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La balaustrada

(95 columnas de opinión censuradas o publicadas por

Las Provincias)

María Jesús Zapater

1
La feria de las vanidades y la incoherencia(*)

Como joven periodista en paro agraviada por los desorganizadores de la X Feria

Alternativa, condeno el incongruente despotismo de estos(1). Me sobran razones y anécdotas, pues

he participado los últimos cuatro años: primero, en una radio libre; luego, practicando la

quiromancia honradamente y vendiendo sobres sorpresa a 50 pesetas. Si, pese a ser buena

periodista, no me dan trabajo, de algo he de sobrevivir, ¿no?

Siempre simpaticé con las utopías esbozadas por esos grupos que tanto hablan de

alternativas paradisíacas. Parafernalia: ahora descubro el sectarismo y la falsedad de tales posturas.

Pero juzguen ustedes, juzguen:

Mientras cuatro lunáticos, botella en mano, predican libertad y resistencia al Sistema,

mugrientos elfos adoran a la madre naturaleza atusándose la maraña de sus verdes cabelleras,

capricho obtenido a costa de agrandar el agujero de ozono y de enrarecer la atmósfera con ponzoñas

químicas de indudable origen industrial. Justo detrás de mí, tiñosos desharrapados abominan entre

porro y porro de la apestosa corrupción sociopolítica y de las carísimas suciedades anónimas; me

huelo que desconocen que en las piñatas un paquete de tres jabones vale 100 pesetas. Digo esto

porque basta pasearse por los tenderetes para ver los exorbitantes precios, y eso sin tener en cuenta

que algunos de los productos el único arte que entrañan es el de la estafa más sofisticada.

Por si estas pinceladas no bastaran para reflejar el caótico cuadro, he aquí el toque final:

una panda de feriantes prepotentes me expulsan del apenas metro cuadrado de césped que ocupaba.

La sinrazón, no ser adepta a ninguna de las sectas alternativas y no tener permiso. Se sabe que el

silencio otorga, pero no para esas gentes, que les escribes y ni te contestan o acudes a sus locales y

te encuentras con una reunión fantasma y con un colectivo tan cambiante cual Caleidoscopio(2) ...

Así pues, ellos y ellas, ¡todos okupas, qué irónico!, plegaron mi pañuelo, quitaron mi cartelito y me

amenazaron con recurrir a la fuerza si volvía (¿y aún hablan de la violencia estatal?) Igual suerte

2
corrió un guitarrista, que acabó cantándoles las cuarenta yendo de un lado a otro agotado por la

carrera; la estrategia era ingeniosa, porque no ocupaba ningún espacio en concreto y a la vez era

omnipresente, pero agotadora. A un pobre acordeonista que pedía la voluntad también lo echaron (y

luego se quejan de la Policía y de la insolidaridad) A quienes no mandaron con la música a otra

parte fue a esos cofrades enfundados en pieles que se oponen a la tortura animal y te ponen la

cabeza como un tambor.

Finalmente, tras jactarse de haber echado a Green Peace, uno de esos feriantes (de muy

pocas luces) nos dijo que lo importante era participar. “Yo he montado toda la instalación eléctrica;

tú vienes aquí y lo tienes todo hecho”, quejóse. Cayó la noche, las farolas brillaron por su ausencia

y el ambiente fue de no veas. Asqueada de tanta comedia, me marché lamentando la desvergüenza,

la intolerancia y la hipocresía de tales funámbulos, avaros comerciantes incoherentes y tiránicos.

M. J. Zapater

(*) Esta carta, por la que fui contratada en Las Provincias, la firmé así: María Jesús Zapater Muñoz (licenciada en

Periodismo y feriante desencantada). Se publicó el miércoles 14 de mayo de 1997, en la sección de Cartas, en la

página 37. La palabra “feria”, no sé por qué lógica, me la pusieron en mayúscula.

(1) El corrector de turno tildó este pronombre.

(2) Juego de palabras, pues Caleidoscopio es precisamente el nombre del colectivo en cuestión. Salió publicado en

minúscula y sin cursiva, con lo cual la gracia pasa inadvertida.

De capa caída(*)

3
Greeenpeace, que el año pasado puso el grito en el cielo al ver el creciente agujero de

ozono, lo ha puesto esta vez en el mar, y con razón.

Estos días pretende en las costas de la Comunidad Valenciana concienciar a la población

de la necesidad de dejar crecer a los pececitos.

El jueves estuvieron en el Mercado Central de Valencia, donde volvieron a proclamar el

lema de su campaña (“No tragues con los inmaduros”), que defienden a capa y espada.

Hablando de capas, volvamos al ozono.

Recordemos la revisión del Protocolo de Montreal, que debía haberse producido a fines del

95 y se retrasó hasta el 96. Allí se olvidaron otra vez de prohibir el terrible fumigante agrícola (el

metalbromuro maldito) y los halo-fluoro-carbonos.

Los HCFCs son gases de la misma calaña que los famosos CFCs, cuyos fabricantes sin

escrúpulos tan estoicamente han burlado hasta hace bien poco el cumplimiento del acuerdo: las

excepciones brotaron como setas emponzoñadas. Si “la excepción confirma la regla”, en este caso

las reglas eran la excepción. El ozono, pues, no estaba en 1995 para celebrar con fanfarrias el X

aniversario de la firma del Convenio de Viena, que poco tenía de triunfo histórico. Aún ahora anda

de capa caída.

Científicos de todo el mundo han demostrado que el uso del metalbromuro es tan nocivo

para la salud como innecesario para la agricultura, pero como, según se ve, aquí lo que cuenta es la

filosofía del progreso industrial y el chollo interminable de los grandes alquimistas posmodernos

como Elff-Atochem(1), pues seguimos abonados al veneno. Así, en vez de contar con saludables

frutos de la tierra, lo que nos queda es sólo indigesto y pestilente caldo de cultivo para lucros,

desnaturalizaciones y espejismos.

Claro que, no faltan voces de alarma, ecos disidentes que se alzan contra esa pandilla

nefaria de envenenadores internacionales tan brutos cual arado. ¿Acaso alguien piensa que esto es

escandaloso?, en modo alguno; los ecologistas, lógicamente, sólo intentamos concienciar y poner

verdes a los embaucadores (sadomasoquistas inconscientes) que se creen que “todo el campo es

orégano”.

4
Pero este mensaje no va sólo contra las empresas químicas: es lamentable que entre los

propios científicos haya quien, haciendo gala del optimismo más retrógrado, se congratule por el

problema. Uno de estos insensatos es Stolarsky, fuente original de la siguiente majadería: “El

agujero de ozono ofrece un aspecto positivo..., ha espoleado a los investigadores a estudiar más

profundamente la química y la dinámica de la atmósfera”. A esto habría que añadir “Mal de

muchos, consuelo de tontos”, aunque yo lo sustituiría por “Mal de muchos, regocijo de Stolarsky”,

y es que la ocurrencia me huele a la filosofía del enterrador, que más contento está cuando más

trabajo tiene.

Así, mientras la calidad de los productos, la salud mundial y las condiciones

medioambientales empeoran, algunos miserables van cosechando fortunas mientras cavan también

su tumba en estado de hipnosis.

¿Cuándo dejarán los peces gordos de hacer de su capa un sayo? ¿Se sentirá ofendido algún

vampiro de la Hermética Cofradía Fariseo Contaminante (o entidades afines)? Si es así, era mi sana

e incisiva intención; además, por algo será: “Quien se pica, ajos come”, dicen.

M. J. Zapater

(Miércoles, 21 de mayo de 1997, en Sociedad, pág. 41)

(*) Este artículo, excluyendo el comentario del principio relativo a los pececitos, lo escribí cuando cursaba quinto de

Periodismo para una revista que debí diseñar en la asignatura de Relaciones Internacionales: la llamé El Eco Lógico.

(1) El nombre de la empresa fue censurado.

5
CENSURADO

El Verbo(*)

Toda lengua es santa. Es la base de la comunicación y precioso patrimonio que debe

respetarse y conservarse, al margen de politiqueos y de prejuicios lingüísticos. Toda lengua viva

necesariamente ha de evolucionar, que no degenerar; este sacrílego error es algo que los que se

creen más cultos ni siquiera pueden entender. Neologismos sí, puesto que si no se cuenta con un

vocablo para designar cierto objeto y este vocablo existe en otra lengua, lógico es que lo

importemos. Pero de ahí a comulgar con denigrantes intrusiones, solecismos, expresiones

inexistentes, barbarismos y demás barbaridades que transforman la lengua en guiñapo, nada.

¡Clama al cielo ver salpicadas por tales herejías las conversaciones de esos que dicen ser los más

duchos en el manejo de la pluma, así como las inmaculadas páginas de ciertos libros considerados

imprescindibles!

Cuando García Márquez proclamó la caótica igualdad entre la “b” y la “v” y la “g” y la

“j”, se me cayó el alma a los pies; la muerte de la “h” me dejó muda de asombro e indignación.

Aquello fue la guindilla que coronó el pastel, de tal modo me picó la noticia. “¡Infamia! ¡Irreligión!

¡Insoportable ignorancia!”, pensé. Para mí, que siempre ha sido imprescindible poner los puntos

sobre las íes (soy así de puntillosa), aquel horror era imperdonable. “¡Dios mío!, ¿me quedaré sola

enarbolando la olvidada bandera del purismo lingüístico?”, me pregunté sobrecogida. “¡Esto es la

decadencia!”, concluí. Y abominando del impío, en romántico arrebato me abismé una vez más en

la deliciosa lectura de Teófilo Gautier; luego me enfrasqué en los impecables sonetos de Baudelaire

(¡bendito sea!), con los que a menudo me embriago.

Así pues, acérrima defensora de la pureza de cualquier lengua, cosa que debería ser el pan

nuestro de cada día, tampoco podía permanecer al margen de la polémica entre valencianistas y

catalanistas. ¿Por qué unos y otros en lugar de tanto resentimiento político no se basan en meras

6
cuestiones formales y gramaticales al defender una u otra lengua? Los valencianistas malgastan sus

energías hablando mal de los catalanistas (y viceversa), sin pensar que lo primordial es hablar bien

la lengua a la que tanto dicen amar. Y no me refiero a esas personas sencillas que han carecido de

instrucción y que hablan no se sabe qué, sino a toda la vasta pléyade de mal llamados intelectuales

que ejercen orgullosos su profesión liberal y se las pasan ultrajando el lenguaje y dando deplorable

ejemplo al pueblo de cómo se debe hablar. Dentro de esta vergonzante pléyade hallamos registros

lingüísticos propios de cofradías varias: el administrativo, puro embrollo y ambigüedad; el judicial,

ininteligible e inefable; el político, verídico al ciento por ciento cuando se trata de insultar al

adversario... Muchos valencianistas y catalanistas deberían aprender la normativa de ambas

lenguas, compararlas, sacar conclusiones y, después, opinar lo que gustaran, pero cuidando la forma

como si de precioso camafeo se tratara.

Toda lengua es igualmente digna, respetable y válida. Que todos opinen lo que quieran por

escrito u oralmente en la lengua que quieran, pero que no la destrocen ni la adulteren, por favor: es

dañino para la vista y molestísimo para el oído. “Al pan, pan, y al vino, vino.” Amén.

M. J. Zapater

(*) Escrito a fines de mayo o principios de agosto de 1997.

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Rojo, amarillo y... rojo(*)

Quien haya sufrido alguna vez la eterna espera de estar parado ante el semáforo en rojo de

la calle J. J. Dómine, o se ha convertido en el Santo Job, o ha montado en cólera con un humor de

mil diablos. Y es que el semaforito tampoco tiene término medio; a veces, en rojo está un minuto,

pero otras puede estarlo hasta más de tres. Eso sí, en verde sólo aguanta de tres a ocho segundos.

Tal incoherencia y descompensación, incomprensible, saca de quicio a cualquiera, pues no

crean que sólo los conductores pasan de la indignación escarlata al amarillo hepático para acabar

poniendo verde al condenado semáforo. Todas las personas, conductoras o viandantes, son víctimas

de tan inefable enigma urbano. También quienes no conducen vehículos de motor (sufridos e

inocentes ciclistas) salen perjudicados; claro que, gracias a su naturaleza escurridiza se libran antes

del suplicio, y hacen bien.

¿A quién puede agradar respirar las pestilentes y negras bocanadas de monóxido de

carbono exhaladas por docenas de tubos de escape? Realmente, es para salir corriendo. Pero claro, a

ver quién se anima a una carrerita saludable con tal atmósfera, aunque el parquecito colindante sea

de los pocos decentes y halagüeños de todo el Marítimo. Sin embargo, algún cabinista disidente

dice que está hasta el gorro del parque; uno de los efectos secundarios del eviterno semáforo y sus

consecuencias es la atrofia de los sentidos.

Así pues, mientras dura la obligada parada, los resignados conductores optan por cerrar a

cal y canto la ventanilla y ocultar su histeria tras el periódico, o se abisman en la lectura de algún

libro.

Los masoquistas que no tienen bastante con el dióxido de carbono llenan sus pulmones

(pitillo en boca) de nicotina y alquitrán. También se puede echar una siestecita, si es que los

ensordecedores pitidos de los más exaltados (esos que del verde bucólico ya han pasado al negro

dantesco) te lo permiten.

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Hay otras vías de escape: aparcar el coche en plena calzada y mudar aires yendo a tomar

una tilita al bar de al lado. O hacer un viaje astral. O iniciarte en la meditación trascendental, ya que

mucho da que reflexionar el asunto.

En cualquier caso, lo mejor es tomar la de Villa Diego y evadirte cuanto antes.

No pases de pasar por tan paradisíaco lugar. Y prepárate. Rojo, amarillo y... rojo. Señoras

y señores, esto es España.

M. J. Zapater

(Martes, 1 de julio de 1997, en Diario del Marítimo, pág. 33)

(*) Este artículo de opinión fue editado en Diario del Marítimo con forma de reportaje y una fotografía para burlar la

posible censura. Llevaba por titular: La mala regulación del semáforo de Av. del Puerto-J. J. Dómine origina largas

colas. Sorprendentemente, se publicó íntegro; pasaría inadvertido a la censura.

9
El Marítimo necesita un repaso(*)

Qué bonito sería tener una varita mágica para poder arreglar en un abrir y cerrar de ojos

todos los desastres que hay en la ciudad. Pero no. Al abrirlos, ¿qué se ve? La desolación de siempre

sin corregir, la mayoría de las veces, y aumentada. Deplorable.

Afortunadamente, algunas veces, sea porque se escucha al pueblo o porque conviene, se

subsanan anomalías. Son, si se comparan con otros problemas mayores, menudencias, pero son

menudencias que conviene recordar.

Rememoremos: ajardinamiento de alcorques, rotondas y de algunas zonas terciarias;

retirada de las bombonas que había en J. J. Síster, que no dejaban respirar tranquilo al personal (y

con razón), pese a que eran de oxígeno; retirada del tenderete del mendigo que malvivía en un

parque del Cabañal; mayor vigilancia policial en el parque de Sorolla a causa de los drogadictos;

retirada de escombros en ciertos barrios; arreglo de las escaleras mecánicas de bajada de Renfe, en

la estación del Cabañal; comienzo de las amorosas obras en J. J. Síster; apertura del chalé de Blasco

Ibáñez...

No es para celebrarlo con fanfarrias. El Marítimo sigue de pena marinera; hay zonas en las

que no se puede dar un paso sin hallar irregularidades. Y, aparte de carecer de varita esotérica (1)

para hacerlas desaparecer, falta la escoba para volar cuanto antes del lugar.

Veamos lo que aún queda por barrer: todavía no hay urinarios en la playa, con lo cual

seguiremos llorando, a ver si así se conmueve la autoridad; de paso eliminaremos líquido(2). El

sufrido vecindario de las Atarazanas sigue sin poder dormir (3): dicen que cada dos por tres vienen

depravadas y mágicas ninfas (esas que echan un polvo y desaparecen). Añaden que las suele vigilar

un príncipe malvado (ese que deja su caballo y se va). Muchos solares y casas en ruinas siguen

haciendo honor a su triste decadencia. La casa museo de Blasco Ibáñez aún no permite la entrada de

minusválidos(4) debido a su mal diseño. Muchas bocas de riego y alumbrado siguen abiertas,

clamando al cielo (lo peor es que en alguna pone “alumvrado”, ¡qué herejía!)

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En fin. Todavía quedan asignaturas pendientes.

M. J. Zapater

(Martes, 22 de julio de 1997, en Diario del Marítimo, pág. 31)

(*) El titular se alargó y quedó así: El Marítimo necesita un buen repaso.

(1) El término “esotérica” fue suprimido.

(2) “(...) de paso eliminaremos líquido” fue también eliminado.

(3) Todos los comentarios que siguen entre paréntesis fueron censurados.

(4) Desde aquí y hasta el final (a excepción del párrafo último) fue todo suprimido. ¿Falta de espacio? ¿Mala saña?

En cualquier caso, la censura aplicada le quita al artículo gran parte de la gracia; el resultado final tras la mutilación

fue, por tanto, insulso.

Lo que el viento trajo(*)

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Patidifuso se quedó el personal que se encontraba en la playa de la Malvarrosa el pasado

sábado, 2 de agosto, ante la avalancha de excrementos que invadió la orilla(1). Lo que el viento trajo

dejó a la gente boquiabierta, pero pronto tuvo que cerrarla a fin de no engullir tal nauseabunda

materia orgánica(2). Y es que no hay por qué tragar con la inmundicia (3). Ni con la falta de urinarios

playeros tampoco.

El día anterior, viernes, ondeó la bandera escarlata debido al fuerte oleaje; ya se olía algo.

El fatídico sábado se enarboló en principio la amarilla, pero sobre las cuatro se cambió por la verde.

Verde fue como pusieron los espantados bañistas al mar, y eso que, como afirmaron, éste lo estaba

más que de costumbre.

Por tanto, al fuerte aire se debió lo ocurrido(4). Pero para aire el que se dieron los cacos,

quienes, aprovechando el revuelo causado por las cacas, hicieron su agosto para todo lo que queda

de mes, y aún queda. ¿Quién cree, visto el panorama, que en la playa de la Malvarrosa se está de

cine? Los mangantes de la playa constituyeron la versión nacional de la empalagosa serie yanqui.

Saber dónde estaba en aquellos momentos la Policía está más turbio que el agua. Mártires

de Cruz Roja hubieron de poner orden; algunos turistas, hasta la fecha enamorados de la costa

valenciana, se hacían cruces. A Laurent López, joven parisién, pongo por testigo de que así fue.

“Desde pequeño vengo a Valencia a veranear, y nunca había visto nada igual. Estoy horrorizado.”

Corriendo fue a contarle la película a su abuela, que se quedó no menos petrificada.

Hablando de Cruz Roja, parte de sus miembros, desconocedores de la noticia, se mearon

de risa al saberla; hasta se ahogaban. Pero, por gracia que tenga, ya está bien de cagarse en la mar

salada: es cacofónico y es cochino. Y no es para reír, es para llorar, y mucho (5). Es de pena marinera

el desinterés del Ayuntamiento por colocar urinarios playeros provisionales vigilados por personal

asalariado. Los restaurantes y hoteles del paseo Marítimo, servicios privados, ya están hasta el

gorro de hacer de servicios públicos.

Que se depure el agua. Que se instalen los tan reclamados urinarios (6). María Palau, amable

ciudadana que escribió a Las Provincias al descubrir, para su estupefacción, a un hombre meando

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en su propio coche, es testigo de que las consecuencias que tal deficiencia acarrea son todo un

espectaculito.

Por favor, basta de candidatos a la cistitis, que bastante faenita tienen diariamente los

socorristas. Y sigamos llorando, que si a la autoridad no le conmueve la cruz que toda la ciudadanía

arrastra, al menos eliminaremos líquido. Otros, los masoquistas, optarán por seguir sudando la gota

gorda a pleno sol.

M. J. Zapater

(Miércoles, 6 de agosto de 1997, en Sociedad, pág. 26)

(*) El titular fue alargado; así quedó: Lo que el viento trajo dejó a la gente boquiabierta, con lo que para mí pierde la

gracia, pues mi intención era que recordara lo más posible al título de la famosa película Lo que el viento se llevó.

Sobre el tema de la falta de urinarios playeros escribí dos columnas: esta y otra llamada Sonrisas y lágrimas. Esta

última se publicó el 7 de agosto en Diario del Marítimo, pero mutilada de tal forma que cualquier parecido con lo que

fue es pura coincidencia, por lo que no la transcribo. La estrategia del censor fue fallida, pues en Lo que el viento

trajo vertí todos los comentarios ácidos que recogía Sonrisas y lágrimas, encima, multiplicados. Lo que no censuró la

directora lo censuró un jefecillo irresponsable de cuyo nombre no quiero que nadie se acuerde.

(Del 1 al 6) Aquí, para llenar líneas, se puso punto y aparte, sin tener en cuenta que hay gran diferencia entre punto y

punto y aparte. Su distribución quedó de lo más aleatoria. Otra de las manías de L.P.

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El estruendo de los borregos(*)

¡¡¡Rrruuuuuuummm...!!! Una estridente moto acaba de pasar. Han transcurrido unos

segundos y el oído aún se resiente. Entre la densa polvareda levantada y el negro y pestilente

monóxido de carbono exhalado por su infernal tubo de escape, fugazmente se distingue en el

horizonte a su desenfrenado y bárbaro jinete, diminuto como insignificante mota de polvo:

pantalones tan rayados en sus costados como él, gafas de espejo que reflejan el espanto general y

pelo rapado cual cepillo. Pero no todos lucen el mismo pelo.

Sobre el terreno queda la huella causada por los caballitos que temerariamente hacía, entre

otras monerías(1). Por allí la hierba no volverá a crecer jamás. Este es uno, sólo uno más, de los

múltiples vándalos que integran los escuadrones de incivilizados que no dejan al pueblo vivir en

paz.

Donde probablemente tampoco vuelva a crecer la hierba es en las zonas terciarias que hay

en el paseo Marítimo, en las que en varias placas se lee: “Césped recién sembrado. ¡No pisar!” (2) Si

de otra hierbecita se tratara, seguro que mucho se cuidarían de dejarla crecer para luego viajar sin

moverse del sitio. Pero como no es así, les importa un comino pisotearlas, así que continúan su ruta

a toda pastilla; incluso, esporádicamente, las convierten en su parada de posta.

Estos efebos son tan ligeros de cascos que a pocos de ellos se los podrá comparar con la

Hormiga Atómica, cuyo cerebro ya quisieran tener. He aquí una muestra: “¡Iremos por donde nos

dé la gana! ¡Estáis todos colgados!”, berrea Antonio López, quien, para mi regocijo, no pudo

coronar su grosería yéndose en su moto haciendo cabriolas, ya que su colega Abel la estaba aún

reparando. Esperemos que Antonio no reaccione como Caín. Otro adepto a la hermandad suicida,

que prefiere quedar en el anonimato, afirma: “¡Cuantos más muertos haya, mejor!”

En cuanto al insulto colectivo lanzado a la ciudadanía civilizada(3), más vale decir: “A

palabras necias, oídos sordos”. Y la verdad es que, con la ruidera que arman algunos, más vale estar

sordo(4). Sin embargo, aplicado a ellos, el dicho quedaría así, pues todo es relativo: “A oídos necios,

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sobran las palabras”, ya que poco se ve que oyen. Si no, no se explica que aguanten tal estruendo

permanente. Y digo “permanente” porque cuando no van en moto están en esas nocturnas salas de

máquinas llamadas “discotecas”(5), aunque los hay esclavos del estéreo que optan por ambos

martirios a la vez(6): es decir, ir en moto y llevar por únicos cascos los del walkman, que

machaconamente irradia ruidos pesqueros(7).

El joven ciclista José Miguel Perales nos expone su cáustica teoría sobre el asunto; quizá

despeje muchas incógnitas: “En caso de exceso de decibelios, el cerebro (al que va, entre otros, el

nervio auditivo) se aturde. Si esos seres no se aturden, ¿dónde va su nervio auditivo?”

Así pues, ante la actitud impasible de esos gamberros, resulta misión imposible buscar

silencio hasta dentro de tu propia casa. ¿Hasta dónde vamos a llegar?(8)

M. J. Zapater

(Jueves, 14 de agosto de 1997, en Sociedad, pág. 21)

(*) Al insertar este artículo agregaron a su titular “¡¡Rrruuuuuumm!!” (expresión que abre el texto) para alargarlo,

no se´por qué. Esto obligó a cortar líneas. El estruendo de los borregos, sin más, lo escogí pensando en la película El

silencio de los corderos.

(1) Esta primera frase del párrafo fue suprimida porque sobraban líneas, como en el resto de casos que siguen,

indicados con llamada. En total, a la columna le sobraban unas 18 líneas, no sólo porque había debajo de ella

publicidad, sino por el mencionado alargamiento del titular.

(2) “(...) en las que en varias placas se lee: Césped recién sembrado. ¡No pisar! fue suprimido y sustituido por “(...)

recién sembradas de césped”.

(3) Fue suprimido “lanzado a la ciudadanía civilizada”.

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(4) Esta frase fue reducida así: “Y es que con la ruidera que arman, más vale estar sordo.” El “sin embargo” que sigue

fue también eliminado.

(5) La frase fue mutilada y se dejó simplemente “(...) están en salas de máquinas”, dificultando su sentido.

(6) La expresión “a la vez” fue suprimida.

(7) “(...) que machaconamente irradia ruidos pesqueros” fue eliminada, con lo que se omite la alusión que quería

hacer a la horrible música Bakalao.

(8) Lo entrecomillado se respetó, pero se omitió el adjetivo “joven” y el nombre del ciclista. El último párrafo del

artículo se suprimió entero.

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Esplendor en la hierba o atracción fatal(*)

“Eso que brilla, ¿son luciérnagas o algunas de las estrellas que llovieron el otro día?”, se

preguntará alguien al ver los alcorques de la ciudad rebosantes de colillas. Y es que resulta inefable

enigma descubrir qué recóndito placer experimentarán aquellas almas rastreras que son víctimas del

irrefrenable impulso de echar allí los cigarrillos. Así, si ya es patético ver muchos de estos espacios

sin árbol (el Marítimo es triste ejemplo de ello), aún lo es más pensar que, si lo hay, el pobre habrá

de nutrirse de nicotina y alquitrán.

Igualmente incomprensible es el maltrato de arbolillos, algunos de los cuales yacen sobre

el suelo, arrancados de cuajo. Esta canallada, junto con el derribo de señales de tráfico, parece ser la

nueva moda en Valencia, sobre todo en el paseo Marítimo. Así pues, aunque haya que tocar madera

porque la campaña contra incendios promovida por Zaplana esté resultando, no hay que dormirse

en los laureles. Ya está Valencia bastante quemada como para que ahora, encima, pléyades de

jovenzuelos incivilizados se dediquen a echar más leña al fuego segando los pulmones de la ciudad.

Dejando a un lado la idea de que si el número de incendios se ha reducido tan

drásticamente se puede deber a que ya no queda gran cosa por quemar, hay que pensar en la

condición de los abogados de la caída de la hoja. Las estadísticas están que arden; veamos: según el

Servicio de Prevención de Incendios, el 46% de ellos se debe a inocentes que van al campo a

divertirse (o sea, irresponsables), el 24% a tormentas, el 22% son provocados y el resto ni se sabe.

Pero no nos vayamos por las ramas y centrémonos en ese siniestro 22%, integrado, entre otros, por

pirómanos, locos y seres con afán de protagonismo.

Cuando ya no queden árboles, al menos se podrá colgar a los degenerados que sean

conscientes de su crimen del árbol genealógico que guarden en el bolsillo. Sobre tales bastardos de

la especie debería caer todo el peso de la Ley, a golpe de mazo tallado con el último de los árboles

caídos. A fuego lento consumarían el resto de su tórrida existencia, no cavando su tumba (cosa que

ya hicieron), sino plantando cipreses y tejos funerarios. El día en que su exhausto cuerpo no fuera

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más que un amasijo de huesos podridos (ya que entrañas nunca tuvieron), se mezclaría con las

cenizas de pasados desastres y abonaría la ávida tierra, que habrá de sepultarlos.

Una noche, cuando el viento haga ondear las verdes cabelleras, la cicuta agitará su

incensario blanco, y aunque al escuchar el canto del ruiseñor Diana se envuelva en un sudario, nada

impedirá que algunos contemplemos con amarga sonrisa el fosfórico y pálido refulgir de sus huesos

bajo la tierra, legado póstumo que logrará devolver esplendor a la hierba.

M. J. Zapater

(Sábado, 16 de agosto de 1997, en Sociedad, pág. 20)

(*) Una clara y brevísima alusión a la especulación del suelo quemado adrede por las empresas, y que olvidé

guardarme para que quedara constancia de ella, fue censurada por Mª Consuelo Reyna, que alegó que, como una ley

lo prohibía, ya no se producía.

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Cómo ser persona y no morir en el intento

Denigrante es la moda de la discriminación positiva. En la vida he oído majadería

semejante. Es algo así como la institucionalización de la intolerancia, un sexismo sutil.

Independientemente del sexo, lo que ha de valer es el talento, nada más; ni la gazmoñería y la

pavisosería de las niñatas con pelo teñido de alheña y cuerpo prefabricado, ni el nepotismo y sus

derivados ni la caridad.

Sea hombre, mujer, hermafrodita, fauno, serafín o marciano, que luche por su puesto. Así

pues, nada de reservar plazas, como en los palcos. Nada de inmerecidos y vejatorios privilegios.

¿Hasta dónde vamos a llegar? La actitud de las personas que postulan esta nueva y patética

doctrina, que no es más que puro sexismo rebozado de falsa consideración, es como la de quien se

deja ganar al ajedrez porque siente lástima de la supuesta inferioridad de su contrincante. Igual.

Discriminación positiva. ¿En qué cabeza cabe atribuir un calificativo saludable a un

sustantivo de significado abominable? En la de los seres incoherentes, ni más ni menos. Cualquier

día se hablará de la “halagüeña insolidaridad” o del “piadoso nazismo”. Escandaloso.

Para incoherencias, de las que el mundo está lleno, las de las feministas, personas que

merecen ser tan detestadas como los/as machistas. Cuando lo digo algunas féminas se me comen y

me echan en cara estar de parte de ellos, como si esto fuera una guerra. Y la verdad es que esas

mujeres son de armas tomar... Siempre me he preguntado por qué si dicen defender la igualdad no

se llaman “igualitarias”. ¿O no? De hecho, dice el diccionario de la Real Academia: “Movimiento

que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Pues a aplicarse el cuento toca.

El machismo, aunque muy censurable, al menos es coherente.

Conclusión: tan negativo es el machismo como el feminismo, pero, por favor, llamemos a

las cosas por su nombre.

El sexismo lo encontramos por doquier. Ahí va un ejemplo muy a tono con uno de los

temas más machacones de este verano (la falta de urinarios públicos). ¿Qué pone en algunas placas

19
de las puertas de los aseos?, pues “Caballeros” y “Señoritas”. ¿Por qué no pone “Señoritas” y

“Señoritos”? Porque en este país tal término tiene connotaciones. Es decir, que evoca la idea de un

lechuguino, de un adamado repipi. Prejuicios. “Hombres” y “Mujeres” y todo apañado.

Pero vayamos a cosas más serias, como las del campo del humor. ¿Por qué cuando algo o

alguien es admirable se lo llama “cojonudo” y cuando es fastidioso “un coñazo”? Nunca me lo

explicaré y temo morir sin descubrir jamás la incógnita, tan profunda como el sexo de los ángeles.

Algunos hombres y mujeres defienden el reclutamiento obligatorio para éstas. Como si

esto ayudara a estar al nivel viril. ¿A qué nivel?, al de los borregos sometidos, quizás.

Hablando del Ejército, a ver si deja ya de mandarme cartitas para que me aliste. No pienso

ir, y mi negativa no se escuda en la “M” que hay en mi carné de identidad, sino en mi condición y

dignidad de persona civilizada y pacífica. Punto y aparte.

Volviendo al sexismo y para concluir, ojalá y para siempre algún día podamos decir de él:

punto final.

M. J. Zapater

(Miércoles, 27 de agosto de 1997, en Opinión, pág. 5)

20
La beca es una tómbola(*)

“Y mi beca, ¿qué?”, se pregunta un estudiante universitario al que le han concedido la beca

estatal, pero que aún no la ha cobrado. Al leer en El Cabinista esta queja, recordé el compromiso

que adquirí con el Síndico de Agravios, institución gracias a la cual yo pude cobrar mi beca

compensatoria, beca que, pese a merecer, la Universidad Politécnica de Valencia me denegó. Fue

preciso recurrir a la vía judicial para hacer valer mi derecho.

Este joven ha estado esperando unos dos meses. Yo esperé cinco años: en primero de

Periodismo (1991) solicité la beca, en 1995 el Tribunal Superior de Justicia de Valencia (sala de lo

Contencioso-Administrativo) dictó sentencia a mi favor, pero hasta 1996 no cobré, es decir, en el

último curso de carrera.

Las Matemáticas son universales; desde E.G.B. se nos enseña esto: (-) : (+) = (-). El juez,

entendiendo que una renta per cápita de 235.000 pesetas era inferior al resultado de dividir

-1.750.727 pesetas entre tres personas, falló a mi favor (o sea, acertó). El Jurado de Selección de

Becarios de la Politécnica estaba presidido entonces por Marcela Miró (actual consejera de

Bienestar Social y ex consejera de Cultura, Educación y Ciencia). Miró, toda una ingeniera

agrónoma, negó tal evidencia. Una de dos: o el jurado que ella encabezaba no sabía dividir (cosa

escandalosa), o empleó el método del dardo y la diana al conceder becas (cosa, no de juzgado de

guardia, sino de Tribunal Superior).

Así pues, al tribunal acudí. Mientras duraron los trámites, el jurado no dio la cara ante el

juez porque decía ser mero intermediario entre el Ministerio de Educación y Ciencia y el alumnado.

Esto no es así, porque quien decide es Politécnica, pese a que quien pague sea el Ministerio; por

tanto lo lógico era demandar a la Politécnica. Además, una vez dictada la sentencia, la extravió,

cuando debía enviarla a Madrid, al Ministerio.

21
Fue preciso que el juez me entregara otro original de la sentencia, fue preciso obligar a las

funcionarias a mandarlo delante de mí a Madrid, fue preciso amenazar a la Politécnica con

presentarles un acta notarial para que cumplieran la Ley(1).

Para evitar tropelías(2), he aquí los pasos que todo estudiante seguro de cumplir los

requisitos para la concesión de la beca estatal debe seguir en caso de, una vez agotada la vía

administrativa, no ser beneficiado:

1) Acude al Tribunal Superior de Justicia de tu comunidad autónoma dentro del plazo

estipulado. Rellena un papel en el que se especifique que se te va a asignar un abogado de oficio y

procurador. Asegúrate de que en letra pequeña se aclara que quedas libre de las costas procesales.

Exige resguardo del papel y el sello judicial.

2) El Tribunal te contestará pasados unos ocho meses. Si han aceptado tu demanda, en la

carta enviada te facilitarán los datos de tu abogado de oficio. Comunícate con él en seguida y

entrégale cuantos documentos tengas.

3) Como posiblemente la otra parte no se presente, el Tribunal dictará sentencia sin juicio

previo. Te comunicarán el fallo 12 ó 18 meses después, y si no pásate por el Tribunal.

4) Si la sentencia es favorable, enhorabuena, pero no te duermas: lo más difícil es cobrar.

Exige al Tribunal un original de la sentencia o bien una copia compulsada.

5) Tu abogado solicitará inmediatamente el auto de ejecución de sentencia. Exige al

Tribunal tres originales del mismo: uno para la parte demandada, otro para ti y otro para enviarlo

directamente a Madrid (al Ministerio de Educación y Ciencia). Será el Tribunal quien lo mande,

pero asegúrate de que en todo momento los trámites se llevan a cabo con originales o bien con

copias compulsadas(3).

6) Si tardas en cobrar, acude al Síndico de Agravios.

22
Lo prometido es deuda. Ahora que tengo la oportunidad de aplaudir públicamente la labor

de esta entidad, he querido hacerlo. Una vez más, gracias. Y, por favor, no se olviden de que hay

muchos estudiantes que vienen detrás y que pueden estar en la misma situación en la que yo

estuve(4).

M. J. Zapater

(Sábado, 30 de agosto de 1997, en Opinión, pág. 5)

(*) Lo que voy a contar demuestra las irónicas casualidades del destino. El abogado que me llevó el caso de la beca

denegada para estudiar Periodismo, Francisco Celdrán Martínez, supe, cuando ya llevaba más de un año en L.P., que

años atrás había ocupado mi lugar en el periódico, en Diario del Marítimo, con lo que sabía de qué iba el paño.

Además, Marcela Miró, responsable del Jurado de Selección de Becarios (al que yo había demandado en 1993), fue

años después, en 1998 y ya convertida en consejera de Bienestar Social, la que me entregó el tercer premio sobre

barreras arquitectónicas, que gané por seis trabajos publicados en L.P. ¡Cuántas vueltas da la vida!

(1) “(...) fue preciso amenazar a la Politécnica con presentarles un acta notarial para que cumplieran la Ley” fue

censurado.

(2) ”Para evitar tropelías” fue suprimido.

(3) Esta última frase fue eliminada.

(4) El último párrafo también fue suprimido.

23
CENSURADO

Declarada la guerra a la paloma de la paz (*)

Cierto es que las palomas dañan el patrimonio histórico, del cual soy tan defensora como

el que más. Pero también lo daña la lluvia, que erosiona lentamente la piedra y oxida el metal, y

más si la lluvia es ácida. Y con las industrias contaminantes que la causan nadie se mete. A esto

agrego que, además de defensora del arte, soy defensora de la vida, aunque sea la de una paloma y

aunque esté enferma.

Se dice que han de ser exterminadas porque, al comer de las basuras, transmiten

infecciones. Pues entonces que se dediquen a perseguir ratas, murciélagos, gatos, perros y

cucarachas, que las hay, y bien gordas, por toda la ciudad. O que se dediquen a cazar camellos, los

cuales pueden encontrarse en abundancia sin necesidad de largarse al desierto. Y, siguiendo con

esta filosofía con claras reminiscencias hitlerianas, aún se me ocurre una crueldad más triste: que

persigan también a los mendigos, ya que habitualmente escarban en los contenedores para poder

comer.

El concejal Vicente Martínez Marco anunció hace tiempo elevadas sanciones para quien

alimentara a las palomas con restos de comida. ¡Y a quien rompe papeleras y bancos, qué! ¡Y a los

motoristas que no dejan dormir al personal, qué! ¡Y a quien trafica con vidas, qué!

¿A quién que viva en este país, tan aficionado a la sangría taurina y otras barbaridades

como las perreras, extraña esto? Ya los nazis se dedicaron a erradicar de la faz de la tierra a todo ser

considerado indeseable o infecto. La drástica medida, por tanto, no sería nueva. Los estorninos ya

fueron ahuyentados con traca porque molestaban todo el día; ya podían haber tirado los petardos a

los jovenzuelos motorizados, que incordian todo el día y toda la noche. De hecho, ya está previsto

que en septiembre los operarios de Sanidad capturen las palomas supuestamente enfermas para

matarlas en la cámara de gas de la perrera de Benimàmet.

24
Se propaga la idea de que pueden ser nocivas para la salud humana y así se pretende

justificar su exterminio. Esta excusa, esgrimida por los técnicos de la delegación de Sanidad del

Ayuntamiento, se cae por su propio peso, y más cuando, a continuación, añaden estas mismas

fuentes que, aunque redujeran de 35.000 a 15.000 el número de ejemplares para dejar sólo vivas a

aquellas que estuvieran sanas, esta cifra aún sería excesiva. Por favor, honestidad. Pueden

demostrar que están enfermas, pueden demostrar que las iglesias presentan sus fachadas alteradas a

causa de sus excrementos, de acuerdo. Pero lo que no pueden demostrar es que molesten porque

hay muchas. ¡Por todos los santos de la catedral, que tan deteriorada está debido a estas aves!, ¿por

qué no sanarlas en lugar de matarlas, como hace una amiga mía? ¿Por qué no llevarlas a los

Viveros después?

Me comentaba un compañero que siempre que el ser humano ha metido mano en la

naturaleza ésta ha salido perjudicada, a lo que yo añado que exceptuando cuando se sube a un

peñasco para tirarse al mar.

¿Qué hay en el fondo de tal empeño por eliminar estas aves? ¿Acaso se pretende ahorrar el

dinero invertido en limpiar los elementos artísticos? ¿Por qué en lugar de matarlas no se las cura?

¿Qué sería de nuestra tradicional plaza de la Virgen sin las bandadas de palomas que siempre la han

frecuentado?

M. J. Zapater

(*) La Reyna me censuró este artículo, que escribí entre fines de agosto y principios de septiembre de 1997, porque

odiaba a las palomas por carroñeras y porque, desde que vio la película Los pájaros, de Hitchcock, detestaba aún más

a las aves.

25
Rebelde con causa

“¡¡Zapater, salga de la columna!!”, me chillaba la madre Calasanz(1), que impartía música

en las Escolapias(2). Yo no quería, pues desde pequeña me han entusiasmado todo tipo de columnas:

desde las dóricas hasta las salomónicas, pasando por las cariátides y las de opinión, como puede

verse. Pero la razón de mi testarudez era, más que la columna, el piano que había detrás, un piano

al que nunca podíamos las niñas ponerle un dedo encima.

En otra ocasión la maquiavélica monja me encerró dos horas en un recinto de la iglesia,

casi a oscuras, para que escarmentara. Yo salí tan campante (a otras insubordinadas otro gallo les

cantó); siempre me atrajeron el color negro y la soledad. Cuando supo que no sabía las notas

musicales y que mi flauta sonaba por casualidad, le dio una lipotimia.

Rememoraba yo estas escenas y otras muchas, harto nítidas pese al tiempo transcurrido,

cuando hablaba con una amiga y compañera de calvario en ese colegio religioso sobre los cambios

en la enseñanza y el daño que pueden hacer algunos psicólogos y parte del profesorado. Ahora hay

más flexibilidad, pero la calidad ha empeorado notablemente.

Entré con sólo tres años y sin pasar por el aro del psicólogo, señor que se ha equivocado, y

se equivocará, en muchas de sus predicciones sobre la valía de las niñas. A quien tenga la suerte de

no ofenderse fácilmente, como servidora, no le habrá quedado trauma. Pero, ¿cuántas niñas, hoy

mujeres, estarán frustradas por su culpa? Decretó que era anormal (por defecto, claro), que

necesitaba un colegio especial y que otra psicóloga me analizara. Ésta le dijo que era él quien

necesitaba ser analizado a fondo.

Al poco tiempo me expulsaron, no por carta, sino por teléfono: había roto un retrete,

rayado todas las mesas, destrozado medio colegio y, lo que era peor, no había encajado en ninguna

de las casillas estereotipadas del psicólogo. No el retrete, sino la pila, fue lo que rompí, pero no con

cuatro años, sino ya en octavo, y porque unas niñas me encerraron en el aseo y quise salir saltando

por la pared, que no llegaba al techo.

26
Pero vuelvo a las primeras andanzas. El inspector, estupefacto por la expulsión, amenazó

con denunciar a las monjas. Conscientes las alimañas con hábito(3) de la ilegalidad de sus planes,

cedieron y tuvieron que soportarme. Me rebelaba contra el resto de niñas, jugaba sola, me abismaba

mirando las nubes, tildaba palabras antes de que se me enseñara, narraba de memoria (palabra por

palabra) el cuento de La bella durmiente, poseía una extraña y desbordante fluidez verbal, me las

pasaba pintando soles y una querida osa de felpa que aún conservo, nunca lloraba (pese a las

perrerías que me hicieron), pasaba largos ratos colgada de los columpios (cual murciélago), me

declaré en huelga de hambre en el comedor...

Por contrapartida, tenía dificultades para manejar los números y en gimnasia nunca llegué

al “nivel normal” que ellas establecieron (me ahogaba al correr). Y es que mi infancia también son

recuerdos de un patio de pesadilla. No todo el mundo puede ser atleta. No todas las personas

podemos correr una hora entera sin parar. Hay igualdades e igualdades; ¿cuándo lo entenderán?

M. J. Zapater

(Miércoles, 10 de septiembre de 1997, en Educación, pág. 36)

(1) Alguien, creyendo corregir lo que suponía un apellido erróneo, cambió “Calasanz” por “Sanz”, con lo que metió

la pata. Nunca oiría hablar de San José de Calasanz.

(2) “(...) en las Escolapias” fue censurado.

(3) “(...) las alimañas con hábito” fue censurado también; otro ejemplo de la obsesión de L.P. por creerse blanco de

múltiples querellas “como castillos”, según palabras de una de las gacetilleras de allí.

27
Qué bien que cae Caiga quien caiga

Perdida la mirada en lontananza, impenetrable tras las inquietantes gafas de sol, de punta

en negro e impertérritos avanzan en pos del inefable rastro del cochino “jabalín”. Sorteando

magnolias decapitadas y cazando mariposas ebúrneas, allí donde las tiñosas ovejillas retozan,

vienen dispuestos a no dejar títere con cabeza, Caiga quien caiga.

¡Qué regocijo íntimo saber que ha vuelto CQC! CQC es como la flor de loto, que se

yergue del fango para abrazar el sol. ¡Que nadie lo copie o lo estropeará! Aquí sólo se copian

bazofias de esas que dicen llegar al corazón (aunque yo creo que no llegan ni a la suela del zapato

de David el gnomo).

La ancestral y rutilante sabiduría del Gran Wyoming, su aguda gracia, sus rabietas y su

cara de conde Draco convencen de que, sin CQC, la caja boba sólo sería un amasijo de espacios

lacrimógenos que hacen más llorar por su ínfima calidad que por el desgarrado patetismo de su

contenido. Tanto Wyoming como Draco (el de Barrio Sésamo) tiran al degüello; esperemos que

nunca vayan de capa caída. Ambos me caen muy bien(1).

Y qué decir del sacrosanto Juanjo de Laiglesia, maestro en el arte de la pluma,

enciclopedia ambulante que nunca será lo suficientemente alabada... Su curso de ética periodística

debería durar dos horas diarias. Juanjito debe de ser de los que, al compás de un preludio de J. S.

Bach, no pueden dormir abismados en juegos malabares como este: “Subí la vaca lechera en la baca

del coche y me fui. Al rato tuve que parar porque se me cayeron las...”

Si aparte de su verborrea purista Juanjo tuviera un rostro como el de Antonio Banderas (y

eso que rostro ya tiene bastante), sería cosa de desmayarse.

Injustos son quienes tachan al tierno y malicioso Pablo Carbonell de no tener dónde caerse

muerto. ¡Calumnia! Aunque Pablito no ha dejado de ser el mismo calavera que en los memorables

tiempos en que canturreaba con los Toreros Muertos (benditos sinvergüenzas que sólo por el

nombre ya merecían un aplauso)(2), no por ello ha de ser diana de la infamia. ¡Qué desparpajo y qué

28
gracia tiene el puñetero! Los políticos mucho tendrían que aprender de él; ya saben, esos que por

únicas verdades esgrimen los insultos con que mutuamente se atacan. Estos hablan mucho y no

dicen nada; Pablito dice cuatro cosas cuando en el fondo ha dicho ocho (¡caleidoscópico ingenio!)

Canten y verán(3):

“Estamos alrededor del palacio residencial. Queremos entrar sin pagar, queremos coger a

la Historia y tirárnosla por detrás (...) En el dormitorio, la cama real, por fin recuperada para el

mundo. Traedla para acá, os voy a hacer una demostración de su uso. Traedme a la reina, traedme a

las infantas, esto es una fiesta y el público canta por detrás, por detrás: ¡Bum!, ¡bum! (...)”. El

osado Pablito capaz sería de entonarla para la boda de la infanta; sería la guindilla del pastel.

Hablando de dulces, ahí está el empalagosillo Tonino. Me topé con él este verano en una

óptica generalmente conocida y lo único que hice fue repetir esta letanía: “¡Es Tonino!, ¡es Tonino”

Y yo tontaina por no haber corrido detrás. ¡Oh, Tonino! Cualquier día nos deleitará con sus

Amnesias en lugar de con sus Memorias.

En fin, que no decaiga Caiga quien caiga.

M. J. Zapater

(Martes, 30 de septiembre de 1997, en Sociedad, pág. 30)

(1) “Esperemos” y “Ambos”, por falta de espacio, fueron suprimidos; el sentido de la frase no varía por ello.

(2) “(...) que sólo por el nombre ya merecían un aplauso” fue censurado. La bárbara vena provinciana pro

tauromaquia me lleva a pensar que no se quitó por falta de espacio.

29
(3) Desde “Canten y verán”, todo el fragmento musical fue censurado. L.P. no aguanta, ni en broma, ataques a la

monarquía. También el principio del párrafo siguiente a éste fue eliminado, en este caso por falta de espacio:

“Hablando de dulces”. El párrafo que alude a Pablo y el que habla de Tonino fueron fusionados; inconvenientes de la

poca gracia de ciertos constreñidores de corsés.

30
CENSURADO

El lado oscuro del Politécnico(*)

El Politécnico está siendo ampliado hacia el Marítimo y el habitual desastre burocrático

allí reinante se ha desbordado. Las obras se han olvidado de los accesos peatonales (la peña salta

alambradas en las que se hiere), las señales de tráfico parecen distribuidas por la Gallina Ciega y,

encima, el profesorado y el funcionariado, con el rollo del traslado, han perdido actas, inventado

notas y demás anomalías inombrables, según el alumnado.

Y es digna de crédito la palabra de los estudiantes, sobre todo porque la que escribe estas

líneas ha sido fugaz estudiante de Bellas Artes en ese caos llamado Politécnico. Doy fe de que

demandas tan serias y legítimas como montar tribunales no son ni siquiera contempladas: o sea, que

ni se molestan en contestar dichas instancias. De juzgado de guardia.

La pesadilla de Los chicos del maíz resulta tierna menudencia, insulso cuentecillo de

hadas, si se lo compara con la odisea diaria por la que tienen que pasar los cientos de alumnos que

estudian en la Politécnica.

Se sabe que el elevado índice de suspensos obliga a los estudiantes a dejarse allí la piel

más años de los necesarios (por supuesto, la culpa no la tienen los jóvenes valencianos, sino el

nefasto sistema deseducativo). Al decir “dejarse la piel” me refiero también a la parte escabrosa del

asunto: los más de veinte minutos que se tarda en ir a cualquier punto del campus obligan al

personal a atajar por caminos de cabras sembrados de alambradas herrumbrosas en las que se

hieren. Los conductores tampoco salen de rositas: varios son ya los que se han dejado las ruedas

allí. Tales caminuchos son dignos de la más barriobajera y triste de las películas de Rambo.

A las altas esferas del campus se les debería caer la cara de vergüenza al hablar del alto

nivel impartido, de sus modernas instalaciones y demás horteradas de alto copete. Y es que cuando

está en juego la salud de las personas lo demás es más que secundario. Vistas tales prácticas

31
guerrilleras, aún tendrán los de arriba el cáustico cinismo de regodearse por los ingenieros de

caminos que salen de allí; ingenieros de caminos sí, pero de caminos de cabras, en todo caso.

Si salieran a luz todos los chanchullos que el funcionariado y quienes lo dirigen se llevan

entre manos, a muchos se les habría caído el pelo. A quienes, desgraciadamente, sí se les ha caído,

ha sido a varios estudiantes y conserjes. Uno de ellos, palabra de un futuro ingeniero, exclamó el

otro día: “Politécnico! ¡Bah! ¡Muchas instalaciones y mucha tontería! ¡Pasar entre alambradas a

estas alturas! ¡Qué vergüenza! ¡Y el rector bien tranquilo en su despacho!”

Sabido es que el alumnado, al actuar habitualmente cual rebaño, aguanta muchas perrerías,

pero esto ya ha llegado al colmo. El lunes 22 y el martes 23 de septiembre pasaron varios jóvenes

por la enfermería de la Politécnica: uno, herido en la cara; otro, en la frente... Testigos hay que han

visto tan fatídicos accidentes, así como la sangre reseca y los cabellos que aún hay en los alambres,

cerca de la pista de tenis, para más datitos.

Completan el trayecto turístico gatos muertos, una pestilente acequia, ratas, maleza y otras

lindezas de similar ralea. Hábitat perfecto para una desgarrada película de terror.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre fines de septiembre y principios de octubre de 1997.

La decadencia del bello sexo

32
Cada vez hay más adolescentes estúpidas y feas, y las hay de dos clases: las pavas

machistas y las pavas feministas. En el siglo XIX, al menos algunas, como decía Óscar Wilde,

“eran un sexo meramente decorativo”. Ahora, dejando a un lado la homosexualidad del escritor,

seguro que si levantara la cabeza ni siquiera osaría afirmar que sirven para decorar. Para denigrar

aún más la imagen femenina, para eso sirven.

Dentro del saco de las pavas machistas entran esas que pretenden comerse el mundo y sus

liposomas a la chita callando y al compás de la más gárrula(1) de las canciones de Enrique Iglesias.

Suelen estar tísicas e ir uniformadas, ya que su más alta aspiración es ser modelos (de

tontería y de belleza mal entendida). Párense a pensar y concluirán que cada vez son más horribles

las modelos, de verdad. Sus rasgos son exagerados, su rostro carece de armonía y su cuerpo es una

espátula de andares afectados.

Estas pavas nunca llevan la iniciativa, aman las galanterías más taimadas y se pirran por

las flores, pero sólo si se las regalan a ellas. Con los labios hinchados de nauseabunda silicona y

hediendo a apestosa y empalagosa colonia estandarizada, se desayunan un conocido yogur

descremado, desnaturalizado y desintegrado y se meriendan una tableta de chocolate entera a

escondidas.

El yogurcito no tendrá colorantes, pero lo que es su cara, más embadurnada de porquería

viscosa no puede estar. Piensa (¿piensa?) su enclenque y diminuto cerebro que con el yogur

desteñido que engullen por la noche junto a la sacarina (“de marca”, claro está) compensan la cosa

y redimen su herejía pija crónica(2). Otras veces se fuman un cigarrillo light o toman un heladito sin

azúcar, que también los hay. ¡Ríanse del absurdo! Por favor, seriedad: o blanco o negro; o un buen

helado de avellana (o de otras delicias) o régimen riguroso, pero que no me vayan con medias tintas

horteras.

Pasemos ahora al saco de las pavas feministas. Adoran a las Spice Girls, forman bandas de

tiarronas que se muelen a tortas y se perforan la oreja cual cedazo. Aún no se han enterado de que

la igualdad no va por ahí.

33
Las más bestias se tatúan la espalda y se adornan el clítoris o los pezones con anillas; dicen

que así es más placentero (para las alumnas de la escuela del marqués de Sade, quizás) (3). Lo

insólito es que son esas mismas pavas las que luego van por ahí abominando de la circuncisión

realizada en los países hipócritamente llamados del tercer mundo, así como de la tortura animal y

demás. La única explicación que encuentro a tan estremecedor fenómeno es que son

sadomasoquistas.

M. J. Zapater

(Jueves, 2 de octubre de 1997, en Sociedad, pág. 30)

(1) Al vocablo “gárrula” (significa “hortera”), algún despabilado corrector le quitó la tilde. Que la ignorancia general

diga “garrula” no disculpa que un filólogo también sea adepto al terrorismo lingüístico, y menos aún que meta baza

en textos ajenos para estropearlos.

(2) Aquí se hizo punto y aparte; había que llenar líneas.

(3) En este caso, por la misma razón de arriba, se hizo también punto y aparte.

En el Politécnico no se puede entrar ni a saltos(*)

34
La Politécnica, siguiendo con sus escandalosas incoherencias, ha organizado para el

próximo 10 de noviembre un curso sobre la eliminación de barreras arquitectónicas. Mientras, su

mártir alumnado sigue saltando las oxidadas alambradas del atajo, en las que, literalmente, se deja

la piel.

El inhóspito atajito es la futura y halagüeña zona verde de la que hablan los folletos del

Galileo Galilei, el colegio mayor más grande de España. Pero, mientras eso llega, muchas personas

son ya las que se han encargado de poner al lugarejo bien, bien verde.

Este es el actual panorama del Politécnico, aunque dada la profusión de inacabables obras

emprendidas desde que abrió sus puertas, podría por ello ser la triste estampa de cualquier otro año.

Pero no, es la del presente, a pesar de que por las características que se van a citar es el vivo reflejo

de la Prehistoria. O de la guerra del Vietnam, para quien no quiera remontarse a tan agrestes

tiempos.

Esto es lo que hay: perros y gatos muertos y en descomposición, una acequia desbordada,

socavones en los que los coches se estampan, señales insólitas y peligrosísimas, maleza de más de

tres metros en la que alguien habilita chozas... Y alambradas herrumbrosas y ensangrentadas(1). Y

todo esto porque los cerebros que planearon las obras se olvidaron de los accesos peatonales. Así, el

personal va por este infame atajo para no dar un rodeo de 20 minutos. Increíble situación, y más

con la de ingenieros de caminos, arquitectos y entendidos en Obras Públicas que hay en el campus.

El curso, llamado Accesibilidad al Medio Físico, volcado en las personas con minusvalías

físicas, no deja de ser sorprendente. Si varios jóvenes sanos y fuertes han salido heridos, ¿qué será

de aquellos que tengan problemas de movilidad?

Abrirá el programa de ponencias la práctica Simulación de movilidad reducida; ningún

sitio mejor que la alambrada para dejar seco en el acto a cualquiera. Desgraciadamente, dudoso es
(2)
que los encopetados ponentes se den una vueltecita por ahí . ¿Es que sólo prima velar por una

buena y falsa imagen de puertas para fuera? Visto el panorama, ¿con qué cara se atreven a dar la

conferencia Seguridad en los edificios y a criticar los recintos deportivos en que se desarrollaron los

actos de Barcelona 92?

35
El salvaje atajo es lo más denigrante, incívico y antihigiénico con que un estudiante se

puede topar en un campus. Y la desfachatez mostrada por altos cargos del Politécnico, el vivo

retrato de la hipocresía, el cinismo y la fanfarronería.

M. J. Zapater

(Sábado, 11 de octubre de 1997, en Educación, pág. 44)

(*) Artículo premiado por la consejería de Bienestar Social en 1998.

(1) Aquí se hizo un punto y aparte para ganar líneas.

(2) Ídem.

36
¿No quieres caldo?, pues dos pavas(*)

¡Qué disgusto!, no puedo soportarlo. ¡Rociíto va a presentar un programa de televisión!

Pero, ¿alguien puede decirme qué carrera tiene esa niña como no sea la que recorrió su media el día

en que se cayó de morros en la pasarela, allá en los repipis tiempos en que quería ser modelo? ¿O

fue cuando yendo en moto con su querido David acabó besando ese preciado sudor de las flores, el

mismo que lleva su nombre?

¡Qué mala pata tuvo! Me recordó a mi muñeca Rosaura, que hace años se cayó escaleras

abajo, se partió una pierna y a partir de entonces mis amigas y yo la llamamos Cojaura.

En fin, el caso es que por el morro se salvó. Y ahora, por la cara, a la tele, ¿no? ¡Muy

bonito! Ya está bastante degradado el lenguaje como para que encima, ahora, aguantemos los

barbarismos y demás barbaridades con que esta cría aturdirá los tímpanos de quien se exponga a

ella.

Hablando de rocío, no hay que olvidar las flores. ¿Qué le chillaron un grupo de cachondos

periodistas a Mar Flores cuando fue a no sé dónde a hablar de su lamentable peliculita? “¡Ridícula!,

¡pava! ¡Vete a fregar!...” El resto, imagínese. Mi primo, que lo vio, confiesa que la pobre le dio

lástima. ¡Qué tristeza, de verdad!(1)

El tema de las moniatas y las pavas crispará a más de una. Lo que es yo, estoy encantada,

ya que el presidente Clinton me dio la razón a distancia. Ha sido algo así como telepatía. El caso es

que ha denunciado públicamente a aquellas modelos “anoréxicas y drogadictas, esas que son mal

ejemplo para todas las jóvenes”, como muy bien dijo hace unos días(2). Después de esto algunas se

rasgarán las vestiduras, aunque por las pintas que la mayoría exhiben en las pasarelas, años ha se las

rasgaron muchas. Al grano: no sólo la elegancia y originalidad de los trajecitos deja mucho que

desear, sino que a veces ni siquiera hay trapos que criticar, ya que salen medio desnudas.

Al respecto me comentaba un amigo que ni siquiera así son agradables de ver, ya que el

espantoso maquillaje, las clavículas mortuorias y las pieles macilentas que ostentan bastan para

37
echar a correr, que no para... A otra cosa, que luego dicen las malas lenguas que mis columnas se

basan en el insulto, a lo que respondo que “pava” es lo más suave que se me ocurre para designar a

esos seres. Además, es simplemente un adjetivo propio del registro familiar y sólo muy ligeramente

despectivo. Para más información, a la sacrosanta R.A.E. me remito.

Como decía, agrega mi amigo que las maquillan como para hacer honor al espanto, y que

su pelo es algo así como el de quien se escapa de una casa de locos.

Así pues, que siga la campaña antitisis. A quien le pique, que se rasque. ¿No quieres

caldo?, pues dos pavas. A más de una le vendría de perlas el alimento de semejante sopita.

M. J. Zapater

(Jueves, 16 de octubre de 1997, en Sociedad, pág. 27)

(*) Este artículo lo escribí como réplica a un comentario de una persona que llamó a la lamentable sección de El

Cabinista, dolido por mi columna La decadencia del bello sexo, publicada días antes (el 2 de octubre).

(1) Este párrafo fue enlazado con el que sigue.

(2) Aquí se me puso un punto y aparte. Se concluye que ambos cambios no obedecen a razones de espacio, ya que no

alteran el número de líneas dispuesto por mí originalmente. Ignoro por qué se hizo.

38
La educación no va sobre ruedas

Hay que ver y escuchar cómo está el tráfico. Son deleznables las groserías machistas, los

arranques prepotentes y las miradas de arriba abajo que a una le lanzan cuando conduce. El

cochecillo de servidora cabe en cualquier sitio, pero esa no es razón para que la trituren con

furibundos ojos, cual mota insignificante y despreciable, cuando intenta respetar las señales viales.

Muchos, en su rugiente furgoneta o en su colosal camión, se creen muy machos y muy

chulos saltándose los semáforos y asustando a los peatones y a cualquier bicho viviente que los

acompañe. Si una da la casualidad de que se cuela por cualquier sitio (permitido, claro) y se pone la

primera en la cola con la intención de no moverse hasta que el semáforo lo permita, pues entonces

una sarta de pitideras estridentes entretejidas con rudos comentarios de la más baja estofa la sumen

en la más histérica confusión.

No tienen ni idea de quién va dentro del cochecillo y del escasísimo tiempo que llevo

conduciendo. Si lo supieran se estarían calladitos para no ponerme de los nervios. Antes (hace un

mes), optaba por lanzar penetrante mirada cargada de desprecio. Ahora, para evitar problemas, subo

los cristales y me hago la sorda, si es que antes con el claxon no lo han logrado ya.

Esta es la última que me he tenido que oír, y todo por estar parada en un semáforo en rojo:

“¡Tonta!” Que yo sepa, tonta es la descendencia de una que yo me sé, que alardea muy finamente

de haber gozado de cinco maridos y de tener cinco hijos de papá. Claro que, en realidad, no son

hijos de papá, sino de papás; pero volvamos al asunto del tráfico.

“¡Tonto tú!”, pensé, y a continuación: “¡Ojalá te estampes con tu cacerola rodante,

machista maleducado!”

No los soporto, de verdad, me sacan de quicio. Lo que espero es que cualquier día no me

saquen del coche para sacarle los ojos al moniato de turno, porque con lo alterada que me ponen...

No responderé de mis actos ni responderé a sus insultos, pero aprenderán a callarse.

39
Vayamos a los camioneros del paseo Marítimo, que no sólo se creen en el París-Dakar,

sino que te pitan y te chillan si no te apartas. Puede imaginarse además la velocidad a la que pasan,

con lo cual una se queda temblando sobre el asfalto, cual gelatinosa tartilla de frambuesa. Y para

postre, por si el temblequeo no bastara, la bocanada de negro monóxido con que te envuelven al

instante.

No he de olvidarme de los autobuses temerarios que te pasan a dos centímetros y a toda

pastilla, ni tampoco de los abuelos que se adormecen en sus cochazos kilométricos y que no miran

por dónde van, ni de los motoristas ciegos de pastillas y trazadores de arabescos...

Habrá que volver a la escoba: es ecológica, mágica y ligera. Definitivamente, la educación

no va sobre ruedas.

M. J. Zapater

(Martes, 21 de octubre de 1997, en Municipal, pág. 27)

40
Frente a la decadencia de la moda, la moda decadente

Pasarela en la que se exhiben, dando la nota, algunos de los modelos de Versace: picos,

trapos, nalgas, pechos, ridículos contoneos y pavas. Una venerable vecina, muy anciana, que

durante décadas fue diseñadora en París para casas tan prestigiosas y aún elegantes, por fortuna,

como Yves Saint-Laurent, me llama, indignada: “¡Mari!, ¿has visto qué desvergüenza?”

Lamentablemente, lo vi. Todo un espectáculo. El diseño es arte y el arte busca crear, y si

crea no usa el cuerpo como comodín, sino que lo oculta o lo insinúa. Pero el desnudo medio velado

por un trapo informe no es diseño ni es arte. Es chabacanería y falta de imaginación. Una pasarela

no debe ser una sala erótica; digo mal, una sala X, ya que cada vez son más los desfiles de mujeres

casi en cueros, lo cual no es erótico, sino pornográfico.

Por tanto, frente a la decadencia de la moda propongo una moda decadente, un estilo que

dice “no” a la moda como estereotipación de gustos y “sí” a la hegemonía de la personalidad. Lo

decadente entraña el buen gusto por los detalles y la exacerbación del Yo como principio y fin al

que debe tender el estilo propio. La moda es muchas veces lo contrario: la aniquilación del ego

frente a un anónimo y colectivo gusto masivo, aunque sea a escala elitista. Digo esto porque en los

figurines que muestran las pasarelas parisinas, aunque hay trajes maravillosos, hay otros horribles.

Así, hasta desde las altas esferas se impone un prêt à porter más o menos accesible (a la

hora de copiarlo) y para andar por casa, aunque a veces, de tan espantoso, ni para andar por casa

sirve. Si lo importante es estar bien con una misma, herético es ir hecha un desastre en soledad.

Hasta el vestuario más humilde comprado en el sitio más popular se ha confeccionado al

hilo de la moda. Dejando a un lado que con el buen gusto se nace y que sobre gustos ya he hablado

y escrito bastante a lo largo de mi cuarto de siglo, incido en que sea la personalidad la que mande:

con idea y poco dinero se pueden hacer prodigios. La mitad de lo que llevo me lo he hecho yo,

aprendiendo de mi madre (que no es modelo porque en su día rechazó la oferta de un conocido

fotógrafo ya fallecido) y de la magistral vecina, que se empeña en que siga diseñando.

41
Como Óscar Wilde, abogo por la armonía y la comodidad: vestidos que emulen las túnicas

griegas, tan sencillas e imponentes a la vez. Wilde también se entusiasmaba por la casaca del XVII;

dice en su ensayo Otras ideas radicales sobre la reforma del traje: “En el siglo XVII los faldones

de la casaca estaban a veces levantados por medio de ojetes y cordones, de manera que pudieran

levantarse a voluntad. A veces se dejaba sencillamente abierta por los costados. En uno u otro caso

realiza lo que constituyen los verdaderos principios de la indumentaria: la libertad y la cómoda

adaptación a las circunstancias”.

Con este camafeo cierro la columna y me despido hasta la próxima prendido en el ojal un

pensamiento de Chopin.

M. J. Zapater

(Lunes, 27 de octubre de 1997, en Moda, pág. 70)

42
CENSURADO

Entre Morancos y desvergüenza(*)

¿Qué impresión se puede tener de un país que por un canal emite la evolución de un juicio

contra unos artistas acusados de corromper menores y que por otro difunde las estupideces de los

Morancos, uno de los cuales podría estar implicado?

Hace unos instantes se me ha ocurrido tachar el humor de esos dos hermanos de sexista.

Pero no lo es. Es simplemente chabacano. Los comportamientos irrisorios (que no graciosos) que

emulan, humillan a mujeres, hombres y a cualquier bicho viviente.

No es que denigren y estandaricen el papel de las que llaman “Marujas”, “porteras” o

“peluqueras”, sino que denigran la dignidad de esos seres como personas que son. Muchas tendrán

sus defectos, pero también, aunque no necesariamente esos mismos, tienen defectos las periodistas,

las abogadas, las ingenieras, las médicas...

Tampoco, aunque sorprenda, aplaudo a quien se limita a abominar de esta pareja de

humoristas llamándolos “maricones”. La cuestión no es que hayan de ser despreciados por ser

homosexuales, lo sea uno de ellos o los dos, cosa que me da igual. Lo que ya no me da igual es que,

como se sospecha, uno de ellos sea pederasta, vicioso habituado a practicar con los infantes toda

clase de vejaciones. Eso es precisamente, si es cierto, lo que se les debe echar en cara. Eso es lo

asqueroso.

Sade, aunque muy ingenioso y curioso de leer, resulta venenoso cuando afirma que el

fuerte tiene todo el derecho del mundo a aprovecharse del débil (o sea, mujeres y criaturas). Este es

precisamente el principio de la mayoría de los pederastas (¡principio digo!, pero si esa gente no

sabe lo que es eso...).

Me subo a la parra cuando encuentro a alguien que, en plan filosófico, empieza a divagar

sobre que cada cual es como es y que contra eso nada se puede hacer. “¡Ah!, es que está loco, no

43
estaba en lo que hacía...”, se dice a veces. ¡Pamplinas! Claro que cada cual es como es, pero de

ningún modo quiere eso decir que se tenga que soportar. No se puede tolerar la intolerancia. Los

nazis, por ejemplo, son nazis, pero no por ello se ha de convivir con ellos. Los enajenados violentos

que son asesinos en potencia está claro que son locos, pero no por ello se ha de hacer la vista gorda

y dejar que vayan por ahí sueltos, matando a diestro y siniestro.

Hablando de lo siniestro, de Sade y del circo televisivo, recuerdo al duque de Feria.

¿Quién como él para inquietar al personal y hacer el cuadro?

Es la tercera vez que se intenta empezar el segundo juicio contra Rafael Medina Fernández

de Córdoba, duque de Feria. Está acusado de corromper menores. Lo indignante es pensar en la

posibilidad de que este engendro, que ya cumple condena por lo mismo y por traficar con drogas,

pueda ir a la cárcel sólo para dormir. Historias como esta son, en verdad, las que impiden conciliar

el sueño. Y aún hay quien tiene ganas de reírse viendo basuras sin gracia en televisión.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 27 y el 29 de octubre de 1997. La Reyna lo censuró por “ser querellable”.

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Y, colorín colorado, el comunismo se ha acabado(*)

Lo siento, pero es así. No es el fin del comunismo que la mayoría de la gente imagina, sino

el del auténtico. Una de las cosas que más me indignan son las incoherencias, así que me explicaré.

“Comunismo”, “común”, “comuna”, “comunidad”... La raíz del término apunta a la

necesidad de compartir. Esto es, resumiendo, lo que yo concibo como comunismo o anarquismo: no

llamar a nada ni a nadie “mío”, carecer de toda propiedad y vivir austeramente. La figura de Cristo

(modelo universal de perfección por ser Dios), tal y como se reproduce en la Biblia, es la del

comunista por antonomasia. Conclusión: es difícil ser comunista, es difícil encontrar alguien que lo

sea.

Sin embargo, aunque difícil es hallar comunistas, no es imposible, pues no hace falta poner

a Cristo como modelo. Los misioneros, sin ir más lejos, son por lo general otro admirable ejemplo

de entrega y desinterés material, así como algunos miembros de órdenes tan rígidas como la de los

camaldulenses, los trapenses o las monjas de clausura (1).

Pero vayamos a ejemplos aún más cotidianos. Alguien puede creer, como era mi caso

hasta hace apenas medio año, que los okupas son el último paradigma anarcocomunista que ha

sobrevivido a esta era poscapitalista. Pero no. Claro está que habrá excepciones, pero en conjunto

no puede decirse que sean precisamente modelo pacífico y solidario.

Estos grupos, organizados en comunas, están tan replegados sobre sí mismos que llegan a

abrazar el sectarismo. Y no es ésta sólo una postura de repulsa hacia el resto de la sociedad, sino

que la marginalidad afecta a los propios miembros del colectivo que osen disentir. Enarbolando por

única bandera la de la libertad, imponen ideas generales, actitudes y hasta modos de vestir que, si

son cuestionados, acaban por apartar a la oveja negra. Crítica sí, pero para los demás. No se dan

cuenta de que la autocrítica es, ya desde tiempos de Marx, uno de los pilares de la izquierda.

“Más vale ser oveja negra que borrego caqui”, suelen decir los okupas. Así que todos

encantados de ir contracorriente. Ahora bien, como alguno quiera ser oveja verde o canario flauta,

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mal lo tiene. Quieren la unificación, aunque sea a costa de la estandarización de gustos y

vestimentas. Pobre de la okupa que no se rasgue las medias de colores o no se enmarañe el pelo con

rastas. Y lo de pobre no va esta vez con segundas, aunque una suela ser la abogada de las

ambivalencias(2) (el poder adquisitivo de algunos okupas ya querrían muchos tenerlo).

Servidora, que a causa de un percance con la cofradía okupa firmó una vez como

“licenciada en Periodismo y feriante desencantada”, es ahora ex feriante sin licencia y periodista

encantada de serlo.

M. J. Zapater

(Miércoles, 29 de octubre de 1997, en Sociedad, pág. 26)

(*) Este artículo motivó un comentario de Reyna, la directora del periódico. Se sorprendía de que hubiera cambiado

de chaqueta, a lo que contesté que me había malinterpretado, pues siempre había pensado así. Mis ideas, aunque

parezcan chocantes, no suelen variar radicalmente.

(1) Fue suprimido “o las monjas de clausura”.

(2) “(...) aunque una suele ser abogada de las ambivalencias” fue eliminado por cuestión de espacio.

46
La eterna sonrisa de las calaveras

Como el cáustico Serafín Rojo me preguntó: “¿Por qué ríen las calaveras?”, y en seguida

pienso en la entrañable e insólita forma en que celebran en Méjico el “día de los muertitos”, fiesta

equivalente a nuestro día de difuntos, aunque distinta.

Mientras que aquí, como ya criticó en su día el sombrío Larra, la población se afana por

correr al cementerio (“¡Al cementerio!, ¡al cementerio!”), allí las criaturas corretean por las calles

con dulces en forma de calavera en los que va inscrito su nombre. Esto se da sobre todo en aquellos

pueblos de origen campesino(1).

Además, existe allí la creencia azteca de que son los muertos los que visitan a los vivos

antes de formar parte del universo.

En Méjico es la noche del 2 al 3 de noviembre cuando se celebra esta halagüeña fiesta. Los

hogares se engalanan con guirnaldas de flores y con cirios para recibir a las almas; se erigen altares

y en ellos se coloca la que fue comida favorita del muerto, sus objetos personales y algo que aluda a

sus pasatiempos.

Tal tradición sorprende y extraña en un país en el que Todos Santos rezuma profunda

melancolía y solemnidad. Pero en Méjico es distinto porque allí la muerte es algo cotidiano

(hambrunas, enfermedades...), algo natural con lo que se aprende a convivir desde temprana edad(2).

Tampoco en Inglaterra o Estados Unidos se insiste en lo trágico de la muerte(3). En la

noche del 31 de octubre, el famoso Halloween, la gente, disfrazada de seres fantásticos y

terroríficos(4), intenta sublimar sus problemas cotidianos y afrontar el más allá con optimismo. Las

criaturas también se divierten; van de puerta en puerta pidiendo caramelos(5).

Otros, los instruidos en esoterismo, aprovechan esa noche para celebrar el cuarto de los

sabats más importantes del año. En él, seriamente(6), refuerzan sus energías psíquicas. El resto de

sabats se celebran el 1 de febrero, la última noche de abril y la primera de agosto.

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Sin embargo, hasta la faz más negra y tétrica de la muerte tiene su encanto. ¿Quién no ha

experimentado un íntimo regocijo al releer El monte de las Ánimas, sobrecogedora leyenda de

Gustavo Adolfo Bécquer?

Remontándose a los tiempos de los templarios, que eran guerreros y religiosos a la vez,

este escritor intimista explica el odio que nació entre los hidalgos castellanos y los árabes que

conquistaron Soria. Estos ocuparon el monte, que pertenecía los templarios, y allí cazaron cuanto

quisieron. El odio derivó en sangrienta(7) guerra; “aquello no fue una cacería, sino una batalla

espantosa (...) El monte se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo

monte y en cuyo atrio se enterraron juntos a amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde

entonces, en noche de difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla (...)”

Historia que invita a sumirse en la inconsciencia de las flores blancas(8). Como Teófilo

Gautier, creo firmemente(9) que el mundo invisible es lo cotidiano, pero no creo en la paz de los

sepulcros, como Espronceda.

M. J. Zapater

(Sábado, 1 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 28)

(1) Este párrafo fue enlazado con el que sigue.

(2) Desde el contenido del paréntesis y hasta el final del párrafo fue suprimido.

(3) “... de la muerte” fue eliminado.

(4) “... y terroríficos” fue también quitado

(5) Esta frase fue suprimida.

(6) “seriamente” fue suprimido.

(7) “sangrienta” también fue eliminado.

(8) Esta frase se eliminó.

(9) “firmemente” también se quitó.

48
Historias del hombre

Ya está bien de hablar de mujeres. Ahora quiero hablar de algunos hombres.

Ahí va esta empalagosa columna; es que una está hoy un poco sentimental.

Empezaré por Ramoncín, ejemplo de pico de oro y de porte de príncipe encantador.

Siempre de punta en negro, pálido y esbelto, Ramoncín se torna más joven y más atractivo

conforme se adentra en sus, aproximadamente, cuarenta otoños.

Lo de “otoños” va por los chalecos decimonónicos, típicamente elegantes, como los de los

decadentes, que tanto adoraban la caída de la hoja y los crepúsculos rojos. ¿Qué se le podría decir a

este artista cuando te abruma con su verborrea precisa en el momento oportuno? Algo así como “tus

ojos son dos pulidos azabaches bañados en miel de ocaso”.

Yo creo que la belleza progresiva de Ramoncín y su sombría causticidad tienen que ver

con lo que le pasó a Dorian Gray. Digo esto porque no me lo imagino en un quirófano alisándose la

piel y esas horteradas propias de pavas y pavos. Y Ramoncín no lo es; si acaso será el “rey del pollo

frito”, pero de pavo no tiene nada.

Mas, para hombres de bandera, Antonio, aunque también Manuel lo es. Ambos son

actores, ambos morenos, ambos fuertes y con unos ojazos oscuros que embelesan. Cierto es que a

mí Antoñito me ha defraudado con sus caprichos yankis, pero lo sigo admirando. Si no, que se lo

pregunten a mi media naranja, que está hasta el gorro de soportar su foto junto a la cabecera de mi

cama. Pero está simplemente porque le da a la habitación una estética ideal; es como un aromado

ramillete de orquídeas, exuberantes flores de carnosos labelos que parecen llamar a quien los mira.

Es una lástima, pero a la preciosidad de Antonio se le ha subido un poco a la cabeza la

tontería. En fin, pasemos a un par de futbolistas no menos suculentos: Fernando Couto y Josep

Guardiola.

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Siempre que me han preguntado qué futbolista me gusta he contestado que ninguno, pero

desde que apareció Guardiola, la cosa cambia. Es todo un príncipe azulgrana, al igual que Couto.

Por cierto, que a éste lo llaman Couto Banderas, ya que recuerda un poco a Antonio.

¡Che!, me olvidaba de Guevara, guapo revolucionario, extravagante y mítico. Ahora no sé

qué aspecto tendría, pero en las fotos está de muerte, sobre todo en la del cortejo fúnebre, esa que le

hizo Alberto Korda. Esa foto ha recorrido todo el mundo y se ha convertido en icono.

Con este repertorio de bombones conocidos contesto a quien se asombra preguntándome

que por qué mi espíritu afín es ángel rubio y de ojos verdes que las bellezas helénicas, esas que

recuerdan a las estampas seráficas y a los perfiles de camafeos antiguos, no resultan menos

adorables. Y esta es preciosidad única.

M. J. Zapater

(Miércoles, 5 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 30)

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Recuerdos al borde del abismo

“Desde que el falso progreso y el capitalismo comenzaron a arruinar el mundo natural, la

humanidad se encamina al borde del abismo. El abismo, esa eterna dimensión de lo desconocido, el

abismo sin fronteras donde bogan quienes van contracorriente, sin amo y sin patria. Cuando el

mundo por fin se precipite al abismo, me bastará para sonreír el saber que ningún capitalista tiene

nada que explotar allí. En cambio, a nosotros y nosotras, nos quedará el idealismo.”

Con esta apocalíptica parrafada empezaba yo cada sábado de 8 y media a 10 de la noche el

espacio radiofónico Al borde del abismo, a ritmo de gaitas y guitarras distorsionadas. Información,

ocultismo, poesía, literatura y radionovelas; magazín con sabor a frutas. En aquella radio libre la

audiencia era algo más que mera receptora de mensajes, ya que participaba en los programas y

hasta llegaba a hacerse indispensable.

El primero de los oyentes incondicionales fue Andrés, joven elocuente (1) amante de

Dostoievsky. Sus comentarios eran tan alucinantes, que hasta le dimos papeles, que desempeñó a la

perfección, en la radionovela que grabamos de cara al verano (Los mangantes de la playa)(2).

Nuestras discusiones sobre Óscar Wilde y el resto de la cofradía decadente eran de antología. Pero

había algo más decadente aún que el programa o quienes lo dirigíamos: la casa, declarada en ruinas.

Después apareció Jasón, argonauta que se deleitaba con los escritores malditos, con los

posos de té y con la maldición de los dragones. Después de dejarnos varios textos aromados con

pétalos de jazmín, escritos con tinta violeta, ornamentados con bestiarios y arabescos modernistas y

lacrados a mano, tuvo el valor de presenciar el programa en directo. Sus discusiones con Andrés,

con quien siempre discrepaba, daban a los debates un toque vertiginoso de lo más entrañable (¿o

visceral?)

Otro adepto al precipicio fue Tare, adolescente que nos proporcionó valiosa información

sobre las costumbres de los árabes. Este muchacho, aparte de ayudarnos a veces a elaborar el

programa, nos obsequió con un par de libros de magia(3).

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Finalmente descubrimos a José Miguel, tímido universitario que participó en algunos de

los debates difundidos por antena, tanto desde el mismo estudio como por teléfono.

Generalmente siempre llamaban los mismos, pero había ocasiones en que, para nuestra

sorpresa, descubríamos algún nuevo satélite que nos soportaba. Otros nunca perdían la onda, como

Ángel, invidente ya entrado en años, cáustico y despabilado, que rara vez se perdía el programa.

Una de las cosas más desesperantes era esperar que el teléfono sonara y luego descubrir que estaba

cortado. Así que, aprovechando que en una habitación cerrada había otro teléfono, dábamos el

número tras advertir que no lo podíamos coger(4). Si lo dejaban sonar dos veces entendíamos que el

oyente decía “no”; si lo dejaba sonar seis, “sí”.

Otras veces venían directamente a hablar con nosotros, para protestar (como los de la

iglesia de al lado), o para intervenir. En cualquier caso, era divertido.

M. J. Zapater

(Jueves, 6 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 28)

(1) Aquí alguien introdujo una “y”.

(2) La frase, manipulada, termina diciendo “en las radionovelas que grabamos”; el resto, fuera.

(3) Esta última frase y todo el párrafo que le sigue fueron suprimidos; es obvio que fue por falta de espacio.

(4) “...tras advertir que no lo podíamos coger”, suprimido.

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CENSURADO

Una de porras, porros, amor y huevos (*)

Ya estaba yo convencida de que la mayoría de las manifestaciones son a la revolución lo

que cualquier misa a la religión (o sea, mero símbolo), cuando aconteció el tragicómico episodio

que voy a resumir, y que consolidó mi idea: a misa se va a recibir la hostia, pero también los tiros

en una manifestación alternativa van por ahí.

Un caluroso 24 de julio de 1995 circulaba en paz el joven Disidente (luego mi media

naranja) por los aledaños de la plaza de toros, cuando se topó con un grupo de manifestantes

antitaurinos; la Policía imponía orden. Disidente sacó la grabadora que suele acompañarlo (por algo

era locutor en una radio libre, como servidora) y se puso a grabar.

Insultos, corridas, mamporros, pancartas por los suelos y huevos volando por el aire. Uno

de ellos fue a aterrizar sobre la cintura del agente número 55.693, y como el individuo era tan ciego

como la diosa Fortuna, arremetió contra Disidente creyendo que había sido él el pollo responsable.

Así pues, al pobre Disidente le tocó el gordo: el 55.693 y otros más, ya que los golpes que recibió

dentro de la furgoneta provenían de más de una manaza. Encima, no se le leyeron los derechos.

Menuda papeleta.

Se celebró un simulacro de juicio en el que el policía acudió con su abogado y en el que

sólo habló él; a Disidente, pese a solicitar uno de oficio, no se le asignó ninguno. Se dictó sentencia

y se le impuso a Disidente una pena de 10 días de arresto menor y una multa de 30.000 pesetas;

encima, arresto sustitutorio de cinco días para el caso de impago.

Los compañeros de la radio, muchos de los cuales habían asistido a la manifestación, se

lavaron las manos. Uno de ellos, Juanito, fue el que lanzó el huevo y escondió la pata, pero

servidora lo sabía y se las ingenió para que se autoinculpara sin llegar a las manos. La colecta que

53
pretendían hacer para ayudar a Disidente sirvió para liar porros, cosa que en mi presencia nunca

consentí. Y se lió.

Disidente estaba tan desanimado, que ni siquiera quería recurrir la sentencia, pero lo

convencí de lo contrario. “¿No tuviste abogado en el juicio?, pues bien, ya lo tienes. Yo soy tu

abogada a partir de ahora”, le dije, sacando la Constitución. “¿Estás loca?, no eres abogada. Ni

siquiera has acabado Periodismo”, me contestó, asustado. Así pues, nos fuimos a juzgados.

“Calla y déjame hablar a mí”, le advertí. Todo salió bien. Nos recibieron, nos escucharon,

creyeron que era su abogada y, encima, el funcionario confesó que era miembro de la asociación

que había convocado la manifestación. ¡Qué irónico! Casi lo invitamos al programita radiofónico.

Recurrimos, volvimos un par de veces más a dar el tostón y, al final, la pena le fue

conmutada. Al gallina de Juanito ya no le quedaron huevos que tirar en manifestaciones sucesivas y

nosotros, que religiosamente acudíamos a todas, no hemos vuelto a asistir a ninguna y mandamos a

los falsos compañeros a la porra.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 6 y el 11 de noviembre de 1997. La Reyna lo censuró por “ser querellable”.

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El destino en tus manos(*)

Una noche entraron dos personas en mi cuarto atraídas por esa complicada mezcla de arte

y ciencia llamada Quiromancia.

Cuando acabé de leerle las manos a la primera, me dijo: “Has acertado en muchas cosas de

mi forma de ser, mi pasado y mi presente. Seguro que un día se cumplirá lo que me has vaticinado

para el futuro, ¿verdad?”

Yo le contesté: “El destino está en tus manos”. Rebosante de fe y confianza, afirmó: “Sí,

es verdad. Los designios inmutables de los astros están aquí escritos”, y salió de la habitación con

ese convencimiento.

Una vez que le hube leído las manos a la segunda, me dijo: “Has acertado en muchas cosas

de mi forma de ser, mi pasado y mi presente. Tal vez alguien te había hablado antes de mí, o quizás

lo has adivinado de casualidad. Pero seguro que te equivocas en cuanto a mi futuro”.

Yo le contesté: “El destino está en tus manos”. Rebosante de razón y confianza, afirmó:

“Sí, es verdad. La voluntad de una persona es la que rige su vida porque está por encima de todo”,

y salió de la habitación con ese convencimiento.

Yo me quedé sola en el cuarto contemplando mis manos y reflexionando sobre mis propias

palabras: pensaba si mi voluntad estaría escrita en las estrellas. Al marcharme, me sentí más rica

que nunca: tenía la razón en mi mente, la fe en el alma y la duda en las manos.

En otra ocasión, alguien que perseguía afanosamente la esencia de la vida y que buscaba el

sentido de la suya, entró en mi cuarto al leer el cartel que había en la puerta y que decía: “Artes

adivinatorias”. Me preguntó si tenía algo nuevo que ofrecerle, pues, según aseguraba, conocía las

técnicas de la Cartomancia, la Alquimia, la Quiromancia, las runas, las hojas de té, la Numerología,

la Geomancia... Es decir, todo tipo de artes adivinatorias, hasta las más antiguas y extrañas. Incluso

afirmaba haber hablado con los muertos. A pesar de ser persona tan instruida en lo ignoto, aún no

había conseguido desentrañar el sentido de su vida.

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Como había practicado todo lo que yo habitualmente ofrecía a la clientela, le propuse un

sencillo juego, algo que desconocía: dibujar un árbol, él “Árbol de la Vida” (1). Tomó un lápiz y una

hoja y se puso a dibujarlo con entusiasmo.

Cuando acabó, lo observé detenidamente y apunté las ideas que aquel árbol me evocaba.

Cuando lo leyó, me miró sonriendo y dijo: “Está bien, pero no es lo que yo busco. Persigo la

esencia de mi vida y tú te has limitado a apuntar rasgos de mi personalidad”.

Decepcionado salió del cuarto sin saber que las raíces del Árbol de la Vida (2) que tanto

buscaba estaban en su interior.

M. J. Zapater

(Martes, 11 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 31)

(*) Con pequeñas variaciones que dejan casi intacto el estilo de la experiencia narrada relativa a las líneas de las

manos, escribí esta especie de cuento filosófico el 26 de marzo de 1995; llevaba el mismo título. La parte del artículo

que alude al Árbol de la Vida la redacté, con este título, en la misma fecha que el cuento anterior. Ambos relatos

integraban un proyecto literario que pretendía englobar un montón de pensamientos místicos y filosóficos; el nombre

de tal empresa era Esencia de estelas.

(1) y (2) Como dice el especialista del lenguaje castellano Martínez de Sousa, “Árbol de la Vida” se escribe con

mayúsculas. Algún despabilado me lo puso en minúsculas.

CENSURADO

Mala uva para postre por culpa de los gusanos(*)

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La que firma esta columna advierte que comer mientras se la lee puede herir su

sensibilidad y alterar su nirvana. Pero si, pese a ello, se cree capaz de soportarlo porque le pica el

gusanillo de la curiosidad, aténgase a los efectos secundarios.

Comida a base de carne empanada, berenjenas, pan y el litro de agua habitual. Al final me

dispongo a pelar una mandarina, ya que en esta fase una no tiene ganas de entretenerse con los

engorrosos granos de uva... Mis dedos se hunden en la jugosa pulpa y... “¡Ahhhhhhhhh...! ¡Un

gusano!” “¡Qué exagerada eres! ¿Cómo va a haber un gusano en un cítrico?”, me dijo mi madre,

que del grito por mí proferido había pegado un salto más espectacular que el que el gusanito daba

en el reventado gajo (mientras, yo corrí a desinfectarme las manos con alcohol).

Pero no estaba solo el animalillo: para postre, lo acompañaban cuatro o cinco más, que

bailoteaban ante mis espantados ojos grotescamente. La asquerosa cuadrilla rastrera me quitó las

ganas de probar suerte con otra mandarina.

“¡La plaga de orugas anunciada por el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias!

¿La culpa será del metalbromuro, ese fumigante maldito?”, pensé, espeluznada. ¿No estaban sólo

en Náquera y en Sagunto? La mandarina provenía del huerto del tendero de al lado, ¿cómo es

posible que esos animalejos se hayan arrastrado hasta aquí?

Una es especialista en hallar la única castaña podrida que haya en un cesto lleno de ellas, y

lo mismo si son ciruelos, manzanas... Pero ver larvas, repugnantemente blancuzcas, en los cítricos

es lo último. Cualquier día abriré un plátano y descubriré, para mi horror postrero, que es la

envoltura de una enorme oruga. Ese día moriré.

Hablando de la parca, a veces me atormentan ideas como esta: algunos gusanos, para mí

los bichos más repugnantes, se convierten en mariposas más o menos bonitas que pululan por el

éter. Las personas, por el contrario, más o menos bonitas, al fallecer se convierten en gusanos.

Luego esa podredumbre queda reducida a misérrimo polvo, mientras que las etéreas alas de las

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mariposas van espolvoreando su oro tamizado en las corolas de los crisantemos... Esta

metamorfosis inversa, puro cinismo funéreo, me reconcome.

Hay un dilema que me desbarajusta las neuronas. Yo, que creo que las bellezas del arte

funerario de los cementerios se han de disfrutar en vida, me abismo meditando sobre mi futuro

cadáver. Los serafines del camposanto, con sus fríos ojos marmóreos rematados por verde pupila de

moho sepulcral, me fascinan; pero si, una vez muerta, ni siquiera mi alma los puede ver... No me

arriesgaré a que me devoren miles de larvas. ¡Antes muerta, iba a decir!

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 11 y el 13 de noviembre de 1997.

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Doble estupidez(*)

Estando una noche en el cuarto donde cada viernes me dedico a practicar las artes

adivinatorias, entró una joven curiosa y con aire de suficiencia que me preguntó si yo era

profesional.

La pregunta me asombró mucho, pues, ¿cómo podría una persona ser experta en lo

desconocido(1)? Las artes adivinatorias (o Ciencias Parapsicológicas, como dicen los más

ambiciosos) son camino sin fin. No podría ser de otro modo: si la senda de la sabiduría es

interminable como la imaginación, no puede ser excepción la senda de lo oculto.

En estas disertaciones me encontraba abismada mientras la joven movía los naipes con

impaciencia y cansancio. Es al abismarse cuando una se halla a sí misma, de ahí que sea sinónimo

de “ensimismarse”.

Cuando paró, dispuse siete cartas sobre la mesa y abrí el libro que siempre me acompaña

para ayudarme en la interpretación. Apenas había comenzado a explicarle el significado de la

primera carta cuando, rápidamente y muy nerviosa, se levantó diciendo que yo no sabía echar las

cartas porque leía en un libro.

Su reacción me dejó más estupefacta que su pregunta anterior.

Malpagó mis despreciados servicios y se fue. Yo no sabía si mi asombro se debía más a su

estupidez por rechazar un libro que en parte había completado yo con interpretaciones de personas

entendidas y otras de mi cosecha, o si se debía a su excelsa sabiduría, pues nadie hasta ese día había

osado decirme que no sabía leer las cartas habiendo rechazado antes la oportunidad de

comprobarlo.

El pensar que yo sería diosa o diablesa si fuera profesional me hizo sonreír y compadecerla

por su doble estupidez.

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¿Por qué algunos seres esperan la panacea de alguien que no es más que otra persona? Hay

gente sensata que busca orientarse, pero hay otra, confundida y perdida, que no espera hacer más

que lo que lo que tú le digas. Esas personas me dan vértigo y me asustan.

Desde niña me intrigó la maraña de líneas que surcan mis manos y que despertaban la

extrañeza general, por su decrepitud; una de tales líneas semeja la marca que una espada hubiera

dejado al herir la palma bajo los dedos. Cuando la supe interpretar, reí con ganas.

“Moverás miles de destinos”, me dijo alguien más tarde, entre otras cosas sobrecogedoras.

Sonreí. En boca de otra persona lo escuché también. Hice una mueca; no entendía ese vaticinio

imperial.

Ahora pienso si se referirá a todas esas personas sin rumbo que acuden a mí buscando un

“sí” o un “no” tajante. Y sonrío levemente porque ese poder, más psicológico que parapsicológico,

creo, aún me da vértigo. Sota, caballo o rey, ¿qué somos? Miseria.

M. J. Zapater

(Jueves, 13 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 30)

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(*) Con algunas variaciones, este artículo, con idéntico título, lo escribí el 28 de junio de 1995, para mi proyecto

Esencia de Estelas.

(1) Para alargar la frase, alguien puso “(...) en lo que le era perfectamente desconocido (...)”.

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Coloquio entre mis tres egos(*)

Una noche encontré a mi Mente, a mi Cuerpo y a mi Alma conversando sobre lo que

pasaría conmigo cuando llegara la muerte.

Primero habló la Mente desde el punto de vista de la razón, y dijo: “El Cuerpo acabará

convertido en polvo. Del Alma nada puedo decir, no sé si existe, no la conozco. Yo, si descubro

algo útil para la humanidad, seré ensalzada en la posteridad”.

Hizo una pausa y prosiguió, pero esta vez habló desde el punto de vista del idealismo, y

dijo: “El Cuerpo será reducido a la nada, pero el arte lo puede inmortalizar. El alma la imagino,

pero no sé dónde irá. Yo viviré para siempre: soy inmortal”.

En segundo lugar intervino el Cuerpo, quien, desde el punto de vista de los sentidos, dijo:

“El Alma no la siento, no puedo decir nada de ella. La Mente dejará de pensar. Yo dejaré de sentir

y me desintegraré”.

Tras unos instantes de silencio, el Cuerpo continuó hablando, pero esta vez desde el punto

de vista de los sentimientos. Así, dijo el Corazón: “El Alma la presiento, pero no sé dónde irá. En

cuanto a la Mente, aquellas ideas que en su día no fueran transformadas en hechos, se las llevará el

viento. Yo, si lo que siento es amor, trascenderé a la muerte”.

Finalmente habló el Alma, y dijo: “El Cuerpo volverá a su madre, la tierra; así, convertido

en polvo, seguirá existiendo. Aquellas ideas de la Mente que sean geniales y hayan incidido en la

humanidad, pervivirán para siempre en la memoria colectiva. Yo volveré a reencarnarme: todo en

la naturaleza se recicla y el Alma no es excepción”.

Después de haber escuchado a mis tres egos, medité sobre lo relativo de las cosas,

consciente de la grandeza y la miseria que había en mi interior.

A la noche siguiente, balanceándome aún al dulce compás de la relatividad (que me

bendijo con su mano de seda azul tejida por las manos de Brizo), la tristeza invadió mi Alma(1). Me

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senté en el suelo de la terraza y dejé que mi mirada se perdiera en la vasta oscuridad del cielo; la

luna resplandecía en cuarto creciente.

Abismada en ese paisaje, a mis ojos se les antojaba que la luna, aquella noche, era el filo

curvo de la guadaña asomando a través del negro manto de la muerte.

A la noche siguiente se esfumó mi tristeza; era como si hubiera muerto, y la alegría anidó

en mi Alma(2) para ocupar su lugar. Me senté en el mismo sitio; apenas nada había cambiado en

aquel panorama nocturno... Pero al contemplar la luna creciente en medio del cielo, se me antojó

que era la sonrisa de la noche.

M. J. Zapater

(Lunes, 17 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 24)

(*) Con el título de Coloquio y apenas variado, este artículo lo escribí el 27 de marzo de 1995 para mi libro Esencia

de Estelas. La parte final, donde se habla de la alegría y la tristeza, data de la misma fecha y la escribí aparte, con el

título De la alegría y la tristeza.

(1) y (2) En el original figura “Alma”, en mayúscula, porque personifico el término. Sin embargo, el corrector no lo

consideró así y salió publicado en minúscula.

63
Espejismos(*)

Un poeta enamorado de sus versos y ambicioso de la fama suspiraba día y noche por una

poetisa tan joven como él.

Como era tímido, no se atrevía a hablarle más que con dulces miradas y ligeras sonrisas,

pero los días y los meses transcurrían y ella no parecía corresponder a su interés.

El sudario de la tristeza cubrió la ilusión y el anhelo del poeta, pero no menguó su amor.

Día y noche deseaba tenerla y la llamaba por su nombre, pero a su ruego sólo asistía la

inspiración para devolverle con música el eco de su voz, que él entretejía al hilo de la métrica

severa, encajándolo en la parcela del soneto, cuyos límites rezuman infinidad.

Fue así como alumbró los más bellos versos que jamás hubiera creado; a partir de entonces

bendijo a su tristeza y a su inspiración.

Una noche comprendió que su amor por la joven había arraigado tan hondo en su interior

que ya no podía ocultarlo. Venció a su antigua timidez y, al amparo de la tristeza y de la

inspiración, le recitó los amorosos versos.

La joven poetisa no cabía en sí de júbilo, pues también su timidez hasta ese momento

había acallado sus sentimientos.

La alegría ahuyentó a la tristeza y el idilio con el que tanto soñaron en silencio se hizo

realidad.

Una noche ella lo encontró meditabundo interrogando al viento: “¿Dónde fue mi

inspiración?, ¿dónde está la Poesía?”

“Mi inspiración eres tú”, le decía ella colmándolo de besos. Pero él la desdeñaba

reprochándole que su inspiración lo había abandonado celosa de sus caricias y sus besos.

Día y noche la apartaba de su lado y se entregaba a sus viejos libros. “¿Dónde fue mi

inspiración?”, ¿dónde está la Poesía?”, y ella le decía: “Mi inspiración eres tú”. Pero él no entendía

sus palabras ni la poesía de su amor.

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Al fin, uno de tantos días en que el poeta la vio llorando, le dijo: “Mi vida se consume

inútilmente en tu fuego. Me abandonó la inspiración, y sin ella nunca obtendré la fama. Vete”.

La joven poetisa se marchó desencantada y en silencio, apuntalando quimeras y destilando

sueños desvanecidos. Alumbró versos mórbidos como violetas y cultivó pensamientos que

aromaron su ideal. Siguió escribiendo rimas perfectas y nunca bebió de manos de Cupido el agua

del Leteo.

La caprichosa inspiración volvió al lado del riguroso poeta, y con ella, poco después, la

admiración de mucha gente y los laureles de la fama, traídos por las manos de Apolo. Pero él estaba

hueco, y aunque ya no interrogara al viento sobre la causa de su vacío, cada noche una voz le

susurraba en sueños: “¿Dónde está tu felicidad?”, y el ambicioso poeta quedaba mudo en presencia

de la idealizada imagen de su amada, porque era la eterna pregunta que nunca había sabido

contestar.

M. J. Zapater

(Miércoles, 19 de noviembre, en Sociedad, pág. 28)

(*) Este artículo, que para mí es como un cuento, formaba parte de Esencia de Estelas. Lo escribí el 31 de marzo de

1995. Aquí conserva su forma original, sólo que con añadidos que agregué para encajarlo en la columna.

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La fuerza bruta, la peor de las debilidades(*)

Me comentaba el otro día Eva, amiga íntima, que está harta de aguantar en su propia

empresa las groserías de los hombres, que llenan las paredes de imágenes guarras y machistas que

ella pronto arranca subiéndose donde puede. Es que a Eva la llaman “bajita”, “pequeña”... Pero es

gran chica; matizo: gran persona.

Este es “el último horror” que me contó: un cliente desdeñó los servicios de una mujer

para reparar su puerta, convencido de nuestra inferioridad para tales tareas. Eva no puede levantar

la puerta manual de un taller, pero otra mujer sí podría. Así, le dio telefónicamente al cliente con la

puerta en las narices. “¡Ojalá le explote el teléfono en el tímpano y le caiga incendiado en los

huevos!”, sentenció.

El hecho de no caer en la tentación de recurrir a ese terrorismo demuestra que es fuerte.

¿Por qué el que una persona no sea Popeye ha de ser negativo? ¿Quién demuestra que el cuerpo

esté por encima del espíritu o de la mente? Hay mujeres de fuerza admirable, pero aquellas que por

su constitución no lo son no merecen ser despreciadas.

Recuerdo lo fuerte que fue otra amiga una noche, hace años: fue en una verbena. Yo,

mareada y exhausta, me eché sobre el capó de un coche. Una cuadrilla de chicos con ganas de

juerga (aunque yo entonces, al ver doble, creía que eran ocho), quisieron molestarme. Esa amiga

agarró un pedrusco, les gritó cuatro cosas, evitó que se acercaran y se me llevó a cuestas. Ella fue

fuerte porque, además de haber podido con cualquiera de esos jóvenes por su constitución,

demostró gran control sobre sus impulsos: pudo haberles tirado el pedrusco, mas(1) supo contenerse.

Yo los hubiera descalabrado.

Servidora, marcada por Ares al tener en su carta astral a este dios de la guerra en Aries, no

es tan fuerte, pese a levantar en brazos a mi media naranja y saber afrontar situaciones difíciles. La

fuerza bruta es debilidad, pues representa al Yo dominado por el instinto (2) . He repartido pocas

obleas, pero han sido de película, y siempre defensivas. La respuesta de los que las han recibido no

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varía: “¡Porque eres mujer, porque si no...!” ¡Qué considerados!, es la típica respuesta del machista

caballeroso y sutil. O sea, que en caso de ser varón los dos al hospital, ¿no? No es que deseara que

me partieran la cara, pero podían haber dicho “porque somos personas y no es plan de hacer el

bestia”.

Una vez le eché a una que me ofendió un plato de patatas en la cara; ella me lo devolvió en

los ojos, lleno de tierra. La consecuencia, de no veas(3): varios días condenada a las tinieblas y con

úlceras oculares.

Pero me considero pacífica, irritable pero pacífica. Eso de poner la otra mejilla no es de

pacifistas, sino de masoquistas. Quien no se defiende comete el error de no estimarse, debilidad tan

censurable como la violencia.

No hay, pues, sexo débil; el sexo y otros instintos son debilidad, que no es igual.

M. J. Zapater

(Sábado, 22 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 31)

(*) El título, con mi consentimiento, fue modificado por este, más corto: La fuerza bruta, sólo debilidad. Cuestión de

espacio. Puche me lo propuso y no me pareció mal.

(1) Otra de las meteduras de pata de los correctores. Ese “más” no se tilda porque es sinónimo de “aunque” o “pero”.

(2) Para ganar líneas, el corrector puso aquí punto y aparte.

(3) La poca gracia del corrector extirpó el gracioso “de no veas”.

Amor propio(*)

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Una mínima autoestima ayuda a crear y a creer en lo que se hace, así como en lo que se es

capaz de hacer, como esta reflexión pretende exponer.

Una vez más, desencantada ante un nuevo fraude, me alejé de los hombres y corrí a

replegarme sobre mí misma(1). Aburrida y asustada de las miserias de la carne y asqueada de la

prepotencia de lo viril, me zambullí en una mística orgía de abigarrados abanicos de intuiciones

mágicas, alquimia sublime y fantástica cantando los transportes del alma y los sentidos, juegos

evocadores de imágenes que enriquecen el intelecto y son un bálsamo único para el corazón, un

incensario preparado especialmente para el alma.

En medio de aquel torbellino que tibiamente bullía acariciando a la musa del capricho

imprevisible, surgió el ángel como una flor alada, todo aroma, con color de duda y forma de idea

dulce y tierna.

Exhausta y plena lo miré a los ojos y sonreí satisfecha: allí estaba el hijo de mi fantasía, el

último de mis desvaríos(2). En un suave batir de alas alcancé la gloria al borde del misticismo, entre

dulces oleadas de una delicadeza exquisita, densas y envolventes, como aromas traídos de Oriente o

el acariciar de una seda tejida por las manos del sueño.

Cuando abrí los ojos, consciente de la incestuosa fusión, quise abismarme de nuevo en mis

pensamientos para intuirlo y admirarlo. Entonces aspiré el perfume de un frasco de esencia de

jazmín, esa tierna flor que tanto gusta a los ángeles, y comencé a escribir a la luz de las velas en una

hoja de color violeta. Esto fue lo que brotó: Sabiduría precoz.

Un arcángel del octavo coro se preguntaba por qué su túnica, y la que cada uno de sus

compañeros llevaba, carecía de costuras.

Según afirmaba una leyenda, eso se debía a que estaba tejida por las manos invisibles y

mágicas de la infinidad, a fin de que la prenda se acoplara bien a la incorpórea figura de los

ángeles.

Pero al arcángel, que era muy curioso y profundo pensador, no le satisfacía tal explicación.

Así pues, ahondó en el misterio de sus pliegues, sumergiéndose en la sinuosidad de sus

pensamientos, y descubrió el secreto: un finísimo hilo de seda que, casi imperceptible, como el hilo

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que teje la araña, giraba lenta e interminablemente en torno a él. El animal se arrastraba silencioso

trazando anillos infinitos que imprimían en el arcángel la huella de la eternidad.

Cuando Dios supo que el arcángel había llegado a tal grado de conocimiento, presa de

cólera súbita lo arrojó desnudo al abismo. Y en el abismo, al comprobar el demonio que aquello

estaba más allá de lo que el Árbol de la Ciencia podía ofrecer, lo arrojó al océano, donde pereció

llevando consigo los secretos del Gusano.

M. J. Zapater

(Martes, 25 de noviembre de 1997, en Valencia, pág. 30)

(*) Las ideas básicas del artículo, con idéntico título, conforman un escrito que data del 14 de julio de 1995, como

parte de Esencia de Estelas. El breve relato llamado aquí Sabiduría precoz lo redacté el 9 de julio de 1995, también

para Esencia de Estelas. En este caso los textos son exactos.

(1) Para ganar líneas, el corrector hizo aquí punto y aparte.

(2) Aquí, otro punto y aparte, por la misma razón.

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CENSURADO

El cuento de la compresa aristócrata(*)

Una princesa vivía tranquila recluida en su fortificación inexpugnable. Tierna y sonrosada

como una flor primaveral, se bañaba todos los días en su piscina de mármol blanquirrosado.

Mientras se bañaba se ruborizaba al escuchar siempre una vez al mes los rumores que corrían por el

castillo, cargados de mensajes amorosos.

Era tal tu estupefacción, que la violenta erubescencia le duraba una semana. A veces esos

rumores se entremezclaban con el zumbido de las abejas, que pululaban a las puertas del castillo

pregonando su miel y ocultando su aguijón.

En esos días la princesa recibía especiales cuidados y atenciones por parte de sus pálidas

doncellas. Unas eran más largas que otras, más o menos curvilíneas, más o menos gruesas; algunas

hasta tenían alas (estas eran muy tontas, no servían para nada). Las había delicadas y groseras: las

delicadas eran finas, suaves y veteranas; las groseras, modernas, repipis, falsas, creídas y más

bordes que el perfil de una sierra (tal era la molestia que ocasionaban a la princesa).

La princesa prefería a las doncellas delicadas, pero no siempre las encontraba. Así, a veces

se veía obligada a recurrir a las otras, cosa que le daba mucha rabia, ya que cada vez que

anunciaban sus servicios se jactaban de tener la sangre azul. Al respecto pensaba la princesa:

“Sangre azul! ¡Qué absurdo! ¡Ni la realeza la tenemos así!”

Lo que ni por asomo se le ocurría era llamar a Don Tampón, pegajoso caballero que allá

donde se hospedaba siempre resultaba engorroso, pues se hinchaba de vino hasta reventar. La

princesa sabía de buena tinta que Don Tampón no era de tan intachable familia como cacareaba.

Temía que fuera mucho peor que las bastas doncellas de sangre azul y nunca permitió su entrada en

el castillo, temerosa de que la atravesara con su espada.

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Según el pregonero real, este sujeto era preferido por ocho de cada diez damas expertas en

los Países Bajos. Estas ocho contaban maravillas de él, pero había que oír a las otras dos, que nunca

aparecían para difundir su opinión contraria porque estaban secuestradas por el relaciones públicas

del rey.

Además de espitoso, Don Tampón era frágil: para recordar por dónde había entrado dejaba

por el camino el hilo de una madeja. Pero se rumoreaba que más de una vez un escuadrón de diez

salteadores de guante blanco había intentado llevarse el hilo, y que éste se había roto. Entonces, la

desgracia se cernía sobre la casa en que hubiera entrado Don Tampón.

Al final, irritada la princesa por los bordes de estos servidores de pacotilla, que encima

tenían la desfachatez de creerse aristócratas (o sea, los mejores) por su sangre azul, los desterró de

sus dominios y mandó buscar a sus fieles doncellas, suaves, esbeltas y limpias.

“¡Mucho cuento es lo que tenéis!”, les dijo a los falsos aristócratas. A las puertas del

castillo las abejas seguían zumbando... y ella pensó en adquirir nociones de apicultura.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 25 y 28 de noviembre de 1997. La Reyna lo censuró diciendo que “era la columna más horrible

que había hecho hasta la fecha”.

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Mundo animal

Hay gentuza desalmada a la que llamar hija de perra sería lisonja inmerecida, como es el

caso de quienes maltratan o abandonan a estos animales, o a cualquier otra criatura.

Este pasado domingo mis padres encontraron a unos vecinos intentando sacar de su coche

a su viejo San Bernardo, cuya agonía hacía pensar que había sido envenenado. El perro se había

apoltronado en mitad de la calzada y no tenía fuerzas para andar. Mientras varias personas lo

movían, un automovilista con prisa que llegó amenazó a gritos con atropellar al animal y a sus

ayudantes...

Los perros no son santos de mi devoción, pero no tolero que se los torture. Antes

religiosamente corría a acariciar y a echar migajas al can que me encontraba en cualquier parte,

fuera vagabundo o no. Pero un incidente me hizo cambiar la imagen que tenía de estos animales.

Una amiga del chalé tenía un perrazo negro dócil y encantador, un perro-lobo civilizado.

El animal tendía la pata (la misma que luego estiró), cuando le prodigaba arrumacos y carantoñas.

Pero una tarde, cuando salí de la piscina, tuve la idea de ir a tocarlo tras envolverme con la toalla;

el bicho se me abalanzó y me mordió en la mano, produciéndome una cicatriz superficial y un susto

profundo. Poco después uno vagabundo me mordió en el pie; gracias a la puntera de la zapatilla

deportiva salí ilesa. Desde entonces, salvo excepción, me abstengo de acercarme a los perros.

Una de esas excepciones fue Dominó, adorable perrillo sin amo que vagaba por la

urbanización. La mitad de su cuerpo era blanca; la otra, negra. En uno de sus ojos lucía una mancha

negra, a modo de parche pirata o del 1 de una ficha. Como era pequeño adorno andante, mimoso y

nada refunfuñante, pronto confié en él y le di de comer. Dominó me seguía a todas partes y fue mi

mascota en los campeonatos estivales del juego que lleva su nombre. A mi compañera de partidas

(la del perro-lobo, llamado Boby) y a mí nos traía suerte (1). Era milagroso: una vez lo atropellaron y

salió ensangrentado pero entero; cosa insólita. Otro día desapareció y lo lamenté.

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Por la época en que todavía no me había atacado ningún perro solía jugar con Momo,

criado por mi prima Rosa. Momo, que ya descansa en paz pese a la guerra que dio, se quedaba

embobado con la tortuguita que solía yo llevar en el bolsillo en mis andanzas campestres. Es que

Honorato, que descansa tan pacíficamente como vivió, bailaba break. Un día Momo por poco

confundió a Honorato con una judía verde.

Decían que Momo estaba como una cabra; de hecho, saltaba vallas altísimas. La gente

comentaba que los de las carreras de galgos estarían encantados con él; el perro parece que lo oyó y

la última vez que saltó la valla del chalé no volvió. Desde entonces las naranjas del campo de mi tía

ya no saben como antes, cuando Momo las orinaba... Qué vida tan perra.

M. J. Zapater

(Viernes, 28 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 26)

(1) El contenido del paréntesis, explicativo del perro a que me refiero, fue modificado, embrollando la

comprensión de la frase. Se publicó así: “A mi compañera de partidas (la del perro llamado Boby) y a mí nos traía

suerte”. Como líneas arriba no nombro a ningún Boby, el contenido del paréntesis es inútil. Ni aun colocando una

coma entre “perro” y “llamado” se daría sentido preciso a la idea. La forma correcta es la del original, obviamente.

73
El retrato oval

Las generalizaciones me enferman, sobre todo las relativas al tema de la especie humana.

En este país se incide en el origen de los delincuentes cuando son árabes o gitanos, por poner dos

ejemplos típicos. Que unos árabes roben no indica que todos ellos lo hagan, esto es todo.

Contaré una anécdota hermosa, romántica y didáctica, no para demostrarlo, ya que las

obviedades por su peso se hacen valer, sino para afirmar que hay excepciones que no sólo no roban,

sino que te regalan algo a cambio de nada.

Un día mi amiga Rosa y yo fuimos al rastro porque ella quería comprar un espejo. Por mil

pesetas encontré una ganga barroca de ornamentado marco dorado y luna entera, algo empañada

por el paso del tiempo. Mi amiga compró el espejo, de unos dos palmos de altura, y yo lo llevé.

Mientras caminábamos por las estrechas aceras de las callejuelas traseras de la catedral (que es

donde antes se montaba), esquivando al gentío y sus codazos, un joven árabe tropezó conmigo.

Llevaba un cuadro en las manos.

El espejo se me cayó al suelo, pero no se rompió, pese a que su luna se salió del marco. El

joven me recogió el espejo y hábilmente lo montó en dos segundos; mirándome a través de él y

mostrándome el cuadro, dijo: “Te pareces a ella. Eres bonita. ¿Lo quieres?” En ese momento, como

una es malpensada por naturaleza, pensé: “No sé qué me ve. Es un pesado que quiere engatusarme

para que le compre el retrato”; ahora reflexiono sobre lo decadente que fue apreciar mi físico, no

directamente, sino mediante un reflejo. Tras decirme esto nos miramos y, como suele pasarme con

los ojos oscuros y rasgados, me quedé en blanco. Entonces, tímida y suavemente sus dedos rozaron

un instante mi pelo mientras murmuraba algo dulce.

Era un bonito retrato oval, de poco más de medio metro, sobre un fondo de terciopelo rojo.

Una joven en el filo de la desnudez sonreía “entre dulce y perversa”, como luego apreció alguien

que vio el cuadro.

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“¿A cambio de qué?”, le contesté tras despertar de ese raro lapso y ver la cara atónita de

Rosa. En esta fase pensé: “Si no quiere dinero por el cuadro, quiere acostarse conmigo”. Él me dijo:

“De nada. Es tuyo. Tómalo”. Y me vio marchar, como hipnotizado, con el retrato hasta que junto a

mi amiga crucé una esquina. Ya no lo volví a ver.

De camino a casa le dije a Rosa, que aún estaba alucinada: “Debe de haber droga oculta en

el cuadro; igual lo perseguía la Policía y me ha endosado a mí el muerto”. Pero cuando llegué a

casa, lo destripé y vi que no era así, ya no tuve dudas. Exclamé: “¡Ha sido un impulso, como en el

anuncio!”

Rosa conserva el espejo y de vez en cuando se mira en él. Pero yo conservo el retrato,

espejo de mí misma que nunca envejece, según el desconocido. En cuanto a él, ahora, pensándolo

bien, creo que sí que me robó algo. Un pedazo de ideal, quizás.

M. J. Zapater

(Sábado, 29 de noviembre de 1997, en Sociedad, pág. 36)

75
Políticamente correcto

Si según el movimiento políticamente correcto “blanco” significa “pobre en melanina” y

“enano” “persona que no ha llegado a gigante”, este es el tremendo título del cuento que haría

empalidecer hasta a la mismísima Blanca Nieves(1): La pobre en melanina y los siete que no

llegaron a gigantes. La ridícula y kilométrica ocurrencia sólo está bien para dormir a los infantes

antes de que escuchen el “había una vez...”

El movimiento políticamente correcto no sólo muchas veces no lo es ni léxica ni

éticamente, sino que resulta absurdo, eufemístico y contrario a la economía de las palabras. La

tontería, queriendo luchar contra el clasismo, el sexismo, los imperialismos y otras bestias negras

de similar ralea, no ha hecho más que exacerbarlas.

Fue en el 93 cuando en Yanquilandia se difundieron sandeces como esta: “Los cuatro zoos

de Nueva York ya no se llaman así, sino parques para la conservación de la vida salvaje”. El

calenturiento cerebro de la susceptible peña que barruntó tal ristra y otras similares no distingue

entre lo denotativo y lo connotativo ni entre significante y significado: un zoo (significante) debe

ser “lugar para conservar especies en extinción” (significado). “Zoo” ni es insulto ni vocablo

inadecuado. Hablando de estos sitios, considero que los animales sufren a veces en las jaulas, pero

si están en libertad caen presas de cazadores furtivos, con lo cual no sé qué es peor.

Otra majadería es que los calvos son “facialmente incompletos”, lo que es ambiguo y

confuso; si a mí alguien me suelta eso pienso que le falta la nariz, o un ojo... Además, en todo caso

sería “cranealmente incompleto”, ya que la barba sale en la faz, pero la cabellera sale en la cabeza.

Hasta aquí llega la ignorancia. Por cierto, ¡imagínese el trauma de la que se llame Blanca Calvo!

También sustituyen “mascota” por “animal de compañía”, “secretaria” por “asistente” (no

entraré en lo malpensado que fue el ser que propuso esto), “pobre” por “económicamente

explotado” (cuando parte de ellos se han ganado la ruina a pulso)...

76
Todas estas palabras no denotan nada vejatorio; sus connotaciones lo son por ser el reflejo

de las mentes retorcidas y malpensadas que las alimentaron. Esto es todo. Creer que la aureola

maligna con que rebozan ciertos términos es más poderosa que estos mismos es consolidar la

distorsión del lenguaje y la intolerancia. No hay que sentirse ofendido por palabras que no entrañan

maldad, sino, en todo caso, por la maldad de quien las pronuncia. Riámonos, pues, de quien

pretende humillarnos y echémosle en cara su desconocimiento del idioma, sea cual sea. El tono y la

forma con que se habla suelen decir más que el contenido de lo dicho. Y llamemos a las cosas por

su nombre: un asesino (por ejemplo) es lo que es, sin remilgos.

M. J. Zapater

(Martes, 2 de diciembre de 1997, en Opinión, pág. 5)

(1) Un corrector cambió “Blanca Nieves” por “Blancanieves”, alegándome que se escribía así por ser

nombre propio. Sin embargo, mantengo que la forma correcta es la separada. Si no, ¿qué pasaría con todos

los nombres compuestos? No me imagino a un Juan Carlos firmando “Juancarlos”, por ejemplo.

77
La piel de zapa y el hongo egipcio

Una de las cosas que más me gustan del otoño son esas deliciosas flores de la humedad: las

setas. A estas alturas no sólo no desecho la idea de que en los níscalos duerman duendes, sino que

creo en la magia que rezuman ciertas especies de hongos. Uno de ellos, el llamado popularmente

“hongo egipcio” (aunque sólo cuatro gatos lo conocemos), protagonizó uno de los episodios más

raros de mi vida, y digo episodios porque fue una novela la que por azar tuvo que ver con dicha

seta.

Por la época en que mi amiga Eva me regaló el hongo egipcio, el que concede tres deseos,

estaba yo a punto de empezar a leer La piel de zapa, esa mefistofélica obra de Balzac que cuenta la

vida de un suicida que adquiere una piel de onagro en una casa de antigüedades. La piel concedía

deseos, pero encadenaba la existencia; grabado en árabe se leía en ella: “Si me posees, lo poseerás

todo. Pero tu vida me pertenecerá. Dios lo ha querido así. Desea y se realizarán tus deseos, pero

acomoda tus aspiraciones a tu vida; aquí está encerrada. A cada anhelo menguaré como tus días.

¿Me quieres? ¡Tómame! Dios te oirá. ¡Así será!!”

El protagonista, tras desear y obtener lujuria y lujo y ver la piel convertida en diminuto

talismán, se recluye en su mansión rodeado de múltiples atenciones, a fin de no desear nada más y

de no morir prematuramente. Pero, víctima del amor, fallece joven.

Así, mientras que la piel de zapa de Rafael, protagonista de la novela, empequeñecía, la de

mi hongo egipcio aumentaba. La cría de esta seta (la llamé Filomena) me la entregó mi amiga en un

cuenco con té negro azucarado, aislada de la luz. A lo largo de tres semanas la vi crecer en la

sombra; cada domingo retiraba la cría que Filomena daba a luz en la oscuridad y la regalaba a

alguien de confianza (en el tercer parto tuvo gemelos).

Según advertía la carta que acompañaba al hongo, debía mimarlo y hablarle. Así, en esos

días le leí mis sonetos y fragmentos de esa obra de Balzac, pues me intrigaba mucho su desarrollo.

También le puse música de Juan Sebastián Bach (intercalada con las baladas desgarradas de los

78
Toreros Muertos), le canté, lo alimenté con té negro endulzado y le recordé mis tres deseos. Cada

vez que en la penumbra lo regaba con té, una boca invisible engullía el líquido. Yo oía el sugestivo

sonido de las burbujas...

El último día lo dejé secar sobre un paño de algodón blanco: se contrajo y arrugó, como

una hoja seca, y se quedó como el pergamino circular de una pandereta o como una luna llena. A

veces escudriño en el cofre donde guardo este talismán, para ver si mengua...

M. J. Zapater

(Jueves, 4 de diciembre de 1997, en Sociedad, pág. 32)

79
CENSURADO

¡Vivan los Toreros Muertos!(*)

Si me preguntan “¿Te gustan los toros?”, contesto: “Sí, pero odio a los toreros, vampiros

sanguinarios que deberían ir de capote caído”(1).

La gente aficionada a esta vergüenza nacional (e internacional, ya que hasta por Colombia

pasean su barbarie y su tradicionalismo retrógrado), no es menos detestable. Para ellos son diestros;

para mí, siniestros, y no precisamente de los afines a la cofradía de los Bauhaus, los Sonic Youth,

los Lords of the New Church o los Alien Sex Fiend. La versión española son los Toreros Muertos,

que no son tan lúgubres como el rosario antes citado, pero cuyo humor no es menos negro, al igual

que el de Siniestro Total, Parálisis Permanente o Pabellón Psiquiátrico, lugar, por cierto, donde

deberían encerrar...

Los deseos navideños: uno de ellos(2), más visceral que entrañable, como las tripas, es que

confisquen la plaza de toros para que funcione como anfiteatro, igual que en época grecorromana.

En cuanto a la incorrectamente llamada profesión del toreo, pronto se iba a acabar. Con esta faena

iban a pagar ellos y ellas las que les han hecho a las vacas viudas, algunas de las cuales

enloquecieron.

Sé lo vituperable que es para muchos reírse de los males ajenos, pero cuando estos

lumbreras hablan de salir a hombros por la puerta grande, mi deseo es que sea dentro de... No lo

digo, que si no se cumple. Aludiendo a la luminosidad, el traje figuradamente podrá llamarse “de

luces”, pero lo que es quien lo lleva, de luces tiene bien pocas, pues su materia gris de racional no

tiene ni el color.

La chulería de uno muy feo e ignorante, que se cree guapísimo, es el deplorable prototipo

de estos satélites amantes de la sangría y la agonía... ajenas(3).

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“Es que es una tradición”, “Es que el toro ha nacido para ser toreado”, esgrimen para

justificarse, sin conseguirlo, los adeptos a este paradigma incultural. A esto me molesto en replicar

que si las cosas se tuvieran que mantener por tradición, aún existiría el sacrosanto tribunal de la

Inquisición (sí, con mayúscula, pues hoy se dan otras variantes de intolerancia ideológica).

En cuanto a la sandez de que “el toro ha nacido para ser toreado”, imagínese la cara que

pondrían las cabras si supieran que han nacido para ser cabreadas, aunque en este peregrino caso

bien que se cabrearían, ¡y tanto! Las cabras que estarán bien calentitas, si es que aún viven, son las

que cada año arrojan desde el campanario de una torre en el triste poblacho de San Martín de la

Vega. Pero estos pueblerinos no están como una cabra, aunque lo parezca; al menos, no como la

que martirizan ante el jolgorio y los berridos de quienes los secundan. Si lo estuvieran sabrían lo

doloroso que es pender de una cuerda, despellejarse el pescuezo y caer al vacío desde unos nueve

metros de altura para estamparse, en el mejor de los casos, sobre una manta tiñosa.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 4 y el 24 de diciembre de 1997. La Reyna lo censuró porque “no se podía meter el

dedo en la llaga de tal forma cuando gran parte de los lectores eran amantes de la tauromaquia”.

(1) A continuación de esto, cuando ya estaba fuera de L.P., inserté lo siguiente para relacionar el artículo

con un tema de actualidad e intentar que la revista Ajoblanco me lo publicara: “No sólo de capote, sino también de

ánimo, es como anda el de Ubrique, quien, sin haber aprendido aún a hablar, ya ha tomado la única decisión lógica de

su vida: retirarse de la matanza”.

(2) El cambio que sigue, hecho con la idea de mandar el artículo a la revista antes citada, obedece a que ya

no estábamos en Navidad, sino en la primavera del 99. Así, quité la alusión navideña y puse esto: “Uno de mis

deseos, más visceral que entrañable (...)”

(3) Para Ajoblanco varié la frase y agregué algo más; la dejé así: “La chulería de Jesulín, tan feo e

ignorante (encima, se cree guapísimo), era el deplorable prototipo de estos satélites amantes de la sangría y la

agonía... ajenas. Si no vuelve a la carga, uno menos; lástima que nuevas hornadas de paletos brotados del bestiario

81
español ya blanden el estoque para ocupar su lugar”. El titular del artículo lo cambié por el de Un torero menos, pero

nunca vio la luz este texto, pues Ajoblanco no lo publicó.

82
No tan curada de espanto

“La persona valiente es aquella que tiene miedo y se lo aguanta”, dijo alguien muy

acertadamente. Hasta Juan Sin Miedo(1) tenía pánico a los pececillos. El miedo, como todo

sentimiento, es subjetivo y, por tanto, relativo. Lo que a muchas personas las espanta, a mí me deja

fría, y viceversa(2). Desde pequeña siempre me han dicho que soy de miedo, pero una no está aún

curada de espanto de historietas inverosímiles(3); aún hay cosas que me dejan estupefacta.

Hay un miedo catártico y abisal que da vértigo y fascina, ese en que nos recreamos de la

mano de la pálida y mítica Pavor. Otro miedo aniquila, es como la bestia negra de lo psicosomático.

Mi pasión por el miedo que sublima emociones afloró a corta edad. Aprovechando que el

juego de espejos de mi casa me permitía ver desde la cama Mis terrores favoritos, me embriagué de

la mirada efervescente de Drácula, amor imposible de mi infancia. Ya de mayor (4) aluciné con La

matanza de Texas, peliculita cuyo comienzo vi en el sillón y de cuyo final disfruté en el suelo,

muerta de risa.

Una mañana, de niña, paseaba de la mano con mi abuela por el cementerio; yo tenía unos

siete años. Introduje el pie en la rejilla del depósito de cadáveres y sentí el vértigo de caer no se

sabe dónde(5) y la tensión del brazo, del que mi abuela me agarraba aterrada.

Años después de este susto de muerte me fui con una amiga a hurtar fruta a un campo al

que acostumbraba yo a ir con unos gamberretes del chalé. Pero ese día nos salió el tiro por la culata

porque apareció el amo del frutal escopeta en mano y farfullando oscura jerga. Mientras que mi

amiga no corría porque estaba petrificada, a mí me dio un ataque de risa nerviosa(6). En otra de

nuestras andanzas montañesas nos alertaron de que un toro del pueblo se había escapado. Nos

precipitamos ladera abajo chillando y aún nos quedaron ganas de reírnos luego de la faena que le

hicieron a los siniestros amantes de la tortura animal(7).

Con la chica de la aventura de la escopeta acostumbraba a ir al cementerio a instruirme en

el Tarot. Jugando a las cartas en el cementerio, canturreaban los Parálisis Permanente, pero

83
nosotras de jugar nada, que bien seriamente que lo hacíamos todo. Los que también canturreaban,

más que para espantar su mal para espantar a los perros y a las almas en pena del camposanto, eran

mis primos y compañía, que alquilaron la casa solariega(8) y decrépita que había al lado para

ensayar. El interior, empapelado de fotos obscenas y de santos, era muy(9) chocante.

Un día vi la sombra de un intruso en mi terraza. Los andamios de la fachada me hicieron

pensar que era un obrero, pero no, era un tipo con pasamontañas. Llamó a la puerta y vi

borrosamente por la mirilla su cara. Me tiré al suelo, llamé a la Policía y, entrecortándome por la

risa histérica, pedí socorro(10). Un helicóptero llegó enseguida; trazando círculos sobre mi cabeza

me recordaba con su zumbido una escena de Corrupción en Miami(11).

Pero ni Miami Vice, ni Matanza de Texas ni Drácula; a veces la realidad supera a la

ficción.

M. J. Zapater

(Miércoles, 24 de diciembre de 1997, en Sociedad, pág. 30)

(1) A mi entender, el apodo Sin Miedo ha de escribirse así, con mayúsculas, porque actúa como apellidos.

El corrector de turno no lo consideró así y lo puso con minúsculas.

(2) Para ganar espacio, yo misma hice aquí punto y aparte.

(3) Acorté la frase para dejarla así: “(...) pero no estoy curada de espanto de historias inverosímiles”.

84
(4) La versión original y la publicada decían “más mayor”, pero hoy que sé que dicha expresión es

incorrecta porque sobra el “más”; me he permitido suprimirlo.

(5) Este “no se sabe dónde” lo sustituí por “al vacío”.

(6) Aquí, para ganar líneas, alguien introdujo punto y aparte.

(7) Como sobraban líneas, yo misma corte la frase. Quedó así: “Nos precipitamos ladera abajo y luego nos

reímos de la faena hecha a los siniestros torturadores de animales”.

(8) “Solariega” lo suprimí porque sobraban líneas.

(9) “Muy” lo eliminé por lo mismo.

(10) Para acortar, la frase la dejé al final así: “Me tiré al suelo, llamé a la Policía y, riéndome, pedí

socorro”.

(11) Acorté la frase y la dejé así: “Un helicóptero llegó trazando círculos sobre mi cabeza, como una

escena de Corrupción en Miami”. Suprimí el punto y aparte y así el último párrafo del artículo fue unido a

éste.

85
Nacida inocente

“¡Inocente tú!”, pues menuda eras de pequeña”, suele decir mi madre. Menuda no, dados

los casi cuatro kilos que pesaba cuando di el primer grito, pero lo que es pesadita... Me gustaba

tocarlo todo y dicen que cantaba y bailaba de perlas encima de las mesas de los restaurantes. En

cuanto a lo de inocente, no sé por qué dice que no lo soy, ya que no creo tener más picardía que
(1)
cuando nací, aquel entrañable 28 de diciembre; no es broma . Cada año venían ese día a mi casa

mis primos para celebrar con fanfarrias mi aniversario. Mi padrino comentaba que éramos la mecha

y la pólvora; de hecho, un año hicimos creer a toda la familia que había volado media casa(2). Fue

sencillo. Por la mañana había estado mi padre toqueteando el enchufe del cuarto de baño. Por la

tarde compramos municiones; entre ellas, un canuto que a mí me dio la humeante idea de encender

allí mismo. Pero el artefacto, dando vueltas desquiciadamente junto a la puerta y echando un humo

de mil diablos, desbordó nuestras previsiones y las del quicio de la puerta.

Mas, para humos, el que pillaron mi madre y mi padrino, que no nos pegaron respectivos

tortazos para que no nos quedáramos sin la tarta. Congestionados por el sofoco, chillaban

“¡mantas!, ¡mantas!”; el resto de la familia tosía alarmada, ya que la gracia estaba preparada

estratégicamente para que, al mismo tiempo, explosionaran(3) los petarditos que habíamos colocado

en los cigarrillos.

Pero no fue esto la guindilla que coronó el pastel de cumpleaños: lo más picante aún estaba

por venir. ¿Qué se podía hacer con un botecito de polvos picapica (4) y con la bonita botella de

colonia que me había regalado mi tía Blanca (que estaba ya negra del jolgorio montado)? Fácil:

aderezar la boca del frasco con los polvitos mágicos y decirle a la abuela “¡huele!, ¡huele la colonia

que me ha regalado la tía, que te va a encantar!” La abuela, con la mosca detrás de la oreja y el

muñeco recortable en la espalda, acercó la naricilla... ¡Oh, tragedia! Olvidamos su alergia crónica y

a la pobre por poco le da una lipotimia.

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“¡Os voy a ahogar!”, gritaba el padrino, como si no hubiera bastante con los ahogos de su

madre. Eso sí: no podían echarnos en cara que no las gastáramos delante de las narices; nosotros

dábamos la cara, aun a riesgo de que luego nos la partieran. Nunca recurríamos al ocultamiento y a

la alevosía para emprender el plan; quemábamos todos los cartuchos al descubierto, como lo

demuestra también la vez en que le garabateamos las gafas a la abuela con carmín. La ocasión la

pintaban calva, tanto que por poco luego se nos cae el pelo.

Ya de mayorcitos(5) nos dedicamos a grabar radionovelas: El día de los Inocentes, Vidrio,

Q-3... Los alaridos interpretativos eran tan reales, que hasta subían los vecinos, asustados, para

aguarnos la fiesta... Con lo bonita que es la edad de la inocencia...

M. J. Zapater

(Sábado, 27 de diciembre de 1997, en Sociedad, pág. 24)

(1) El corrector introdujo aquí punto y aparte porque sobraba espacio.

(2) Ídem.

(3) En el original y en la versión publicada dice “explotaran”. Hoy que sé que el verbo correcto es

“explosionaran” lo sustituyo por éste.

(4) En la versión original y en la publicada figura “pica-pica”, pues yo desconocía entonces que fuera

barbarismo (al corrector le pasó inadvertido también). Como es el mismo caso que “frufrú”, lo correcto es escribir

“picapica”.

(5) Tanto en el original como en artículo publicado consta “más mayorcitos”, expresión errónea. Ahora

que lo sé, elimino el “más”.

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Acción directa

La acción directa no implica necesariamente violencia y terrorismo, como parte del

profesorado de Historia se empeña en afirmar. Basta ya de confundir términos.

Acción directa es ir al grano, ir directamente a la cabeza para solucionar un problema. La

acción directa es neutra, como la electricidad. Un terrorista que en vez de colocar una bomba en un

colegio dispara contra un militar, recurre a la acción directa. Pero también recurre a ella quien

prescinde de burocracias y acude a la cúspide, sea ésta oficial o privada(1). Yo abogo por esta última

vía y no soy terrorista. Quien ataja por un senderillo para no dar un rodeo inútil actúa directamente,

y no comete un crimen por ello.

La línea recta es el camino más corto; los arabescos son perfectos para el arte, pero en la

realidad manda lo recto.

Los problemas radicales que la sociedad entraña necesitan soluciones radicales, nada de

palabras y de manifestaciones pasivas. Dicen que E.T.A. no se sale ni se saldrá con la suya, pero si

partimos de la premisa de que (según dicen) E.T.A. ha perdido el Norte... y de que, por tanto, sólo

se complace en el crimen por el crimen, entonces su consecución de objetivos es evidente.

E.T.A. dice “mataré”, y mata; el resto de la sociedad repite “¡basta ya!” y con eso se queda

(con eso y con los asesinados). No basta con decir “basta”; hay que actuar y dejarse de vaguedades.

Esto implica encarcelamiento inmediato de terroristas y del resto de variedades de asesinos, sea

cual sea su uniforme y método; juicios resueltos en un par de días, a lo sumo; ilegalización de H.B.

y afines...

Todas estas medidas se aplicarían también a violadores, torturadores, ricos que se largan

con millones, pederastas, sectarios... “Primero las Cruzadas, luego Robespierre y ahora usted”,

escribió un profesor una vez debido a mis ideas tajantes y claras; ¡válgame el abismo ser tan

importante!(2) Mejor iría este país si se dejara de tanta burocracia, de tanta manifestación y de tanto

politiqueo vacío. Por favor, quiero saber qué se va a hacer con el dinero de las fundaciones por las

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víctimas de E.T.A.: si no pueden resucitar a las víctimas, entonces de poco servirá lo que recauden:

¿lazos azules?, ¿folletos?, ¿conciertos? Y todo eso para qué, si E.T.A. sigue apuntando con su arma

y dando en el blanco.

Pero volvamos a la expresión “acción directa”. “Acción” connota neutralidad: hacer el

amor entraña positividad; hacer la puñeta, negatividad. Pero aquí se empeñan en vincular la acción

con la violencia: el ejemplo más claro, llamar eufemísticamente “película de acción” a cualquier

bodrio sangriento cuajado de tiros, chillidos, muertos y violadas. ¿Que no?, pues véase Acción

mutante.

M. J. Zapater

(Lunes, 29 de diciembre de 1997, en Sociedad, pág. 24)

(1) Esta frase y las dos que la anteceden las tuve que cambiar porque fueron censuradas. La Reyna creyó que se

prestaban a confusión, pues hacían pensar en que yo “defendía las bombas si les caían sólo a los militares”. Este fue

el cambio que introduje: “La acción directa es neutra, como el fuego. El fuego alivia el frío y cocina alimentos, pero

también puede emplearse para incendiar bosques, y ahí está lo censurable. Quien prescinde de burocracias y acude a

la cúspide, sea ésta oficial o privada, recurre a la acción directa”.

(2) La expresión “¡Válgame el abismo de ser tan importante!”, en concreto el “de”, lo introduje yo misma por

despiste. De haberme percatado lo hubiera suprimido. Incluso así, aún no tengo claro que sea erróneo. De hecho, los

correctores no lo modificaron, aunque su fiabilidad es poca.

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Arquitectura fea e inútil(*)

La arquitectura de este fin de siglo me parece acartonada, ortopédica, antiestética, vulgar y

cuadriculada. Ni siquiera es funcional, que sería lo que la haría menos repugnante. Muchos

edificios de ahora no tienen ni pies ni cabeza: patios hondos que se inundan, escaleras hasta el

ascensor, falta de rampas para minusválidos (caso del museo de Blasco Ibáñez)...

Las construcciones de antes, desde las pirámides hasta la primera década de los XX,

además de tener tantos pies y cabezas como preciosas esculturas solían ostentar adosadas, eran

bellas. Ya lo decía Wilde: “La única disculpa de haber hecho algo inútil es admirarlo intensamente.

Todo arte es completamente inútil”. Teófilo Gautier pensaba igual: “Cuando una cosa se convierte

en útil deja de ser bella”. En el caso de las horrendas viviendas de hoy no se cuenta ni con el

consuelo de la utilidad. Yo abogo por la síntesis entre lo bello y lo funcional, que era lo que

pregonaba el prerrafaelista William Morris.

Tanto la arquitectura como el resto de artes están en decadencia desde la primera Guerra

Mundial, y no lo digo con doble sentido, pues ya querrían los artistas de hoy crear maravillas como

las que produjo el Decadentismo.

Hasta la primera década del siglo XX el lema ha sido crear en nombre de la belleza,

sencilla (Neoclasicismo) o rebuscada (Barroco y Rococó). Pero desde vísperas de la primera Guerra

Mundial la destrucción que ésta incubaba se extendió a todas las artes, acarreando la degeneración

del gusto y el adormecimiento de la inventiva. Salvo excepción, hallamos cuadros de manchurrones

informes; esculturas amorfas, como amasadas por seres inhábiles; fincas feas; ruido en vez de

música y poesía que no es más que prosa troceada.

Hasta el carril-bici, de simple diseño, dificulta más que posibilita circular en este vehículo.

Muchas son las curvas de 90 grados que tiene; por favor, puestos a hacer arabescos, que los hagan

bien, como los de Aubrey Beardsley, cuyo arte tachaban de enfermiza exquisitez. Si Beardsley

90
levantara la cabeza y viera, entre otros ripios, el puente de Calatrava, no dudaría en cercenársela de

cuajo con uno de sus finos y elegantes arabescos.

La solidez de las restauradas viviendas del Antiguo Reino y de la calle de la Paz,

adornadas con afiligranados frisos, medallones, balaustradas, hierros forjados de complicado

dibujo, frontones y columnas, es admirable por su belleza. Es un crimen dejar que las casas de

estilos tan preciosos se arruinen y edificar en su lugar fincas ortopédicas. Salvo estos edificios

antiguos, las centenarias iglesias y los viejos mausoleos, la arquitectura de nuestras calles deprime y

da asco. Como dijo Gautier en su precioso Esmaltes y camafeos, “Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte

posee la eternidad (...)”.

M. J. Zapater

(Miércoles, 7 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 32)

(*) Artículo premiado por la consejería de Bienestar Social en 1998.

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Para morirse

—¡Por favor!, ¡mi compañero está enfermo y necesita seguir el tratamiento urgentemente!

—Lo sentimos, pero estamos en Navidad. Váyanse a casa y que el enfermo vuelva a

ingresar mañana.

Otro funcionario agrega: —Estamos muy ocupados cambiando una expresión maldita que

aparece en todos nuestros distintivos por otra que nos identifique.

¿Dónde está el espíritu navideño? ¡Qué bicéfalo error(1)! Regresan a casa porque es

Navidad y porque en fiestas no se tiene derecho a enfermar. Ya que como ciudadano ha pagado sus

impuestos y ha contribuido a la Seguridad Social, tendría que permanecer en cama. ¿A qué santo,

por muy Navidad que sea, se han de desatender las obligaciones de la Sanidad? La situación es para

morirse, literalmente. Hay que adaptar los medios sanitarios a las necesidades de la sociedad, y no

resignarse y acoplarse ésta a la precariedad existente. Es intolerable ir a Urgencias, esperar más de

24 horas y volver a casa porque no hay camas. Camas ha de haber casi tantas como ciudadanos. La

situación me pone mala.

Esta falta de consideración no se da en todos los casos, pero existe. Bastaría que se diera

uno entre ocho millones (que se dan muchísimos más) para que el sistema sanitario no funcionara.

La profesión médica se diferencia de las demás en que sus yerros son irremediables. Las

obras de una cocina pueden esperar, aunque la persona que las encargue acabe hasta el gorro y

enferma de los nervios. Pero el paciente aquejado de un mal grave no espera: la vida, impaciente,

pasa rápida. Por algo se establecen turnos en la profesión médica, para que funcionen sus servicios

las 24 horas del día. Cada cual tendrá sus vacaciones, pero cuando le toquen.

A los sanitarios que así se comportan más les valdría aprender de quienes se desviven por

sus enfermos y acuden, no cuando se los llama, sino cuando realmente se los necesita. Hay que

distinguir entre la pesadez hipocondríaca, que afirma morirse a toda hora y convierte el consultorio

de su barrio en su segundo hogar, y entre quien requiere cuidados urgentes.

92
No hay sensibilidad ni para convertir un hospital en un lugar un poco agradable. He aquí

algunas sugerencias que no supondrían gran gasto. Entendidos en la psicología del color como

Moles, Fabris y Germani, Lüscher o Rainwater, advierten: el violeta favorece a quienes sufren

alteraciones del sistema circulatorio o respiratorio; el azul y el verde claro mitigan los nervios; a los

enfermos del sistema digestivo los favorece el naranja; a las embarazadas, infantes y, en general, a

todos los débiles, el verde claro.

Es muy deprimente y gélido el embaldosado blanco y azul pálido de los largos pabellones

hospitalarios.

M. J. Zapater

(Jueves, 8 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 26)

(1) Por despiste, en vez de poner “¡Qué bicéfalo error!”, puse “¡Qué bicéfalo y doble error!”, redundancia inútil.

Queriendo burlar la censura, me concentré en la forma de insinuar lo patético de la destrucción del valenciano

normativo, a cuya cabeza está L.P. En la Sanidad los valencianistas ignorantes y zafios se empeñan en reivindicar

“Servici” frente al correctísimo “Servei” porque afirman que este último vocablo es catalán. ¡Estupideces! Es

valenciano y catalán. “Servici” existe, pero sólo para referirse al retrete, mientras que “Servei” designa una función.

En su ignorancia, estos valencianotes ignoran también que al machacar tanto “Servici Valencia de Salut” (sin tilde,

son así de retrasados), lo que en realidad quieren decir es... ¡Retrete Valenciano de Salud! Con “bicéfalo error” quise,

pues, insinuar dos errores garrafales: descuidar la salud pública y destrozar el valenciano normativo.

¿Cómo publicar?

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Estoy desolada porque no he ganado el Nadal. Mi mayor ambición es publicar mi novela.

Llevo unas 40 intentonas fallidas por la vía directa (las editoriales) y sólo una por la de los

concursos. “Dejando a un lado la indudable calidad de su obra, lo sentimos pero no encaja en la

línea editorial”, dicen todas las cartas. ¿Cómo voy a encajar yo si siempre voy contracorriente,

como J. K. Huysmans(1)? ¡Intento no hacer lo mismo que el resto y me rechazan porque dicen que

soy diferente! ¡No lo entiendo! ¿No se busca la originalidad?

Mi novio dice que seré escritora maldita, como Baudelaire, Gautier o Nerval. Cómo me

gustaría vivir en esa época, en el XIX; por lo menos quizá contara con el consuelo de publicar mi

novela en un diario, por capítulos, como hacía Balzac. Pero ahora, con la televisión, adiós

posibilidad. Aunque, quién sabe, quizás Almodóvar me conoce un día y decide llevar mi novela al

cine.

Me importan un pepino los tres millones del Nadal; no es que rechace ese dinero, sino que

sólo busco que se me reconozca, que me lean, aunque sea para ponerme verde (“Lo importante es

que hablen de uno, aunque sea mal”, como dijo Wilde). ¿Se entiende ahora por qué escribo

columnas? Porque vivo para escribir, porque si no escribo reviento. Esta sensación de plenitud,

teniendo en cuenta que escribo para vivir porque es mi profesión, es una bendición.

Me importa otro pepino que no me paguen un duro por publicar mi novela... Pero lo que

no pienso hacer es pagar yo por ello. ¡Faltaría! Y en este país, encima, tienes tú que correr con los

gastos. Es vergonzoso y es ilegal, cosa que no sé que es peor. Mandé a un editor 50 poemas (casi

todos sonetos) y me respondió que me los publicaba si le pagaba 300.000 pesetas y si me encargaba

de vender yo 800 de los 1.000 que establecía publicar el contrato. Como si no tuviera yo ya

bastante con los montones de copias que preparé para cerca de 40 editoriales (algunas de las cuales

ni me contestaron). A ese director le recuerdo y le vuelvo a rogar que me devuelva mis poemas

contra reembolso, que son míos, que no me interesa el contrato. Le recuerdo también que todos mis

textos están inscritos en el registro de la Propiedad Intelectual.

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Una novela o un poema son como los hijos, son parte de tus entrañas. Cuando están lejos

temes por su estado y nunca los confías a cualquiera. Publicarlos es algo así como bautizarlos o

consagrarlos.

Me repiten: “Los concursos literarios están amañados”, “He sido miembro de un jurado y

te aseguro que de 200 obras sólo nos dan a leer unas 10”, “El jurado se lee el principio y el final de

las obras; si gusta, la seleccionan y si no la rechazan”, “Da igual que seas buena. Lo que importa es

el nombre o quien esté detrás”.

Parece que sólo se reafirma la fama de los de siempre o que se corona a quien franquea el

umbral del reconocimiento junto a un hada madrina o a un padrino. ¿Por qué será que las

predicciones sobre el fallo de estos certámenes no suelen fallar?

M. J. Zapater

(Sábado, 10 de enero de 1998, en Cultura, pág. 32)

(1) En el artículo que se publicó figura J. J. Huysmans, en vez de J. K, que son sus auténticas iniciales. Fue

por mi culpa, no por ignorar el nombre de este autor, al que admiro, sino por despiste a la hora de repasar.

95
Programas de críos

A mi primo Víctor y a mí nos gusta Barrio Sésamo, pero la versión Caponata o Espinete

que difundieron hace poco, no la de ahora. Ni mi madre ni mi padrino (que se llama Blas) lo

entienden, pero tiene su explicación. Barrio Sésamo es fósil de inocencia y de lógica aplastante: el

entrañable conde Draco, los despistes de Coco, los tiernos diálogos de Epi y Blas...

Nos gustaba porque rezumaba la perfumada nostalgia de la abeja Maya, los regocijos de

Heidi y la pasión lacrimógena de Marco (cuya sucesora más patética fue Candy, con su apocalíptico

lirismo de lo irremediable por bandera, aunque más valdría decir por pañuelo, vistos sus lloros

torrenciales)...

Ahora los programas infantiles y los dibujos animados que incluyen son descarriados (pues

herejía sería decir conducidos) por pavas minifalderas que parecen Barbies prefabricadas y que

pegan saltitos ante la mirada embobada y confusa de los más pequeños. La violencia y el sexo

rebozado de gazmoñería posmoderna son el único tema de los dibujos y del resto de programas

infantiles actuales, cuando en mi época lo único fuerte que recuerdo es Mazinguer Z.

La última abominable creación ha sido Pokemón, fruto ponzoñoso de vete tú a saber qué

vil y retorcida mente. No es mera casualidad que centenares de niños hayan sufrido convulsiones al

ver semejante aborto ficticio: los canallescos responsables bien que tendrían prevista la masiva

reacción infantil ante los destellos subliminales de ese bicho raro.

Es repugnante ver en los parques a los niños pegándose y divirtiéndose con armas de

juguete ante la mirada impasible y tolerante de los padres (eso cuando miran). Esos símbolos claros

del asentamiento del espíritu destructivo y del instinto de más baja ralea en seres en plena edad de

formación (y de deformación) son escalofriantes.

Aparte de la fuerza bruta al desnudo está lo sutil. El racismo de Tarzán se adivina en la

deificación de este blanco caído del cielo, capaz de superar en destreza a todos los nativos; cómo

no, no podía juntarse más que con otra blanca.

96
De esto y de otras cosas hablan Manuel Alonso y Luis Matilla, estudiosos de la ideología

que entrañan los tebeos, los dibujos animados y los héroes de ficción. “Un alto porcentaje de

historias con baja calidad creativa comportan una ideología reaccionaria (...) La idea del bien casi

siempre va unida a la idea de autoridad”, explican.

Particularmente me reconcome el militarismo alienante que subyace en la machista

jerarquía pitufa y el conformismo y la doble cara de Superman.

Mientras enseñan a los críos a partirse la cara, nosotros, bailando al son de ¡Hey!, ¡hey!,

¡Vicky!, seguiremos recordando las trapisondas de Zipi y Zape, la rebeldía crítica de Mafalda, los

inventos del TBO, los didácticos reportajes de la rana Gustavo y las gracias del anárquico y

refunfuñante Óscar.

M. J. Zapater

(Lunes, 12 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 55)

97
De película de Almodóvar

Decía en No tan curada de espanto que a veces la realidad supera a la ficción. Lo que voy

a contar no tiene nada de invento, pese a parecer calco de las escenas estrambóticas de Almodóvar.

Era ya de noche. En un coche aparcado no muy lejos de una sucursal bancaria, el marido

de mi prima Inma esperaba a que ésta regresara del cajero. Los tacones lejanos de Inma despertaron

el interés de un individuo que acechaba desde dentro del banco. Ella, al verlo, se olió que iba a

atracarla e intentó por señas alertar a su esposo, pero éste no se percató.

“Entra, mujer. No tengas miedo”, le dijo el extraño tranquilizadoramente asomándose a la

puerta; temiendo lo peor, Inma entró sintiendo su carne cada vez más trémula. Cuando, aún

inquieta, sacó 10.000 pesetas del cajero, pensó cómo aquel desconocido tardaba tanto si había

llegado antes que ella. Entonces, al girarse con la tarjeta en una mano y el dinero en la otra, fue

deslumbrada por el filo de flamante navaja.

“¡Lo sabía!, ¡lo sabía!”, pensó. “Venga. Saca todo lo que tengas”, le ordenó el atracador.

Fue en ese preciso momento cuando Inma, al borde de un ataque de nervios pero comportándose

como valiente mujer, tramó esta tragedia improvisada: entre ruegos desesperados le preguntó que

qué había hecho ella para merecer aquello, que su marido era ex recluso toxicómano que la molía a

palos y que la había medio arruinado. A todo esto, ella aún no sabía si el “saca todo lo que tengas”

aludía a lo que llevaba encima o a la pasta del cajero. Imploró de tal forma al agresor que éste,

conmovido, le confesó que también para él la siniestra amapola era la flor de su secreto. Agregó, ya

deshecho, que todo era una mierda y que estaba desquiciado.

El atracador, lloroso, se disculpó y le perdonó las 50.000 pesetas (cantidad máxima que

ella podía sacar). Sólo le faltó arrodillarse y pedirle “¡átame!, ¡humíllame!, ¡llévame a comisaría!

¡Soy infame!”

Pero he aquí que los gimoteos del atracador arrepentido también habían hecho mella en la

sensibilidad de Inma, que hasta insistía ya en que le aceptara las 10.000 pesetas que llevaba en la

98
mano. “¡No!, ¡no! ¡Quédatelas tú, que las necesitas más!”, se decían mutuamente, perdidos ya en la

inverosimilitud camarada de aquel laberinto de pasiones.

El extraño se negó a aceptar un duro y la dejó marchar. Cuando Inma llegó al coche y le

contó la película a su marido, narrada a borbotones de histeria acongojada, éste alucinó. Para postre

volvió el hijo pródigo, no se sabe si impulsado por la ley del deseo o por algún deseo ilegal. El

esposo de Inma quería apañarlo; ella lo contuvo.

De película de Almodóvar, pues, ¿acaso no demuestra que, como dijo Wilde en La

decadencia de la mentira, “La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida”?

M. J. Zapater

(Martes, 13 de enero de 1998, en Salud, pág. 28)

99
Los lectores censores(*)

Alguien, tras leer sin entender mi columna Arquitectura fea e inútil, osa soltar que no sé

por dónde voy y que mi cara puede ser fea e inútil, aunque, según comenta, no es quién para

juzgar(1). Wilde me libre de pretender que mi faz sirva para algo; en cuanto a lo de fea, encantada

de ser un monstruo y de ver que la disidencia aún pervive.

Otra ¿lectora? tras encontrar lo que no había y pasar por alto lo evidente, insulta a mi

compañero de barco y le censura la publicación de la imagen de una fachada en la que se veía un

mensaje antinazi. Lo censura porque, según ella, toda la pared es suya. “¡Señores!, ¡la calle es

mía!”, que diría uno; pues igual. Si a ese absurdo vamos, en caso de que la pintada hubiera

aparecido en un banco o en una farola, tampoco se hubiera podido publicar, porque, como todos

somos contribuyentes, atenta contra la imagen pública que somos toda la ciudadanía.

En vista del panorama estamos pensando, como en época de la censura, en incluir en vez

de fotos recuadros en blanco. Así cada cual imaginará lo que guste. Dejaremos de ese modo de ser

el blanco de insultos y desapreciaciones. Eso, o bien publicar la imagen de una olla tachada con un

pie de foto que diga: “¿Se puede?”, como hizo el genial caricaturista de prensa Luis Bagaría en

1924 en un número del diario El Sol; a ver si así abrimos las molleras susceptibles.

Esas mentes retorcidas parece que gustan de poner a caldo hasta la tinta con que nos

expresamos; ¿será que quien se pica ajos come? ¿Será la envidia? Hablando de ollas y caldos, para

quien no quiera, ya van con esta dos tazas con sabor a arquitectura fea e inútil. Esta vez lo relaciono

con las obras públicas en general, para que no repita el consomé. Aunque, bien mirado, por más

que repitiese, seguro que aún sería incomprendido por los de siempre.

Cuando escribí Arquitectura fea e inútil sabía muy bien por dónde iba. Decía y digo que

los patios hondos son inútiles y feos; prueba de ello es el mi casa, patio particular que cuando

llueve, no sólo se moja (como los demás), sino que hasta hay veces en que se inunda. Entonces sí

100
que no sé por dónde voy; pero ni lo sé yo ni lo sabe el resto de la finca, a menos que se bajen una

balsa de casa.

Quienes tampoco saben por dónde ir son los minusválidos, hartos de encontrarse coches

invadiendo las rampas de las aceras; coches que, en vez de estar en el garaje que todo constructor

con cabeza debe diseñar en cualquier finca, están ocupando las zonas peatonales.

Mientras la vida moderna siga haciendo casi indispensable el coche en determinadas

situaciones, serán necesarios los aparcamientos públicos. Para quienes aún no hemos aparcado del

todo la bici, no vendría mal, insisto, diseñar su carril con más eficacia.

M. J. Zapater

(Sábado, 17 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 31)

(*) Este titular fue cambiado por el de Leer sin entender, por considerar la Reyna que los lectores nunca

censuran nada.

(1) Algún despabilado quitó este punto, con lo que destruyó ambas frases y, por tanto, su lógica.

101
Arte profanado

De acuerdo con J. Peladan, si el arte es divinidad y las obras maestras los santos, entonces

criminal herejía es atentar contra las bellas creaciones artísticas.

Da tristemente la casualidad de que el salvajismo mutilador de monumentos (obras que por

estar en la calle son objeto fácil de agresiones) se ensaña más con los sublimes. Es el caso de la

reciente decapitación de la Sirenita del puerto de Copenhague. En sus 34 años esta hija eviterna de

Edvard Eriksen ha sido guillotinada dos veces. Gracias a que a la Sirenita, aunque le hayan

arrancado la testa, aún le quedan los pies, porque en este asunto lo único sin pies ni cabeza es la

insensibilidad del enfermo que perpetró el sacrilegio.

Cabe decir lo mismo del perturbado que en 86 destrozó a golpes 18 de los motivos

grutescos que ornamentaban la Lonja de Valencia. Viendo tales filigranas, por fortuna ya

restauradas, ¿a quién más que a un animal de bellota se ha de atribuir la profanación? ¿Qué importa

que esas figurillas evoquen diablejos, dragoncillos, quimeras y símbolos masónicos? ¿Qué importa

que parezcan emanaciones pétreas del mal (esto no va por lo de la masonería, quede claro) si, como

dijo Wilde, “vicio y virtud son para el artista materiales del arte”?

El arte y la belleza son ajenas a la moral, al cielo y al infierno. Por eso, ¿qué más da que

custodie el puerto de Dinamarca un ser mitológico al que siempre se ha considerado condenado?

¿Qué hay de censurable en que seres casi vampíricos aderecen las fachadas de la Lonja?

Recordemos estos versos magníficos de Baudelaire, extraídos de su Himno a la belleza:

“De Satán o de Dios, ¡qué más da!, ángel, sirena,/ qué importa, si me vuelves (hada de ojos

sedantes)/ ritmo, perfume, luz, ¡oh, tú!, mi reina buena,/ menos odioso el mundo, más leves los

instantes.”

Pero tampoco el emblema de la religión cristiana (las cruces) y otras manifestaciones del

arte se salvan: la cruz que hay en la parte trasera de la iglesia de Santa María de Sagunto sufrió

hace poco la barbarie y acabó derribada. Ya que hablamos de Sagunto, cómo olvidar las salvajadas

102
perpetradas en su teatro romano. Sin ir más lejos, el tridente del precioso Neptuno del estanque del

Parterre ha sido hurtado reiteradamente. Tampoco las Torres de Serranos se libran, ni el busto de

Santángel...

Muchos de los que censuran el fanatismo besuqueador de vírgenes son los que alaban los

destrozos del patrimonio histórico, al que ven cargado de símbolos políticos o religiosos. No ven

que, más allá de los símbolos, está la belleza.

El arte es divinidad, angelical o endiablada, porque lo que distingue a ésta de la persona es

el poder de crear. La persona se equipara a los dioses, no cuando crea (pues esto implica producir

de la nada), pero sí cuando transforma la materia informe en algo bello.

M. J. Zapater

(Domingo, 18 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 36)

103
Historia del chaleco que hará Historia

Mi colección artesana de chalecos hechos por mí apenas sobrepasa la docena y es única. El

primero me lo confeccioné de un pantalón vaquero que hizo antología en mi historial académico.

Tachonado de abalorios punkies y de medallitas de Lourdes y pintado a modo de diario, era la

distracción del colegio. El capricho de invertir un pantalón para hacer un chaleco fue un presagio

de mi posterior lectura de Al revés, de J. K. Huysmans.

Un día, de tanto que cantaba el pantalón, la monja que impartía música lo censuró,

prohibiéndome volver a dar la nota con él. Se ve que no soportaba la competencia...

Ya en el instituto, donde había más libertad, opté por transformar mi querido pantalón en

chaleco. Añadí a los remaches que ya había todo tipo de botones, cadenitas, cascabeles, llaves,

chapas y hasta un candado. Enseguida, con tal reclamo, vinieron las aportaciones de los coleguillas

de estudio y más donaciones eclesiásticas de la abuela, reliquias santeras que acababan de dar el

toque añejo a la prenda posmoderna: escapularios diminutos, pedacitos de sudarios de santas

mártires, estampitas prerrafaelistas, cuentas de rosario, figurillas y medallas de vírgenes y de cristos

de plata negra labrada... ¿Y aún se preguntaba la monja del colegio que a qué santo iba así? ¡Como

si no fueran suficientes razones de peso los cerca de 1.000 gramos que pesaba la quincalla que yo

llevaba encima!

Llegó un momento en que apenas quedaba espacio ya en la pechera para prender más

cosillas. Así que fui seleccionando en plan sibarita; ya no aceptaba cualquier chatarrilla, llaves

mohosas y bisutería barata, como antes. Así, el chaleco se convirtió en preciosa y caprichosa

reliquia. Junto a las citadas filigranas religiosas, que hacían exclamar a la gente “¡Dios mío!”,

prendí un botón auténtico de ascensor que indicaba “Bajo” (ya se veían ahí mis tendencias

decadentes), una cerradura y monedas de Alfonso XIII; “¡Esto vale una fortuna y hará Historia(1)!”,

afirmaban.

104
Además, me coloqué espejitos, ornamentos de nácar de varios colores que arrojaban

fulgores tornasolados junto a las piedrecillas de cristal de roca, perlas y conchas; “¡Ostras! ¡Es

alucinante!”, decían otros.

También lucía gemelos con motivos de dragones, escudos antiguos, anagramas pequeños

de coche, abigarradas pieles de serpiente, florecillas de miga de pan, calaveras, broches de libélulas

y de mariposas(2), piedras horadadas, bambú...

Así pues, ni moda del pin ni Paco Clavel; mi chaleco fue el relicario pionero. En cuanto a

por qué ya no me lo pongo... Una menudencia: me gusta tanto cuando hablo mirar a los ojos de mi

interlocutor (y viceversa), que me pone nerviosa que su mirada curiosa se pierda en mi pechera.

M. J. Zapater

(Miércoles, 21 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 30)

(1) El corrector de turno puso “Historia” en minúscula, no sé por qué razón, pues me refiero, no cualquier

historia, sino a la Historia en sí. Además, si no corrigió el titular, ¿por qué corrigió esto? En fin, otra muestra de

la arbitrariedad lingüística reinante en L.P.

(2) Después de “mariposas”, por despiste, repetí la palabra “calaveras”, y así se publicó.

105
Maltratadas

La alarmante cantidad de casos de mujeres maltratadas no sé si se debe al efecto de

contagio a causa de su divulgación o si siempre se ha dado tal grado de barbarie y sólo ahora ve la

luz con frecuencia. En cualquier caso me asquea ver a mujer de víctima eterna.

A una la pueden agredir una vez, pero, preparada ya para una segunda ocasión y tras

denunciarlo de inmediato, esa mujer, si tiene lo que hay que tener, ya se encargará de no ser vejada

de nuevo. ¿Qué es lo que hay que tener?, pues valor para ir al juzgado y ejercer su derecho a la

legítima defensa. ¿Miedo?, ¿a qué?, ¿a morir?, si para ser apaleada cual bestia más vale estar

muerta. ¿Sumisión? ¿Debilidad? ¡¡Masoquismo y mala educación!! Las reacciones del instinto

afloran en momentos límite como una brutal paliza; una mujer, por poca cosa física que sea, se

rebela, araña, grita, da puntapiés, puñetazos y hasta puede atacar con un arma en nombre de su vida

y de Santa Lorena B.

Mucho servicio castrense y mucha puñeta para la defensa de una estantigua telúrica y

quien ha de saber defenderse es apaleada cual burro de carga indigno. Una de mis propuestas es

crear centros para la enseñanza pública de la autodefensa, tanto para mujeres como para cualquier

hombre interesado; serían voluntarios y gratuitos. No es descabellado: los okupas tienen defectos

pero también cosas dignas de ser emuladas. Cuando existía el Kasal Popular, en la calle Flora de

Valencia, Les dones esmussades acudían para aprender a reaccionar ante supuestas agresiones. Y

salían invictas.

A esta propuesta agrego más. Se ha establecido la rapidez en los juicios, cosa que está muy

bien si va seguida de la retirada inmediata de la custodia de los hijos al animal de bellota que pegó

a su compañera, separación y divorcio resuelto en dos días y encarcelamiento de por vida para tal

salvaje. En cuanto a la protección policial para las víctimas, bien, pero es irrisoria, a menos que al

agente le den potestad para introducirse en la esfera íntima de la habitación matrimonial y se quede

de sereno toda la noche.

106
¿Que mi plan es una dictadura radical? Radical es ir a la raíz del problema, cosa que muy

posiblemente esté en la ancestral mala educación represora. Así pues, póngase remedio desde el

principio; aquí está lo radical: erradicación del lenguaje sexista en medios de comunicación y en

todo texto oficial (el uso lo hará extensivo al lenguaje del pueblo), retirada de la publicidad violenta

y discriminadora, posibilidad de que el primer apellido sea el de la madre (esto los políticos ya lo

han propuesto, por cierto), multas y sanciones colosales para todo organismo que infrinja esto... Se

pensará que estas cosas son símbolos nimios, inofensivos, pero, ¿acaso los símbolos no son la rueda

del mundo? Piénsese en las banderas y en las cruces, por ejemplo (incluida la esvástica).

M. J. Zapater

(Sábado, 24 de enero de 1998, en Sociedad, pág. 32)

107
¡Viva la Candelaria!(*)

Como cada 2 de febrero, me meteré en la cocina(1) para preparar el dulce típico de la

Candelaria, según la receta mágica que explican Cécile Donner y Jean-Luc Caradeau en su Manual

práctico de la buena suerte. El año pasado el horno no estaba para bollos (ni para bollos ni para

manzanas asadas, porque no iba...), pero la sartén sí que estaba para las crêpes, esas que bien frititas

cada 2 de febrero yo me guiso y me como religiosamente(2). A la que también, un año más, llevaré

frita esa mi madre, que siempre se queja de que le dejo la cocina perdida.

Para atrapar la suerte para todo el año hay que seguir ciertas instrucciones al hacer crêpes,

teniendo presente que la clave es agarrar bien la sartén por el mango, sosteniendo a la vez y con la

misma mano una pieza de oro, cheque o billete.

Receta para hacer las siete crêpes de la suerte(3):

Se colocan en un cuenco 100 gramos de harina, dos huevos batidos, 35 gramos de azúcar,

40 gramos de mantequilla derretida, una pizca de sal, la ralladura de un trozo de limón (a gusto; yo,

como adoro lo ácido, le casco bastante) y un cuatro de litro de leche. Todo esto se ha de mezclar

bien hasta que se forme una pasta espesa sin grumos. Cogeremos entonces una sartencita y

pondremos mantequilla para que se derrita a fuego lento.

Llegamos al meollo de la receta culinarioesotérica(4): agarrando la sartén del modo antes

citado, vertemos dos cucharadas soperas colmadas de la pasta recién batida. Cuando la parte

inferior de la crêpe esté bien frita (¡no quemada!), la haremos saltar en el aire al más puro y

saleroso estilo Arguiñano. Si eres tan desgraciado/a que temes estampar la crêpe en el suelo (lo que

te acarrearía problemas financieros para todo el año), es aconsejable llevar encima desde el

momento en que te metes en la cocina una moneda mohosa, agujereada o torcida (yo siempre me

pongo mi chaleco histórico, que es auténtico relicario, como ya dije en una anterior columna)(5).

Si la crêpe consuma accidentalmente la voltereta cirquense en algún mueble, tu felicidad

está también asegurada. Pero lo ideal es que la crêpe funámbula rubrique su volteo malabar en la

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sartén, cayendo por la cara que aún no está frita. Con las seis crêpes restantes no hace falta ser tan

hábil.

Advertencias:

La gente avispada se frota la cara el día de la Candelaria con una crêpe para que en verano

no le piquen las avispas. Nunca uses aceite para hacerlas, sino mantequilla(6). Si te sobra pasta, qué

suerte tienes, pero no la tires porque entonces el dinero te faltará el resto del año. Si no vas a estar

en casa, cómete una crêpe antes de las 8 de la tarde.

Buen provecho.

M. J. Zapater

(Martes, 3 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 24)

(*) El día de la Candelaria llevé a la redacción pedacitos de crêpe; a la Reyna le llevé una. Días después el Pamesa

ganó y ella pensó que la victoria de ese equipo se debía a que se había comido mi crêpe. ¡Increíble!

(1) Esta columna la escribí con la idea de que fuera publicada la víspera de la Candelaria, pero salió al día siguiente:

el 3 de febrero. Así pues, el corrector cambió el tiempo verbal : “(...) ayer me metí en la cocina (...)”.

(2) Aquí se hizo punto y aparte.

(3) La frase, para llenar líneas, fue alargada por el corrector: “Esta que sigue es una receta para hacer las siete crêpes

de la suerte: (...)”.

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(4) Por la misma razón que “sociopolítico” va junto, escribo junto “culinarioesotérica”. Pero el corrector no lo

entendió así y entre ambas palabras colocó un guión. Además, para llenar espacio, agregó a continuación “que nos

ocupa”.

(5) Para llenar espacio, el corrector cambió “como ya dije” por “como ya dejé anotado”.

(6) “Esa es la tradición”, añadió el corrector tras el punto para llenar líneas. Tras esta breve frase, punto y aparte.

110
El circuito del Majara

No, no es metátesis interna. Digo “Majara” y no “Jarama” porque es lo que quiero decir.

Para participar en él basta darse una vueltecita por cualquier vía de la ciudad, donde suceden cosas

de manicomio.

El otro día circulaba en mi cochecillo de camino a la redacción cuando, a un niñato

frenético que parecía emanado de una película sobre el Harlem, le picó la mosca de perseguirme.

Ya intuí sus intenciones suicidas por el espejo retrovisor, cuando vi su pinta de chulo. El muy

temerario se puso pegado al vehículo y mantuvo mi ritmo. Luego me adelantó y se plantó delante

de mí, momento en que frenó en seco. Gracias a que yo me olí su treta y aminoré la velocidad

mientras me adelantaba; si no, accidente.

No contento con la fallida artimaña (el enajenado pretendía que me estampara contra él

para que mi seguro le pagara los desperfectos de su juguetito; ¡seguro!), me esperó unos metros

más adelante. Yo esperaba a que el semáforo se pusiera en verde; él, cómo no, se lo saltó. Mientras

me aguardaba, gritaba; yo, empezando a sentir hervir la sangre, saqué la grabadora y, para ser más

peliculera que él, hice como que avisaba a la Policía. Para dar más verosimilitud a la escena miré a

mi alrededor con el aire entre disimulado, seguro y misterioso de los espías cuando comunican a

sus aliados en qué punto se encuentran. Combiné la parodia con una miradita de superioridad al

monigote rodante. Se puso el semáforo en verde y vi que desistía, quedándose muy serio y

mirándome fijamente.

Pocos días después iba a meter el coche en mi taller; para variar, un automóvil ocupaba la

entrada, pese al vado permanente. Así que decidí aparcar en la acera de enfrente. Iba a hacerlo

cuando un camión impaciente me aturdió con su pitidera ensordecedora. Yo, impulsiva, salí del

coche para encararme con los dos tiñosos. Les expliqué el asunto todo lo amablemente que me

permitía mi tonillo habitual de mala leche, pero se mofaron.

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Escamada por su cutrería y mala educación (el vehículo rebosaba chatarra y ellos tenían

más porquería encima que el palo de un gallinero), volví al coche y aparqué. Aún me crispó más

ver que no pasaban; avanzaron hasta ponerse junto a mí y oí sus groserías infames. “Ahora vas a

ver, rubia...” (¡rubia yo!, poco ciegos que iban).

Me atrincheré en el coche y me preparé disimuladamente por lo que pudiera pasar,

prometiéndome que mi mano no temblaría. Si no llega a ser por la cola que tras ellos se había

formado, que alertó al vecindario con estridente sinfonía de bocinas, no sé cómo habría acabado la

escenita. Sólo sé que a una vecina hace unos días dos bestias la desnudaron en plena calle para

luego darle un puñetazo; los testigos, impasibles. Sin comentarios.

M. J. Zapater

(Sábado, 7 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 34)

112
El día de los enamorados, las violetas y los morados

El auténtico día de los enamorados es intemporal y mantiene viva la chispa que perpetúa el

encanto, que es lo que diferencia el querer del estar enamorado. Querer junto a las cenizas de Eros

por consideración, rutina inerte o piedad es lo más triste que imaginarse pueda.

En el auténtico día de los enamorados el lema ha de ser que no importa que un amor no

tenga sentido, sino que basta con que sea sentido: racimos de efervescencia vertiginosa estallando

dulcemente al compás de la mano del sueño. Flotar, cerrar los ojos y ver su imagen y el fluir del

sentido y de la idea concentrado en su mirada, que su mente imagina, no busca su igual, su

correspondencia anímica? Claro que la busca.

Este tipo de amor está magistralmente reflejado en Laura, de la novela Laura a la ciutat

dels sants, de Miquel Llor. Éste y otras variantes del amor son las que se encuentran en esta obra,

como son el amor instintivo (el sexo), el reprimido (colindante con el masoquismo, físico o

anímico) y el sublimado (muy vinculado al ideal y que se transfigura en creaciones artísticas).

Para los masoquistas se hizo el día de los morados. Quienes se flagelan el alma

regodeándose en la melancolía de ver su espíritu hecho jirones tienen puntos de contacto con el

idealista depresivo. El masoquista del alma es el eterno triste, el que siembra su interior de violetas

dolorosas para luego embriagarse en soledad con su esencia fúnebre.

Quienes torturan su cuerpo no merecen llamarse amantes. Esos buscadores de Sade aplican

de tal modo el “amarás al prójimo como a ti mismo” que su capacidad amatoria es para mí nula.

¿Qué puede brindar o inspirar alguien que empieza por no respetarse a sí mismo como no sea

sentimientos bajos? Y, en el amor, ¿qué sentimiento más bajo hay que el de creerse superior a la

pareja y demostrárselo a golpes?

Para los meramente lujuriosos se hizo el día de los que se ponen morados. En estado puro

resulta ínfimo, casi tanto como el de los masoquistas físicos. Supone la hegemonía del instinto, la

anulación de la voluntad.

113
En cuanto al amor sublimado, podemos verlo en las obras maestras que componen el

precioso abanico del más bello arte, tocado, como Venus, por la mano de la eternidad.

M. J. Zapater

(Miércoles, 11 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 28)

114
Esencias y drogas

Las raíces de mi afición por coleccionar esencias, que quemo en un sahumerio o inhalo

directamente del frasco, hay que buscarlas en mi infancia. Ya de niña pasaba deliciosos momentos

descorchando los envases de perfumes que descansaban en los tocadores.

En el campo hundía mi rostro entre las flores y las diseccionaba para absorber su néctar.

Incluso me afanaba en macerar pétalos para hacer mi propia fragancia. Dice Thomas de Quincey en

Confesiones de un inglés comedor de opio que la excesiva afición por los aromas merma la energía

física. Un compañero de clase hasta afirmó al respecto que los efectos que producen los inciensos

son equiparables (según el caso), a los de las drogas blandas. Es decir, que también colocan.

En mi caso no puedo establecer comparaciones porque mi experiencia con las drogas

blandas es fallida y, por consiguiente, nula. Creo que fue a los 15 cuando me dio por fumar; tal

inclinación no duró ni un mes: no sentía ni placer ni malestar y renuncié; ahora me da náuseas. Con

el alcohol sucedió algo similar. Después de tres cubatas y medio desistí al ver como único efecto

que el atajo estaba más sinuoso que de costumbre. En cuanto a los porros, jamás me he llevado uno

a los labios, pero he sido fumadora pasiva y no me colocaba.

La sensibilidad de mi olfato se agudizó progresivamente, hasta el punto de detectar en una

ocasión el humo del cigarro que mi padre se fumaba, encerrado, dos habitaciones más allá de la que

yo me encontraba. No negaré que las esencias me despiertan sensaciones mágicas, intelectuales...

Pero, ¿qué otras cosas las despiertan también sin ser drogas? Además, en mí las fragancias no

desencadenan dependencia.

Los diversos movimientos y transportes que el espíritu nota al ser acariciado por los

aromas (auténticas almas del frasco que ocupan, pues cuando éste está vacío aún perduran), los

reflejé en un breve estudio que no pretende ser tratado profundo, pero sí guía orientativa e

introductoria. En ella plasmo las características de unas 70 esencias, según la planta o animal del

que proceden y el planeta que influye en ellas. Digo animal porque hay una clase de ámbar que se

115
extrae del intestino de las ballenas. Esta esencia, calificada por Baudelaire de “estridente” en su

poema Correspondencias, excita la voluptuosidad. Otros perfumes relajan, como la lavanda.

Estoy hasta las narices de oír establecer paralelismos entre las esencias y las drogas.

Concluiré para negar tal relación que según mi estado anímico me perfumo con una u otra: si estoy

especialmente mística puedo usar mirra para potenciar ese estado, por ejemplo; o sea, que no uso la

mirra para alcanzar el misticismo. O si lo prefiero puedo recurrir al opio, que equilibra el espíritu y

los sentidos.

M. J. Zapater

(Domingo, 15 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 40)

116
La reencarnación, lógica y natural

Todo en la naturaleza se recicla y el alma no es excepción; es mi máxima. Me impulsan a

este convencimiento las sensaciones que nos embargan cuando un lugar hasta ese momento jamás

visitado nos resulta familiar, o cuando en el transcurso de una conversación reaparecen casi

simultáneamente en nuestra mente los ecos de las frases que aún no se han dicho, pero que se sabe

que van a ser pronunciadas.

Los experimentos de la hipnosis son sobrecogedores: buceando entre estratos sepultados,

la memoria desciende los variables peldaños del tiempo y rescata retazos de lenguas extrañas que,

de repente, por arte diríase de magia, es capaz de usar. Muchos testimonios ratifican las

regresiones.

El cerebro se asemeja, visto esto, a una esponja que al final de cada existencia fuera

sumergida en las aguas del Leteo para que el olvido disolviera las impresiones absorbidas y

presentara ante el alma una nueva página en blanco sobre la que trazar el devenir de la vida, que,

tarde o temprano, otra vez ha de comenzar. Pero de igual modo que en la esponja siempre queda

impregnada parte de la sustancia que la empapó, la mente recuerda fragmentos de un pasado

enterrado, piezas sueltas del rompecabezas vital.

No en vano Thomas de Quincey comparó la mente a un palimpsesto en Suspiria de

profundis; en este caso lo hizo para explicar sus experiencias con el opio, que altera la concepción

espaciotemporal(1). Pero el magnífico ejemplo de tal comparación puede extrapolarse al tema de la

reencarnación: “¿Qué es el cerebro humano sino un palimpsesto natural y poderoso? (...) Sobre tu

cerebro han ido cayendo, con la suavidad de la luz, capas de ideas, imágenes y sentimientos. Cada

generación parece enterrar a todas las anteriores, aunque en realidad ninguna se haya extinguido. Y

si en el palimpsesto de vitela (...) puede haber algo de fantástico que mueva a risa, como a menudo

ocurre debido a los encuentros grotescos de temas consecutivos que, sin ninguna conexión natural

que los vinculase ocuparan sucesivamente y por simple azar el mismo rollo, en cambio en nuestro

117
propio palimpsesto, creado por el cielo, el hondo palimpsesto memorial del cerebro, no existen ni

pueden existir tales incoherencias.”

Si el alma existe, ¿qué ocurre con ella cuando abandona el cuerpo? ¿Dónde están las miles

de almas que desde que gira la rueda del mundo han abandonado su morada? Desechemos la idea

de una infinita densidad de población en el cielo, el infierno o el limbo. El rumbo lógico es tener

más de una oportunidad para perfeccionarse conforme se acumulan experiencias, siguiendo así el

círculo del devenir, símbolo del infinito entre los antiguos, sin principio ni fin, como la energía.

“Algún día, todo lo que ha sucedido volverá a suceder”, dice la antigua filosofía.

M. J. Zapater

(Domingo, 22 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 44)

(1) El corrector puso “socio-temporal”.

118
CENSURADO

Bien hecho, Catalina(*)

Por fin hay una mujer maltratada por su compañero que reacciona como persona: Catalina

J. V. Sí, como persona, porque ella afirma que actuó en defensa propia y no guiada por el instinto

brutal e irracional, que es precisamente el vil sentimiento que guió a su ex marido a agredirla en 27

ocasiones (eso, que se sepa). Quedarse quieta cual gusano hubiera sido lo animal.

El juez que instruye el caso, Pedro Barceló, ha decretado su encarcelamiento a la espera

del juicio porque considera que el caso puede desatar la alarma social. Alarmante es su postura,

señor magistrado. Alarmante es la inercia impasible del organismo al que sirve, injustamente

llamado Justicia, muchas veces, ya que no fue capaz de solucionar un caso colocado 27 veces en su

balanza.

Alarmante también es el creciente número de casos de mujeres asesinadas, víctimas del

terrorismo doméstico, como califican estos execrables crímenes montones de colectivos en todo el

país, integrados por mujeres y hombres.

¡Alarma social! ¿Qué esperaba su señoría?, ¿que Catalina soportara de brazos cruzados una

paliza por vigésima octava vez?, ¿que la mataran? ¡No señor! ¡Se equivocó usted! Catalina no sólo

no es ningún peligro público, sino que hasta tiene todas las papeletas para ocupar una hornacina,

justo entre el santo Job (que dudo que hubiera aguantado tanto como ella) y Lorena B., a la que ya

canonicé en mi columna Maltratadas.

Si las 27 denuncias de Catalina no han bastado para encarcelar al bestia que, por fortuna,

ya no respira, si la legítima defensa es derecho constitucional, si una ya está harta del estereotipado

papel de muñeca de feria a la que se revienta a golpes y que calla y aguanta, ¿a qué censurar su

reacción, lógica y humana? La acción de Catalina fue directa y necesaria.

119
Deseable sería que estos sucesos no fueran más que pura fábula terrorífica, pero,

desgraciadamente, están ahí, y aunque los juicios rápidos, una vez consumada la barbarie, estén

muy bien, mejor está prevenir ésta en nombre de la integridad física. El encarcelamiento de

Catalina no va a acallar las conciencias. Hay que impedir que la mujer siga anquilosada por el

machismo, el despotismo, la tradición patriarcal y otras lacras de similar ralea.

No se puede tolerar la intolerancia; no respetar a la pareja hasta el punto de apalearla

reiteradamente es de las mayores y más abominables muestras de intransigencia que darse puedan.

Así pues, mujeres vejadas y tantas veces pisoteadas, renunciad a ser mártires de esta religión de la

ignominia. No más sacrificadas, ni en el altar viril ni en el de la Justicia. Arriba, maltratadas del

mundo; en pie las que no tienen paz. Alcémonos todas las personas en nombre de la dignidad.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 22 y el 23 de febrero de 1998. Aunque la Reyna lo rechazó sin decirme nada, después

supe que la posible razón fuera su pavor mortal a los jueces y sus sentencias, como unos compañeros de redacción me

dijeron.

120
Drácula, mon amour

Todo empezó aquella mañana fría y pálida de hace casi un cuarto de siglo. Huyendo de las

batas blancas y de la larga aguja que hacia mi bracito apuntaba, me escapé espantada para

ocultarme bajo las escaleras de la entrada del centro de salud de Juan Llorens.

Allí, agazapada, rezaba para que nadie me hallara, por muy buen ojo clínico que tuviera.

Mi pánico por las jeringuillas invita al análisis, al análisis de sangre, que a mí tanto me horripila.

Me encontraron, pero, debido a mis pataletas y ahogos, se abstuvieron de sacarme sangre por

enésima vez. Me extrajeron tanta de niña, que cualquier testigo de Jehová diría que con ella me

absorbieron el alma.

Poco después fermentó mi pasión por las naranjas(1) veteadas de rojo y por Mis terrores

favoritos. La tez de luna de Bela Lugosi, el goticismo lúgubre de su morada solitaria, el crespón

con que Diana se ocultaba de los ojos ciegos de los murciélagos...; todo ello me evadía de la cruz

que me constreñía... ¡Y qué cruz! La severidad de un colegio religioso que me tenía por la rara

avis. Visitaba el cementerio y sus altos columbarios y mausoleos me dejaban anonadada. Su sacro

silencio, pesado como losa, lo guardaba en mi pecho para que me acompañara allá donde fuese.

Siendo ya adolescente afloraron mis progresivas náuseas por los ajos troceados que,

camuflados entre los arroces, encontraba en las comidas. Hablando de arroces, recuerdo también mi

aversión a la melanina: huyendo de la muchedumbre que se congregaba cada estío en la playa, yo

me perdía en los mercadillos para buscar polvos de arroz que dieran a mi rostro la apariencia

espectral de la que hablaban las canciones de los Alien Sex Fiend, los Bauhaus, los Cure y demás

amantes de los entierros prematuros, las almas en pena y las alas de los ángeles caídos.

Creo que aún no era mayor de edad cuando recibí la visita del murciélago, ese que desde

entonces y por espacio de unos dos años acudía cada noche religiosamente a dormir colgado del

techo de mi galería.

121
El colofón llegó cuando noté que la piel se me llenaba de ronchas si me exponía a la

ardiente mirada de Apolo. Así que renuncié a la playa, a la que ya iba poco, dada mi escasa afición

a las masas. Pero tal era mi hipersensibilidad, que bastaba el más fugaz rayo de sol para causar la

reacción cutánea. Este fue el dictamen médico: eritemas; o sea, ¡alergia al sol!(2) Cargando con la

cruz de semejante nueva, regresé a casa, inquieta por saber el veredicto definitivo: el del espejo. El

sobresalto era seguro: si me reflejaba, seguiría viendo mis brazos y piernas tachonados de satélites

rojos; si no me reflejaba... Pero me reflejaba, pues ahí estaba mi aspecto de seis doble del dominó.

Ahora apenas me salen eritemas y, por supuesto, me sigo viendo en el espejo. ¡Con la

ilusión que me hacía verme de pupila de Drácula! Me queda el consuelo de disfrazarme por

Carnaval(3).

M. J. Zapater

(Lunes, 23 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 60)

(1) Por error propio puse “mandarinas” en lugar de “naranjas”.

(2) Aquí, párrafo aparte.

(3) Este párrafo fue enlazado con el anterior, cosa absurda, pues los cambios hechos dejan igual número de

líneas que había establecido yo.

122
Cañas y barro o Barroso mete caña(*)

Esta constructiva columna retoma el temita de la arquitectura fea e inútil para hablar de la

falta de accesos para minusválidos del museo de Blasco Ibáñez, que obligó a Miguel Paterna

Barroso a interponer una demanda. Restregar por la cara la ineptitud de quienes se consideran los

lumbreras de la edificación crispa a muchos, pero, una vez más, hay que explicar que estética y

funcionalidad no han de estar reñidas, como reiteraba William Morris.

Barroso ha metido mucha caña por el mal diseño del rehabilitado chalé de quien escribió

Cañas y barro, ya que hasta ha acudido al Síndico de Agravios. Pero, ¿cuál ha sido la respuesta de

Patrimonio Histórico? ¡Que al chalé no se le han habilitado rampas para minusválidos porque lo

hubieran afeado! ¡Qué bonito! Esta contestación, de insoportable matiz wildeano que no viene al

caso, demuestra hasta dónde puede llegar la incompetencia(1). Hasta Wilde, flor y nata del

esteticismo (afirmaba que “la única disculpa de haber hecho algo inútil es admirarla

intensamente”), se llevaría el disgusto del siglo si levantara la cabeza. No lo digo sólo porque las

rampas para minusválidos no tengan necesariamente que ser antiestéticas, sino por lo que este genio

hubiera descubierto dentro de uno de los aseos del museo, precisamente el que está destinado a los

discapacitados: cajas, mochos, cubos y una escalera de madera. Esto está muy feo. Estos útiles de

limpieza son horrendos, no porque sirvan para algo, como diría Teófilo Gautier (“Toda cosa que se

convierte en útil deja de ser bella”), sino porque el aseo de minusválidos no es lugar donde

guardarlos; ¡ni que fuera barraca o trastero!

Cierto es que en la puerta de este aseo una placa dice “privado”, pero hay dos evidencias

aplastantes que dan al traste con este privilegio de la casa: primero, puesto que evacuar es necesidad

primaria y el museo sitio público, lo lógico es que este aseo esté sólo(2) a disposición de los

minusválidos cuando se sientan indispuestos. Segundo, la existencia de dos barras flanqueando el

retrete indica que, en efecto, el aseo es especial para minusválidos.

Volvamos al oscuro asunto de las escaleras, que tanto obsesiona a la Administración, ya

que no sólo se encuentran en la entrada del museo, sino hasta dentro del aseo de minusválidos. Si

123
esto no es ejemplo del recochineo del más denigrante humor basado en la mala sombra y el mal

gusto, entonces es reflejo de desidia y guarrería. O de ambas cosas. La cochinería de guardar las

cosas donde no toca me recuerda al didáctico cuento El duende Sucio, que yo releía de pequeña.

Pero en el museo no hay duendes que valgan.

Por favor, ya vale el cuento, que el plantar barreras a los derechos básicos no es cosa de

broma. Es una guarrada.

M. J. Zapater

(Martes, 24 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 32)

(*) Artículo premiado por la consejería de Bienestar Social.

(1) Aquí el corrector puso punto y aparte.

(2) Este “sólo” se suprimió.

124
Todo es mental

La imaginación y la mente tienen más importancia de la que muchos piensan. Pero esta

importancia no se demuestra mejor con hechos que alimentando el intelecto, pues “todo es mental”,

como dice la primera ley de la brujería.

Las cosas suceden antes en la pantalla del cerebro; luego, a veces, las refleja la realidad.

Desde el prisma platónico aún podemos ir más lejos y afirmar que, puesto que el mundo material es

el universo de las sombras y de lo falso, nada hay más real que las ideas(1). Óscar Wilde también se

acercaba a este pensamiento cuando decía que “las cosas más importantes ocurren en la mente”. En

efecto, ninguna agencia de viajes es más rápida, alucinante y disparatada que la que regentan las

neuronas, trenzadoras de universos imposibles más allá de su reino (reino que es más poderoso que

el de la materia, como se ha dicho).

En el sueño natural, donde se unen el sentido y la idea, se ve la grandeza que proporciona

la fantasía cuando se alía con las sensaciones oníricas: nunca la más sublime de las experiencias

conscientes supera a las del sueño natural. Ahora bien, esas excelsas experiencias oníricas son la

síntesis perfecta y equilibrada del sentido y de la idea, lo que indica que, por muy loable que sea lo

mental, requiere de lo físico para abrazar lo perfecto.

Así pues, nada más enriquecedor, espeluznante y asombroso que los mosaicos abigarrados,

los móviles dioramas, los rompecabezas abstractos, los sonidos tornasolados, los abanicos de

caricias y las más insólitas sinestesias compuestas por el caballo desbocado de Morfeo.

Aparte de en los sueños, la fusión de la sensación y de la idea se ve también en las

experiencias de los visionarios y en los presentimientos o corazonadas; ¿qué es el corazón más que

órgano físico? Los presentimientos afloran en estado consciente, lo que significa que también en

este caso la mente demuestra su hegemonía. Al respecto la persuasión extrasensorial tiene mucho

que decir: afirma que la mente actúa en estos casos como cámara fotográfica, que registra imágenes

125
que luego ven la luz. Pensando reiterada y detalladamente en una misma escena, ésta acaba

pegando el salto de la ficción a la realidad (entendida ésta como el mundo de los hechos).

Esto no suele funcionar con el amor ideal. Siempre que alguien se empeña en hallar en el

mundo de los hechos al ser quimérico e irreprochable que alberga en su hornacina mental,

sobreviene la caída y el desengaño. Desencantada, la persona ha de rendirse y reconocer que el

imperio de la idea es el absoluto, que nada en la tierra lo puede mejorar (2).

Todo puede imaginarse, mas no todo lo que se imagina está en el mundo de los hechos.

Rechacemos el principio del empirismo, que dice que sólo se puede imaginar lo que ya se conoce

mediante la experiencia. La imaginación no tiene más límites que los que cada cual le atribuye(3).

M. J. Zapater

(Sábado, 28 de febrero de 1998, en Sociedad, pág. 34)

(1) Aquí, punto y aparte del corrector.

(2) Este párrafo fue enlazado con el anterior.

(3) Ídem.

126
Acracia, mística y aristocracia

Afirma Aristóteles que el ser humano es sociable por naturaleza, pero yo defiendo lo

contrario. Cuanto más compleja y elevada es la personalidad, más tiende a replegarse sobre sí

misma. El mayor misterio es uno mismo y nada atrae más que lo desconocido; puesto que todos

llevamos dentro un abismo, esto empuja al aislamiento.

Por opuestas que parezcan las más altas filosofías, todas enarbolan el estandarte del ego;

hasta se confunden: la del ácrata, la del aristócrata del gusto y la del místico.

La naturaleza ácrata empieza abogando por la colectivización, pero al ser la autonomía del

Yo otro de sus pilares, ésta acaba por imponerse al descubrir la alienación que subyace en la

comuna. Así, no es raro que los auténticos y escasos ácratas y anarquistas que quedan estén solos.

Han aprendido que, como dijo Wilde, “la única sociedad posible es la de uno mismo” (1). Por tanto,

aunque por caminos distintos, han llegado a la misma conclusión que los aristócratas del gusto

(estos se hallan entre los más refinados artistas).

Encerrados en su torre de marfil (que con frecuencia lo es de verdad, ya que los

acomodados se rodean de suntuosidades), los aristócratas del gusto adoptan una postura hierática y

desdeñosa frente al mundo. Hacen del arte que dominan su religión, su principio y su fin y, además,

convierten su vida en su obra maestra.

Ejemplo de ello es Huysmans, creador de Des Esseintes, protagonista de Al revés. Este

escritor actuó parecidamente a su personaje al irse a vivir junto a un monasterio; en él se da, por

tanto, doble egocentrismo: la mística y el arte. Ya lo vaticinó Barbey d´Aurevilly cuando dijo que

Huysmans, tras escribir esta biblia del decadentismo, sólo tenía dos salidas: suicidarse o postrarse

ante la cruz.

Esto último no implica necesariamente tomar los hábitos. “Todas las asociaciones tienen

los defectos de todos los conventos”, dijo Vigny. Yo invertiría la frase. Aunque el entorno sea

127
religioso, sin predisposición anímica al aislamiento todo es en vano. Quien se siente solo entre la

multitud, lo sabe, como Tulia Fabriana, protagonista de Isis, de Villiers.

Hablando de literatura, en René, protagonista de la novela de Chateaubriand que lleva el

mismo nombre, se palpa magistralmente ese sentimiento de superioridad: “Quise arrojarme por un

tiempo a un mundo que nada me decía y no me comprendía. Mi alma, no gastada por pasión

alguna, buscaba un objeto que la atrajese a sí; pero vi que daba más de lo que recibía. No se me

exigía un lenguaje elevado ni un sentimiento profundo, ni yo me ocupaba de otra cosa que de

rebajar mi vida para ponerla al nivel de la sociedad. Tratado por todos de espíritu novelesco,

avergonzado del papel que representaba y cada vez más disgustado de los hombres y de las cosas,

decidí retirarme a un arrabal, para vivir ignorado”.

M. J. Zapater

(Domingo, 1 de marzo de 1998, en Sociedad, pág. 36)

(1) Aquí, punto y aparte del corrector.

128
Cutrenovelas

Viendo las porquerías de series que arrojan en televisión; mejor dicho, cerrando los ojos

ante semejantes abortos, me convenzo del valor de mis cutrenovelas, que difundía por una radio

libre. Son grabaciones suburbanas de crítica causticidad en las que participaban mis coleguillas.

Están inspiradas en cuentos y culebrones y aderezadas con efectos especiales.

En La vieja maloliente del bosque cualquier cascajo operado hasta las pestañas se siente

identificado con la protagonista. Ésta recibe la visita de tres hadas aleladas. Pero todo es en vano,

porque sabiendo el príncipe azulgrana que cuando el mar muerto estaba enfermo ella vivía ya,

prefiere los encantos y encantamientos de la hechicera de la montaña, experta en polvos mágicos.

En Los siete cabritos y el bobo, muy didáctico, el pueblo (el bobo), cantando aquella soez

canción de “la cabra, la cabra, la p... de la cabra...”, se impone a los siete poderes que le amargan la

existencia.

Vidrio está inspirado en Topacio, Rubí y demás pedrerías latinoamericanas. La

limpiacristales Vidrio se queda embarazada de Marianico Rico. El científico loco Paranoico

Estoico, empeñado en enriquecerse con su autómata Electra Molestator 1X2, que se ha escapado

para destrozar la ciudad, secuestra a Vidrio al confundirla con su máquina. Tal es le parecido, que

el científico celebra haberla hecho mucho mejor de lo que él pensaba. Mientras, la autómata se lía

con Marianico. Al final el científico sabe que su madre es la mujer del padre de Marianico; se

olvida de su autómata y de las quinielas y hereda. Moraleja: en familia se queda todo, pues hasta el

ex novio de Vidrio, un boxeador idiota, descubre que su mujer, Paranoica Noestoycatólica, es su

prima.

En El botafumeiro de Sigüenza la monja sor Presa recupera a su hija, Sebastianalfabeta,

hija de un obispo. Para ello se une a la conjura revolucionaria que busca hurtar el botafumeiro y

beneficiar a los pobres. La niña se hace amiga de Cerebrín Einsteinto Sexual, hijo del cabecilla

sedicioso; ocultos en el botafumeiro ven a sus familias encapuchadas para hurtarlo y se creen que es

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Semana Santa. El ministro Coco, obsesionado por las patadas en las puertas y por no poder quitarse

los pantalones ante su mujer, Billeteresa, se pone las botas deteniendo a todos los ovnis que ve. Así,

arma la de Dios en la catedral de Sigüenza, donde pide el D.N.I. a todo cristo. Al final es destituido

y colgado allí para sustituir al botafumeiro.

En Q-3 la modelo pava Ana Patricia Estropicia, hija de Gustavo Anacleto Picoleto,

descubre que su hermana es Casimira de Reojo, “chusma de barrio” recogida por su padre por

intereses sicalípticos. Juana Tope Bwana Marihuana se lía con Mójame de Ali Oli, hijo de

Inociencia Infusa, para bajarse al moro gratis. Pero el novio de Juana, Supermanguillermo

Paquidermo, los pilla juntos, avisado por José Antonio Demonio.

Los mangantes de la playa... No queráis saber más; que un culebrón con final no es tal.

M. J. Zapater

(Lunes, 2 de marzo de 1998, en Sociedad, pág. 56)

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Apasionante feria del libro

La inmensa gozada que supone volver a tener en las manos el mismo rarísimo ejemplar

que descubrimos hace un año, en la misma caseta, en la misma estantería y hasta en el mismo

hueco, es de tal magnitud que sólo lo comprende quien le apasiona coleccionar determinados libros.

Pero más placentero es saber que, esta vez sí, el precioso libro nos pertenecerá, de modo que ya no

tendremos que volver a angustiarnos al vernos obligados a dejarlo a merced de otros ojos

codiciosos.

Un año más he acudido a la Gran Vía con mi lista negra de obras caprichosas, encabezada

por el inalcanzable Esmaltes y camafeos, de Teófilo Gautier (que poseo en parte). Reliquias de

Huysmans, Barbey d´Aurevilly, Villiers o Mallarmé son algunas de las delicias que persigue

incansable y febrilmente mi frenesí por la literatura maldita, decadente y romántica.

Pese a lo difícil de hallar tales gemas, he de celebrar que mi vieja lista se va reduciendo,

tanto porque de tan manoseada que está se cae a trozos, como por los progresivos hallazgos.

¿Magnetismo? ¿Buen ojo? ¿Buena suerte? En verdad creo que la mano benévola de la diosa

Fortuna está implicada; si no, no me explico que ciertas joyas polvorientas hayan podido pasar

inadvertidas en los estantes, cubiertas por el sudario del olvido. Hablando de la Fortuna, fue

precisamente Fortunio, novela de Gautier, de las perlas que pesqué el pasado año; afortunadamente,

la pude comprar.

La mirada, ebria, se extasía en las paradas blanquiazules, rebosantes de volúmenes que

recorremos detenidamente, uno por uno. Alineados, reposan llamando nuestra atención en el

mágico argot del silencio. En sus lomos de pergamino arrugado, de cuero repujado o satinado, de

cartón pintado o de tela desleída, a veces no hay título grabado, lo que nos impulsa a abrir el

ejemplar, aunque sólo sea para acariciar sus páginas amarillas, cargadas de años y de humedad.

En mis visitas a la feria había algo de masoquista: si no encontraba una obra, debía

resignarme; si la encontraba, su precio solía estar por encima de mis posibilidades. Pero todo tiene

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sus compensaciones; recuerdo que el pasado año un joven librero, admirado por el empeño que

ponía en rebuscar libros hasta por los suelos, quiso premiar mi pasión por esas lecturas

regalándome uno de los seis ejemplares que adquirí. ¡Ejemplar actitud! El librito contendía dos

novelitas: Silvia y La mano encantada, de Nerval. A quien enarbola el lema de “Quien la sigue la

consigue” la magia lo ampara.

Para el librero mi actitud era modélica; para mí, su desinterés material me superó. Los

desorganizadores de ferias alternativas, hipócritas que no ven más allá del lucro, podrían aprender

de tan encomiable actitud. Y los libreros que venden por 3.000 pesetas el libro que sólo cuesta 350,

también; que hable de antigüedades no quiere decir que sea una antigüedad.

M. J. Zapater

(Jueves, 5 de marzo de 1998, en Sociedad, pág. 32)

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Mucho ruido y pocas luces

Si terrorista es quien infunde terror, terroristas son los motoristas que van a la mascletà

plagando las calles con sus carreras homicidas. Tales atropellos son intolerables. Agrava el caso su

manejo de material incendiario: petardos.

Uno de estos horrores sucedió hace poco más de una semana; lo protagonizó un centenar

de estos rapados: fútbol, botellazos, petardos, berridos y alcohol, a las 4 de la mañana, en la plaza

Olof Palme. Tal ramillete de vulgaridades es insuperable. Resultado de la jugarreta, que obligó al

vecindario a alertar a la Policía, ¡sólo un detenido!

El lema de estos niñatos, tan ligeros de cascos que ni siquiera llevan, es el de mucho ruido

y pocas luces, sobre todo de noche, cuando, no contentos con el ruido soportado en la mascletà,

acuden a infernales antros a recibir su segunda sesión de estruendo.

Si este es el lema de estos descerebrados, el de la Policía es el de “Mucho ruido y pocas

nueces”(1). La crispación general es evidente, ya que, a excepción del centro, nadie ve los

cacareados dispositivos de control por ninguna parte. “Hablan mucho y no hacen nada”; esa es la

opinión más repetida en medios de comunicación y comentada en las calles. La justificación de la

Policía es que “no se comunica dónde se ubican los dispositivos para no desbaratar el plan de

control”. Pero nadie se lo traga, pues si el caos reinante es control, qué será el Apocalipsis...

Si se les interroga sobre el número de multas y sanciones impuestas, contestan los agentes

que aún no se sabe el resultado de las estadísticas. Así que, mientras ellos siguen haciendo números,

en la vía pública cantan los hechos. ¡Confiscación de motos!; eso tendrían que hacer. Ya que no se

respeta a la población autóctona (un muerto el pasado año, un accidente en la calle Jesús el otro

mediodía...), que se piense en el turismo, que en cuanto vea (y oiga) el panorama echará a correr

para no regresar.

Aparte del fervor por el ruido, lo que mueve a estos ninots motorizados a emular el

ambiente fallero es el siguiente hecho, tan irrisorio como lamentable, como las ironías paridas por

133
el humor negro: la falla ¿humana? que se formó el segundo día de mascletà cuando uno de los

borregos cayó en plena calzada y fue arrollado por una treintena de reses del rebaño motorizado del

que se había descarriado. El espectacular amasijo evoca incendiaria idea; mas no nos rebajemos a

su nivel y recordemos a Wilde: “Todo arte es completamente inútil”. En verdad, pocas veces se ve

tanta inutilidad junta. La monumental montaña de carne y metal, como obra de arte que era, hubiera

sido herejía quemarla; las que no lo son, no vale la pena erigirlas.

Mientras el pueblo le pregunta a la alcaldesa por qué los gamberros le dan tanto por todas

partes, ésta, elevando los ojos al cielo, donde estallan los masclets, parece pensar “Santa Rita, Rita,

lo que se da no se quita”.

M. J. Zapater

(Lunes, 9 de marzo de 1998, en Sociedad)

(1) Frase censurada.

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Sin sentido(*)

Denunciaba una madre en El Cabinista que a su hijo, que iba con su panda de amigotes

motorizados a ver la mascletà, le habían birlado el caballito metálico, comprado con las 1.000

pesetas que semanalmente le daba ella. Añadía que le constaba que tal vergüenza era cosa de una

banda organizada de desaprensivos, esos que detestan los rebaños de adolescentes escapados de

casa de locos.

Eso faltaba, una banda organizada que erradicara el caos creciente que rodea a la mascletà.

Bonita falla que se haría con el material requisado; encima, no se le tendría que echar gasolina para

quemarla luego, pues la llevaría incorporada. Sólo habría que buscar ninots. Esos niñatos van a la

mascletà y a lo que no lo es. Para quien aún no lo sepa, aquí va la última: cada noche, cobarde

guerra contra los Minis y los 600. Así pues, evidentemente que hay banda organizada. Pero no

precisamente la formamos quienes aborrecemos el ruido, la vulgaridad y la violencia, sino esos

borregos petardistas y barbilampiños de las motos con tubarro.

A un minusválido que va en su 600 a trabajar, una cuadrilla de imbéciles le ha volcado el

vehículo, con las ruedas apuntando arriba. La gracia ha servido para que el pobre hombre encuentre

más barreras de las que ya hay para ganarse el pan. Seguro que si tiene hijos no recibirán las 1.000

pesetas semanales que les dan a algunos niñatos mimados para sus caprichitos: primero, por ética;

segundo, porque quizás su sueldo este mes sea más bajo.

El coche le quedará nuevo; está ahora bajo el mismo techo que mi 600 (que se ha librado

por estar en el taller). Pero, ¿qué necesidad tenía el inválido de tanto problema? Hay aún más casos:

otro 600 y un Mini, en la misma calle, han sufrido la barbarie de los gamberros motorizados. Los

techos de uno y otro sirvieron por unas horas de tablado folclórico para infame fiesta. Da la

casualidad de que también el dueño de ese 600 lo usa para ir a trabajar. Gran parte de la ciudadanía

no fallera trabajamos tanto o más que ellos, por si no lo sabían(1).

135
¿Hay derecho a esto? ¿Hay derecho a no poder circular ni por las avenidas porque están

cortadas y con los semáforos tapados, como tapan los ojos de los caballos para que no se espanten

del fuego? ¿Hay derecho a no poder dormir porque en tu propia finca hay falleros que tiran

petardos de madrugada? ¿Hay derecho a que a ciertas calles de doble sentido les anulen sólo uno,

fomentando así el ir contra sentido? ¿Hay derecho a que los dependientes de la feria del libro

soporten petardazos continuos, con la consiguiente indignación de la clientela? Por más que le doy

vueltas mientras rodeo manzanas y manzanas ocupadas por la tradición, no le veo ningún sentido.

M. J. Zapater

(Jueves, 19 de marzo de 1998, en el especial Fallas’ 98, pág. 24)

(*) El titular fue cambiado por el de Un rebaño de desaprensivos anda suelto. Encima de que a lo largo

del artículo hubo mutilaciones que la dejaron coja y manca porque la columna medía dos módulos menos que de

costumbre, me colocan un titular más largo que el que había yo puesto, para que hubiera que cortar aún más texto.

¡Incomprensible!

(1) Esta última frase del párrafo y todo lo que sigue fue suprimido.

CENSURADO

136
De la vida contemplativa(*)

Al contemplar las cosas de la vida hay que percibir todos sus posibles prismas; si no se es

capaz de ello, conviene callar, encogerse de hombros, no ofender y dejar a los que se considera

incomprensiblemente diferentes vivir en paz. Todo es cuestión de gustos; todo es relativo. Toda

moneda tiene su cara y su cruz. De todo se puede decir “según se mire”.

Lo que a continuación se narra tiene que ver con esto; lo he titulado De la vida

contemplativa.

Teresa y Narcisa, dos jóvenes fervorosas que creían llevar algo divino en su interior,

comenzaban el día cada mañana abismándose para abrazar la plenitud. En un sosegado ambiente de

silencio y penumbra donde el incienso humeaba dulcemente, afloraba la magia del recogimiento y

el gozoso abandono: susurros ininteligibles escapando de labios temblorosos, suaves suspiros

sucediéndose, imágenes gloriosas columpiándose en la mente; vertiginosas oleadas que van y

vienen, densas, envolventes, en la armoniosa confusión de los sentidos... ¡Fantástico delirio!

Y al fin, con sublime estremecimiento, la quintaesencia, el éxtasis.

La artista y la novicia, cada cual a su modo, exhaustas y jadeantes daban las gracias a su

dios; mientras una exclama “¡Oh, de vita beata!”, la otra suspira “Oh, deliciosa masturbación!”

Es importante percatarse de que sobre gustos se ha escrito tanto, que la variedad de

tendencias es palpable. Aprendamos todas las personas, no necesariamente a postularlas o a

admirarlas (que cada cual atienda a lo que su naturaleza interior le dicte), pero sí a reconocerlas y

respetarlas.

He aquí la reacción de un joven admirable que supo ver más allá:

Dos jóvenes hermosas y esbeltas pasaron cogidas de la mano muy enternecidas frente a

dos hombres.

137
Nada más verlas, estos, en tono rudo, desconsiderado y prepotente les reprocharon que

eran un par de bellezas corrompidas echadas a perder. Ellas contestaron a sus obscenidades y a sus

burlas dándose un apasionado beso en los labios.

Los hombres, enardecidos, hicieron un gesto de asco, aunque en el fondo hervían de rabia

por no ser ellos los afortunados amantes de aquellas damas tan bellas.

“¡Con lo guapas que son!”, gritaban tratando de sanar su orgullo viril.

Un tercer hombre que también había presenciado la escena, les dijo sonriendo: “Eso

demuestra que tienen buen gusto”.

En efecto, cuestión de gustos. Aquel joven caballero me gustó, como también me gustó la

naturalidad de las chicas, que no contestaron a los improperios y siguieron su camino. Ni ese chico

ni yo recorremos el sendero marcado por Safo y Sócrates, pero sabemos que es tan válido como

cualquier otro.

M. J. Zapater

(*) La primera narración que incluyo aquí, llamada De la vida contemplativa, la extraje de mi Esencia de estelas y la

escribí el 30 de marzo de 1995. La parte final del artículo, donde hablo de la historia de las dos bellas chicas, la titulé

en Esencia de estelas como Cuestión de gustos (data del 15 de julio de 1995). El artículo, que le pasé a la Reyna

entre el 19 y el 29 de marzo del 98, no fue publicado porque para ella se reducía a mera defensa de la

homosexualidad. ¡Qué mirada tan obtusa la suya!

El valor de las cosas

138
Una recomendación en brujería dice “Compra chatarra y vende antigüedades”. Aunque no

la sigo al pie de la letra (eso sería estafar), sí que apruebo su extracto: aprovechar todos los objetos

posibles. Igualmente quien los adquiere puede disfrutarlos. Aunque no se sea hábil, basta con tener

imaginación y con valorar los símbolos.

Ha llegado la primavera y pronto se desorganizará un año más la feria alternativa, que, por

más transformaciones que entrañe esta florida estación, seguro que no cambiará. Por la tendencia a

asociar ideas que me embarga cuando me abismo mirando fijamente un objeto, pensaba en ello el

otro día. En este caso fue una gorrita negra que a veces me pongo el objeto de mi distracción. Esa

gorrita me recordó que tuve otras tres (también me recordó a los gorrones): una amarilla, otra

marrón y una tercera beis. Como no me las ponía, las vendí en la pasada feria. Me liberé de lo que

ni usaba ni lucía; quienes las adquirieron se fueron contentas con su ganga.

Otras cosillas las metí en sobres sorpresa para, a 50 pesetas cada uno, venderlas también.

Más que lo que contenían (muchos de dichos objetos valían materialmente más de lo que pedía por

ellos), lo que la gente adquiría era la ilusión de saber qué había dentro. Pero la incertidumbre, como

el deseo, sólo pervive mientras no se consuma.

“¿Para qué quiero yo estas medias verdes?”, se preguntaba desencantada la chica que abrió

uno de mis sobres en la feria de hace tres años, en los Viveros. Pues para muchas cosas; basta con

tener idea: para seducir, por ejemplo, por su color venusino, o para trueque.

El trueque, por cierto, ya se ha perdido en esta clase de feria, lamentablemente. En el 95, a

cambio de dos lecturas de manos, una pareja de vendedores de artilugios de masaje me dieron uno

de ellos; a cambio de un broche, di un colgante que yo hice con una caracola; a cambio de leerle las

manos a un indio, éste me las leyó a mí; a cambio de la lectura de Tarot de un mendigo

cartomántico, yo divulgué por la radio sus reivindicaciones. Sorpresa: las predicciones de éste

dieron en el blanco. Por último(1), en la feria del 97, otro intercambio y otra sorpresa: por un juego

psicológico, un colgante misterioso que me dio un compañero de radio. He aquí el vaticinio de este

colega: “Pon esta piedra en el pañuelo de los sobres sorpresa, no se te vaya a volar del aire; además,

139
te sirve de autodefensa, por si acaso”. Al poco rato de que él se fuera sucedió lo inverosímil: nos

expulsaron los okupas; por poco usamos la piedra.

La experiencia hasta ahora me demuestra que en los negocios, como en toda relación

humana, anda implicada la magia. Por algo se habla de los “magos de las finanzas”. A la vez me

hace pensar que, como dijo Óscar Wilde, “Actualmente la gente conoce el precio de todo, pero no

sabe el valor de nada”.

M. J. Zapater

(Domingo, 29 de marzo de 1998, en Sociedad, pág. 40)

(1) Aquí se suprimió “Por último” y lo que sigue se puso como párrafo aparte.

140
CENSURADO

Faroleando perros(*)

Rocky, el perrito blanco del tendero de la esquina, vivía tranquilo junto a otro negro:

Rambo. Vivía tranquilo, aunque siempre ha sido algo nerviosillo, hasta el día en que desapareció

por culpa de un satélite iluminado que quiso marcarse un farol.

Tales nombres de película de héroe fachendoso, Rocky y Rambo, vienen que ni pintados al

caso, ya que parece de ficción. En este caso el pretendido héroe ha sido un vendedor del periódico

La Farola, que tuvo la luminosa idea de secuestrar a Rocky para luego obtener recompensa

haciendo creer que se lo había encontrado. Pero se pasó de farolero y de papelón porque se fue de

la lengua y confesó el verdadero plan: ganar arramblando canes lo que no ganaba vendiendo el

periódico.

Digo que es papelón porque, de acuerdo con el diccionario, se creyó más de lo que es,

como el final de esta columna demostrará. El colmo de su picaresca farolera fue agregar, cuando

exigió más que tomó las 5.000 pesetas que le dio el tendero, que volvería por más. “¡Adelante con

los faroles!”, pensó quizás, frase típica de quien persevera en algo, aunque se absurdo.

“¡Faltaría más!”, debió de pensar el tendero, atemorizado por la posibilidad de que el

individuo reincidiera, pero sin ceder a sus pretensiones usureras. En efecto, desde el punto de vista

del raptor, mucha pasta debía de faltar, ya que, encima de cobrar por un delito, se largó

descontento. Si no fuera por la buena pasta con que están hechos el tendero y su familia (son, lo

que se dice, buena gente), otro gallo le hubiera cantado al mangui.

La que sí que canta que se las pela es la pareja de perritos, que, montando guardia entre las

verjas de la ventana de la tienda, ya no duda en poner el ladrido en el cielo cada vez que pasa

alguien catalogado por su olfato como sospechoso. Lo gracioso es que ahora es Rocky, que siempre

141
ha sido más pacífico que Rambo, el que más se escandaliza ante el más mínimo indicio. El

animalito se ve que tiene pánico.

Dejando a un lado a la gente honrada que vende La Farola, pasemos a analizar la rara

reacción de nuestro héroe para demostrar que es farolero por triple banda. ¿Quién le manda a él

meterse a farolero? ¿No tenía bastante con la publicación que vendía? ¿Qué es un farolero?

Despejemos las incógnitas. La R. A. E. dice que farolera es la persona amiga de llamar la atención

y de hacer lo que no le toca. También es farolera la que cuida las farolas y la que es entremetida.

Ahora, farolera es también quien vende La Farola. El héroe encaja en todas menos en una de las

acepciones (la de cuidar farolas), pero he aquí que esto entraña incompatibilidad: si quien cuida las

farolas o vende dicho periódico decide también hacer lo que no toca y mal, como este héroe de

pacotilla, entonces, además de farolero, está claro qué es: idiota.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 29 de marzo y el 16 de abril de 1998.

142
Historias de la histeria

“¡¡¡Aaaahhhh!!!, ¡¡los B.S.B.!!” No entiendo esas histerias. Dicen que al llegar la

primavera la sangre se altera, pero hay algunas que, a la vista está (y al resentido tímpano, mártir de

sus chillidos, también), están alteradas todo el año. Por ir a un concierto de cuatro niñatos, tanto

revuelo, cuando estoy segura de que, en caso de no ser conocido alguno de ellos, lo verían por la

calle y, todo lo más, arrancaría de sus pechos un suspirillo que el viento se llevaría en cuanto se

toparan con otro “guapo”.

Ni cosas de la edad ni pamplinas. El capricho de dormir en la calle y de pagar en la reventa

(del bolsillo de papá y mamá, claro) cantidades exorbitantes es denigrante y da vergüenza ajena. Yo

también he tenido 15 años y grupos preferidos, pero nunca me he tirado de los pelos (aunque por

esa época los llevaba erizados, al estilo de los Alien Sex Fiend y de los Cure) ni he berreado ante

sus caretos míticos, aureolados por la industria discográfica y sus reglas estereotipadoras.

Todo lo absorbe el Sistema, pues hasta la música más alternativa acaba enlatada en el gran

supermercado del canturreo juvenil. No nos engañemos: ¿qué quedó tras el caos montado por

Johnny Rotten en el 77? La cáscara: perdido lo visceral, sólo quedó la vestimenta, abalorios que se

podían adquirir en los mercaditos. Conclusión, “otro uniforme más”, como afirmaron los Clash.

Por tanto, la clave es decir no a la moda y sí a la personalidad. Desde que era adolescente he sido

selectiva con las canciones de mis grupos favoritos; no porque un tema fuera de los Parálisis

Permanente había de gustarme.

Sin empujones, llantinas y otras groserías gazmoñas me las ingeniaba para estar en primera

fila en los conciertos. Asistí a uno de los citados Alien y se me cayó el alma a los pies al ver el

aspecto real (fantasmal, más bien) del cantante: más que concierto en vivo y en directo aquello fue

la distorsión de una sinfonía patética en muerto y en directo. Daban pena sus hondas ojeras

negruzcas, sus andares encorvados de pájaro tísico, atiborrado de heroína, su correosa boca

pintarrajeada, semejante al tajo de un cuchillo mohoso dado en una calabaza podrida. Cuando el

143
cantante, fijos sus ojos muertos en los míos, me ofreció con su temblona mano el vaso en que bebía,

sentí náuseas y me aparté; un par de histéricas enlutadas que había a mi lado se lo arrebataron, a la

par que le arañaban las polvorientas botas.

En otra ocasión fui a ver y a escuchar a los Bolshoi. La voz y el aspecto del cantante me

gustaban: si el de los Alien era el cadáver ambulante y descompuesto de un romántico desenterrado,

Trevor Turner era el elegante donjuanesco escapado de un lienzo decimonónico, con su levita

brocada. Pero me demostró que era maleducado y me desencantó: arrojó el trípode del micrófono

sobre el público. Porque cayó entre una amiga y yo; si no, descalabradas(1).

¡Ah!, no sé cómo se llaman los B.S.B., lo que me enorgullece.

M. J. Zapater

(Jueves, 16 de abril de 1998, en la pág. primera de Espectáculos)

(1) Este párrafo y la frase final fueron suprimidos por cuestión de espacio: la cabecera de la sección

(Espectáculos) ya se comía poco más de un módulo de texto.

144
Fascista, tú

“¡Oye!, ¡que no hagas fotos a la casa!”, me chillaba uno de los okupas de las viviendas

ruinosas que hay en Eugenia Viñes. A esto agregó: “¡No hacemos declaraciones a diarios

fascistas!” La cosa tenía su gracia: ellos, que estaban en una propiedad privada que no era suya, me

impedían inmortalizar la fachada, que está en la calle.

Pero si, según su filosofía, yo tenía tanto derecho a okupar esa casa como ellos; ¿de qué

refunfuñan? ¿Por qué regla de tres yo no podía en nombre del derecho a la vivienda y de la libertad

meterme allí con ellos, por ejemplo? Claro que, qué se puede pensar de una panda que, hace justo

casi un año, me echó del cauce del Turia (¡lugar público!) “por vender cosas sin tener licencia”.

Si yo, como estudiante de Bellas Artes, hubiera querido plasmar las decrépitas balaustradas

de coronamiento, los ventanales de hierro forjado, los pétreos copones desportillados y los

amarillentos líquenes adosados a las desvaídas paredes de dicha construcción, ¿tengo derecho?(1). Si

fuera alma caritativa, filantrópica y objetora de conciencia voluntaria que quisiera por mesiánico

amor al prójimo evitar que los okupas acabaran sepultados bajo los cascotes de la desvencijada

casa, ¿tengo derecho?

Toda persona tiene derecho a la vivienda, pero también está el derecho a la propiedad

privada, el derecho a la información, el derecho de la información... y el derecho a la imagen. Sí,

porque el okupa podía prohibirme que no lo(2) fotografiara a él, pero no que no fotografiara la casa.

Pero este chico no se apartaba de mi objetivo, con lo cual había algo de afán de protagonismo

frustrado rebozado con papel de víctima indefensa y masoquista.

Esta manía de hacerse los mártires me recuerda a la que se adopta en las manifestaciones,

esas procesiones que son a la causa defendida lo que cualquier misa a cualquier religión: puro

símbolo. En el caso de la cristiana y de ciertas manifestaciones alternativas, en ambas se va a

recibir la oblea(3). A algunos manifestantes parece que les gusta que les peguen y, como algunos del

otro bando son amigos de lo sádico, se juntan, por tanto, el hambre con las ganas de comer. Digo

145
esto porque es frecuente ver a los okupas dar saltitos provocativos con la cara tapada ante el policía

de turno, que enarbola la porra amenazadora. Hay actitudes y actitudes: yo, que he desfilado en

dichas manifestaciones, nunca he recibido mamporro; ¿será porque siempre iba a cara descubierta o

porque no daba saltitos?

Si el okupa se hubiera quejado por salir en la foto, como un policía sádico le soltó a un

manifestante masoquista, le diría: “¡Ah!, lo siento; no haberte puesto delante”.

M. J. Zapater

(Miércoles, 20 de mayo de 1998, en Sociedad, pág. 28)

(1) Aquí, punto y aparte del corrector.

(2) Según el corrector, “le”.

(3) “(...) esas procesiones son a la causa defendida lo que cualquier misa a la religión: puro símbolo. En el caso

de la cristiana y de ciertas manifestaciones alternativas, en ambas se va a recibir la oblea.” Todo esto fue

censurado. Las frases siguientes se consideraron párrafo aparte.

Un par de huevos o Huevos sorpresa(*)

146
A partir de este verano, cuando una criatura diga: “Mamá, quiero algo nuevo, un juguete y

un chocolate”, la madre lo tendrá más difícil para acertar. Es que la concejalía de Sanidad ha

decidido, por fin, atender este verano la machacona demanda ciudadana de instalar urinarios

públicos en la playa: son dos, tienen forma de huevo y vienen de París.

Hasta ahora algunos miembros de la Administración y los propios hosteleros del paseo

Marítimo comentaban que, quizás, Sanidad no instalaba urinarios porque, como la gente es muy

guarra, con el mar y los setos ya tienen bastante. Por su parte, la gente se defendía, en general

(algunos reconocían que eran guarros) diciendo: “¡Me cachis en la mar!, es que no hay urinarios”.

En efecto, el asunto es como el círculo vicioso de aquel que no encuentra trabajo porque

carece de experiencia, la cual nunca adquirirá si no le dan ocupación. Ante tal embrollo cabe

preguntarse: ¿qué fue antes?, ¿la gallina o el huevo?

Con todos los respetos que las gallinas merecen, la verdad es que su mala fama de

cobardes se la han aplicado hasta la fecha, aunque injustamente, a las altas esferas más o menos

relacionadas con este proyecto: había y hay miedo. ¿A qué? Pues, sencilla y lógicamente, a que

estos habitáculos se conviertan en el refugio perfecto para los drogadictos, ya que no serán

provisionales, sino que fuera de la temporada estival seguirán funcionando. Lamentablemente, ya

se sabe que esa zona del Marítimo (cercana al dispensario de metadona de Marcos Sopena), está

llena de estos enfermos. Si el contenedor de hierro que Cruz Roja tenía habilitado como almacén de

útiles de salvamento por fin ha sido retirado por ese motivo, entre otros (estaba corroído), fácil es

pensar que estos huevos pueden correr igual suerte.

Pero, lejos de pronosticar situaciones desagradables, hay que celebrar esta buena noticia.

Como el propio concejal de Sanidad manifestó al Diario del Marítimo, “la verdad es que era algo

que hacía mucha falta”.

Así pues, salvo algunos gallinetas temerosos de los gamberros y de los toxicómanos, todo

el globo rebota de alegría por ese par de huevos de hormigón: Sanidad, envalentonada y optimista,

está encantada con el tema, ya que asegura que no se ha tenido que invertir nada; y los bañistas,

147
llorando de alegría están, aunque esta vez ya no lo hacen (como en años anteriores) para eliminar el

líquido que hasta ahora reprimían.

Esperemos que en invierno, cuando el personal ahueca las alas y emigra de la playa, nadie

se encuentre con alguna sorpresa desagradable dentro de alguno de esos dos huevos, como en el

anuncio.

¡Ah!, por cierto. Esta columna, como los huevos de la playa, no lleva incorporada ningún

tipo de publicidad, aunque a alguien se lo parezca.

M. J. Zapater

(Jueves, 21 de mayo de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 42)

(*) Me gustaban ambos titulares, pero finalmente, creyendo que el segundo era más fácil que pasara la censura, opté

por él. Además, quedaba mejor con las alusiones que en el texto hago a una conocida marca de huevos de chocolate

que en su interior llevan sorpresa.

148
CENSURADO

¡Todos a la cárcel!(*)

Los sordos inconscientes, ignorando que “cuando el río suena, agua lleva”, se encogieron

de hombros y siguieron ocultando y amparando la bomba de relojería que latía en las minas.

Doñana se va al carajo(1); las reiteradas advertencias de los sensatos no fueron escuchadas y ahora

hay que cargar con las consecuencias.

La publicidad de la empresa suiza en cuestión se vanagloriaba de ser “ecologista”, pero

algunos sólo tienen de naturalistas el color de su uniforme y lo que habitualmente les cuelga de la

nariz. Ni los mocosos, entendidos estos como niños, muestran un vacío cerebral de tan

envergadura: la lógica de estas criaturas se sabe que es aplastante; había que haberlas escuchado en

el Parlamento Infantil, donde reivindicaban, entre otras cosas, un planeta sano.

Precisamente es hasta las narices donde están las personas sensatas, las ecologistas. Sí,

porque ser ecologista no es como ser de un partido político ni como llevar una camiseta punky. Es

respetar el entorno en que se vive y del cual se forma parte. Quien no es ecologista reniega de la

naturaleza y, por tanto, de sí mismo.

Me encienden mucho estos asuntos, pero no tanto como para prender fuego a los salvajes

que han arrasado lo poco que queda de selva amazónica, que ha estado ardiendo durante dos meses,

y no son las tribus aún no exterminadas las culpables del desastre: hay salvajes que en vez de llevar

los anillos en las narices los llevan en los dedos; ellos son los peligrosos y los que deberían estar en

peligro de extinción.

Decía que la lógica infantil es aplastante, pero también lo es la de ciertos animales, de

cuyas actitudes podían aprender los abogados del exterminio. Hablo de Coco, la orangután capaz de

comunicarse con los humanos usando unos 2.000 signos lingüísticos. ¿Que es raro? Los monos son

149
homo sapiens; las personas, homo sapiens sapiens. ¿Acaso no les resulta familiar? “Primate”, por

cierto, también significa “persona distinguida”.

Los pirómanos, al contrario que yo, no estarán encendidos; hay que tener sangre fría para

cavar la tumba colectiva (incluida, por tanto, la propia) por un fajo de billetes. Esas montañas de

verdes que se mueven en torno a miserables especulaciones serán las que, yendo hacia los culpables

(como la famosa montaña a Mahoma, con perdón de este profeta), les recordarán que la salud no se

compra y que el papel no se come. Conclusión: “A río revuelto, ganancia de pescadores”.

¿Dónde está la ley internacional que controle el desmadre? Si la humanidad no organiza

una revolución para recuperar lo sano de la naturaleza, ésta la hará por ella. Si “el sueño de la razón

produce monstruos”, más los producirá la furia desatada de los elementos, maltratados durante

años. Las personas son inteligentes; la naturaleza sólo es lógica: la violas y revienta.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 21 y 23 de mayo de 1998.

(1) La Reyna se mostró indignada por el vocablo “carajo”, diciendo que nadie en su periódico usaba

lenguaje tan vulgar. ¡Cosas peores he visto! Además, por lo menos la palabra es formalmente correcta, no

como los centenares de horrores que salen día a día en sus páginas.

150
CENSURADO

Cuentas de rosario(*)

“Zapater, ¿cuándo vas a estudiar Matemáticas?; si tú quisieras, podrías”, me repetía la

profesora que impartía en el colegio esta asignatura. Me lo decía cada vez que yo suspendía, cosa

que sucedía, matemáticamente, cada vez que me examinaba. Las clases de gimnasia no eran menos

traumáticas; tenía tantos ceros en mi haber, que con ellos me hice un rosario; para que luego dijeran

las monjas que odiaba las Matemáticas y que era atea, no sé por qué regla de tres.

Para rosarios, ninguno mejor que el que se guardaba en el trastero de la clase, hecho con

bolas secas de ciprés. Con él jugábamos solemnemente a exorcizar a las alumnas que se dejaban;

transcurrían estos ritos en las supuestas clases extraescolares de Matemáticas que las más avezadas

nos daban a las más cerradas de mollera. Mi delirio era contar las sílabas de los sonetos que

componía, de ahí que me dijeran que era todo un poema.

Queda, por tanto, demostrado que en el fondo también “las torpes” (como nos llamaban),

teníamos afición por los números, sobre todo por el 666, como el padre Carras. Pero, para humor

de mil diablos, el que mostró la religiosa que nos pilló: a mí, de sacerdotisa, haciendo malabarismos

con las bolas del rosario; a la poseída, tumbada sobre un pupitre, muerta de risa.

Como muerta se quedó una compañera muy graciosa y gamberra cuando una vez, en clase,

se desmayó adrede sobre la tarima para no responder a lo que le había preguntado la madre Concha.

Ante los aspavientos de la sor, la muchacha se quedó en la gloria. En cuanto a la monja, no se sabe

si estaba más horrorizada porque la chavala no tenía ni idea de lo que eran el mildíu y otros hongos

o por el hecho de que se hubiera caído redonda. Lo que sí fue redondo y estuvo clarísimo fue el

cero que le puso.

Me encontré a esta chica el otro día y repasamos, divertidas, nuestras trapisondas, como las

de Zipi y Zape (Zipi y Zapa, más bien). Con mezcla de amargura (por las guarraditas que nos

151
hicieron) y de orgullo, ella desde su cargo de directora de un banco y yo desde el espacio que

diariamente ocupo aquí, recordamos las monótonas y equívocas sentencias del psicólogo: “Esa niña

no llegará a nada”.

En aquellos agridulces años donde sí que llegábamos, aparte de a crispar los nervios de

cualquiera, era al despacho de la directora. Esta compañera no olvida la vez en que la recriminaron

porque se le transparentaban las bragas. Veas tú. Mas, para escándalos, el que te impidieran entrar

en misa con vaqueros; la minifalda era ya herejía total. Fácil es pensar con qué bando

comulgábamos nosotras y cómo se nos catalogaba.

Desgranando recuerdos concluimos que, con tan malos modos, no se gana el gusto del

alumnado por los hongos y las cuentas, y mucho menos por las de los rosarios. ¿Que no llegaríamos

a nada? La educación basada en la dureza sí que no llega a ninguna parte.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 21 y el 23 de mayo de 1998. La Reyna lo censuró “porque la religión no es cosa para

bromear”.

152
Proyecto rana

Hola, amigos y amigas. Me estoy comiendo el coco porque la Politécnica cada vez se

parece más a Barrio Sésamo. Lo digo por la de cosas insólitas que allí suceden, semejantes a las

que les acontecen a la familia de abigarrados bichitos raros que viven en la maceta que Epi tiene en

su ventana.

Si hasta ahora campaban en aquel paraje gatos, pulguillas y perros vagabundos (los cuales

hasta han sido vistos en la biblioteca general y en los pasillos de las aulas), la novedad ahora son las

ranas. La familia de Gustavo, reportero dicharachero y príncipe encantador, es la última hornada de

esta variopinta fauna.

Estos batracios han proliferado en un foso de más de tres metros de hondo, junto a la

Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial. En tal hondonada se supone que hace mucho

tiempo que deberían haber edificado, pero como allí las obras son interminables, la trampa sigue

abierta. Rebosante de verdín, ofrece a los renacuajos el hábitat idóneo para su crecimiento.

Tal es la expectación que el fenómeno genera, que algunos estudiantes hasta han pensado

en traerse la caña de pescar. Esto no extraña, ya que este campus de concentración es la caña (hace

unos meses el alumnado iba saltando alambradas). La expresión es ya célebre entre las altas esferas

de allí: aunque Diario del Marítimo no se vende en la zona de la Politécnica, Gustavo la hace llegar

cuando hay noticias que le conciernen.

Entre apunte y apunte, el croar de estos animalitos compone tal sinfonía, que los

universitarios divagan sobre el asunto, sin discernir aún el dilema: ¿agua acumulada de las últimas

y abundantes lluvias o ejemplo de que, una vez más, las chapuceras y eviternas obras han salido

rana?

Esta última hipótesis es verosímil, ya que muchas son las personas (incluyendo a parte del

funcionariado)(1), que opinan que las obras sólo acabarán cuando las ranas críen pelo, como se suele

153
decir. Los más optimistas dicen que, quizás, con el tiempo y una caña algún día puedan tener una

Universidad decente, tan bonita como la que pintan en los folletos publicitarios.

Así, mientras este insondable enigma sigue por resolver, se ha instalado una escalera para

descender al encharcado foso. ¿Será que ahora se van a trasladar los estudiantes de Biología para

estudiar el comportamiento de estos anuros?

A la espera de resolver este nuevo misterio de la naturaleza, vértice geodésico del

sahumerio ribonucleico, pasaremos a algo, en principio, más sencillo: la diferencia entre dentro,

fuera, arriba y abajo. Pero, un momento, mis queridos amigos y amigas... Con tanta valla, tanto

poste y tanto camión, ya no sé dónde empieza y dónde acaba este peculiar campus. Concluyo, por

tanto, que ni yo ni quienes se aventuran a estudiar aquí saben dónde se han metido. Ni cuándo ni

por dónde saldrán(2).

M. J. Zapater

(Sábado, 23 de mayo de 1998, en Sociedad, pág. 34)

(1) Por despiste propio, puse la redundancia “incluyendo incluso”.

(2) Esta última frase se puso como párrafo aparte.

154
El Ayuntamiento, ni flores(*)

La abigarrada exuberancia de los jardines de Serrería se debe a la dedicación de los

muchos jubilados que residen allí. Desde hace más de cinco años, es el mismo vecindario el que

riega, abona, poda y planta variadas flores, arbustos y árboles. ¿Qué hace el Ayuntamiento? No

sólo hace ya años que se desentendió de las pocas palmeras esmirriadas que sobreviven, sino que,

encima, le ha dado un ultimátum al barrio: arrancar todo antes de que acabe el mes. O sea, que de

dejar crecer los pinos y demás vegetación, nada; ¡ni flores! Todo a criar malvas.

Ante esta negra nueva, las falsas pimientas se unen al llanto de los sauces llorones (algunas

vecinas, con la emoción a flor de piel, también lloran), mientras que jazmines, margaritas y lirios se

acuerdan de otra flor tan pálida como ellas y claman: “¡Nomeolvides!” Algunos claveles, rosales y

geranios se ha predicho que morirán de tristeza.

Amor, tiempo y dinero es lo que estas personas han sembrado. “Hasta mangueras, tijeras

de podar y abono compramos, porque lo que plantó Parques y Jardines se moría. ¿Para qué nos

hemos dejado aquí la piel?, ¿para que así nos lo agradezcan? Yo estoy enferma de la espalda y hago

estas tareas porque me da lástima que se mueran los árboles”, se lamenta una vecina.

En efecto, ¿qué cosechan, aparte del bello consuelo de la amalgama de perfumes y colores

florales? Pues cosechan la desvergüenza de la flor y nata municipal, que se ve que no soporta que la

vegetación de estos vecinos supere con diferencia a la que ellos ¿cuidan? en otras zonas de la

ciudad. Ya quisieran en el centro tener los rodrigones con rosas, los naranjos chinos y las fragantes

lavandas que allí crecen.

Si Rita quiere ver tal rica variedad reunida esmeradamente en un puñado de pequeños

espacios, aparte de en los puestos de flores que hay frente al Ayuntamiento y de en jardines como

los del Monforte, lo hallará en Serrería.

El vecindario lo tiene claro al respecto, pues hierbabuena, romero, tomillo y nispereros es

lo que piensa seguir plantando, y lo que haga falta: “¡Que venga aquí Rita, que le plantaremos

155
cara!”, advierten, de hecho, los vecinos, convertidos en jardineros casi sin darse cuenta y por amor

arte.

Que vaya, que vaya Barberá; quizás se la obsequie con un bonito ramo (también hay

cactus, por cierto). Para Parques y Jardines, por haber dejado plantado al barrio y a su vegetación

(les prometieron que los dejarían cuidar en paz esos jardincillos), también habrá un detalle: la

calabaza que cultivó una vecina.

Que vayan, que vayan todos los altos cargos; allí estos vecinos pondrán al Consistorio tan

verde como a los carnosos setos que rodean, armónicamente, cada una de las floridas parcelas.

M. J. Zapater

(Jueves, 11 de junio de 1998, en Municipal, pág. 29)

(*) Esta columna picó de tal modo a la Administración que, justo al día siguiente (el 12 de junio), en la misma

sección y a dos columnas, salió publicada una carta estupefaciente e insípida de la mismísima concejala de Parques y

Jardines: María Jesús Puchalt. En ella, sin gracia ninguna y claro resentimiento, intentaba justificar, sin lograrlo, lo

mucho que su concejalía estaba haciendo. Se llamaba tal réplica Al Ayuntamiento, con flores.

156
Relativo tiempo meteorológico

Cuando Einstein afirmaba la relatividad del tiempo, quizás desconocía el doble sentido de

sus palabras. Hablo del tiempo meteorológico, también relativo, pues, ¿por qué razón en la

televisión se empeñan en decir “mañana hará buen tiempo” (cuando en realidad quieren predecir

que hará sol) si no todas las personas somos amantes de Apolo?

Aparte de que el clima que es bueno para una cosa es malo para otra, sobre gustos no hay

nada sentenciado (decir que no hay nada escrito sería tirar por tierra todas las teorías estéticas). Por

tanto, ¿por qué muchos meteorólogos califican la lluvia, los truenos y el aire como fenómenos

propios del mal tiempo?

Para mí, estéticamente, el tiempo ideal es una buena lluvia cayendo sobre las losas

mohosas del cementerio o sobre un campo de naranjos en flor, que aroma el aire con la esencia de

la tierra húmeda endulzada de azahar. Otra bella estampa es ver a la tormenta hendir su espada en el

seno del mar, o la de un fantasma abriéndose paso entre la niebla hecha jirones.

Un didáctico cuento que yo releía de pequeña ejemplifica sencilla y perfectamente la

relatividad del tiempo meteorológico. Narra la historia de un padre y dos hijas: una, esposa de un

jardinero; la otra, de un alfarero. La primera le pide al padre que ruegue para que caiga una buena

lluvia que riegue las flores; por el contrario, la segunda le pide que rece para que siga brillando el

sol y así se sequen sus objetos de barro. El padre concluye, alzando los brazos al cielo, “Señor,

hágase tu voluntad”. ¿Qué es, entonces, el buen tiempo y qué el mal tiempo?

La única lluvia detestable es la ácida; el resto purifica e inspira. Por algo el cielo sonríe

mostrando sus dientes de colores cuando el sol osa asomarse mientras dura esta maravilla natural (1).

Menos líricos, pero sí aplastantes, los Kortatu hablan también de esto en su canción Revuelta en el

frenopático: “¡Mañana hará el tiempo que a mí me dé la gana! La asamblea de majaras se ha

reunido, la asamblea de majaras ha decidido: ¡mañana sol! ¡Y buen tiempo!”

157
Como dice el refrán, “nunca llueve a gusto de todos”, pero, por favor, que no nos metan a

Febo por los ojos, que este astro-rey, con el agujero creciente de ozono que hay, es cada vez más

insoportable y peligroso. Ahí está el elevado número de casos de cáncer de piel. Alguien habrá que,

como yo, prefiera las rocas de una cala solitaria en el ocaso a un sol de incendio abrasando una

multitudinaria playa de engorrosa arena, ¿no?

Hace ya tiempo que quería escribir sobre el tiempo; si no hay tiempo bueno ni malo,

quizás sea el tiempo mismo el que entrañe (en este caso) la maldad. Como “cualquier tiempo

pasado fue mejor”, recurro a los antiguos romanos y evoco al despiadado Saturno, que devoró a sus

hijos.

M. J. Zapater

(Domingo, 21 de junio de 1998, en Sociedad, pág. 39)

(1) Aquí el corrector puso punto y aparte.

158
Poesía versus prosa troceada

“La métrica en poesía el algo reclamado por la organización misma del ser espiritual”,

como muy bien dijo el impecable poeta Charles Baudelaire. Hoy a cualquier parto fruto de la

imaginación desbocada (cuando no es un ripio de un titiritero mitrado por una musa barata), se lo

llama poesía por el hecho de parecer bello. No. En todo caso, podrá ser poético, pero no es poesía;

es, simplemente, prosa poética troceada.

En efecto, la poesía, para serlo, ha de guardar unas reglas. La rara minoría que aún

cultivamos la parcela del soneto, por ejemplo, nos aferramos a lo clásico y abogamos por la

métrica, la rima y el ritmo a la vez, aunque no hace falta ser tan estricto. El verso libre es menos

constreñido que un soneto, una octava real o una décima, por ejemplo, pero versolibrismo no quiere

decir que todo vale, como propaga lo moderno.

Hablando de lo moderno, hasta los modernistas, que eran tan innovadores, respetaron los

pilares básicos de la poesía. Conocida es la pulcritud de Rubén Darío. El modernismo, partiendo de

la estructura del soneto (dos cuartetos y dos tercetos endecasílabos) lo que hizo fue proponer como

igualmente válidos para componerlo dos serventesios y dos tercetos, entre otras variaciones.

Muchas personas, sin saber, por ejemplo, que todos los versos endecasílabos de un poema

han de contar con acento rítmico en su sexta sílaba o bien en su cuarta y octava, se lanzan a

abominar de la métrica y a decir que está pasada de moda y que es aburrida. Sin tener referencias

del clasicismo, se trate de la disciplina artística que se trate, no se puede éste cuestionar, ni mucho

menos combatir. Que digan, en todo caso, “yo no sería capaz de hacerlo”. En pintura, Matisse y

otros discípulos de Moreau, divino simbolista, atajaron por el fauvismo (que no es de mi gusto),

pero sin despreciar su escuela madre.

Todo el mundo puede aprender a escribir, pero no todo el mundo es poeta. Con esta

condición deífica se nace, pero hay que pulirla cada vez que se la siente a flor de piel, como si de

una gema se tratase. Hay que ser capaz de atrapar las imágenes, de ceñirlas a los ecos y de hacerlas

159
encajar; entonces el milagro que intuíamos a flor de piel se materializa en un tatuaje de palabras

mágicas que, como este grabado epidérmico, embelesa y petrifica porque se impone en nombre de

la moda de lo permanente. Este poema es el que rezuma infinidad. ¿Cómo, entonces, se dice que

está pasado de moda, si está más allá de ella, si es el canto que reafirma la personalidad de quien lo

hizo nacer?

Si las ideas de Teófilo Gautier o de Baudelaire no hubieran sido tamizadas por su

instrucción y cinceladas por su sensibilidad rigurosa, no serían más que diamantes en bruto.

M. J. Zapater

(Jueves, 25 de junio de 1998, en Cultura, pág. 36)

160
CENSURADO

Auténtico billete falso(*)

En la penumbra del bar en que mi compañero y yo nos habíamos metido para comprarle

tabaco a su novia (cosa de la que intenté disuadirlo), despertamos la sospecha del regente al ir a

pagar. “Esto... Parece lavado o no es válido”, dijo el del bar, manoseando el billete de 2.000 pesetas

que XY le había dado. Con mis gafas de sol intentaba escrutar las pupilas de XY, ocultas tras

idénticos cristales oscuros, para descubrir si tramaba algo. Se había ruborizado tanto, que parecía

que el rojo que debía tener el billete se le hubiera subido a la cara. Pensaba que si el billete no

estaba lavado es que XY estaba metido en algún asunto sucio. Pero no era posible, con lo buenazo

que es él. Con la pinta de mafiosos de película de Kojak que llevábamos, seguro que nos

catalogaron como de la mismísima organización estafadora recientemente desmantelada.

XY pagó con uno de los verdes y, ya una vez en la calle, le pedí el billetito y miré al sol a

través de él. Como me olía, no figuraba ni rastro del rostro de José Celestino Mutis, ese señor

naturalista que mira una florecita con lupa y que, naturalmente, a todos nos gustaría tener

multiplicado infinitamente. En este caso no hacía falta recurrir a ninguna lupa para ver que era

falso.

“XY (le dije), te han timado. El papel no tiene relieves, es más pequeño que los demás y

no se ve el careto.” “¡Pero si me lo han dado en el banco!”, contestó. “Pues te lo han dado con

queso”, afirmé yo. Luego, ya al final de la aventura, los colegas avispados se fijaron en que hasta le

faltaba la numeración de una de las caras.

Entretanto, el que sí parecía llevar todos los números para quedarse con aquella reliquia

prematura era XY, pues fue decir éste que necesitaba deshacerse del billete inmediatamente cuando

nos topamos con uno de la Secreta colega de él. “¿Qué hace este aquí?”, exclamó XY. A

continuación vimos otros dos policías, en moto; yo bromeaba diciéndole que éramos Bonny y

161
Clyde y que nos esperaba el brazo fuerte de la Ley en todas las esquinas. Estaba tan segura de que

la treta de XY iba a fallar como el apellido del cineasta que parió Torrente, ya que sabía que los

comercios tienen unas máquinas que detectan al momento la validez de los billetes.

Pero XY quiso ir a un estanco. Yo esperé en el coche, él entró y salió con el tabaquito,

apresuradamente. Expectante, vi que el hijo del estanquero salió tras él corriendo. XY se hizo el

extrañado, lo acompañó y pagó con otro billete.

Luego vimos más parejas de agentes; XY estaba resignado a quedarse con aquella papeleta

que le había caído en suerte. Asumió que le habían tomado el pelo con la pegadiza estampita y se lo

tomó con filosofía. Se guardó el cromo, no sin antes fardar con los amigos. “¿Sabes quién ha salido

ganando con todo esto?”, me dijo agitando ante mi naricilla la bolsa llena de cigarrillos. Siendo él y

yo no fumadores, ¡tenía narices la cosa!

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 25 de junio y el 10 de julio de 1998.

162
La guindilla

De pena marinera

El Marítimo está de pena marinera, la mar de sucio y con tela marinera de solares y de

calles por asfaltar. Si el deporte previene la droga, hay un polideportivo que para nada cumple ese

saludable papel. Cuando llueve se encharca y a la Administración no hay quien le haga la pelota

para mantenerlo. ¿Cuál es? Para más pistas, las del frontenis, allí mismo, en el polideportivo de

Nazaret. No podía ser otro.

Nazaret se lleva la palma en carencias urbanísticas, pero en zonas como Serrería, Ayora o

Baleares-Grao la gente no está menos quemada. La razón, la de vehículos incendiados que invaden

las calles. Las autoridades dicen que todo va sobre ruedas; como no aludan a los infernales

motoristas que atropellan a la gente, no sé a qué se referirán.

La lacra de la prostitución, como no se la erradica, pues se ha desplazado (en parte) del

puerto hasta el tramo final de la playa. A problemas radicales, soluciones radicales, pero como esto

no se aplica, pues ha pasado con esas ninfas sicalípticas lo que pasa con los michelines: que, por

mucho que la faja ciña, si no están arriba están abajo. Así, el problema es cada vez más gordo, y no

va solo: de la mano de esas sacerdotisas de Cicinia (a las que llaman magas porque echan polvos y

desaparecen), camina un príncipe. Este sujeto innoble, sobre su camello o su caballo de nieve,

acostumbra a sembrar de miseria la tierra por donde pasa. Por allí, al contrario que ocurría con

Atila, suele abundar la hierba...

Donde no hay ni la mitad de hierba, de flores y de árboles es en Serrería, ya que Parques y

Jardines, ilógicamente, ha arrancado las preciosidades que el vecindario plantó hace años (porque el

Consistorio se desentendió). Lo mismo ha pasado en la calle Mediterráneo, donde se ven hileras de

troncos mutilados por los bárbaros (y no precisamente hablo de los hunos) (1). Incomprensiblemente,

centenares de alcorques sucios esperan la mano que los obsequie con un árbol.

163
Las manos que sí que tienen gran interés en conservar ciertos árboles, concretamente la

palmera del parque de la calle Industria, son las de los amigos del mentado príncipe. La razón, lejos

de ser ecológica, raya en lo cínico y lo traspasa; por algo se llama el lugarejo el Parque de la

Rayita: ante los inocentes infantes, en los agujeros de la palmera ocultan la droga.

¿Que “Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor”? Tras 100 años de anexión

de los poblados marítimos a esta ciudad, maticemos que esto es la tierra de las amapolas, la

obsesión por las farolas y la prostitución.

M. J. Zapater

(Viernes, 10 de julio de 1998, en la portada de Diario del Marítimo)

(1) El vocablo “precisamente”, por cuestión de espacio, lo quité yo misma.

164
La guindilla

Inspirando lo más hediondo

Cómo se nota que las autoridades no se mojan en el asunto de la salubridad de las playas

(de las de aquí, claro, porque las de la Costa Azul y las del Caribe seguro que varias veces las

habrán disfrutado). Si se mojaran en las del Marítimo, saldrían pitando al sentir el rebote de las

sandías hinchadas, rodando como bolos deformes por la acequia que llega al mar; el aliento

hediondo de la brisa infecta; la caricia de las lechugas en descomposición o la de las plumas de las

muchas avecillas de rapiña que escarban entre la carroña. Sí, carroña: anexo a este balaústre

gramatical está el difunto Micky, por ejemplo(1).

Tales despojos inspiran los más hediondo. Inspiran también lo más hediondo los pulmones

que a ellos se expongan.

Además, las autoridades gozarían revolcándose en la nefaria miasma que pasa bajo el

destrozado mirador de la Malvarrosa, donde nadan desde oxidadas piezas de carritos de infantes

hasta preservativos.

Si levantara la cabeza Blasco Ibáñez, cuyo museo enfrenta con el desolado puente (y no

precisamente “desolado” por la falta de solana que allí cae), se inspiraría al inspirar el hedor que

envuelve al lugarejo para escribir la segunda parte de Cañas y barro. Aunque, viendo que cada vez

el paraje se parece más a una verdulería de clase Z, no me extrañaría que escribiera también la

continuación de Entre naranjos (Entre inmundicia, más bien, se llamaría la obrita esta vez).

El mirador en cuestión, destrozado, presenta sus balaústres enterrados en el fango, fruto de

la unión de una de las acequias de Alboraya con Neptuno. Esas columnitas torneadas llevan tanto

tiempo allí sepultadas, que, cualquier día, de la espesa capa de infecto moho que llevan adherido las

veremos expuestas cual reliquias romanas en la vitrina de algún museo.

165
Mientras la Administración se anima a reparar el puente, en su día estético y ahora

inservible y peligroso (además de feo), ahí va esta columna como donación, en memoria de sus

pétreas compañeras caídas en combate.

Ante semejantes estampas, que aquí reproducimos (ya que ninguna empresa usará las

imágenes como tarjetas postales para atraer el turismo), la más mínima y recóndita posibilidad de

que yo pulule por la playa se esfuma. Si la sola idea de imaginarme tumbada bajo un sol de

incendio y rodeada por la muchedumbre me da escalofríos, ¿cómo se me va a ocurrir ir ahora con

semejante foco de infección?

Después de esto, la clase política aún tiene la cara de repetir, ufana, que “todas las playas

de la Comunidad Valenciana son aptas para el baño”. O la Malvarrosa no pertenece a la Comunidad

o los altos cargos no tienen escrúpulos. Una de dos.

M. J. Zapater

(Sábado, 11 de julio de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 38)

(1) La página la compuse como un todo monotemático. Así, el Micky del que hablo es una rata muerta que

figura en primer plano en una de las dos fotos que ilustraban la página.

166
La guindilla

Apaga y vámonos

Mientras que en zonas como Cardenal Benlloch el vecindario se pone negro porque a

veces el alumbrado falla y el Ayuntamiento no se lo cambia, en Beteró es al revés: la concejalía de

Alumbrado ha querido marcarse un farol y les ha colocado unas farolas viejas que, según el barrio,

han sido para empeorar. Así pues, la delegación de Juan Vicente Jurado se ha pasado de farolera.

La luminosa incoherencia tiene sus precedentes; es que ya se sabe que la persona (física o

jurídica), por no decir otro término machista, es el único ser que tropieza dos veces con la misma

farola. Ya en Nazaret y en Doctor Lluch pasó algo similar: en Nazaret porque les arrearon unas de

cuarta mano lo menos, según el vecindario; en Doctor Lluch porque quitaron unas que aún estaban

decentes para poner otras de tipo chupa-chup que, aunque bonitas, no hacían (ni hacen)(1) más que

deslumbrar a los primeros pisos de las viviendas. A todas luces el Ayuntamiento no tuvo en cuenta

que en el Cabañal y en el Cañamelar la mayoría de las casas son bajas.

Aludiendo al refrán de tropezar dos veces con lo mismo, viene que ni pintado aplicar la

frase que dice “¡Adelante con los faroles!”, típica de quien persevera en algo, aunque sea absurdo.

Faroleando por los barrios una concluye que en los poblados marítimos aún no se ha hecho

la luz. La tomadura de pelo de las 700 farolas reventadas del paseo Marítimo es el ejemplo que

pasará a la Historia.

¿A qué satélite iluminado se le ocurre encargar 700 farolas de hierro y hormigón sin

galvanizar sabiendo que se van a instalar en primera línea de playa, donde la corrosión del salitre es

fatal? Pues al Ayuntamiento de Valencia. Encima, teniendo aquí una empresa especializada el

galvanizar en caliente, lo que asegura la resistencia de los objetos férreos durante más de medio

siglo, ¿a quién se le ocurre acudir a la competencia catalana, de la que tanto se abomina en todos

167
los ámbitos, injustamente? Pues al Ayuntamiento de Valencia, también, ¿a quién si no se le iba a

ocurrir?

Así pues, teniendo en cuenta que, como dice la R.A.E., “farolero” es quien gusta de llamar

la atención con un trabajo mediocre, ya se sabe el calificativo que se ha de aplicar a la

Administración, que tiene muy, pero que muy pocas luces (aunque los actos que les atañen bien

iluminados que están).

Si es J. J. Síster, 100 años se ha tardado en ver la luz; ¡alucinante! Aunque, total, para lo

que hay que ver allí, prostitutas dando tumbos grotescos y camiones destrozando las aceras

nuevas...

¿Acaso no es esta la tierra de la luz, como dice el himno? En efecto, visto el panorama y el

creciente agujero de ozono, que hace que el sol sea cada vez más intenso y desagradable, lo mejor

es concluir “apaga y vámonos”.

M. J. Zapater

(Miércoles, 15 de julio de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 36)

(1) Metedura de pata del corrector, que cambia el contenido del paréntesis por “y hacen”, cargándose la

frase disyuntiva por un absurdo.

168
La guindilla

Dale garrapatas, Macarena

En la calle Macarena, la madre se acercó a ver lo que parecía una extraña y súbita verruga

en la pierna de su hijo. Pero, espeluznada, retrocedió al ver la repelente naturaleza de la

protuberancia: ¡una garrapata! ¡Una asquerosa garrapata aferrada a la carne de su carne!

Tanto esta madre como el resto de vecinos de la calle Macarena, en Nazaret, que es donde

se sufre esta plaga, decidieron que así no podían seguir y exigieron a Sanidad (tras cantarle las 40

principales quejas) que inspeccionara la zona. Pero, aunque la marabunta invade el barrio desde

hace meses, Sanidad aún no la ha erradicado.

En Nazaret se ven desde Micifús (que son muy bonicos), ratas y perros hasta burros

saliendo de las casas. También serpientes larguísimas, como la que se encontró el señor Raya en el

solar de enfrente de su taller. Pero que montones de garrapatas tachonen las fachadas de las

viviendas y chupen la sangre de sus inquilinos, ya se pasa de la raya.

Así pues, los afectados de la calle Macarena no le cantarán a Sanidad aquello de “Dale a tu

cuerpo alegría, Macarena”, que dicen Los del Río, sino, más bien, “Dale a tu cuerpo sanitario

garrapatas, a ver qué gracia te hace”. Esta sería la versión de Los de Nazaret, que no tienen un

bonito río, pero sí un canal muy, muy guarro.

La invasión se achacó primero a unas cuadras destartaladas que hay en el barrio, que,

dicho sea de paso, está hecho todo él una cuadra. Ahora se dice que la culpa la tienen unos

matorrales frondosos de unos grandes solares. Sin embargo, el asunto es mucho más profundo.

Fíjense en que en los pueblos, donde abundan las cuadras, los matorrales, los animales y demás

cosas naturales, no se dan, por lo general, estas situaciones extremas.

169
Para mí, que son la suciedad y la falta de infraestructuras urbanas la causa. Si Nazaret no

fuera el trasero de Valencia y contara, como otros barrios, con los regulares servicios de recogida

de basura, con sus solares convertidos en jardines (o, por lo menos, vallados y limpiados) y con

todo el alcantarillado saneado, quizás se prevendrían estas lacras desagradables. Y como

seguramente se prevendrían es si no contara con las empresas contaminantes.

Pero así, como Nazaret no es ni carne ni pescado porque está a medio civilizar, pues allí

confluye lo malo de la ciudad y lo malo del campo: camiones, polución y otros humos metastásicos

se unen a las plagas y a la mala hierba que allí crece.

No basta con fumigar, ni con manifestarse, ni con echar polvitos. Hay que limpiar todos

los solares, asfaltar todo el barrio, echar las bases de contenedores y sanearle hasta las entrañas.

Eso, o convertirlo en bosque impenetrable para que críen las malvas. Una de dos.

M. J. Zapater

(Jueves, 16 de julio de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 38)

170
La guindilla

Qué vida tan perra

Dicen que una imagen vale más que mil palabras; esta es tan buena, que vale por más de

un comentario. ¿Se trata de un poblacho donde los perros son parte de los escombros y otros

desperdicios que los desaprensivos arrojan en el solar del vecino? ¿Se trata de un nuevo y

abominable deporte de la canallesca ralea de las peleas de gallos o las corridas de toros? ¿Qué

quiere decir eso de “estamos de 4 a 8”?, ¿que en el resto de horas sí que se puede practicar el

lanzamiento de pelusines, como en la feria (sólo que en este caso son de felpa)?

Como algunas personas, que no bestias, ya habrán deducido, se trata de una perrera,

lugarejo nauseabundo, pero no tanto como el alma de quienes, cobarde y bárbaramente, echan a los

animalitos por encima de la tapia. Es de Alcira, pero sirve igual para denunciar estos abusos.

Los lamentables abandonos y maltratos de perros son una de las lacras del estío. ¿Qué fue

de la ilusión con que papaíto regaló a su repelente hijuelo el animalito que ladra en la fotografía

adjunta, entre amenazador y temeroso? ¿O quizás siempre fue éste un pobre perrito marcado por la

bohemia, el zarrapastroso anonimato y la vil patada de la mala sombra del paseante huraño que se

cruzaba en su camino?

En cualquier caso, este animalito y los muchos que han pasado y pasan por allí tienen

suficientes razones para exclamar, si pudieran, “¡Qué vida tan perra!” Seguro que en el lenguaje

perruno así lo expresan.

Hablando del lenguaje, volvamos al análisis del letrero mural, una vez expuesta la

denuncia del hecho, a todas luces, inmoral. ¿Qué quiere decir ese “gracias” que se lee en la pared?

La extendida manía de entrecomillar palabras para darles dobles sentidos es errónea. Así pues, ¿qué

171
se pretende insinuar? ¿Que dicen “gracias” por no decir “ojalá que te despedace el perro que

intentes encalar, hijo de perra”? Pues que así de claro se hubiera escrito.

Pero no, porque aquí nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre, ya que la perrera

tampoco es trigo limpio. Así, se calla y actúa, pero mal, matando perros. Ya lo dice el refrán:

“Perro ladrador, poco mordedor”, y viceversa.

Estos antros no deberían existir, ni tampoco las personas por cuya causa se habilitan. ¿Qué

es una perrera?, otra de las formas de institucionalización de la tortura animal, como la funesta

fiesta nacional (fiesta de sangre y de muerte) y como las peleterías, representativas del sadismo

refinado de muchas féminas empingorotadas.

Con lo positivas que son las guarderías caninas, donde se puede dejar a los perros por unas

horas (en la Malvarrosa hay una), es duro el contraste con los citados lugares. Y más dura e injusta

la expresión “hacer el perro”.

M. J. Zapater

(Domingo, 19 de julio de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 36)

172
La guindilla

Las bicicletas son para todo el año

Mucho hablar de igualdad, pero, en realidad, nada. La única igualdad que hoy prolifera

(por cierto, muy nauseabunda) es la clonación, entre otras especies. Si todas las personas somos

legalmente iguales, ¿por qué los agentes en bicicleta que van por el paseo Marítimo multan por

sistema a quienes van en este medio de transporte por esta misma zona, vayan deprisa o vayan

despacio? Una moto, legal y evidentemente, sí que no es igual que una bici: la moto, vaya deprisa o

despacio, es peligrosa, pero no ocurre igual con la bici.

“La autoridad es la autoridad”, pero eso no quita el pensar en que puedan también

atropellar a alguien. Es injusto englobar a todos los ciclistas que van por el paseo en el saco de los

infractores, ya que sus razones tienen. Mientras que un motorista tiene su calzada, los ciclistas

cuentan con un carril-bici que lo es sólo en teoría.

Curvas que parecen arabescos a lo Aubrey Beardsley, baches de impresión, zonas borrosas

en las que no se sabe si se está pisoteando la zona enarenada o parte de la zona peatonal, rupturas

bruscas de la continuidad del senderillo (que no es homogéneamente verde, por cierto)... Esto es

muy serio: si ya recién pintado de bucólico verde chillón muchos peatones y motoristas pasan

olímpicamente por encima de él, sólo falta que esté a mitad hacer, para pasar más inadvertido.

Los ciclistas cuidadosos van con tantos ojos como radios tiene su bici y no molestan. Pero

en seguida sale la histérica de turno despotricando contra todo bicho ciclista. Que se multe a los que

van a toda pastilla y se acabó.

Póngase en el lugar del ciclista que osa circular por cualquier carril-bici de la ciudad. ¿Qué

experimentaría? Esto: rabia por ver seres parloteando sin inmutarse por el timbre alertador de la

bici ni por el chillido de quien la monta. Rabia por no poder esquivar las palmas tiesas que nadie

173
poda y que se extienden sobre el carril, formando arcos (cuando no se arrastran). Rabia por las

sorpresas que arroja el azar, como gatos muertos, pedruscos, cacas u otra lindeza. Rabia por

encontrar que, de repente, el camino se corta y que no se ha llegado a ninguna parte.

Algunos piden que en invierno no se multe a los ciclistas porque no va gente a la playa,

pero conviene recordar que Las bicicletas son para el verano y también para el resto del año. Que se

preocupen de los de la Festina, que buena fiesta se pensaban dar corriendo a toda pastilla, y que se

deje en paz a quienes buscan gozar de su bici sin agobiar, ahora o en invierno.

M. J. Zapater

(Martes, 28 de julio de 1998, en la portada de Diario del Marítimo)

174
La guindilla

Crónica de un incendio anunciado

No siempre se puede quedar por encima, como el aceite. Después del desastre de Moyresa,

que, aunque no se cobró por fortuna ninguna vida, sí que dio un susto de muerte a todo el barrio,

ahora el vecindario sigue estando que arde. Por lo tanto, justo y lógico sería que, de una vez por

todas, las autoridades pertinentes tomaran cartas en el asunto y apagaran los soliviantados ánimos.

¿Cómo? Escuchando la reivindicación mayoritaria, que es erradicar Moyresa de la ciudad

Esto ha sido la crónica de un incendio anunciado. Hace escasamente una semana que

Diario del Marítimo alertaba, por enésima vez, de la bomba de relojería que suponía la empresa (1).

Decían algunos que los presidentes vecinales eran exagerados por pedir en nombre de todos una

franja de seguridad que separara la fábrica del barrio (y eso que ahora estaban más resignados,

porque hace unos diez años pedían, directamente, que se desmantelara esa lacra). Ahora, por

supuesto, recuperan esa vieja reivindicación, y con razón.

El asunto, como la columna de humo que ayer se erigía amenazadora como una sombra

sobre Nazaret, está negro. Por su parte, los allí residentes están más que quemados, más incluso que

los seis bidones de plástico que contenían la grasa vegetal que ardió, según apuntó José Antonio

Barba, de Nazaret Unido, que asegura que lo vio.

Está bien tocar madera y no echar más leña al fuego de la crispación, pero lo que es

intolerable es que esto se quede en agua de borrajas.

Desde hace unos 20 años lleva incrustada esta fábrica, cargada de hexano y de soja, en el

corazón de Nazaret. Antiguamente este barrio marinero tenía el encanto de estar impregnado del

típico salobre del mar; sus casas rezumaban el tipismo autóctono de una estampa que pintara un

artista como Sorolla.

175
Durante el largo tiempo que la fábrica lleva allí, moviendo al barrio al compás de su latido

siniestro, varios han sido los intentos de lavar su imagen para pasar inadvertida. Arlesa primero,

después Aceprosa y finalmente Moyresa. Pero el vecindario ya los conoce y, con sabia razón,

piensa aquello de “los mismos perros, con diferentes collares”(2)

Con esta guindilla a juego con el tema que trata (ya que en la boca arde tanto como ardió

la grasa vegetal), me despido hasta septiembre. Quien se pica es porque guindillas come(3).

M. J. Zapater

(Viernes, 31 de julio de 1998, en la portada de Diario del Marítimo)

(1) El final de esta frase fue censurado por el redactor jefe B. Bueno, que ya había vuelto de vacaciones.

Así, propuse lo siguiente, más suave, que fue como al final salió publicado: “Hace escasamente una

semana que Diario del Marítimo alertaba del peligro en la zona”.

(2) El final de este párrafo también lo censuró B. B. Sin embargo, lo que se me ocurrió como sustitución

me resultó incluso más original (su significado no varió): “Pero el vecindario ya los conoce y, con sabia

razón, piensa que se trata de los mismos tarros, aunque con diferentes etiquetas”.

(3) El párrafo entero fue tachado igualmente. Pero esquivé lo censurado con una táctica más incisiva:

animalicé a Sanidad. Así quedó el párrafo: “Después del incidente aún es chocante pensar que como única

respuesta clara las autoridades hayan dicho que se repartirá un folleto sobre cómo actuar ante un incendio.

Para redactar algo tan básico, humo saldrá de las testuces”.

176
Morrissey

Nunca he recopilado canciones de los Smiths. Pero, aunque sólo he tenido un par de temas

de Morrissey, su cantante, siempre me ha parecido que su voz (junto a la de Marc Almond, que fue

vocal de Soft Cell), es maravillosa.

Quizás porque en las radios que sintonizaba no solían ponerlos, quizá porque nunca he

tenido ninguna amistad que apostolara por ellos y pudiera dejarme sus creaciones, quizás porque no

podía gastarme lo que valían sus discos, el caso es que hasta hace poco no había pasado de ser la

distante, aunque intrigada, admiradora suya.

Ahora que me lo puedo permitir he adquirido algunos discos de los Smiths y de Morrissey,

en solitario, y he vuelto a sentir el vértigo de verme reflejada en sus canciones, mecida por la

modulación que imprime a sus melodías, esas que nadan al compás de la melancolía. Pero la

identificación va más allá de creerme la protagonista de las historias que me inspira su música,

inconfundible por el delicado timbre viril de Morrissey.

Digo inspira porque hasta ahora no he sabido la traducción de las letras. Si hace años lo

hubiera hecho hubiera sabido parte de los gustos de Morrissey y mi parentesco con él podría haber

sido tachado de mimetismo. Pero no: es casual.

El golpe mágico de gracia llegó hace unas semanas, cuando mi novio, sobrecogido por la

cara que yo iba a poner, me mostró una revista en la que se veía a Morrissey rodeado por... ¡obras

de Óscar Wilde!, ¡su autor más venerado! ¡Tantas veces que he cantado, sin saber qué decía, Las

puertas del cementerio (donde habla de este escritor, del que he leído todo)...!

Temblando, indagué facetas sobre Morrissey y cada vez estoy más sobrecogida por las

coincidencias: fobia por los viajes y por la vida social, pasión por las lecturas malditas, fascinación

por quienes tienen sus mismas inquietudes (muchos de los cuales están muertos, lo que deplora),

aversión por las drogas y miedo a los placeres de Cicinia...

177
No necesitaba saber más sobre este ateo de la religión de Venus: ¿para qué, si llevamos

dentro un abismo que ya hace difícil el conocimiento propio como para, encima, aplicarlo a los

demás? Conocer el ideal conlleva el desencanto.

Pero ardo en deseos de volar a Manchester para buscarlo. Tal vez, si lo encontrara, como

el estribillo de su canción Las chicas bonitas cavan tumbas, él me diría tristemente: “No soy el

hombre que crees que soy, y el hijo natural de la tristeza no se levanta para nadie”. Yo, como si de

sacra imagen se tratara, le respondería, como Baudelaire, que nuestra íntima correspondencia anima

a creer que hay un lugar sin nombre donde nos encontraremos. Nosotros, como Baudelaire, nos

sentimos un poco extranjeros en todas partes.

Mientras ese instante llega, si las descargas que yo he sentido han tenido su eco, él, desde

el rincón perdido donde desempolva libros antiguos en su pedestal solitario, quizás vuelva a

tararear aquello de Anoche soñé que alguien me amaba. Y no estaría equivocado.

M. J. Zapater

(Viernes, 31 de julio de 1998, en Espectáculos, pág. 57)

178
¿Viveros o Mortuorios?

Si preguntáramos a alguien cuál es la diferencia entre los jardines del Monforte, el jardín

de Ayora y los Viveros y el resto de zonas verdes de la ciudad, posiblemente nos contestara que los

primeros se cierran a ciertas horas. Es precisamente gracias a esto por lo que hasta ahora se han

conservado(1).

Hay a quien le gustaría que los tres jardines antes citados, los más representativos de

Valencia, siempre tuvieran abiertas sus puertas, pero yo discrepo. Si ya en el horario en que el

público los puede visitar hay desaprensivos que lo llenan todo de porquería y que no tienen ningún

miramiento por la vegetación (preciosa para poder respirar), sólo faltaba que no cerraran.

Pues bien. Lamentablemente, los Viveros han dejado de ser el agradable lugar donde ríen

las fuentes musgosas, donde las criaturas, retozando en la hierba, juegan sin riesgo y donde las

románticas parejas, los pacíficos solitarios soñadores y los más mayores gozan de la naturaleza.

Diariamente he comprobado a lo largo de este mes que acaba de expirar que las puertas de los

Viveros han estado abiertas de par en par a la una y media de la madrugada. La entrada de

drogadictos y borrachines está garantizada. Aseguro esto porque también he sido testigo de la

ocultación de jeringuillas (con aguja incluida) en las partes más frondosas y sombreadas de este

gran parque.

Me ha llamado también la atención que cada vez hay más árboles talados, con lo cual

decrecen las hamadríadas que en ellos vivían (especie de ninfas en las que, naturalmente, creo),

mientras que las ninfómanas proliferan (alguna que otra pulula por allí también). Por si esto fuera

poco, gente sin escrúpulos lleva perrazos y perrillos a que se bañen en los estanques. Aunque a

veces no haya cartel que lo prohíba, para algo está el sentido común (ese que tanto escasea que no

sé por qué lo denominan así). Me parece antihigiénico e incívico ver familias en torno a un

estanque para ver chapuzar a sus mascotas, observar cómo luego lo salpican todo (incluidos los

bebés) y, por último, presenciar cómo se revuelcan en la hierba.

179
Pero, hablando del agua, aunque sea pútrida, la gota que colma el vaso es contemplar

envases de vino flotando en fuentes tan preciosas como la que hay cerca del zoológico (junto a la

zona en obras), rezumando musgo y, ahora por desgracia, también infecto líquido. El hedor a orina

es allí insufrible. Pero, además, hay bichitos que culebrean en sus pastosas aguas, como

interrogantes que se preguntan en vano a qué se debe la creciente avalancha de basurilla con la que

día a día se nutre la maltrecha fuente. Ésta, adheridas a las verdinosas paredes del gran surtidor,

tiene cenicientos costrones que están resecos desde que el mar Muerto estaba enfermo.

¿Dónde está la vigilancia para prevenir las guarrerías que los invisibles servicios de

jardinería y limpieza deberían eliminar?

M. J. Zapater

(Viernes, 4 de septiembre de 1998, en Sociedad, pág. 28)

(1) Por error propio, que pasó inadvertido a los correctores, di a este primer párrafo el sentido contrario al

pretendido. Por razón de espacio hube de acortar el original y, con las prisas, me equivoqué. Así fue como quedó:

“Si preguntáramos a alguien cuál es la diferencia entre los jardines del Monforte, el jardín de Ayora y los Viveros y el

resto de zonas verdes de la ciudad, posiblemente nos contestara que los primeros no se cierran a ciertas horas. Es

precisamente gracias a esto por lo que hasta ahora se han conservado”. Simplemente con quitar el “no” la frase se

entendería.

CENSURADO

Aire acondicionado ¿a qué?(*)

180
Lo mejor es acoplarse al estado natural del clima, cosa a la que no parecen acostumbrarse

los adeptos a los aires acondicionados. Estos se empeñan en ver la atmósfera que estos aparatos

generan (muchas veces gélida) como lo natural, cuando no es así. Los ventiladores, por ser como

abanicos gigantes, son otra historia.

Tampoco, lamentablemente, el frío o el calor que pueda un día hacer son la consecuencia

lógica de la estación en que se vive, ya que las progresivas agresiones al planeta acarrean sus

consecuencias desde hace décadas. Tal es así, que cualquier día de las cuatro estaciones sólo nos

quedará la sinfonía de Vivaldi y las pinturas y esculturas de los artistas.

Pero decir que todo está contaminado y que apenas queda nada natural no es razón para

combatir algo que es producto de los artificios del mal llamado progreso con otra cosa igualmente

artificial: el aire acondicionado. Éste, aparte de ser artificial, es nocivo para el sistema respiratorio;

además, agarrota las cervicales y entumece los músculos. Esto no es que lo diga una pobrecita

habladora como yo, que lo sufre, sino que lo atestiguan médicos y fisioterapeutas.

Se preguntaba hace unos días una amiga mía hablando con un caluroso de su lugar de

trabajo: “¿Por qué me he de poner en agosto una chaqueta cuando la oficina se convierte en una

nevera? ¿Por qué no te quitas tú la ropa, si tanto calor tienes?” Si ninguna ley regula el frío o el

calor, tan escandalosa o justa (según opiniones) sería una opción como otra. Pero siempre se

fastidia el friolero. Aire acondicionado ¿a qué?

Volvamos a la idea de que tampoco el llamado estado natural lo es tanto como parece; es

decir, que a veces tampoco es lo mejor prescindir del aire acondicionado, ya que el calor reinante es

el ponzoñoso fruto de atentados contra el entorno. Así, sufrimos, entre otras anomalías, el efecto

invernadero, que trae de cabeza a los científicos. Tanto si hace frío anormal como calor anormal,

muchos lo atribuyen a esta causa, como si fuera la panacea explicativa.

181
El creciente aumento del agujero de ozono, que tiene a la altura de Toledo su foco más

peligroso (por poner el ejemplo más cercano), es otra muestra de lo que pasa cuando se altera la

cadena ecológica (muy lógica, por cierto) de la naturaleza.

También es chocante la negativa idea de esos fumadores que te echan en cara que su humo

no es más malo que la contaminación acústica o el dióxido de carbono, por lo que envenenar el

organismo con una cosa dañina más, poco importa, según su filosofía suicida (algunos jueces dirían

que es homicida). Si a esto agregan la típica y triste frase que dice “De algo hay que morir”, la

humillación que se siente es peor. Es como si fuese el no fumador quien hubiese de pedir permiso

para estar sin alimentar el cáncer de pulmón o de garganta. Pero esto lo congelo y para otro día.

M. J. Zapater

(*) Escrito entre el 4 y el 9 de septiembre de 1998. Como la Reyna aboga por los malsanos aires

congelantes y, encima, fuma, pues no le hizo gracia mi columna.

182
Pálida, ¿y qué?

“¡Qué morena estás!” (con tono de congratulación) o “¡Estás muy blanca!” (con tono de

pésame), es la canción que sigue al verano. Con lo patético que es reencontrarte con las amistades y

los colegas para oírte, antes que nada, la frasecita dichosa... Debido a la insensata moda vulgar de

tumbarse al sol cual lagartijas inmunes al metastás, la expresión “¡Qué morena estás!” es aquella

con la que, sin ver aún a la persona, se suele dar en el blanco (en el negro, más bien).

En mi caso no sé a qué viene el tonillo compasivo con el que algunos cuando me ven se

lamentan diciendo “¡Qué blanca estás!”, porque sólo de oírlo me pongo negra. ¿Qué pasa? ¿No

puede una ser la oveja negra y ser feliz con la piel pobre en melanina? ¿No puede una sentirse

orgullosa de tener alergia al sol, como el conde Drácula? ¿No puede una rechazar el cupón gratuito

del sorteo de un cáncer de piel?

Con la belleza sobrecogedora que encierran estas palabras...: “¡Qué pálida estáis esta

noche! Parece que os hayáis abierto las venas para colorear vuestro vestido.” ¿Es que sólo unos

pocos conocen el encanto de escuchar halagos como este?

Los rayos de Apolo son de las pocas cosas que aún no ha tiranizado el capital, por lo que

cada cual toma de él lo que gusta. Estoy bien siendo blanca; si hay a quien le pirra ponerse como un

tizón, allá él. Quede claro que no rechazo ciertos colores de piel ni, por extensión, ciertas razas. Lo

que vitupero es que alguien no acepte los pigmentos de piel que la naturaleza le ha dado. Así, tanto

asco me da un blanco carbonizado por estar al sol como un céreo maniquí desteñido a lo Michael

Jackson (cada vez que lo veo me quedo blanca de pavor).

Veo idóneos los orientales ambarinos, los indios rojizos y los negros color chocolate

oscuro, también los mulatos, mestizos y demás mezclas (al fin y al cabo, la raza pura es falaz), pero

detesto a quien va contra la naturaleza fomentando las monstruosidades genéticas. Todos somos

fruto de mezclas, incluso voy más lejos: ¿no cambiamos cada cual de color según las

circunstancias, como el camaleón?

183
Al respecto recuerdo un fragmento de un poema muy adecuado al caso, de un australiano

anónimo; está dedicado a Blanca Fella: “Cuando tú nacer..., ser rosa;/ cuando tú crecer..., ser

blanca;/ cuando tú tomar sol..., ser roja;/ cuando tú pasar frío..., ser azul;/ cuando tú enfermar..., ser

verde,/ y cuando tú morir, ser gris./ ¿Y tú tienes la cara de llamarme de color?”

Que se apliquen el cuento los hipócritas niñatos neonazis que van pregonando por ahí una

ilusoria España Blanca para luego tumbarse a pleno sol, tras haber dado una paliza a un árabe.

M. J. Zapater

(Miércoles, 9 de septiembre de 1998, en Sociedad, pág. 30)

184
Irrisoria depresión postvacacional

La memez de la depresión postvacacional es el último de los inventos abortados por el

aburrimiento y aquellas ramas más estériles de la ciencia que tienen en los pacientes del tipo del

enfermo imaginario de Molière su caldo de cultivo idóneo para asentarse y, lo que es peor,

fomentar una moda.

¡Depresión postvacacional! ¡Depresión les daba yo! Encima tendrían que dar gracias a

Dios, al diablo o al enchufe de tener trabajo, sin olvidar, además, que si las vacaciones son días en

que se suele disfrutar es precisamente porque son precedidos y seguidos de días laborables. Es

como la filosofía oriental, que afirma que sólo puedes descansar a gusto después de haberte

agotado.

Que vayan, que vayan a la cola que día a día se forma en todas las oficinas INEM ese

hatajo de gazmoños que se las pasan estrujando pañuelitos sólo de pensar que han de volver a la

rutina del trabajo. Verán qué les dicen quienes desde hace años están clamando al cielo por tener

trabajo, algo así como “Dios da tortas a quien no tiene dientes”.

Una cosa es echar de menos las vacaciones y otra hundirse en la más pija desesperación.

Yo, si fuera empresaria o psiquiatra, les daría un año entero de vacaciones sin pagar, a ver si así

meditaban regodeándose en las aguas de la melancolía y sabían de verdad lo que es la tristeza(1).

En el fondo lo que ocurre es que esa gente no se sabe divertir, ni sabe qué es la auténtica

calidad de vida, ni sabe qué es sufrir ni, al fin y al cabo, sabe lo que tiene. Si lo supiera aprendería a

valorarlo. Pero no, es muy fácil después de haber estado un mes a la bartola llegar y decir a la

empresa: “Oye, es que tengo una congoja de pensar que he de volver aquí a trabajar... Necesito la

baja, estoy fatal”. Así, un medicucho pone el sello para hacer oficial la pantomima y otro mesecito

de parranda que se tira el enfermo imaginario.

Hay quien me dirá que no todo el mundo tiene la suerte de trabajar de lo suyo, como es el

caso del psicólogo que está barriendo calles. Pues bien, tampoco es esta razón para frustrarse, ya

185
que si tiene la desgracia de no sentirse realizado en el trabajo, al menos le queda el consuelo del

tiempo libre, época en que, si uno no se lo pasa bien, es porque no quiere o no sabe. La excepción,

claro está, se da cuando acontece una desgracia durante las vacaciones, pero esto nada tiene que ver

con la pesadumbre de la vuelta al trabajo.

Lo bueno del caso es que entre esos lloricas habrá quien está trabajando de lo que ha

estudiado. Esta gente, en vez de gozar trabajando, pone mala cara, se apoltrona, olvida sus

ambiciones de superarse y de aprender (si es que alguna vez las tuvo) y sigue el ritmo del reloj con

parsimonia y de mala gana. Esta gente, inmadura, frívola y mediocre, es peor que el crío que

patalea y berrea ante la puerta del colegio el primer día de clase.

M. J. Zapater

(Jueves, 10 de septiembre de 1998, en Educación, pág. 29)

(1) Este párrafo fue unido al anterior por cuestión de espacio.

186
Mitin desde mi celda

Abarrotada estaba la cárcel de Guadalajara, abarrotada de incoherentes que, con el puño en

alto, reivindicaban que ni Barrionuevo ni Vera han de estar entre barrotes. Tanto predicar que,

como manda la Constitución, todos somos iguales, para, una vez que se pone en práctica la Ley,

armar tanto teatro barato.

La solidaridad, esa palabra hueca que en bocas mal llamadas socialistas es tan habitual,

sólo dejará de ser pura teoría cuando el resto de la cofradía culpable esté también entre rejas.

Porque, eso sí, acompañarlos a la cárcel, pegar cuatro chillidos y enarbolar unos trapitos González

y compañía lo ven muy solidario. Pero, de eso nada; solidario hubiera sido dormir con los dos

presos, bajo el mismo techo. Sin embargo, todo llegará. Entonces sí que podrán chillar todos, rojos

como la grana (que no como la sangre de los auténticos izquierdistas) que están todos en igualdad

de condiciones.

Es patético que el encarcelamiento de estos individuos haya sido aprovechado para montar

folclórico espectáculo. Al igual que Bécquer escribió Cartas desde mi celda, Barrionuevo y Vera

han ofrecido su mitin desde la celda al rebaño(1) que se congregó a las puertas de la prisión;

deplorable estampa.

Las mesiánicas palabritas dichas por Barrionuevo a la muchedumbre momentos después de

salir con su mochileta rumbo a la casa grande donde comer y dormir es gratis han sido de antología:

“Tened fe en la Justicia, pero no olvidéis que los problemas políticos se resuelven en las urnas”. O

sea, hablando en plata, ha dado a entender que la Justicia ha sido manipulada porque la sentencia es

fruto de una maniobra del PP, con lo que si en las próximas elecciones la peña vota al PSOE, sus

amiguetes los liberarán y se resarcirá el entuerto(2).

En cuanto a la irrisoria declaración en plan víctima de “No pido el indulto porque soy

inocente y tengo dignidad”, ¿no será que no la pide porque lo que tiene, por una vez en su vida, es

vergüenza?

187
¡Qué ironías tiene la vida y cuántas vueltas da!, tantas como las que Vera va a dar en el

patio de su nuevo domicilio; a su vera, Barrionuevo. Éste fue durante seis años ministro de Interior;

en la próxima década, en cierto modo, lo puede seguir siendo, ¿no? Al menos va a estar ese tiempo

permanentemente en el interior de un mismo sitio. Algo es algo.

Ahora está por ver que, en efecto, los diez años que les han caído en gracia sean diez y no

diez menos nueve de permisos, o privilegios semejantes. Advierto esto porque no será que satélites

como Mario Conde no lo han intentado ya. De momento ya podemos decir que “Barrionuevo nos

trae por fin la seguridad”, que hace años cantaba Evaristo, el que afirmaba que era el rey de la

baraja, que vivía entre rejas y que su padre era chapista. Ahora Evaristo quizás se dedique a la

clarividencia.

M. J. Zapater

(Sábado, 12 de septiembre de 1998, en Nacional, pág. 11)

(1) El vocablo “rebaño” fue censurado por la Reyna; lo sustituí por otro que se le aproximara: “masa”. En

fin de cuentas, casi más despectiva es la cosificación que la animalización. Fue aceptado (lo consideró más suave,

quizás por uno de sus muchos prejuicios lingüísticos) y así salió publicado.

(2) Este párrafo fue unido por cuestión de espacio al anterior.

188
El frotar ya se acabó

Airear los trapos sucios siempre pone al sujeto en cuestión en el ojo del huracán de la

opinión pública, para bien o para mal. Para bien, aunque a muchos sorprenda, porque no faltan

quienes afirman que “lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal”, como dijo Wilde. Algo

parecido debió de pensar Mónica Lewinsky.

Pues bien, rara vez había presenciado un revuelo semejante al que está causando el trapito

sucio que esta chica ha sacado a relucir, aunque lo que es relucir, reluce poco, ya que ha tenido el

paño sucio guardado en el arca durante meses. Ahí está lo más sucio de la escabrosilla historia.

Todo un país patas arriba y un presidente al borde del desprestigio por unas prácticas

sexuales que datan de la Prehistoria. ¿A quién le importa el rebuscamiento de la adicción a lo

sicalíptico que ha confesado tener el presidente estadounidense? Que se dejen de hipócrita

moralismo y se pregunten a qué santo la humillación de Lewinsky ve la luz después de un buen

puñado de meses. Que se reflexione también sobre el hecho de que lo que se hace de mutuo

acuerdo implica a las partes por igual.

En cuanto a Clinton, está muy feo mentir, pero no porque sea presidente y se lo ponga

como baluarte modélico de lo que debe ser el cabeza de familia, sino, sencillamente, por ser

persona. No tiene más.

En España estos escándalos no son tomados con tanto rigor. ¿Qué pasó con Pedro J.? Que,

en general, al personal le pareció muy morboso y cachondo lo del vídeo, así como que reconociera

que la mujer de la imagen en cuestión se le hubiera orinado en la cara. Encima, el lío ha servido

para que este señor venda más periódicos y tenga aún más popularidad(1).

Pero volvamos a Lewinsky, que ha hecho gala de la más rastrera y vendible treta que

idearse pueda: guardar la porquería bajo la alfombra para luego sacarla y caldear el ambiente,

proponer exclusivas y cobrar de las revistas. Cualquier día de estos le dirán de hacer una película X.

¿Qué pasa?, ¿que si el presidente le hubiera propuesto casarse, como ella dice, no le hubiera

189
parecido tan denunciable lo que estaban haciendo?, pues que sepa que la persona que persigue un

fin sin importarle los medios es maquiavélica. Esa gente mucho tiene que ver con quien gusta de

recopilar detalles privados a modo de supuestas pruebas con la intención mártir y aduladora de

dárselo a las esferas poderosas para hacer daño a los demás atacando sus puntos débiles. Esa gente,

envidiosa y mediocre, merece ser despreciada.

En fin, en vista del vestidito manchado y de la ruptura del romance, anunciamos por de

pronto que para Lewinsky el frotar ya se acabó. Clinton, por su parte, se afana por lavar su imagen.

Algo es algo.

M. J. Zapater

(Jueves, 17 de septiembre de 1998, en Nacional, pág. 6)

(1) A excepción de la primera frase de este párrafo, lo que resta de él fue censurado, no sé si por motivos

de espacio, ya que justo debajo de la columna había un módulo de publicidad.

190
Incordiando al vecindario

¿Por qué toda una comunidad vecinal (a excepción de la minoría sorda) ha de bailar al son

trepidante de un séptimo de caballería que no deja de hacer ruido ni de día ni de noche? En este

caso en vez de ser del séptimo son del octavo; para más INRI, yo estoy justo debajo. La vecina de

enfrente, cuando no puede descansar en paz por su culpa, opta por poner alto el Réquiem de

Mozart; como servidora también tiene tan halagüeña pieza, pues contribuye a la causa y la pone.

Así, emitimos en estéreo, con lo cual la cosa es para morirse.

Son las tres de la madrugada; el sueño te acaricia con sus alas y una se deja mecer por él,

placenteramente. De súbito, un soberano golpe retumba sobre mi cabeza y turba mi descanso.

Vozarrones seguidos se correr de muebles, chirridos, portazos y demás torturas me despiertan. Una

vocecita quejumbrosa susurra en mi mareada cabeza: “Otra nochecita que te vas a pasar en vela”.

Revolviéndome de indignación en la cama empiezo a carburar una solución. ¿La Policía?; ya llamé

la semana pasada y no vino. ¿Escribir para sublimar mi rabia?; sí, pero en otro momento. Escribo

en el trabajo, escribo cuando llego a casa y escribo en mi tiempo libre; pero escribir de madrugada

ya es demasiado. ¿Armar yo aún más escándalo?; no, despertaría al resto; hay que tener

consideración.

Al levantarme al llegar la mañana, cuando ya puedo hacer ruido, pongo en práctica la

venganza, horas antes barruntada. Suponiendo que los incívicos estarían durmiendo la mona, ¿qué

mejor preludio matinal que las machaconas estridencias de Lingam, la banda de mis primos? Su

disco (Tiempo para dormir) viene de maleducados. Paseándose con tacones y golpeando el suelo

con una piedra, acaba de crispar a los sujetos. Estos, sintiéndose como el relleno de un entrepán por

tenerme a mí incordiando debajo y a mi madre arriba, optan por arrastrarse con cara de fastidio

hasta la terraza.

La napoleónica estrategia de rodear al enemigo ha sido eficaz, pero si éste vuelve a la

carga, tengo preparada otra: por ponerme cada noche al borde de un ataque de nervios, yo les

191
pondré a ellos Al borde del abismo, grabaciones del programita de radio que antes yo emitía.

Además, cogeré mi guitarra eléctrica, con distorsionador incorporado, y les daré un concierto para

que se vayan con la música a otra parte.

M. J. Zapater

(Domingo, 20 de septiembre de 1998, en Sociedad, pág. 50)

192
La guindilla

Quienes van por el carril-bici no van sobre ruedas

Con lo poco que cuesta habilitar aparcamientos para bicicletas y la de pegas que ponen en

algunos sitios. No es el caso del comercio de pinturas de José Antonio García, que tuvo la loable

idea de solicitar uno al Ayuntamiento y la suerte de conseguir su propósito.

Sin embargo, en lugares donde es de cajón que debería haberlos, como es en Nuevo

Centro, lo que consigue el ciclista que a una farolilla deja aparcada su bici es que venga el policía

de turno y le llame la atención. Lo más indignante es que ese agente no le dice nada al dueño del

perro que se orina en esa misma farola. Ahora están recogiendo firmas para que este absurdo acabe,

pero, ¿qué primará, la lógica ecológica o la hipocresía de la no rentabilidad?

La Administración no fomentará la bici esgrimiendo esta filosofía cobarde. En vez de

invertir millonadas en gazmoñerías que no engañan con su imagen parcial más que a unos pocos (el

Hemisférico es una), que se preocupen por cosas tan básicas como facilitar la circulación de

ciclistas y peatones.

Entre los estudiantes una elevada proporción usa la bicicleta; una elevada proporción,

también, va al Politécnico. Pues bien, ¿qué opinará el lector cuando sepa que los ciclistas, hartos de

rondar por ese laberinto universitario, cargan a hombros su bici para poder entrar? Alarmante, sí, y

más si se piensa en la de ingenieros de Caminos que hay allí y que podrían haber tomado cartas en

el asunto. Pero no, allí lo único que se puede tomar es la de Villa Diego, visto el panorama rico en

vallas, muretes y agujeros.

Este campus de concentración es nefasto para ciclistas y peatones; lo de concentración que

no se entienda en el sentido de abismarse para reflexionar, ya que con el estruendo de las máquinas

poco podrá estudiar y atender el alumnado a las explicaciones del profesorado.

193
Hablando de concentraciones, pocas habrá de ciclistas en el carril-bici del paseo Marítimo

o en el de Blasco Ibáñez. ¿Por qué? Si las ramas que lo invaden, los peatones que no lo respetan y

los desniveles no son suficientes razones, hay una infalible para convencer. Cojan la bici y vayan

por allí.

M. J. Zapater

(Martes, 22 de septiembre de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 40)

194
Simbolismo floral

Miríadas de flores, naturales y artificiales, son depositadas en estos días en los

cementerios. La nostalgia y el amor hacia los seres queridos ya muertos son los sentimientos que

mueven a ello. Pero, aunque no lo parezca, hay gran diferencia entre regalar un crisantemo o una

rosa; voy más lejos: hay diferencia entre las mismas rosas, por ejemplo, dependiendo del color que

tengan.

Tanto si se hace a sabiendas como si se desconoce el simbolismo floral, aquí se da el

significado de algunas flores. Sorprenderá el simbolismo de algunas, de carácter puramente

venusino, con el lugar en que son ofrendadas: el reino del ángel Azrael.

Empezaremos por la simbología de las flores más espirituales y más ligadas a la muerte. El

amaranto es la flor de la eterna juventud; representa la inmortalidad y los antiguos creían que,

llevándola siempre encima, no se envejecía. Por ello es también el emblema de la eterna juventud,

como Dorian Gray.

Hablando de personajes de la literatura decadente, me viene a la memoria una de las

extravagancias de Des Esseintes, protagonista de Al revés, de J. K. Huysmans. Este aristócrata

gustaba de coleccionar rarezas, como flores naturales que parecieran falsas y flores artificiales que

parecieran auténticas.

El crisantemo, de origen chino, es otra de las flores mortuorias; es muy estética. Se la

llama “de oro” y favorece el recogimiento y la expansión espiritual. Es símbolo del descanso y del

retiro.

El loto, por su rico abanico de conceptos con los que se lo relaciona, también se incluye

entre las flores tradicionales de estas fechas, aunque no en Europa. Representa la resurrección, la

pureza, la perfección y la armonía entre los amantes, entre otras cosas.

La violeta, como el loto, también funde lo amoroso con lo fúnebre: recibe la influencia de

Venus, pero, a la vez, por su color, es signo de penitencia, de silencio, de recogimiento y de paz, así

195
como de modestia. Volviendo al Retrato de Dorian Gray, recordemos que “rescata recuerdos de

viejos amores perdidos”, según O. Wilde.

El jacinto es típicamente funéreo. Una versión mitológica dice que la Y o la AI que se ve

en la corola es el grito de dolor que Jacinto dio cuando el disco que lanzó Apolo (que lo amaba) le

dio accidentalmente en la cabeza, porque el celoso Céfiro (el viento) lo desvió. El color rojizo de

esta flor se debería a la sangre derramada por Jacinto.

En caso de depositar gardenias sobre una tumba, sépase que es la flor más apropiada para

encarnar un amor secreto. Los lirios del valle, también llamados lágrimas de Salomón o muguete

(de ellos se extrae el almizcle), representan la reconciliación.

En cuanto al color, las flores rosas simbolizan el amor fiel; las rojas, el apasionado; las

amarillas, desdén o celos; las blancas, dulzura y fidelidad; las moradas, respeto, y las naranjas,

vitalidad.

M. J. Zapater

(Domingo, 1 de noviembre de 1998, en Diario del Marítimo, pág. 46)

196
Índice

La balaustrada

La feria de las vanidades y la incoherencia

De capa caída

El Verbo

Rojo, amarillo y... rojo

El Marítimo necesita un repaso

Lo que el viento trajo

El estruendo de los borregos

Entre esplendor en la hierba y atracción fatal

Cómo ser persona y no morir en el intento

La beca es una tómbola

Declarada la guerra a la paloma de la paz

Rebelde con causa

Qué bien que cae Caiga quien caiga

El lado oscuro del Politécnico

La decadencia del bello sexo

En el Politécnico no se puede entrar ni a saltos

¿No quieres caldo?, pues dos pavas

La educación no va sobre ruedas

Frente a la decadencia de la moda, la moda decadente

Entre Morancos y desvergüenza

Y, colorín colorado... el comunismo se ha acabado

La eterna sonrisa de las calaveras

Historias del hombre

Recuerdos al borde del abismo

Una de porras, porros, amor y huevos

197
El destino en tus manos

Mala uva para postre por culpa de los gusanos

Doble estupidez

Coloquio entre mis tres egos

Espejismos

La fuerza bruta, la peor de las debilidades

Amor propio

El cuento de la compresa aristócrata

Mundo animal

El retrato oval

Políticamente correcto

La piel de zapa y el hongo egipcio

¡Vivan los Toreros Muertos!

No tan curada de espanto

Nacida inocente

Acción directa

Arquitectura fea e inútil

Para morirse

¿Cómo publicar?

Programas de críos

De película de Almodóvar

Los lectores censores

Arte profanado

Historia del chaleco que hará Historia

Maltratadas

¡Viva la Candelaria!

El circuito del Majara

198
El día de los enamorados, las violetas y los morados

Esencias y drogas

La reencarnación, lógica y natural

Bien hecho, Catalina

Drácula, mon amour

Cañas y barro o Barroso mete caña

Todo es mental

Acracia, mística y aristocracia

Cutrenovelas

Apasionante feria del libro

Mucho ruido y pocas luces

Sin sentido

De la vida contemplativa

El valor de las cosas

Faroleando perros

Historias de la histeria

Fascista, tú

Un par de huevos o Huevos sorpresa

¡Todos a la cárcel!

Cuentas de rosario

Proyecto rana

El Ayuntamiento, ni flores

Relativo tiempo meteorológico

Poesía versus prosa troceada

Auténtico billete falso

De pena marinera

Inspirando lo más hediondo

199
Apaga y vámonos

Dale garrapatas, Macarena

Qué vida tan perra

Las bicicletas son para todo el año

Crónica de un incendio anunciado

Morrissey

¿Viveros o Mortuorios?

Aire acondicionado ¿a qué?

Pálida, ¿y qué?

Irrisoria depresión postvacacional

Mitin desde mi celda

El frotar ya se acabó

Incordiando al vecindario

Quienes van por el carril-bici no van sobre ruedas

Simbolismo floral

200

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