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AUGUSTO GUERRA

AMOR POLITICO: ENTRE LA INOCENCIA Y LA


POSIBILIDAD
La palabra «amor» es expresión integrada de la vida teologal, la cual, dada su
profunda unidad se manifiesta en cada tiempo toda ella a través de uno de sus
componentes. Dependerá de la sensibilidad de los tiempos. Parece que hoy esta
sensibilidad está en la línea de la caridad o amor al prójimo. La palabra «política»
tiene dos referencias esenciales: teología política, que intenta determinar políticamente
la práctica a que apelan como mediación; y política a secas, que además de definirse
por su relación a los problemas de la «polis», quiere insistir en su carácter práctico de
ciencia de lo posible. Desde estas coordenadas, el autor intenta reflexionar sobre la
realización social posible del amor, realización que, si bien es imperfecta, logrará
liberar al amor del fanal idealista y utópico en que se guarece con demasiada
frecuencia.

Amor político: ante la inocencia y la posibilidad. Revista de Espiritualidad, 44 (1985)


413-437

Mentalización siempre necesaria: hacer la verdad en el amor

¿Un viejo problema?

La relación entre evangelio y política es un viejo problema que, en la actualidad, ha


asumido un nuevo cariz. Una nueva cristología, siguiendo el camino del Jesús histórico,
ha venido a poner el problema con nueva intensidad y con acentos peculiares. Con
ayuda de la sociología y de los conflictos de nuestro tiempo, los teólogos se han
orientado hacia la dimensión política de los relatos evangélicos. Las cristologías neo-
tomistas no se preocupaban más que del "cómo" de la unión hipostática y del
mecanismo de la redención. Los teólogos parten hoy de las cuestiones existenciales,
tomando conciencia del sentido social y político del mensaje de Jesús (Ch. Duquoc).

Si a ello añadimos que la pneumatología no podrá olvidar que el fruto del Espíritu es el
amor (Ga 5,22), un amor que resume la ley y los profetas (Mt 22,37-40), podemos haber
dado un paso adelante en la mentalización y perspectivas de las relaciones entre amor y
política. La teología, si no quiere seguir estando en la torre de marfil de su mero decir
"Señor, Señor", tendrá que asumir la realidad como garantía de un caminar lento pero
alejado de todo idealismo inútil y engañoso.

Materialmente el evangelio (el amor) y la política han ido siempre unidos, pero quizá de
una forma extrínseca. Sea, pues, o no viejo problema, se trata de unirlos de verdad, por
más complicada que sea esta relación.

Un nuevo lenguaje

Nuestro tiempo no es el primero en utilizar el amor en contexto político. El contexto, sin


embargo, ha cambiado, como se puede notar no sólo en la estricta teología política, sino
también en otras teologías afines, e incluso en la espiritualidad, que, a diferencia de
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otros tiempos, no tiene reparo en hablar de la "dimensión política de la caridad" o de "la


fuerza revolucionaria del amor". La espiritualidad es consciente de que ha llegado el
momento de plantearse qué quiere decir amor. No podemos negarnos a asumir esta
fatiga semántica, porque todas nuestras expresiones -la política, la erótica, la economía-
son para el cristiano diversas formas de crecer y de ayudar a crecer en el amor (A.
Paoli).

Evolución histórica

Ya claramente en las cartas de Juan, el amor no se califica por la palabra, sino por la
obra. Ese es el amor que nace y crece en la verdad (1 Jn 3,18), y al que constantemente
se ha llamado al cristiano. Lo demás no es amor. Más aún, existe la convicción de que el
humanismo cristiano se distingue del humanismo antiguo en que éste predica una
libertad que es autodominio, autonomía y autosuficiencia, mientras que el primero es un
"éxodo en el que se abandona la autonomía y la autodeterminación de la propia vida
para ser de otro y para otro" (M. Legido).

Pero han sido los últimos papas quienes, con sus encíclicas de tipo social, han llevado al
cuerpo del cristianismo, la conciencia de la relación entre amor cristiano y dimensión
social a realizar, por más que a muchos oídos aquellas palabras sonaran a marxismo o
cosas parecidas.

Para explicar el nuevo mundo que nos rodea en esta materia, hay que referirse
necesariamente al mundo redescubierto de la esperanza. La filosofía de la esperanza (de
G. Marcel) descubrió un cauce dialoga], aunque demasiado limitado al interior de la
persona y de la intersubjetividad. Posteriormente E. Bloch abrió la esperanza al futuro,
con una carga subversiva del presente de verdadera entidad. A ese movimiento se unió
con fuerza la teología de la esperanza, que sensibilizó profundamente el ambiente
teológico y cristiano en unos años de revisión amplia de las realidades existentes. La
teología de la esperanza procuró distinguir, ya casi desde el principio, entre futuro y
porvenir, para no desvirtuar la fuerza que llevaba dentro. Posteriormente las teologías
política y de la liberación, desde contextos diferentes, dieron el golpe definitivo,
originando multitud de movimientos y comunidades que, a pesar de sus limitaciones,
hicieron cambiar profundamente las relaciones entre amor y operosidad.

Estas relaciones no han sido sólo de operosidad, sino también de ideología. Con el
tiempo han ido cambiando las relaciones ideológicas entre amor y realización socio-
política. Los cambios han sido fundamentalmente tres:

- Relación providencia-caridad: ha sido frecuente en moral y espiritualidad partir de


unas relaciones, que canonizaban como venidas de Dios las enormes diferencias entre
los hombres; diferencias que permitían a los cristianos pudientes ejercer la caridad.

- El amor como conclusión o deducción: las obras han sido consideradas


frecuentemente como un corolario necesario del amor, pero no afectaban a la realidad
misma del amor. Se trata de una relación extrínseca, aunque necesaria.
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- El amor como momento intrínseco: constitutivo del amor. Según esta concepción, no
existen enunciados del amor, sino la realidad del amor, que admite una gama amplia de
relaciones o concreciones.

Riesgos iniciales

La mentalidad de la dimensión socio-política del amor necesariamente corre unos


riesgos que es preciso descubrir para no dar palos de ciego. Tres de ellos merece la pena
tenerlos seriamente en cuenta:

- Logocracia: el término significa "dominio de la palabra", lo cual puede ser traducido


así: ya que no tenemos realizaciones correctas del amor, ni estamos dispuestos
valientemente a realizarlas, ni tenemos la esperanza de que tales realizaciones sean
posible algún día, justifiquémonos con el lenguaje más revolucionario sobre el amor.
Dejemos a los demás sin palabras, siendo nosotros los primeros en acuñar términos
fuertes e inocuos al mismo tiempo. Estamos ante un riesgo duro, porque la palabra y el
lenguaje consiguiente son necesarios: el riesgo de que el lenguaje no sea vehículo de
experiencia, deseos y propósitos, sino de deficiencias ocultantes.

- "Revolucionarios domingueros": expresión de M. de Certeau para referirse a las


personas que convierten la revolución (de los otros) en tema de conversación. Se trata
del riesgo de esconderse detrás de una geografía concreta, alejada de nuestra casa, para
teorizar y desear que se haga esa verdad en el amor. Los lugares geográficamente
lejanos son nuestra disculpa. Nos interesamos mucho por la revolución "de los otros",
dejando al margen la necesaria revolución "entre nosotros".

- Situación atemporal: el discernimiento espiritual, en el que el amor tiene una


expresión primordial, ha sido ampliamente relacionado con la política. Ha abandonado
el monopolio de la interioridad para simultanearlo con todas aquellas situaciones que,
de una manera u otra, afectan al compromiso cristiano. Y ha sido precisamente este
realismo político el que ha llamado la atención sobre la necesidad de tener en cuenta la
situación socio-política para que el discernimiento no caiga en múltiples ilusiones que le
harían no sólo inútil, sino incluso anticristiano.

La teología no debe abandonar el mirar amplio y universal de cualquier tema. La


reflexión es humanamente imprescindible para no acabar en simples gestos de buena
voluntad y de intenciones que no se sostienen, ni saben dar razón de su esperanza. Pero
hay que admitir que hoy la teología deductiva puede fácilmente ser tachada de aérea y
de no dar con la realidad. Y sin este realismo inicial de la vida, de la existencia, el
mensaje evangélico debería tener otros destinatarios. Por eso será siempre necesaria la
continua mentalización del núcleo del cristianismo, el conocer los trucos del desamor,
los riesgos de la evasión, las teorías ocultantes, etc.

II. Utopía del amor

El pensamiento utópico ha liberado al mundo de quedar atrapado en la contemplación


satisfecha del presente. El hombre a menudo se siente atrapado en horizontes muy
cortos de puro sentido. La utopía le abre a un futuro "cualitativo" infinito, siempre
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abierto, reclamando cotas no alcanzadas e infundiendo ánimos para alcanzarlas. En este


sentido la utopía no sólo hace descubrir lugares de belleza insospechada, que
permanecen ocultos a la experiencia de los ojos; actúa también como fuerza de
atracción para recorrer el camino hacia ellos. Si faltase esta segunda dimensión, la
utopía sería pura ilusión romántica y adolescente, inadecuada para tiempos de madurez.

Bandazos utópicos

En nuestro tiempo se ha acentuado una cierta sospecha respecto al pensamiento utópico.


Desde que la teología redescubrió la utopía, se hizo una llamada a "tener sumo cuidado
en no reemplazar un cristianismo del más allá (escatología clásica) por un cristianismo
del futuro (escatología o teología de la esperanza moderna); si el uno olvidaba este
mundo, el otro corre el peligro de descuidar un presente de miseria e injusticia, y de
lucha por la liberación" (G. Gutiérrez).

El futuro, emparentado esencialmente con la utopía, está recibiendo advertencias


fuertes, pues hay futuros relacionados con las más variadas formas de irracionalidad y
evasión.

Amor y utopía

También en el amor la utopía temeraria puede desvirtuar su dimensión política. El amor


puede pecar de "utópico" por estos caminos:

- El de la perfección: en el cristianismo el amor es una pieza importante, incluso única;


es el fruto del Espíritu (Ga 5,22), sobre el que seremos juzgados. Pero el amor es tal "no
lugar" (=utopía) que el hombre tiene un largo recorrido para alcanzarlo. Esta dimensión
utópica es necesaria como invitación constante para que el cansancio y la satisfacción
no justifiquen el descanso satisfecho de algo que no se ha alcanzado.

Pero aquí mismo encontramos lo que puede ser negativo en la utopía del amor. El amor
tiene un elemento de añoranza que nunca llega a ser poseído. La perfección del amor es
un concepto o un sueño y, en cuanto tal, una huída o un refugio. Ese mundo utópico en
el que sólo domina el amor puede ser una justificación o defensa de nuestras realidades
sin amor.

Valoramos positivamente la cercanía que se ha ido creando entre teoría y praxis, aunque
ciertos usos del sistema utópico son un mal presagio.

- El de la gratuidad: el amor es el reino de lo gratuito y, en un mundo dominado por el


eficacismo, el comercio y el consumo, se ve como pájaro de mal agüero. Pero el amor
tiene aquí una palabra fuerte que decir. La teología política y de la liberación, que
podrían parecer puro eficacismo, han captado y sostienen esta dimensión. En este
sentido Metz tiene duras palabras para la sociedad del intercambio instaurada por el
sujeto burgués, que entiende como amenaza todo lo que no posee un valor de cambio:
"el peligro de la burguesía consiste en dejar al arbitrio y al carácter facultativo del
individuo todo aquello que no se amolda al cálculo de la razón computadora y no se
somete a las leyes del mercado, es decir, del lucro y del éxito. El burgués, igual que
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hace de la religión una religión-servicio de la que echa mano de forma privada, también
hace de la tradición un valor del que se sirve privadamente" (La fe en la historia y la
sociedad, pp. 50-51). En esta religión no cabe el amor: "el proceso de racionalización
con su impronta evolutiva y una religión cristiana basada en el mandamiento del amor
parecen difícilmente conciliables o incluso incompatibles (...). En esta sociedad de
intercambio, racionalizada, una solidaridad que pacte no sólo ni primariamente con los
seres racionales, sino -más radicalmente- con los menesterosos, está llamada a
desaparecer" (Ib., p. 239).

Y, sin embargo, aquí también la utopía puede radicar en pensar que existe otro mundo
distinto del que pisamos. Ese otro mundo no existe, es este mundo que tenemos el que
hemos de transformar. También puede ser falsamente utópico olvidar que el comercio
ha estado a la base de la historia humana siempre, no solamente ahora. El análisis
marxista de la historia no puede ser olvidado tan fácilmente. Es una pena que el amor
gratuito no presida las relaciones humanas, pero es una realidad con la que hay que
contar. Si la gratuidad rehusara su verificación a través de la praxis, no sólo entraría en
la sospecha, sino en un nuevo dogmatismo y fuera de la mejor tradición espiritual, que
acude a las obras como a su instancia crítica más segura.

Aunque el amor se puede escapar y hacerse utópico por otros caminos, nos hemos
limitado a dos, que convergen en el peligro, común á cualquier utopía, de olvidar el
presente.

III. Para vivir la dimensión política del amor

Presentamos ahora algunos principios progresivos que han de ser tenidos en cuenta en la
realización concreta del amor.

Del antimarxismo al realismo

El marxismo, partiendo de un concepto positivista del hombre, creía ver el futuro de la


historia casi con tanta claridad como creía ver el pasado. Creía poder programarlo y
diagnosticarlo dogmáticamente. El éxito estaba asegurado, a pesar de las resistencias de
los dogmatismos económico y religioso. Pero la verificación del tiempo ha hecho caer
en la cuenta de que las cosas no eran tan claras y ha hecho surgir antimarxistas no sólo
entre los demócratas, sino también entre los mismos marxistas. Ha nacido así un
importante revisionismo, capaz de la protesta y también de utopía, lo que no tiene su
centro en la materia y que valora el deseo y la ilusión, el pensamiento libre y la entrega,
la música, la poesía, la pintura... En muchos ambientes estas artes han significado una
liberación importante, pero también un refugio, un "no lugar"...

A la base de las lecturas marxistas más clarividentes operan nuevos principios y


criterios metodológicos que, sin abandonar el criterio económico, estudian otros
criterios para 'interpretar y abrir la historia humana a un futuro inmediato y., a la vez,
duradero. Y, sin embargo, esta especie de antimarxismo convencido no puede perder el
realismo que siempre le caracterizó en su punto de partida. Hay que conjugar la
expresión "por encima de la realidad está el misterio", con esta otra "por encima del
misterio está la realidad". Es el realismo que buscamos.
AUGUSTO GUERRA

El marxismo, a pesar de su utopía y gratuidad -en el sentido negativo del término- peca
menos de falta de realismo que el liberal impecable, dispuesto a distorsionar los más
elementales derechos sociales de los desvalidos. Con frecuencia es una llamada inicial
al realismo más crudo y, en este sentido, ha de ser tenido muy en cuenta.

Del realismo al compromiso

Una percepción de la situación real, sobre todo en situaciones crueles e inhumanas, no


podrá quedarse en la "contemplación" estética o en la autocomplacencia verbal. El
cristiano sabe que lo suyo no es hablar, sino compartir. Si lleva las marcas de Jesús,
debe remontarse a las multitudes afamadas, ante las cuales la palabra de Jesús fue clara:
"dadles vosotros de comer" (Mc 6,37). Y esta palabra de Jesús no se limitó a la comida.
Se extendió a la necesidad cultural y sentido vital. También en este contexto, Jesús se
compadece de la multitud y se pone a enseñarles "con calma" (Mc 6,34).

El gesto de Jesús es de una naturalidad y de un realismo sin escapatoria. A Jesús se le


presentaron situaciones difíciles; no tuvo que inventárselas. Rompió criterios
geográficos y sociales. No llegó a todos, pero actuó en directo. Ante esto, el cristiano
tiene pocas posibilidades de escapatoria. Por más que esté acostumbrado a las
distinciones y "precisiones", su reacción debiera ser clara y directa.

"Vigilancia crítica" sobre la utopía

En tiempos de incertidumbre, de irracionalidad y también de utopía, es necesaria una


vigilancia crítica que condene y supere tanto la descalificación fácil como la seducción
irracional. Junto a la superación de la palabra de la pura racionalidad, pongamos la
vigilancia crítica como umbral de la propia actuación, de la experiencia de la persona y
de las medidas de acción a adoptar.

"¿Armas escatológicas?"

Parece que las armas son necesarias para llevar adelante la acción y el compromiso. Con
ellas nos defendemos, atacamos y persuadimos. La cuestión está en el género de armas
que se utilizan. Quizá las menos conocidas sean las "armas escatológicas": la fe, la
esperanza y el amor, convertidos en libertad, justicia y paz. Con estas armas los
cristianos "han de afrontar el combate presente, tomando las opciones históricas
exigidas por el mismo Señor. Al entrar en el compromiso histórico, la fraternidad
afronta siempre su combate desde las armas escatológicas. Desde ellas asume las armas
históricas para los gestos de cada hora" (M. Legido).

Sin pretender infravalorar dichas "armas escatológicas", creemos que es preferible


abandonar ese lenguaje, ya que el hombre de hoy no entiende otro lenguaje de armas y
armamentos que no sea el mortífero.
AUGUSTO GUERRA

Mediaciones socio-políticas

Para la realización del amor, la sociedad debe tener sus métodos o mediaciones, de
acuerdo con tiempos y lugares, o con ideas personales o grupales. Charles de Foucauld,
Luther King y Camilo Torres son, por ejemplo, tres testimonios de "caridad política".
Los tres fueron matados a causa de su solidaridad con los explotados, pero cada uno
utilizó mediaciones diversas. Cada cristiano continuará prefiriendo una u otra forma de
realización de ese amor que los tres -y otros muchos- predicaron y predican.

Una cosa parece cierta: una política que no tuviese a su disposición medio alguno para
hacer respetar su proyecto, dejaría de ser política, representaría una exigencia ética. Para
que el amor no se quede en palabras y pueda ser manifestado en el cuerpo de los
hombres, necesita mediaciones socio-políticas, clara y críticamente verificadas,
teniendo en cuenta que tales mediaciones forman parte de un modo de concebir las
relaciones democráticas entre las diversas fuerzas de poder y de producción.

El compromiso como dificultad y como camino

Aquí compromiso significa acuerdo al que se llega después de una negociación que no
convence a nadie, pero a todos parece posible en un momento determinado. En este
sentido el compromiso, que es visto por muchos como hipocresía, ruptura de criterios y
promesas o venta de uno mismo, puede ser un acto de amor. La política quizá destruya
muchas cosas, pero como ciencia y camino de lo posible, consigue otras muchas,
evitando que los hombres se enfrenten hasta límites mortales o que las diferencias sean
aún mayores de lo que son. ¿No es esto una realización posibilista (política) del amor,
que vence su propio dogmatismo perfeccionista?

Ya sabemos que el chalaneo no le va al lenguaje del amor, pero, ¿y si chalaneando se


diese de comer a un hambriento o de beber a un sediento? ¿Dejaría de ser una obra de
misericordia?; ¿sería lícito dejar morir a una persona para que el amor no se viera
impurificado por el chalaneo? Quizá el problema esté aquí: saber si el amor debe
quedarse al margen de la política para no verse salpicado por ella o aceptar ese riesgo en
beneficio del realismo. Optando por lo segundo, quizá el amor no esté de fiesta, pero
podrá vivir manteniendo así la esperanza y su al menos mínima o imperfecta
realización.

Además de estas mediaciones socio-políticas del amor - las normales en un mundo


secularizado- entre las cuales hemos destacado la "negociación", hay otras mediaciones
que conllevan "medidas de presión" y que son aceptadas por las mismas constituciones
democráticas. Son mediaciones que, debidamente escalonadas, contribuyen a posibilitar
la "fraternidad" en los límites de nuestra profunda pobreza y, por ello, son realizaciones
del amor fraterno. Una particular dificultad se presenta cuando hace su aparición la
violencia. Sobre ella, me remito a mi artículo Amor y violencia" (Rev. de Espiritualidad
39 (1980) 126-136.

Conclusión

Tres palabras pueden resumir y acabar de aclarar lo que he pretendido decir:


AUGUSTO GUERRA

-¿Autosuficiencia?: no lo creo. En el fondo todo cristiano está convencido de que la


comunidad tiene su inicio, mantenimiento y consumación en la acción escatológica de
Dios y de que la mejor manera de entender la caridad cristiana es comprenderla como
amor de Dios. Hemos querido insistir en que el cristianismo es religión a la que resulta
imprescindible el mediador, en quien tienen sentido y son imprescindibles las
mediaciones, también las socio-políticas.

-¿Utopía?: si el amor pierde su carácter utópico, esa operación habrá sido temeraria.
Pero si el amor no pierde su "inocencia", habrá que comercializarlo con países
inexistentes. En la utopía del amor podemos tener la palabra más valiente y la actitud
más cobarde, la mayor exigencia teórica y la huida más fabulosa, una creatividad
constante y una inagotable crítica con amparo de verdad. ¡Difícil compaginación de
estos aspectos complementarios!

- ¿Realismo?: eso es lo que quisiéramos y lo que normalmente nos faltará. Es lo que


perseguimos como base de cualquier operación que tienda a un bien futuro, también al
bien futuro del amor.

Condensó: MÀXIM MUÑOZ

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