fálica en cuant cuantoo tal. El significant
significantee fálico
fálic o es la marca de esa es a pasión,
pasi ón, deviniendo
deviniendo de
este modo
modo la barra misma que que afecta al sujeto debido a su paso por el significant significante. e. De allí
al lí en más,
más, lo lo
sexual
sexual lleva
l leva la marca de esa es a pasión
pasi ón “[…] punto punto de mito
mito donde lo sexualsexual se s e hace pasión del
significante”, (28) (28) aúna
 aúna lenguaje y sexo. El falo resulta elegido para cumplir con esta función porque
representa al deseo en su forma más manifiesta, como turgencia, como  poussée, el deseo en su
relación con las apariencias vitales. “[…] lo viviente de ese ser en la Urverdrängt  encuentra  encuentra su su
significante al recibir la marca de la Verdrängung  del  del falo (por lo cual el inconsciente
inconsciente es lenguaje).”
lenguaje).”
(29)
La Urverdrängung  en  en juego
juego es la l a de la
l a necesidad en el sistemsis temaa significante,
significante, vale decir, deci r, la de lo lo
viviente del ser, y la represión del falo, o sea su desaparición, es condición de su elevación a la
dignidad de marca significante. La castración (- φ) es condición de su elevación a (F), (F) , significant
significantee
fálico, que representa la acción del significante mismo.
La castración,
castraci ón, ese sacrificio
sacri ficio de lo l o vivient
vivi entee del ser, clave de la hu hum manización
anización de la sexualida
sexualidad, d, es
definida
definida en e n los Escritos
 Escrit os del modo siguiente: “[…] está habitado por la forma de un jirón sangriento:
la libra
l ibra de carne
car ne queque paga la vida vi da por hacer de él el sign s ignificant
ificantee de los
l os sign
si gnificant
ificantes,es, como tal tal
imposible de ser restituido al cuerpo imaginario; es el falo perdido de Osiris embalsamado” . (30)
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con otros significantes presentes en el campo del
Otro,
Otro, el falo se present pr esentaa allí
al lí velado
v elado y, en cuanto
cuanto tal, como
como razón del deseo del Otro, atravesado él
también por la barra. Razón, término cuya importancia veremos luego, (31) (31) debe
 debe entenderse,
entenderse,
siguiendo
siguiendo la precisipr ecisión ón de Lacan
Lacan al respecto
re specto “[…] como como ‘media y extrema razón’ de la división
armónica”. (32) (32) La La condición misma del objeto a, real, en tanto inconmensurable, se asienta en esta
definició
definiciónn del sign s ignificant
ificantee fálico
fálic o como razón del deseo. dese o.
En algún punto del Seminario encontramos fórmulas como la siguiente, que no es luego retomada
en los Escritos:
 Escrito s: “[…] el falo es el significante fundamental mediante el cual el deseo del sujeto debe
hacerse reconocer
r econocer en cuanto cuanto tal”. “La necesidad de reconocim r econocimientoiento inconsciente
inconsciente del sujeto se sitúa s itúa
en el Otro, lugar lugar del significant
significante, e, por lo cual el sujeto se divide de su propia existencia.” existencia.” (33) (33) L Laa
 primera conclusión,
conclusión, obvia, es que en la elaboraci ela boraciónón del Seminario,
Seminario, reconocimient
reconocimientoo del deseo y
significante fálico coexisten en la teoría durante cierto tiempo.
Esta coexistencia,
coexistencia, que Lacan
Lacan abandona
abandona sin
si n du
duda,
da, nos lleva
ll eva a interrogar
interrogar la
l a relaci
re lación
ón del falo con
c on el
sujeto, en la medida en que en el Seminario VI , “El deseo
de seo y su interpretació
interpretaciónn”, el falo es definido
como el significante del sujeto.
Imposible desarrollar este punto, ni el estatuto del objeto en el fantasma fundamental, en su doble
relación
rela ción con el significante
significante fálico por un lado y,
y, por otro, con el sujeto del inconsciente,
inconsciente, , sin
 precisar
 preci sar qué es exactam
exactament
entee en este
este mom
moment
entoo de la obra de
d e Lacan
Lacan el sujeto
sujeto barrado.
barrado .

 El lugar del


de l sujeto

En el Seminario VI , las dos líneas del grafo son rebautizadas, sus nombres son un préstamo – 
como siempre procesado de manera sumamente particular– de la lingüística. La línea inferior, la de
la sugestión, es definida como la del enunciado y la superior como la de la enunciación. A nivel de la
enunciación se ubica el sujeto como sujeto del inconsciente.
La producción
prod ucción del sujeto
sujeto del inconscient
inconscie ntee como tiene dos consecuencias
consecuencias importantes
importantes de índole
diferente. Este sujeto es evanescente, no es uno, en tanto que deseante no es sino falla en ser. ¿Dónde
atraparlo entonces?
entonces? En las formaciones
formaciones del inconsciente
inconsciente se muestra
muestra escurridizo,
esc urridizo, aparece y
desaparece.
desapar ece. Por otra parte, este es te S/ en tanto
tanto que sujeto
sujeto del inconsciente
inconsciente ¿puede
¿puede o no decir yo ( je)? La
 primera dificultad
dificultad se resolverá
res olverá del lado del de l fantasm
fantasmaa y su nueva fórm fórmula
ula ( ); la segunda,
segunda,
requiere una
una revisión
revi sión de las
la s formulaciones
formulaciones acerca del su s ujeto del enuenunnciado y el sujeto de la
enunciación, términos que Lacan indica como tomados de Jakobson.
Toda producción
pr oducción lingüística
lingüística puede ser considerada
c onsiderada desde
de sde dos áng ángulos:
ulos: como una una serie de frases
o enunciado,
enunciado, o como un un acto en el curso del cual las frases se actualizan, actualizan, vale decir,
de cir, la enu
enunciación
nciación o
situación discursiva. Esta últim úl timaa se refiere, en sentido
sentido estricto,
e stricto, no a los problem
proble mas contextu
contextuales,
ales, sino
a los elementos del código de la lengua cuyo sentido varía entre diferentes enunciaciones, debido a
que dependen de determinados
determinados factores. La ling li ngüística
üística precisam
preci sament entee reten
r etendrá
drá la huhuella
ella del proceso de
enunciación en el enunciado.
Lacan, en su anális
análisis
is de Schreber, utili utiliza
za la diferen
di ferenciaci
ciaciónón,, establecida
establec ida por Jakobson
J akobson,, entre
entre las
l as
diferentes
diferentes relaci
r elaciones
ones posibles que se establecen entre entre código
cód igo y mensaje.
mensaje. A partir
partir de ellas,
ell as, establece
estable ce
la distinción entre los fenómenos de código y los fenómenos de mensaje. Toma especialmente en
consideración los casos de overlapping  de  de ambos, es decir,
deci r, del código y del mensaje,
mensaje, que se
observan sobre
sobr e todo en el caso de los lo s mensajes
mensajes llamados autónim autónimos, os, mensajes
mensajes que se caracterizan
car acterizan
 por remitir al código mismo.
mismo. Tal es el caso de la Grundsprache del president presi dentee Schreber. El segunsegundo
caso toma en consideración la existencia, en todo código lingüístico, de determinadas unidades
gramaticales,
gramaticales, bautizadas
bautizadas porpo r Jespersen
Jesper sen comocomo shifters.
 shif ters.  Su significación
significación general
general sólo pude definirse
definirse
tomando
tomando como
como referen
re ferencia
cia el mensaje
mensaje o remitiendo
remitiendo a él. Corresponden
Corr esponden a los sím s ímbolos-
bolos-índices
índices de
Peirce, es decir, que son de manera simultánea signos del código de la lengua (yo, por ejemplo) e
índices que contienen un elemento de la situación de enunciación (“yo” designa a la persona que
habla en este momento
momento y en este lug l ugar)
ar).. (34)
Vale la pena citar la versión que de ellos da Lacan en una nota al pie de “De una cuestión
 prelim
 preli minar...”:
inar...”: “[…] esas palabras
pal abras delde l código que que sólo adquieren sentidosentido a partir de d e las coordenadas
coor denadas
(atribución, fecha, lugar de emisión) del mensaje”. (35)
Lacan usa el shifter 
 shif ter  inicialmente
 inicialmente para dar cuenta de la paciente, ya examinada en el Seminario
 II , que alucina un “Marrana”, señalando cómo el yo (je) deja allí en suspenso la designación del
sujeto hablante, hasta que la alusión en su intención conjuratoria se detenga.
Los retoma en relación con las frases truncas de Schreber en la conflictiva relación que este
mantiene con las voces. En este caso lo que en el código indica la posición del sujeto a partir del
mensaje mismo. El propio Lacan remite al grafo y al texto de “Subversión...”, al formularse la
 pregunta acerca de qué clase de sujeto puede concebirse, una vez reconocida su estructura de
lenguaje, en el inconsciente.
Postula que, por razones de método, se podría partir de la definición lingüística estricta del yo
(je) como significante, según la cual este no es más que el indicativo o  shifter  que designa al sujeto
del enunciado en tanto que habla actualmente. Dice entonces: “Designa al sujeto de la enunciación
ero no lo significa, todo significante del sujeto de la enunciación puede faltar en el enunciado
[…] Pensamos haber reconocido ese sujeto de la enunciación en ese significante que es el ne
expletivo”. (36)
El estatuto del sujeto que diría  je (yo) en su palabra, sujeto al que Lacan se refiere en el
“Discurso de Roma”, es inseparable ahora del estatuto mismo de la represión. El inconsciente está
estructurado como un lenguaje: implica una topología de la represión, vale decir, que en él los
significantes no son isotópicos, sino heterotópicos. Lacan indicará con claridad, como ya lo hizo en
“Instancia...”, que el mecanismo de la represión es la elisión significante. El ejemplo que da de ella
es la Espe ([W]espe) del Hombre de los Lobos que indica “[…] el vestigio de la censura
fonemática” . (37)
En “Instancia...”, tal como ya se señaló, la mención explícita del término “elisión” aparece en la
definición de la metonimia, esta formulación está también presente en el Seminario VI , (38) donde
reitera que el mecanismo de la represión es la elisión de un puro y simple significante o de una
cláusula, como ocurre por ejemplo en el sueño del padre muerto que Freud describe en “Los dos
 principios del suceder psíquico”, en el cual entre enunciado y enunciación se produce la elisión de la
cláusula “según su deseo”.
Esta elisión de un significante implica que en el Otro, lugar del significante, se instala una
ausencia, falta un significante, significante que permite, gracias a su sustracción misma, cerrar el
conjunto, función ya presente del (-1), el significante que hace excepción, al que Lacan también
denomina (+1), el significante en más. Este agujero en el Otro es una forma de dar cuenta del “no hay
metalenguaje”, correlativo de la existencia del inconsciente freudiano y de su estructura de lenguaje.
Su escritura es .
La represión cava pues un hueco en el Otro del significante, ese hueco determinado por la elisión
es inseparable del sujeto, de su desaparición del proceso de la enunciación.
Por esta vía Lacan renueva el concepto de defensa, señalando que esta no procede “[…]
modificando la tendencia sino el sujeto”. (39) Los efectos de la defensa, ordenándose según una
estructura de lenguaje que obedece a una retórica, determinan la posición del sujeto. Es decir, que la
defensa es para Lacan un posicionamiento del sujeto en tanto . Si se piensa en la fórmula de la
 pulsión ( ), queda claro que sólo se puede obtener una modificación de la pulsión vía el
 posicionamiento subjetivo. Estas formulaciones anticipan ya las del capítulo final del Seminario XI 
en lo que respecta al final de análisis.
La posibilidad de borramiento es una propiedad radical del significante. Pese a ello, subsiste
como lo no-dicho. La barra de la fórmula saussureana del signo se instala sobre la S de significante,
 para producir el el significante así anulado se perpetúa indefinidamente.
Lacan, al comentar “La negación” de Freud, insistió en la importancia de la  Bejahung , a la que
considera “[…] primer tiempo de la articulación inconsciente”, (40) tiempo primero que supone su
mantenimiento en el tiempo segundo de la Verneinung. Lacan retoma la función de la negación,
realizando un examen de las formas de la negación en francés, a partir de las consideraciones de
Pichón. Existe, por una parte, la negación forclusiva, que implica el uso de dos partículas, el ne y
otra que la acompaña: rien, point , pas, personne, etc. Este uso entraña una exclusión inapelable. La
otra forma es la negación discordante (clásicamente llamada expletiva), la cual sólo utiliza el ne,
marcando de esta manera una discordancia entre el proceso del enunciado y el proceso de la
enunciación, implicando una afirmación. El ejemplo que da Lacan, “je crains qu’il ne vienne”, sólo
 puede traducirse al castellano como “temo que venga”. Este ne recae sobre la enunciación, sobre el
significante en acto, dice Lacan. (41) La negación desciende pues de la enunciación al enunciado. En
otras lenguas, como el inglés, esta dimensión se introduce mediante el uso de un auxiliar, al que
Lacan considera típico de la intrusión en el enunciado de la dimensión del sujeto. La negación se
vincula entonces con la posición original de la enunciación.
El lugar propio del sujeto en el inconsciente es el agujero. Ante el interrogante de si el sujeto del
inconsciente es designado como je (yo) en el discurso, Lacan responde no, el je (yo) es shifter  y el
sujeto de la enunciación en tanto que su deseo irrumpe, sólo está en ese ne: (42) ese ne como
significante primitivo de la negación, es el vestigio de la elisión primitiva. (43)
Los prefijos de la negación indicarían, al volver a ocuparlo, el lugar de la elisión significante. La
elisión como matriz de la negación afirma al sujeto de modo negativo y prepara el vacío donde
encontrará su lugar. (44)
Puede considerarse ese vacío como la ampliación del corte considerado como el elemento más
radical de la cadena significante, punto de discontinuidad de la misma, el sujeto se identifica con el
corte, lo sorprendemos en el corte. “Este corte de la cadena significante es el único que verifica la
estructura del sujeto como discontinuidad en lo real”. (45)
Anteriormente nos detuvimos en un análisis de la elisión en su relación con el objeto y, puede
observarse, la elisión significante también afecta al sujeto. En ambos casos se produce la represión
 primaria de lo viviente (S) y de la cosa en su naturalidad (el objeto). Por lo tanto, la cadena
significante tiene dos consecuencias al apresar al sujeto humano, el objeto perdido y el sujeto
dividido.
¿Qué es por ende el deseo si su objeto y su sujeto se han esfumado? ¿Cuándo el reconocimiento
del Otro ha devenido “[…] una exigencia de amor”? (46)
Parecería que hemos llegado a un callejón sin salida, Lacan lo sortea mediante la teorización
detallada, en el Seminario VI , del fantasma fundamental.

 El objeto y el fantasma fundamental 

El único signo del sujeto es su afánisis, su borramiento esencial. Al enfrentarse con su deseo, el
sujeto barrado, , se subsume bajo el significante fálico, que es allí significante del sujeto, (47) pues
significa su alienación significante, no su reconocimiento, y lo significa al precio de su castración, (-
φ), la libra de carne. Pero ese elemento significante, en cuanto tal, no puede ser subjetivado.
Resumiendo, “[…] el sujeto pagando con su persona debe suplir esa relación del sujeto con el
significante en la cual no puede nombrarse, designarse como sujeto”. (48)
En este punto puede Lacan realizar, después de este largo trayecto, una precisión fundamental: el
falo es el objeto de la castración, es el significante del deseo, pero no el objeto del deseo. El ser 
 perdido del sujeto, a nivel inconsciente, no puede ser nombrado, puede tan sólo ser indicado por una
estructura particular, la del corte.
Algo acude en sostén de este sujeto desvaneciente, en afánisis, el objeto a, que adquiere en este
 punto su máximo valor, caracterizándose de este modo su funcionamiento en el fantasma fundamental.
El fantasma fundamental asegura sincrónicamente la estructura mínima de lo que debe ser el soporte
del deseo. El sujeto se constituye como deseo en una relación tercera con el fantasma, mediante su
asunción en este de algunos de sus dos términos, a o .
Retomando las tres formas de la falta, precisemos que el falo simbólico, el falo significante, se
sitúa a nivel de esa acción en lo real que es la privación. Si el falo imaginario es el objeto de la
castración, el falo simbólico, en cambio, es el objeto de la privación, tanto de la madre como del
sujeto mismo.
El falo simbólico es aquello de lo que el sujeto está privado. El duelo de esta privación es, para
Lacan, la clave de la terminación del Edipo, de su declinar. El duelo por el falo no se produce
fundamentalmente a nivel del tenerlo o no, sino a nivel de la privación, vale decir, en la medida en
que el sujeto no lo es. (49)
Lacan hace aquí algunas consideraciones acerca del duelo que merecen un comentario detallado,
cuyo telón de fondo debe situarse en el contrapunto ya realizado entre la concepción del duelo en
Klein y en Freud. En el caso del duelo, la pérdida, el agujero está en lo real –retoma aquí uno de los
 puntos esenciales de la formulación freudiana–, lo cual permite compararlo con la forclusión, cuyo
inverso es, en la que el agujero se encuentra en lo simbólico. Consecuencia de ese agujero en lo real,
 producto de la pérdida, es la movilización del significante en torno a él, dado que se ofrece como un
lugar donde situar el significante faltante, ese que garantizaría al Otro, ese cuya inexistencia le torna
imposible respondernos. Ese significante faltante, a la vez encuentra y no encuentra su lugar, porque,
 stricto sensu, no puede articularse en el Otro del significante. Por esta razón, en ese lugar pululan las
imágenes del fenómeno del duelo y, por eso, todo duelo, por mínimo que sea, cuestiona el sistema
significante en su conjunto. Es en este punto donde los ritos del duelo se imponen como mediación
ante ese agujero imposible de colmar, haciendo de este modo coincidir la hiancia del duelo con la
falta en lo simbólico. Puede apreciarse que, en sus términos, Lacan retoma con sumo detalle la
descripción de Freud del duelo que está presente en la Addenda C de Inhibición, síntoma y
angustia.
El falo simbólico en su articulación con el agujero en lo real, es decir, el falo en la privación,
 puede, tal como acaba de exponerse, ser objeto de un duelo. El ser del sujeto hablante debe hacer el
duelo de aquello que aportó en sacrificio a la función del significante faltante. A nivel real, en la
 privación, el sujeto enfrenta una falta fundamental en lo tocante al ser.
El objeto adquiere su función en el fantasma a partir de la privación simbólica del falo. Es decir,
allí donde está afectado en su ser mismo, en lo real, por el agujero, pues ningún significante en el
inconsciente, en el Otro, lo designa. El objeto a asume el lugar del falo, en tanto aquello de lo que el
sujeto está privado simbólicamente. En relación con la privación del ser, el objeto a, imaginario,
articulado con el i(a), condensa sobre sí la dimensión del ser, llega a constituir ese “verdadero
señuelo del ser”. (50) En el punto de privación del sujeto de su ser vivo, ligado a un significante
 privilegiado, un objeto deviene, para él, objeto del deseo.
Se dibuja de este modo una nueva crítica a la teoría de la relación de objeto, que entraña un
nuevo punto de partida, en el interior mismo de la conceptualización lacaniana, posible gracias a sus
articulaciones laboriosamente logradas. La teoría de la relación de objeto confunde la relación del
sujeto en fading , con los significante de la demanda, o sea con la fórmula de la pulsión, ( ), con
la relación del sujeto, S/, con el objeto del deseo en el fantasma, ( ). Realiza, por lo tanto, de
manera cabal, la confusión propia de la trampa de la neurosis, al sustituir la a por la D. La presencia
en ambas fórmulas del S/ favorece esta confusión: “[…] la relación de objeto es siempre relación del
sujeto en situación de fading  con los significantes de la demanda y no con objetos. En la medida en
que la demanda permanece fija, el aparato significante corresponde clínicamente a los diferentes
tipos oral, anal y otros. Pero existe un gran inconveniente en confundir lo que es relación con el
significante y lo que es relación con el objeto. De todos modos, aunque le diéramos todo su valor 
 primitivo, determinante, a los significantes de la demanda, significantes orales, anales, etc., el objeto
del deseo en su correlación con el sujeto marcado por la barra, es otro. Dicha relación con el sujeto
es precisamente lo que desconoce la teoría de la relación de objeto, tal como es articulada
actualmente y, por ende, a la vez se ciega a todas las diferencias de orientación, y a las
 polarizaciones variables del objeto en relación con el sujeto”. (51)
El objeto imaginario sólo adquiere su función en el deseo debido a su inserción en la fórmula del
fantasma fundamental y “[…] a, no es el objeto del deseo, sino el objeto en el deseo”. (52)
Detengámonos en este objeto en el deseo. Se trata de un cambio de acento fundamental, marcado por 
la supresión del du, el del. No se trata de un objeto por poseer, sino de un objeto que cumple en el
deseo una doble función: es “señuelo del ser”, pero también en su carácter de tal, apoyo del sujeto.
 Nos acercamos así lentamente a lo que luego será la función de la causa, sobre todo en función de un
rasgo que asoma ahora y al que volveremos luego.

Puede realizarse entonces la siguiente puntualización:

1. El significante fálico, significante del deseo como deseo del Otro, le brinda al objeto en el
fantasma su función privilegiada.
2. El falo imaginario (- φ) es el operador de la castración y, en cuanto tal, representa al sujeto en
su falta en ser, permitiendo que se sitúe el a imaginario.
3. El objeto a se define como sosteniendo la relación del sujeto con lo que este no es, en la
medida en que no es el falo, cuando surge como (- φ).
4. Los significantes de la demanda, orales, anales, etc., también constituyen una forma del objeto,
que no debe confundirse con el funcionamiento del objeto en el fantasma, sino que son
 pertinentes al campo definido por la fórmula de la pulsión ( ), donde funcionan como
significantes no como objetos imaginarios. En este sentido, el síntoma lleva la impronta de los
significantes de la pulsión.

Se mencionó ya que el falo aparece siempre velado, sus apariciones son para Lacan fanías
( phanies ), surgimientos relampagueantes, que se captan a través de su reflejo sobre el objeto. La
desaparición del objeto, es decir, el duelo en la medida en que al desvanecerse por un tiempo hace
surgir: “[…] la verdadera naturaleza de lo que le corresponde en el sujeto, a saber, lo que llamaría
las apariciones del falo, las falofanías” . (53)
 El objeto y el intervalo significante

Volvamos al objeto a en su nueva posición de objeto en el fantasma. En esta posición, en su


articulación privilegiada con el falo, el a es efecto de la castración, no su objeto, dado que el objeto
de la castración es el falo imaginario.
Sin embargo, ese efecto se produce de una manera particular, mediante una operación de
división. Esta tiene como punto de partida la demanda, que introduce una división subjetiva, aun
cuando la demanda en el lugar del Otro corresponda a la etapa ideal primaria. En la medida en que el
Otro en la demanda de amor deviene sujeto, en que se abre la pregunta acerca de su deseo, comienza
la subjetivación del individuo y el sujeto busca, en tanto que sujeto, ser reconocido por el Otro. En
ese punto, precisamente, responde en el Otro, en tanto que lugar de la palabra, una falla en el
significante, en la posibilidad misma de que el sujeto se constituya como sujeto en el campo del Otro.
Esta es la situación que Lacan abrevia diciendo “no hay Otro del Otro”, “no hay metalenguaje”, no
hay garante último.
Esta falta de garantía de la verdad en el Otro perfila el lugar donde el a, como resto, residuo de
todas las demandas, se ubicará. El a es pues resto de una operación de división que nunca logra un
resultado exacto, siempre nos volveremos a encontrar con un residuo. La médula de la función del
objeto en el deseo es expresar ese resto ineliminable de la división subjetiva operada por la cadena
significante a través de la demanda, resto que se presenta como el rescate a pagar por la castración.
Para pagar ese rescate, se toma una parte del sujeto comprometida en la relación imaginaria con el
otro, con ese resto el sujeto suple la carencia de un significante en el Otro. Si el S/ es el cociente de
la división, el a es su resto. (54)
El a en el fantasma funciona como índice, allí donde el sujeto, , no puede nombrarse.
Fascinándolo, lo retiene en su fading.  El a es índice del sujeto en tanto que no puede nombrarse. El
sujeto no está en el punto donde desea, está en algún sitio en el fantasma, precisamente porque allí
está en fading , imposibilitado de nombrarse. Por no poder nombrarse, sólo le queda una alternativa,
la de indicarse, siendo su índice justamente el objeto a. Se dibuja así esa función de referente que
Lacan en la “Proposición del ‘67” otorga al objeto a. (55) Lacan lo formula del siguiente modo en su
artículo “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”: “En tanto que seleccionado en los
apéndices del cuerpo como índice del deseo, es ya el expositor de una función, que lo sublima aun
antes de que se ejerza, la del índice levantado hacía una ausencia de la que el est-ce no tiene nada
que decir, salvo que es allí donde ‘ello’ habla. […] Esto es lo que le permitirá asumir en el término
verdadero del análisis su valor electivo de figurar en el fantasma como aquello delante de lo cual el
sujeto se ve abolirse, realizándose como deseo”. (56) Claramente, Lacan define este punto final
como un más allá de los ideales, como punto en el cual el sujeto surge como el objeto del deseo que
fue para el Otro, en ese punto, como wanted  o unwanted  para el Otro la cuestión de la causa ya está
ugada. (57)
¿Dónde situar al sujeto en fading ? Se aloja en el corte de la cadena significante, (58) en el
intervalo entre los significantes. El corte es el elemento último de la cadena significante, su elemento
más radical en su secuencia en tanto que discontinua. El sujeto ubicado en ese punto radical de la
cadena significante está Verwerfung , surge como real. (59) Esta ubicación en el intervalo determina a
su vez la estructura del objeto a, imaginario, en el fantasma. Esta estructura, la del corte, es la
característica general de los objetos a. Ellos son precisamente dóciles al corte y esta docilidad les
 permite ocupar su lugar en el fantasma. Así, en la fijación del fantasma “[…] por convertirse el
sujeto mismo en el corte que hace brillar el objeto parcial con su indecible vacilación”. (60) Este
corte interviene también en la pulsión, en la constitución misma de las zonas erógenas, al igual que en
los objetos de la teoría analítica. (61)
En el Seminario VI , encontramos una primera lista, heterogénea, de los objetos a, definidos
 precisamente en función de la estructura del corte:

1. El objeto pregenital. En los objetos clásicamente llamados así, la importancia del orificio en
su constitución es fundante, gracias a estos asumen su “función significante en el fantasma”. Al
tener estructura de corte pueden desempeñar el papel de soportes del sujeto mismo, quien
también habita un corte, el del intervalo significante.
2. El falo como objeto de la castración (- φ). En este caso la estructura de corte se presenta bajo
la forma de la mutilación propia de los ritos de iniciación, que dejan una marca, indicando de
este modo su paso a la función significante. Los límites de la consagración del falo en este papel
están dados por la tumescencia.
3. La voz en el delirio, tesis que se acompaña de una referencia a la función de las frases truncas
en el delirio de Schreber.

Los tres están unidos por la estructura de corte de su forma misma, pues esta es la que les
 permite devenir los significantes que el sujeto extrae de su propia sustancia para sostener la ausencia
del significante que lo nombra en la cadena inconsciente.
Observemos que Lacan los designa como significantes, por ello la conclusión a la que arriba en
la última clase del Seminario VI  no tiene por qué sorprendernos demasiado, aunque a la luz de los
desarrollos posteriores acerca del objeto a ella parezca inadmisible: “[…] el objeto en lo
concerniente al deseo no es más que el significante del deseo del deseo, es el significante de su
reconocimiento, significante del ser con el que se confronta el sujeto en tanto que está barrado por el
significante”. (62)
Podemos pues concluir que el a es ya residuo, resto, de la división subjetiva. Pero es aún
significante, además de imaginario. Se ubica en el intervalo significante y su estructura es la del
corte, rasgo que permanecerá constante y que adquirirá todo su valor en la teorización de la causa del
deseo.
La causa del deseo en Lacan es inseparable de la hiancia como tal, del intervalo en la cadena
significante. Si el falo como significante del deseo no es su causa es precisamente porque no se aloja
en ese intervalo, porque él también es un significante. Su forma de causalidad se articula con la
unidad, el uno, como causa material, entendiendo que la causa material es la forma de incidencia del
significante mismo.
Un atisbo de ese futuro desarrollo, que el concepto de la Cosa en el Seminario VII , La ética del 
 sicoanálisis , introduce, es la curiosa aparición, en la última clase antes mencionada del Seminario
VI , de una afirmación que no puede menos que parecer contradictoria con la conclusión recién
señalada, pero que apunta ya al Seminario VII : en la medida en que el objeto a es un resto, que
resiste de este modo a la demanda, es, en cuanto tal, inexorable, mas lo inexorable, como nos lo
recuerda Lacan, es lo real, que siempre retorna al mismo lugar. (63)
1 J. Lacan, “La significación del falo”, Escritos II , ob. cit., p. 670.
2 Ob. cit, p. 671.
3 Ibíd.
4 J. Lacan, “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos I , ob. cit., p. 309.
5 J. Lacan, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”, Escritos II , ob. cit., p. 794.
6 Ibíd.
7 J. Lacan, “De nuestros antecedentes”, Escritos I , ob. cit., p. 64.
8 J. Lacan, Le Séminaire, Livre VII, L’éthique de lapsychanalyse , Seuil, París, 1986 [trad. cast.: El seminario , Libro
XII, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1989].
9 J. Lacan, “Subversión...”, ob. cit., p. 796.
10 J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos II , ob. cit., p. 613.
11 J.-A. Miller, “Scansions de l’oeuvre de Lacan”, curso del año lectivo 1981-1982, inédito.
12 J. Lacan, “Observación sobre el informe de D. Lagache”, Escritos II, ob. cit., p. 661.
13 J. Lacan, “La dirección...”, ob. cit., p. 621.
14 J. Lacan, “Subversión...”, ob. cit., p. 803.
15 J. Lacan, “La dirección...”, ob. cit., p. 604.
16 Ibíd.
17 Ob. cit., p. 621.
18 Ob. cit., p. 615.
19 J. Lacan, “Subversión...”, ob. cit., p. 797.
20 J. Lacan, “La dirección...”, ob. cit., p. 615.
21 Ob. cit., p. 594.
22 Ob. cit., p. 617.
23 Ob. cit., p. 618.
24 J. Lacan, “La significación...”, ob. cit., p. 671.
25 J.-A. Miller, “Scansions...”, ob. cit.
26 J. Lacan, “La significación...”, ob. cit., p. 670.
27 J.-A. Miller, “Scansions...”, ob. cit.
28 J. Lacan, “Radiophonie”, en Scilicet 2/3, Seuil, París, 1970, p. 65.
29 J. Lacan, “La significación...”, ob. cit., p. 677.
30 J. Lacan, “La dirección...”, ob. cit., pp. 609-610.
31 Véanse los desarrollos sobre el inconmensurable del Seminario XIV, La lógica del fantasma, inédito.
32 J. Lacan, “La significación...”, ob. cit., p. 672.
33 J. Lacan, Le Séminaire, Livre VI, Le désir et son interprétation , inédito.
34 R. Jakobson, “Los conmutadores, las categorías verbales y el verbo ruso”, Ensayos de lingüística general ,
Barcelona, Seix-Barral, 1975.
35 J. Lacan, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”, en Escritos II , ob. cit., p. 517.
36 J. Lacan, “Subversión...”, ob. cit., p. 779.

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