Sei sulla pagina 1di 4

ANTES Y DESPUES DE LA JURA DE LA INDEPENDENCIA EN JAUJA

Crónica de la vida del sacerdote y coronel Bruno Terreros Baldeon y de su muerte no


anunciada en el escenario de la participación de las montoneras del Centro en la jura de
la Independencia del Perú en Jauja: un ensayo sobre los cambios y continuidades del
sistema colonial en Muquiyauyo, Jauja, Junín.

El concejo del distrito

Algunos “notables” de Muquiyauyo iniciaron en 1873 los trámites para conseguir la


erección de Muquiyauyo en distrito independiente de Huaripampa. El 14 de agosto de
1876, algunos mestizos organizaron la “Sociedad del Porvenir” encargada de llevar a cabo
tal proyecto, haciendo valer el número de habitantes de Muquiyauyo superior a
Huaripampa, y el dinamismo de la población expresado a través de sus diferentes obras.
Este proyecto fue combatido por Huaripampa y también por Jauja. Sin embargo, el 25 de
octubre de 1886, Muquiyauyo era erigido en distrito con 5 anexos dependientes: Paccha,
Canchaillo, Canchapunco, Viscas y Muqui. En 1896, al ser formado el distrito de
Lloclapampa, Muqiyauyo se quedó con un solo anexo, Muqui, erigido a su vez distrito en
1955.

La arena histórica

Es necesario señalar que las tierras, desde el momento de la invasión, hasta mediados del
Siglo XVI, eran poco estimadas como recompensa, porque tenían " ... escaso o ningún valor
para la mayoría de los españoles, con excepción de los que estaban más próximos a las
ciudades ... " (Keith, 1976: 54). Sin embargo, a medida que escaseó la encomienda de
indios como recompensa después de 1550, las tierras constituyeron las recompensas de
mayor utilidad. Es a partir de esta perspectiva que la merced fue el primer mecanismo para
acceder a la propiedad de la tierra. Las mercedes de tierras fueron consideradas como
recompensas finales de los conquistadores y de los primeros pobladores, "mediante una
merced de tierras, la corona o sus representantes (Virrey, Gobernador, Cabildos
autorizados), concedían a un particular el dominio sobre una porción de terreno que hasta
ese momento había estado en calidad de "realengo" ... (Guevara, 1993: 86). Paralelamente a
este mecanismo existieron otros, como la ocupación de hecho de tierras supuestamente
baldías, compra de tierras a los curacas, ayllus e indígenas particulares y transacción por
deudas, etc. Este desorden y despilfarro en la adquisición de tierras fue constatado por el
Virrey Francisco de Toledo (1573), quien dio cuenta a la Corona sobre el proceso de
despojo que venían sufriendo los indígenas. A partir de la denuncia hecha por el Virrey
Toledo, la Corona española comenzó a interesarse por reglamentar la posesión de la tierra
en toda América. A través de la Real Cédula del 10 de enero de 1589, dispuso que sólo la
Corona podía otorgar tierras y anuló las concesiones otorgadas por los Cabildos, pero, a su
vez, ofrecía la posibilidad de admitir en composición a los que no las poseían con una
titulación legítima. Esta disposición fue efectivizada con otra Real Cédula del 1 de
noviembre de 1591, donde se disponía la realización de la Primera Visita y Composición
General de Tierras en todo el Virreinato del Perú. En sustancia, ésta ordenaba y mandaba al
Virrey: " ... que la haga restituir en todas las tierras que cualquier persona tiene y poseen en
estas provincias del Perú sin justo e ilegítimo título haciéndolos examinar por ser suyas y
pertenecerle ... " Esta disposición fue ejecutada por el Virrey don García Hurtado de
Mendoza, y para ello nombró Comisiones o Visitadores para todas las provincias del
Virreinato. La disposición y la condición es clara, sin embargo, al parecer no fueron
cumplidas, ya que después de la Visita y Composición la venta de tierras de los curacas,
ayllus y de indígenas particulares continuó. Otro de los aspectos que aclara dicha medida es
sobre la posesión de la tierra de los indígenas, porque señala explícitamente que no eran
propietarios de las tierras repartidas sino simplemente usufructuarios, es decir, continuó la
propiedad colectiva sobre las tierras. Una vez terminada la repartición de tierras para cada
tributario y demás indígenas, se procedió también a confirmar la posesión de tierras del
cacique principal, éstas no podían ser vendidas ni heredadas a los hijos, sino eran
transferidas al cacique de turno, las tierras para el pago del tributo estuvieron ubicadas entre
las tierras de los tributarios y del cacique. Eran trabajadas por los mismos tributarios y de
sus productos y de su administración estaban encargados los curacas. El fruto era
básicamente destinado al pago de la tasa y no podía ser destinado para otros fines. La
Iglesia local también recibió topos de tierra para el sustento de los encargados del culto y la
catequesis. Por esto, los curacas principales y alcaldes estaban al cuidado de la siembra de
sus frutos, para con ellos comprar cera para las fiestas y hacer otros trabajos que la
comunidad estaba obligada para con la iglesia. Estos gastos e inversiones realizados por los
curacas y principales en la obra de la iglesia eran articulados a través de las cofradías. A la
vez, al corregidor de tierra estaba encargado de repartirlas entre los tributarios sin tierras.
Finalmente, uno de los propósitos del visitador era encontrar "tierras sobrantes, ya que estas
finalmente eran vendidas o sometidas a composición a favor de los españoles que
pretendían expandir su propiedad o simplemente tener posesión de ellas.(….)

Pero, en el caso del valle de Jauja, la situación fue particularmente diferente porque los
curacas lograron mantener el control del territorio y no tenemos evidencias la presencia de
encomenderos españoles. Es muy conocida la gestión y exigencia de los caciques del centro
a la corona para mantener su poder. Esta lucha que terminaron con éxito, después de
complejas negociaciones que llevaron en los pasillos de la corte española en Madrid, fue en
el contexto del debate oficial sobre la conveniencia de que la Corona entregara las
encomiendas a perpetuidad. Las nuevas medidas, buscaban despojar a los señores étnicos
de su jurisdicción ordinaria civil. Los encomenderos y sus descendientes, principales
propulsores de esta causa, solicitaban dominio jurisdiccional sobre sus indios, incluido el
poder para gobernar, ejecutar leyes y formular sentencias. Así, enfrentados con la
posibilidad real de que sus indios fueran encomendados perpetuamente a los encomenderos
y sus descendientes, quienes además conseguirían jurisdicción civil y criminal sobre ellos,
los caciques lucharon por la conservación de su autoridad étnica y para que sus indios les
fueran encomendados a perpetuidad. En una muestra de unidad de acción y articulación
política, los representantes de los indios ofrecieron superar la oferta de cinco millones de
ducados de oro hecha por los encomenderos al Rey si es que las encomiendas pasaban a
jurisdicción real, el tributo era reducido a la mitad, se devolvían las tierras usurpadas a los
indios y, sobre todo, se conservaban los antiguos privilegios de los curacas.. A través de
ellas, curacas como don Francisco Cusichaqui y don Felipe Guacrapaucar buscaron ser
nombrados encomenderos de sus indios (o que, en su defecto, los repartimientos del valle
pasaran a la Corona), con el fin de protegerlos de las pretensiones y demandas de los
encomenderos españoles.
Para asegurar las posesiones de las tierras y los tributos, la corona empleaba los llamados:
Repartimiento de Tierras que eran lotes asignados a las familias indígenas, con pleno derecho de
posesión para usufructuarlos y así poder generar los productos e ingresos para el sostenimiento
de su familia. Su régimen de propiedad era de carácter precario, esto es, que no podía
hipotecarse, enajenarse, transmitirse (excepto por herencia a la familia), etc. Además, debía
cultivarse en forma ininterrumpida (salvo en caso de fuerza mayor), ya que tres años consecutivos
sin cultivo era causa de privación de derecho sobre el lote. Entonces, el reparto de tierras está
claramente definida las unidades estamentales que existían en la Colonia y que habían sido
diseñadas tempranamente por Toledo.

Otro instrumento diseñado por el Virrey Toledo para ordenar las posesiones de las tierras, los
tributos y el control de la población era el llamado “Repartimiento de Tierras” que eran loteas
asignados a las familias indígenas para usarlos con pleno derecho para el mantenimiento de su
familia, pero no podía ni hipotecarse, ni venderse y solo transmitirse por herencia a su familia.
Además, debía cultivarse ininterrumpidamente y si, después, de tres años no eran cultivados
perdían el derecho de uso del lote.

Sobre las cofradías podemos decir que fueron las instituciones europeas introducidas a
Iberoamérica que tuvieron mayor impacto porque influenciaron la transformación de la sociedad
indígena. La entrada a la cofradía era en general voluntaria. Los curas y los frailes animaban
entonces a la población indígena para que formasen cofradías mediante el cual puedan propagar
la fe católica. El «éxito» fue más grande de lo que aparentemente habían esperado. Básicamente,
por la creciente crisis que afectó a las instituciones andinas como consecuencia de la conquista.
Los mayordomos no sólo eran responsables de velar por la vida religiosa de los cofrades, sino
también de los bienes que servían para mantener el culto. Estos, en el campo consistían
principalmente la administración de algunos terrenos y bienes inmuebles. La cofradía, de
composición étnicamente mixta presenta también para los indios una posibilidad de acumulación
de prestigio económico y social. (Celestino…)

Es necesario señalar que las cofradías fueron instituciones europeas introducidas en el periodo
colonia que tuvieron gran impacto porque brindaron un espacio social de reproducción de las
instituciones andinas que colapsaron con la conquista. “Ante este desequilibrio institucional y
emocional las cofradías llegaron a presentarse como nuevas formas de integración social a nivel
comunitario, ofreciendo una identidad social ya no principalmente basada en el sistema de
parentesco” ( Celestino y Meyers, 1977). En ese sentido, las tierras eran usadas para solventar los
cultos religiosos y las festividades culturales de los diferentes miembros agrupados de la
comunidad.

Por otro lado, los caciques y el cacicazgo, la institución que los fundamentaba, comenzarán a
transitar por un camino sin retorno y que marcará, inexorablemente, su desenlace final. El golpe
de gracia a este proceso de decaimiento vino con las consecuencias de la drástica política que
impuso la corona a las elites nativas del Perú luego de sofocada la gran rebelión iniciada en 1779,
acaudillada por el líder indio y cacique Túpac Amaru II, en la sierra sur peruana. La rebelión hizo
que los funcionarios hispanos repensaran el orden virreinal, lo que habría de tener efectos
desastrosos para la elite y nobleza indígena junto a los caciques de distintas regiones del virreinato
. A partir de este momento ingresarán a un túnel que, inevitablemente, los llevará a su
desaparición, y por las cuales no traspasarán el umbral del antiguo régimen. De este modo, los
caciques y la nobleza indígena se extinguirán junto con el surgimiento del Estado nación y el nuevo
régimen.

Potrebbero piacerti anche