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Las investigaciones sobre oralidad y escritura en Grecia antigua, de larga tradición, desde luego, generan

todavía hoy gran interés entre los especialistas. Las reflexiones en torno a la épica griega, específicamente
las surgidas de la cuestión homérica, son tal vez las más extendidas al respecto, por el innegable peso
cultural de las obras. Los nombres de Milman Parry y Albert Lord son los primeros que surgen al hablar
del tema. Parry forjó durante los años veinte y treinta del siglo pasado (los resultados de la investigación
fueron publicados por su hijo de manera póstuma; cf. Parry, 1971) su hipótesis de que los poemas
homéricos eran producto de la composición oral. Las fórmulas, repeticiones y epítetos forman parte,
según esta teoría, de la manera en que el aedo lleva a cabo su labor creativa en el mismo momento de la
performance. Para probar su postura, resistida por los críticos de la época, Parry trabajó, junto con su
colega Albert Lord, con los poetas serbo-croatas de su propio tiempo, quienes eran capaces de componer
oralmente (sobre la base de motivos poéticos tradicionales) extensas tiradas de versos ayudados por un
estilo formulaico similar al que se advierte en los poemas homéricos.
Desde la hipótesis de Parry y Lord, se abrió una nueva perspectiva de análisis (cf. Hoekstra, 1957, 1964;
Kirk, 1962, 1964, 1966; Russo, 1966, 1968; Hainsworth, 1968, 1970, 1981; Lohmann, 1970; Dirlmeier,
1971; Vansina, 1973; Henige, 1974; Stolz-Shannon, 1976; Finnegan, 1977; Smith, 1977; Richardson,
1987; Fenik, 1978; Hatto, 1980; Foley, 1981; Brillante, Cantilena, Pavese, 1981; Davies, 1981; West,
1981; Finnegan, 1988, etc.) que dio paso a abandonar los prejuicios de los especialistas, que anclaban sus
estudios desde el propio contexto letrado, para empezar a pensar en la enorme importancia de la oralidad
en las sociedades antiguas, sin que esto implicara menospreciar el valor cultural o literario de dichas
sociedades. Como señala Woolf (1994), “The idea that literacy implies higher levels of modernity and
rationality remains deeply ingrained in our consciousness, popular as well as academic”. Rosalind
Thomas (1993, 32) reflexiona además sobre la crisis que significa la teoría de Parry-Lord para los
estudios sobre literatura griega arcaica, en la medida en que la metodología de análisis no puede seguir
siendo la que se emplea para la literatura escrita, pues los aspectos performativos de la composición oral
tienen otras reglas. A partir, entonces, de este cambio de perspectiva, las investigaciones actuales sobre
Grecia clásica se centran en el peso de la circulación oral de la literatura (“literatura” en sentido amplio)
incluso para períodos muy posteriores a la introducción de la escritura alfabética. La riqueza de estos
análisis es clave para entender, entonces, la profunda imbricación entre oralidad y escritura en Atenas tal
como la abordaremos en nuestra investigación.

La propuesta de Walter Ong (1982, 1986) ha colaborado sin dudas con este enfoque que tiende a poner el
interés en los dispositivos orales de las sociedades antiguas. A partir de una distinción entre lengua oral
como “natural” y escritura como “tecnología” (y, por ende, secundaria), Ong plantea que la escritura
transforma el habla y, en consonancia, el pensamiento, de allí que se dedica a estudiar de qué forma las
“tecnologías de la palabra” impactan en la forma en que los hombres se relacionan con el conocimiento y
con las formas de plasmar (y pensar) la realidad. Eric Havelock (1963, 1982, 1986) también es
considerado uno de los principales estudiosos del tema, en consonancia también con la hipótesis de
Milman Parry y Albert Lord, e inspirado en las ideas esbozadas por McLuhan en La Galaxia Gutenberg
(1962) respecto de la influencia de la tecnología en las formas de pensamiento. Havelock entiende que la
cultura griega de los siglos VI y V a. C. está basada en la transmisión oral y, por ende, moldea su
pensamiento sobre la base de ello (linealidad, estructuración simple, estructuras paratácticas, fórmulas,
repeticiones), mientras que hacia el s. IV, cuando ya se ha afianzado la práctica escrita, aparece una nueva
forma de pensamiento, basada en la manera en que la escritura organiza contenidos y, por ende,
pensamientos (simultaneidad, mayor complejidad, hipotaxis). La postura de Havelock ha sido
cuestionada, fundamentalmente por su determinismo y por el hecho de establecer una división
extremadamente categórica entre oralidad y escritura (cf. O’Donnell, 1998; Finkelberg, 2007, entre otros),
pero su influencia en la tradición posterior es innegable (cf. Olson, 1994; Olson y Torrance, 1998, etc.).
En los últimos tiempos, Gregory Nagy es uno de los autores más prolíficos sobre la cuestión. Su campo
de estudio privilegiado es el de la poesía épica (1990, 1996, 2003, 2004, etc.), en la que ratifica aquellos
aspectos estudiados por Parry y Lord, proponiendo un sistema de creación poética en el que composición
y performance son dos facetas completamente indisociables. Para Nagy, a su vez, el aedo, en cualquiera
de sus interpretaciones, lleva a cabo una (re)creación de la composición poética (incluso si ésta ha sido
previamente escrita) y en esa performance se da una suerte de nueva composición, por lo que se borra el
concepto de “originalidad” tal como lo entendemos. Si bien no es éste el tema central al que nos
dedicaremos, es importante tener en cuenta un panorama diacrónico del fenómeno de los usos orales y
escritos de la palabra.

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