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ISBN 978-607-7629-37-5
ISBN 978-607-7629-37-5
Este libro fue sometido a un proceso de dictaminación por académicos externos de acuerdo
con las normas establecidas por el Comité Editorial de la Flacso México.
Introducción
Víctor Hugo Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Primera parte
Disciplinas
Ciencia política
Víctor Alarcón Olguín. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Sociología política
Ángela Oyhandy Cioffi. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Psicología política
Ricardo Ernst Montenegro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Segunda parte
Reglas e instituciones
Constitución
Enrique Serrano Gómez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Democracia
José Luis Berlanga Santos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sistemas de gobierno
Moisés Pérez Vega. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Partidos políticos
Víctor Hugo Martínez González. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tercera parte
Esferas y procesos
Sociedad civil
Sergio Ortiz Leroux. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Movimientos sociales
Martín Retamozo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Políticas públicas
Eduardo Villarreal Cantú. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Introducción
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Víctor H. Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú
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Introducción
La arquitectura de (Pre)textos
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El elenco de autores de (Pre)textos incluye a dos auténticos maestros, a quienes agradece-
mos su confianza y espaldarazo a este proyecto: Enrique Serrano Gómez y Víctor Alarcón
Olguín.
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Víctor H. Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú
“No puedo entender el gusto de la gente por Every breath you take, una
letra deprimente sobre un tipo obsesivo”. Así expresaba Gordon Sumner
(mejor conocido como Sting) su sorpresa ante la canción menos román-
tica y alegre de The Police que, vaya cosa, el público creyó un texto de
amor y dicha. Esta fortuna ocurre, a decir de Simmel, cuando las obras
ganan su propia autonomía y despiertan las lecturas o recepciones más
disímbolas.
Por la diversidad de ensayos aquí reunidos, por su naturaleza inter-
conectada, mas no rígida ni lineal, y porque es nuestro deseo que el lec-
tor ingrese a este “bosque narrativo” por la puerta de su agrado, interés o
capricho, este libro no posee un tablero de direcciones unívoco o invio-
lable. A guisa, sin embargo, de algunas (flexibles) instrucciones de uso,
organizamos sus temas y problemas conceptuales del siguiente modo:
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Introducción
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Víctor H. Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú
2
¿Qué es la política y qué puede esperarse de ella? es, no en balde, una pregunta canónica del
pensamiento político que Norberto Bobbio prioriza en su obra (Fernández Santillán,
1996: 55-59).
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Introducción
3
“Proletarización de la vida espiritual”, dirán Ostrogorski o Weber al hablar de los partidos
políticos. “Democracia, ese abuso de la estadística”, ironizará Borges refrescando un incle-
mente aforismo de Lichtenberg: “El bienestar de muchos países se decide por mayoría de
votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena”.
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Víctor H. Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú
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Introducción
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Frecuentemente reducida al control monopólico de los recursos de coacción física, “la pe-
culiaridad del Estado moderno (la legitimidad del poder estatal de la que habla Weber) es
vincular el control de los recursos de coacción al monopolio de la administración de jus-
ticia”. Sobre esta complejidad en la obra de Weber, véase Bobbio (en Fernández Santillán,
1996: 91-114) y Serrano (1994).
5
Sobre la emergencia del individuo moderno pueden consultarse Dumont (1987) y Béjar
(1988).
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Víctor H. Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú
6
Un valioso examen empírico de la precaria rendición de cuentas en México se encuentra en
Villarreal (2008).
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Introducción
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Genealogía y piruetas del concepto “crisis” se encuentran en Koselleck (2007).
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Víctor H. Martínez González y Eduardo Villarreal Cantú
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Introducción
Fuentes
Barry, Brian (1974). Los sociólogos, los O’Donnell, Guillermo (2007). Diso-
economistas y la democracia, Buenos nancias. Críticas democráticas a la de-
Aires, Amorrortu. mocracia, Buenos Aires, Prometeo.
Béjar, Helena (1988). El ámbito ín- Piglia, Ricardo (2001). Crítica y fic-
timo. Privacidad, individualismo y ción, Barcelona, Anagrama.
modernidad, Madrid, Alianza. Serrano, Enrique (1994). Legitima-
Dumont, Louis (1987). Ensayos sobre ción y racionalización. Weber y Ha-
el individualismo. Una perspectiva bermas: la dimensión normativa del
antropológica sobre la ideología mo- orden secularizado, Barcelona, uam/
derna, Madrid, Alianza. Anthropos.
Fernández Santillán, José (1996). Villarreal, Abel (2008). “Vigilancia y
Norberto Bobbio: el filósofo y la polí- fiscalización legislativa en México.
tica (Antología), México, fce. Los casos de Nuevo León, Distri-
Koselleck, Reinhard (2007). Crítica y to Federal y Tlaxcala (1997-2004)”,
crisis: un estudio sobre la patogénesis México, Facultad de Ciencias Políti-
del mundo burgués, Madrid, Trotta. cas y Sociales, unam (tesis doctoral).
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Primera parte
Disciplinas
Ciencia política
Víctor Alarcón Olguín*
Introducción
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Víctor Alarcón Olguín
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Ciencia política
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Gustavo Emmerich desarrolla la idea de una ciencia política orientada al servicio de los
ciudadanos como parte de su definición de la disciplina (Emmerich y Alarcón, 2007).
3
Expresión que, obviamente, nos lleva al ya clásico libro de Gabriel A. Almond (1990).
4
En oportunidades previas he expuesto mi postura en torno a lo que denomino análisis
integral e integrador de la política. Remito, entonces, a revisar directamente dichos trabajos
(Alarcón Olguín, 2002; 2006).
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Víctor Alarcón Olguín
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Ciencia política
5
Por ejemplo, cabe ver el balance de Gabriel A. Almond en “History of Political Science: An
Essay”, incluido en su libro Ventures in Political Science (Almond, 2002: 23-62). Si bien dicho
análisis proviene de la experiencia estadounidense, no deja de ser ilustrativo en las maneras
en que la disciplina fue desarrollándose no sólo por preocupaciones y méritos individuales,
sino por la búsqueda consciente de medios y espacios para hacerla prosperar y que cumpliera
con el objetivo de volverse necesaria para entender no sólo los procesos de funcionamien-
to del gobierno y la administración del Estado, sino también los modos de participación y
socialización de los individuos dentro de las actividades políticas. La fundación en 1903
de la American Political Science Association (apsa) y de una revista especializada como la
American Political Science Review (apsr) para permitir la divulgación de artículos e investi-
gaciones, así como la realización de congresos anuales, son hitos cruciales que se extenderán
hacia otras latitudes para definir la formalización y profesionalización de la disciplina. Si
bien ya había desarrollos similares en Inglaterra, Alemania o Francia, la aportación estado-
unidense catapultó el surgimiento de los programas de estudio asociados con las escuelas
de gobierno (Government) que surgieron en lugares como Columbia (siendo la primera en
1880), Chicago, Harvard, Johns Hopkins y Michigan, por ejemplo. Sin embargo, no pasó
demasiado tiempo para que se diera la fundación expresa en Inglaterra de la London School
of Economics and Political Science (lse), o de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas
en Francia, e incluso de la Internacional Political Science Association (ipsa), en 1949, para
contemplar esfuerzos similares que colocaran a la enseñanza de la ciencia política como una
necesidad de Estado. En cambio, la situación para América Latina y México resulta en el he-
cho de que la ciencia política regional apenas cuenta desde hace una década con una organi-
zación (alacip), la cual ha podido realizar congresos bianuales desde 2002. Por el contrario,
en México se ha perdido el trabajo de organización gremial que se venía desarrollando desde
1974 con el Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública, a diferen-
cia de otros países del continente, como Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Colombia y
Venezuela, cuya institucionalización y avance han sido muy meritorios. Para un balance del
desarrollo reciente de la ciencia política en la región, remito a Altman (2006).
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Víctor Alarcón Olguín
6
Las materias desarrolladas fueron la sociología, las relaciones internacionales, el derecho
comparado, la economía política y la ciencia política.
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Ciencia política
7
El responsable de redactar la información sobre el caso mexicano fue don Lucio Mendieta
y Núñez, precisamente uno de los fundadores de la encpys. Por desgracia, su contribu-
ción fue entregada antes de la puesta en marcha de la carrera de Ciencia Política en el año
de 1951, aunque sí se indica dentro del informe una sinopsis del plan de estudios a ser
implementado.
8
El informe no apareció en su versión en español, sino hasta 1961, bajo el patrocinio de la
Unión Panamericana y la Organización de Estados Americanos (oea).
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Víctor Alarcón Olguín
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Ciencia política
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La organización general de dicha obra es: vol. 1: Political Science, Scope and Theory;
vol. 2: Micropolitical Theory; vol. 3: Macropolitical Theory, vol. 4: Nongovernmental
Politics; vol. 5: Governmental Institutions and Processes; vol. 6: Policies and Policymaking;
vol. 7: Strategies of Inquiri; vol. 8: International Politics.
10
Los volúmenes publicados entre 2006 y 2008 abarcan los siguientes campos: Comparative
Politics, Political Theory, Public Policy, Political Methodology, Political Economy, Law
and Politics, Contextual Political Analysis, International Relations, Political Institutions y
Political Behavior.
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Ciencia política
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Conductismo Posconductismo
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Ciencia política
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Almond (1990, 13: 31) ubicaba el escenario de las mesas separadas en la ciencia política
como uno caracterizado por la división metodológica entre derecha e izquierda, y éstas a su
vez trazadas por su percepción ideológica dura o blanda de sus postulados.
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Víctor Alarcón Olguín
–Las instituciones son la parte central del análisis. Éstas mo- –Institución
delan y dan significado a la conducta social y el contexto. –Organización
Viejo y nuevo –La historia cuenta en la medida que aporta anteceden- –Secuencia
tes importantes para la evaluación del desempeño que se –Trayectorias
instituciona- puede esperar de las instituciones. –Patrones de
lismo –Los sistemas políticos son complejos e impredecibles. dependencia
–Los actores no siempre se comportan de manera vincula- –Cambio y equilibrio
da con la realización de sus intereses materiales. –Diseño
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Ciencia política
Contribuciones Limitaciones
–Usa técnicas estadísticas para analizar los datos –Tendencia a restringirse hacia las variables “vi-
y evidencias. sibles”.
–Desarrolla una ruta inductiva para crear hipótesis –No siempre posee ni prevé explicaciones parsi-
con escalas altas de predicción y con niveles de moniosas y plausibles ante la presencia de “irra-
agregación sustanciales. cionalidades” o comportamientos imprevistos.
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La defensa de la filosofía y la historia dentro de la teoría política frente al secuestro de ésta
a cargo de la dimensión normativa de la metodología formal, sin duda es un punto nodal
de discusión que subsiste hasta el presente. Resulta pertinente aquí remitir a una de las
polémicas clásicas en la materia como la sostenida entre Eric Voegelin y Hans Kelsen a
raíz de la aparición del libro La nueva ciencia de la política, a cargo del primero y publicado
originalmente en 1952 (Voegelin, 2006; Kelsen, 2006).
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Ciencia política
Campos Objeto
Nos permite analizar los problemas de construcción de los
Antropología rituales, representaciones, cultura, mitos, líneas de relación y
política redes sociales, así como la organización primitiva del poder en las
sociedades del pasado.
Define la presencia de conceptos y valores en su connotación más
Filosofía política
asequible desde el punto de vista ético y moral.
Trata de situar la composición, comportamientos e intereses que
pueden manifestarse dentro del ordenamiento social por parte de
Sociología política
los actores y grupos organizados con respecto a las decisiones
de poder.
Nos permiten establecer los modelos de elección racional
Administración y
y preferencias con los cuales se resuelven los dilemas de
políticas públicas
la aplicación e implementación del poder por parte de las
instituciones de gobierno.
Establecen las condiciones de entendimiento de lo similar y
lo diferente que pueden tener los Estados y naciones en lo
Geografía política y relativo a su diseño de acciones y estructuras. En este sentido,
Política comparada su vínculo con las relaciones internacionales nos permite captar
la interacción existente entre los Estados, sus problemas de
reconocimiento y potencial conflicto en términos de guerra y paz.
Tanto en su dimensión nacional e internacional, nos permite
entender las mecánicas de decisión que deben tomar los Estados
Economía política y los actores en términos de optimizar sus recursos, calcular
sus gastos y ganancias en materia de comercio, mercados y
producción de los bienes comunes públicos o privados.
Permite trazar una memoria colectiva que define la trayectoria y
uso de los valores de una sociedad política, además de propiciar
Historia política
niveles de entendimiento acerca de la temporalidad, secuencia
y efectos de los actos asociados con el ejercicio del poder.
Entendida como el campo que analiza las motivaciones
individuales y colectivas que explican los comportamientos. En
Psicología política este sentido, cobran importancia las condiciones de cooperación,
mediación y conflicto que pueden prevalecer dentro de las
comunidades y grupos.
Vinculado con el ámbito jurídico, nos permite entender la
consistencia de los actos legislativos, las instituciones burocráticas,
las judicaturas e incluso las reglas que regulan la composición
de las estructuras de gobierno y actores de autoridad que estarían
Derecho político y
autorizados para competir electoralmente, así como facilitar la
constitucional
expresión y representación a los ciudadanos en la vida política,
sin dejar de lado la evaluación y estudios de los diversos ámbitos
de los derechos y las garantías que están asociados con los
propios ciudadanos.
Fuente: Elaboración propia.
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Víctor Alarcón Olguín
13
Por ejemplo, a lo largo del siglo xx destacan sobremanera en el contexto de la teología
política contemporánea trabajos como los de Paul Tilich, Ernst Bloch, Raimond Panikkar
o incluso los de Carl Schmitt, quienes se adentraron en estudiar las bases laicas o divinas
de los derechos naturales y civiles; mientras que dentro de la polémica de la estética po-
lítica se tiene ni más ni menos que a los exponentes de la Escuela de Francfort (Adorno,
Marcuse y Horkheimer), quienes contrastan fuertemente con la corriente francesa del
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Ciencia política
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Víctor Alarcón Olguín
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Mannheim llegaba a esa conclusión en el marco de explicar por qué hasta ese momento no
había una “ciencia” de la política. Sin embargo, su argumento es iluminador justamente para
entender cómo se construye el camino en esa dirección (Mannheim, 1958, en especial el
cap. 3, “Perspectiva de una ciencia política. Relación entre teoría social y práctica política”).
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Ciencia política
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Retomo aquí la espléndida expresión de Collini, Winch y Burrow (1987).
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Víctor Alarcón Olguín
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En este punto, bien vale remitir a las enseñanzas y el legado trazado por Marcos Kaplan.
Sin duda resulta imperativo recomendar su trabajo de 1976, uno de los pocos diagnósticos
serios que existen acerca del desarrollo de la ciencia política en el contexto latinoamericano.
A mi parecer, la agenda temática ahí trazada marca los retos que siguen sin contestarse a
cabalidad hasta la fecha (Kaplan, 1976).
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Ciencia política
Conclusión
Deseo concluir este trabajo con una apostilla que nace a partir de mi
propia experiencia como politólogo convencido por convicción y tam-
bién por vocación (pienso que la dicotomía weberiana no tiene por qué
seguir siendo para nosotros esa jaula de hierro existencial que ha separa-
do nuestros ámbitos de acción y reflexión). Me permito traer a colación
este punto para resaltar que mucho de lo que sostiene la validez de una
profesión depende también de cómo se socializa y articula el conoci-
miento mediante la divulgación y la cooperación en proyectos cada vez
más colectivos.
Por ello es importante reiterar —como ya se dijo anteriormente—
que las ciencias sociales no sólo han de ser cada vez más interdiscipli-
narias en sus objetivos, sino que convendría agregar que mucho de este
cometido se logrará en la medida que aprendamos a remontar esquemas
individualistas de trabajo y podamos pasar a la recuperación de dinámi-
cas grupales y redes que faciliten dichos esfuerzos de colaboración. La
misma descripción de campos e intereses mostrados en las secciones an-
teriores así lo indican de manera muy sugerente.
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Víctor Alarcón Olguín
Lecturas recomendadas
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Ciencia política
Fuentes
Alarcón Olguín, Víctor (2006). “La Burdeau, George (1976). Método de
importancia del método para el la ciencia política, Buenos Aires, De-
análisis político”, en V. Alarcón palma.
Olguín (coord.). Metodologías para Cisneros Puebla, César A. (2007).
el análisis político: enfoques, procesos “Hacia una ‘sociología peligrosa’:
e instituciones, México, uam/Plaza y metodología crítica para una so-
Valdés, pp. 39-59. ciedad en movimiento”, Casa del
Alarcón Olguín, Víctor (2002). “Hacia Tiempo 2, núm. 3, pp. 3-9.
una teoría integral del análisis políti- Collini, Stefan, Donald Winch y John
co”, Casa del Tiempo 35, núms. 2-17. Burrow (1987). La política, ciencia
Almond, Gabriel A. (2002). Ventures noble. Un estudio de la historia inte-
in Political Science. Narratives and lectual del siglo xix, México, fce.
Reflections, Boulder, Col., Lynne Dogan, Mattei (2001). “La ciencia
Rynner. política y las otras ciencias socia-
Almond, Gabriel A. (2001). “His- les”, en Robert Goodin y Hans-
tory of Political Science: An Essay”, Dieter Klingemann, Nuevo manual
23-62 [existe traducción en Ro- de ciencia política, vol. 1, Madrid,
bert Goodin y Hans-Dieter Klin- Istmo.
gemann (eds.), Nuevo manual de Emmerich, Gustavo E. (2007). “¿Qué
ciencia política, vol. 1, Madrid, Ist- es la ciencia política?”, en G.E. Em-
mo, pp. 83-149]. merich y V. Alarcón Olguín (eds.),
Almond, Gabriel A. (1999) (1990). Tratado de ciencia política, Barcelo-
A Discipline Divided. Schools and na, Anthropos/uam, pp. 17-32.
Sects in Political Science, Newbury Hay, Colin (2002). Political Analysis.
Park, Cal., Sage [existe traducción A Critical Introduction, Londres,
en México, fce, 1999]. Palgrave.
Altman, David (2006). “From Fu Kaplan, Marcos (1976). Teoría políti-
kuoka to Santiago: Institutionali- ca y realidad latinoamericana, Méxi-
zation of Political Science in Latin co, fce.
America”, PS-Political Science and Kelsen, Hans (2006). ¿Una nueva cien-
Politics, vol. 39, núm. 1, pp. 196-203. cia de la política? Réplica a Eric Voe-
Burdeau, George (1982-1986). Tra- gelin, Buenos Aires, Katz Ediciones.
tado de ciencia política, 3 vols., 8 ts., Leonard, Stephen (1999). “Los fines
México, enep Acatlán-unam. pedagógicos de una ciencia políti-
ca”, en James Farr, John S. Dryzek
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Víctor Alarcón Olguín
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Sociología política
Ángela Oyhandy Cioffi*
Introducción
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Ángela Oyhandy Cioffi
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Sociología política
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Ángela Oyhandy Cioffi
1
La sociología política, que no obvia la autonomía de lo político, niega el reduccionismo
sociológico de la política, esto es, la tentación de ver en lo político no más que una variable
dependiente de lo social. Sobre este punto, resaltando al respecto el trabajo de Lipset y
Rokkan sobre los clivajes sociales y su conversión (vía la organización partidista) en expre-
siones políticas, véase Sartori (1969).
2
Las cursivas son mías.
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Sociología política
3
Interrogantes como “¿en qué modo influye la clase social en la distribución de los votos en
las elecciones o por qué podría el factor generacional tener influencia en las ideologías po-
líticas?”, serían así, en opinión de Horowitz (1977: 25), preguntas propias de la sociología
política. Un clásico en la materia, que interroga por las condiciones sociales de la democra-
cia, es Lipset y su conocida obra El hombre político (1993).
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Ángela Oyhandy Cioffi
4
Para profundizar en esta ambivalencia de la política, conviene al lector la consulta de
Bovero (1985).
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Sociología política
5
En este ensayo nos basamos en la descripción del llamado modelo agil, desarrollado por
Parsons en su madurez. En él subdivide al sistema social en cuatro dimensiones: adapta-
ción, capacidad para alcanzar metas, integración y mantenimiento de patrones. Una sínte-
sis y evaluación de Parsons se halla en Alexander (2000).
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Ángela Oyhandy Cioffi
6
Parsons discute con las concepciones que subrayan la naturaleza jerárquica del poder, enfa-
tizando la importancia de los mecanismos que, como el sufragio universal, han avanzando
en la institucionalización del principio de igualdad en las sociedades contemporáneas.
7
Al respecto, Alexander señala: “la desigualdad y la discriminación debilitan el respeto de
un grupo dominado hacia reglas de juego comunes y definiciones comunes de la situación”
(2000: 94).
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Sociología política
8
Esta metáfora, utilizada por el propio Marx, transmite la idea del nivel económico como la
base sobre la cual se edifican las relaciones políticas e ideológicas. En su concepción, no se
trata de un determinismo directo sino, más bien, de una forma estructurante amplia que
impone formas y límites a las relaciones sociales.
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Ángela Oyhandy Cioffi
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Sociología política
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Ángela Oyhandy Cioffi
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Sociología política
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Si bien inevitable, en tanto la burocratización conectaba con y derivaba del proceso de ra-
cionalización (formalización, cálculo, especialización, control eficiente), el análisis de Weber
se enriquece al considerar (como vacuna a la ausencia de conducción y responsabilidad po-
líticas de la burocracia) la necesidad de circunscribir lo político a las decisiones guberna-
mentales que tomarían una suerte de élite, los políticos profesionales, dotados de cualidades
especiales para gobernar en nombre y a favor de las masas. La expansión de la burocracia,
siguiendo a Weber, se equilibraría así con un parlamento fuerte y con un liderazgo probado.
Sobre ello, véase su conferencia La política como vocación (1967), sus Escritos políticos (1982)
y las Lecturas sobre Weber compiladas por Galván y Cervantes (1984).
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Sociología política
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Ángela Oyhandy Cioffi
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Sociología política
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Ángela Oyhandy Cioffi
1. El problema del orden social, trabajado aquí con Parsons (la política
como consenso) y Marx (la política como conflicto), tiene secuen-
cias interesantes y también disputadas:
10
Para profundizar en lo que aquí sólo enunciaré, véanse Bottomore y Nisbet (2001), Baert
(2001), Coller (2003), Iglesias y Herrera (2005).
11
Trabajos de Robert Putnam (1993) sobre el capital social y de Ronald Inglehart (2000)
sobre valores posmateriales prosiguen de algún modo esta línea.
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Lecturas recomendadas
Fuentes
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Sociología política
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Ángela Oyhandy Cioffi
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Psicología política
Ricardo Ernst Montenegro*
Introducción
P sicología y política son dos conceptos que en nuestra época rara vez
son puestos el uno al lado del otro. Ya sea por la fuerza de ciertos dis-
cursos neoconservadores —que imponen la “costumbre” de signar a la
política como un espacio de transacción perversa y propio de agentes
sociales egoístas que actúan pensando sólo en su beneficio—, o bien
por la inercia de algunas intransigencias epistemológicas —que abomi-
nan de cualquier coordinación entre nociones complejas y problemáti-
cas, en un intento por sostener el espacio y el poder de ciertos gremios
profesionales con pretensiones científicas—, poner juntos los términos
de psicología y política es hoy una operación que, a los ojos de muchos,
parece poco adecuada. Para algunos, poco feliz; para otros, abiertamente
errónea. Sin perjuicio de estas tendencias, psicología y política son dos
campos que, como veremos, a lo largo de los siglos se han desarrollado
de una forma mucho más cercana y coordinada de lo que se supone.
Desde la sutil y profunda consideración de lo mental que hicieran
los progenitores de la polis griega y los estrategas chinos hace más de
2,500 años, hasta la sistemática y tecnificada intervención de los psicó-
logos militares y los técnicos electorales modernos, la psicología y la po-
lítica se han entrecruzado e informado mutuamente desde hace siglos.
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Ricardo Ernst Montenegro
Interludio teórico-metodológico
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Psicología política
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Ricardo Ernst Montenegro
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Psicología política
1
Para una revisión general sobre los desarrollos de la psicología en América, una buena refe-
rencia es la obra de Alonso y Eagly (1999). Para esa misma revisión, en relación con el resto
del mundo, una buena referencia es Wolman (1991).
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Psicología política
2
Para detalles sobre esta propuesta platónica véase, respectivamente, El Fedor y La República.
3
Vaya un ejemplo de la manipulación psicológica, en este caso de complejo cognitivo-afec-
tivo del odio, como arma de combate: “Cuando el ejército de Yen rodeó Chi Mo en el Ch’i,
cortó la nariz a todos los prisioneros de Ch’i. Los hombres de Ch’i, fuera de sí, se defendie-
ron encarnizadamente. T’ien Tan envió un agente secreto a decir: ‘Nos consume el miedo
de que vosotros, el pueblo de Yen, arranquéis de sus tumbas a los cuerpos de nuestros an-
tepasados. ¡Ah! ¡Nuestra sangre se helaría en las venas!’ Inmediatamente el ejército de Yen
comenzó a violar las tumbas y a quemar los cadáveres. Los defensores de Chi Mo asistían
desde las murallas de la ciudad a este espectáculo con lágrimas en los ojos, y se apoderó
de ellos el deseo de lanzarse al combate, pues la ira había duplicado sus fuerzas. T’ien Tan
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Ricardo Ernst Montenegro
supo entonces que sus tropas estaban dispuestas e infligió a Yen una humillante derrota”
(Sun Tzu, 2007: 18).
4
“Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales, digo que
todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por ocupar posi-
ciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o censura
o elogio [...]. Sé que no habrá nadie que no opinase que sería cosa muy loable que, de entre
todas las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas;
pero como no es posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza hu-
mana no lo consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas
que le significarían la pérdida del Estado, y, si puede, aún de las que no se lo harían perder,
pero si no puede no debe preocuparse gran cosa y mucho menos de incurrir en la infamia
de vicios si los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si consideramos esto con
frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio
sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad” (Maquiavelo, 1999: 123-125).
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Psicología política
5
Entre los invitados a los almuerzos de tertulia que organizaba a inicios del siglo, se en-
contraban, entre otros, figuras como Paul Valéry, Henri Bergson y el propio presidente de
Francia, Raymond Poincaré.
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6
Para más detalles, véase, por ejemplo, la entrevista que hace poco le hizo la activista Amy
Goodman (2007).
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Psicología política
Debates contemporáneos
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Ricardo Ernst Montenegro
7
En Oblitas y Rodríguez (1999) puede aún notarse esto con claridad. Por ejemplo, en la
Presentación, Oblitas entenderá la psicología política como un “área de la psicología con-
temporánea” (1999: 7); mientras que D’Adamo y García la entienden como “uno de los
ámbitos de la psicología social aplicada” (1999: 293).
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Psicología política
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Ricardo Ernst Montenegro
8
Principalmente en función de la acusación de estar impregnada desde su origen por un
cierto “vicio individualista” que le impediría concebir a los sujetos más allá de los márgenes
del espacio de consulta individual o de la familia próxima.
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Psicología política
9
Ya en la formación de grado aparecía, entre aquellos pocos que se interesaban por estos
temas, la sorpresa cuando encontrábamos en los manuales de psicopatología y en boca
de altas personalidades de la burocracia de la salud en Chile las descripciones sobre el
“desorden de estrés postraumático” (ptsd, por sus siglas en inglés) como la “mejor forma”
de catalogar y aproximarse a los síndromes que parecían afectar a aquellos sujetos víctimas
más directas de la represión y la violencia política. Si bien la categoría resulta ordenadora
y facilita el proceso de diagnóstico, diversos autores (Becker, 1994; Lira y Castillo, 1991;
Agger y Jensen, 1996) han planteado que a la hora de describir las características del daño
en estas personas este concepto resulta deficiente por múltiples razones. Entre otras, pri-
mero, la referencia al trauma es vaga e imprecisa: los “estresores” van desde una catástrofe
natural a un accidente automovilístico no constituyéndose —dentro de este concepto— en
experiencias significativamente diferentes. De esta manera, se dificulta la comprensión de
la relación estrecha entre sintomatología y contexto social y se corre el riesgo de ocultar
tras la psicopatología individual los procesos sociopolíticos implicados en el origen de la
situación traumática (Lira y Castillo, 1991). Así, “el crimen de la tortura se convierte en ‘es-
tresor’, quitándole toda connotación política [...] el estresor se revela como palabra cargada
de ideología porque hace invisible la dimensión política del daño” (Becker, 1994: 77-78).
En segundo lugar, los síntomas descritos por el ptsd aparecen típicamente en las víctimas
de violencia política, no obstante, “la sintomatología de las víctimas es múltiple no limitada
a un set específico de dolencias [...] la posibilidad de encontrar síntomas descritos por el
ptsd es mayor a corto plazo, sin embargo, a largo plazo puede aparecer todo tipo de en-
fermedades […]” (Becker, 1994: 79). El daño parece involucrar enfermedades psíquicas y
somáticas incluyendo problemas de índole más bien social —por ejemplo, dificultades para
establecer relaciones de pareja e inestabilidad en el trabajo— como también tener un curso
más crónico y severo que en el resto de la población (Barudy, 1990; Becker, 1994). Por otro
lado, los síntomas que describe el estrés postraumático son unipersonales, es decir, se refie-
ren a los signos individuales del trauma en desmedro de los daños interpersonales que éste
implica. “Cuando ocurren daños por la persecución política o la guerra, la traumatización
involucra siempre por lo menos al grupo familiar entero. Parte de la enfermedad son tam-
bién estructuras comunicacionales marcadas por el miedo y la angustia, son la rigidización
de los límites entre la familia y medio ambiente y la desaparición de límites intrafamilia-
res: hijos parentalizados, padres infantilizados, familias enteras sumergidas en procesos de
duelo alterados, violencia intrafamiliar, etc.” (Becker, 1994: 81).
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Psicología política
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Lecturas recomendadas
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Psicología política
Fuentes
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Segunda parte
Reglas e instituciones
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Constitución
Enrique Serrano Gómez*
Introducción
cuales, para los fines de este trabajo, cabe destacar dos: el primero posee
una larga tradición y se encuentra ligado al sentido etimológico del tér-
mino: constitutio denota la naturaleza, composición o estructura de algo.
De acuerdo con esto, en su acepción política, la Constitución es la forma
de organización del poder imperante en una sociedad (status publicus-
status reipublicae); el segundo significado, propio del mundo moderno,
consiste en el sistema de normas supremas y últimas por las que se rige
el Estado. A su vez, en cada uno de estos significados cabe distinguir
una dimensión descriptiva y una dimensión normativa. Para realizar un
análisis adecuado del concepto de constitución es menester diferenciar
claramente entre estas acepciones, pero sin perder de vista la relación
existente entre sí. Ello sólo puede lograrse si se renuncia al presupuesto
de la teoría clásica de la definición (per genus et differentiam) respecto de
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Constitución
2
La Constitución (politeía-constitutio) es lo que crea el espacio público común en el que se
establecen y regulan las relaciones de poder (polis-civitas).
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Enrique Serrano Gómez
3
Sobre el ideal de isonomía, véase La oración fúnebre de Pericles, en la Historia de la Guerra
del Peloponeso, de Tucídides (libro II). Especialmente el párrafo que inicia así: “Tenemos
una constitución (un régimen político) que no emula las leyes de otros pueblos, y más que
imitadores de los demás, somos un modelo a seguir […]”.
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Constitución
dadano sea un legislador, para, de esta manera, crear las condiciones que
permitan llegar a identificar su voluntad con la ley. Se logra en la medida
que el orden civil garantiza a todos los ciudadanos el derecho a disentir
y, paralelamente, los ciudadanos asumen la responsabilidad de sus accio-
nes. La lealtad absoluta del ciudadano no es al contenido de las normas
particulares, sino al principio de legalidad que debe regir su relación con
los otros. Por eso, esa legalidad siempre debe contener un procedimien-
to para encauzar los disensos. La idea es que sólo pueden ser justas las
leyes que emanan de un consenso social, al que se accede en condiciones
de libertad: Volenti non fit iniura.
Este principio de justicia lo encontramos expresado claramente en
la noción de República: “Así pues, la República (cosa pública) es la cosa
propia del pueblo; pero pueblo no es todo conjunto de seres humanos
reunido de cualquier manera, sino un conjunto reunido por un consen-
so en torno a un derecho y una utilidad común”.4 Más allá de la clasifi-
cación cuantitativa de los regímenes políticos, la República se convierte
en sinónimo de gobierno legítimo, en la medida que implica la transfor
mación del orden civil en un espacio público (abierto a todos los ciu-
dadanos) del que emanan las leyes que deben regir sus relaciones. En
cambio, el término Tiranía se utiliza para referirse a todo régimen en
el que la voluntad de los gobernantes se encuentra por encima de la ley,
esto es, que carece de una Constitución. Cabe destacar que este princi-
pio de justicia será retomado en el mundo moderno por las teorías del
contrato social. Con la figura del contrato no se pretende explicar la gé-
nesis del orden civil de una sociedad; el contrato original es una ficción
en la que se condesa la manera en que debe constituirse el orden civil
para acceder a un gobierno legítimo. Esto es, la figura del contrato social
no cumple una función teórica (descriptiva), sino una función práctica
(definir el fin de las acciones políticas).
Dentro de la tradición constitucionalista grecolatina, Aristóteles
sistematiza gran parte de las teorías de sus predecesores y, al mismo
tiempo, abre nuevos rumbos para la reflexión teórica. Su novedad radi-
ca en el reconocimiento del carácter contingente y, por tanto, plural del
4
Cicerón, Sobre la República, I, 25 (39). “Res publica (est) res populi, populus autem non
ovnis hominum coetus, sed coetus multitudinis, iuris consenso et utilitatis comunione
sociatus”.
101
Enrique Serrano Gómez
5
Aristóteles, Ética Nicomáquea (libro X, 9). El texto es el último párrafo de esta obra de
ética, en el que se marca el paso al estudio de la política.
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Constitución
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Constitución
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Enrique Serrano Gómez
célebre libro sexto de las Historias de Polibio. De acuerdo con este pen-
sador, toda forma de gobierno simple, esto es, fundada sobre un centro
de poder y un principio de organización único, resulta inestable. La for-
ma de gobierno estable es, por el contrario, aquella en la que cada poder
se encuentra equilibrado y contrapesado.
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Constitución
6
“En la Europa medieval no podía hablarse de Estados en el sentido actual, es decir, de es-
tructuras políticas que abarcasen a todas las gentes de un gran territorio […]. Hoy sabemos
que las estructuras de las comunidades medievales eran muchísimo más complicadas y
variables. Ante todo, está establecido que no puede hablarse de soberanía real sobre terri-
torios y gentes y, por consiguiente, de Estados, hasta bien entrada la Edad Media. Un rey
medieval tenía relaciones políticas directas con relativamente pocas personas. Su poder
residía en las propiedades de tierra que él y sus parientes poseían, y en que otros propieta-
rios lo reconociesen como el más poderoso y estuviesen dispuestos a sometérsele” (Shulze,
1994: 15-16).
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Constitución
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Constitución
7
Existe una importante influencia de Maquiavelo en este republicanismo inglés. A través
de Maquiavelo, estos autores se conectan con el republicanismo clásico, especialmente con
Cicerón (Pocock, 2002).
111
Enrique Serrano Gómez
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Constitución
Todo derecho depende de leyes. Pero una ley pública, que determina
para todos lo que debe estar jurídicamente permitido o prohibido, es
el acto de una voluntad pública, de la que procede todo derecho y, por
tanto, no ha de cometer injusticia contra nadie. Más, a este respecto,
tal voluntad no puede ser sino la voluntad del pueblo entero (ya que
todos deciden sobre todos y, por ende, cada uno sobre sí mismo), pues
sólo contra sí mismo nadie puede cometer injusticia (Volenti non fit
iniura). Mientras que, tratándose de otro distinto de uno mismo, la
mera voluntad de éste no puede decidir sobre uno mismo nada que
pudiera ser justo; por consiguiente, su ley requeriría aun de otra ley
que limitara su legislación, y por ello ninguna voluntad particular
puede ser legisladora para una comunidad […]. A esta ley fundamen-
tal, que sólo puede emanar de la voluntad general del pueblo, se llama
contrato originario.8
8
Kant, en su trabajo ¿Qué es Ilustración? señala: “Pues ahí [en el consenso general] se halla la
piedra de toque de la legitimidad de toda ley pública. Si esa ley es de tal índole que resultara
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Constitución
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Cuanto más pequeña es una sociedad, más escasos serán los distin-
tos partidos e intereses que la componen; cuanto más escasos son los
distintos partidos e intereses, más frecuente es que el mismo partido
tenga la mayoría; y cuanto menor es el número de individuos que com-
ponen esa mayoría y menor el círculo en que se mueven, mayor será la
facilidad con que podrán concertarse y ejecutar sus planes opresores.
Ampliad la esfera de acción y admitiréis una mayor variedad de par-
tidos y de intereses; haréis menos probable que una mayoría del total
tenga motivo para usurpar los derechos de los demás ciudadanos; y si
ese motivo existe, les será más difícil a todos los que lo sienten descu-
brir su propia fuerza, y obrar todos en concierto (Hamilton, Madison
y Jay, 1994: 40, X).
116
Constitución
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9
No afirmo que ésta sea la interpretación adecuada de estos dos grandes autores (habría que
analizar sus posiciones teóricas con más detenimiento), pero fue la interpretación que se
impuso en la práctica.
118
Constitución
En relación con este último punto, habría, sin embargo, que conceder
la razón a Arendt: situar la prioridad en la justicia distributiva, en relación
con la justicia legal, lejos de permitir el avance en la repartición equitativa
de la riqueza, favorece el uso demagógico de las demandas de justicia dis-
tributiva, por medio del cual se instrumentaliza la fuerza social que desata
la pobreza, en beneficio de un grupo político particular. En los procesos
revolucionarios en los que se pospuso la Constitución de un orden libre,
en nombre de la realización de la justicia distributiva, nunca se accedió a
ninguna de las dos demandas, sino a formas de tiranía inéditas.
Por otra parte, cabe destacar que las experiencias del proceso revo-
lucionario francés hicieron posible un aprendizaje respecto de los pun-
tos esenciales de la noción de soberanía popular que han de incorporarse
a la Constitución. Ya en la Declaración de los Derechos del Ser Humano y
del Ciudadano, del 24 de junio de 1793, se establece lo siguiente (artículo
26): “Ninguna parte del pueblo puede ejercer el poder del pueblo entero;
pero cada sección del soberano reunida en asamblea debe gozar del de-
recho a expresar su voluntad con entera libertad”. Artículo 27: “Todo in-
dividuo que usurpe la soberanía debe ser inmediatamente ejecutado por
los seres humanos libres”. Artículo 28: “Un pueblo tiene siempre el dere-
cho de revisar, reformar y cambiar su Constitución. Una generación no
puede sujetar a las generaciones futuras a sus leyes”. Y un artículo esencial
en la medida que expresa el ideal clásico de justicia, Artículo 29: “Todos
los ciudadanos tienen igual derecho a participar en la formación de la ley
y en el nombramiento de sus representantes o de sus agentes”. La justicia
no reside en un algoritmo que resuelva en términos técnicos el proble-
ma de la distribución de la riqueza, sino en crear las circunstancias para
generar las condiciones que permitan la constante discusión, en la que
participen todos los grupos sociales, en torno al reparto equitativo de
los bienes. La experiencia de la Revolución Francesa representa, además,
el punto de partida de los grandes teóricos del siglo xix: Burke, Kant,
Hegel, Bentham, Stuart Mill, Tocqueville, entre muchos otros.
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Constitución
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Constitución
del nombre Constitución. Ello equivale a decir que las constituciones no-
minales son meramente organizativas, es decir, el conjunto de las reglas
que organizan, pero no limitan el ejercicio del poder político en un deter-
minado Estado” (1992: 21).
En América Latina, por ejemplo, encontramos un gran número de
constituciones en las que no existe un auténtico control del poder po-
lítico y éste permanece como un medio de dominación y explotación.
Incluso puede haber un catálogo de derechos fundamentales, pero al no
existir la estructura organizativa correcta, permanecen como meras bue-
nas intenciones para ser utilizados retóricamente por la clase política.
Sin embargo, el desarrollo de la historia del siglo xx desembocó
en el triunfo de la democracia, al ser reconocida como el único régi-
men político capaz de obtener una legitimación racional. La presencia
de procesos electorales competitivos representa el criterio empírico para
distinguir la existencia de un sistema democrático. Pero, como advirtió
Schumpeter, estos procedimientos sólo tendrían éxito en sus objetivos
democratizadores si se realizan dentro de un marco institucional que
cumple ciertos requisitos básicos. Entre estos requisitos se encuentra,
en primer lugar, la presencia de una Constitución en su sentido clásico,10
esto es, como un conjunto de normas que encarna en un sistema de pe-
sos y contrapesos que limita el ejercicio del poder político y establece las
condiciones que hacen posible aproximarse a los ideales inscritos en los
derechos fundamentales. Cabe subrayar que la presencia de procesos
electorales competitivos es una condición necesaria, mas no suficiente,
para hablar de un sistema democrático.
El siglo xx también representó la ampliación de lo que se considera
derechos fundamentales, hasta abarcar los llamados derechos sociales,
ligados directamente a la justicia distributiva. En relación con este pun-
to, la historia de las constituciones ha demostrado que, entre derechos
civiles, políticos y sociales, se debe establecer un orden; no se trata de
uno de sucesión histórica, como se da entender cuando se habla de dere-
chos de primera, segunda y tercera generación. La exigencia es un orden
de carácter lógico, ya que, como había planteado Aristóteles, al no existir
10
Para evitar una polémica terminológica, se podría utilizar un sentido amplio y empírico
de Constitución, como lo defiende el positivismo; pero, al mismo tiempo, distinguir un
concepto restringido, ligado a la tradición clásica y su exigencia de un orden civil libre.
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Fuentes
Obras clásicas
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Constitución
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Obras de consulta
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Democracia
José Luis Berlanga Santos*
Introducción
Definición
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José Luis Berlanga Santos
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Democracia
Reglas y procedimientos
Para Bobbio (1996: 24), “la única manera de entenderse cuando se ha-
bla de democracia [...] es considerarla caracterizada por un conjunto de
reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autoriza-
do para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”. Tres
condiciones: 1) el derecho de participar (directa o indirectamente) en
la toma de decisiones colectivas se atribuye a un número muy elevado
de ciudadanos; 2) la regla fundamental de la democracia es la regla de
la mayoría; y 3) los que puedan decidir o elegir a quienes decidan, de-
ben de tener alternativas reales y estar en condiciones de optar entre
una u otra.
Dahl (1993), por su parte, enumera siete requisitos mínimos para
que haya democracia en un país: 1) El control sobre las decisiones gu-
bernamentales recae constitucionalmente en los funcionarios electos;
2) los gobernantes son elegidos en elecciones periódicas, libres e impar-
ciales; 3) el sufragio es inclusivo: casi todos los adultos tienen el derecho
a votar; 4) asimismo, prácticamente todos los adultos tienen el dere-
cho a ser candidatos a ocupar cargos públicos; 5) los ciudadanos poseen
libertad de expresión sobre cuestiones políticas, incluyendo críticas al
desempeño del gobierno; 6) los ciudadanos tienen el derecho a buscar
diversas fuentes de información, las cuales están protegidas por la ley;
7) los ciudadanos pueden formar asociaciones u organizaciones inde-
pendientes, incluyendo partidos y grupos de interés. Entonces, habría
los siguientes procedimientos básicos en una democracia:
129
José Luis Berlanga Santos
1
Dahl (1993) encuentra las siguientes ventajas de la norma de la mayoría: asegura que el
mayor número de ciudadanos vivan bajo leyes que ellos escogieron; en ciertas condiciones,
tiene más probabilidades de generar decisiones correctas; globalmente, produce más bene-
ficios que costos; implica pluralidad, no grupos homogéneos y armónicos; es imperfecta,
pero las alternativas son peores. Cita el estudio de Lijphart (1987), en el que compara
países con modelo mayoritarista y con modelo por consenso. Resultado: la mayor parte de
las democracias estables no han adoptado sistemas estrictamente mayoritaristas. Dahl con-
cluye que no hay una norma única en la democracia. La mejor regla es la que se considere
al evaluar cuidadosamente las circunstancias en que han de tomarse las decisiones.
130
Democracia
Valores
2
El tópico de la cultura política se inscribe en una tradición intelectual robusta y muy longe-
va. Desde la época de la antigua Grecia (Aristóteles, Platón), pasando por el renacentismo
(La Boétie), hasta la modernidad (Montesquieu, Rousseau, Tocqueville), se ha pensado
que a cada forma de gobierno le corresponde un cierto tipo de ciudadano. En el terreno de
los estudios empíricos, destaca el trabajo pionero de Almond y Verba (1963), cuyo objetivo
fue vincular la cultura política con un gobierno democrático estable. Actualmente, sobre-
salen los trabajos de Inglehart (en colaboración con Welzel, 2006) en torno a los valores de
la democracia.
131
José Luis Berlanga Santos
meros dos que enunciaré son típicos de la tradición republicana y los si-
guientes seis de la liberal.
132
Democracia
133
José Luis Berlanga Santos
Historia
Democracia ateniense
3
De igual manera, se advierte la democracia ateniense como un proceso histórico de más
largo aliento. Entonces habría que remontarse a la segunda mitad del siglo viii a.C. con la
obra Trabajos y días de Hesíodo, donde la dike (justicia) abarca también al demos (pueblo).
Y a las reformas de Solón en el 594 a.C. que debilitan jurídicamente a la aristocracia en
favor del pueblo (García Gual, 1990).
134
Democracia
4
A la asamblea solían asistir unas seis mil personas. Los ciudadanos en Atenas eran unos cin-
cuenta mil. El Consejo de los Quinientos se componía de cincuenta ciudadanos de cada una
de las diez tribus (phylai) en que se dividía la comunidad ateniense (Requejo Coll, 1990).
5
Para examinar más a fondo el marco institucional de la democracia ateniense, véase Manin
(1998: 19-58), quien analiza detalladamente la selección por sorteo de los cargos públicos
en Atenas.
135
José Luis Berlanga Santos
Democracia y republicanismo
En el siglo vii a.C., el legislador Licurgo ideó un gobierno mixto para Es-
parta: le dio su parte de poder al rey, a los nobles y al pueblo, construyen-
do una organización política que duró varios siglos. Para Polibio (siglo
ii a.C.), las formas de gobierno puras tendían a corromperse. El único
modo de romper esta inercia era crear la “Constitución mixta”, es decir,
tomar lo mejor de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia
para lograr estabilidad política. La República romana (509-43 a.C.) es
el ejemplo más exitoso de este tipo de gobierno. Los cónsules represen-
taban el espíritu monárquico, el Senado a la aristocracia y los tribunos
al pueblo (democracia). Cicerón (siglo i a.C.) se declaró partidario de
esta forma combinada de gobierno: la república, es decir, “cosa pública”
(res=cosa). Tanto Cicerón como Polibio tienen influencia de Aristóteles
(siglo iv a.C.), el primero que formula la idea del gobierno mixto, y con
quien inicia la tradición republicana cuyos valores centrales enuncia en su
tratado de la Política: participación ciudadana, bien común, virtud cívica
(Rivero, 1998).
En suma, el republicanismo clásico incluye a la democracia, pero
sólo como una parte de su organización mixta. Rechaza a la democra-
cia pura por su inestabilidad. En su clasificación de las formas de go-
bierno, Aristóteles (1999) cataloga a la democracia como un régimen
corrupto, donde los pobres buscan satisfacer sus intereses particulares
oprimiendo a los ricos. De hecho, en gran parte de la historia de la hu-
manidad, la democracia tendrá una connotación negativa (digamos, del
siglo iv a.C. al xviii d.C.).
Al desaparecer la Roma clásica con el ascenso del Imperio y el pos-
terior mundo teocrático de la Edad Media, el republicanismo no regresa
sino hasta el surgimiento de las ciudades-repúblicas italianas (mediados
del siglo xiii al xvi). Estas ciudades (Florencia, Venecia) afirmaron su
libertad frente al poder del papa y el poder del emperador. Sus cargos
públicos eran electivos y tenían dos cámaras: consejo y podestà (Rivero,
1998). Estos ejemplos de autogobierno inspirarán a Marsilio de Padua
(siglo xiv) y Maquiavelo (siglo xvi). Marsilio resalta la idea de soberanía
popular y Maquiavelo exalta la grandeza de la república romana por equi-
librar los deseos de los nobles y de la plebe. En la tipología de éste, la repú-
blica puede ser aristocrática o democrática (Fernández Santillán, 1994).
136
Democracia
Democracia y liberalismo
El liberalismo surge en el siglo xvii con Locke, quien reivindica los de-
rechos naturales del individuo (a la libertad, a la vida, a la propiedad)
frente a los abusos del poder. El Estado es un constructo artificial, un mal
necesario. Debe ser acotado por las leyes, por el derecho.7 Aquí se presen-
ta una diferencia sustancial con los demócratas: mientras el liberalismo
busca limitar el poder, la democracia busca distribuirlo (Bobbio, 1989).
Sin embargo, las coincidencias también son notables. Para Locke, la
legitimidad del Estado se funda en el consentimiento de los individuos.
Los gobernantes deben responder a los gobernados, estar al servicio de
ellos, y no a la inversa. Esta idea liberal embona bien con la democracia
6
Rousseau rechaza la democracia liberal representativa. Resulta sumamente difícil clasificar
la propuesta rousseauniana. Vallespín (1998) lo intenta y la llama “democracia radical”.
7
Y también por el ordenamiento institucional. Locke esboza la división de poderes que, en
el siguiente siglo, Montesquieu planteará con precisión. Esta división es fundamental para
los liberales porque permite establecer “pesos y contrapesos” al poder, resguardando así las
libertades individuales (aunque también la idea de la división de poderes remite al gobierno
mixto de los republicanos).
137
José Luis Berlanga Santos
que se basa en el “poder del pueblo”. Para los demócratas, el poder es vá-
lido sólo si está sustentado en el apoyo y asentimiento de los ciudadanos
(Sartori, 2003). Este principio, inspirador de las revoluciones inglesa,
francesa y estadounidense, lleva a la adopción del procedimiento de la
elección, institución central del gobierno representativo (Manin, 1998).
Pareciera entonces que el advenimiento del sistema representativo,
con la idea de que el pueblo elige a sus gobernantes, fortalece la relación
entre liberalismo y democracia. No obstante, la hará más tensa. Tres as-
pectos esclarecen esta cuestión: el problema de la escala, la extensión del
sufragio y la selección de “los mejores”.
En el siglo xviii, Montesquieu observa que las sociedades moder-
nas son mucho más grandes y complejas que las antiguas: el surgimiento
de los estados-nación reemplaza a las ciudades-repúblicas. El gobierno
representativo sería la solución al problema de la escala. Stuart Mill, en
el xix, también defendió este tipo de gobierno: “no puede exigirse me-
nos que la admisión de todos a una parte de la soberanía. Pero puesto que
en toda comunidad que exceda los límites de una pequeña población
nadie puede participar personalmente sino de una porción muy peque-
ña de los asuntos públicos el tipo ideal de un Gobierno perfecto es el
Gobierno representativo” (Stuart Mill, 2000: 43). En la misma tesitura,
los federalistas (Hamilton, Madison y Jay) proponen una república re-
presentativa para Estados Unidos por ser un Estado grande con pobla-
ción numerosa. En cambio, la democracia (participación directa) sería
propia de las ciudades pequeñas (Fernández Santillán, 1994).
Al aumentar la cantidad de ciudadanos, disminuye la oportunidad
de participar. Los representantes sustituyen a la asamblea ciudadana. Se
restringe así la participación cívica (Dahl, 1989). Los demócratas que-
dan a disgusto porque el poder no se distribuye con la amplitud debida.
“El pueblo inglés piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante
la elección de los miembros del Parlamento: tan pronto como éstos son
elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada. El uso que hace de su libertad
en los cortos momentos que la disfruta es tal, que bien merece perderla”
(Rousseau, 1998: 51).
Una segunda fuente de conflicto tiene que ver con la discusión
sobre la extensión del derecho al voto, punto clave de los primeros go-
biernos representativos. Incluso, esto conduce a que, durante la prime-
ra mitad del siglo xix, el liberalismo y la democracia se vuelvan rivales.
138
Democracia
Los liberales proponen que este derecho al sufragio sea exclusivo de los
propietarios, es decir, que tenga un carácter restringido; mientras que
los demócratas quieren ampliar el voto lo más posible y desaparecer gra-
dualmente los límites para votar. Una vez más, no hay acuerdo en el
grado de participación del pueblo en los asuntos políticos (Fernández
Santillán, 1994).
El tercer foco de tensión se vincula con las características de
los representantes. En los orígenes del gobierno representativo, se cree
firmemente que las personas electas para los cargos públicos deben ser
mejores que sus electores en cuanto a riqueza, talento y virtud (Manin,
1998). Para Madison, un liberal que influyó significativamente en la
elaboración de la Constitución estadounidense, el efecto del sistema
representativo consiste en que “afina y amplía la opinión pública pasán-
dola por el tamiz de un grupo escogido de ciudadanos, cuya prudencia
puede discernir mejor el verdadero interés de su país, y cuyo patrio-
tismo y amor a la justicia no estará dispuesto a sacrificarlo ante consi-
deraciones parciales o de orden temporal” (Hamilton, Madison y Jay,
1943: 39). Por supuesto, los demócratas, cuyo valor por excelencia es
la igualdad política, no comparten esta idea de que los representantes
son individuos distinguidos y prominentes, superiores a los ciudadanos
promedio.
Adicionalmente, una profunda diferencia conceptual entre las tradi-
ciones liberal y democrática aflora con el gobierno representativo. Para
Siéyès, uno de los artífices de la representación política en Francia, este
tipo de gobierno es el más apropiado para las condiciones de la sociedad
moderna, porque los ciudadanos están demasiado ocupados en sus in-
tereses privados y no tienen tiempo para los asuntos públicos. Por ello
confían el gobierno a quienes sí puedan dedicarse de tiempo completo
a esas tareas (citado por Manin, 1998). En su célebre discurso La liber-
tad de los antiguos comparada a la de los modernos, en el Ateneo Real de
París en 1818, Constant planteó con claridad el antagonismo: “El obje-
to de los antiguos era dividir el poder social entre todos los ciudadanos
de una misma patria: esto era lo que ellos llamaban libertad. El objeto de
los modernos es la seguridad de sus goces privados” (1988: 76). De tal
suerte que la libertad de los modernos (liberalismo) es privada, en tan-
to la libertad de los antiguos (democracia) es pública. En las sociedades
modernas, el individuo se realiza en la esfera privada, fuera de la políti-
139
José Luis Berlanga Santos
Democracia y socialismo
8
Tocqueville fue radical al respecto: “la democracia y el socialismo se unen sólo por una
palabra, la igualdad; pero nótese la diferencia: la democracia quiere la igualdad en la liber-
140
Democracia
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José Luis Berlanga Santos
Debate contemporáneo
9
La construcción del Estado benefactor, sin embargo, derivó en una crisis de magnas pro-
porciones: burocratización, corrupción, endeudamiento público, proteccionismo comer-
cial, inhibición de la iniciativa individual y paternalismo.
142
Democracia
lugar, las dicotomías o modelos en pugna dependen del eje que se escoja
para realizar el contraste. A manera de ilustración, la tradicional disyun-
tiva entre democracia representativa y democracia directa tiene que ver
con quiénes toman las decisiones públicas: el pueblo o unas personas
elegidas para ese fin. Otro ejemplo: se agrupan modelos a partir de la
visión que se tenga del ser humano, ya sea pesimista u optimista. Así lo
hace Nino (1997), quien forma dos grandes grupos: las concepciones de
la democracia que suponen los intereses de la gente como inalterables,
frente a las concepciones de la democracia como transformadora de las
preferencias de las personas.
En este apartado abordaré el debate a partir del eje de la participa-
ción ciudadana. Considero que la vieja disputa entre el liberalismo y
la democracia de algún modo sigue vigente: ¿qué queremos, un poder
acotado, limitado, o un poder distribuido de una manera amplia? Así,
la concepción elitista pugnaría por una participación modesta y la con-
cepción participativa por una mucho más robusta. En cierto sentido, la
democracia elitista abreva del liberalismo y la democracia participati-
va recupera el espíritu de la Atenas democrática y del republicanismo.10
Antes de describir ambos tipos de democracia, dos últimos comen-
tarios. En general, el enfoque elitista se vincula más con la dimensión
procedimental de la democracia, en tanto que el enfoque participativo se
conectaría más con la dimensión normativa. Pero esto se debe tomar como
algo meramente aproximativo, que dista mucho de ser exacto. Segundo,
los modelos no son necesariamente incompatibles; pueden ser comple-
mentarios. De hecho, ésta será la postura que defenderé: la moderada, la
de la conciliación, en vez de la combativa, la de la confrontación (aunque
algunos autores que se revisarán sí adoptan posiciones radicales).11
10
Cabe el matiz de que algunos liberales clásicos no descuidaban el tema de la participación.
Stuart Mill, por ejemplo, señalaba los efectos cívico-pedagógicos positivos del hecho de
participar, y Tocqueville exaltaba la idea de la asociación civil, el actuar en conjunto para
perseguir objetivos comunes. Y del lado republicano, tanto Aristóteles, Polibio, Cicerón,
Maquiavelo y Arendt tenían un elevado aprecio por las leyes y las instituciones.
11
Reconozco que la cuestión terminológica amerita una mayor discusión. Los términos “de-
mocracia elitista” y “democracia participativa” distan mucho de ser precisos (habrá autores
que embonen bien con la clasificación, pero otros no tanto). Sin embargo, a falta de pala-
bras más precisas, simplemente me sumo a una terminología que se emplea desde hace
cuatro décadas en la literatura sobre la democracia (Bachrach, 1973; Cohen y Arato, 2000).
De cualquier modo, me resulta aceptablemente apropiada para darle cobertura al eje de
143
José Luis Berlanga Santos
Democracia elitista
144
Democracia
12
En los estudios empíricos de la ciencia política, la definición de los conceptos es fundamen-
tal para después operacionalizarlos (a través de indicadores) y medir la realidad.
13
Habría que matizar el elitismo de Dahl. En sus trabajos recientes (1993), muestra preocu-
pación por la participación ciudadana. Por ejemplo, su propuesta de “minipopulus”: asam-
bleas (a nivel federal, estatal y local) de unos mil ciudadanos elegidos al azar para deliberar
durante un año sobre una cuestión pública en particular y dar su veredicto. La idea es con-
formar un “público atento”, bien informado, representativo, que manifestaría discrepancias
entre sus juicios y los de las élites y los otros “públicos atentos”.
145
José Luis Berlanga Santos
Democracia participativa
14
El rational choice es una corriente relevante dentro de la ciencia política. Utiliza el método
deductivo: de un axioma se explica todo lo demás. La premisa es la siguiente: los seres huma-
nos actúan por su interés individual, son egoístas: sólo buscan su propio bien. “Hemos su-
puesto que el individuo cuyo cálculo hemos analizado (el individuo ‘representativo’ o ‘medio’)
está motivado por un interés egoísta, que sus compañeros en la decisión constitucional están
motivados del mismo modo, y que, dentro del conjunto de reglas elegido para la elección
colectiva, los participantes son elegidos del mismo modo” (Buchanan y Tullock, 1993: 353).
15
Un último apunte: los teóricos elitistas suelen sustentar sus afirmaciones en encuestas. Una
de las más citadas es la de Voting, aplicada en un pueblo estadounidense a mediados del
siglo xx, cuyos resultados fueron contundentes: “Una premisa que subyace a la teoría de la
democracia es que el ciudadano está altamente motivado para participar en la vida política.
Pero curiosamente una característica del comportamiento electoral consiste en que para un
gran número de personas la motivación es débil, si no es que es inexistente [...]” (Berelson,
Lasarzfeld y McPhee, 1954: 306-308).
146
Democracia
147
José Luis Berlanga Santos
Democracia fuerte
Democracia deliberativa
16
En la literatura se le ha denominado “democracia participativa”, así lo hace por ejemplo
Held en su síntesis de este modelo (2001: 297-308). Usaré el término “democracia fuerte”
como sinónimo, porque así lo emplea Benjamín Barber (1998), cuya propuesta es muy si-
milar a la de Macpherson (1982) y Pateman (1970), y para dejar el concepto de democracia
participativa como árbol y los enfoques en los que se divide como ramas.
148
Democracia
Democracia radical
17
Otros autores que han desarrollado las implicaciones institucionales de esta perspectiva
son Bohman, Feres y Fung; véase la revista Metapolítica (2000). Por otro lado, cabe men-
cionar a Rawls (en su Teoría de la justicia) como precursor de la democracia deliberativa
(Avritzer, 2001; Elster, 2001). Dos textos de referencia obligada del modelo deliberati-
vo son Public Deliberation (Bohman, 1996) y Democracy and Disagreement (Gutmann y
Thompson, 1996).
18
Autores como Žižek se ubican en esta corriente. Algunas de sus fuentes intelectuales son
Derrida, Lacan y Heidegger (Buenfil Burgos, 1998).
149
José Luis Berlanga Santos
Democracia cosmopolita
150
Democracia
Democracia multicultural
Hoy en día las tasas de inmigración internacionales son cada vez más ele-
vadas. Las sociedades democráticas se vuelven multiculturales. Además,
grupos tradicionalmente marginados como las mujeres, homosexuales,
minorías étnicas y religiosas exigen inclusión. Según Taylor (2001a), hay
dos maneras de responder a este desafío: a través del liberalismo proce-
dimental o a través de un modelo cívico-asociativo.20 ¿Cómo combatir la
exclusión de grupos con modos de vida distintos o culturas diferentes?,
¿cómo abordar las diferencias a fin de lograr una mejor convivencia en
un Estado democrático? El enfoque liberal-procedimental presupone el
derecho de cada quien a elegir sus propios fines y metas. No hay posibi-
lidad de establecer fines comunes. Lo único que se puede compartir es la
19
Para un mayor desarrollo del modelo de democracia cosmopolita, véase Held (1997). En
este modelo se ubicaría a Beck (2001) con su idea de “partidos cosmopolitas” (partidos
transnacionales de ciudadanos globales) y a Giddens (1998), con su “política global desde
abajo” (ong de carácter transnacional como Greenpeace y Amnistía Internacional).
20
Este modelo yo lo denomino “democracia multicultural”. En la amplia literatura sobre el
debate entre el liberalismo y el multiculturalismo (o comunitarismo), a Taylor se le ubica
como uno de los autores más representativos del enfoque multicultural. Simplemente agre-
gué este último adjetivo al término “democracia”.
151
José Luis Berlanga Santos
Democracia creativa
21
Para revisar con más amplitud las ideas de Taylor, véase Multiculturalismo y política del reco-
nocimiento (2001b). Touraine (1995) se suma a la propuesta de Taylor: el reconocimiento
del otro es la razón de ser de la democracia. Las principales amenazas a la democracia pro-
vienen, por un lado, de los excesos del mercado y del consumo que destruyen la diversidad
de las culturas y, por el otro, del comunitarismo exacerbado que cae en fanatismos e intole-
rancias. Otros multiculturalistas que se podrían mencionar son Walzer con Las esferas de
la justicia, y Kymlicka con Ciudadanía multicultural.
22
Tres observaciones: 1) el único texto que conozco que ha intentado vincular a estos auto-
res con una nueva perspectiva democrática es el de Dubiel, Rödel y Frankenberg (1997),
sin embargo, aquí el eje articulador de los tres discursos es la contraposición entre la de-
mocracia y el totalitarismo, no la creatividad; 2) una objeción natural es que Arendt no
creía en la democracia. Argumentaría que ella es una demócrata a pesar suyo. El acento
que pone en la igualdad política, valor central de la democracia, es una prueba de ello. Más
aún, Arendt resalta que la acción política creativa es practicable por todos los ciudadanos;
3) algunos autores como Dewey, Joas y Beck han utilizado el término “democracia crea-
tiva”, pero desde un enfoque sociológico. En lo que estoy pensando es en un tratamiento
politológico.
152
Democracia
23
Arendt no cree que las instituciones de la democracia representativa sean apropiadas para
la acción innovadora. Ella propone como alternativa el sistema de consejos (véase Sobre
la revolución, 1988: 271-285), cuyos ejemplos son la Comuna de París (1871), los Rätes
(1919), los Soviets (1905; 1917) y los Consejos de la Revolución húngara (1956). Rasgos
en común: la espontaneidad de su nacimiento y constitución, contra la planeación de los
políticos profesionales. La aspiración a fundar un nuevo orden. Exigencia de la acción, de la
actuación conjunta, de la praxis creativa, no sólo la ejecución de programas o lineamientos
estratégicos como en los partidos. Creación de espacios de libertad, es decir, de estructuras
estables para que los ciudadanos participen. Su interés es más político (hablar, discutir,
interactuar en torno a lo público) que socioeconómico.
24
Para una crítica fuerte de Castoriadis a la democracia procedimental, véase su artículo “La
democracia como procedimiento y como régimen” (1998b).
25
Según Lefort, “Pensar lo político requiere una ruptura con el punto de vista de la ciencia
política […]” (1991: 20). A los politólogos les critica que pretendan ser objetivos y neu-
tros, como si su observación no derivara de una experiencia de la vida social, y que no se
interroguen sobre la forma en que se configura la sociedad, es decir, sobre cómo el objeto
de estudio interpreta su mundo: lo que es legítimo y lo que no, lo verdadero y lo falso, lo
153
José Luis Berlanga Santos
Conclusiones
154
Democracia
Lecturas recomendadas
Para una visión panorámica del tema de la democracia, son muy comple-
tos los libros de Dahl (1993), Sartori (2003) y Held (2001). Asimismo,
vale la pena revisar la sistemática recopilación de textos clave sobre la
democracia elaborada por Del Águila y Vallespín (1998). En la últi-
ma década, la literatura sobre aspectos normativos de la democracia ha
sido fructífera. Algunos ejemplos serían Young (2000), Shapiro (2003),
Diamond y Plattner (2001), Crick (2002), Tilly (2007) y Keane (2009).
Respecto de la historia de la democracia desde el punto de vista de las
ideas, véase Bobbio (1987; 1989) y Fernández Santillán (1994). En
torno al debate contemporáneo sobre la democracia, véase Bachrach
(1973), Del Águila (1995) y Nino (1997).
Acudir a los clásicos resulta imprescindible. De la antigua Grecia:
Tucídides (1998) y Aristóteles (1999). De la Roma clásica: Polibio
(1986) y Cicerón (1997). De la época moderna, del republicanismo:
Maquiavelo (1987) y Rousseau (1998); del liberalismo: Locke (1998),
Montesquieu (2000), Stuart Mill (2000), Constant (1998), Tocqueville
(1957) y Hamilton, Madison y Jay (1943); del socialismo: Marx (1998).
En el terreno de los estudios empíricos, dos temas muy recientes
concentran la atención: la calidad de la democracia y la rendición de
cuentas (accountability). En cuanto al primero, los textos de O’Donnell
26
Para profundizar en los desafíos actuales de la democracia, véase Bobbio (1996) y Vallespín
(2000).
155
José Luis Berlanga Santos
Fuentes
156
Democracia
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José Luis Berlanga Santos
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Democracia
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José Luis Berlanga Santos
160
Sistemas de gobierno
Moisés Pérez Vega*
Introducción
161
Moisés Pérez Vega
1
Al fundamentarse en temas-problema, cabe aclarar que dicha periodización no comporta
límites temporales rígidos y claros; la finalidad del ejercicio de disección es dar cuenta de
la evolución de los debates con intenciones expositivas. El lector tendrá la mejor opinión si
ello se logró.
2
Para aclarar diferencias entre Estado, régimen político y gobierno, véase O’Donnell
(2004: 149-191).
162
Sistemas de gobierno
1) La elección popular directa o casi directa del jefe de Estado (el pre-
sidente) por un tiempo determinado (condición necesaria, pero no
suficiente).
2) El Ejecutivo no es designado ni desbancado mediante el voto
parlamentario.
3) El presidente dirige el Ejecutivo.
3
Un ejemplo ilustrativo fue México, que durante décadas vivió bajo un régimen político no
democrático con una forma presidencial de gobierno.
4
Matthew Shugart (2006), “Comparative Executive-Legislative Relations”, en The Oxford
Handbook of Political Institutions. Esta concepción es una versión modificada de una anterior
que propone cuatro criterios, la cual se encuentra en M. Shugart y J.M. Carey, Presidents and
Assamblies (1992).
5
Los regímenes “mixtos” o “híbridos” poseen características de los sistemas presidencial y
parlamentario, en virtud de lo que reciben diversas denominaciones como “semipresiden-
cial”, “semiparlamentario” o “premier-presidencial”. Estos sistemas se distinguen por poseer
un “ejecutivo dual”, que implica la elección popular del presidente que comparte el Poder
Ejecutivo con un primer ministro que está sujeto a la aprobación y confianza de la asamblea
163
Moisés Pérez Vega
necesario señalar los dos rasgos definitorios del modelo puro del régimen
parlamentario:
legislativa. Para una perspectiva de las diferentes variantes y formas de funcionamiento del
semipresidencialismo, véase Robert Elgie (1999), y P. Schleiter y E. Morgan-Jones (2007).
6
Adicionalmente, la dinámica de los sistemas presidenciales, parlamentarios y semipresi-
denciales se distingue por sus relaciones de control, esto es, desde la teoría de delegación
basada en modelos del agente-principal. He desarrollado esa distinción en Pérez (2007).
164
Sistemas de gobierno
165
Moisés Pérez Vega
166
Sistemas de gobierno
7
El supuesto teórico es que las instituciones tienen un impacto autónomo sobre el proceso
político, supuesto que se deriva de la corriente teórica conocida genéricamente como ne-
oinstitucionalismo. Este enfoque no es un cuerpo teórico homogéneo, con un programa de
investigación consensuado; sin embargo, comparte el presupuesto de que las instituciones
son determinantes para explicar los resultados sociales y políticos.
8
Una primera versión de los argumentos de este especialista español se halla en Linz 1984; una
versión abreviada en inglés apareció en Linz (1990); véase también Linz (1996; 1994; 1997).
167
Moisés Pérez Vega
168
Sistemas de gobierno
169
Moisés Pérez Vega
170
Sistemas de gobierno
9
Los tipos de poderes constitucionales son cuatro: veto, veto parcial, poder de decreto y
poder exclusivo de introducción legislativa. El poder de veto permite al presidente defender
el statu quo, reaccionando al intento de la legislatura de alterarlo. Con el veto parcial los
presidentes pueden vetar temas específicos de una iniciativa, pueden promulgar artículos o
temas de una iniciativa en los cuales estén de acuerdo, mientras pueden vetar y regresar al
Congreso para su reconsideración sólo las partes vetadas. El poder de decreto se da cuando
el Ejecutivo, al firmar un decreto, se convierte en ley estableciendo un nuevo statu quo. Por
último, el poder exclusivo de introducción legislativa se refiere al derecho de introducción
exclusiva de propuestas legislativas en determinadas áreas.
171
Moisés Pérez Vega
10
El voto personal se define como “la porción del apoyo electoral que un candidato obtiene
por sus cualidades, calificaciones, actividades y trayectoria personales” (Cain et al., 1987).
172
Sistemas de gobierno
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Moisés Pérez Vega
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Sistemas de gobierno
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Moisés Pérez Vega
176
Sistemas de gobierno
177
Moisés Pérez Vega
Conclusiones
11
Existe una distinción de los mecanismos de control parlamentario centrándose en el proceso
de formulación de las políticas, reconociendo como controles ex ante aquéllos que se crean
antes de la implementación de las políticas, y como controles ex post los que se ejercen
durante y después de la implementación.
178
Sistemas de gobierno
Lecturas recomendadas
179
Moisés Pérez Vega
Fuentes
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180
Sistemas de gobierno
181
Moisés Pérez Vega
182
Sistemas de gobierno
183
Partidos políticos
Víctor Hugo Martínez González*
Introducción
“Mira qué brazos tan largos tengo y por todos sitios no hay más que
vacío”. Hija de la pluma de Ingmar Bergman (1990: 67), quizá esta frase
podría firmarla cualquier partido político. Porque los partidos son hoy,
como nunca, fuertes en las democracias, pero, no obstante, se dice y re-
pite hasta la saciedad, sufren un divorcio con los ciudadanos. ¿Por qué la
paradoja? Para responder a esto, se explorará aquí la literatura partidista
internacional.
Para dotar de contenido las partes del texto retomaré cuatro hipóte-
sis esparcidas en cien años de bibliografía partidista: 1) los partidos per-
judican la democracia, razón por la que deben desaparecer (Ostrogorski
en 1902); 2) los partidos de masas son las organizaciones del futuro
(Duverger en 1951); 3) los partidos están en crisis y serán sustitui-
dos por movimientos y otras formas de organización social (Lawson
y Merkl en 1988) y 4) los partidos se han transformado y revitalizado
(Katz y Mair en 2002).
Apoyado en estas hipótesis, pero también en sus correspondien-
tes objeciones, el artículo sobrevolará debates interesantes, por ejemplo:
185
Víctor Hugo Martínez González
1
Una revisión reciente de partidos, sistemas de partidos y sistemas electorales se encuentra
en Larrosa (2007).
186
Partidos políticos
187
Víctor Hugo Martínez González
188
Partidos políticos
2
En Martínez (2010a) desarrollo las premisas y contenidos epistemológicos de estas
escuelas.
189
Víctor Hugo Martínez González
Historia literaria
190
Partidos políticos
3
Sartori, como todo relato antológico de partidos parece inevitable que recuerde, dedica el
primer capítulo de su Partidos y sistemas de partidos (1980: 19-35) al deslinde conceptual
entre partidos y facciones.
191
Víctor Hugo Martínez González
4
Para completar esta versión literaria, Weber (1967: 125-129) tiene páginas también funda-
mentales, con cuya suma el lector quedará enterado del paso de los partidos aristocráticos
(de notables, de “cuadros”, o “de creación interna”) a los partidos modernos (de masas, po-
pulares, o de “creación externa”).
192
Partidos políticos
193
Víctor Hugo Martínez González
5
Diamant (en 1952) y Lavau (en 1953), iniciarían la denuncia de fallos teóricos y metodo-
lógicos en Duverger. Mckenzie (autor, en 1958, del libro clásico de mayor repercusión en
Inglaterra) discreparía con la distribución del poder interno: en el grupo parlamentario, y
194
Partidos políticos
Entre los años cincuenta y sesenta del siglo xx surgiría una hipótesis
que alumbró la noción de crisis partidista, la cual fue el paso de “los par-
tidos de masas de integración clasista o confesional a partidos de masas
catch-all”, apuesta formulada desde 1954 por Kirchheimer y (re)publica-
da en un libro de LaPalombara y Weiner (1966).6 En este apartado, el
artículo telegrafía un ciclo literario (de los sesenta a los noventa del siglo
xx) en el que, resonando el relevo de los partidos de masas por los catch-
all, se abrirían dos líneas de estudio: 1) la crisis de los partidos como un
hecho inminente y de oscuros augurios y 2) la cortaziana “crisis del con-
cepto crisis de los partidos”. Este debate, inspirado por la naturaleza del
cambio que los partidos vivirían (crisis/declive contra crisis/revitaliza-
ción), tendrá sus simientes en la asimilación académica de Kirchheimer
195
Víctor Hugo Martínez González
7
En Martínez (2007) sumo a estas interpretaciones otras dos lecturas politológicas de
Kirchheimer: oposición (diatriba que niega la existencia de partidos catch-all); validación
(reformulaciones que, dando por cierta la hipótesis, exploran su evolución hacia otras tipo-
logías de partido como catch-all plus).
8
Dos años antes de la publicación de su artículo en el volumen de LaPalombara y Weiner,
Kirchheimer había presentado en Italia, con el mismo título, una conferencia con dife-
rencias sustantivas respecto del famoso texto de 1966 (véase Krouwel, 2003; así como la
excelente antología de textos de Kirchheimer editada por Burin y Shell, 1969).
9
La lectura reduccionista de Kirchheimer se vería impulsada en México por un factor par-
ticular: su traducción demoraría hasta 1980, arribando en una versión inexacta y mutilada
(un título diferente, errores importantes de traducción, seis páginas menos respecto del
ensayo original).
196
Partidos políticos
10
Kirchheimer (1966: 185-191), afirma, niega y vuelve a afirmar después la posible existen-
cia de leyes causales para el nacimiento de los partidos catch-all.
11
La idea errónea de que los partidos catch-all son para Kirchheimer promotores originales
de la desideologización provendría de una imprecisión en la traducción del texto. En ésta,
el verbo “appear” se tradujo como “se encuentran” (Kirchheimer, 1980: 333), lo cual, a dife-
rencia de “aparecen”, permite una lectura que da al partido catch-all un papel proactivo, en
vez de reactivo, en la desideologización.
197
Víctor Hugo Martínez González
12
Kirchheimer visualizará esta transformación partidista con un acentuado dejo nostálgico y
desencanto moral. Véanse especialmente los últimos párrafos de su ensayo de 1966 (200).
13
El concepto partido cartel ha cobrado, a partir del trabajo de Katz y Mair (1995), relevancia
en la discusión contemporánea. También desde los años cincuenta, Kirchheimer (1954b)
intuiría ese modelo partidista.
198
Partidos políticos
1977; Dalton et al., 1984; Lawson y Merkl, 1988). El cambio social for-
zaría, así, el cambio/crisis partidista. Aspectos como la fragmentación
de las identidades colectivas, la pérdida de confianza en las institucio-
nes de la democracia, el crecimiento de los sentimientos antipartidistas,
el surgimiento de movimientos sociales con mayor capacidad de repre-
sentación, la pérdida de votos, o la volatilidad electoral, serían síntomas
inequívocos de la debilidad y posible muerte de los partidos. El conjunto
de análisis del cambio partidista, para el que el influjo de una sociedad
(pos)material condicionará el (de)clive de los partidos, propondrá un
esquema analítico como el siguiente (Crewe y Denver, 1985: 16):
Gráfico 1. Xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Cambio en la
estructura social
Desalinea- Volatilidad Cambio/declive
miento partidista electoral
de los partidos
Cambio cultural
de valores
199
Víctor Hugo Martínez González
Aserto o
pregunta sobre Cambio social Cambio electoral Cambio partidista
la relación
Declive
Radical en sus
Declinists Extremo Decadencia
consecuencias
Desfallecimiento
Considerable, mas Adaptación
Revivalists no radical en sus Limitado Transformación
efectos Fortalecimiento
200
Partidos políticos
Debates contemporáneos
Desarrollado en los últimos treinta años del siglo xx, el debate por la
crisis partidista parece tener un veredicto incontestable: a pesar de sus
obituarios literarios, el cadáver de los partidos no apareció por ninguna
parte. La capacidad darwinista de los partidos para persistir abriría, así,
como línea de estudio, “las transformaciones contemporáneas” de estas
organizaciones. En ese renglón, la propuesta con mayor acogida es la
de un modelo organizativo emergente definido por Katz y Mair (1995,
2002) como partido cartel. Contemplado como un “nuevo” estadio en la
evolución partidista, dicho partido manifestaría una interpenetración
entre el partido y el Estado (los partidos dejan de ser agentes de la socie-
dad civil para convertirse en agencias estatales), y un patrón de colusión
interpartidista (los partidos dejan de rivalizar para más bien cooperar
entre sí). La ayuda/financiamiento estatal, ahí donde los actuales parti-
dos dependen económicamente de los recursos públicos, habría acelera-
do esta metamorfosis.14
Con los partidos cartel, agregan Katz y Mair, daría inicio un periodo
en los que los fines de la política se hacen más autorreferenciales, la polí-
tica deviene una profesión alejada del ciudadano de a pie, y los partidos,
gracias a la adopción de canales tecnológicos de comunicación (campa-
ñas personalizadas y mediáticas), serían cada vez más poderosos, pese a
14
Para ampliar el tema y su debate, véanse Koole (1996), Katz y Mair (1996), Detterbeck
(2005) y Martínez (2010b).
201
Víctor Hugo Martínez González
15
Gunther y Diamond (2001) proponen quince tipos de partido, exceso que Krouwel
(2006: 256) vincula con “lo errático del proceso teórico relacionado con la transformación
de los partidos”.
202
Partidos políticos
Lecturas recomendadas
16
Algunos de estos estudios pueden consultarse en el nuevo Handbook of Party Politics (Katz
y Crotty, 2006). Para el caso concreto de la nueva tipología de sistemas de partidos, hay
que estar a la espera de la próxima aparición de un libro de Wolinetz (2010), en el que este
autor completará sus avances ya publicados.
203
Víctor Hugo Martínez González
Fuentes
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205
Víctor Hugo Martínez González
206
Partidos políticos
207
Víctor Hugo Martínez González
208
Tercera parte
Esferas y procesos
Sociedad civil
Sergio Ortiz Leroux*
Definición
211
Sergio Ortiz Leroux
212
Sociedad civil
Historia
1
“En su acepción originaria, desarrollada en el ámbito de la doctrina política tradicional
[…], ‘sociedad civil’ (societas civiles) se contrapone a ‘sociedad natural’ (societas naturalis), y
213
Sergio Ortiz Leroux
214
Sociedad civil
Para Montesquieu, las leyes positivas pueden ser de tres tipos: las
que regulan las relaciones entre naciones (derecho de gentes); las que
se dan dentro de una nación entre gobernantes y gobernados (derecho
político o público) y las que se dan entre ciudadanos (derecho civil). Al
distinguir Montesquieu el ámbito de lo civil (derechos entre ciudada-
nos) del ámbito de lo político (derechos del ciudadano), la sociedad civil
(el espacio entre los ciudadanos) adquiere la autonomía necesaria para,
en adelante, desempeñar un papel de mediación entre la esfera econó-
mica mercantil y la política estatal. Gracias a ese margen, la sociedad ci-
vil moderna se instituye como un ámbito social diferenciado del Estado
y del mercado.
Desde una mirada diferente, pero no opuesta, destaca la visión de
la sociedad civil centrada, no precisamente en las instituciones políti-
cas, sino en su actividad económica y cultural. Esta lectura toma cuer-
po en la noción de civil society desarrollada por los ilustrados escoceses:
Ferguson, Smith y Hume. En la obra de Adam Ferguson, autor del ya
clásico Un ensayo sobre la historia de la sociedad civil (1767), podemos
identificar cuatro grandes sentidos de la sociedad civil que se encuen-
tran en la frontera entre la Antigüedad y la modernidad: a) la sociedad
civil civilizada (sociedad civilizada), que se refiere al último estadio, hasta
entonces conocido, de evolución de la historia de la humanidad, contra-
puesta a las sociedades bárbaras —cazadoras y pastoriles— y a las so-
ciedades agrícolas; b) la sociedad civil comercial (sociedad comercial), que
si bien alude al mismo fenómeno histórico que la sociedad civil civiliza-
da, se distingue porque se acompaña de una serie de elementos típica-
mente modernos de naturaleza económica: comercio, crédito y división
del trabajo; c) la sociedad civil de mercado (sociedad de mercado), en la
cual la dimensión “civil” de la sociedad se ciñe exclusivamente a la esfera
del mercado, que se define como el espacio en el cual convergen y se re-
215
Sergio Ortiz Leroux
216
Sociedad civil
Hay que distinguir entre la sociedad civil, tal como la entiende Hegel
y en el sentido en que la expresión se utiliza a menudo en estas notas
(o sea, en el sentido de hegemonía político y cultural de un grupo
social sobre la entera sociedad, como contenido ético del Estado) y
el sentido que dan a la expresión los católicos, para los cuales la so-
ciedad civil es, en cambio, la sociedad política o el Estado, frente a la
sociedad familiar y a la Iglesia (Gramsci, 1977: 290-291).
3
“Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdadera madurez, el hombre lleva una
doble vida no sólo en sus pensamientos, en la conciencia, sino en la realidad, en la vida:
una vida celeste y una vida terrena, la vida en la comunidad política, en la que vale como ser
comunitario, y la vida en la sociedad burguesa, en la que actúa como hombre privado” (Marx,
1993: 34-35). Las cursivas son mías.
217
Sergio Ortiz Leroux
218
Sociedad civil
Debates contemporáneos
219
Sergio Ortiz Leroux
220
Sociedad civil
4
En palabras de Lefort (1991: 46): “La originalidad política de la democracia, que me parece
desconocida, es señalada en ese doble fenómeno: un poder consagrado a permanecer en
busca de su propio fundamento, porque la ley y el poder ya no están incorporados en la
persona de quien o quienes la ejercen, una sociedad que acoge el conflicto de las opiniones y
el debate sobre los derechos, pues se han disuelto las referencias de la certeza que permitían
a los hombres situarse en forma determinada los unos respecto de los otros”.
221
Sergio Ortiz Leroux
222
Sociedad civil
5
Según la doctrina económica keynesiana, las políticas del Estado benefactor sirven para
estimular las fuerzas del crecimiento económico y prevenir recesiones pronunciadas, alen-
tando la inversión y estabilizando la demanda. En términos políticos, el Estado benefactor
también aumentaría la estabilidad y productividad: por una parte, el derecho legal a los
servicios estatales ayuda a los que sienten los efectos negativos del mercado a la vez que
elimina problemas explosivos del conflicto industrial; y por la otra, el reconocimiento del
papel formal de los sindicatos de trabajadores en la negociación colectiva y en la formación
de la política pública “equilibra” la relación de poder asimétrica entre la mano de obra y el
capital y modera el conflicto de clases (Cohen y Arato, 2000: 30-32).
6
Desde el punto de vista económico, son tres las acusaciones que se presentan contra las
políticas del Estado benefactor: conducen a un desincentivo para invertir (impuestos), para
trabajar (seguro social y de desempleo) y constituyen una grave amenaza para la viabilidad
de la clase media independiente (altas tasas de impuestos e inflación). En el aspecto polí-
tico, se argumenta que los propios mecanismos introducidos por los estados benefactores
para resolver sus conflictos y crear mayor igualdad de oportunidades (derechos legales y un
sector estatal ampliado) han conducido a nuevos conflictos y han violado los derechos de
algunos para favorecer a otros. Y en el aspecto cultural, se subraya el debilitamiento de la
ética de la responsabilidad. Al mismo tiempo, estos mecanismos han generado un conjunto
de expectativas crecientes y un aumento de las demandas que conducen a una situación
general de ingobernabilidad (recuérdese el famoso texto sobre “La crisis de la democracia”
elaborado por la Comisión Trilateral) (Cohen y Arato, 2000: 32-34).
223
Sergio Ortiz Leroux
7
Para este apartado se recuperan las ideas principales de dos trabajos fundamen-
tales: Arato y Cohen (1999: 83-112) y Olvera (1996: 31-44).
224
Sociedad civil
225
Sergio Ortiz Leroux
8
En el mundo contemporáneo, la gran escala de desterritorialización no tiene precedentes.
En el espacio global, el “lugar” no está definido territorialmente. De suerte que las rela-
ciones globales tienen que ser llamadas en su carácter de “supraterritoriales”. Ejemplos del
fenómeno global abundan actualmente: faxes, McDonald’s, agotamiento del ozono, emi-
siones de cnn, tarjetas de crédito Visa, Internet, etcétera.
226
Sociedad civil
227
Sergio Ortiz Leroux
228
Sociedad civil
229
Sergio Ortiz Leroux
230
Sociedad civil
Lecturas recomendadas
Fuentes
231
Sergio Ortiz Leroux
232
Sociedad civil
233
Movimientos sociales
Martín Retamozo1*
E n el breve relato “Del rigor de la ciencia”, Jorge Luis Borges evoca la his-
toria de un imperio en el cual la cartografía había llegado a tal desarrollo
que los expertos se dispusieron a realizar un mapa perfecto, uno que co-
incidiera exactamente con los detalles de aquel reino. El absurdo de tal
esfuerzo fue evidente para quienes lo necesitaban: un mapa de estas carac-
terísticas es completamente inútil (no podría desplegarse), un mapa con-
siste en una rigurosa simplificación atenta a ser útil para quien requiere de
sus servicios. Pues bien, este trabajo tiene por objeto introducir al lector al
campo de estudio de los movimientos sociales, para ello hemos elabora-
do este mapa de la cuestión que, lejos de la precisión del relato borgeano,
busca la virtud de ser una guía eficaz para quien se aproxima a la temática.
El presente capítulo, en consecuencia, ofrece un itinerario general y las
claves para que el lector se sumerja en el campo temático de su interés vin-
culado a los movimientos sociales. Así, este mapa inicia con una primera
parte dedicada a los orígenes clásicos del debate en cuestión. En la segunda
visitaremos críticamente algunos de los esfuerzos dentro de los principa-
les paradigmas contemporáneos. Allí, presentaremos la teoría de la movi-
lización de recursos (y su continuación en el enfoque del proceso político),
el paradigma orientado a la identidad y las teorías sobre los “nuevos movi-
mientos sociales”. Finalmente, revisaremos algunas claves para la concep-
tualización y el análisis de los movimientos sociales en América Latina.
235
Martín Retamozo
Introducción
2
El campo de estudio de los movimientos sociales ha sido trabajado fundamentalmente por
la sociología, pero esto no implica la imposibilidad de ser construido como objeto de estudio
de la ciencia política, la historia, la antropología, la psicología social e incluso la filosofía.
236
Movimientos sociales
3
También los trabajos de Hannah Arendt y Theodor W. Adorno indagan en esta dirección,
aunque desde una perspectiva filosófica diferente.
237
Martín Retamozo
4
Para una explicación del “Dilema del prisionero” y sus consecuencias para la acción colecti-
va, véase Elster (1993).
238
Movimientos sociales
5
La pertinencia del individualismo metodológico y de la teoría de la elección racional para
las ciencias sociales en general y el estudio de los movimientos sociales en particular, ha
generado un amplio debate. Críticas al uso de categorías olsonianas en Pizzorno (1988 y
1994) y de la Garza (2005). Las obras de Elster, asimismo, se desplazan de una defensa
(1989) al desencanto con esta perspectiva teórica (2000).
239
Martín Retamozo
240
Movimientos sociales
241
Martín Retamozo
242
Movimientos sociales
243
Martín Retamozo
244
Movimientos sociales
6
Touraine define historicidad como “el conjunto de modelos culturales, cognoscitivos, eco-
nómicos, éticos y estéticos con los cuales una colectividad construye sus relaciones con el
medio” (1987: 67).
7
Países industrializados, con economías capitalistas y democracias liberales consolidadas.
245
Martín Retamozo
8
La preocupación central de Melucci ha sido por los movimientos sociales de los países
centrales, sin embargo, su enfoque ha sido utilizado para construir explicaciones de las mo-
vilizaciones en América Latina. Por otra parte, él mismo ha intentado realizar mediaciones
246
Movimientos sociales
para la adopción de su teoría en países del tercer mundo (Melucci, 1999, especialmente su
“Introducción” a la edición en español).
247
Martín Retamozo
248
Movimientos sociales
las nuevas formas de hacer política, para Offe, lejos de ser un círculo vi-
cioso y destructivo, puede brindar las condiciones para la apertura de la
participación de la ciudadanía a partir de una redefinición de los límites
de la política y de la dicotomía público-privado, tal como la entiende el
liberalismo.
La adopción de demandas no contempladas y acciones políticas no
institucionalizadas constituyen la razón de ser de los movimientos so-
ciales que buscan comunicar sus reclamos al sistema político. Offe se
refiere a los movimientos ecologistas, los de defensa de los derechos hu-
manos (feministas entre ellos), los movimientos pacifistas y los que pro-
mueven formas de producción comunitarias alternativas de bienes y
servicios. Estos movimientos sociales significarían una redefinición de
la participación política por fuera de las formas institucionalizadas (par-
tidos de masas) de tal manera que contengan la “sobrecarga” de la demo-
cracia, volviendo a los grupos movilizados interlocutores legítimos en el
sistema democrático.
Las reflexiones de Offe tienen un centro de interés en los problemas
que afrontaban los países centrales en los años setenta, vinculados a un
proceso de racionalidad técnica y control social que (como buen herede-
ro de la tradición francfortiana) el autor cuestiona, y al que los nuevos
movimientos sociales enfrentaron a partir de defender un proyecto de
autonomía e identidad (Offe, 1988). En este punto, Offe toma contac-
to con la preocupación de Habermas (1989) sobre la colonización del
mundo de la vida por la racionalidad instrumental. Habermas concibe
los movimientos sociales en el marco de su teoría de la esfera pública
(1982), allí el potencial de éstos radica en que pueden proponer un pro-
ceso de racionalización de las demandas en el seno de la sociedad civil,
a la vez que exige al sistema político su incorporación produciendo, de
esta manera, una mayor democratización. Este proceso fue identificado
también por Niklas Luhmann, quien considera que los “movimientos
sociales de protesta”9 se ubican en la periferia del sistema político y son
encargados de transmitir (“irritando” o “buscando resonancia”) preocu-
paciones para que sea el sistema político el que las resuelva. Es decir, no
9
Ante la imposibilidad de delimitar el concepto de “nuevos movimientos sociales”, Luh-
mann prefiere concentrarse en los “movimientos de protesta” (Luhmann, 1998; Torres
Nafarrate, 2004).
249
Martín Retamozo
10
Para una revisión de las tesis de Germani en relación con los movimientos sociales latinoa-
mericanos puede consultarse Cisneros Sosa (2001).
11
Es posible encontrar excepciones, como la de José Carlos Mariátegui por ejemplo, que des-
de el marxismo intentó pensar las características propias de la realidad peruana.
250
Movimientos sociales
12
Esto no significa que no hayan existido esfuerzos por comprender las movilizaciones co-
lectivas en la región, particularmente el movimiento obrero y el campesino. Sin embar-
go, como campo autónomo de estudio los movimientos sociales se constituyeron recién
hacia comienzos de los ochentas. Entre las principales obras conjuntas caben destacar la
compilada por Calderón (1986), Calderón y Jelin (1987), Calderón y Dos Santos (1987),
Camacho y Menjivar (1989).
251
Martín Retamozo
Conclusiones
252
Movimientos sociales
253
Martín Retamozo
Lecturas recomendadas
254
Movimientos sociales
Fuentes
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257
Martín Retamozo
258
Políticas públicas
Eduardo Villarreal Cantú*
Introducción
259
Eduardo Villarreal Cantú
1
Para una amplia discusión en las diferencias entre gobierno, gobernabilidad y gobernación/
gobernanza, véanse Aguilar (2006) y Cerrillo (2005).
260
Políticas públicas
2
Más que una disciplina (entendida como “arte, facultad o ciencia”), las políticas públicas son
un enfoque analítico de la ciencia política, que nos ayudan a “dirigir la atención o el interés
hacia un asunto o problema desde unos supuestos previos, para tratar de resolverlo acerta-
damente” (Real Academia Española). La cualidad de enfoque no significa pérdida de rique-
za conceptual, sino una mejor ubicación dentro de la ciencia política, la disciplina “madre”
de la que surge el enfoque. A pesar de que esta precisión la considero pertinente, advierto
al lector(a) que no es usual esta distinción en la bibliografía del tema y con frecuencia se le
llama disciplina.
261
Eduardo Villarreal Cantú
262
Políticas públicas
3
Cada vez es más frecuente hablar, entonces, de acción pública, una “categoría de análisis que
permite explorar el punto de intersección de la acción gubernamental y la acción social. La
utilidad de este enfoque es que no se queda en la parcialidad de una visión de lo público
sólo desde lo gubernamental, y a la vez tampoco se queda en la parcialidad de una visión de
lo colectivo sólo desde la sociedad”. Al respecto, puede consultarse Cabrero (2005).
4
Las interfaces socioestatales son espacios de participación, interpelación y control del po-
der estatal, donde participan gobernantes y gobernados, no casual sino intencionalmente
(Isunza, 2006).
263
Eduardo Villarreal Cantú
264
Políticas públicas
Historia
5
Para una revisión más detallada de la historia del enfoque, desde la óptica estadounidense,
véase DeLeon (2006). Una mirada europea y crítica se encuentra en Torgerson (1999).
6
Publicado originalmente bajo el título “The Policy Orientation”, en Lerner y Laswell (1951).
Existe traducción al español, con el título “La orientación hacia las políticas” (1992).
265
Eduardo Villarreal Cantú
Ciclo de políticas
Una de las características más notables del enfoque es la forma que ana-
líticamente divide, para efectos metodológicos, el proceso de una política
pública. Esta forma de deconstruir la realidad ha sido la fuente de nume-
7
Para una revisión del desarrollo histórico del enfoque, véase Ernesto Carrillo (2004).
266
Políticas públicas
8
En la literatura se encuentran diferentes modelos sobre el “ciclo de políticas”, aunque la
mayoría de éstos concuerda con los cinco aquí presentados. Los matices entre sí se ubican,
más bien, en que algunos desagregan aún más algunas de estas fases. Para una revisión de
los diferentes modelos sobre el “ciclo de políticas”, véase Aguilar (1992).
267
Eduardo Villarreal Cantú
268
Políticas públicas
269
Eduardo Villarreal Cantú
9
Para un amplio análisis del enfoque de redes de políticas públicas, véase Rhodes y Marsh
(1992), Kickert, Klijn y Koppenjan (1997), Evans (1998) y Chaqués (2004).
270
Políticas públicas
10
Para un análisis amplio de estas dos formas de gobierno, véase Alford y Friedland (1991) y
Marsh y Stoker (1997).
271
Eduardo Villarreal Cantú
11
La ciencia política, como otras disciplinas científicas, ha desarrollado numerosos modelos
analíticos que ayudan a entender la dinámica política de las sociedades. Entre esos mode-
los se encuentran el institucional, el elitista, de grupos, el racional, el incremental, la teoría
de juegos, la elección pública y el sistémico. Para un examen de todos estos modelos bajo
el lente de las políticas públicas, véase Dye (1995).
272
Políticas públicas
Líneas de investigación
12
La consolidación del enfoque en español se presentó a principios de los noventa, a través de
tres trabajos pioneros (dos traducciones y una antología), que son ya referencias obligadas
para los estudiantes en toda Iberoamérica: Lindblom (1991), Mény y Thoenig (1992) y
Aguilar (1992).
13
Estos énfasis no deben significar, sin embargo, que el enfoque pierda su carácter multidis-
ciplinario. Se trata, más bien, de líneas de trabajo que responden a los cambios que el con-
273
Eduardo Villarreal Cantú
tinente ha experimentado en la última década, donde las políticas públicas tienen mucho
que aportar.
14
La teoría de la “elección racional” es un marco analítico para entender (y frecuentemente
modelar) el comportamiento social y económico. Es el paradigma teórico dominante en
los estudios de microeconomía, y cada vez es más influyente en la ciencia política moderna
y otras disciplinas como la sociología. Para una explicación detallada, véanse, entre otros,
Becker (1978), Sen (1987), Green y Shapiro (1994).
274
Políticas públicas
Políticas públicas globales: uno de los límites del enfoque, desde sus inicios,
tiene que ver con que se pensó para sociedades donde el Estado-nación
tenía claros límites geográficos. Esto implicaba que se podía hablar de
políticas públicas según los países analizados. La política urbanística
francesa, la política energética estadounidense, la política medioambien-
tal española, etc., eran ejemplos de ello. La globalización, como se sabe,
ha fracturado muchos de los supuestos que valían para el análisis tradi-
cional de los estados, y el enfoque de políticas no es la excepción. Hoy
existen problemas públicos compartidos por dos o más países, regiones
continentales enteras e, incluso, por todo el planeta, lo que mueve a la
necesidad de pensar políticas públicas más allá de los límites naciona-
les.16 Los obstáculos y límites para aplicar el enfoque a estas realidades
son muy desafiantes. Preguntas como las siguientes parecen cada vez más
15
Al respecto, consúltense los trabajos ya clásicos de Duverger (1968) y Dowse y Hughes
(1975), así como el amplio compendio de Janoski et al. (2005).
16
La Unión Europea es un buen ejemplo de los desafíos y oportunidades de este tipo de
situaciones.
275
Eduardo Villarreal Cantú
Conclusiones
276
Políticas públicas
17
Aguilar (1997: 24) señala que “el análisis (de políticas) se ha caracterizado por ser predeci-
sional, y su propósito disciplinario ha sido mejorar la calidad y la eficiencia de la decisión;
mientras tanto, los estudios de implementación y evaluación de políticas han puesto el
acento en el momento posdecisional, en el sentido de que, al decidir, hay que considerar y
anticipar las dificultados y complejidades que acarrea llevar a efecto lo decidido, a causa
de la intervención de múltiples actores administrativos y políticos que por muy diversos
motivos toman partido a favor o en contra de la política”.
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Lecturas recomendadas
Fuentes
Aguilar, Luis (2007). “Marco para el Aguilar, Luis (1997). “Estudio intro-
análisis de las políticas públicas”, ductorio”, en Giandomenico Ma-
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(Pre)textos para el análisis político. Disciplinas, reglas y procesos
se terminó de imprimir en julio de 2010
en los talleres de Gráfica, Creatividad y Diseño, S.A. de C.V.
Pdte. Plutarco Elías Calles 1321-A, col. Miravalle, 03580,
Benito Juárez, México, D.F.
Se tiraron 1000 ejemplares