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TIEMPOS RECIOS: UN DERROTERO DEL FRACASO DE AMÉRICA

LATINA
Por Christian Espinoza Parra
Hablar de Mario Vargas Llosa como un paradigma de la necesidad de escisión entre el
escritor y su obra es, a estas alturas, un lugar común. Estoy seguro que en los casos de
los grandes de la literatura, su obra finalmente se sobrepone a sus posturas políticas y
acaba por volverse una con su autor. El lector no es torpe, diferencia lo uno de lo otro,
pero muchas veces, la capacidad del arte de dinamitar cualquier certeza u ortodoxia lo
hace proclive a dejar un velo entre eso que el escritor escribió y lo deslumbró y aquello
que dijo y le produjo espantó y repulsión.
Mi experiencia personal con la obra de Vargas Llosa inició con una de sus obras
imprescindibles La fiesta del Chivo y continuó con cierta decepción con sus relatos de
Los jefes hasta concluir, casi canibalizando, todas sus novelas que encontraba hasta la
última Tiempos recios. No creo sea este libro una obra maestra, sino una suerte de
homenaje a todo lo que hizo de Vargas Llosa un renovador de la literatura
contemporánea: diálogos telescópicos, narración por omisión, vasos comunicantes y
debate social. Tiempos recios cojea en ciertos momentos por un desborde de datos que
tropiezan con la atmósfera literaria, una prosa carente del brillo de obras anteriores y
por una declaración política manifiesta al final del libro, más propio a un politólogo y
no a un novelista. Sin embargo, antes me gustaría hablar brevemente sobre la novela:
Tiempos recios abarca un suceso, uno que lo emparenta con Borges, pero a la vez lo
diferencia diametralmente, pues el golpe de estado en Guatemala de 1954 orquestado
por la CIA y la United Fruit Company contra el gobierno legítimo de Jacobo Árbenz
determina el destino colectivo de un continente y no la vida de un individuo aislado en
su interioridad; no devela la verdad esencial de una existencia, sino la descomposición
vital del sistema.
Para desgracia de aquellos quienes colaboraron con los Estados Unidos y las oligarquías
guatemaltecas para tumbar a Árbenz, la fatalidad de la historia, tarde o temprano, los
diluye en sus redes. Así, la historia que se escribe en Tiempos recios, es la Historia
escrita con mayúscula y que en muchas ocasiones solo nos deja un puño cerrado,
iracundo y tantas preguntas, tantas decepciones. “¿Era la historia esa fantástica
tergiversación de la realidad? ¿La conversión en mito y ficción de los hechos reales y
concretos?”, se pregunta el narrador cuando las fuerzas de Árbenz por democratizar e
igualar las condiciones de vida de las gentes de su país están en irremediable zozobra.
Por eso, Vargas Llosa juega en esta novela con la documentación histórica y la
ficcionalización de la realidad: hay capítulos narrados con la solvencia de un reportaje
periodístico, intercalados con el periplo de un reparto coral de personajes (el presidente
Jacobo Árbenz, el golpista Carlos Castillo Armas, Johnny Abbes García, Miss
Guatemala, el embajador de los Estados Unidos) con una conversación entre un espía
dominicano y un conspirador guatemalteco que importa por cuanto importa lo que no se
dice, es decir, mientras en una parte de la narración la tensión está dada por el flujo de
los acontecimientos, en otros está dada por la inmovilidad (¿incomodidad?) del silencio.
Por otro lado, esta novela le permitió a Vargas Llosa la construcción de un personaje
memorable: Marta Borrero, conocida también por sus admiradores como Miss
Guatemala, aunque realmente nunca llegara a serlo. Marta es una mujer con una fuerza
apabullante, dotada de una inteligencia prominente y una capacidad inigualable para el
cálculo político, sin embargo, eso no evita que esté al vaivén de los acontecimientos,
como si este personaje no pudiera evitar el peso de sus propias decisiones, estando de
esa manera obligada a escapar para volver a repetirlo todo una y otra vez. Para Marta, su
adulterio con el peligro es un modo de vida, no una mera circunstancia; ella es una
mujer que le pertenece a la intemperie de la Historia.
Generalmente, la derrota de los personajes de Vargas Llosa (pienso en El Chivo y Roger
Casement para espoilear lo menos posible al lector), ocurre luego de una derrota en la
intimidad. Las batallas por el poder en el universo del escritor peruano se libran durante
el acto sexual y revitalizan o enfangan a sus personajes hasta el estado más abyecto de
la condición humana. El Chivo es asesinado tras fallar un intento de violación, a Roger
Casement le cuesta la pena de muerte su deleite carnal casi patológico. El Barón de
Cañabrava, en La guerra del fin del mundo, resulta una excepción cuando logra renacer
de sus cenizas al romper la moral establecida del Brasil de finales del siglo XIX. La
política, entendida como un compromiso y como una capacidad para organizar el orden
individual y colectivo, entonces no puede desligarse de la sexualidad y conseguir a
través de éstas tiranías sangrientas y corruptas. Un fragmento de una carta de Rosario
del Galván, un personaje de Carlos Fuentes sirve como prontuario: “Simplemente
considero que la política es la actuación pública de pasiones privadas. Incluyendo,
sobre todo, acaso, la pasión amorosa. Pero las pasiones son formas arbitrarias de la
conducta y la política es una disciplina. Amamos con la máxima libertad que nos es
concedida por un universo multitudinario, incierto, azaroso y necesario a la vez, a la
caza del poder, compitiendo por una parcela de autoridad”.
La declaración política del final del libro no es manifiesta porque hable mal de la
Revolución Cubana (que, sin duda, desde hace mucho tiempo equivocó su camino
enquistándose en el poder) ni del mito del Che Guevara, sino porque se refiere al golpe
de estado de Guatemala como una jugada de ajedrez, después de más de trescientas
páginas de diatribas contra la ferocidad del capitalismo: “Los tres [Vargas Llosa y dos
amigos suyos] coincidimos en que fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar
ese golpe militar contra Árbenz poniendo de testaferro al coronel Castillo Armas a la
cabeza de la conspiración. El triunfo que obtuvieron fue pasajero y contraproducente.
Hizo recrudecer el antinorteamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los
partidos marxistas, trotskistas y fidelistas… Hechas las sumas y las restas, la
intervención norteamericana en Guatemala retrasó decenas de años la
democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a
popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina”.
De todas maneras, confío en la perspicacia del lector para descubrir en esta novela una
de las encrucijadas del pasado y del presente siglo: el mayor peligro de la democracia es
llevarla a cabo hasta sus últimas consecuencias.

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