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la del delito. Sin embargo, en las últimas décadas, bajo el influjo del significado
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A la distinción entre proporcionalidad en sentido estricto (proporcionalidad de las penas) y en
sentido amplio en materia penal se refieren, entre otros, Lascuraín Sánchez, 1998: 161; Aguado
Correa, 1999: 137; Sánchez García, 1994: 1117; Cuerda Arnau, 1997: 452; García Rivas, 2002.
fundamentales que se producen en el momento de la determinación judicial de
la pena.
que alcanzará posteriormente en la doctrina penal pues, por un lado, tan sólo
acerca de cuándo y cómo prohibir, sino que más bien se refiere al cómo (y más
propiamente al cuánto) castigar (Ferrajoli, 1989: 353). Por otra parte, no exige
que la sanción penal sea idónea o necesaria para alcanzar finalidad alguna, sino
tan sólo que su aflictividad no supere la gravedad del delito al que se vincula
proporcionalidad de las penas para designar este primer foco de significado del
principio en cuestión.
advierte que “es esencial que las penas estén proporcionadas entre sí, porque es
esencial que se tienda más a evitar un delito grave que uno menos grave; lo que más
ofende a la sociedad que lo que menos la hiera” (Montesquieu, 1735: 66). Guiado por
esta misma preocupación considera Beccaria que “(n)o sólo es interés común que
no se cometan delitos, sino que sean menos frecuentes proporcionalmente al daño que
causan a la sociedad. Así pues, más fuertes deben ser los motivos que retraigan a los
hombres de los delitos a medida que son contrarios al bien público, y a medida de los
estímulos que los inducen a cometerlos. Debe por esto haber una proporción entre los
definitivo, una vez llegan a madurar los demás presupuestos del derecho penal
proporcionalidad de las penas, pues con ello será posible fraccionar el castigo
dicha afectación. Por su parte, los criterios que han de ser tenidos en cuenta
para determinar la gravedad del delito serán distintos, según las exigencias del
importancia del bien jurídico protegido por la norma, así como del grado en
que éste resulta lesionado o puesto en peligro por la conducta descrita en el tipo
necesaria para satisfacer las exigencias del principio de lesividad, no es, con
y, por ende, establecer un marco penal distinto en uno y otro caso, reflejando así
Como puede suponerse, cada uno de los criterios que han de ser empleados
legislador ha fijado una escala de penas que ordene los castigos en función de
asigna a cada uno de los delitos, según la gravedad de las penas a ellos
en materia penal, pues, así entendido, incorpora los dos principales contenidos
por otra, la prohibición de establecer la misma pena para conductas que puedan
grave con una pena mayor a la prevista para un hecho más grave. Desde este
“proporcionada” entre las penas (Ferrajoli, 1989: 402; Carbonell Mateu, 1995:
tal que permita al juez modular la sanción a imponer, de acuerdo con las
en sede legislativa representa así una condición necesaria para hacer efectiva la
entre otros, el grado de lesión o puesta en peligro para el bien jurídico que
juzga en la creación de dicha lesión o riesgo, así como los factores de tipo
conducta2.
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Además de estos criterios que permiten establecer el grado de injusto y de culpabilidad y, con
ello, la “gravedad del delito”, en el sentido amplio que aquí damos a esta expresión, algunos
autores se refieren a consideraciones de tipo preventivo general o especial a tener en cuenta al
momento de calcular la proporcionalidad en concreto. Si bien estas últimas pueden tener
cabida en la individualización judicial de la pena, no se trata propiamente de criterios para
3.1.2 Proporcionalidad de las penas y retribución
siendo las primeras todas las doctrinas retribucionistas que conciben la pena
merecen castigo y que es justo devolver mal por mal. Las teorías relativas, por el
contrario, son todas aquellas doctrinas de raíz utilitarista que justifican la pena
las teorías unitarias o mixtas, dominantes en la doctrina actual, son aquellas que
justificación aptas para limitar los excesos en que puede incurrir la prevención y
modular la “gravedad del delito”, sino para fundamentar la disminución de la pena por debajo
del umbral que correspondería a la gravedad del delito cometido, cuando la misma se revele
innecesaria por razones de prevención general o especial, pero en ningún caso para agravar la
situación del condenado. Sobre los criterios que han de intervenir o ser excluidos en la
individualización judicial de la pena, vid., entre otros, Dolcini, 1979: 354; Demetrio, 1999: 289 y
ss; García Arán, 1982:. 123 y ss.
(1) La imposición de una pena no se justifica por las consecuencias valiosas
que ella pueda reportar, sino ante todo como realización de un principio
su autor, tanto desde un punto de vista objetivo, esto es, que sean
(3) La culpabilidad por el hecho opera no sólo como presupuesto sino como
gravedad del delito (Hart, 1968: 231; Ross, 1976: 185; Betegón, 2003).
cantidad de las mismas (en proporción a la gravedad del delito). Por su parte,
considerada desde el prisma de la retribución, esta exigencia de
vez, como un límite al castigo, que proscribe imponer una pena superior a la
una respuesta satisfactoria a la pregunta general por las razones que justifican
mal por mal, a la misteriosa alquimia por la cual de la suma de dos males (el
como fundamento del reproche que se formula a un autor culpable por “haber
actos puede el estado calificar como delitos y castigar mediante penas; de ahí
la práctica del castigo, ni para cada una de las decisiones legislativas que se
entre pena y delito como medida del castigo. De este modo, el abandono de las
derecho a castigar, pasa a ser concebida ante todo como un límite de aquél.
entre la retribución como “fin general justificador” de la pena y como criterio para
pena en un caso concreto (Hart, 1968: 8 y ss; Rawls, 1974: 213 y ss). Al hilo de
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El escaso valor justificatorio del retribucionismo en el ámbito de la justificación general del
castigo es puesto de relieve, entre otros, por Hart, 1968: 8 y ss; Rawls, 1974: 213; Betegón, 1992:
128 y s; Hassemer, 1982; Ferrajoli, 1989: 256 y ss; Ross, 1976: 166 y s, 168, 173, 184 y ss, quien
destaca además la insuficiencia del retribucionismo para ofrecer criterios de justificación de las
decisiones legislativas relativas al ¿qué castigar.
La prevención [...] es la única respuesta adecuada cuando la cuestión se plantea como un
problema atinente a la finalidad de la legislación penal”, mientras que, “la retribución, es
decir, la exigencia de culpabilidad como condición previa para la imposición del castigo y la
determinación de su medida, es la única respuesta satisfactoria cuando la cuestión se
formula como una pregunta acerca de qué consideraciones morales restrictivas limitan el
derecho del Estado a utilizar el castigo como medio para influir sobre el comportamiento
(Ross, 1976: 184)4.
una determinada cantidad de pena como retribución por el mal causado por el
delito; queda sólo en pie, por tanto, su segundo significado, el que establece la
gravedad de los delitos como límite infranqueable de las penas (Roxin, 1986:
prescindir de la pena cuando ello sea aconsejable por razones preventivas (Silva
Sánchez, 1992: 259; Mir Puig, 2002: 351; Roxin, 1986: 691).
Existe, por tanto, un amplio acuerdo en afirmar que las garantías comúnmente
lógica de la prevención, los cuales, señala Ross, expresan “la noción moral de que
180). Se trata entonces de principios éticos que debe respetar toda intervención
penal para ser legítima desde un punto de vista externo, los cuales además
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A conclusiones similares llegan Betegón, 1992: 332; Hassemer, 1982: 119; Dolcini, 1982: 390 y ss;
Muñagorri, 1977: 78 y s; Demetrio, 1999: 49 y s.
3.2 EL PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD EN SENTIDO AMPLIO
a imponer. Sin embargo, en los últimos años, y sin duda como una
las del legislador penal. De este modo, un amplio sector de la doctrina sostiene
(Arroyo, 1998; Aguado Correa, 1999; Berdugo et. al., 1999: 55 y s; Carbonell
Mateu, 1995: 204 y ss; Cobo del Rosal y Vives Antón, 1996: 75 y s; Lascuraín
supuesto una doble ampliación del mismo, tanto en lo que se refiere a sus
como las ofrecidas por las doctrinas retribucionistas: sólo se justifica la pena en
tanto un medio útil para alcanzar fines ajenos al derecho mismo, inicialmente
requisito de necesidad supone una valoración de la pena como un mal, como una
“inmoralidad prima facie” que sólo deviene legítima en cuanto no exista otro
medio igual de eficaz para alcanzar aquellos fines de protección (Prieto Sanchís,
2003b: 262). Esta idea ha sido expresada en el pensamiento penal a través del
de acudirse al derecho penal como ultima ratio, una vez ensayados y agotados
todos los demás medios de protección) y fragmentariedad (el derecho penal sólo
ha de intervenir para sancionar los ataques más graves contra los bienes
estricto, viene a exigir que los beneficios que se derivan de la protección penal
desde la perspectiva del bien jurídico, superen los costes que representa dicha
prohibiciones como con las penas, cálculo que confirma una fundamentación
debe satisfacer todo ejercicio del poder punitivo estatal, en tanto el mismo
representa una afectación de derechos fundamentales. Sin embargo, al
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Sobre la distinción entre la “norma de conducta” y la “norma de sanción” contenidas en las
disposiciones de la parte especial del Código Penal, vid. supra 1.2.2.