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Absenta: La Diosa

Verde (1918) | Aleister Cr
owley

Puede que el velo tarde mucho en levantarse, pero un instante fugaz de la experiencia
de la visión del artista bien merece mil martirios.

Resérvame para siempre esta esquina en penumbra a la que acudo a sentarme


cuando la Hora Verde se desliza como una orgullosa pavana del Tiempo. Porque
ya no me encuentro en la ciudad maldita donde el Tiempo galopa sobre la
castrada Muerte blanca, con sus espuelas oxidadas de sangre […].
Pero nuestros asuntos están en el corazón de las coas; tenemos que ir más allá de
los crudos fenómenos de la naturaleza si queremos habitar en el espíritu. El arte
es el alma de la vida, y la Antigua Casa de la Absenta es el corazón y el alma del
viejo barrio de Nueva Orleans […].
Bebo a sorbos mi segundo vaso de ese «fascinante aunque sutil veneno, cuyos
estragos devoran el corazón y el cerebro de los hombres», que hasta este
momento no había probado en mi vida; y, como no soy un americano ansioso por
obtener un efecto inmediato, no me sorprende ni decepciona el hecho de no caer
fulminado ahí mismo. Aunque también puedo saborear las almas sin ayuda de la
absenta, ¡y ésta es además la magia de la absenta! El espíritu de la casa se ha
introducido en ella; es un elixir, un vino nada común, la obra maestra de un viejo
alquimista […].
Bien sabemos que todo genio viene acompañado del vicio. Casi siempre toma la
forma de alguna extravagancia sexual. Hay que tener en cuenta que su carencia,
como sucedía en los casos de Carlyle y Ruskin, debería ser considerada como
algo extravagante. Al menos el término «anormalidad» cabe aquí aplicarlo a
todos los casos. Observamos también en una gran mayoría de los grandes
hombres cierta indulgencia con el consumo de drogas y el alcohol. Hay períodos
históricos enteres en que prácticamente todo gran hombre ha estado así marcado,
y estos períodos son aquellos en los que la nación ha perdido su espíritu heroico
y aparentemente ha triunfado la burguesía.
En este caso, la causa es evidentemente el horror a la vida que el artista padece
cuando mira a su alrededor. Debe buscar otros mundos, no importa cómo.
Pensemos en el final del siglo XVIII. En Francia los hombres de genio fueron
posibles, por así decirlo, gracias a la Revolución. En la Inglaterra de Castlereagh
encontraremos a Blake perdido para la humanidad en beneficio del misticismo, a
Shelley y a Byron en el exilio, a Coleridge refugiándose en el opio, a Keats
hundido bajo el peso de la circunstancias, a Wordsworth obligado a vender su
alma, mientras el enemigo, encarnado en Southey y Moore, domina triunfante.
El equivalente poético en Francia correspondería al período que va de 1850 a
1870. Hugo se encuentra en el exilio y todos sus camaradas se han abandonado a
la absenta, al hachís o al opio […].
El arte se encuentra demasiado cerca de la realidad, a la que hay que renunciar
por una temporada.
Por tanto, su tarea es también parte de su tentación; el genio siempre se encuentra
deslizándose hacia el cielo. La atracción de la vida eterna lo arrastra. De la
misma manera, el artista se ve obligado a buscar la compañía de lo más grosero
de la humanidad. Edward Fitzgerald se hizo amigo de un pescador analfabeto con
quien pasaba semanas. Verlaine se relacionaba con Rimbaud y con Bibi la Purée.
Shakespeare se juntaba con los condes de Pembroke y Southampton. A Marlowe
lo mataron en una pelea que tuvo lugar en una tabernucha […].
La palabra proviene del griego apsinthion. Quiere decir «imbebible» o, según
ciertos entendidos, «desagradable». ¡Extraña paradoja en cualquiera de ambos
casos! No: puesto que el ajenjo recién extraído es de tal amargor que no se puede
consumir, hay que suavizarlo y aromatizarlo con otras hierbas […].
En casa incidente, por banal que sea, existe la belleza. Lo verdadero y lo falso, lo
sabio y lo necio son todo uno en el ojo que los contempla sin prejuicio y
desapasionadamente y el secreto no reside en retirarse de lo mundano sino en
mantener una parte del yo sagrado, intacto, ajeno como una Vestal hermética y
lejos de ese otro yo en contacto con el universo externo.
Dedica tu vida entera a este cometido; siéntate seis horas al día en la Antigua
Casa de las Absenta y bebe de su ópalo helado; aguanta hasta que todas las cosas
frente a ti empiecen a cambiar sin que te des cuenta, y tú con ellas; hasta que seas
como los dioses, que distinguen el bien y el mal y saben que no son dos sino uno.
Puede que el velo tarde mucho en levantarse, pero un instante fugaz de la
experiencia de la visión del artista bien merece mil martirios. Ellos resuelve
todos los problemas de la vida y de la muerte…, que también son uno.
Ello traduce este universo a términos inteligibles, relaciona el ego con el no-ego
y transforma la prosa de la razón en la poesía del espíritu.

Extraído de El Lector Decadente (Selección y Prefacios de Jaime Rosal y Jacobo


Siruela), Ediciones Atalanta, Girona, España, 2017, pp. 571-584.

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