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La actitud religiosa
La religión en la historia
El sentimiento religioso
Actividad.
1. Al terminar estas lecturas construye en ensayo de mínimo 20
renglones en donde involucre cada uno de esos pequeños títulos.
- ¿Por qué el ser humano siempre ha sido religioso? Intenta construir una
hipótesis.
Una segunda etapa aparece con la reflexión sobre la muerte que implica la
conciencia del misterio de la vida y de la supervivencia.
Características Características
1ª. etapa 4ª. etapa
2ª. etapa 5ª. etapa
3ª. etapa 6ª. etapa
Tomado del libro: Hablemos de Dios grado 9 de Javier Cortes – Samuel Forcada – Gaspar C.
La conciencia moral es esa voz interior que nos obliga a actuar de una forma y
también nos dice si son correctas o no nuestras acciones. Es la capacidad de
juzgar no solo nuestras acciones, sino también las de los demás, como buenas o
malas.
Los actos morales, como actos que son, están orientados hacia el exterior, la
realidad, el mundo, los demás. Pero, por ser morales, tienen un aspecto interno,
que es el que hace que sean valorables. No podemos olvidar que somos morales
porque sabemos que podemos elegir, porque sentimos que tenemos posibilidad
de seguir caminos diferentes en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que
nuestras acciones tienen consecuencias. La conciencia de estas consecuencias
es la base del aspecto interno de la moral, en ella está el origen de la valoración
de nuestros actos, nuestros hábitos o nuestro modo de vida. Pero la conciencia
moral es también conciencia de la libertad, conciencia de que no todas las
posibilidades de elección son igualmente valiosas. Por eso es especialmente
importante planteamos qué es y cómo funciona. La misma palabra que usamos
para referirnos a ella ya nos da una pista: estar consciente significa darse cuenta
de lo que ocurre alrededor. La conciencia es una forma de conocimiento o de
percepción. La conciencia moral es con lo que nos damos cuenta de lo que vale,
de lo que merece la pena para la vida, de lo que es bueno – o bien, de lo que no
merece la pena, de lo malo, de lo que hay que evitar-.
Dios crea por amor, crea desde el amor y para el amor. Es más, nos crea como
“la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24). Es lo
que permite decir al salmista: “Qué es el hombre para que te acuerdes de él… Lo
hiciste por inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el
mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies” (Sal. 8, 5-7).
Desde el punto de vista social, la ausencia de esta dimensión relacional hace que
el ser humano se vuelva en contra de los otros hombres. Es la tragedia del
humanismo no creatural que planteó ya hace muchos años Henri De Lubac. Es
verdad que la persona puede construir el mundo prescindiendo de Dios, pero, “al
fin y al cabo, sin Dios no puede menos que organizarlo contra el hombre. El
humanismo exclusivo es un humanismo inhumano”. Es lo que llevará a decir a
Pablo VI que “no hay, pues, más que un verdadero humanismo que se abre al
Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la
vida humana. Lejos de ser la norma última de los valores, el hombre no se realiza
a sí mismo si no es superándose”.
Lo manifestado por Veritatis Splendor nos pone, sin embargo, ante un conflicto:
por evitar el subjetivismo de una moral que desconoce la verdad objetiva, se corre
el peligro de presentar al ser humano como un receptor pasivo que solo lee lo
escrito por Dios o solo escucha lo revelado por Él. Tal concepción pugna con un
necesario papel activo en que la persona crea valores, y en este proceso
encuentra a Dios. Es la dinámica de descubrir el misterio de Dios en la
inmanencia del ser humano, ya que Aquel no es un ser extraño ni ajeno al
hombre. Es quien lo “finaliza”. La expresión invenire tiene la riqueza del “inventar”
y del “encontrar”.
CIBERGRAFÍA:
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci arttext&pid=S0049-
34492001000100009
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