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Matías Sánchez Jiménez Fotos Sergio Alfonso López

Reportaje
El Mercurio

La próxima semana, el ingeniero José Manuel Moller, creador de Algramo, anunciará la


transformación de su premiado emprendimiento, que incluye un nuevo sistema para
reutilizar envases y alianzas con marcas multinacionales. Un paso que, según él, podría
llevarlo a internacionalizar su carrera. Pero entremedio, el camino no ha sido fácil. Enfrentó
el quiebre con su socio, severos problemas económicos y reconoce que varias veces pensó
en renunciar.

José Manuel Moller -30 años, barba descuidada, zapatillas, pelo desordenado- habla rápido.
Sonríe. Mueve las manos. Hace seis años creó Algramo, un emprendimiento que puso en
almacenes de barrio, a través del cual vende -en máquinas dispensadoras- arroz, legumbres,
azúcar y otros productos a granel, pero con precios al por mayor. La idea, hoy reconocida
internacionalmente como un aporte a la innovación social, ha ganado varios premios dentro
y fuera del país, entre ellos el Emprendedor Social del Año, en 2017, entregado por revista
"Sábado" y Sistema B.

Pero lo que lo tiene ansioso hoy, mientras habla en el comedor de su casa en Providencia,
es el anuncio de la nueva etapa de Algramo, que comenzará a operar la próxima semana.
"Sí, estoy ansioso -reconoce-, porque es como reemprender, volver a empezar. Es lo más
innovador que hemos hecho. No es un salto continuo o discreto, acá estaremos en otra
posición, porque no hay nadie en el mundo que esté haciendo algo parecido".

Antes de seguir, Moller mira las plantas de la terraza, que se ven por las ventanas sin
cortinas de la sala. Están en maceteros que antes eran envases de plástico. Reutilizar no es
solo una ley en su vida, dice, sino que también la inspiración de lo que vendrá.

José Manuel hace una pausa antes de volver a la conversación: "Este nuevo Algramo es el
que me hubiese gustado crear desde un comienzo".

Piensa distinto

Moller no tiene el perfil típico de un emprendedor: dice que no es fanático de los coworks ,
que no usa post-it de colores y que no comulga con Steve Jobs.

Su infancia la vivió en Huechuraba. Rosario Domínguez, su mamá, es profesora de Artes y


directora de un jardín infantil gratuito en Villa La Esperanza en la misma comuna, y
Cedric, su padre, es un ingeniero civil también dedicado a los emprendimientos. "Soy una
mezcla bien equilibrada entre mis papás", resume Moller.

En 2007 entró a Ingeniería Comercial en la Universidad Católica. Recuerda que ya en su


primer mes de clases llamó la atención de todos con una intervención anónima en los
pasillos de la facultad, protestando contra la uniformidad del vestuario, ya que la mayoría
usaba parkas negras acolchadas de una misma marca.
"Me molestaba que fueran un ícono de moda, especialmente por su elevado precio", dice.
Entonces, pegó carteles con el logo editado de la marca, junto con las frases: "La
universidad no es una pasarela" y "¿Hasta cuándo con la moda?". "Adjudiqué los carteles a
'Piensa distinto', un movimiento donde yo era el único integrante. Entré radicalizado, en
contra de las personas, pero después te das cuenta de que estás en contra de las ideas, no de
las personas, porque al final ellas venían del mismo colegio que yo".

Luego organizó, junto a unos compañeros, otro movimiento, al que bautizaron como
Involúcrate. "Fue entretenida la mezcla que se armó, gente de derecha e izquierda. No
queríamos decir cómo pensar, solo queríamos establecer temas de conversación que no se
discutían".

También fue voluntario en Un Techo para Chile, como coordinador en proyectos de


vivienda definitiva. "Tenía 20 años y conversaba con personas de 60 que te hablaban de su
casa. La soñaban desde hacía 15 años y que tendrían que esperar otros seis para tenerla. Ahí
te das cuenta de que la burbuja tiene un límite y que mucha gente está más afuera que
adentro", reflexiona.

Redes y privilegios

En 2011, y aún cursando su carrera, José Manuel Moller se mudó desde Huechuraba hacia
La Granja. Junto a él, se sumaron otros tres amigos de carrera. La intención del grupo era
vivir la realidad de una familia chilena promedio.

En el día a día, Moller notó que comprar la versión pequeña de los productos, como
lavalozas o detergentes, resultaba más caro en el almacén de barrio que en el supermercado.
Y comprar los formatos más grandes tampoco era posible, porque no tenía presupuesto ni
cómo transportarlos.

Allí acuñó el concepto "impuesto a la pobreza" y surgió la idea de vender los productos a
granel por medio de una máquina dispensadora, para que el consumidor comprara y pagara
lo justo.

"Mi idea inicial siempre fue vender detergente en las máquinas, pero nos dimos cuenta de
que se apelotonaba por estar en un lugar cerrado; entonces, lo cambié por alimentos. El
nombre Algramo es por gramos de detergente, no por comida. Es casi un error científico",
ríe.

Mientras buscaba financiamiento para fabricar los dispensadores, Moller descubrió que no
existía la tecnología que combinara pagar y dispensar en una sola máquina. Tendría que
inventarla él.

Consiguió sus dos primeros fondos concursables: Jump Chile -$5 millones- y Desafío
Clave Socialab/Injuv -$28 millones-. En este último concurso conoció al diseñador
industrial Salvador Achondo. En 2013, ambos se asociaron para transformar la idea en una
empresa. "En esa ocasión, Salvador me dijo que no quería trabajar para mí, quería trabajar
conmigo", dice.

Algramo comenzó a ser reconocido en el mundo del emprendimiento y tomó popularidad


en la prensa, algo poco usual para un proyecto que recién estaba partiendo, relata Moller.
Frente a esto, cuenta que él y Achondo tomaron una decisión: Moller sería el rostro de la
empresa, marcaría la visión de Algramo, generaría instancias de alianzas y concretaría
ventas. Achondo, en tanto, tendría un papel más de ejecución, de hacer seguimientos a estas
alianzas y diseñar los dispensadores.

Pronto, llegaron reconocimientos internacionales. Para Moller, los más importantes son el
TED Fellow, Fast Company -ocupando el lugar 42 entre las 50 empresas más innovadoras
del mundo, ranking en el cual Chile nunca antes había estado-, Ashoka Fellow y Young
Global Leader. Este último es entregado por el World Economic Forum a jóvenes líderes
mundiales que pueden convertirse en agentes responsables de tomar decisiones de alto
impacto en el planeta.

"No me engaño, gran parte de las cosas que han resultado con Algramo es por las redes que
uno tiene, de donde vienes, de tus estudios y de cómo te llamas. Eso no deja de ser cierto.
La pregunta es: ¿qué haces con esos privilegios? Usarlos y tratar de abrir redes donde la
mayor dificultad es emprender".

"Hoy vivimos en una mentira de que el éxito es meritocracia -continúa-. Claramente, hay
que cumplir un mínimo de esfuerzo, pero tienes que sumarle otros factores, como tu
apellido y dónde estudiaste. Hay que aprovechar eso para generar un impacto positivo",
dice.

El quiebre

En 2017, y ya instalados en barrios vulnerables de Santiago, Algramo aún no llegaba a su


punto de equilibrio -seguía con pérdidas-. Los principales problemas apuntaban a la falta de
crecimiento, la producción de máquinas dispensadoras y un equipo de profesionales que no
podían costear.

Por entonces, la presión no estaba solo en sacar adelante una empresa con números rojos.
También en levantar otros dos proyectos que habían creado: Alcom -que entrega internet
inalámbrica a poblaciones donde no llegan las grandes compañías- y Altech -soluciones
tecnológicas a emprendimientos-. Todo eso, piensa Moller, comenzó a generar problemas y
roces entre él y Achondo, lo que terminó por separarlos.

"Se mezclaron las visiones de trabajo entre las empresas. Salvador es de la idea de estar
empujando en terreno, ayudando a descargar camiones, el que llega más temprano a la
oficina. Rescato puntos de esa forma de trabajar, pero mi idea es empujar desde un nivel
estratégico, de construir un buen relato y marca de Algramo, de motivar y movilizar a la
gente", cuenta Moller.
-¿Fue un error crear Alcom y Altech en ese momento?

-Sí, sobre todo si iban a ser las mismas personas que estarían detrás. Ese es el problema de
los emprendedores: ves la oportunidad y no quieres seguir esperando. El aprendizaje es
enfocarse y tener claro a qué le dedicas el tiempo.

-¿Le generó problemas con su exsocio ser el rostro de Algramo?

-Trae problemas y más presión. Pero desde el principio fue la estrategia que acordamos.
Algramo creció, tuvo mucha exposición y fue demasiado. Eran situaciones naturales, yo
venía del mundo de la política universitaria; entonces, para mí era más fácil presentar, tenía
el discurso, era lógico aprovechar las virtudes de cada uno. Con el tiempo, eso generó
ruido.

-¿Ganó más libertad después de la separación?

-Ambos ganamos. No tienes que preguntarle al de al lado qué tienes que hacer, lo que te
permite pensar mejor. Yo veo y decido lo que quiero para Algramo, situación que se
acomoda más a mi personalidad. Eso me permitió ser más ágil, cambiar y acelerar procesos
que dieron madurez a la empresa.

A fines de 2017, Achondo se quedó con Alcom y Altech, y José Manuel Moller con
Algramo. Su misión, dice, era sacar adelante esta empresa que aún no lograba saldos
positivos. Sebastián Burgos, gerente general de esa época, explica: "Si no cambiábamos la
estrategia y distribución, Algramo enfrentaría severos problemas económicos en los
próximos meses. Vendíamos legumbres, pero el margen de ganancia era muy bajo. Así que
tomamos ventaja de nuestra relación con los almacenes y comenzamos a distribuir otros
productos, sin la necesidad de las máquinas. También reorganizamos el equipo y se
optimizó el proceso".

José Manuel Moller reconoce que ese año pensó varias veces en renunciar. "Les contaba a
mis amigos que no me iba a rendir, porque Algramo es como mi hijo, mi apuesta, pero que
realmente no quería estar ahí. Tenía que sacarlo adelante a cualquier costo, aunque me
afectara mi entorno, amistades y relación de pareja".

-¿Aún mantiene esa postura?

-Sí, pero claramente no es sano. Creo firmemente, y estoy convencido, en el impacto que
puede generar Algramo. Como persona, soy menos importante que el impacto que puede
tener.

La reinvención

Con Algramo económicamente estable y presente en más de dos mil almacenes de barrio,
Moller descubrió que tenía que expandir y reinventar el modelo de su empresa para generar
un impacto a nivel mundial, disminuyendo los desechos plásticos.
Uno de los puntos que lo motivó fue el Acuerdo de París, que establece medidas para la
reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Chile ocupa el lugar número 40
como país contaminante, al producir 0,24 por ciento de la emisión global de C0 {-2} ,
según un estudio del World Resources Institute.

La primera idea para escalar de nivel fue instalar la marca Algramo en el retail , pero la
disyuntiva, para Moller, estaba en que la imagen de su emprendimiento está asociada a los
almacenes de barrio y él no quería salir de ahí.

"Entendí que el romanticismo que yo tenía con el discurso de los almacenes era muy de
élite ABC1. Creía que ellos estaban felices porque yo los estaba ayudando, cuando en
realidad si llegaba otra empresa con un detergente más barato, era lógico que la escogieran
porque el almacenero es una persona de negocios. Nunca hubo una identidad donde ellos
escogían Algramo por ser una marca de almacén, lo que fue un golpe a mi orgullo", dice.

José Manuel Moller tenía que ir más allá del almacén, crear alianzas con grandes empresas
-que son las que generan más plástico- y ofrecer una solución entre ambos. En Chile,
menos del 9 por ciento del plástico es reciclado y 17 por ciento proviene de los hogares,
mientras que la mayoría, 83 por ciento, se recoge de la industria o las empresas. "Todos
hablan del reciclaje como la gran solución, pero en realidad está muy cerca de ser el mismo
problema en muchos materiales", opina Moller.

Considerando los bajos índices de reciclaje, dice que comprendió que la solución era muy
simple: la gente debe reutilizar sus envases. Así se evitaría la producción de más envases
plásticos.

Pero ¿cómo lograrlo con Algramo? Convirtiéndolo en un sistema de ventas de productos de


marcas conocidas, en que las personas reutilicen los envases y paguen el precio más bajo
del mercado, ya que se estarán ahorrando el costo de la producción de un nuevo plástico.

Para este nuevo sistema, Algramo se unió con Unilever. Omo y Quix serán las primeras
marcas presentes en el área de limpieza; después se sumará Nestlé, con Purina Dog Chow y
Cat Chow, en el área de alimentos para mascotas.

A través de máquinas instaladas en 10 triciclos eléctricos por comuna -en Vitacura, Las
Condes, Providencia y Ñuñoa, comunas con más recursos, que generan más desechos y que
aún no son cubiertas con Algramo, explica Moller- se venderán los productos a domicilio.
Cada persona coordinará a través de una app la entrega y no tendrá costo de despacho.
Estos triciclos fueron lanzados en conjunto con Enel X -empresa de Enel que trabaja con
soluciones de electromovilidad-.

Dice Moller: "Los triciclos tienen el mismo espíritu de Algramo en los almacenes de barrio.
Siempre será el mismo repartidor, con quien generarás una cercanía y confianza, al igual
que con los dueños de almacenes".
Para comenzar a utilizar este servicio, las personas tendrán que crear una cuenta online en
Algramo, donde cargarán dinero para comprar. No habrá nada físico, más que el envase,
para concretar la compra. Luego, esta cuenta estará asociada a un sticker con un chip -que
usa la misma tecnología que la tarjeta bip!- adosado a todos los envases reutilizables del
usuario. Los dispensadores reconocerán la cuenta, se descontará lo pagado y se informará
cuánto plástico se evitó con esa compra, lo que se transformará en dinero para pagar más
productos.

"Estoy dando un incentivo económico para que la gente reutilice el envase. Nadie lo
olvidará en su casa o perderá porque al final es con lo que pagas, es como tu billetera.
Además, su diseño es transversal, porque necesitamos que todos lo usen. Si alguien sabe
usar la bip!, sabrá usar esto", cuenta Moller.

Este sistema de reutilización se ajusta con las exigencias de la Ley de Responsabilidad


Extendida del Productor, aprobada en 2016, que en su segunda etapa obliga a las empresas
a recuperar y reciclar los envases y embalajes que ponen en el mercado.

"En teoría, vamos a pagarle a la gente por comprar sus productos de siempre. Esto también
está pensado para el ciudadano promedio, ese que no tiene tiempo para reciclar. La
experiencia de Algramo me ha dado el espacio para entregarles esta solución", cuenta
Moller.

La actriz Juanita Ringeling es accionista minoritaria de la empresa. Cuenta que conoció a


Moller tras buscar ideas para instalar una tienda a granel, ya que es activista y suele
relacionarse con proyectos de sustentabilidad. Con sus redes, ayudó a enlazar algunas
marcas de productos en esta nueva etapa de Algramo.

"Darles la oportunidad a las marcas de cambiar también es fundamental. No podemos


esperar que el Estado y los privados hagan todo por nosotros. Cambiar nuestros hábitos
como consumidores y de producción, es la única solución para salvar el planeta y vivir en
una humanidad más justa y libre", explica Ringeling.

Esta nueva versión se estrenará el próximo viernes y partirá con 10 mil envases
reutilizables -que tienen una vida útil cercana a los 80 usos-, lo que evitará la producción de
800 mil envases plásticos.

Para esta etapa, José Manuel Moller está levantando un capital de 2 millones de dólares y
contrató a la agencia FutureBrand -creadora de Red, el nuevo nombre del Transantiago-
para diseñar la nueva imagen de la compañía. También trabaja con la consultora Deloitte,
en Estados Unidos, para armar una estrategia de franquicia y vender el modelo de negocio
en otros países.

"Chile es mi versión piloto, porque mi idea es llevar esta experiencia a Londres, donde la
regulación es más exigente con el consumidor y se generan más desechos. Además, ahí
están las oficinas centrales de las mismas marcas que usaremos. El reconocimiento de
Young Global Leader me permitirá conversar con las personas correctas", dice.
Moller cuenta que está confiado en que la idea va a funcionar, porque Algramo es una
marca que la gente conoce y tiene un valor. "No es como partir de cero. Al revés, hoy
podemos hacer todo esto porque tuvimos toda la experiencia anterior. Sin haber pasado por
los almacenes de barrio, solo sería un tipo con una buena idea, pero sin poder desarrollarla
ni poder hablarla con nadie", afirma.

"Después de la separación (con Achondo) volví a respirar un poco y me relaciono de


manera más normal, cuido mis espacios y hay lecciones aprendidas. No estoy al mismo
ritmo de 2017, hoy me siento más sano y contento. Estoy motivado con mi trabajo, no
siento que sea una carga. Hice una limpieza de lo que no me dejaba ver, de esa tensión
constante de que nunca veíamos el impacto que estábamos generando. Hoy, Algramo es
una solución la raja, y eso lo estoy disfrutando".

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