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UNIVERSIDAD DEL CAUCA

FACULTAD DE CIENCIAS NATURALES, EXACTAS Y DE LA EDUCACIÓN

El boquisucio es un enemigo público porque envilece el idioma. Somos lo que decimos, lo que
hablamos. Quien atenta contra la integridad de nuestra lengua nos lesiona a todos los
hispanohablantes. Llámesele diputado, cantante, locutor, novelista, profesor o estudiante, si
se expresa con procacidad no tenemos por qué celebrárselo. Merece la interdicción,
marginamiento. Si no hay otros castigos legales que puedan aplicársele por vulgar, ordinario y
ultrajante, impongámosle una sanción social.
Con el caso asqueante del personaje público se escandalizaron muchísimas personas. Entre
ellas no faltan las que hablan con vocablos iguales o peores, de grueso calibre. Acusan cierta
hipocresía. Deberían oírse ellas mismas. La ordinariez representada en la zafiedad desafiante
del mal decir, el mal leer y el mar escribir es una epidemia que se extiende por todos los
contornos.
A donde quiera que llegue un tipo grosero, entra pisando duro con las palabras. Es intimidante.
En un grupo de amigos, el boquisucio les infunde temor a los demás, así reprueben callados
su comportamiento. Suele darles miedo increparlo por irrespetar a sus semejantes, por agredir
con un verbo degradado que, además, lo retrata en cuerpo y alma como portador de una pobre
noción de la dignidad y la autoestima y exponente de un estrato moral y cultural subterráneo.
No entiendo por qué tanta gente no sale de tres o cuatro palabrotas que empiezan por güe,
malpa, hijue y gono. Hablar con elegante sencillez o con sencilla elegancia no cuesta nada.
Un buen diccionario se consigue muy fácil. Superar los 30 vocablos habituales no comporta
un esfuerzo complejo. Descubrir la riqueza del idioma, saberse dueño y emisor del tesoro de
las palabras es un deleite.
El boquisucio causa indignación y hasta da lástima por su infinita precariedad expresiva. Si
cuando estaba en la etapa de crianza no tuvo un papá, una mamá, unos hermanos o un
maestro que le advirtieran del mal que estaba autoinfligiéndose a medida que ahondaba su
incompetencia comunicativa, ya cuando se presume que está en la edad adulta no puede
quedar impune. Si las normas reglamentarias de colegios y universidades y empresas y las
leyes codificadas de policía son permisivas e ineficaces para hacerles frente a los enemigos
del idioma (de las palabras, que dicen lo que somos), al menos impongámosles nuestras
propias sanciones. Excluyámoslos. Son peligros sociales. No tenemos por qué respetar
aquello que no merece ni el más mínimo respeto. Víctor Frankl escribió que sólo reconocía dos
razas humanas, la de los decentes y la de los indecentes.
El diccionario dice que el boquisucio es un individuo de habla indecente. Hay que desterrarlo
de nuestro propio entorno, de nuestras circunstancias, porque esa raza que representa le hace
daño a la humanidad.
Tomado de García Posada, Juan José. “Desterremos al boquisucio”. En elcolombiano.com,
publicado el 14 de mayo de 2012

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FACULATAD DE CIENCIAS NATURALES, EXACTAS Y DE LA EDUCACIÓN
TEXTO: LAS PALABRAS CAMALEÓNICAS
[…] Las palabras son camaleónicas, ya que una misma palabra tan fácil puede ennoblecer
como envilecer. El caso mas ilustrado es “el putas”. Para Manuel Zapata Olivella Changó el
gran putas es palabra enaltecedora; para la telenovela de Caracol El putas de Aguadas era la
manera más ajustada de nombrar el modo de ser de una comunidad étnica (la CNTV obligó el
cambio de nombre a traga maluca, por pudor); Octavio Mesa compuso e interpretó Yo soy el
putas, la música parrandera en diciembre tiene licencia para oírse (y a veces para
radiodifundirse). El madrazo en Antioquia, si bien no ennoblece tampoco envilece; dice Jaime
Sierra García en su Diccionario Folclórico de Antioquia: “la palabra hijueputa es tan usada en
Antioquia como el Ave María; realmente ha perdido su sentido vulgar u ofensivo; su grado
depende de la manera como se usa, entonación, etc.”, y de la manera como se pronuncia,
habría que agregar, porque no es lo mismo hijueputas que hachepé, hijuetupa, hijodeputa,
hideputa, jijuetupa, jueputa o uta (la de Don Ebrio): cada una comunica matices de significación
diferentes.
Con la palabra camaleónica “malparido” pasa lo mismo que señala Jaime García. Las trovas
decembrinas utilizan estas palabras para darle sabor picante a la música parrandera. Así lo
hace el cantautor Octavio Mesa en la canción la berraquera: “sepan que a mi me emputa/que
cualquier aturdido / sin conocer mi nombre / me crea malparido”. La existencia del eufemismo
“malnacido” da cuenta de su vitalidad.
Otro caso interesante de la palabra camaleónica es “marica”. De un simple nombre de mujer,
de hombre homosexual o de coleóptero (en diminutivo mariquita) pasó del insulto a trato
amistoso. Daniel Samper Pizano lo explica cuando se es empleada como saludo: Contra lo
que pudieran pensar los filólogos de ocasión, el adjetivo en ningún caso alude a la condición
sexual del saludado; es, simplemente, una manera cordial de decir “buenos días”. La palabra
“marica” ha pasado a adquirir en Bogotá un tono amable y de confianza que se escapa a todos
los diccionarios. El de la Real Academia lo aplica a homosexuales y afeminados; el de María
Moliner se atreve a apartarse de la semántica gay, pero afirma que · se emplea como insulto·.
No es verdad. Por el contrario, a menudo se usa como cariñoso apelativo entre amigos. Entre
amigos heterosexuales, aclaro”– en ¿Qui`hubo, marica?, www.danielsamperpizano.com – […]
Con la palabra camaleónica “gonorrea” ha sucedido algo sorprendente: sus usuarios la han
deformado en “grronea” no por prejuicio sino por un proceso de apropiación cultural muy
frecuente en la cotidianidad idiomática. Al respecto el Diccionario de parlache dice lo siguiente:
“Gonorrea adj. Insulto. Metátesis de gonorrea “(es decir, permutación de los sonidos erre y
nea). De “gonorrea” el mismo Diccionario de parlache dice que “a veces la utilizan como forma
de tratamiento”. Lo cierto es que el seguimiento de “nea” – elisión de “gonorrea” – como
vocativo marchita definitivamente su génesis como palabra insultante y pone en duda el uso
real de gonorrea; la entrada “nea” del mismo Diccionario del parlache así lo dice: “Nea´s
(acortamiento de gonorrea). Cultura juvenil. Amigo, compañero. Forma de tratamiento,
especialmente de uso en los colegios de clase alta”. La acepción de “gonorrea” que dan Carlos
García y César Muñoz, en el Diccionario de las Hablas populares de Antioquia, legitima
definitivamente la evolución de significado de tan polémica palabra […]

Fragmento de: Villa Mejía, Víctor, “¿Es la obscenidad imputable al idioma?”, en


chimeneainformatica.blogspot.com, publicado el 10 de mayo de 2012
UNIVERSIDAD DEL CAUCA
FECUALTAD DE CIENCIAS NATURALES, EXACTAS Y DE LA EDUCACIÓN

¿Por qué hacemos tanta trampa? ¿Por qué violamos tanto la ley? Estas son preguntas que
los colombianos (y sobre todo los antioqueños) nos hacemos desde los tiempos mismos de la
Colonia. Ya en 1743 el virrey Eslava se lamentaba de que “las provincias de la Nueva Granada
eran prácticamente ingobernables”. Más tarde Bolívar se refirió a lo mismo en su Manifiesto de
Cartagena: “Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían
enseñarles la ciencia práctica del gobierno sino los que han formado ciertos buenos visionarios
que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política,
presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano”. Desde entonces las cosas han cambiado,
pero no lo suficiente.
El fenómeno del incumplimiento es muy complejo. Pero una manera de entenderlo es empezar
por caracterizar las mentalidades de quienes incumplen. Así aparecen tres personajes
violadores de normas.
El primero de ellos es un rebelde que incumple porque considera que quien manda (el
gobierno, el profesor, el jefe, el funcionario público, el padre, etc.) es injusto, ilegítimo o
autoritario. Para el rebelde, el mundo social está dominado por un puñado de usurpadores que
detentan el poder; las instituciones y las autoridades carecen de legitimidad y, por eso, no hay
que perder oportunidad para incumplir y dejar de hacer lo que se ordena. El rebelde es un
sujeto indómito que reivindica su propia justicia y se opone a todo aquel que quiere someterlo
a punta de reglas.
El segundo personaje es un arrogante. En su opinión, las normas debes ser obedecidas; sin
embargo, cree que dada su condición social, su cultura, su honor, o lo que sea, esas normas
contemplan excepciones implícitas que le permiten no tener que obedecer. Para el arrogante
las leyes son “para los de ruana”, para los del pueblo, no para la gente especial o importante
como él.
El tercer personaje es el más común de todos, se trata del vivo. Todos sabemos quién es este
sujeto: alguien que solo obedece la regla cuando le conviene. Pero la viveza es un
comportamiento ambivalente. Por un lado, es motivo de elogio cuando se refiere a la capacidad
para salir avante en situaciones difíciles (como en el caso del paisa protagonista del cuento de
don Jesús del Corral, “Que pase el aserrador”, o en la historia de Peralta en A la diestra de
Dios Padre, de don Tomás Carrasquilla). Por otro lado, la viveza puede ser algo reprochable
cuando se utiliza para “tumbar”, engañar o sacar provecho de una persona o de una institución,
por ejemplo del Estado. Desafortunadamente, en la práctica, la diferencia entre estos dos
sentidos de la viveza se desvanece. Cuando el vivo consigue lo que se propone, obtiene elogio
más que reproche por su conducta.
Pero si el vivo es un calculador, sus cálculos no siempre son buenos en el mediano y en largo
plazo. Un buen ejemplo de estos es el tránsito: cuando, para llegar primero, todos los
conductores –o una gran mayoría- violan las normas elementales que ordenan respetar la
separación de los carriles, todos terminan obstaculizándose y llegando más tarde de lo que
hubieran llegado si hubiesen conducido de manera ordenada, según las reglas.
Estos personajes representan modelos ideales. En la práctica, sin embargo, se combinan: una
misma persona puede ser vivo en un momento y arrogante o rebelde después. También hay
personajes híbridos; por ejemplo, entre el vivo y el rebelde hay uno que podríamos llamar
taimado: una especie de rebelde solapado que sabotea lo dicho por la autoridad sin decirlo
explícitamente.
El estudio de las mentalidades es importante para entender el fenómeno del incumplimiento,
pero no es suficiente. Una misma persona, con una mentalidad incumplidora bien definida
puede, súbitamente, convertirse en un cumplidor estricto cuando pasa de un contexto a otro
(un “vivo”, que en Medellín incumple las normas de tránsito se convierte en un cumplidor nato
cuando viaja a Miami y alquila un automóvil; lo contrario también es cierto: un gringo que viaja
a Medellín se adapta rápidamente y termina manejando como los de aquí). Por eso hay que
estudiar los contextos en los cuales actúan los personajes incumplidores. Estos contextos –
como las mentalidades- también varían y estas variaciones dependen de múltiples factores: el
tiempo, el lugar, la infraestructura, el tipo de normas, las condiciones económicas y culturales
de los sujetos, el tipo de relaciones sociales que mantienen, etc. Pero hay un factor contextual
particularmente importante. Me refiero a la capacidad institucional. Está demostrado que allí
donde las instituciones son débiles el incumplimiento aumenta.
¿Qué podemos hacer para evitar las trampas y el incumplimiento? No hay fórmulas mágicas,
pero si miramos las mentalidades antes descritas podemos ver que existen tres antídotos
contra el incumplimiento. Así, contra la actitud del vivo, se necesita una autoridad capaz de
imponer sanciones efectivas; así se disuade la viveza. Contra la actitud de los rebeldes se
requiere una autoridad que sea legítima y respetada por lo que es y por lo que hace. Por último,
contra la actitud del arrogante es indispensable acabar con los fueros, las prerrogativas, los
privilegios y promover una cultura de la legalidad y la igualdad ciudadana ante la ley.
Tomado de GARCÍA VILLEGAS, Mauricio. “Esa manía de hacer trampa”. Generación. El
Colombiano. Medellín, 23 de octubre de 2011, p. 21. Textos citados del mismo autor:
“Ciudadanía y cultura del incumplimiento de reglas”, en Cátedra de formación ciudadana. Un
aporte a la construcción de civilidad. Memorias 2006-2007. Medellín, Universidad de Antioquia,
2007, pp. 51-66 y “Normas de papel. La cultura del incumplimiento de reglas” (entrevista).
Boletín del Área de Derecho Público Universidad EAFIT. Medellín, No 5, 2010, pp. 17-20.

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