Era una gallina de domingo. Si hubiera muerto de forma natural no habría
sucedido lo que sucedió; al fin y al cabo, ella como gallina no tenia orgullo, ni dignidad; simplemente era una gallina, como cualquiera de todas las que pudieron haber pasado por la olla de aquella familia en cada comida. Desafortunadamente para los mortales esta gallina poseía un alma, simple pero alma finalmente; no tan compleja como pudiera describirla cualquier teólogo o filosofo. El vuelo del alma de aquella gallina de una mesa a la esfera gallinácea celestial fue mas bien rápido, el alma de una gallina no da espera; tan simple es que si no ocupa rápido otro cuerpo gallináceo corre el riesgo de desvanecerse en el tiempo y el espacio, de desaparecer para siempre. La ventaja era que había muchas gallinas, aunque una muriera surgiría al instante otra tan igual a ella; bueno, ese era el mecanismo que había seguido el destino desde la primera gallina. Decía que no habría sucedido lo que sucedió porque, En el momento de la llegada de la gallina al “cielo de las gallinas”, en la tierra, de un huevo amarillo, nacía el gallo de pelea mas prometedor de toda la finca de aquel campesino; este pollo hijo del campeón de las galleras de la comarca y destinado a suceder a su padre en las fatales luchas a muerte, era el cuerpo que por numero de ficha le había tocado ocupar al alma de la gallina; ¿mala suerte?, bueno, era una gallina y tenia que ocupar un cuerpo, y si tocó pues... tocó. También decía yo que desafortunadamente para los mortales (bueno, para un mortal, realmente) la gallina tenia alma porque la suerte de aquel campesino fue la mas maldita de todas, gracias a las artimañas del destino. Esta historia fue contada durante mas de medio siglo en todas las galleras del país, aquel campesino era famoso por tener en su poder el primer gallo de pelea gallina de toda la historia. Este pollo fue tratado como un rey desde el principio: galpón propio, maíz de la mejor calidad y todo lo que un gallo de pelea puede desear; obviamente había entrenamiento todos los días. El orgullo del campesino aquel no cabía en toda la comarca. Como el gallo era pollo aun, no tenia conciencia de si mismo, por lo que no saltaba a la vista su feminidad interna; dentro de si, el alma de aquella gallina se acomodo como pudo: se paro como solía pararse en los tejados, ora en uno, ora en otro pie; trato de mover las alas un poco pero en ese cuerpo tan pequeño no había lugar para un estiramiento. Tanto era el esfuerzo de la gallina por acomodarse que el gallo creció hasta llegar a ser un poco más grande que una gallina normal, sin cresta obviamente pero con las mejores piernas y el mejor cuerpo gracias al constante entrenamiento. Era un híbrido bastante extraño. Este gallo no dejaba de rascar el piso y pasar el tiempo al lado de las gallinas; no cantaba como suelen hacerlo los aguerridos y furiosos gallos de pelea, emitía un sonido gutural muy parecido a un cacareo pero con un estilo propio, se puede decir que era más musical. El alma de aquella gallina no pretendía gobernar el cuerpo del gallo, ella fue puesta ahí por ser gallina, nada mas, ella no tenia la culpa, ella seguía siendo la misma gallina escurridiza de siempre; el conflicto gallo-gallina era, mas que todo, instintivo. Llegado el día de la gran pelea, todos en esa casa confiaban en su gran promesa; “el vengador”, el hijo del campeón fue preparado: afeitadas fueron sus piernas y acicalado fue su plumaje; aquel campesino se aseguro de colocarle las mejores espuelas. Su turno estaba cerca, iba después del gallo blanco del forastero adinerado; no era sino que lo sacaran de la jaula y el arrebato natural de la gallina salio a flote: corrió hacia la puerta, esquivo uno que otro gallero y salio a la calle. El campesino no fue tan calmado, como lo fuera el dueño de la gallina; en vez de traje de baño, él, agarró su machete y persiguió a “el vengador” dispuesto a darle muerte porque el tiempo de espera había pasado y el dinero de las apuestas, incluyendo el suyo propio, había ido a parar a las manos del dueño del gallo de oro. No se puede contar para nada con estos avechuchos, nunca se pueden predecir sus actos. Aquella lucha instintiva entre “el vengador” y la gallina resulto en una fusión de habilidades: las grandes piernas del gallo y la concentración y experiencia en fugas de la gallina permitieron perder de vista al campesino enfurecido; así, llegaron hasta la plaza del pueblo, el gallo y la gallina, listos a subirse en un vuelo desordenado a la estatua de Santander en el centro de la plaza. Victorioso y orgulloso, no estúpido y tímido como la gallina en su escapada; “El vengador” se dispuso a cantar como nunca lo había hecho. Él quería que su instinto de gallo sobrepasara sus propios limites, sentía la necesidad de ser lo que es, lo que su padre fue y lo que para el fue hecho: ser un gallo de pelea fuerte, aguerrido y valiente. En ese instante se escucho en la mitad del pueblo un hondo canto, hecho con sentimiento, con furia; el gallo se sentía ahora gallo, preparado a afrontar lo que le colocaran en frente; cuando se levanto vio con extrañeza como de su cuerpo había salido un huevo, blanco, doble A, y había quedado encima de la cabeza del hombre de las leyes; eso le importo poco a “El vengador” quien en ese momento no cabía en si mismo de orgullo y furia; la gallina por su parte había hecho el mayor de sus esfuerzos, estaba cansada y se durmió en una pata como solía hacerlo a esa hora del día. De un corto vuelo “El vengador” alcanzo el piso, caminaba a paso fino, con el pecho arriba, no le alcanzo su propio ego para resistir el certero machetazo que le propiciara su dueño; al campesino no le importaba ni el canto, ni el huevo, ni el que “El vengador” fuera un gallo gallina; solo le importaba el dinero que había perdido por culpa del avechucho. El vuelo del alma de la gallina de una estatua a la esfera gallinácea celestial, como de costumbre fue rápido. El alma de una gallina no da espera, tan simple es que si no ocupa rápido otro cuerpo gallináceo corre el riesgo de desvanecerse en el tiempo y el espacio, de desaparecer para siempre.