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concepción de mundo- ideologizada- del hombre y de los pueblos. Así, el cine político
en el subcontinente, aspiró a la construcción de imaginarios colectivos en la sociedad
Latinoamericana.
Cine y Sociedad
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combativa, haciendo que el espectador tomara conciencia de la realidad representada en
las pantallas. No sólo que tuviera la teoría de saber lo que pasaba en las calles, en las
poblaciones y en las huelgas, sino que además tomara conciencia práctica de la
revolución, y que asumiera un rol participativo en las revueltas y revoluciones desatadas
a lo largo de la década del 60.
Fernando Birri, precursor de la Escuela documentalista de Santa Fé, en 1962
declaraba:
“El cine latinoamericano da una imagen falsa de esa sociedad, de ese pueblo,
escamotea al pueblo: No da una imagen de ese pueblo. La función revolucionaria, es el
documental social en América Latina, es mirar la realidad como es. Hay una
problematización y un cambio. Documentar la realidad y el subdesarrollo. El cine que se
haga cargo de ese subdesarrollo, es subcine”1
Este cine social y/o revolucionario que plantea Birri, en respuesta de ese cine
comercial, falso, tergiversado y poco crítico que se estaba realizando en Latinoamérica-
como producto de una mimesis cinematográfica al modelo estadounidense- debía ser el
punto de intersección de todos los documentalistas latinoamericanos, con el propósito
de mostrar los conflictos sociales, la revisión de las representaciones de lo popular y la
reescritura de las “historias oficiales” en las filmaciones futuras
Festivales
El primer Encuentro de cineastas Latinoamericanos, surge en 1967 en la ciudad
de Viña del Mar. En un contexto donde representar la realidad social, se fijaba como
una de las preocupaciones esenciales en el Cine Latinoamericano de esa época:
Revolución Cubana, efervescencia reformista en las universidades, agitación social y
política en toda América Latina, entre otras.
Esta instancia sería clave para situar la noción del cine como una actividad
comprometida con su realidad, al tiempo que proveerá las principales influencias para el
nacimiento de nuevo cine latinoamericano.
El cine de esta forma no era tan solo una expresión artística, sino también una
forma de representar esa terrible realidad que no se mostraba. Un mecanismo de
comunicación que permitiría crear conciencia y transformarla a través de imágenes en
movimiento. Como diría el cineasta chileno, Aldo Francia - precursor de este primer
encuentro de cineastas Latinoamericanos- el cine podía ser la anfetamina del pueblo y
actuar como estimulante de la conciencia (Francia, 1990: 20)
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Birri, Fernando en Paranaguá, Paulo Antonio “Cine documental en América Latina” Madrid,
España, Editorial Catedral, Signo e Imagen 2003 p.456
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Viña del Mar marcaba el inicio de una unidad Latinoamericana, que “marcada
por el fuego del compromiso histórico” tendía a un rescate cultural, en que confluían las
diversas concepciones ideológicas y las diversas concepciones estéticas.
Un rescate a la memoria popular que coincidía con las voluntades políticas del
periodo, como si todas las producciones fílmicas lograran expresarse mediante un
lenguaje propio que emergiera de la inmersión del cineasta en la lucha de clases, para
manifestar de manera horizontal, las problemáticas sociales que sucumben, y a la vez
que identifican a la cultura
En Septiembre de 1968, en Mérida Venezuela, se llevó a cabo la I Muestra de
cine Documental Latinoamericano. En esta Muestra, van a hacer significativos los
aportes de Santiago Álvarez proveniente de Cuba, Jorge Sanjinés de Bolivia y Fernando
Solanas de Argentina. Estos 3 cineastas van a encender la “mecha” de la liberación y de
la creación del nuevo Cine Latinoamericano, tanto a nivel de propuestas estéticas, como
también del compromiso político y militante de sus películas.
En este sentido, Cavallo también manifiesta cuatro puntos trascendentales de
identificación del Nuevo Cine Latinoamericano:
“El compromiso político de filmar, sostenía que el cineasta debe abordar la realidad con
premura y con ansiedad el subdesarrollo, donde la libertad del ser humano se logra con
arma y combate, luchando con la realidad y con su pueblo”. (Álvarez, 2003: 460).
Dentro de los objetivos políticos y culturales que tenía este Nuevo Cine, el
cubano Ambrosio Fornet identifica 3 aspectos esenciales: Primero, contribuir al
desarrollo y fortalecimiento de una cultura nacional que, por imperativo categórico,
enfrente la posición ideológica imperialista, y por ende, de cualquier colonialismo
cultural, segundo, lograr una perspectiva continental y luchando para la creación de una
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patria Latinoamericana y tercero, abordar los conflictos sociales y llevarlos a la práctica
mediante una concientización de las masas populares.
Para dar cuenta de las reivindicaciones políticas discursivas en el área
cinematográfica, es imprescindible que nos situemos en 4 países Latinoamericanos que
dan origen no sólo a modelos estéticos con matices revolucionarios, sino a que también
sirvieron como nexo y conexión directa entre cineastas que lograban imbricar la
política, la estética y por ende, el llamado a lograr un sueño “bolivariano” de unión
Latinoamericana.
Sin lugar a duda que Cuba fue el epicentro y la cúpula cinematográfica para que
el resto de los países Latinoamericanos hablaran y teorizaran sobre el llamado “cine y
revolución” (Esto se ve reflejado e n la creación del ICAIC (Instituto Cubano del Arte y
la Industria Cinem.atográfica) tres meses después del triunfo victorioso de 1959, y
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donde además incidiría políticamente en los cineastas comprometidos con la causa
histórica: El cine no es sólo cuestión de estilos o formas expresivas, es también un
problema ideológico. Sin una consecuente toma de posición frente a estos problemas no
habrá jamás una obra cinematográfica verdaderamente revolucionaria y puesta al
servicio de las causas más progresistas de la humanidad
Sobre la base de esta primera teorización del cine revolucionario, Julio García
Espinoza que en 1961 filma “El joven Rebelde” y en 1967, “Las aventuras de Juan
Quinquin” en 1969 escribe un manifiesto para el Nuevo Cine Latinoamericano llamado,
“Por un cine Imperfecto”.
En él, sostiene que el cine aporta a la construcción de una nueva cultura, o
también de una revolución cultural, entendiendo el arte cinematográfico como actividad
esencialmente desinteresada del ser humano. (Orell, 2006: 80)
García Espinoza sostenía que este cine imperfecto, debía definir al Nuevo Cine
Latinoamericano, en términos de que lo “imperfecto” siempre camina al lado de las
grandes masas, de los subordinados, de los subalternos que sufren y recogen las migajas
del resto. La imperfección del cine, va más allá de teorizar que tipo de cine debiera
hacerse, pues también tenía que caer en un abandono constante de las técnicas y de las
esteticidades.
El cine “perfecto”, en consecuencia, es aquel que provenía de los grandes
estudios cinematográficos, especialmente del Imperialismo estadounidense que sólo
buscaba la mirada superficial y acrítica de la realidad.
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Getino y Solanas plantean la existencia de “Tres Cines”. El “primer cine” o
también llamado cine hollywoodense se rige por fines ajenos a sus reales intereses y
necesidades. El “segundo cine”, o también llamado cine de autor, introduce si bien un
avance respecto al primer cine, se deja llevar por el individualismo y por la conjetura
autoral de hacer un cine artístico y no revolucionario, finalmente el “Tercer Cine”, está
llamado a una destrucción y construcción cultural, pues “reconoce la más gigantesca
manifestación cultural, científica y artística de nuestro tiempo, la gran posibilidad de
construir desde cada pueblo una personalidad liberada, la descolonización de la cultura
Jorge Sanjinés, que en 1966 filma “Ukamau” (“Así es”) y en 1969 “Yawar
Malku” – o también denominada la Sangre del cóndor - transforman el elemento nativo
en un dato de rescate cultural y de acción política, ya que adoptan el idioma quechua a
una radicalización ideológica de lucha (Costa, 1996: 344)
Hay una depuración formal en las narrativas cinematográficas que se refleja en
los plano-secuencia de las formas tradicionales de representación e identificación tanto
de los espectadores, como del propio cineasta.
El cine como arma de combate está directamente relacionado con las vertientes
que identifica Sanjinés entre un cine contra el pueblo, y la otra, junto al pueblo.
Ciertamente que la segunda denominación está directamente relacionada con una
necesidad de identidad, donde el pueblo figura como la consciencia revolucionaria que
le interesa conocer. Le interesa conocer los sistemas de explotación y sus entretelones,
sus asesinos y explotadores, la verdadera historia y la verdad que sistemáticamente le
fue negada; al pueblo finalmente le interesa conocer las causas y no los efectos.
(Sanjinés, 1979: 20-25)
Finalmente, pese a la imposición de dictaduras militares por Estados Unidos en
el subcontinente, el pueblo Latinoamericano mantiene viva la memoria, la esperanza y
la mecha del fuego histórico que enciende de manera voraz el espíritu de lucha y
resistencia de los pueblos oprimidos.
Bibliografía
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Giunta, Andrea “Vanguardia, internacionalismo y política” Arte Argentino en los años
60. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. 2004
Costa Jordi, Heredero Carlos, Gubern Román, Gomery Douglas, Paranaguá Paulo
Antonio y Torreiro Casimiro “Historia General del Cine” Madrid, España: Editorial
Cátedra Vol. X 1996
Correa Sofía “Historia del siglo XX chileno: balance paradojal” Santiago de Chile:
Editorial Sudamericana 2001
Cavallo, Ascanio “Explotados y benditos. Mito y desmitificación del cine chileno de los
60” Santiago de Chile: Uqbar editores 2007
Sanjinés Jorge “Teoría y práctica de un cine junto al pueblo” D.F. México: Editoriales
Siglo XXI 1979
ORELL, Marcia “Las Fuentes del Nuevo cine latinoamericano” Valparaíso, Chile:
Ediciones Universitarias 2006