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FORMACIÓN HUMANA 1: CATEDRA MONSEÑOR ISAIAS DUARTE CANCINO

VIDA Y OBRA.

El siguiente es el texto publicado en la edición del Nuevo Testamento Edición conmemorativa a Monseñor Isaías
Duarte Cancino.

La persona, la obra, la vida y el ministerio episcopal de quien fue un Pastor comprometido, un auténtico
servidor de la palabra y un firme defensor de la verdad, alienta nuestra esperanza en medio del dolor que
sentimos por el vil asesinato de Monseñor Isaías Duarte Cancino.

El Obispo está puesto por el Señor en el seno de la Iglesia para servirla como Padre, Pastor y Profeta. Estos
compromisos centrales nos indican de que manera y en que grado Monseñor Isaías Duarte Cancino fue
absolutamente fiel a la confianza que el Señor le dispensó en sus treinta y nueve años de sacerdocio y entre ellos,
diecisiete de servicio episcopal en Bucaramanga, Apartadó y Cali.

El Padre que fue Monseñor Isaías Duarte Cancino

Los llamados “Padres de la Iglesia”, hombres que en los primeros siglos del cristianismo se distinguieron por su
sabiduría y su santidad, comenzaron a llamar al Obispo con el título de “Padre”. El Obispo es padre porque está
llamado a hacer en el seno de la comunidad cristiana las veces del Padre Dios, cuidando de su familia, engendrando
y robusteciendo la vida nueva de los hijos de Dios recibida en el bautismo.

Una de las cosas más impresionan en la muerte de Monseñor Isaías es el sentimiento de orfandad que deja su
partida en el corazón de muchas personas.

No de otra manera se puede explicar el testimonio de profundo dolor expresado por la multitud que acompañó sus
despojos en los días posteriores a su muerte; el vacío que sienten las diferentes comunidades parroquiales, solo es
comparable con la ausencia definitiva de un buen padre de familia.

Detrás de la apariencia de una persona distante, seca, de pocas palabras en el trato personal, temperamental como
buen santanderiano, se escondía un alma bondadosa, comprensiva, humilde, capaz de compasión.

Vivía permanentemente preocupado por sus sacerdotes para quienes quería bienestar, santidad y formación. Fue
constante su llamamiento a la santidad, a ser buenos sacerdotes a no dejarnos contaminar por los vicios de la vida
presente, a no ser condescendientes con los desvíos que se apoderan de nuestra sociedad, a llevar una vida
sacerdotal intachable. Muchas veces sufrió en el silencio y en la intimidad a causa de los problemas o dificultades de
algunos hermanos en el sacerdocio.

Era un hombre pobre y austero. Como herencia dejó su ropa, sus libros, algunos objetos personales que había
recibido en obsequio y un apartamento adquirido con su familia y que usufructúa su hermana mientras viva, el cual
pasará a ser propiedad de la Diócesis de Apartadó.

Sabemos que la verdadera austeridad no se entiende si no va acompañada de la generosidad. Y él era una persona
especialmente generosa, muy hábil para conseguir recursos; todo lo que recibía era para invertirlo en las obras
sociales que llevaba a cabo, para ayudar a la gente necesitada, para regalarlo a las parroquias pobres, para
compartirlo con sacerdotes que se encontraban en afujías económicas y con amigos pobres. No reparaba en gastos
cuando se trataba de solventar las necesidades.

Fue una persona que decía las cosas de una manera directa, sin rodeos. Pero al reconocer sus equivocaciones y sus
excesivos en sus enojos, pedía perdón y se quedaba tranquilo como un niño.

Como un buen padre tenía una especial predilección por sus hijos menores, particularmente por los sacerdotes
jóvenes que requieren un especial acompañamiento y por los seminaristas a quienes orientaba en su formación
integral con especial afecto.

Cuando el municipio se retrasaba en los pagos de cobertura para cancelar los salarios y primas a los profesores de
los colegios, se intranquilizaba y sufría mucho al saber que salían a sus vacaciones sin lo necesario para ayudar a
su familia.

Y algo que no podemos dejar pasar, y que nos hace recordarlo con gran cariño es el amor y la fe que profesó a esta
tierra del Valle del Cauca, esta tierra bendita como él la llamaba por la calidad de sus gentes. Llamar así a una región
tan azotada por diferentes males que le dolían profundamente en su alma de pastor, era retornarle el liderazgo que le
corresponde, en una visión cristiana de desarrollo, justicia y paz.

Una de sus grandes preocupaciones era la ausencia de verdaderos líderes en la región; porque entre otras cosas,
muchos de los que aparecían como tales, se habían dejado seducir por los halagos de intereses mezquinos o no
santos. Monseñor Isaías enseñó a creer en las grandes potencialidades de la región y de sus gentes.

El Pastor que fue Monseñor Isaías

El Obispo está llamado a ser Pastor de la Diócesis, un pastor a imagen de Cristo Buen Pastor, de hacerlo presente
entre sus fieles. El Buen Pastor es aquel que va delante del rebaño como un guía que hace oír su voz y sus ovejas la
conocen, que cuida de ellas y las protege de los peligros que las acechan, que no las abandona ni huye como hace el
asalariado o el ladrón. Que da la vida por ellas.

En la manera de morir Monseñor Isaías podemos ver la culminación natural y lógica de lo que fue toda su vida
sacerdotal: La vida de un pastor entregado generosamente a sus fieles, dedicado de tiempo completo a su servicio
episcopal, con una gran capacidad de trabajo, de iniciativa y de ejecución, haciendo presencia y enterándose de todo
lo indispensable para el cumplimiento de su gestión.

Las obras realizadas durante siete años de servicio pastoral en Cali lo atestiguan: Nuevas parroquias, Colegios,
Casa de Evangelización, Universidad, Comisión Vida, Justicia y Paz, Banco de Alimentos, Casas para los indigentes,
atención para los desplazados por la violencia, Casa de Espiritualidad, Centro de Investigación, Seminario para
Profesionales.

Con la imagen del buen pastor que vive pendiente de cuidar y proteger a sus ovejas podemos realmente entender
sus actitudes enérgicas y valerosas, como cuando protestó por el secuestro masivo de personas, denunció los
estragos que causaba “la maldita droga” como llamaba a este tremendo mal, combatió los horrores que causa la
violencia que padecemos, buscó soluciones de educación para los niños y los jóvenes, creó obras sociales a favor
de los pobres para que vivieran dignamente. Era el pastor solícito por las ovejas que no se medía en dar y aún, en
exponer su vida por ellas.

Su sacrificio no le llegó por casualidad. Vivió un martirio diario, entregando su inteligencia, su tiempo, sus energías, al
servicio de los demás; sabía muy bien que un discípulo del Señor no puede descartar de su existencia el testimonio
de la sangre.

El Santo Padre decía con motivo de la memoria de los mártires hecha en el Jubileo que: “Todo creyente que toma
seriamente su vocación cristiana, no puede excluir la perspectiva del martirio en su propio horizonte existencial”.

Hoy podemos comprender cómo Monseñor Isaías guardaba estas palabras del Papa con una profunda convicción.
De hecho, varias veces le oímos referirse a ellas.

El Profeta que fue Monseñor Isaías

Según el sentido bíblico, profeta es el que interpreta los acontecimientos de la vida de los hombres a la luz de su fe.
Es el hombre de la Palabra que anuncia y denuncia desde la verdad de Dios y del hombre. Es la persona que anima
a sus hermanos a caminar en la esperanza con visión de un futuro cierto, y por eso alerta contra todo lo que tiende a
torcer dicho camino.

Testigo del Evangelio de la Esperanza: así definía el sínodo pasado el compromiso que el Obispo tiene para nuestros
tiempos.

Monseñor Isaías fue un fiel intérprete de las circunstancias en las que se encuentra nuestro país. Pareciera que el
Señor lo hubiera colocado en el lugar preciso y en el momento oportuno para hacer oír su voz a través de él.
Recordemos que fue recién llegado a Cali cuando la economía entró en su peor momento; hasta entonces, era una
economía ficticia producto del narcotráfico. El desempleo marcó el índice más elevado, la violencia entró al Valle del
Cauca con todo su furor y cuando Cali tuvo que sufrir los secuestros masivos de la María y el kilómetro dieciocho,
llegó el momento de los desplazamientos y otras circunstancias que hicieron que la pobreza y la miseria de la
población aumentaran considerablemente.

Ante tanta confusión, miedo, indiferencia, oídos sordos, era necesario un carácter enérgico como el suyo; su voz
fuerte, sus posiciones claras, su ceño fruncido, su manoteo firme, para denunciar todo tipo de atropellos; su valor y
franqueza para llamar las cosas por su nombre.

Detrás de su voz, había convicciones bien definidas:


La necesidad de volver a Dios como la prioridad para que Colombia pueda retornar a su horizonte perdido.

Angustiado al ver a nuestro País, y concretamente a Cali y al Valle, abocados a la disolución y abandonados a su
suerte, incapaces de revertir el aterrador camino que transitan, invitaba a acudir a Dios como nuestra única
esperanza, a volver a El. En el comentario a la Cuarta palabra de Cristo en la Cruz que alcanzó a dejar grabada para
que fuera difundida el Viernes Santo por la radio, dijo: “Es indispensable volver a reconocer a Dios como el principio
del mundo y del hombre, fuente de la dignidad humana y de sus derechos y deberes, principio original de la
autoridad, meta de la humanidad y del cosmos”.

Su amor al Señor a quien se refería como “la persona adorable de Jesucristo”.

Su amor a la Iglesia y su disponibilidad para servirla: Nos hizo saber que no había llegado a Cali por suerte y
voluntad propia sino por obediencia al Santo Padre.

Defendió la vida, la dignidad humana y el respeto a los derechos de todas las personas. Era recurrente en referirse
a una hermosa expresión de San Ireneo de Lyon: “La gloria de Dios es el hombre viviente”.

Buscó un progreso verdaderamente humano que solo se puede edificar sobre los valores que dignifican al hombre y
permiten una convivencia pacífica. Abogó por volver a cultivar desde el hogar, la escuela y la comunidad en general,
dichos valores como: La verdad, la justicia, la solidaridad, la equidad, el amor, la gratitud, la humildad, la honradez, el
servicio desinteresado, la valentía, la auténtica feminidad y la auténtica virilidad, el orden.

La urgencia de contar con hombres y mujeres responsables, preocupados por el progreso personal y el bien de la
comunidad, con dirigentes honestos, inteligentes, sacrificados y con un Estado fuerte, responsable, dedicado al bien
común, fue una de sus principales preocupaciones.

Estas son algunas de las apreciaciones acerca del que ha sido llamado “apóstol de la paz”, hoy requeridas para que
Colombia alcance una paz verdadera y sólida.

Conclusión

Como conclusión de mi humilde y sencillo aporte a esta edición conmemorativa del Nuevo Testamento por parte de
las Sociedades Bíblicas Unidas, en homenaje a la Memoria de Monseñor Isaías Duarte Cancino, me permito hacerles
una invitación cariñosa a todos los fieles y en particular a los jóvenes para que asuman como cristianos y como
ciudadanos el legado que él nos dejó, y así poder contribuir a la construcción del país que tanto anhelamos y que
Dios quiere.

Este debe ser el mejor reconocimiento a la persona, a la vida y a la obra del Padre, Pastor y Profeta, inmolado por las
balas asesinas de los enemigos de la paz, el 16 de marzo de 2002 en la parroquia del Buen Pastor de la ciudad de
Cali.

+ LUIS ADRIANO PIEDRAHITA S.


Obispo Auxiliar de Cali

¡ NO TENGAN MIEDO ¡

“No hay que tener miedo, la certeza de un nuevo amanecer y de un mejor futuro para todos está planteada en
Jesús: Hay que conservar la confianza en el futuro personal, en el futuro de nuestras familias y comunidades.
Esta confianza en Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien, nos permite encontrar y reconocer en Él un
modelo para seguir adelante en el trabajo por los derechos humanos”

Monseñor Isaías Duarte Cancino


Seminario de Derechos Humanos.
Febero 25 de 1.999

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