Sei sulla pagina 1di 7

BOBY, EL PEQUEÑO ESTUDIOSO

PARA: Rosita Bustamante Mori, en memoria de su amigo Boby.

¡Boby no te mueras!, ¡Boby no te mueras! 

Era la suplicante voz de Rosita Bustamante que aquella mañana de un aciago


día veía morir en sus brazos a su amado Boby.

Fue en el mes de los enamorados cuando Rosita fue al lugar pintoresco


llamado Dos Puentes a visitar a su tía. Eran aproximadamente las 8 de la
mañana cuando llegó al mencionado lugar. En esas circunstancias vio a una
hermosa camada de perritos, eran ocho en total, y tenían medio mes de
nacidos, según supo después por su tía. Rosita y su primo se propusieron
bañar a los perritos en una tina. Cuando estaban en plena faena se percataron
que faltaba un perrito y lo encontraron escondido entre las plantas, era el más
chiquitito, entonces lo jalaron despacito para poder bañarlo. Cuando terminaron
de secarlos dejaron que la mamá perra, les diera de mamar. Fue en ese
instante que el más pequeñín se acercó y le lamió el pie a Rosita. Su tía al ver
aquella escena le dijo que le regalaba y ella muy contenta decidió llevarlo a su
casa en la ciudad de Chepén.
Al llegar Rosita a su casa en Chepén lo puso en un patito de peluche que ella
había hecho, y luego fue al mercado a comprar un biberón y leche para darle
de comer. Fue así que el perrito se acostumbró a tomar siempre su biberón y
ella decidió entonces bautizarlo con el nombre de Bobby. Todos los días lo
pasaba jugando con Boby hasta que empezó los estudios en el colegio, y tuvo
que ir muy temprano a clases quedando solamente las tardes para jugar con él.
En mayo tuvo que ir a Lima para el cumpleaños de su abuela, así que tuvo que
dejar a Bobby encargado en la casa de una amiga del colegio porque nadie iba
a estar en su casa y allí lo dejó. Al regresar de Lima después de 2 semanas,
tuvo que esperar tres días para que le entregaran a su perrito. Así fue como un
viernes en la tarde fue a recoger a su pequeño Bobby, el niño que lo cuidaba le
dijo que estaba durmiendo y que le daba miedo levantarlo, entonces lo mando
a su otro hermanito que jugaba siempre con Bobby para que lo bajara del
segundo piso. Cuando lo vio inmediatamente se abalanzo sobre ella dejando
rápidamente los brazos del niño que lo tenía cargado. Ella lo cogió y le dio un
abrazo muy fuerte mientras él le lamia la cara. Lo tuvo que esconder en su
mochila para que no se diera cuenta la profesora puesto a que se había salido
del colegio a escondidas en la hora del recreo. Ese día la profesora empezó a
tomar la tabla de multiplicar del número dos y el que no sabía los agarraba a
palmetazos.

-Haber Juanita cuando es dos por dos, manifestó la profesora.

La niña se quedó muda no sabía la respuesta.

-Apúrate- volvió a repetir la maestra.

La niña seguía sin contestar y miraba al techo como queriendo encontrar la


respuesta allí.

En eso la maestra volvió a repetir:

-¡Cuánto es dos por dos Juanita!

-guau, guau, guau, guau!, se escuchó en el silencio sepulcral del aula.


Y todos voltearon la mirada de dónde provenían esos ladridos. Efectivamente
eran de la mochila de Rosita donde se encontraba Boby escondido. La maestra
le ordenó que abra la mochila, y apareció alegremente la cabeza de Boby con
su lengua rojiza le pasó por sus manos de la profesora. Ésta en lugar de
enojarse se sonrió porque le había a salvado a Juanita porque Boby contestó
correctamente con cuatro ladridos la respuesta de la pregunta formulada. Y
para probar que indudablemente Boby sabía multiplicar la profesora preguntó a
otra niña:
-Cuánto es tres por dos, Lucía.

La niña se quedó muda y no sabía qué contestar. Y en eso se escuchó


nuevamente:
-guau, guau, guau, guau, guau, guau.

Y desde aquel día Boby fue el más mimado de la escuela porque sabía
multiplicar. Y Rosita había descubierto que él tenía un don, el de saber la tabla
de multiplicar. Cuando regresaron a su casa su mamá se sorprendió al ver
nuevamente a Bobby y fue informada que sabía multiplicar. Y todos se
alegraron de volver a tenerlo en casa. Y los niños vecinos de Rosita todos los
días desde aquel suceso se iban a jugar con él para preguntarle la tabla de
multiplicar. La noticia que Boby sabía multiplicar llegó a los oídos del cirquero
de los Hnos Fuentes Gasca quien propuso a su dueño comprárselo para que
haga su número en el circo respondiendo a la tabla de multiplicar, pero la
propuesta fue rechazada por su dueña que no quería desprenderse de su
amigo. 
Así transcurría la alegre vida de Boby en casa de Rosita. A él le encantaba
jugar con las muñecas y estiraba su pata en señal de amistad. Le gustaba
mucho que le hagan cosquillas, y también le encantaba su patito de peluche
con el que siempre dormía abrazadito. Al cumplir un año de edad Bobby le
aruño en la pierna a Rosita, haciéndole una herida, y ella se puso a llorar.
Entonces ocurrió lo insólito, fue donde estaba la mamá de Rosita y empezó a
ladrar fuerte. Y como no le hacía caso. Regresó y se puso delante de Rosita,
llevando consigo una muñeca que era la preferida de ella, y con su hocico iba
empujándolo para colocarlo en los pies. Ella lo regresaba y él lo volvía a
colocar debajo de los pies, hasta que Rosita lo tenga bien sujetada a la
muñeca. Y luego de hacer esto se iba moviendo la cola. Y así cada vez que
Rosita lloraba él se iba y buscaba a la muñeca y lo colocaba en los pies de ella.
A veces Rosita fingía llorar para que Boby le trajera la muñeca. Pero el muy
astuto traía su pelotita de hule para que jueguen juntos. Sin lugar a duda era
muy inteligente. En otra ocasión cuando Rosita y su hermano se pusieron a
pelear, Bobby se abalanzó contra él para morderlo. Ella tuvo que llamarlo con
voz fuerte, y él lo miró con una expresión de inmensa ternura “EL TE QUERIA
HACER DAÑO Y YO TAN SOLO TE QUERIA DEFENDER”. Esa mirada de
cariño quedó impregnada en la memoria de Rosita para siempre porque fue tan
humana y llena de ese sentimiento llamado, amor. Y se podía leer en sus ojitos
y en su mente “SOY CAPAZ DE DAR MI VIDA POR DEFENDERTE”. El papá
de Rosita que había presenciado la escena se quitó la correa para golpear a
Bobby, pero ella tuvo que agarrar la correa y no dejar que lo golpearan. Su
madre salió en su defensa diciendo que su hermano fue el que empezó, y que
Boby tan solo la defendió. Luego Rosita salió con él a jugar en el corral, y no
podía quitárselo de la mente esa mirada tan apacible como el suave viento de
un alegre atardecer. En ese instante le prometió que jamás me separaría de él
y que siempre lo cuidaría para que nadie le hiciera daño.
Boby siempre tenía la costumbre de salir ladrando hacia la calle cuando se le
abría la puerta y se enfurecía más si alguien se le acercaba a Rosita o rondaba
cerca de la casa. No le gustaba que nadie se le acercara era celoso y muy
protector de su amo.

Un día Rosita se enfermó y Bobby se encargó de cuidarla. Se echaba a su lado


y no se movía todo el día de allí. Lo cuidaba como si fuera su hermana mayor.
Pasado un tiempo Bobby aprendió a subir al techo de la casa de Rosita, y
cuando ella salía a efectuar compras. Éste se subía por el techo de la casa y
corría de techo en techo por toda la cuadra persiguiéndola hasta la siguiente
esquina donde quedaba la bodega e incluso le gustaba quedarse dormido de
tanto esperar a Rosita cuando ésta se demoraba conversando con sus amigos
del Kiosco. En una de esas correrías Bobby se cayó del techo de una casa de
nuestro vecino y se golpeó muy fuerte la cadera. Lloraba lastimosamente
Rosita se puso a sobarle y tuvo que vendarle una parte de la cadera para evitar
que se hiciera más daño con el movimiento al querer caminar. Estuvo vendado
toda una semana, pero al recuperarse no aprendió la lección y se volvió a caer,
esta vez no se hizo daño ya que cayó en una cama pero si rompió varias hojas
de calaminas.
Bobby fue creciendo y se convirtió en un hermoso ejemplar. Llegó a ser el fiel
compañero para la madre de Rosita, ya que ésta se encontraba delicada de
salud. Le acompañaba todo el día, y tan sólo se alejaba de ella cuando todos
estaban en casa. La mamá de Rosita no podía acariciarlo así que frotaba su
cabeza contra los pies de la señora. En esas circunstancias Rosita había
dejado su examen de comunicación sobre la mesita de noche que su maestra
“mechita” le había entregado el día anterior, estaba desaprobada tenía diez.
Empezó a buscarla y no la encontraba por ningún lado, pero en eso logra
divisar que Boby estaba jugando con un pedazo de papel, y era su examen.
Éste se había comido la primera parte del examen donde estaba aprobada y
solamente había dejado la última parte desaprobado con todos los errores
ortográficos. Cuando llegó a la escuela no sabía qué hacer porque la maestra
empezó a pedir los exámenes firmados por sus padres. Entonces Rosita tuvo
mucho miedo que lo vayan a castigar.
-Rosita Bustamante, su examen por favor- dijo la maestra “mechita”.
Ella se acercó con mucho miedo y había doblado el examen para que la
profesora no se dé cuenta de la travesura que había cometido Boby.
-Qué pasó con el examen- preguntó la docente.

-Es que mi perro se lo ha comido la mitad, respondió Rosita.


-Qué su perro es estudioso porque se comido la primera nomás- volvió a
proferir la profesora mechita.

-Así es maestra “mechita” mi perro no come errores ortográficos porque le hace


mal para su estómago-manifestó Rosita, con mucho temor por el castigo.
-ja ja ja ja ja, rieron todos sus compañeros conjuntamente con la maestra.
Fue un día funesto del gélido invierno cuando Bobby se puso inquieto y se
comportó medio raro. Rosita ese día tuvo clases todo el día. Cuando regresó
del colegio se fue a descansar un rato, él entró a su cuarto lo levantó con un
ladrido muy lastimero. Ella se levantó lloriqueando lentamente después de
haber tenido un nefasto sueño, como presintiendo que algo malo iba a suceder.
Él le lamió los pies y le dejó la muñeca en su delante como diciéndole que no
llore. Ella le dio un suave beso en su frente, y le hizo una dulce caricia con sus
suaves manos sin saber que se estaba despidiendo. Rosita se agachó
lloriqueando, y hubiese querido retener a su entrañable Boby, pero éste
empezó a salir lentamente dejándola con un nudo en la garganta, y un dolor
infinito en el corazón. Por último, desde el umbral de la puerta, lo miró con esos
ojitos tan lindos entre pardos y plomos verdosos. En sus manos quedó
impregnado la suavidad de su pelaje más blando que un copo de algodón, y
cuando nuevamente pasó la mano por el hocico. Éste agachó la cabeza y le
lamió los pies. Ella le dijo qué te pasa mi loco bello, mi pequeño leoncito por
qué estás triste. Él volteó la mirada y empezó a ladrar entristecido. Y con la
mirada buscó la puerta, y sin volver la mirada hacia atrás. Salió corriendo.
Rosita no lo volvió a ver más. 
Más tarde cuando Rosita llegó a su casa lo recibieron en la puerta de su casa
su mamá y su hermano. Ella presentía algo en sus miradas y además sentía
una enorme tristeza porque esta vez no era Bobby quien lo esperaba en la
puerta, como lo hacía siempre. Lo primero que le dijo a su mamá en vez de
expresarle buenas noches fue la siguiente pregunta ¿Dónde está Bobby? Y ella
le respondió que no sabía dónde estaba. Corrió desesperada llamándolo por
todo el corral. Y empezó a llorar desconsoladamente. Lo buscó por toda la
casa. La mamá le dijo que mejor se vaya a dormir y que en la mañana lo iban a
buscar. Ella le contestó que no dormiría hasta encontrarlo. Tenía una
corazonada que lo iba a encontrar esa noche. Y así fue, encontró a Bobby a las
11.00 de la noche, entre todos lograron sacarlo del profundo pozo al cual había
caído. Estaba golpeado e hinchado, y con la mirada vidriosa mirando hacia lo
infinito. Rosita sintió que su corazón se destrozaba lentamente, y en ese
instante desfiló por su memoria todos los momentos vivido con su amado Boby.
Sus ojos se negaban a creer que en preciso instante se estaba muriendo su
bebé, ese pequeño que crío con bastante esmero a punta de biberones y
pequeños trozos de carne. Él que fue capaz de dar su vida por ella. Cuando su
padre lo sacó de ese horrible lugar, ella se lo pidió, y ni bien llegó a sus brazos
dio su último aliento.
-¡Boby no te mueras, por favor!

-¡Boby no te mueras, mi vida sin ti no es vida!

-Mi bebé me esperó para morir, sabía que lo iba a encontrar, sollozaba Rosita.
Cuando lo llevó a dentro de la casa lo puso en medio de la sala en su lugar
favorito en donde a él le encantaba sentarse a jugar con ella. Lo acostó
despacito y se quedó sentada esperando a que se levantara, pero todos los
que lo acompañaban sabían que era imposible. Ya no respiraba y no lo volvería
a hacer. Se quedó dos horas sin decir ni una sola palabra. Sus lágrimas
recorrían sus mejillas y caían sobre el cuerpo inerte de Boby. Ella tenía esa
ilusión y ese deseo de poder darle vida con sus lágrimas y pedía a gritos a Dios
que se compadeciera de este dolor tan profundo que sentía en la infinidad de
su corazón se quebraba sin poder hacer nada por resucitar a su bebé. Lo cargó
y lo echó en su camita que estaba encima de una vitrina, ya que a él le gustaba
siempre dormir en alto, lo abrigó con su mantita, a su costado colocó su patito,
y en sus pies la muñeca con que había jugado siempre. Así se quedó dormida
Rosita y en su sueño veía que por la ventana que daba a su cuarto, entraba
Boby como de costumbre, cuando lo hacía todas las mañanas. Al despertar
estaba llorando y se levantó pensando que todo había sido una pesadilla.
Llamó a Bobby y su mamá lo miró muy triste. Comprendió que no era un sueño
y que tenía que acostumbrarse a estar sin él. Boby fue velado en la casa de
Rosita. Contrataron los servicios de funeraria Cruz y fue velado dos días. Todo
el pueblo de Chepén estaba acongojado por la infausta noticia. El periódico
“Últimas Noticias”, y demás diarios regionales colocaron en grandes titulares la
infausta muerte del perro estudioso. Los periodistas de Chepén en sus
emisoras hicieron grandes reportajes sobre la muerte de Boby. La profesora y
los niños hicieron guardia todo el día. Y todo el mundo lloraba por el perro más
inteligente y bueno. A la hora del entierro fue llevado a la iglesia San Sebastián
donde el párroco Fernando Rojas Morey ofició una Misa de cuerpo presente.
Luego la banda de Músicos 12 de setiembre acompañó a Boby hasta su última
morada entonando acongojadas melodías bajo el manto de un mar humano
que lloraba desconsoladamente. Fue enterrado en el cementerio general de
Chepén y en su tumba se colocó un epitafio que decía: “Aquí descansan los
restos mortales de Boby el perro bueno y estudioso de Chepén”. Y Rosita
llorando desconsoladamente prometió ese día, que en memoria de Boby, daría
a sus semejantes todo ese amor tan puro y noble que él le enseñó a cultivar.

AUTOR: EMA.

Potrebbero piacerti anche