Sei sulla pagina 1di 7

“El mundo homérico es un mundo poético.

Nada es más normal y legítimo que lo aborden historiadores,


sociólogos y filólogos, aunque en ocasiones excede sus posibilidades (p. 95)” En este pequeño libro de
poco más de cien páginas, el historiador Pierre Vidal Naquet ofrece un nuevo análisis de los poemas
homéricos, La Ilíada y La Odisea. El objetivo buscado por el autor, según sus propias palabras en el
prólogo, es concreto: despertar el deseo en los lectores de sumergirse en el texto de aquella primera
épica occidental.

El modo en que propone lograrlo es relatando “ciertos episodios, situándolos, desde luego, en su
contexto tanto en el espacio como en el tiempo” (p. 10). Las problemáticas que se abordan en torno a
los textos homéricos son variadas, lo cual ayuda a que el libro sea una buena introducción a los poemas
y al mundo griego que los vio nacer. Lamentablemente, el autor refiere muy pocas veces a trabajos de
otros autores contemporáneos en los temas que trata y no ofrece una orientación de lecturas en un
apartado final, cuestiones saludables en todo libro introductorio. Por último, cabe destacar que cuenta
con veinticuatro páginas adicionales con imágenes de cerámicas, frescos y esculturas, entre otras, en un
papel de muy buena calidad.

El primer capítulo del libro se abre con una breve historia de los poemas. Como la mayoría de los
estudiosos, Vidal-Naquet data La Ilíada y La Odisea entre finales del siglo IX a. C. y el siglo siguiente,
mediando entre ambas varios decenios. Los poemas fueron compuestos, por lo tanto, hacia comienzos
de la llamada Era Arcaica (800-500 a. C.), cuando en Grecia surgía la ciudad como forma de vida social.
(1) Estas ciudades no eran aún gobernadas por el pueblo, sino por una élite guerrera: ésta, según Vidal-
Naquet, era el público oyente de los poemas homéricos, cantados por aedos que se acompañaban con
la forminge, un pequeño instrumento musical de cuerdas. El capítulo se cierra con la historia de la
difusión de los textos tanto en occidente como en oriente hasta su primera impresión en 1488. Pese a la
importancia de los poemas para la cultura grecolatina de la Antigüedad, no quedan más que fragmentos
de las copias en papiro. El manuscrito más viejo con el que se cuenta se remonta al siglo X y es obra de
los talleres bizantinos. Un debate tradicional entre los historiadores de la Grecia preclásica ha sido el de
si la sociedad representada en La Ilíada y La Odisea es producto puro de la imaginación de Homero, o si
a través de esos poemas podía ser reconstruido el mundo de fines de la Edad Oscura o de una época
anterior. Vidal-Naquet retoma el problema sin detenerse en la discusión de estas posturas. En primer
lugar, repasa brevemente lo que se sabe de la sociedad de la Grecia micénica (1600-1200 a. C.) gracias,
sobre todo, al registro arqueológico. Es una sociedad en cuya cúspide se encontraba el palacio del
soberano absoluto (ouanax), que controlaba los recursos agrícolas y disponía del material para la guerra.
¿Es este el mundo representado en los poemas? Sí y no. Para Vidal Naquet “el hecho de que Homero
haya querido evocar la Grecia micénica no quiere decir que la haya descrito. Falta nada menos que la
escritura de los escribas y toda la sociedad que ella implica: una sociedad dominada por el palacio del
rey” (p. 24). Los héroes son reyes, pero no soberanos absolutos y las decisiones se toman en la asamblea
de guerreros, algo más propio del mundo que vemos emerger a la salida de la Edad Oscura (1200-800 a.
C.). En este sentido Vidal-Naquet parece estar en la línea de historiadores como M. I. Finley u O. Murray
que sostienen que se pueden reconstruir aspectos de la sociedad de fines de la Edad Oscura o principios
de la Era Arcaica a partir del análisis cuidadoso de los textos de Homero y no de aquellos, como R.
Osborne, que ven esta épica heroica como una pura invención literaria.(2)

Homero desconocía dos términos que fueron centrales en la historia griega posterior. En primer lugar
desconocía la palabra “bárbaro”. Para los griegos del siglo V a. C. el mundo se dividía entre ellos y los
bárbaros, que en principio eran todos los que no hablaban el griego: los troyanos entraban dentro de
este grupo. Esta distinción, para Homero, no existía. En los poemas, troyanos y aqueos veneran a los
mismos dioses y se comunican entre sí sin problemas. Sin embargo, hay un principio de distinción: los
troyanos se diferencian de los aqueos por algunos rasgos orientales, por la presencia del palacio real y
por el hecho de saberse destinados a la desaparición colectiva. Tampoco conocía la palabra “stasis”,
utilizada por los griegos posteriores para describir las conflictos intestinos, aunque la idea de guerra civil
está muy presente en los poemas (“el campo aqueo está atravesado por una querella y una cólera, la
que subleva a Aquiles contra Agamenón a partir del canto I de La Ilíada”, p. 39). ¿El “otro” bárbaro y la
stasis tienen una primera conceptualización en Homero? Vidal-Naquet no avanza sobre esto.

Muy interesante resultan las ideas aportadas por Vidal-Naquet en el capítulo “Ciudad de los dioses,
ciudad de los hombres”. Allí, el autor repasa varios pasajes de los poemas en donde se evidencia la
presencia constante de las divinidades, sus intervenciones físicas, sus alianzas, combates y relaciones
amorosas con los hombres. Pero hay un episodio de La Ilíada que es del mayor interés. En el canto XV,
Zeus pide a Poseidón que deje de intervenir a favor de los aqueos. La respuesta de éste describe un
reparto de los poderes entre las divinidades que sería, según Vidal-Naquet, semejante al de la ciudad
griega arcaica: se echan suertes como medio de asignar funciones; existe el dominio “en común” en
convivencia con la propiedad exclusiva; y se da una coexistencia de relaciones jerárquicas y de igualdad.
Así, Homero presenta el mundo divino a imagen de la sociedad que él conoce. “La Ilíada es inconcebible
sin cierta presencia de la ciudad. Así, la ciudad de los dioses nos permite conocer cómo se había
desarrollado la ciudad de los hombres en la época arcaica” (p. 57). Otras dos instituciones de la ciudad
están presentes en el campamento de los aqueos según Vidal Naquet: la asamblea de todos los
combatientes y el consejo de la élite de guerreros. Pero el paralelismo no es tan simple, advierte el
historiador francés: si la ciudad está presente en los poemas, también lo está el oikos, la propiedad
territorial sobre la que se asentaba el poder de los jefes de guerra. Una prueba más de un Homero que
dejó rastros en los poemas de una época de transición.

Otros aspectos de la sociedad en que vivió Homero están reflejados en esa sociedad “en parte
imaginaria” de los poemas. Tres formas de circulación de bienes aparecen en La Ilíada y La Odisea: el
intercambio de regalos entre los aristoi (la élite guerrera), el comercio y la piratería. En relación al
primero, Vidal-Naquet nos remite a un ensayo del sociólogo Marcel Mauss sobre “el obsequio, forma
primitiva del trueque” en claro intento de conectar el mundo imaginado y el mundo vivido por Homero.
Las otras formas tampoco habrían sido desconocidas en la Grecia de principios de la Era Arcaica. Pero
tampoco aquí Vidal-Naquet pretende llevar el paralelismo tan lejos: “el imaginario poético, épico, o
novelesco, por más que pretenda acercarse a la ‘realidad’ jamás la abarca por completo” (p. 87). Si la
forma de riqueza corriente en los poemas son los bienes muebles, no hay que olvidar que la propiedad
terrateniente era la base del poder económico de la aristocracia de la Grecia en que escribía Homero.

A lo largo de su libro, Vidal-Naquet establece una serie de diferencias entre La Ilíada y La Odisea que en
parte abonan a la idea generalizada de la existencia de más de un Homero. Una diferencia, a la que se
dedica todo un capítulo, es que, mientras que La Ilíada es el poema de la guerra, La Odisea es el de la
paz. El tratamiento de lo femenino también es distinto: las mujeres cumplen un papel ambiguo en La
Odisea, mientras que apenas tienen protagonismo en La Ilíada. Finalmente, para Vidal-Naquet, géneros
literarios específicos tienen su origen en cada uno de estos poemas: la tragedia se nutre de La Ilíada,
mientras que La Odisea es el germen de la comedia y de los relatos de aventura y novelescos.
Finalmente cabe mencionar algo sobre la composición de los poemas, tema al que el autor reserva el
último capítulo de El mundo de Homero, aunque algo ha avanzado en el primero. Como es sabido, los
poetas que con el nombre de Homero escribieron La Ilíada y La Odisea pusieron por escrito poemas que
eran tradicionalmente cantados por aedos. Vidal-Naquet rinde tributo a quien formuló esta hipótesis,
Milman Parry. Este estudioso norteamericano descubrió que la repetición de versos y fórmulas en los
poemas tenían como función dar descanso al aedo durante el recitado, que adquiría así un carácter
automático, y permitirle abreviar o extender el poema a su voluntad. Los autores de La Ilíada y La Odisea
habrían abrevado de este “acervo del repertorio épico”, pero con variaciones propias. Aquí, el que dio
en la tecla con esta hipótesis fue el hijo de aquel, Adam Parry. El genio de los poetas estaría en esa
combinación única a partir de los materiales heredados de los aedos.
Griegos y troyanos

En el siglo V a. C., durante lo que se ha convenido llamar la época clásica, los


hombres se dividen en dos categorías: los griegos y los bárbaros. Sin duda, la
oposición es lingüística/cultural antes que racial. Uno no es griego por nacimiento,
sino que se vuelve griego por la educación, la paideia.

¿Son los troyanos de la Ilíada bárbaros? En principio, Homero parece desconocer ese


término. Por otra parte, los troyanos y aqueos no se diferencian tan claramente. De
hecho, veneran a los mismos dioses y les presentan sacrificios. En Troya hay un
santuario dedicado a Atenea, a pesar de que esta diosa es totalmente hostil a los
troyanos. No existe problema de comunicación entre aqueos y troyanos. Sin duda,
esto se debe a un convencionalismo épico. Después de todo, Polifemo
en Odisea también habla el griego. Los troyanos, como los griegos, constituyen una
ciudad, con hombres, mujeres, ancianos, niños. Reconocen mutuas relaciones de
hospitalidad (tal como sucede entre Diomedes y Glauco). 

Se encuentran diferencias, sin embargo, en la destreza guerrera: prima el orden y la


eficiencia militar en los griegos, mientras los troyanos suelen tener miedo y ser
desordenados. A su vez, el número de los griegos es superior al de los troyanos. A su
vez, los troyanos suelen suplicar a sus adversarios vencedores, como Héctor a Aquiles
o Príamo al pedir que le entreguen los despojos de su hijo.

Pero existe una diferencia aún más profunda: los aqueos mueren, saben que están
consagrados a la muerte. Por el contrario, se advierte entre los troyanos una
conciencia aguda de que la desgracia será colectiva, que Troya está condenada a la
desaparición.

La guerra, la muerte y la paz

La Ilíada es el poema de la guerra. Si es preciso, los dioses intervienen para frustrar


los procesos de paz. De alguna forma, la Odisea es el poema de la paz, aunque no
falta el combate: finaliza con una paz concertada entre Ulises y los familiares de los
pretendientes masacrados por él.

Esta oposición entre la guerra y la paz aparece con todo su significado simbólico en el
canto XVIII de la Iliada. Sobre el escudo que Hefeso forja para Aquiles, se enfrentan
dos ciudades, la de la paz, el matrimonio, la danza, las polémicas judiciales y la
ciudad de la guerra, sitiada y preparando una emboscada. 
Cabe señalar que nadie jamás ha combatido como los héroes de Homero. Éstos van a
la batalla en carros y descienden de ellos para enfrentar al enemigo. El aedo sabía que
el carro era un arma de guerra, lo cual no sucedía en su época. Por consiguiente, dota
a sus héroes de carros, pero ellos no los usan para combatir, sino como una suerte de
taxis.

La Ilíada es una ideología de la guerra, la más bella: hay una guerra bella, así como
existe una muerte bella. En ella, la muerte jamás es lenta. Los muertos no sucumben
en duelo, sino en lo que se llama la aristeia, una serie de hazañas durante la cual el
guerrero, embargado por la furia, adquiere la fuerza sobrehumana y derriba todo
cuando se le cruza en el camino. La aristeia por excelencia es la de Aquiles en los
cantos XX y XXI, tras la muerte de Patroclo. La muerte de Sarpedón, asimismo,
funciona como ejemplo extraordinario de la muerte bella.

El único héroe griego que muere es Patroclo. La muerte de Aquiles estaba prevista.
Muchos hombres anónimos son muertos por flechas de Apolo, como relata el canto I,
es decir, mueren de la peste. Apolo apunta exclusivamente a los hombres. Artemisa,
que tiene poder de muerte sobre las mujeres, no interviene. Apolo exclama en el canto
IV: «la piel de los aqueos no es de piedra y hierro», pero sus patrias no corren riesgo
alguno. 

El caracter implacable de la guerra radica en la negativa a tomar prisioneros. Sin


embargo, la Ilíada concluye con un episodio en el que la guerra implacable cede ante
la bondad humana: el cadáver ultrajado de Héctor, entregado por Aquiles a Príamo,
pasa al estado de bella muerte y la Ilíada concluye con el relato majestuoso de sus
funerales.

El combate y la muerte no son forzosamente heroicos. A su vez, no todas las armas


son equivalentes, ni todas las guerras dignas de los héroes más grandes. Así sucede
con el arco: es el arma del dios Apolo y Ulises lo usa al regresar a Ítaca; en la guerra,
sólo es usado por los troyanos en actos de cobardía o traición.

La noche no es tiempo para la guerra, sino para el amor o el disfraz, el ardid, la


emboscada. Esto último es ilustrado en el canto X de la Iliada, la "Dolonia". Héctor
envía a Dolón, armado con una jabalina y un arco, a campamento griego a buscar
información. Por su parte, los griegos le encargan igual tarea a Ulises y Diomedes
estos apresan a Dolón y lo asesinan. Ulises y Diomedes se bañan en el mar para
purificarse de su fechoría (asesinaron durante la noche). Es un episodio singular;
revela que existía otra forma de guerra en el imaginario de los aedos. Ahora bien, este
episodio, excepcional en la Iliada, será la norma en la Odisea.
El poema de la Odisea está todo él colocado bajo el signo del disfraz y la astucia. 

Ciudad de los dioses, ciudad de los hombres

Atenea, Hera y Poseidón combaten con los aqueos; Apolo, Ares y Afrodita son
partidarios firmes de los troyanos. Además de tomar partido, los dioses intervienen
físicamente. En el canto V, Afrodita y Ares son heridos por Diomedes, hijo de Tideo,
por ejemplo. Entre los dioses y los hombres, aparte de las alianzas y los combates,
también existe el amor. Ulises tiene amores con Circe y Calipso: ésta le ofrece
inmortalidad. El poeta homérico no responde a ortodoxia religiosa alguna.

Mortalidad e inmortalidad es una división crucial. Los dioses no tienen la misma


sangre que los hombres; la suya se llama icor. No consumen ni pan ni vino sino
ambrosía, llamada la "bebida de la inmortalidad". Se desplazan más fácilmente que
los hombres, pero no están presentes en todas partes a la vez. 

Cabe señalar tres ideas esenciales sobre el régimen divino. 1) fue el azar el que le
asignó las funciones a cada dios; 2) comparten un dominio común; 3) hay cierta
paridad de jerarquías. Estas tres ideas son constitutivas de la ciudad griega; su
presencia vuelve ociosa las polémicas sobre la aparición de la ciudad antes o después
de Homero. 

En Atenas, 1) echar suerte era la institución sobre la cual se basaba la democracia: una
distribución de las funciones que no eran técnicas; 2) la Acrópolis y el ágora en
Atenas tenían el carácter de dominio en común; 3) la presencia del "despreciable"
(Cronos, por ej.) entre los dioses nos recuerda que algunos estaban excluidos de la
ciudad. En Esparta eran los ilotas, categoría servil que cultivaba la tierra, y en Atenas
los metecos, extranjeros radicados que no tenían el derecho de voto, así como los
esclavos, propiedad de los ciudadanos o la ciudad. 

También se advierte la presencia, en los dos poemas homéricos, del concepto de


mayoría: en la Ilíada en el canto IX. En la Odisea, cuando Telémaco constata que los
pretendientes son una minoría. Homero presenta las instituciones divinas a imagen de
las instituciones humanas que él conoce.

Zeus sabe que no es omnipotente, pero no deja de recordar que es más poderoso que
todos los otros dioses juntos y es libre de expulsarlos del Olimpo. En ese sentido, su
poder es mayor que el de Agamenón entre los hombres. Es posible que los reyes de
la Ilíada fueran un recuerdo más que una realidad contemporánea, evidentemente un
recuerdo exagerado. micenas ya no era la ciudad "rica en oro" evocada por Homero,
sino apenas un caserío. Por otra parte, resulta difícil determinar cuál era la estructura
dominante ¿la ciudad o el oikos? Es probable que haya sido el oikos.

En cuanto a Ulises, lo que le interesa es el oikos (sus posesiones) saqueado por los


pretendientes. Para vencerlos, Ulises no convoca a la asamblea de los itacenses sino a
su hijo, su porquerizo y su boyero. 

En cuanto a los dioses, la paradoja del poema homérico es que los dioses son a la vez
próximos y remotos. Son próximos porque ciertos héroes no les manifiestan siempre
respeto y consideración. Lo normal, sin embargo, es la lejanía. Los dioses se
comunican con los hombres por medio de sueños que pueden ser mentirosos.  Cabe
recordar que las aves son intermediarias naturales porque frecuentan el cielo y habitan
la tierra, entre los dioses y los hombres. El modo normal de comunicación entre
hombres y dioses es el sacrificio cruento: desde la ofrenda modesta de un carnero
hasta la hecatombe en la que se matan cien bueyes y se reparte la carne entre los
participantes. 

Frente a Troya, el sacrificio humano es excepcional, pero existe. Aquiles sacrifica a


doce jóvenes troyanos durante los funerales de Patroclo.

Falta decir que los dioses pueden aceptar o rechazar un sacrificio. En este sentido, los
dioses son libres.

Potrebbero piacerti anche