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los códigos son elementos que hacen fluida la comunicación a través de expresiones,

sonidos,
ademanes o elementos gráficos, que tienen significados especiales para una comunidad
determinada y están asociados a reglas del juego socialmente aceptadas o rechazadas
(ejemplo: las
jergas propias de cada oficio)

Los símbolos son representaciones (personaje, lugares, construcciones, acontecimientos,


etc.), que
tienen la capacidad de reunir uno o más sentimientos colectivos y pueden ser una
motivación para
la movilización social (ejemplo: el parque del pueblo, las fiestas patronales, etc.).
Los imaginarios son elementos de la subjetividad colectiva que encarna anhelos o
frustraciones
asociadas a normas socialmente aceptadas o rechazadas y que se expresan a través de ideas
o
referentes más o menos generales de aquello que se desea. (Ejemplo: consignas para evitar
la
contaminación ambiental, campañas contra la violencia a la mujer, etc.)
De lo anterior se deduce, como proponen Chaparro y Lema (1996), que “no todo grupo o
reunión
permanente de personas es una comunidad y ésta es algo que va más allá del hecho de vivir
en un
mismo lugar o compartir un mismo espacio u oficio” (párr.8).

También se estatuye que la comunidad educativa tiene como funciones: participar en la


dirección
del establecimiento educativo correspondiente, en la buena marcha de éste y en el diseño,
ejecución
y evaluación del Proyecto Educativo Institucional (PEI); entendiendo este último como:
El horizonte de la institución, en él se propone la misión, la visión, los objetivos, la
filosofía,
el plan de estudio, el enfoque pedagógico, la forma de evaluación, el manual de
convivencia,
la organización administrativa y académica, la modalidad: el colegio puede ser técnico o
académico. Lo fundamental es que el PEI exprese la forma como se ha decidido alcanzar
los
fines de la educación definidos por la ley, teniendo en cuenta las condiciones sociales,
económicas y culturales de su medio (Decreto1860 /94 capitulo IV, Artículo 18; citado en
MEN, 2007, p.15)
Él puntualiza que el tema de las relaciones familia-escuela cobra un sentido nuevo, puesto
que no
cabe duda de que unas relaciones fluidas, cordiales y constructivas entre los padres de
familia y
docentes ayudan a la práctica educativa en uno y otro contexto. Por el contrario, el
desconocimiento
mutuo hace decrecer el potencial educativo y de desarrollo de ambos contextos.

Vera (2007, p.30, citada en Ospina y Manrique, 2015) establece que la interrelación
escuelacomunidad no se concibe únicamente como un intercambio de conocimientos, sino
como un
espacio en el que “se trabajan afectos, valores, normas, modelos culturales, y donde se
crean lazos
de cohesión social”.

Por su parte, Ospina y Manrique (2015) al referirse a los retos que tiene la escuela en su
relación
con la comunidad, exponen los siguientes:
La escuela de hoy tiene que desaprender la idea convencional de que su función está
enfocada exclusivamente al desarrollo académico de los estudiantes, pues su oficio va más
allá: liderar dentro y fuera de la institución propuestas educativas de autogestión,
participación, para la satisfacción de necesidades o solución de problemas de la misma
comunidad. Esto supone transformar esquemas sociales que limitan a la escuela en su papel
transformador, modelador, moldeador y capacitador de nuevos patrones de conducta en la
sociedad. Para lograrlo, la escuela debe hacerse consciente de sus responsabilidades
sociales con otros actores importantes para la sociedad: los vecinos de los barrios que la
rodean y que esperan de ella mucho más que la buena educación de sus hijos.
Las instituciones educativas deben vincularse a procesos sociales y comunitarios, buscando
que las fuerzas vivas de la comunidad se auto reconozcan como gestores del desarrollo
comunitario. Es decir, que no se debe citar a las personas a la escuela para que reciban
instrucciones, amenazas o amonestaciones, sino para que participen colectivamente en la
construcción de un saber, que les permita transformarse en sujetos de su propia historia.
La escuela debe ejecutar proyectos culturales, deportivos, artísticos, que promuevan la
unión familiar y de vecindad; y el buen uso del tiempo libre. Para esto, se podrían utilizar
escenarios deportivos del barrio y buscar el apoyo de otras instituciones como las
secretarias de salud, deportes y desarrollo social, las universidades, cajas de compensación,
etc.
La escuela debe ejecutar proyectos pedagógicos orientados a estudiantes, padres, madres,
familiares y cuidadores, vecinos de barrio, personal administrativo, y a todas las personas
que hacen parte de las organizaciones de base del entorno de la escuela, para mejorar la
convivencia escolar y social, a través del desarrollo de competencias ciudadanas y prácticas
de autocuidado y cuidado de otro, en los distintos ámbitos de interacción.

Generalmente, en las escuelas existen dos maneras de relacionarse con las familias. La
primera es
el trato informal y tiene dos formas posibles: las fiestas y el contacto que se establece en las
entradas
y las salidas a la institución educativa. La segunda comporta una relación más formal y
tiene dos
formas: reuniones de clase y entrevistas. Además, en los colegios existen los consejos
escolares
(gobiernos escolares) en los que, de manera institucional, se establecen formas de
participación de
las familias en la gestión escolar; y los consejos de padres de familia como forma de
organización
de sus miembros para intervenir en la vida escolar

Es decir, los maestros se quejan


de falta de valoración de su trabajo y las familias, de no conocerlo, lo cual les hace bastante
difícil
el poder valorarlo.
Es por todo lo anterior que Vila (1998) está en contra de la afirmación sobre el creciente
desinterés
de las familias en la educación de sus hijos; puesto que él piensa que, en muchos casos, esa
apatía
es una manifestación de impotencia de los padres y las madres para poder intervenir en su
educación. Por lo tanto, él invita a reflexionar sobre el uso y la efectividad de los canales de
comunicación familia-escuela y sugiere lo siguiente: En ocasiones es más fructífero
organizar las
reuniones teniendo como base las preguntas que hacen los padres en vez de caer en un
discurso
magistral lleno de objetivos, actividades, etc., y facilitar la presencia de las familias en el
aula para
que conozcan de primera mano las actividades que se realizan, el tipo de materiales que se
utilizan
o la manera como sus hijos se relacionan con otros niños y la maestra. De igual forma, es
mejor
efectuar tareas conjuntas entre padres y maestros, como talleres de confección de
materiales,
realización de fiestas o discusiones sobre el desarrollo infantil, para impulsar nuevas formas
de
comunicación entre la familia y la escuela que acostumbran ser enormemente productivas.
Con respecto a la forma como la escuela puede trabajar con la comunidad, en un contexto
como el
colombiano, Ospina y Manrique (2015) señalan que el establecimiento de este vínculo está
sugerido en la Ley General de Educación y el decreto 1860 (ambos de 1994) que proponen
que la
escuela pueda aplicar prácticas educativas (no solo orientadas a estudiantes, sino también a
las
familias y la comunidad), para el desarrollo de las capacidades reflexivas, críticas,
analíticas,
enfocadas al avance científico y que mejoren la calidad de vida de la población.
Lo anterior debe concretarlo la escuela por medio de proyectos educativos, teniendo en
cuenta los
contextos sociales, económicos y culturales donde se desenvuelve. Para ello deberá crear
alianzas
con organizaciones sociales, instituciones comunitarias, instituciones privadas, etc. Todo
esto con
el fin de ejercitar al educando en la solución de problemas de su entorno, y aplicar los
conocimientos y habilidades adquiridas en beneficio de su comunidad.
En opinión de Sánchez (2007), la familia y la escuela siguen siendo dos instituciones
sociales
fundamentales para la incorporación, desarrollo y consolidación de la persona en la
sociedad; y se
encuentran sometidas a la presión de las nuevas exigencias sociales que superan las
funciones
tradicionales de ambas instituciones. Las dos instituciones están llamadas a entenderse y
coordinarse. Las dos han de ser capaces de elaborar, entre ambas, un nuevo proyecto
educativo
común. La colaboración entre las familias y la escuela es absolutamente necesaria, aunque
resulte
extremadamente difícil localizar un punto de encuentro adecuado para la participación real
de las
familias en el sistema educativo.
Para Vila (1998), es difícil pensar en una educación infantil eficaz sin una clara
participación de
las familias. Así, todas las innovaciones, ya sea sobre las formas habituales de
participación, o
sobre la introducción de otras nuevas, redundarán en beneficio del desarrollo de las niñas y
los
niños. Entonces, la innovación educativa en el ámbito de las relaciones familia-escuela
requiere un
tipo nuevo de actitud de parte de los profesionales de la enseñanza que consiste en aceptar
que su
conocimiento pedagógico no puede ni distanciarse ni colocarse por encima del saber
educativo de
las familias. Sólo en la medida en que se establezcan unas relaciones equitativas y de
confianza
mutua, padres y maestros podrán compartir un mismo proyecto educativo.
Es vital, entonces, que la escuela aproveche su capacidad de influencia social y su
capacidad
socializadora dentro de la comunidad; debido a que es el escenario donde convergen
muchos
actores que se pueden convertir en líderes comunales, actores protagonistas de otras
realidades más
armoniosas y prósperas para todos (Ospina y Manrique, 2015)

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