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Alfayete
Por
¨No sé de hilo,
Maria es la que zurce¨
El día que mataron a Roger Benito Parajón Cortés por la espalda, el tren
todavía se detenía frente al matadero, en donde trabajaba mi tía Maruca, el tío
Chepe León y el esposo octogenario de la mi tía Pina, Armando Miranda.
Parajón vivía por aquel entonces en León, a orillas del rio Chiquito, en una
casa colonial que había heredado de sus padres, en donde se decía que
asustaban por la noche y también por el día, su padre Agustín había sido un
señor sastrero muy reconocido de ojos azules y su esposa Gregoriana era una
hermosa india que por un tiempo había sido sirvienta en la casa de las pelonas
en tiempos del masón Roger Benito Parajón Escorcia, abuelo de Roger Benito
Parajón Cortés, el hijo mayor de don Agustín Benito Parajón Juárez y doña
Gregoriana Asunción Cortes Escorcia.
Doña Gregoriana Cortés cuando llegó a conocer a su esposo, León era
todavía un municipio de Nicaragua conocido como Santiago de los Caballeros,
era una humilde niña de apenas ocho años que cuidaba de Agustín con esmero,
quien era otro niño un poco menor que ella. Con la trágica muerte de los
padres de Benito, una niña blanca como una paloma cuidó de él como si fuera
su madre, y Orfilia, Esmeralda y Orlando hermanos menores de Benito
hicieron que éste se casara a escondidas con la humilde y huérfana muchacha,
quien siempre cuidó de él como si fuera su propio hijo, casi de la misma forma
como la Gregoriana había hecho con su padre Agustín, ella cuidó de Benito a
pesar de la mala vida que este le dio siempre con sus enfermizas infidelidades.
Los parajones o pelonas como le solían decir a los hijos de don Agustín,
por sufrir de calvicie y también por ser mezquinos y soberbios con los vecinos
del lugar tenían además la mala fama de ser una familia insoportable, con
decirte que hasta se creían dueños del río Chiquito que pasaba a la orilla del
caserío regado por todo el litoral , y Orlando quien era teniente de la guardia
de Somoza patrullaba las orillas del mismo atemorizando a los que se
encontraban bañando o lavando ropa en sus cristalinas aguas sin su
autorización, Orlando llegó al punto de cobrar una determinada suma de
dinero a quienes quisieran hacer uso del rio chiquito de los Parajónes o
pelonas y quienes no pudieran pagar este tributo les ordenaba realizar trabajos
forzados en su casa, como sacar agua del pozo , limpiar el enorme patio, lavar
la ropa de la familia, acarrear leña o vender las tortillas que Orfilia Parajón y
Esmeralda preparaban en el fogón en donde ardía un enorme comal de barro, o
simplemente obligaba a las mujeres más jóvenes a acostarse con él. Orlando
Parajón era un hombre cruel como sus otros hermanos, y era el más odiado en
la localidad por todas sus arbitrariedades, crímenes y violaciones que cometía
con aquella pequeña comunidad. Mientras Benito quien había aprendido el
oficio de su padre se dedicaba por entero a diseñar trajes.
El mismo día que sus padres mueren atrozmente en un terrible
descarrilamiento de tren ocurrido cerca de la pocita los Martínez , ubicada por
donde quedaba la vuelta de la guitarra tres kilómetros al este, en la propias
orillas del lago Xolotlán, ese trágico día don Agustín y la Gregoriana habían
dejado a su hijo Benito al frente del próspero negocio, el accidente ferroviario
según se investigó fue producto de un descarrilamiento provocado por unos
jóvenes que andaban cazando iguanas y que intencionalmente desviaron las
vías del tren hacia una ruta de tierra cerca del poblado los Brasiles, aquella
noticia apareció en el periódico oficial del dictador ¨Novedades¨ y el régimen
lo atribuyó a un grupo de armados que querían atentar contra unos
guardaespaldas del tirano que iban ese día transportando para la penitenciaria
de Tipitapa, aunque a los pocos meses el caudillo fue víctima de un atentado
en la casa del obrero en León , en un baile que ofrecía el Partido Liberal a su
patriarca, ese mismo día había asistido precisamente mi tía Maruca con su
novio Enrique al baile, y cuando iban apagar las luces para matar al hombre,
dicen que ella intervino para que no lo mataran; porque los nervios la
traicionaron, fue por eso que Rigoberto en pleno salón se le dejó ir al
presidente número veintiuno del país, con arma en mano disparándole las
letales balas envenenadas que pusieron fin a su existencia, Rigoberto terminó
hecho un colador en mitad del salón y el hijo del cafetalero a la semana expiró
en Panamá. En el parque central mi tía fue detenida por una patrulla de la
guardia por sospechosa, hasta que mi abuelo Pastrán la llegó a sacar con la
ayuda del diputado Mayorga, el mismo que le daría trabajo a mi abuela y una
beca a su hijo Julito para irse a estudiar a Honduras ingeniería agrónoma,
luego que mi abuelo Pastrán fuera víctima de la fatalidad en su propia fábrica
de colchones en donde murió víctima de un accidente al pasar cerca de una
máquina a la que se le desprendió una correa que como un latigazo lo golpeo
en la testa a mi querido y altruista abuelo Armando Benjamín Díaz Pastrán.
Esa histórica noche del asesinato de Somoza Garcia en el baile de la casa del
obrero en León quedaría grabado con tinta indeleble en la memoria y
corazones de todo un pueblo.
Benito pues cuando su padre Agustín y su madre la Gregoriana
desaparecieron quedó al frente de la sastrería de su difunto padre, se había
convertido en uno de los mejores sastreros de León y sus elegantes diseños
eran solicitados por prestigiosas casas de trajes como los famosos ¨Trajes
Gómez¨ que tenían sus instalaciones en la vieja Managua de antes del
terremoto del setenta y dos. El modisto diseñaba solo trajes para damas y
también bellos vestidos para niñas, y tenía la virtud o el toque mágico con las
féminas, porque con solo mirarlas podía saber que diseño era el más adecuado
para cada una de ellas. En realidad no había una dama en todo León que no
estuviera satisfecha con lo que el modisto les confeccionaba, la mayoría de sus
clientes eran señoras de la clase media y la burguesía, y muchos de sus
maridos se mostraban celosos por la insistencia que algunas de ellas solían
tener por ir donde el alfayete Benito Parajón para que les diseñara por
ejemplo, un traje de noche para la velada del sábado o un vestido para el teatro
en donde se presentarían los valses del divino leproso José de la Cruz Mena,
en fin, siempre las señoras de la época tenían un motivo para dar hacer sus
caprichosos trajes donde don Benito, sin sospechar que este prestigioso y serio
costurero sacaría ventaja de sus inocentes clientes, y para suerte del perturbado
alfayete las asediadas señoras se quedaban calladas de lo que este les hacía a
hurtadillas, mientras por ejemplo doña Josefa Toledo era manoseada por el
modisto mientras se probaba su traje de noche en el cuarto de los espejos o la
hija del embajador de Honduras era seducida por el alfayete al momento de
tomarle las medidas.
Su esposa la misma niña blanca como una paloma que lo había criado, se
quedaba muda de espanto al ver a su perturbado esposo abusar de aquellas
señoras de alcurnia. Lupita conocía mejor que nadie la debilidad de su marido
desde que lo cuidaba, porque cuando ella lo bañaba y mudaba siempre el niño
trataba de encaramársele como los perritos en celo restregándose en la pierna
de la atónita niña, además ella sabía que el joven Benito cuando jugaba con las
otras niñas se las llevaba por aparte hasta el fondo del último cuarto para
besarla a como solía hacerlo con ella cuando ambos se ponían a jugar a la
gallinita ciega o a las escondidas, Lupita sabía que Benito siempre prefería
esconderse en la profundidad de aquella habitación, en donde a veces miraban
a una hermosa monja desnuda sentada en una poltrona de cuero crudo que los
miraba sonriendo, mientras él se encontraba descubriéndola en la penumbra de
aquella fantasmal biblioteca en donde se quedó Lupita a vivir hasta sus
últimos días, o hasta la dramática muerte de su enfermizo marido, el único
hombre al que le sería fiel a pesar del abuso al que fue sometida por parte de
su perverso hermano y de todo el maltrato e infidelidad que ella tuvo que
soportarle siempre a su enajenado esposo, porque el alfayete en varias
ocasiones cuando se obsesionaba profundamente por una joven se olvidaba de
su existencia y hasta dejaba de tener relaciones con ella, a como le ocurrió el
día que conoció a una joven berlinesa, quien marcaria su vida profundamente,
porque cuando la germánica apareció, Benito se perdió por meses en el ¨Billar
Los Parajones¨ que él mismo había comprado al marimbero de la familia de
Chepito Áreas, el mismo que llegaría a tocar los timbales con el grupo
Santana. Los billares se encontraban en una esquina, cerca de la estación de
trenes en donde él tuvo el agrado de conocer a mi padre y también a Rigoberto
el mismo que le disparó a Somoza Garcia, quienes limaban sus asperezas
todos los fines de semana en medio de una recua de botellas por el amor de mi
madre Reymunda Díaz Escorcia.
Frente a los ¨Billares los Parajones¨ se encontraba la ferretería del cojito en
donde llegaba a veces Clodomiro el ñajo a comprar, y un poco más al norte
como a media cuadra vivía una familia de extranjeros, quienes tenían a una
hermosa hija de cabello bermejo, de quien se obsesionó Benito hondamente
por un largo, largo tiempo. Contiguo a esos billares estaba la casa de mi abuela
o mami a como le solíamos decir con cariño. En esa casa fui feliz corriendo
por sus pasillos, jugando en sus habitaciones, durmiéndome en el suelo, me
sentía bien visitándola en ese hogar lleno de antigüedades y de personajes
ficticios; porque a mis tres años yo podía platicar con el padre Echeverría que
aparecía y desaparecía en las cascadas paredes de la sala, entre los cuadros
pintados al óleo por el papá de la mami, Benjamín Patters y también en unos
cuadros de árboles huecos pintados por mi tío Orlando Escorcia.
A veces al clérigo lo encontraba rezando en el sillón o llegaba a verme
tocar el viejo órgano, otras veces lo veía bañarse en el baño que estaba como a
cien metros de la casa o acostado en la cama del tío José, quien a pesar de su
atractiva imagen parecía que no le gustaba interactuar con otras mujeres que
no fueran sus hermanas. Él tío José era considerado un hombre muy pulcro, se
vestía bien, se entalcaba todo el cuerpo y usaba perfumenes caros, calcetines
de seda, zapatos de vestir muy finos al igual que sus camisas y pantalones, sin
embargo él trabajaba muy duro con la tía maruca en el matadero y con el
esposo de mi tía Pina, Armando Miranda. La tía Maruca y José madrugaban,
porque viajaban diario a Managua en el tren o el bus para ir al trabajo;
mientras que el tío Sergio era todavía un estudiante de psicología en la
universidad Nacional Autónoma, y a veces cuando llegábamos los fines de
semana a visitarlos, chepe León a como le decían sus amistades de puro cariño
discutía con su hermano Sergio o Ernesto, porque se le ponían la ropa, o
porque se le habían acabado el perfume o por los calcetines que estaban rotos
o qué sé yo, pero lo cierto es que luego estaban hablándose como si nada
hubiera pasado, el tío Sergio, chepe León , la tía maruca y el tío Ernesto por
aquel entonces veía yo que eran unos hermanos muy unidos a pesar de sus
diferencias. Y como yo creía que todo lo que yo veía e imaginaba todos en
casa también lo sabían, nunca decía nada, hasta que un día mi abuela, o sea
mi mami, me miró platicando en pañales con un señor que estaba en la entrada
de la casa y me preguntó que con quien hablaba, yo de inmediato le respondí
que con el padre, con el padre, cual padre hijo, Echeverría , ¡padre Echeverría!
dijo asombrada, pero si el padre Echeverría tiene años de haber muerto hijo
me respondió ese día frunciendo el ceño y tomándome de la mano me hizo
entrar a la casa para darme de comer.
El tren pasaba a unos pocos metros de la casa y cada vez que pasaba movía
todo el piso de la casa y eso a mí me resultaba divertido, y cada vez que eso
pasaba salía corriendo abrir la puerta para decirle adiós a los pasajeros y al
tren, mi madre y la mami se preocupaban mucho con la idea fija de que yo
podía algún día lanzármele al tren en marcha, cosa que jamás se vislumbró en
mi infantil imaginación. Otras veces miraba llegar a la casa montado en una
berlina jalado por dos hermosos corceles negros a un señor elegante y de
grandes bigotes como los mostachos de Salvador Dalí con una chistera en la
cabeza, un bastón con empuñadura dorada y con forma de cabeza de león,
vestido de frac negro, que llegaba al caer la tarde, cuando todos nos
encontrábamos sentados en la acera, pasaba en medio de todos y me saludaba
reverentemente y se iba directamente al órgano en donde parecía escribir la
letra de alguna melodía, después se ponía a teclear y hasta ahora lo entiendo,
el tema que sonaba era A Elisa de Beethoven, otras veces cuando andaba de la
mano de mamá en las calles de León, siempre se me aparecían dos hombres
vestidos de smoking en el parque central que me saludaban y platicaban
conmigo amistosamente, parecían extranjeros y hoy creo que pueden ser
ángeles del reino unido.
Por la noche me gustaba ir en medio de la oscuridad a orinar, el retrete de
la casa que se encontraba como a cien metros de distancia y por tal motivo la
mami tenía unas bacinillas en donde uno podía hacer sus necesidades y por la
mañana ir a vaciarla al retrete, pero yo prefería ir en la oscuridad de aquel
largo corredor en donde podía contemplar las estrellas y mirar una enorme
luminosidad que a veces se posaba sobre la casa, con el tiempo mi madre me
contó que un día cuando ella era una niña pasó por la cuadra una pelota de
fuego de ida y de vuelta y por último se elevó con gran velocidad a los cielos
hasta perderse de vista. Yo, precisamente no veía una bola de fuego, sino más
bien como un globo brillante que se mecía para todos lados y muy despacio se
alejaba hacia las pléyades de estrellas que a esa hora adornaban el azul oscuro
del firmamento.
II
III
IV
VI
VII
ENDE/FIN