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Activación del T-MEC, el “NAFTA 2.

0” de la
era Trump: perspectivas para América Latina
El trumpismo busca concentrar sus esfuerzos en
recuperar su dominio en lo que considera su histórica
área de influencia o “patio trasero”, frente al creciente
rol de China y Rusia en la región.
Por Gabriel Merino y Julian Bilmes (Integrantes del Grupo Geopolítica y
Economía desde el Sur Global).
El País Digital, 4 de julio de 2020

“Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas


estadounidenses el control de un territorio que va del Polo Ártico hasta la
Antártida, y el libre acceso, sin ningún obstáculo y dificultad para nuestros
productos, servicios, tecnología y capital en todo el continente.” Colin
Powell, Secretario de Estado de EE.UU. (2001-2005)

Si bien la frase de Colin Powell es sobre el Acuerdo de Libre Comercio para


las Américas (ALCA), el modelo, el diseño y la concepción estratégica desde
la cual se propuso ese acuerdo -y que se usó como estándar normativo para
un conjunto de acuerdos globales- fue el Tratado de Libre Comercio para
América del Norte (TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés). Acuerdo
vigente desde 1994, integrado por Estados Unidos, Canadá y México, en
pleno auge de la globalización neoliberal, el mundo unipolar y el Consenso
de Washington.
Donald Trump asumió el gobierno diciendo a gritos que el TLCAN era “el
peor acuerdo comercial que se haya firmado” y amenazó con salirse del
mismo, como sucedió con otros. Pero en este caso el verdadero objetivo era
forzar una renegociación en función de los intereses de las fuerzas
nacionalistas-americanistas de los Estados Unidos, en las cuales militan
importantes corporaciones industriales tradicionales, amenazadas por la
competencia global de empresas de China, pero también de Alemania, Japón
y otros países. Finalmente, el pasado 1 de julio entró en vigor el flamante
Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC, o USMCA en
inglés) que actualiza, pero bajo dos acuerdos bilaterales, el viejo TLCAN. Y
resulta fundamental ver qué se firmó porque es la hoja de ruta de lo que
propone una parte importante de los grupos de poder estadounidense para el
continente.
La activación del T-MEC se produce en medio de la profunda recesión global
que ha producido la pandemia, en que las fronteras entre los tres países se
encuentran parcialmente cerradas y con sus economías muy golpeadas. El
COVID-19 aceleró un conjunto de tendencias de la actual transición histórica
y espacial, y este “NAFTA 2.0”, en tanto institucionalidad supranacional,
cristaliza una relación de fuerzas en América del Norte, con proyección a
todo el continente americano e implicancias globales.
Hoy día, en que Asia-Pacífico se ha constituido como el nuevo polo dinámico
de acumulación global, este bloque geoeconómico norteamericano, que
abarca un mercado de casi 500 millones de personas y representa cerca de un
quinto del PBI mundial, es fundamental para defender la posición de
Washington en el mundo. Especialmente en un mundo en que desde 2008
está estancado el proceso de globalización económica (el cual llevaba a que,
por cada punto de crecimiento del PBI mundial, crecieran dos puntos el
comercio y tres puntos la inversión extranjera directa), emergen fuerzas
“desglobalizantes” en el Norte Global y hay tendencias que parecen apuntar
hacia la regionalización productiva ante la pandemia en curso (aunque
contrarrestadas por las contratendencias transnacionalizantes). Ello, claro
está, debe interpretarse dentro de la geoestrategia americanista-nacionalista
y antiglobalista de los EE.UU. de Trump.
La renegociación del TLCAN constituía un objetivo estratégico para el
trumpismo, siendo responsable ese tratado, según la nueva administración,
del superávit combinado de más de US$ 70.000 millones anuales que
tuvieron México y Canadá sobre EEUU entre 1995 y 2016, y de la pérdida
de cerca de un tercio de los empleos manufactureros estadounidenses en los
Estados de la región del Medio Oeste. Un fenómeno que se ha
denominado Rust Belt (“cinturón del óxido”), a raíz de la
desindustrialización producto de la deslocalización productiva de crecientes
segmentos de las cadenas industriales tradicionales (la “ciudad fantasma” de
Detroit es el ejemplo paradigmático), en particular automotriz y trasladada
hacia México en este caso, en donde la mano de obra se paga entre 6 y 12
veces más barata. Aunque ello también es producto de saltos tecnológicos en
la industria que tienden a expulsar trabajadores.
El T-MEC se enmarca en la doctrina America First (“Estados Unidos
primero”) y el giro proteccionista en nombre de la “seguridad nacional”
estadounidense, con un fuerte componente de nacionalismo económico, en
pos de mantener/recuperar la preeminencia mundial de forma unilateral,
asegurando una sólida base industrial, disputando el liderazgo en la nueva
revolución tecnológica e industrial en curso y buscando impedir el ascenso
de los polos de poder alternativos, en particular China.
Cambios del T-MEC: ganadores y perdedores (o la política de “palo sin
zanahoria”)
Si bien es motivo de controversia qué tan sustanciales son los cambios en el
nuevo tratado, Trump logró imponerse en muchos puntos clave: cambiándole
el nombre (punto importante en términos de marketing político electoral),
pero también para acentuar su condición de que son acuerdos bilaterales
específicos de Estados Unidos con Canadá y con México, entendiendo que
el multilateralismo debilita la posición dominante de Washington. Además,
rediseñando un bloque comercial menos aperturista y liberalizado, es
decir, más a la medida de los intereses económicos y políticos que sustentan
el trumpismo. Entre éstos se deben destacar a ramas industriales rezagadas y
con menor competitividad global frente a China y países aliados (como las
siderometalúrgicas), un sector del complejo militar-industrial del Pentágono
que ve como una amenaza para la seguridad nacional estadounidense la
pérdida de su base industrial, una fracción conservadora del poder financiero,
y también pymes y sindicatos mercadointernistas.
Los principales cambios del T-MEC refieren a un conjunto de disposiciones
actualizadas en un conjunto de sectores y aspectos. Mencionaremos
sintéticamente los que consideramos de mayor relevancia estratégica. En
cuanto a la industria automotriz, se elevaron las reglas de origen desde 62 a
75% (total de componentes) para que los productos sean considerados
originarios del territorio norteamericano y por ende beneficiarios de las
rebajas arancelarias a tasa 0, golpeando contra el sistema de maquila de las
grandes transnacionales en México. También se definió que un 40/45% de
las autopartes deben haber sido realizadas por trabajadores que cobren al
menos US$ 16 la hora para 2023, y se definió que debe haber un contenido
de 70% de acero y aluminio proveniente de esa región.
La industria farmacéutica fue anunciada por Trump como otra de las
ganadoras del acuerdo, el cual aumentó las barreras de acceso a
medicamentos genéricos y biocomparables, otorgando 10 años de monopolio
a las empresas en las patentes de medicinas y técnicas médicas. En cuanto a
propiedad intelectual, un punto neurálgico de la guerra comercial impulsada
por Trump, quien ha acusado sistemáticamente a China de robar
innovaciones y conocimientos estadounidenses, se proporcionan
protecciones más fuertes en términos de derechos de autor, patentes y
licencias. También se intensifican los controles al permitir detener en todos
los puertos mercaderías sospechosas de haber sido falsificadas. Ello
obviamente favorece profundamente a las empresas estadounidenses,
asegurándose ganancias extraordinarias a través del aseguramiento de
monopolios tecnológicos.
En cuanto a comercio digital, luego, un punto muy relevante ante el creciente
peso que ha cobrado a todo nivel el uso del Big Data (materia prima del
“capitalismo de plataformas” de este siglo XXI), se protege a compañías de
internet para que no se hagan responsables de los contenidos que producen
sus usuarios. A su vez, no se permiten restricciones a la transferencia
internacional de datos, con niveles de protección y privacidad, un tipo de
regulación que sostienen muchos países y la misma Unión Europea, la cual
ha tenido conflictos con las grandes transnacionales del sector, como Google
o Facebook.
Por otro lado, se publicitó la inclusión de estándares medioambientales como
signo de “modernización” del acuerdo, junto con ciertas medidas
beneficiosas para la producción agropecuaria estadounidense. Recordemos
que ya producto del TLCAN anterior, México, considerado el país del maíz,
tuvo que comenzar a importar dicho alimento (perdiendo seguridad
alimentaria) a subsidiados productores estadounidenses, ayudados para
participar del “libre comercio”. Ello generó la quiebra del campo mexicano.
Estados Unidos también logró imponerse en la eliminación del sistema de
arbitraje independiente (que era la instancia en la que México y Canadá
podían obtener fallos favorables frente a las medidas proteccionistas
dictaminadas por Washington) y la inclusión de una cláusula de terminación
por la cual puede darse por finalizado el nuevo pacto de forma unilateral.
Un último aspecto a destacar, pero de primer orden de relevancia, es la
cláusula 32, impuesta para contrarrestar la creciente influencia de China en
la región, en el marco de la fuerte disputa entre las dos mayores economías
del mundo, porque Estados Unidos entiende que el ascenso chino amenaza
su preeminencia mundial. Esta cláusula expresa que los integrantes del
tratado deben informar a los otros miembros sobre sus intenciones de iniciar
un tratado de libre comercio con algún país que no opere bajo condiciones
de “libre mercado”, contemplando que cualquiera de las tres partes
implicadas puede rescindir el T-MEC en caso de que uno de los integrantes
no cumpla con esta cláusula. En este sentido, a fines de 2017 EE.UU. había
denegado el carácter de economía de mercado a China, algo que Beijing
reclama desde su ingreso a la OMC en 2001.
Es que China se ha convertido en los últimos años en un muy importante
socio comercial de los tres países del T-MEC como proveedora de bienes
industriales de todas las complejidades, lo que implicó la pérdida de
participación de los tres países en sus mercados vecinos a expensas del
gigante asiático. Representa esta cláusula 32 una clara limitación a sus países
vecinos por parte de EEUU, ya que Canadá y China habían comenzado
negociaciones en ese sentido, y México había firmado una Asociación
Estratégica Integral con China, como muchos de los países de América
Latina con el correr del siglo XXI.
Implicancias para México y América Latina
México aparece como el país que más concesiones hizo para garantizar que
se sostuviera el tratado norteamericano, lo cual se comprende a raíz de la
desnacionalización, pérdida de grados de soberanía y subordinación
periférica que le ha implicado su apertura y liberalización neoliberal en las
últimas décadas. Habiendo sido Peña Nieto quien comenzó las
negociaciones, sorprendía que el nuevo mandatario, López Obrador, aceptara
e incluso reivindicara el nuevo acuerdo. Ello parece obedecer a la gran
dependencia de esa economía para con sus vecinos, y EEUU en particular:
mientras que más del 80% de sus exportaciones de bienes y servicios se
destinan a este país, se estima que por cada dólar de exportaciones
mexicanas, cuarenta centavos son estadounidenses y veinticinco centavos
son canadienses. Este condicionamiento estructural impone límites a la
voluntad política (como en un sentido inverso vimos a Jair Bolsonaro chocar
con la dependencia exportadora de Brasil hacia China en sus intentos de
seguir la política estadounidense de enfrentamiento con Beijing).
Si bien ciertas condiciones del T-MEC resultan perjudiciales para ciertos
sectores económicos mexicanos (siderometalúrgicos, agropecuario,
tecnologías digitales, etc.), una victoria de AMLO constituye la eliminación
del tratado de la apertura del sector energético mexicano al capital privado y
la integración norteamericana del sector, en base a la propuesta trumpista de
incorporar ese rubro que no estaba incluido en el TLCAN en pos de
conformar un bloque energético conjunto de América del Norte, para
favorecer las proyecciones geopolíticas estadounidenses al apuntar al acceso
ilimitado a los recursos energéticos de la región. Ello era visto como un
riesgo a la soberanía por el nuevo mandatario, en sintonía con su oposición a
la Reforma Energética de Peña Nieto en 2013, de apertura y desregulación
de la gran petrolera nacional Pemex, y en base a la importancia del petróleo
en la economía mexicana. También AMLO ha impulsado un plan para refinar
mayor cantidad de petróleo en México, en la búsqueda de generar valor
agregado, mayor desarrollo nacional y disminuir las enormes importaciones
de combustibles desde Estados Unidos (hacia donde exporta el petróleo
crudo de menor valor agregado). Por lo cual fue inflexible en ello en las
negociaciones.
El TLCAN ha sido tremendo para México. Mientras la ortodoxia neoliberal
publicita el aumento de 67% de su PIB entre 1994 y 2016, este crecimiento
fue no sólo bastante pobre incluso comparado con otros países de la región,
sino enormemente desigual, dando lugar a “islas de modernidad”
dependientes en los enclaves ensambladores (maquilas), a costa de más del
40% de la población sumida en la pobreza y niveles de desigualdad de los
más altos de la región. A su vez, tal modelo de “desarrollo del subdesarrollo”
implicó una industrialización dependiente sin desarrollo de núcleos
tecnológicos-propios y una enorme transferencia de valor sur-norte.
Además, como se señaló, generó una profunda dependencia alimentaria,
emigración rural masiva y mayor dependencia frente a EE.UU. Incluso, se
enmarca también aquí el auge del narcotráfico, debido a la proximidad con
el principal mercado de consumo y circulación de las drogas del mundo, y
donde se encuentra la ingeniería financiera y se realiza el proceso de lavado
de dinero. La violencia organizada, los enormes intereses en pugna, los
territorios en disputa por los narcos que corren al Estado y la “guerra” contra
las drogas desde 2006, significaron un genocidio de más de 30.000
desaparecidos y 250.000 muertos en una década.
En este marco de gran debilidad, sumado a los enormes impactos económicos
y sociales de la pandemia, México busca, al igual que sus vecinos, que el
nuevo acuerdo lo ayude a recuperar el crecimiento y beneficiarse de la
“integración más profunda” que promete el T-MEC. Para ello será vital
desarrollar encadenamientos productivos nacionales, ya que la enorme
mayoría de sus insumos son importaciones asiáticas, lo cual a su vez puede
chocar con el nacionalismo industrial de Trump, representante de los
capitales industriales tradicionales y existencialmente amenazados de
Estados Unidos.
En cuanto a las perspectivas para América Latina, para finalizar, el T-MEC
supone mayor poder y proyección estadounidense sobre Norteamérica y el
Caribe, en el marco de la geoestrategia americanista unilateral del
trumpismo, de revitalización de la Doctrina Monroe (“América para los
americanos”) en una situación de declive relativo de Estados Unidos y
occidente en un mundo multipolar. Implica una política de “palo sin
zanahoria”, como lo comprobaron varios gobiernos alineados con
Washington en la región, que guarda estrecha relación con el declive
periférico que implica quedar subordinado a una potencia en declive (gran
dilema regional, que bajo ese esquema no puede garantizar ni siquiera el
esquema de desarrollo del subdesarrollo).
El trumpismo ha buscado concentrar sus esfuerzos en recuperar su dominio
en lo que considera su histórica área de influencia o “patio trasero”, frente al
creciente rol de China y Rusia en la región. Mediante la guerra comercial, el
proteccionismo y las negociaciones bilaterales, los EE.UU. de Trump vienen
buscando restaurar su supremacía. Aunque está por verse si éste logra la
reelección y profundiza su programa, o si vuelve una geoestrategia globalista
de la mano de Biden. En cualquier escenario, seguramente continuará una
situación de “empate” hegemónico en Estados Unidos, con una grieta política
y estratégica que se profundiza, sumada a una creciente movilización anti-
establishment por abajo que se aceleró al calor del desastre sanitario,
económico y social de la pandemia. Un escenario complejo, pero que a su
vez puede generar un espacio importante para una estrategia de unidad
continental suramericana, comenzando por el fortalecimiento del
MERCOSUR.

Sobre los Autores


Gabriel Merino es Docente en la Universidad Nacional de La Plata e
investigador del CONICET.
Julián Bilmes es Sociólogo UNLP y becario CONICET en IdIHCS (UNLP-
CONICET).

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