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Si a ello añadimos que la pneumatología no podrá olvidar que el fruto del Espíritu es el
amor (Ga 5,22), un amor que resume la ley y los profetas (Mt 22,37-40), podemos haber
dado un paso adelante en la mentalización y perspectivas de las relaciones entre amor y
política. La teología, si no quiere seguir estando en la torre de marfil de su mero decir
"Señor, Señor", tendrá que asumir la realidad como garantía de un caminar lento pero
alejado de todo idealismo inútil y engañoso.
Materialmente el evangelio (el amor) y la política han ido siempre unidos, pero quizá de
una forma extrínseca. Sea, pues, o no viejo problema, se trata de unirlos de verdad, por
más complicada que sea esta relación.
Un nuevo lenguaje
Evolución histórica
Ya claramente en las cartas de Juan, el amor no se califica por la palabra, sino por la
obra. Ese es el amor que nace y crece en la verdad (1 Jn 3,18), y al que constantemente
se ha llamado al cristiano. Lo demás no es amor. Más aún, existe la convicción de que el
humanismo cristiano se distingue del humanismo antiguo en que éste predica una
libertad que es autodominio, autonomía y autosuficiencia, mientras que el primero es un
"éxodo en el que se abandona la autonomía y la autodeterminación de la propia vida
para ser de otro y para otro" (M. Legido).
Pero han sido los últimos papas quienes, con sus encíclicas de tipo social, han llevado al
cuerpo del cristianismo, la conciencia de la relación entre amor cristiano y dimensión
social a realizar, por más que a muchos oídos aquellas palabras sonaran a marxismo o
cosas parecidas.
Para explicar el nuevo mundo que nos rodea en esta materia, hay que referirse
necesariamente al mundo redescubierto de la esperanza. La filosofía de la esperanza (de
G. Marcel) descubrió un cauce dialoga], aunque demasiado limitado al interior de la
persona y de la intersubjetividad. Posteriormente E. Bloch abrió la esperanza al futuro,
con una carga subversiva del presente de verdadera entidad. A ese movimiento se unió
con fuerza la teología de la esperanza, que sensibilizó profundamente el ambiente
teológico y cristiano en unos años de revisión amplia de las realidades existentes. La
teología de la esperanza procuró distinguir, ya casi desde el principio, entre futuro y
porvenir, para no desvirtuar la fuerza que llevaba dentro. Posteriormente las teologías
política y de la liberación, desde contextos diferentes, dieron el golpe definitivo,
originando multitud de movimientos y comunidades que, a pesar de sus limitaciones,
hicieron cambiar profundamente las relaciones entre amor y operosidad.
Estas relaciones no han sido sólo de operosidad, sino también de ideología. Con el
tiempo han ido cambiando las relaciones ideológicas entre amor y realización socio-
política. Los cambios han sido fundamentalmente tres:
- El amor como momento intrínseco: constitutivo del amor. Según esta concepción, no
existen enunciados del amor, sino la realidad del amor, que admite una gama amplia de
relaciones o concreciones.
Riesgos iniciales
Bandazos utópicos
Amor y utopía
Pero aquí mismo encontramos lo que puede ser negativo en la utopía del amor. El amor
tiene un elemento de añoranza que nunca llega a ser poseído. La perfección del amor es
un concepto o un sueño y, en cuanto tal, una huída o un refugio. Ese mundo utópico en
el que sólo domina el amor puede ser una justificación o defensa de nuestras realidades
sin amor.
Valoramos positivamente la cercanía que se ha ido creando entre teoría y praxis, aunque
ciertos usos del sistema utópico son un mal presagio.
hace de la religión una religión-servicio de la que echa mano de forma privada, también
hace de la tradición un valor del que se sirve privadamente" (La fe en la historia y la
sociedad, pp. 50-51). En esta religión no cabe el amor: "el proceso de racionalización
con su impronta evolutiva y una religión cristiana basada en el mandamiento del amor
parecen difícilmente conciliables o incluso incompatibles (...). En esta sociedad de
intercambio, racionalizada, una solidaridad que pacte no sólo ni primariamente con los
seres racionales, sino -más radicalmente- con los menesterosos, está llamada a
desaparecer" (Ib., p. 239).
Y, sin embargo, aquí también la utopía puede radicar en pensar que existe otro mundo
distinto del que pisamos. Ese otro mundo no existe, es este mundo que tenemos el que
hemos de transformar. También puede ser falsamente utópico olvidar que el comercio
ha estado a la base de la historia humana siempre, no solamente ahora. El análisis
marxista de la historia no puede ser olvidado tan fácilmente. Es una pena que el amor
gratuito no presida las relaciones humanas, pero es una realidad con la que hay que
contar. Si la gratuidad rehusara su verificación a través de la praxis, no sólo entraría en
la sospecha, sino en un nuevo dogmatismo y fuera de la mejor tradición espiritual, que
acude a las obras como a su instancia crítica más segura.
Aunque el amor se puede escapar y hacerse utópico por otros caminos, nos hemos
limitado a dos, que convergen en el peligro, común á cualquier utopía, de olvidar el
presente.
Presentamos ahora algunos principios progresivos que han de ser tenidos en cuenta en la
realización concreta del amor.
El marxismo, a pesar de su utopía y gratuidad -en el sentido negativo del término- peca
menos de falta de realismo que el liberal impecable, dispuesto a distorsionar los más
elementales derechos sociales de los desvalidos. Con frecuencia es una llamada inicial
al realismo más crudo y, en este sentido, ha de ser tenido muy en cuenta.
"¿Armas escatológicas?"
Parece que las armas son necesarias para llevar adelante la acción y el compromiso. Con
ellas nos defendemos, atacamos y persuadimos. La cuestión está en el género de armas
que se utilizan. Quizá las menos conocidas sean las "armas escatológicas": la fe, la
esperanza y el amor, convertidos en libertad, justicia y paz. Con estas armas los
cristianos "han de afrontar el combate presente, tomando las opciones históricas
exigidas por el mismo Señor. Al entrar en el compromiso histórico, la fraternidad
afronta siempre su combate desde las armas escatológicas. Desde ellas asume las armas
históricas para los gestos de cada hora" (M. Legido).
Mediaciones socio-políticas
Para la realización del amor, la sociedad debe tener sus métodos o mediaciones, de
acuerdo con tiempos y lugares, o con ideas personales o grupales. Charles de Foucauld,
Luther King y Camilo Torres son, por ejemplo, tres testimonios de "caridad política".
Los tres fueron matados a causa de su solidaridad con los explotados, pero cada uno
utilizó mediaciones diversas. Cada cristiano continuará prefiriendo una u otra forma de
realización de ese amor que los tres -y otros muchos- predicaron y predican.
Una cosa parece cierta: una política que no tuviese a su disposición medio alguno para
hacer respetar su proyecto, dejaría de ser política, representaría una exigencia ética. Para
que el amor no se quede en palabras y pueda ser manifestado en el cuerpo de los
hombres, necesita mediaciones socio-políticas, clara y críticamente verificadas,
teniendo en cuenta que tales mediaciones forman parte de un modo de concebir las
relaciones democráticas entre las diversas fuerzas de poder y de producción.
Aquí compromiso significa acuerdo al que se llega después de una negociación que no
convence a nadie, pero a todos parece posible en un momento determinado. En este
sentido el compromiso, que es visto por muchos como hipocresía, ruptura de criterios y
promesas o venta de uno mismo, puede ser un acto de amor. La política quizá destruya
muchas cosas, pero como ciencia y camino de lo posible, consigue otras muchas,
evitando que los hombres se enfrenten hasta límites mortales o que las diferencias sean
aún mayores de lo que son. ¿No es esto una realización posibilista (política) del amor,
que vence su propio dogmatismo perfeccionista?
Conclusión
-¿Utopía?: si el amor pierde su carácter utópico, esa operación habrá sido temeraria.
Pero si el amor no pierde su "inocencia", habrá que comercializarlo con países
inexistentes. En la utopía del amor podemos tener la palabra más valiente y la actitud
más cobarde, la mayor exigencia teórica y la huida más fabulosa, una creatividad
constante y una inagotable crítica con amparo de verdad. ¡Difícil compaginación de
estos aspectos complementarios!