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Solamente Por Fe
Índice

Prefacio ……………………………………………………………………………….. 01
Introducción …………………………………………………………………………. 02
I.- La Justificación por la Fe: Una Doctrina Bíblica
1.- El Evangelio en el Antiguo Testamento ………………………………………….. 04
2.- El Evangelio en los Evangelios ………………………………………………………. 14
3.- El Evangelio Interpretado por Pablo ………………………………………………… 26
4.- El Evangelio en el Apocalipsis ……………………………………………………….
5.- Aplicación Práctica de la Enseñanza Bíblica ……………………………………. 35
II.- La Justificación por la Fe Enseñada por la Iglesia Antes del Siglo XIX
6.- De Pablo a Juan Wesley: un Resumen …………………………………………... 36
III.- Interpretación Adventista de la Doctrina de la Justificación por la Fe
7.- Las Primeras Cuatro Décadas ……………………………………………………….. 44
8.- El Congreso de la Conferencia General de 1888 …………………………………….. 52
9.- La Agitada Década del Noventa………………………………………………………... 60
10.- El Adventismo del Siglo XX y la Justificación por la Fe ………………………… 72
IV.- Conclusión
11.- Vislumbre del Futuro ………………………………………………………………. 92

Prefacio

Este libro, Solamente por la Fe, aparece en un momento oportuno. Cuando su autor presentó una parte
del material que lo constituye, durante una asamblea de obreros de una Unión, hace algunos meses, lo
instaron a prepararlo en forma de libro, al que anticipamos una amplia circulación, a los ASD de todas
partes, para que lo hagan objeto de su reflexión.
Resulta evidente que el autor ha dedicado mucha investigación cuidadosa y un intenso estudio al tema
que trata, porque su exposición es tersa y convincente. Diversas personas, especialmente en los últimos
meses, han comentado el Congreso de la Conferencia General celebrado en 1888 y el análisis de la
justificación por la fe realizado durante sus sesiones. Unas pocas personas han sugerido – en forma
enteramente equivocada – que la IASD ha errado el camino al no conseguir aprehender esta gran
enseñanza cristiana fundamental. Este libro pone las cosas en su debido lugar.
En los albores de nuestra historia como iglesia, nuestros vigorosos antepasados en la fe creían que
tenían la responsabilidad de hacer resaltar en forma palmaria ciertas doctrinas bíblicas peculiares que
ellos consideraban que habían sido descuidadas durante largo tiempo. Estos prohombres de nuestra fe,
llevados por su celo y su fervor, supusieron que comprendían y aceptaban en forma satisfactoria la gran
verdad de la justificación por la fe. Pusieron de relieve la obediencia a la verdad y a los mandamientos
de Dios, porque, según su opinión, estimaban que estos últimos eran considerados demasiado
livianamente y hasta tratados, en general, con más o menos indiferencia. En su celo por la verdad de
Dios, pasaron por alto el hecho de que la obediencia constituye un fruto espiritual de la conversión y la
salvación mediante Cristo, y no tanto un requisito previo que conduce a esta experiencia. Hay que
reconocer que la gran doctrina fundamental del Evangelio, la salvación únicamente por la fe, no
siempre era puesta en el lugar que le correspondía. Como resultado de este descuido, con mucha
frecuencia se exponían doctrinas descarnadas, o, para decirlo con una expresión de Ellen White,
“sermones sin Cristo”. Esta situación alcanzó un punto culminante en el Congreso de la Conferencia
General de 1888, celebrado en Minneapolis; y allí mismo fue enfrentada directamente. Resulta
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reconfortante saber que, aunque había algunos que vacilaban en aceptar este medio de salvación, había
muchos en ese tiempo, y ha habido muchos más en los años subsiguientes, que se aferraron a esta
grandiosa verdad y participaron de la maravillosa experiencia de la salvación únicamente por la fe en
Cristo y “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho”.
En este sentido, el surgimiento y el desarrollo de la IASD ha sido semejante al de muchas otras iglesias.
Según las palabras del autor: “En muchos casos, iglesias que habían comenzado con un profundo
énfasis evangélico han perdido algo de su ardor con el transcurso de los años”. El autor señala que la
aparición de nuevas pautas de pensamiento religioso con frecuencia ha extinguido el ardor evangélico.
“Los ASD ofrecen una variación interesante de la tendencia usual que se manifiesta entre los cuerpos
religiosos”. “La historia adventista evidencia un énfasis creciente en las verdades evangélicas, el que
puede atribuirse mayormente a la influencia de los escritos de Ellen White”.
Durante los últimos 70 años, las editoriales adventistas han producido una corriente, que cada vez se
torna más intensa, de libros, revistas y folletos, muchos de ellos procedentes de la pluma de la Sra.
White, que presentan a Cristo e instan a aceptarlo como nuestra esperanza de salvación. El
conocimiento de que este énfasis ha aumentado constantemente entre nosotros, produce mucha
satisfacción. Esta posición adventista subraya la nítida declaración del apóstol Pablo: “Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que
nadie se gloríe”.
Queremos terminar parafraseando las palabras de las últimas líneas que aparecen en este libro:
“Debemos aprender el significado de la gran verdad que enseña que los hombres son salvados
únicamente por la fe, y debemos proclamarla fielmente”.
Ruben R. Figuhr

12 de Febrero de 1962

Introducción

“¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y
hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo”. TM:464.
“Cuando Dios declara que somos justos, quedamos libres de la condenación y somos restaurados a su
favor. Se nos concede una nueva posición delante de Dios. Somos perdonados. Queda remitida la pena
de muerte que merecíamos por la transgresión de la ley. Somos recibidos en el favor de Dios. Ahora su
gracia fluye abundantemente hacia nosotros y nos imparte toda bendición espiritual. Y la base de todo
esto es Jesucristo y su obra terminada”. Carlyle B. Haynes, Justicia en Cristo:15.
“Podríamos decir que la fe es la mano que el pecador extiende para recibir el ‘don gratuito’ de la
misericordia de Dios … Dios siempre espera derramar sobre nosotros este don, y está dispuesto a
hacerlo, no como una recompensa para algo que nosotros podamos hacer, sino simplemente a causa de
su amor infinito. Ese don es para nosotros, y podemos recibirlo mediante la fe”. 6CBA:502.
Estas declaraciones procedentes de tres autores adventistas, juntamente con miles de otras aserciones
semejantes, revelan el profundo énfasis evangélico de los ASD. Este discernimiento espiritual comenzó
con un énfasis en el deber y en la profecía. No es que no se creyeran las grandes verdades del
Evangelio, sino que éstas se dieron por sentadas. Muchos de los primeros creyentes eran conversos de
otras congregaciones y conocían por experiencia personal el significado de la salvación.
Con el transcurso del tiempo, se descuidó el énfasis evangélico debido a la necesidad imperiosa de
defender las doctrinas peculiares, tales como el Sábado, la inmortalidad condicional y la segunda
venida de Cristo. Llegó el momento cuando esforzados dirigentes denominacionales se percataron de
este descuido y entraron en campaña para restaurar ese perdido énfasis en la salvación únicamente por
la fe. Un congreso notable de la Conferencia General, miles de páginas publicadas y una década de
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reavivamiento, juntamente con muchos otros factores, son los que contribuyeron a implantar
profundamente el énfasis evangélico, de modo que su fruto fuera permanente y abundante.
Este libro persigue cuatro fines: primero, revivir algunos aspectos de la doctrina de la justificación por
la fe tal como se la enseña en la Biblia. La primera parte se dedica a este propósito. Esperamos que esta
sección ayudará a los lectores a ver la justificación por la fe como un tema que corre a lo largo de toda
la Sagrada Escritura. Esperamos también que se preste atención especial al capítulo titulado “El
Evangelio en los Evangelios”. Con frecuencia se menciona a Pablo como la fuente principal acerca de
la justificación por la fe. Los escritos de Pablo tienen una tremenda importancia, pero los cuatro
Evangelios también son vitales en la revelación de las verdades básicas sobre las que Pablo y todos los
demás apologistas han edificado.
El segundo propósito consiste en la presentación de un breve estudio de la historia de la doctrina de la
justificación por la fe, desde Pablo hasta Wesley. Este estudio es indispensable para la comprensión del
lugar que esta ocupa en la IASD. Toda doctrina tiene sus raíces en el pasado y puede ser comprendida
plenamente tan sólo en el contexto de ese pasado. La segunda parte de esta obra explora los siglos
cristianos para proporcionar este antecedente necesario.
El tercer propósito de este libro es examinar la actitud de la IASD hacia la doctrina de la justificación
por la fe. Mi interés en este aspecto del tema fue estimulado por primera vez en 1937 cuando, en mis
primeros años de pastorado, me encontré frente a las pretensiones de una organización disidente que
enseñaba la teoría de que la IASD había rechazado la doctrina de la justificación por la fe en 1888.
pocos años después tuve el privilegio de investigar en los archivos denominacionales y reconstruir los
acontecimientos ocurridos en torno al bien conocido congreso celebrado en Minneapolis en 1888.
Como se verá, no estoy de acuerdo con los que pretendían que la denominación había rechazado
completamente la doctrina en 1888, y tampoco concuerdo con los que sostienen que la doctrina fue
aceptada entusiastamente en aquel tiempo. Creo que el desarrollo de un poderoso énfasis evangélico en
la IASD debe evaluarse sobre la base de las perspectivas históricas que abarcan más de un siglo. El
congreso de 1888 fue un incidente importante en una larga y complicada secuencia histórica. Me he
esforzado por reconstruir esta secuencia en sus aspectos esenciales.
El cuarto propósito que persigue este libro consiste en ofrecer al lector una muestra de las
publicaciones adventistas acerca de la justificación por la fe. Pido disculpas por la gran cantidad de
material citado. Por ejemplo, en el capítulo 1, “El Evangelio en el Antiguo Testamento”, aparece una
serie de citas tomadas de los dos libros que Ellen White escribió acerca del Antiguo Testamento:
Patriarcas y Profetas y Profetas y Reyes. Este capítulo cumple dos finalidades: muestra los
antecedentes que la doctrina de la justificación por la fe tiene en el Antiguo Testamento y presenta la
interpretación adventista de ese material tal como se lo encuentra en los escritos de la Sra. White. Las
referencias que presentamos en este libro no se limitan de ninguna manera únicamente a las obras de
Ellen White. El capítulo titulado “El Adventismo del Siglo XX”, abunda en citas pertenecientes a
autores adventistas modernos representativos. Esperamos que las numerosas citas que contiene este
libro ayudarán al lector a apreciar la riqueza de las publicaciones adventistas en este aspecto de la
verdad.
Debo hacer un comentario concerniente a la terminología. He utilizado en general, la expresión
teológica más familiar “justificación por la fe” antes que las expresiones “salvación por la fe” o
“justicia por la fe”. En las publicaciones adventistas, con frecuencia se emplean estas expresiones con
el mismo valor, aunque algunos autores limitan “justificación por la fe” a su significado básico en
relación con la conversión. Tratar de mantener una cuidadosa distinción entre la gracia de Dios tal
como obra para convertir a un hombre y la gracia de Dios tal como obra para mantener a un hombre en
Cristo, constituye una distinción teológica que escapa al propósito de este libro.
En la presentación de los hechos históricos he tratado de ser objetivo, comprendiendo, por cierto, que
una objetividad completa no es posible ni tampoco es siempre deseable. Cada cristiano ferviente está
profundamente comprometido en la gran verdad. Este no puede analizar con desapego la gracia de Dios
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y su propia fe o las experiencias llamadas justificación y santificación. Estas verdades lo significan


todo para él. Están implicados su felicidad presente, el propósito de su vida y su destino eterno. Su
voluntad, sus emociones y su intelecto están igualmente comprometidos. Él ora fervorosamente para
que otros experimenten aquello que él ha experimentado en Cristo.
Confío en que este volumen no sólo proporcionará información histórica y doctrinal, sino que también
servirá para glorificar a Dios, por cuya gracia somos salvos.
El Autor
Universidad de Andrews, Berrien Springs, Michigan

Nota especial para la edición en Español.-

Desde la publicación de la edición inglesa de este libro, en 1962, se han llevado a cabo dos
investigaciones importantes acerca de la historia de la doctrina de la justificación por la fe en la IASD:
el resultado de la primera es el libro “Desde la Crisis a la Victoria”, del pastor A. V. Olson; la otra
investigación se ha concretado en la forma de un manuscrito aun no publicado en el momento de
escribir estas líneas, titulado “Eternas Verdades Triunfantes”, del Dr. L. E. Froom. Ambos autores han
explorado detalladamente ciertas áreas presentadas en forma general en este libro. Recomiendo la
lectura de las dos obras citadas.
Norval F. Pease
Universidad de Loma Linda

Primera Parte: La Justificación por la Fe: Una Doctrina Bíblica

Capítulo 1: El Evangelio en el Antiguo Testamento

El Siervo Doliente.-

Si alguien me preguntara cuál es la parte del Antiguo Testamento en la que el Evangelio de Cristo tiene
su expresión más acabada, contestaría sin vacilación: Isaías 52:13 a 53:12. Este pasaje constituye un
poema de cinco estrofas, cada una de las cuales describe alguna fase del ministerio de Cristo. Pienso
que estas estrofas magníficas constituyen una introducción adecuada para este libro. A cada estrofa le
he puesto el título sugerido por el gran erudito escocés del Antiguo Testamento, Jorge Adams Smith:

El Siervo Divino.-

“Mi Siervo se portará sabiamente, será engrandecido, exaltado y muy sublimado. Muchos se
asombrarán de él, al ver su semblante desfigurado, hasta perder toda apariencia humana. Pero muchas
naciones quedarán admiradas. Los reyes cerrarán ante él la boca; porque verán lo que nunca les fue
contado, y entenderán lo que jamás habían oído”.

El Doliente Divino.-

“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿A quién se ha revelado el brazo del Eterno? Mi Siervo creció
como un retoño, como raíz en tierra seca. No tenía belleza ni majestad para atraernos, nada en su
apariencia para que lo deseáramos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en quebranto. Y como escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo
estimamos”.
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El Sustituto Divino.-

“Sin embargo, él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. Y nosotros lo tuvimos por
azotado, por herido de Dios y abatido. Pero él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos curados. Todos nos descarriamos
como ovejas, cada cual se desvió por su camino. Pero el Eterno cargó sobre él el pecado de todos
nosotros”.

El Sacrificio Divino.-

“Angustiado y afligido, no abrió su boca. Como cordero fue llevado al matadero. Como oveja ante sus
trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca. Fue arrestado y juzgado injustamente, sin que nadie
pensara en su linaje. Fue cortado de la tierra de los vivientes. Por la rebelión de mi pueblo le dieron
muerte. Se dispuso con los impíos su sepultura, pero con los ricos fue en su muerte; porque nunca hizo
maldad, ni hubo engaño en su boca”.

La satisfacción Divina.-

“Con todo, el Eterno quiso quebrantarlo mediante el sufrimiento. Y como puso su vida en sacrificio por
el pecado, verá linaje, prolongará sus días, y la voluntad del Eterno será prosperada en su mano.
Después de tanta aflicción verá la luz, y quedará satisfecho. Con su conocimiento mi siervo justo
justificará a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y
con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los
perversos, cuando en realidad, él llevó el pecado de muchos, y oró por los transgresores”.

Por muy hermoso y completo que sea este poema, no es de ningún modo el único pasaje que proclama
el Evangelio en el Antiguo Testamento. La misión salvadora de Cristo, como el tema de un sinfonía,
emerge en casi cada libro del Volumen Sagrado. Ellen White, en os de sus libros, Patriarcas y Profetas
y Profetas y reyes, menciona con frecuencia tales pasajes. En este capítulo presentamos varios de ellos.

De Adán a José.-

Los capítulos iniciales del Antiguo Testamento proclaman a Dios como el Creador. Este concepto es
fundamental para el cristianismo evangélico. Se espera que un Dios que creó al hombre asuma la
responsabilidad hacia el objeto de su amor creador. El Evangelio: las buenas nuevas de Dios de la
redención, representa la manifestación de este amor divino.
La doctrina bíblica de la Trinidad revela un íntimo vínculo entre la creación y la redención:
“El Soberano del universo no estaba solo en su obra benéfica. Tuvo un compañero, un colaborador que
podía apreciar sus designios, y que podía compartir su regocijo al brindar felicidad a los seres creados.
‘En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con
Dios’. (Juan 1:1-2). Cristo, el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el Padre eterno, uno solo
en naturaleza, en carácter y en propósito; era el único ser que podía penetrar en todos los designios y
fines de Dios”. (PP:11-12).
Cuando resultó evidente que el hombre necesitaría redención, se reveló que “el amor divino había
concebido un plan mediante el cual el hombre podría ser redimido”. (PP:48).
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“Dios se iba a manifestar en Cristo, ‘reconciliando el mundo a sí’ (2 Cor. 5:19). El hombre se había
envilecido tanto por el pecado que le era imposible por sí mismo ponerse en armonía con Aquel cuya
naturaleza es bondad y pureza. Pero después de haber redimido al mundo de la condenación de la ley,
Cristo podría impartir poder divino al esfuerzo humano. Así, mediante el arrepentimiento ante Dios y la
fe en Cristo, los caídos hijos de Adán podrían convertirse nuevamente en ‘hijos de Dios’ (1 Juan 3:2)
(PP:49).
Las líneas anteriores condensan la doctrina de la salvación por la fe. La ley condenaba al hombre, pero
no podía salvarlo. Cristo, en la cruz, redimió al hombre de esta condenación. Esta redención fue
definitiva, completa y adecuada. Se pagó el precio, de modo que esta experiencia de la redención
estaría al alcance de cada ser humano que la aceptara “mediante el arrepentimiento ante Dios y la fe en
Cristo”. Esta redención no solo pondría al hombre en una relación satisfactoria con Dios, sino que
también le aseguraría una fuente de poder divino que le permitiera vivir la clase de vida apropiada para
un “hijo de Dios”.
Desde las puertas del Edén en adelante, se ilustró una vez tras otra esta provisión divina de redención.
En Hebreos 11 leemos: “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín”.
“Abel comprendía los grandes principios de la redención. Veía que era pecador, y que el pecado y su
pena de muerte se interponían entre su alma y la comunión con Dios. Trajo la víctima inmolada, la vida
sacrificada, y así reconoció las demandas de la ley que había sido quebrantada. En la sangre derramada
contempló el futuro sacrificio, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación
que iba a realizar allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda había sido aceptada”.
(PP:59-60).
En contraste, miles de personas en aquellos días de la antigüedad siguieron el ejemplo de los
edificadores de la Torre de Babel, cuyo pecado consistió en confiar “en sí mismos”, “el mismo que
siguió Caín al presentar su ofrenda”. (PP:115).
Para preservar el conocimiento de Dios en el mundo, Dios eligió a hombres como Abraham y los
demás patriarcas. Dios le prometió a Abraham que él sería el padre de una gran nación. “Además, el
heredero de la fe recibió la promesa que para él era la más preciosa de todas, a saber que de su linaje
descendería el Redentor del mundo: ‘Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra’”. (PP:117-
118). Esta promesa le fue repetida a Abraham en diversas ocasiones. Parece como si Dios hubiera
elegido momentos de crisis en la vida de Abraham cuando la repetición de la promesa le proporcionaría
valor y esperanza.
La vida de Jacob fue manchada por una conducta fraudulenta. Este finalmente experimentó un
momento de crisis en Jacob, donde luchó con el Ángel. Allí fue donde aprendió una lección con
referencia al significado del método de redención de Dios: “Por la entrega de sí mismo y por su
confiada fe, Jacob alcanzó lo que no había podido alcanzar por su propia fuerza. Así el Señor enseñó a
su siervo que sólo el poder y la gracia de Dios podían darle las bendiciones que anhelaba. Así ocurrirá
con los que vivan en los últimos días. Cuando los peligros los rodeen, y la desesperación se apodere de
su alma, deberán depender únicamente de los méritos de la expiación. Nada podemos hacer por
nosotros mismos. En toda nuestra desamparada indignidad, debemos confiar en los méritos del
Salvador crucificado y resucitado. Nadie perecerá jamás mientras haga esto”. (PP:201).
La vida de José no estuvo manchada por ninguna de las debilidades que aquejaron a su padre. La
fortaleza y la hermosura de su carácter fueron tan asombrosas, que su vida ha sido presentada como una
ilustración de la vida de Cristo:
“La paciencia y la mansedumbre de José bajo la injusticia y la opresión, el perdón que otorgó
espontáneamente y su noble benevolencia para con sus hermanos inhumanos, representan la paciencia
sin quejas del Salvador en medio de la malicia y el abuso de los impíos, y su perdón que otorgó no sólo
a sus asesinos, sino también a todos los que se alleguen a él confesando sus pecados y buscando
perdón”. (PP:244-245).
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El Éxodo.-

Moisés realizó una gran decisión cuando echó su suerte con la de la nación esclava de Israel. Pero el
incidente del asesinato del egipcio expone su ignorancia de los métodos de Dios. “Aun tenía que
aprender la misma lección de fe que se les había enseñado a Abraham y a Jacob, es decir, a no
depender, para el cumplimiento de las promesas de Dios, de la fuerza y sabiduría humanas, sino del
poder divino”. (PP:253).
En la noche de la liberación de los israelitas de su esclavitud en Egipto, se instituyó una ceremonia que
contiene un profundo significado evangélico:
“La Pascua debía de ser tanto conmemorativa como simbólica. No sólo recordaría la liberación de
Israel, sino que también señalaría la liberación más grande que Cristo habría de realizar para libertar a
su pueblo de la servidumbre del pecado. El cordero del sacrificio representa al ‘Cordero de Dios’, en
quien reside nuestra única esperanza de salvación. Dice el apóstol: ‘Nuestra pascua, que es Cristo, fue
sacrificada por nosotros’ (1 Cor. 5:7). No bastaba que el cordero pascual fuese muerto; había que
rociar con su sangre los postes de las puertas, como los méritos de la de Cristo deben aplicarse al alma.
Debemos creer, no solo que él murió por el mundo, sino que murió por cada uno individualmente.
debemos apropiarnos de la virtud del sacrificio expiatorio”. (PP:281).
Los meses que siguieron a estos acontecimientos estuvieron señalados por la proclamación de la ley en
el Sinaí y la promulgación de regulaciones concernientes a la vida individual y tribal de Israel. Pero el
Sinaí no era únicamente el monte de la ley:
“Mediante este resplandor, Dios trató de hacer comprender a Israel el carácter santo y exaltado de su
ley, y la gloria del Evangelio revelado mediante Cristo. Mientras Moisés estaba en el monte, Dios le
dio, no sólo las tablas de la ley, sino también el plan de la salvación. Vio que todos los símbolos y tipos
de la época judaica prefiguraban el sacrificio de Cristo; y era tanto la luz celestial que brota del
Calvario como la gloria de la ley de Dios, lo que hacía fulgurar el rostro de Moisés. Aquella divina
iluminación era un símbolo de la gloria del pacto del cual Moisés era el mediador visible, el
representante del único Intercesor verdadero”. (PP:341).
La pertinencia de esta observación resulta más evidente cuando consideramos el sistema de culto
establecido en Israel mediante Moisés. En todo el complicado sistema de sacrificios, fiestas y otras
observancias, puede verse la idea básica de la expiación. La ley definía el pecado. Los servicios que se
realizaban en el antiguo santuario constituían una lección objetiva dada a un pueblo primitivo
concerniente a la forma como se resolvería el problema del pecado. En todo el ciclo de ceremonias
diarias y anuales, se le recordaba constantemente a Israel que 1) el pecado es serio; 2) el pecado causa
la muerte; 3) Dios perdona al penitente sincero. “Encima de la ley estaba el propiciatorio, donde se
revelaba la presencia de Dios y desde el cual, en virtud de la expiación, se le otorgaba perdón al
pecador arrepentido”. (PP:361).
“Así como en ese servicio simbólico el sacerdote miraba por medio de la fe el propiciatorio que no
podía ver, así ahora el pueblo de Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote,
quien invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el santuario celestial”. (PP:366).
Los símbolos del servicio del santuario constituían un recordatorio constante del plan de redención. Por
ejemplo:
“El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la intercesión de
Cristo, su perfecta justicia, la cual por medio de la fe es acreditada a su pueblo, y es lo único que puede
hacer el culto de los seres humanos aceptable a Dios. Delante del velo del lugar santísimo, había un
altar de intercesión perpetua; y delante del lugar santo, un altar de expiación continua. Había que
acercarse a Dios mediante la sangre y el incienso, pues estas cosas simbolizaban al gran Mediador, por
medio de quien los pecadores pueden acercarse a Jehová, y por cuya intervención tan sólo puede
otorgarse misericordia y salvación al alma arrepentida y creyente”. (PP:366).
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“De este modo, en el servicio del tabernáculo, y en el del templo que posteriormente ocupó su lugar, se
enseñaban diariamente al pueblo las grandes verdades relativas a la muerte y al ministerio de Cristo, y
una vez al año sus pensamientos eran llevados hacia los acontecimientos finales de la gran controversia
entre Cristo y Satanás, y hacia la purificación final del universo, que lo limpiará del pecado y de los
pecadores”. (PP:372).
La interpretación adventista del Antiguo Testamento ha colocado a Cristo en un lugar destacado. No
sólo lo asocia al Padre en la creación (Juan 1:3), sino que también lo presenta como el dirigente de
Israel en el desierto (1 Cor. 10:4).
“En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de Dios se manifestó por medio de Cristo.
No sólo cuando vino el Salvador, sino a través de todos los siglos después de la caída del hombre y de
la promesa de la redención, "Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí". (2 Cor. 5:19)”.
(PP:381-382).
“Desde que el Salvador derramó su sangre para la remisión 384 de los pecados, y ascendió al cielo
"para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios" (Heb. 9:24), raudales de luz han brotado
de la cruz del Calvario y de los lugares santos del santuario celestial. Pero porque se nos haya otorgado
una luz más clara no debiéramos menospreciar la que en tiempos anteriores fue recibida mediante
símbolos que revelaban al Salvador futuro”. (PP:383-384).
El plan de salvación de Dios está ilustrado en las disposiciones divinas conocidas como los “pactos”. El
“antiguo pacto”, el convenio de Israel con Dios, estaba basado en el principio de: obedece y vive;
desobedece y muere. El “nuevo pacto” o “pacto eterno” constituía un convenio de Dios con el hombre.
estaba establecido sobre “mejores promesas”: las promesas de Dios; no las del hombre. Incluía “la
promesa del perdón de los pecados y de la gracia de Dios para renovar el corazón y ponerlo en armonía
con los principios de la ley de Dios … En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia aceptamos
la justicia de Cristo. Su sangre expía nuestros pecados. Su obediencia es aceptada en nuestro favor”.
(PP:389). El nuevo pacto no constituye nada que sea más o menos que el Evangelio. Es la disposición
de Dios mediante la cual su gracia y la fe del hombre producen la redención de este último.
Un incidente en la historia de la peregrinación de Israel ilustra la dinámica de la redención. Israel había
cometido un grave pecado y estaba siendo castigado mediante una plaga de serpientes mortíferas. Se
instruyó a Moisés para que erigiera una serpiente de bronces en medio del pueblo, para que viviera todo
aquel que mirara la serpiente de bronces.
“El alzamiento de la serpiente de bronce tenla por objeto enseñar una lección importante a los
israelitas. No podían salvarse del efecto fatal del veneno que había en sus heridas. Solamente Dios
podía curarlos. Se les pedía, sin embargo, que demostraran su fe en lo provisto por Dios. Debían mirar
para vivir. Su fe era lo aceptable para Dios, y la demostraban mirando la serpiente. Sabían que no había
virtud en la serpiente misma, sino que era un símbolo de Cristo; y se les inculcaba así la necesidad de
tener fe en los méritos de él… Los israelitas salvaban su vida mirando la serpiente levantada en el
desierto. Aquella mirada implicaba fe. Vivían porque creían la palabra de Dios, y confiaban en los
medios provistos para su restablecimiento. Así también puede el pecador mirar a Cristo, y vivir. Recibe
el perdón por medio de la fe en el sacrificio expiatorio. En contraste con el símbolo inerte e inanimado,
Cristo tiene poder y virtud en sí para curar al pecador arrepentido.
Aunque el pecador no puede salvarse a sí mismo, tiene sin embargo algo que hacer para conseguir la
salvación. "Al que a mí viene, no le echo fuera". (Juan 6:37). Pero debemos ir a él; y cuando nos
arrepentimos de nuestros pecados, debemos creer que nos acepta y nos perdona. La fe es el don de
Dios, pero el poder para ejercitarla es nuestro. La fe es la mano de la cual se vale el alma para asir los
ofrecimientos divinos de gracia y misericordia.
Nada excepto la justicia de Cristo puede hacernos merecedores de una sola de las bendiciones del pacto
de la gracia. Muchos son los que durante largo plazo han deseado obtener estas bendiciones, pero no
las han recibido, porque han creído que podían hacer algo para hacerse dignos de ellas. No apartaron
las miradas de sí mismos ni creyeron que Jesús es un Salvador absoluto. No debemos pensar que
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nuestros propios méritos nos han de salvar; Cristo es nuestra única esperanza de salvación. "Y en
ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos." (Hechos 4:12)”. (PP:457-459).

Los profetas.-

Muchos años después, cuando los hebreos estaban bien establecidos en su tierra, Samuel instruyó un
sistema educacional para los dirigentes religiosos, que llegó a conocerse como la escuela de los
profetas. Concerniente al plan de estudios de estas escuelas, se nos dice:
“En los anales de la historia sagrada, se seguían los pasos de Jehová. Se recalcaban las grandes
verdades presentadas por los símbolos o figuras y la fe trababa del objeto central de todo aquel sistema:
el Cordero de Dios que había de quitar el pecado del mundo”. (PP:644).
Años después el profeta Elías experimentó una gran crisis en su vida. Después de una notable victoria
obtenida sobre los profetas de Baal, pasó por un periodo de profundo desánimo e incertidumbre. La
Sra. White realiza el siguiente comentario acerca de esta experiencia del profeta:
“Hermano cristiano, Satanás conoce tu debilidad; por lo tanto aférrate a Jesús. Permaneciendo en el
amor de Dios, puedes soportar toda prueba. Sólo la justicia de Cristo puede darte poder para resistir a la
marea del mal que arrasa al mundo. Introduce fe en tu experiencia. La fe alivia toda carga y todo
cansancio. Si confías de continuo en Dios, podrás comprender las providencias que te resultan ahora
misteriosas. Recorre por la fe la senda que él te traza. Tendrás pruebas; pero sigue avanzando. Esto
fortalecerá tu fe, y te preparará para servir”. (PR:129-130).
Isaías, el “profeta evangélico”, vio claramente los principios de la gracia divina y procuró enseñarlos en
sus días:
“Al contemplar a su Dios, el profeta, como Saulo de Tarso frente a Damasco, recibió no sólo una visión
de su propia indignidad, sino que penetró en su corazón humillado la seguridad de un perdón completo
y gratuito, y se levantó transformado. Había visto a su Señor. Había obtenido una vislumbre de la
hermosura del carácter divino. Podía atestiguar la transformación que se realizó en él por la
contemplación del amor infinito. Se sintió inspirado desde entonces por el deseo ardiente de ver al
errante Israel libertado de la carga y penalidad del pecado”. (PR:233-234).
Isaías presentó claramente la invitación evangélica:
“Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadlo en tanto que está cerca. Deje el impío su
camino, y el hombre malo sus pensamientos; y vuélvase al Señor, quien tendrá de él misericordia, y a
nuestro Dios, que es amplio en perdonar”. (Isa. 55:6-7).
Mediante el profeta Jeremías se dio la promesa del “nuevo pacto”, el que incluía un perdón completo:
“Este es el pacto que haré con Israel después de aquellos días, —dice el Eterno—: Pondré mi Ley en
sus mentes, y la escribiré en sus corazones. Y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y ninguno
enseñará más a su prójimo, ni a su hermano, diciendo: 'Conoce al Señor'. Porque todos me conocerán,
desde el menor hasta el mayor —dice el Señor— y perdonaré su maldad, y no me acordaré más de su
pecado". (Jer. 31:33-34).
Zacarías, mediante una sorprendente alegoría, expuso la idea de la redención: “En una visión, el profeta
contempla a "Josué, el gran sacerdote, ... vestido de vestimentas viles" (Zac. 3:1-3), en pie delante del
Ángel de Jehová, impetrando la misericordia de Dios en favor de su pueblo afligido. Mientras suplica a
Dios que cumpla sus promesas, Satanás se levanta osadamente para resistirle. Señala las transgresiones
de los hijos de Israel como razón por la cual no se les podía devolver el favor de Dios. Los reclama
como su presa y exige que sean entregados en sus manos.
El sumo sacerdote no puede defenderse a sí mismo ni a su pueblo de las acusaciones de Satanás. No
sostiene que Israel esté libre de culpas. En sus andrajos sucios, que simbolizan los pecados del pueblo,
que él lleva como su representante, está delante del Ángel, confesando su culpa, aunque señalando su
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arrepentimiento y humillación y fiando en la misericordia de un Redentor que perdona el pecado. Con


fe se aferra a las promesas de Dios.
Entonces el Ángel, que es Cristo mismo, el Salvador de los pecadores, hace callar al acusador de su
pueblo declarando: "Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová, que ha escogido a Jerusalén, te reprenda.
¿No es éste tizón arrebatado del incendio?" (verso 2). Israel había estado durante largo tiempo en el
horno de la aflicción. A causa de sus pecados, había sido casi consumido en la llama encendida por
Satanás y sus agentes para destruirlo; pero Dios había intervenido ahora para librarle.
Al ser aceptada la intercesión de Josué, se da la orden: "Quitadle esas vestimentas viles," y a Josué el
Ángel declara: "Mira que he hecho pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala". "Y
pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y vistiéronle de ropas". (verso 4-5). Sus propios pecados y
los de su pueblo fueron perdonados. Israel había de ser revestido con "ropas de gala," la justicia de
Cristo que les era imputada. La mitra puesta sobre la cabeza de Josué era como la que llevaban los
sacerdotes, con la inscripción: "Santidad a Jehová" (Exo. 28:36), lo cual significaba que a pesar de sus
antiguas transgresiones estaba ahora capacitado para servir delante de Dios en su santuario.
El Ángel declaró entonces: "Así dice Jehová de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si
guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también tú guardarás mis atrios, y entre éstos
que aquí están te daré plaza". (Zac. 3:7). Si obedecía, se le honraría como juez o gobernante del templo
y todos sus servicios; andaría entre ángeles que le acompañarían aun en esta vida; y al fin se uniría a la
muchedumbre glorificada en derredor del trono de Dios.
"Escucha pues ahora, Josué gran sacerdote, tú, y tus amigos que se sientan delante de ti; porque son
varones simbólicos: He aquí, yo traigo a mi siervo, el Pimpollo". (Verso 8). El Pimpollo ['Vástago,' V.
M., o "Brote", V. Bover - Cantera] era la esperanza de Israel. Era por la fe en el Salvador venidero
cómo Josué y su pueblo recibían perdón. Por la fe en Cristo, les era devuelto el favor de Dios. En virtud
de sus méritos, si andaban en sus caminos y guardaban sus estatutos, serían "varones simbólicos,"
honrados como los escogidos del Cielo entre las naciones de la tierra.
Así como Satanás acusaba a Josué y a su pueblo, en todas las edades ha acusado a los que buscaban la
misericordia y el favor de Dios. Es "el acusador de nuestros hermanos, ... el cual los acusaba delante de
nuestro Dios día y noche." (Apoc. 12:10). La controversia se repite acerca de cada alma rescatada del
poder del mal, y cuyo nombre se registra en el libro de la vida del Cordero. Nunca se recibe a alguno en
la familia de Dios sin que ello excite la resuelta resistencia del enemigo. Pero el que era entonces la
esperanza de Israel, así como su defensa, justificación y redención, es hoy también la esperanza de la
iglesia.
Las acusaciones de Satanás contra aquellos que buscan al Señor no son provocadas por el desagrado
que le causen sus pecados. El carácter deficiente de ellos le causa regocijo porque sabe que sólo si
violan la ley de Dios puede él dominarlos. Sus acusaciones provienen únicamente de su enemistad
hacia Cristo. Por el plan de salvación, Jesús está quebrantando el dominio de Satanás sobre la familia
humana y rescatando almas de su poder. Todo el odio y la malicia del jefe de los rebeldes se encienden
cuando contempla la evidencia de la supremacía de Cristo, y con poder y astucia infernales obra para
arrebatarle los hijos de los hombres que han aceptado la salvación. Induce a los hombres al
escepticismo, haciéndoles perder la confianza en Dios y separarse de su amor; los tienta a violar su ley,
luego los reclama como cautivos suyos y disputa el derecho de Cristo a quitárselos.
Satanás sabe que aquellos que buscan a Dios fervientemente para alcanzar perdón y gracia los
obtendrán; por lo tanto les recuerda sus pecados para desanimarlos. Constantemente busca motivos de
queja contra los que procuran obedecer a Dios. Trata de hacer aparecer como corrompido aun su
servicio mejor y más aceptable. Mediante estratagemas incontables y de las más sutiles y crueles,
intenta obtener su condenación.
El hombre no puede por sí mismo hacer frente a estas acusaciones del enemigo. Con sus ropas
manchadas de pecado, confiesa su culpabilidad delante de Dios. Pero Jesús, nuestro Abogado, presenta
una súplica eficaz en favor de todos los que mediante el arrepentimiento y la fe le han confiado la
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guarda de sus almas. Intercede por su causa y vence a su acusador con los poderosos argumentos del
Calvario. Su perfecta obediencia a la ley de Dios le ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra, y él
solicita a su Padre misericordia y reconciliación para el hombre culpable. Al acusador de sus hijos
declara: ¡Jehová 431 te reprenda, oh Satanás! Estos son la compra de mi sangre, tizones arrancados del
fuego. Y los que confían en él con fe reciben la consoladora promesa: "Mira que he hecho pasar tu
pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala." (Zac. 3:4).
Todos los que se hayan revestido del manto de la justicia de Cristo subsistirán delante de él como
escogidos fieles y veraces. Satanás no puede arrancarlos de la mano de Cristo. Este no dejará que una
sola alma que con arrepentimiento y fe haya pedido su protección caiga bajo el poder del enemigo. Su
Palabra declara: "¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí, haga paz conmigo." (Isa.
27:5). La promesa hecha a Josué se dirige a todos: "Si guardares mi ordenanza, ... entre éstos que aquí
están te daré plaza." (Zac. 3:7). Los ángeles de Dios irán a cada lado de ellos, aun en este mundo, y
ellos estarán al fin entre los ángeles que rodean el trono de Dios.
La visión de Zacarías con referencia a Josué y el Ángel se aplica con fuerza especial a la experiencia
del pueblo de Dios durante las escenas finales del gran día de expiación. La iglesia remanente será
puesta entonces en grave prueba y angustia. Los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús sentirán la ira del dragón y de su hueste. Satanás considera a los habitantes del mundo súbditos
suyos; ha obtenido el dominio de muchos cristianos profesos; pero allí está ese pequeño grupo que
resiste su supremacía. Si él pudiese borrarlo de la tierra, su triunfo sería completo. Así como influyó en
las naciones paganas para que destruyesen a Israel, pronto incitará a las potestades malignas de la tierra
a destruir al pueblo de Dios. Se requerirá de los hombres que rindan obediencia a los edictos humanos
en violación de la ley divina.
Los que sean fieles a Dios y al deber serán amenazados, denunciados y proscritos. Serán traicionados
por "padres, y hermanos, y parientes, y amigos". (Luc. 21:16). Su única esperanza se cifrará en la
misericordia de Dios; su única defensa será la oración. Como Josué intercedía delante del Ángel, la
iglesia remanente, con corazón quebrantado y ardorosa fe, suplicará perdón y liberación por medio de
Jesús su Abogado. Sus miembros serán completamente conscientes del carácter pecaminoso de sus
vidas, verán su debilidad e indignidad, y mientras se miren a sí mismos, estarán por desesperar.
El tentador estará listo para acusarlos, como estaba listo para resistir a Josué. Señalará sus vestiduras
sucias, su carácter deficiente. Presentará su debilidad e insensatez, su pecado de ingratitud, cuán poco
semejantes a Cristo son, lo cual ha deshonrado a su Redentor. Se esforzará por espantar a las almas con
el pensamiento de que su caso es desesperado, de que nunca se podrá lavar la mancha de su
contaminación. Esperará destruir de tal manera su fe que se entreguen a sus tentaciones y se desvíen de
su fidelidad a Dios.
Satanás tiene un conocimiento exacto de los pecados que por sus tentaciones ha hecho cometer a los
hijos de Dios e insiste en sus acusaciones contra ellos; declara que por sus pecados han perdido el
derecho a la protección divina y reclama el derecho de destruirlos. Los declara tan merecedores como
él mismo de ser excluidos del favor de Dios. "¿Son éstos dice los que han de tomar mi lugar en el cielo,
y el lugar de los ángeles que se unieron a mí? Profesan obedecer la ley de Dios, pero ¿han guardado sus
preceptos? ¿No han sido amadores de sí mismos más que de Dios? ¿No han puesto sus propios
intereses antes que su servicio? ¿No han amado las cosas del mundo? Mira los pecados que han
señalado su vida. Contempla su egoísmo, su malicia, su odio mutuo. ¿Me desterrará Dios a mí y a mis
ángeles de su presencia, y sin embargo recompensará a los que fueron culpables de los mismos
pecados? Tú no puedes hacer esto con justicia, oh Señor. La justicia exige que se pronuncie sentencia
contra ellos."
Sin embargo, aunque los seguidores de Cristo han pecado, no se han entregado al dominio de los
agentes satánicos. Se han arrepentido de sus pecados, han buscado al Señor con humildad y contrición,
y el Abogado divino intercede en su favor. El que más fue ultrajado por su ingratitud, el que conoce sus
pecados y también su arrepentimiento, declara: "¡Jehová te reprenda, oh Satán! Yo di mi vida por estas
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almas. Sus nombres están esculpidos en las palmas de mis manos. Pueden tener imperfecciones de
carácter, pueden haber fracasado en sus esfuerzos; pero se han arrepentido y las he perdonado y
aceptado".
Los asaltos de Satanás son vigorosos, sus engaños terribles; pero el ojo del Señor está sobre sus hijos.
La aflicción de éstos es grande, las llamas parecen estar a punto de consumirlos; pero Jesús los sacará
como oro probado en el fuego. Su índole terrenal debe ser eliminada, para que la imagen de Cristo
pueda reflejarse perfectamente.
Puede parecer a veces que el Señor olvidó los peligros de su iglesia y el daño que le han hecho sus
enemigos. Pero Dios no olvidó. Nada hay en este mundo que su corazón aprecie más que su iglesia. No
quiere que una conducta mundanal de conveniencias corrompa su foja de servicios. No quiere que sus
hijos sean vencidos por las tentaciones de Satanás. Castigará a los que le representen mal, pero será
misericordioso para con todos los que se arrepientan sinceramente. A los que le invocan para obtener
fuerza con que desarrollar un carácter cristiano les dará toda la ayuda que necesiten.
En el tiempo del fin, los hijos de Dios estarán suspirando y clamando por las abominaciones cometidas
en la tierra. Con lágrimas advertirán a los impíos el peligro que corren al pisotear la ley divina, y con
tristeza indecible y penitencia se humillarán delante del Señor. Los impíos se burlarán de su pesar y
ridiculizarán sus solemnes súplicas; pero la angustia y la humillación de los hijos de Dios dan evidencia
inequívoca de que están recobrando la fuerza y nobleza de carácter perdidas como consecuencia del
pecado. Porque se están acercando más a Cristo y sus ojos están fijos en su perfecta pureza, disciernen
tan claramente el carácter excesivamente pecaminoso del pecado. La mansedumbre y humildad de
corazón son las condiciones indispensables para obtener fuerza y para alcanzar la victoria Una corona
de gloria aguarda a los que se postran al pie de la cruz.
Los fieles, que se encuentran orando, están, por así decirlo, encerrados con Dios. Ellos mismos no
saben cuán seguramente están escudados. Incitados por Satanás, los gobernantes de este mundo
procuran destruirlos; pero si pudiesen abrírseles los ojos, como se abrieron los del siervo de Eliseo en
Dotán, verían a los ángeles de Dios acampados en derredor de ellos, manteniendo en jaque a la hueste
de las tinieblas.
Mientras el pueblo de Dios aflige su alma delante de él, suplicando pureza de corazón, se da la orden:
"Quitadle esas vestimentas viles," y se pronuncian las alentadoras palabras: "Mira que he hecho pasar
tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala." Se pone sobre los tentados y probados, pero
fieles, hijos de Dios, el manto sin mancha de la justicia de Cristo. El remanente despreciado queda
vestido de gloriosos atavíos, que nunca han de ser ya contaminados por las corrupciones del mundo.
Sus nombres permanecen en el libro de la vida del Cordero, registrados entre los de los fieles de todos
los siglos. Han resistido los lazos del engañador; no han sido apartados de su lealtad por el rugido del
dragón. Tienen ahora eterna y segura protección contra los designios del tentador. Sus pecados han sido
transferidos al que los instigara. Una "mitra limpia" es puesta sobre su cabeza”. (PR:428-434).

Una mirada al futuro.-

Hacia el final de su libro Profetas y Reyes, la Sra. White incluye un capítulo titulado “La Venida del
Libertador”. En este capítulo la autora resume las alusiones y las profecías del Antiguo Testamento que
señalan hacia la venida de Cristo como el Salvador. Unos pocos párrafos extraídos de él servirán para
ilustrar la forma como el Evangelio de salvación es destacado en el Antiguo Testamento:
“A través de los largos siglos de "tribulación y tinieblas, oscuridad y angustia"(Isa. 8:22) que
distinguieron la historia de la humanidad, desde el momento en que nuestros primeros padres perdieron
su hogar edénico hasta el tiempo en que apareció el Hijo de Dios como Salvador de los pecadores, la
esperanza de la raza caída se concentró en la venida de un Libertador para librar a hombres y mujeres
de la servidumbre del pecado y del sepulcro”. (PR:502).
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El primer anuncio de la venida del Redentor lo constituye la promesa hecha a Adán y Eva que se
registra en Gén. 3:15. Nuestros primeros padres fueron inducidos a comprender que “se les iba a
conceder un tiempo de gracia durante el cual, por la fe en el poder que tiene Cristo para salvar, podrían
volver a ser hijos de Dios”. (PR:503).
Esta promesa se convirtió en la fuente de la esperanza del hombre a través de todos los siglos oscuros
que siguieron:
“Esta esperanza de redención por el advenimiento del Hijo de Dios como Salvador y Rey, no se
extinguió nunca en los corazones de los hombres. Desde el principio hubo algunos cuya fe se extendió
más allá de las sombras del presente hasta las realidades futuras. Mediante Adán, Set, Enoc, Matusalén,
Noé, Sem, Abrahán, Isaac, Jacob y otros notables, el Señor conservó las preciosas revelaciones de su
voluntad. Y fue así como a los hijos de Israel, al pueblo escogido por medio del cual iba a darse al
mundo el Mesías prometido, Dios hizo conocer los requerimientos de su ley y la salvación que se
obtendría mediante el sacrificio expiatorio de su amado Hijo”. (PR:503).
La esperanza del Mesías que vendría se mantuvo viva por medio de Moisés y los profetas. Pasajes
como el de Isaías 53 señalan inequívocamente a Cristo como el Salvador. Entre muchas otras profecías
mesiánicas de Isaías se encuentra la predicción de Isa. 61:1-2, la que Jesús empleó como el texto de su
primer sermón que ha quedado registrado. Este pasaje describe la misión de Jesús como alguien que
lleva “buenas nuevas”, como uno que venda a los quebrantados de corazón y como uno que da libertad
a los cautivos.
En la profecía de Daniel se revela el tiempo cuando vendría el que habría de “expiar la iniquidad” y
traer la “justicia perdurable” (Dan. 9:24). Esta profecía es algo más que una lección de aritmética.
Señala hacia la consumación del Evangelio: la venida del Salvador. Esto es precisamente lo que da
significación a la profecía.
Después de repasar las predicciones del Antiguo Testamento acerca de la venida de Cristo, la Sra.
White concluye su capítulo con estas palabras: “Nuestro Redentor abrió el camino, para que aun el más
pecaminoso, el más necesitado, el más oprimido y despreciado, pueda hallar acceso al Padre”.
(PR:518).
A medida que transcurren los siglos y se aproximó el momento de la venida de Cristo, se produjo el
fenómeno religioso conocido con el nombre de “judaísmo”. Este fue el sistema que Cristo enfrentó y el
que se opuso durante su ministerio. La Sra. White comenta de esta corriente religiosa de los últimos
tiempos del Antiguo Testamento:
“Al mismo tiempo, por sus pecados los judíos se estaban separando ellos mismos de Dios. Eran
incapaces de discernir el profundo significado espiritual de su servicio simbólico. Dominados por un
sentimiento de justicia propia, confiaban en sus propias obras, en los sacrificios y los ritos mismos, en
vez de los méritos de Aquel a quien señalaban todas esas cosas. De este modo, "ignorando la justicia de
Dios, y procurando establecer la suya propia" (Rom. 10:3), se encerraron en un formalismo egoísta.
Careciendo del Espíritu y de la gracia de Dios, procuraron suplir esta falta mediante una rigurosa
observancia de las ceremonias y los ritos religiosos. Sin conformarse con los ritos que Dios mismo
había ordenado, agravaron los mandamientos divinos con innumerables exacciones propias. Cuanto
más se alejaban de Dios, más rigurosos se volvían en la observancia de esas formas.
Con todas estas minuciosas y gravosas exacciones, resultaba en la práctica imposible que el pueblo
guardase la ley. Los grandes principios de justicia presentados en el Decálogo y las gloriosas verdades
reveladas en el servicio simbólico se obscurecían por igual, sepultados bajo una masa de tradiciones y
estatutos humanos. Los que deseaban realmente servir a Dios y procuraban observar toda la ley según
lo ordenado por los sacerdotes y príncipes, gemían bajo una carga pesadísima.
Como nación, el pueblo de Israel, aunque deseaba el advenimiento del Mesías, estaba tan separado de
Dios en su corazón y en su vida que no podía tener un concepto correcto del carácter ni de la misión del
Redentor prometido. En vez de desear la redención del pecado, así como la gloria y la paz de la
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santidad, su corazón anhelaba obtener liberación de sus enemigos nacionales y recobrar el poder
mundanal”. (PR:523-524).
El libro Profetas y reyes termina con un vislumbre de la victoria final de la iglesia de Dios.
contemplando hacia los días que precederían a la segunda venida de Cristo, la autora dice:
“Revestida de la armadura de la justicia de Cristo, la iglesia entrará en su conflicto final”. (PR:535).
Después de describir los gozos que se experimentarán en la tierra hecha nueva, la autora exclama:
“Compañeros de peregrinación, estamos todavía entre las sombras y la agitación de las actividades
terrenales; pero pronto aparecerá nuestro Salvador para traer liberación y descanso. Contemplemos por
la fe el bienaventurado más allá, tal como lo describió la mano de Dios. El que murió por los pecados
del mundo está abriendo de par en par las puertas del Paraíso a todos los que creen en él”. (PR:540).
Según lo que hemos visto, la nota tónica de los libros Patriarcas y Profetas y Profetas y Reyes, es la fe
salvadora en Cristo. Este énfasis refleja el tema del Antiguo Testamento. Mediante la revelación
directa, las profecías, los cantos y las alegorías, Dios procuró revelarle a su pueblo de la antigüedad la
gran verdad de que “la salvación es de Jehová”. La gracia divina estaba manifestada, no tan
distintamente como en el Nuevo Testamento, pero con claridad suficiente como para que fuese
comprendida. La fe fue una realidad en el Antiguo Testamento, según se puede apreciar en el capítulo
11 de Hebreos. Los personajes del Antiguo Testamento que recibirán la inmortalidad, serán los
receptores de la misma gracia y los poseedores de la misma fe que sus hermanos del Nuevo
Testamento. Su salvación fue asegurada anticipadamente por el sacrificio realizado en el Calvario.
Ellos vieron solamente mediante figuras y símbolos el plan divino para su salvación, pero Dios aceptó
su entrega y honró su confianza.
“Vienen días —dice el Eterno— en que levantaré a David un renuevo justo, un Rey que reinará
sabiamente, y ejecutará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará
confiado. Y lo llamarán: EL ETERNO, JUSTICIA NUESTRA”. (Jer. 23:5-6). De este modo, la misión
de Cristo como Salvador de la humanidad resplandece desde los tiempos más antiguos.

Capítulo 2: El Evangelio de los Evangelios

“Todo el Nuevo Testamento, los Evangelios tanto como las epístolas, muestra a Jesús de Nazaret como
alguien que desde el principio se presentó a sí mismo, y con plena justificación, como el objeto de fe
para los hombres pecadores”. (J. G. Machen, What is Faith?, página 99).
Con frecuencia se ha supuesto que prácticamente toda la información acerca de la salvación por la fe se
encuentra en las epístolas de Pablo, especialmente en Romanos y Gálatas. Sin embargo, hemos visto la
riqueza del Antiguo Testamento en las alusiones que contiene acerca del método de Dios para salvar a
los hombres; y veremos que la fuente más abundante de todas acerca de la doctrina de la salvación por
la fe se encuentra en los cuatro Evangelios. Este punto de vista no tiene el propósito de disminuir la
importancia de la contribución de Pablo. Pablo, en forma notable, interpretó el Evangelio cristiano de
acuerdo con las pautas de pensamientos de su época. Pero el Evangelio que él interpretó en forma tan
acertada se encuentra en su plenitud en los Evangelios.
La comprensión de este principio es de valor inapreciable para los que desean presentar con claridad las
verdades de la salvación. Por ejemplo, la parábola del hijo pródigo puede hablar más directamente al
corazón del hombre común que las exposiciones más brillantes de Pablo acerca de la ley y la gracia.
Los milagros de Jesús pueden enseñar la fe con más elocuencia que cualquier tratado abstracto acerca
de la fe y las obras. Y ninguna porción de la Sagrada Escritura presenta en forma más completa los
principios de la fe salvadora que el Evangelio de Juan. El autor tiene la convicción de que los cristianos
comprenderían y apreciarían mucho mejor la salvación por la fe en Cristo si explotaran los tesoros de
los cuatro Evangelios.
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Los milagros enseñan la fe que salva.-

Cierto día cuando Jesús, sus discípulos y una muchedumbre integrada por sus seguidores salían de
Jericó, un ciego llamado Bartimeo “estaba sentado junto al camino mendigando”. Cuando supo que
Jesús estaba cerca de allí, comenzó a decirle: “Ten misericordia de mi”. Jesús llamó a Bartimeo y le
preguntó: “¿Qué quieres que te haga?”
Bartimeo contestó: “Maestro, que recobre la vista”.
Jesús replicó: “Vete, tu fe te ha salvado”.
Dos factores intervinieron en la restauración de este hombre: la gracia de Jesús y la fe de Bartimeo. Y
así como Bartimeo pudo ver gracias a su fe en Jesús, así también los que están enceguecidos
espiritualmente son salvados por la fe en Jesús. (Mar. 10:46-52).
Jesús y tres de sus discípulos descendían del monte de la transfiguración. Había sido una experiencia
maravillosa. Pedro, Santiago y Juan habían obtenido una visión de la gloria del cielo. Pero al
aproximarse a los demás discípulos, tuvieron la desagradable sensación de que algo andaba mal. Se
había reunido una multitud entre la que se encontraban los ubicuos escribas y los nueve discípulos. La
atención de todos se dirigía hacia un niño que estaba acostado y aquejado por alguna dificultad. El
padre del muchacho le explicó a Jesús que su hijo estaba bajo la influencia de un espíritu que le había
provocado mucha angustia. Los discípulos no habían podido prestarle ninguna ayuda.
El muchacho fue llevado donde estaba Jesús, y de inmediato se inició un diálogo interesante:
Jesús: “¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?”
Padre: “Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua para matarle; pero si puedes hacer
algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos”.
Jesús: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible”.
Padre: “Creo; ayuda mi incredulidad”. (Mar. 9:14-29).
Después de la confesión de fe realizada por el padre, Jesús le presentó a su hijo “en perfecta sanidad
mental y corporal”. (DTG:396).
En su comentario acerca de este milagro, la Sra. White realiza la siguiente aplicación a la experiencia
de la salvación:
“"Si puedes algo, ayúdanos, teniendo misericordia de nosotros." ¡Cuántas almas cargadas por el pecado
han repetido esta oración! Y para todas, la respuesta del Salvador compasivo es: "Si puedes creer, al
que cree todo es posible." Es la fe la que nos une con el Cielo y nos imparte fuerza para luchar con las
potestades de las tinieblas. En Cristo, Dios ha provisto medios para subyugar todo rasgo pecaminoso y
resistir toda tentación, por fuerte que sea. Pero muchos sienten que les falta la fe, y por lo tanto
permanecen lejos de Cristo. Confíen estas almas desamparadas e indignas en la misericordia de su
Salvador compasivo. No se miren a sí mismas, sino a Cristo. El que sanó al enfermo y echó a los
demonios cuando estaba entre los hombres es hoy el mismo Redentor poderoso. La fe viene por la
palabra de Dios. Entonces aceptemos la promesa: "Al que a mí viene, no le echo fuera." Arrojémonos a
sus pies clamando: "Creo, ayuda mi incredulidad." Nunca pereceremos mientras hagamos esto, nunca”.
(DTG:396).
Durante el ministerio de Jesús en Galilea, un centurión romano acudió a él pidiendo ayuda para su
siervo afligido de parálisis. Jesús ofreció acudir a su casa y sanar al siervo. El centurión manifestó que
no era digno de que Jesús posara bajo su techo. “Solamente di la palabra y mi criado sanará”.
Jesús se “maravilló” de la fe de este romano. Dijo: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado
tanta fe”. Como resultado de su confianza, Jesús le dijo al centurión: “Ve, y como creíste, te sea
hecho”. (Mat. 8:5-13).
“Los ancianos judíos que recomendaron el centurión a Cristo habían demostrado cuánto distaban de
poseer el espíritu del Evangelio. No reconocían que nuestra gran necesidad es lo único que nos da
derecho a la misericordia de Dios. En su propia justicia, alababan al centurión por los favores que había
manifestado a "nuestra nación". Pero el centurión dijo de sí mismo: "No soy digno". Su corazón había
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sido conmovido por la gracia de Cristo. Veía su propia indignidad; pero no temió pedir ayuda. No
confiaba en su propia bondad; su argumento era su gran necesidad. Su fe echó mano de Cristo en su
verdadero carácter. No creyó en él meramente como en un taumaturgo, sino como en el Amigo y
Salvador de la humanidad.
Así es como cada pecador puede venir a Cristo. "No por obras de justicia que nosotros habíamos hecho,
mas por su misericordia nos salvó". Cuando Satanás nos dice que somos pecadores y que no podemos
esperar recibir la bendición de Dios, digámosle que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores.
No tenemos nada que nos recomiende a Dios; pero la súplica que podemos presentar ahora y siempre
es la que se basa en nuestra falta absoluta de fuerza, la cual hace de su poder redentor una necesidad.
Renunciando a toda dependencia de nosotros mismos, podemos mirar la cruz del Calvario y decir:
"Ningún otro asilo hay, indefenso acudo a ti"”. (DTG:283-284).
Toda clase de gente experimentó los resultados del ministerio vivificador de Cristo. En cierta ocasión
un dirigente de una sinagoga, llamado Jairo, le rogó a Jesús que fuera a su casa y sanara a su hijita.
manifestó su confianza diciendo a Jesús: “Ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá”.
Mientras se dirigían hacia la casa de Jairo llegó un mensajero con la noticia de que la niña había
muerto. “Pero Jesús luego que oyó lo que se decía, le dijo al principal de la sinagoga: ‘No temas, cree
solamente’”.
Esto representó un tremendo desafío para la fe del padre. Cuando llegaron a la casa, Jesús llevó consigo
a Pedro, Santiago y Juan, y al padre y a la madre; juntos se dirigieron a la cama donde se encontraba la
niña muerta. Allí se realizó un milagro. (Mar. 5:22-23,35-43). “Cree solamente”, le había dicho Jesús al
padre. ¡Qué recompensa para la fe! Esta misma fe proporcionará vida espiritual a los que están muertos
en el pecado; y esa misma fe, con el tiempo, resucitará para vida eterna a los que han muerto en la fe.
Nada es imposible para la fe. Hasta la muerte cede ante la creencia en Cristo.
Mientras Jesús se dirigía hacia la casa de Jairo, una mujer que había estado afligida durante doce años
se abrió paso entre la multitud y tocó el vestido de Jesús. “Si tocare tan solamente su manto, seré
salva”. Jesús se percató de su toque y reconoció su fe: “Hija, tu fe te ha hecho salva, ve en paz, y queda
salva de tu azote” (Mar. 5:24-34). “En aquel toque – comenta la Sra. White – se concentró la fe de su
vida”. (DTG:311).
Al describir este incidente ocurrido en la vida de Jesús, la Sra. White formuló una de sus declaraciones
más profundas concernientes a la fe que salva:
“La muchedumbre maravillada que se agolpaba en derredor de Cristo no sentía la manifestación del
poder vital. Pero cuando la mujer enferma extendió la mano para tocarle, creyendo que sería sanada,
sintió la virtud sanadora. Así es también en las cosas espirituales. El hablar de religión de una manera
casual, el orar sin hambre del alma ni fe viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo, que le acepta
simplemente como Salvador del mundo, no puede traer sanidad al alma. La fe salvadora no es un mero
asentimiento intelectual a la verdad. El que aguarda hasta tener un conocimiento completo antes de
querer ejercer fe, no puede recibir bendición de Dios. No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos
creer en él. La única fe que nos beneficiará es la que le acepta a él como Salvador personal; que nos
pone en posesión de sus méritos. Muchos estiman que la fe es una opinión. La fe salvadora es una
transacción por la cual los que reciben a Cristo se unen con Dios mediante un pacto. La fe genuina es
vida. Una fe viva significa un aumento de vigor, una confianza implícita por la cual el alma llega a ser
una potencia vencedora”. (DTG:312-313).
Se han escrito miles de páginas acerca de la fe, pero pocas veces el significado de la fe ha sido
presentado en forma tan clara y bella como en esta cita. Un análisis de la declaración revela que la fe es
más que un interés casual en las cosas religiosas, es más que una oración formal, es más que una
creencia nominal en Cristo, es más que un asentimiento intelectual a la verdad, es más que un
conocimiento. La fe constituye una relación personal con Cristo, una “transacción” con Dios; la fe es
vida. El resultado de la fe es fortaleza, confianza y victoria. Todo esto fue sugerido por el milagro de la
curación de la mujer que tocó el vestido de Jesús.
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El capítulo 9 de Juan relata una historia interesante acerca de un joven ciego de nacimiento, a quien
Jesús sanó. Esa curación provocó mucha excitación en la comunidad. Los “vecinos” estaban ansiosos
de saber cómo él había recibido la vista. Los fariseos estaban indignados debido a que el milagro se
había realizado en Sábado, e insistieron en que el que había realizado el milagro no podía ser de Dios
porque había violado el Sábado. Los padres del joven rehusaron comprometerse por temor a la
excomunión. El joven sabía muy poco acerca de la persona que lo había restaurado, pero tenía la
certidumbre de que ahora podía ver. Supuso que su benefactor debía ser de Dios ya que había realizado
ese milagro. Los fariseos, encolerizados, lo excomunicaron. Luego Jesús apareció en la escena. Le
formuló al joven esta pregunta escrutadora: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?” El joven contestó: “¿Quién
es, Señor, para que crea en él?” Jesús replicó: “Pues le has visto, y el que habla contigo, él es”. El joven
exclamó: “Creo, Señor” (Juan 9:35-38). “No solamente había recibido la vista natural, sino que habían
sido abiertos los ojos de su entendimiento. Cristo había sido revelado a su alma, y le recibió como el
Enviado de Dios”. (DTG:495). La misma gracia que obró en beneficio de este joven es la gracia
mediante la cual los hombres son salvados de las tinieblas espirituales.
Los seis milagros de Jesús que hemos analizado constituyen ejemplos que indican en qué forma la
mayor parte de sus milagros son lecciones objetivas de fe. Podemos considerar el primer milagro de
Jesús realizado en las bodas de Canaán, y vemos cómo inspiró fe en él. Podemos referir la curación del
hijo del oficial del rey llevada a cabo en Canaán, cuando el cortesano y toda su casa creyeron en Jesús.
podemos recordar ese dramático día en Capernaúm, cuando un paralítico fue bajado desde el techo para
que Jesús pudiera sanarlo, y cuando Jesús sanó no solamente su cuerpo debilitado, sino también su
alma enferma.
Podríamos reconstruir la historia de la noche tormentosa pasada en el mar, cuando Jesús, antes de
manifestar su poder, le dijo a sus discípulos: “¿Cómo no tenéis fe?” (Mar. 4:40). La Sra. White hace el
siguiente comentario con respecto a este milagro: “¡Cuán a menudo experimentamos nosotros lo que
experimentaron los discípulos! Cuando las tempestades de la tentación nos rodean y fulguran los fieros
rayos y las olas nos cubren, batallamos solos con la tempestad, olvidándonos de que hay Uno que
puede ayudarnos. Confiamos en nuestra propia fuerza hasta que perdemos nuestra esperanza y estamos
a punto de perecer. Entonces nos acordamos de Jesús, y si clamamos a él para que nos salve, no
clamaremos en vano. Aunque él con tristeza reprende nuestra incredulidad y confianza propia, nunca
deja de darnos la ayuda que necesitamos. En la tierra o en el mar, si tenemos al Salvador en nuestro
corazón, no necesitamos temer. La fe viva en el Redentor serenará el mar de la vida y de la manera que
él reconoce como la mejor nos librará del peligro”. (DTG:303).
El milagro más grande de Jesús, la resurrección de Lázaro, es también un ejemplo culminante de la
gracia divina. Notemos la fe vacilante de Marta manifestada en sus palabras: “Señor, si hubieras estado
aquí mi hermano no habría muerto. Mas también se ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará
… Yo se que resucitará en la resurrección … Yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que
has venido al mundo”.
¿Tenía fe Marta? Si, pero no era una fe perfecta, porque cuando Jesús dijo: “Quitad la piedra”, fue
Marta la que se opuso. Entonces Jesús replicó suavemente: “¿No te he dicho que si crees, verás la
gloria de Dios?”
En este drama, la tensión alcanzó el punto culminante cuando Jesús se dirigió a su Padre. Pidió que su
oración fuese oída “para que crean que tú me has enviado”. La oración fue contestada. “Y el que había
muerto salió” (Juan 11:1-46).
En la experiencia del centurión romano cuyo siervo fue sanado, no existía el antecedente de una fe
notable. Evidentemente Jesús trataba de edificar la fe de sus discípulos, de Marta y de María. Pero la
gracia divina con frecuencia responde a una fe imperfecta y vacilante. La gracia divina a menudo
produce fe. Mientras en un sentido la operación de la gracia divina está limitada por la imperfección de
la fe del hombre, resulta animador notar que con frecuencia Dios recompensa una fe pequeña con una
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abundante manifestación de su gracia. La sinceridad de la fe parece tener más importancia que su


cantidad, si es que podemos emplear la expresión “cantidad” para describir la fe.
La resurrección de Lázaro tenía otro propósito. “Este gran milagro era la evidencia máxima que ofrecía
a los hombres en prueba de que había enviado a su Hijo al mundo para salvarlo”. (DTG:495). La gracia
de Cristo manifestada en beneficio de Lázaro y de sus hermanas, era una evidencia elocuente del amor
del Salvador por el hombre y de su deseo de que éste tuviera vida eterna mediante él, que había dicho:
“Yo soy la resurrección y la vida”.
No es necesario conocer los términos teológicos para comprender la justificación por la fe. Basta con
observar a Jesús en su ministerio. Vedlo limpiar a los leprosos, restaurar la vista de los ciegos, dominar
la tormenta y resucitar a los muertos. Después de presenciar estas manifestaciones de amor y poder
divinos, no resulta difícil creer que hay salvación para el pecador que se acerca al Salvador con fe
sencilla. La fe no es tan complicada como algunos la hacen parecer. Consiste en la actitud del hombre o
la mujer que están listos y dispuestos a recibir lo que Cristo les ha ofrecido. Constituye el sometimiento
a la voluntad de Dios y la entrega a Cristo. Consiste en quitar el yo del centro de la vida y en colocar a
Cristo en ella. “Ciertamente en el fondo, la fe es en cierto sentido algo muy sencillo; simplemente
significa que se abandona el vano esfuerzo por ganar el acceso a la presencia de Dios y se acepta el don
de la salvación que Cristo ofrece con tanta plenitud y abundancia”. (Machen, obra citada, pág. 181).
Este principio está muy bien ilustrado en los milagros de nuestro Maestro. Hay tan sólo un corto paso
desde la curación de los leprosos, la restauración de los ciegos, la curación de los endemoniados y la
resurrección de los muertos hasta la salvación del alma. La gracia de Dios y la fe del hombre se unen
en la realización de estas cosas.

Las parábolas ilustran la fe que salva.-

Tres parábolas de Jesús servirán para mostrar en qué forma el Maestro, mediante las historias que
refirió, proclamó su método de salvación por la fe. En Luc. 18:9-14 se encuentra una de sus historias
esclarecedoras y llenas de interés humano, la que algunas veces ha sido denominada “los dos
adoradores”. El fariseo en esta parábola constituye un símbolo de la salvación por las obras: “No está
buscando la semejanza del carácter divino, un corazón lleno de amor y misericordia. Está satisfecho
con una religión que tiene que ver solamente con la vida externa. Su justicia es la suya propia, el fruto
de sus propias obras, y juzgada por una norma humana.
Cualquiera que confíe en que es justo, despreciará a los demás. Así como el fariseo se juzga
comparándose con los demás hombres, juzga a otros comparándolos consigo. Su justicia es valorada
por la de ellos, y cuanto peores sean, tanto más justo aparecerá él por contraste. Su justicia propia lo
induce a acusar. Condena a "los otros hombres" como transgresores de la ley de Dios. Así está
manifestando el mismo espíritu de Satanás, el acusador de los hermanos. Con este espíritu le es
imposible ponerse en comunión con Dios. Vuelve a su casa desprovisto de la bendición divina”.
(PVGM:116-117).
El publicano constituye un símbolo de la salvación por la fe: “El publicano había ido al templo con
otros adoradores, pero pronto se apartó de ellos, sintiéndose indigno de unirse en sus devociones.
Estando en pie lejos, "no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho" con amarga
angustia y aborrecimiento propio. Sentía que había obrado contra Dios; que era pecador y sucio. No
podía esperar misericordia, ni aun de los que lo rodeaban, porque lo miraban con desprecio. Sabía que
no tenía ningún mérito que lo recomendara a Dios, y con una total desesperación clamaba: "Dios, sé
propicio a mí pecador". No se comparaba con los otros. Abrumado por un sentimiento de culpa, estaba
como si fuera solo en la presencia de Dios. Su único deseo era el perdón y la paz, su único argumento
era la misericordia de Dios. Y fue bendecido. "Os digo -dice Cristo- que éste descendió a su casa
justificado antes que el otro"”. (PVGM:117).
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“La oración del publicano fue oída porque mostraba una dependencia que se esforzaba por asirse del
Omnipotente. El yo no era sino vergüenza para el publicano. Así también debe ser para todos los que
buscan a Dios. Por fe, la fe que renuncia a toda confianza propia, el necesitado suplicante ha de
aferrarse del poder infinito”. (PVGM:123).
¿En qué forma más gráfica podrían presentarse el camino falso y el camino verdadero hacia la
salvación? En un lado está el fariseo con su exaltación propia, su orgullo espiritual, su dependencia de
las obras y sus ceremonias religiosas. En otro lado está el publicano, quien no tiene nada en qué
confiar, a no ser la gracia divina. Y este pecador arrepentido fue “justificado” antes que el otro “santo”
lleno de confianza en sí mismo.
La segunda parábola que tiene una significación particular en relación con el tema que nos preocupa, es
la parábola del vestido de bodas referida en Mateo 22.
Un rey realizó una fiesta de bodas para su hijo, e invitó a mucha gente. Cuando los invitados no se
presentaron, el rey envió a sus siervos “por los caminos”, y como resultado, gente de toda condición
social se reunió para la fiesta.
Cuando entró el rey para ver a los convidados, vio a un hombre que no estaba vestido con el traje
provisto para los invitados a la boda. Ese hombre no tenía ninguna excusa ni razón para justificar su
falta, de modo que fue expulsado de la fiesta.
“El vestido de boda de la parábola representa el carácter puro y sin mancha que poseerán los
verdaderos seguidores de Cristo. A la iglesia "le fue dado que se vista de lino fino, limpio y brillante",
"que no tuviese mancha, ni arruga, ni cosa semejante". El lino fino, dice la Escritura, "son las
justificaciones de los santos". Es la justicia de Cristo, su propio carácter sin mancha, que por la fe se
imparte a todos los que lo reciben como Salvador personal”. (PVGM:252).
“Únicamente el manto que Cristo mismo ha provisto puede hacernos dignos de aparecer ante la
presencia de Dios. Cristo colocará este manto, esta ropa de su propia justicia sobre cada alma
arrepentida y creyente”. (PVGM:253).
“Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana. Cristo, en su
humanidad, desarrolló un carácter perfecto, y ofrece impartirnos a nosotros este carácter”.
(PVGM:253).
“Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su
voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida. Esto
es lo que significa estar vestidos con el manto de su justicia. Entonces, cuando el Señor nos contempla,
él ve no el vestido de hojas de higuera, no la desnudez y deformidad del pecado, sino su propia ropa de
justicia, que es la perfecta obediencia a la ley de Jehová”. (PVGM:253-254).
“El hombre que vino a la fiesta sin vestido de bodas representa la condición de muchos de los
habitantes de nuestro mundo actual. Profesan ser cristianos, y reclaman las bendiciones y privilegios
del Evangelio; no obstante no sienten la necesidad de una transformación del carácter. Jamás han
sentido verdadero arrepentimiento por el pecado. No se dan cuenta de su necesidad de Cristo y de
ejercer fe en él. No han vencido sus tendencias heredadas o sus malos hábitos cultivados. Piensan, sin
embargo, que son bastante buenos por sí mismos, y confían en sus propios méritos en lugar de esperar
en Cristo. Habiendo oído la palabra, vinieron al banquete, pero sin haberse puesto el manto de la
justicia de Cristo”. (PVGM:256).
La interpretación que la Sra. White hace de esta parábola indica claramente que consideraba el “vestido
de bodas” como un símbolo no sólo del perdón y la justificación, sino también de los frutos de la
experiencia tal como se manifiesta en la vida cristiana. “Cuando un alma recibe a Cristo, recibe poder
para vivir la vida de Cristo”. (PVGM:255). Así es como la experiencia del cristiano, desde el principio
hasta el fin, es descrita como un don de Dios. Mediante el poder divino, aceptado por fe, el individuo es
redimido y su carácter es transformado.
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El tercer ejemplo de la doctrina de la salvación por fe en las parábolas de Jesús está dado por el
inimitable relato del hijo pródigo. En esta parábola se encuentra cada uno de los factores que
intervienen en la experiencia de la salvación
En primer lugar, está el hijo descarriado y egoísta, y el padre amante, los que representan al hombre y a
Dios. En segundo lugar está el hecho del pecado simbolizado por la ingratitud, el egoísmo, la
complacencia y la inmoralidad del hijo perdido. Sus pecados eran los mismos que los de la humanidad.
En tercer lugar, están los resultados del pecado: hambre, remordimiento, desilusión y desesperación.
¡Estas experiencias pintan la vida al natural! En cuarto lugar aparece el despertamiento del hijo
pródigo. “Y volviendo en sí”, reflexionó. Comprendió su pecaminosidad y su necesidad, y percibió
cuál era la solución correcta de su problema. En quinto lugar, el joven hizo una decisión y obró de
acuerdo con ella. Dijo: “Me levantaré e iré”, y “levantándose vino a su padre”. Esta decisión y esta
acción fueron el modo como él manifestó su fe. Se estaba levantando; se estaba colocando en una
posición donde el padre pudiera ayudarle. Estaba realizando una entrega de sí mismo que haría posible
su restauración.
En sexto lugar, su padre lo vio y corrió a encontrarlo. Esto constituye un hermoso símbolo de la gracia
divina: el amor expresado en beneficio de alguien que no lo merece. En séptimo lugar, el hijo pródigo
dijo: “He pecado”. Aquí tenemos el arrepentimiento que es un paso vital en la redención. En octavo
lugar encontramos que el padre colocó sobre su hijo un vestido para cubrir sus harapos, puso un anillo
en su mano y calzado en sus pies. Con esto se alude a la justificación. Fue aceptado. Volvió a formar
parte de la familia. Las evidencias de su descarrío quedaron cubiertas por el amor. En noveno lugar, el
hermano mayor, haciendo alarde de justicia propia, se quejó. Esto constituye una representación de la
salvación por las obras. El hermano mayor estaba orgullosos de su fiel servicio y de su rectitud moral,
pero no estaba dispuesto a abrir su corazón a su hermano arrepentido (Luc. 15:11-32).
¿Falta algo en esta descripción verbal del proceso de la salvación? En esta historia sencilla y
reconfortante hay más sólida teología que en los libros de muchos eruditos. La iglesia armada con esta
sola parábola tomada de la vida humana, puede explicar su Evangelio de la salvación por la fe en
términos tales que hasta el ignorante puede comprenderlos y los instruidos pueden apreciar.

La fe en el Evangelio de Juan.-

Uno de los estudios más fascinantes acerca de la doctrina de la salvación está representado por el
empleo del verbo griego pisteúo (yo creo) y sus derivados en el Evangelio de Juan. Esta palabra, en sus
diversas formas, ocurre 96 veces en el cuarto Evangelio. Conviene recordar que en griego no hay
distinción entre “fe” y “creencia”. El término pístis significa “fe”, y el verbo pisteúo significa “yo
creo”.
Los antecedentes de la fe de Juan en sus aspectos más profundos, salen a luz en Juan 20. María
Magdalena había visto la tumba vacía y había llevado las nuevas a Pedro y a Juan. Los doce discípulos
corrieron hacia la tumba, y Juan llegó primero. Juan se agachó y miró hacia adentro, pero cuando Pedro
llegó, entró en el sepulcro. Juan le siguió, y los dos hombres se vieron frente a la evidencia de la
resurrección de su Señor.
En este punto, Juan describe su reacción por medio de una declaración significativa: “Entonces entró
también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó” (Juan 20:8). Durante
todo el ministerio de Jesús, Juan había sido un discípulo fiel, y sin embargo ahora reconocía que Jesús
no sólo era su Maestro sino también su Señor resucitado. La creencia de Juan en ese día memorable,
inició una reacción en cadena que nunca ha cesado. No transcurrió mucho tiempo hasta que María
magdalena también creyó; luego creyeron los discípulos que iban en camino a Emaús; a continuación
lo hizo el grupo que se había reunido en el aposento alto. Este proceso culminó en la formación de la
iglesia cristiana.
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Cuando ocurrieron las primeras apariciones del Señor, Tomás estaba ausente. Al informársele que el
Señor había resucitado, declaró: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en
el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Una semana después,
Jesús volvió a aparecer en medio del grupo, que esta vez incluía a Tomás. A este discípulo se le dio
entonces la oportunidad de examinar las evidencias físicas de la resurrección tal como él había pedido;
y Jesús lo exhortó: “No seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27). Este pasaje no se incluye entre los
96 usos de la expresión pisteúo (sin fe) y pístos (creyente). Tomás, convencido por lo que había visto,
realizó una confesión de fe más abarcante aun que la que habían hecho los demás discípulos.
contemplando al Señor resucitado, exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” Jesús replicó: “Porque me has
visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:28-29).
Los últimos versículos de Juan 20 finalizan su gran tema de la fe: “Hizo además Jesús muchas otras
señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han
escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su
nombre” (Juan 20:30-31).
Esta declaración final, como veremos, contiene el tema del Evangelio de Juan: “el creer produce vida”.
¿No es éste el Evangelio en su forma más sencilla? La creencia, o la fe, en Cristo quita del creyente la
sentencia de muerte, abre el camino hacia la “vida más abundante” en este mundo, y proporciona la
seguridad de la vida en la tierra nueva. Estos beneficios vitalizadotes de la fe son fundamentalmente
beneficiosos de la gracia divina. La fe es tan solo la actitud humana que posibilita la recepción de la
gracia de Dios.
En el capítulo 20 de Juan hemos visto los seis últimos casos del empleo del verbo “creer” en este
Evangelio. Ahora volveremos al comienzo del libro y examinaremos los demás textos, que son
numerosos, donde también se emplea esta palabra.
En el primer capítulo del libro se usa tres veces el verbo “creer”. El versículo 7, refiriéndose a Juan el
Bautista, dice: “Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos
creyesen por él”. El versículo 12 constituye una revelación del principio evangélico de la salvación por
la fe: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios”. La adopción como miembros de la familia de Dios, lo cual es otra forma de describir la
salvación, se reserva a los que creen. Hacia el final de este capítulo se encuentra el incidente del
llamamiento de Natanael. El nuevo discípulo expresó su confianza en Jesús, la que estaba inspirada por
el conocimiento profundo manifestado por el Maestro, de la vida y la experiencia de Natanael:
“Jesús respondió: "¿Crees porque te dije, te vi debajo de la higuera? ¡Cosas mayores que éstas verás!"
Y agregó: "Os aseguro: De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y
descienden sobre el Hijo del Hombre"”. (Juan 1:50-51). Parecía que Jesús deseaba que sus recién
llamados discípulos comprendieran la razón fundamental de su fe en él.
Los tres casos del verbo “creer” que aparecen en el capítulo 2 ocurren en una forma más o menos
incidental en la corriente principal de pensamiento. Después que Jesús realizó su primer milagro, se
dice que “sus discípulos creyeron en él” (Juan 2:11). La porción siguiente del capítulo describe la
purificación del templo, e incluye esta predicción de Jesús: “Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré”, y la explicación de que “él hablaba del templo de su cuerpo” (Juan 2:19,21). A esta
declaración sigue el siguiente comentario: “Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus
discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había
dicho” (Juan 2:22). Este pasaje indica la forma como se establece la fe mediante la evidencia de
predicciones cumplidas. El versículo 23 del capítulo 2 constituye nada más que una referencia al hecho
de que muchos en Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, “creyeron en su nombre, viendo las señales
que hacía”. La New English Bible le da un significado más profundo a este pasaje en su traducción:
“Muchos le obedecieron”. La creencia era, entonces, más que un sentimiento o una identificación
emocional con un nuevo dirigente. La fe era, y continua siendo, “obediencia”.
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El tercer capítulo de Juan repite ocho veces algunas formas del verbo “creer”. Este verbo aparece siete
veces en los versículos 12-18. la importante verdad de que “creer” equivale a “tener fe” está ilustrada
en la traducción que la New English Bible hace de los versículos 13-18:
“Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo. Como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para
que todo el que crea en él, tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que cree en él, no es
condenado. Pero el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en el Nombre del único Hijo de
Dios”. (Juan 3:13-18).
En estos versículos está condensado el Evangelio de la salvación por la fe. La fe debe concentrarse en
una persona, y esa persona es Cristo. La justifica: el que cree en Cristo “no es condenado”. La fe es
obediencia a Cristo, y la fe es el medio por el cual el hombre recibe la vida provista por la gracia de
Dios. El último versículo del capítulo 3 presenta con toda claridad las alternativas que se ofrecen al ser
humano: “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna. Pero el que rehúsa obedecer al Hijo, no verá la
vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Juan 3:36). La frase “el que rehúsa creer” no es una
traducción de pisteúo, sino más bien de uno de sus derivados: apeithón. Por esta razón esta forma del
verbo “creer” no se incluye entre los 96 casos de “creer” que aparecen en el Evangelio de Juan.
El capítulo 4 contiene 7 versículos (21,39,41,42,48,50, 53) donde se usa alguna forma del verbo
“creer”. Las cuatro primeras de estas referencias tratan de la experiencia de Jesús con la mujer
samaritana. Como resultado del testimonio de ella, muchos samaritanos “creyeron en él” (Juan 4:39).
Cuando Jesús predicó a los samaritanos, “creyeron muchos más por la palabra de él” (Juan 4:41), y su
testimonio fue el siguiente: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos
oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4:42). En los
versículos 48 y 50 se describe el incidente de la curación del hijo del oficial del rey, realizada en
canaán. La primera respuesta que Jesús le dio a ese cortesano fue: “Si no viereis señales y prodigios, no
creeréis”. Cuando Jesús le dijo: “Vé, tu hijo vive”, el hombre “creyó la palabra que Jesús le dijo”.
Cuando el cortesano supo que su hijo había sanado a la misma hora en que Jesús había hablado, “creyó
él con toda su casa”.
En Juan 5, la primera mención del verbo creer está dada en una repetición del principio Evangélico que
Juan destaca con tanta frecuencia. “Os aseguro: El que oye mi Palabra, y cree al que me envió, tiene
vida eterna; y no será condenado, sino que pasó de muerte a vida”. (Juan 5:24).
Este pasaje es interesante por varias razones. Primero, presenta la creencia en Dios como un camino a
la vida eterna. El cristiano no puede separar a Dios como objetos de su lealtad y de su devoción. En
segundo término, la vida eterna y la justificación se describen como posesiones actuales. Los versículos
que siguen hablan de la resurrección, pero el creyente “tiene vida eterna; y no vendrá a condenación,
mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). La salvación mediante Cristo es completa, suficiente y
segura. La gracia de Dios es suficiente. El único requisito necesario es que se crea.
En los versículos 38-47 del capítulo 5, el verbo “creer” aparece seis veces en algunas de sus formas, y
en cada caso está relacionado con un reproche hecho a los judíos debido a su resistencia a creer en
Cristo. Cristo hasta puso en duda la creencia de ellos en Moisés, su “santo patrón”, basándose en que
Moisés había escrito acerca de Cristo y ellos no habían aceptado su testimonio.
El capítulo 6 es importante como fuente de comprensión del significado de la acción de creer. En este
capítulo, se repite nueve veces alguna forma de este verbo. La primera parte del capítulo habla de la
alimentación de los cinco mil. Después de esto aparece el milagro de Cristo realizado al caminar sobre
las aguas. Tan pronto como él y sus discípulos desembarcaron, fueron recibidos por una multitud de
admiradores que estaban ansiosos de seguir al que había podido satisfacer las necesidades de sus vidas
en forma tan maravillosa. Jesús le predicó a esta muchedumbre acerca del Pan de vida.
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La gente preguntó: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” A esto Jesús
replicó: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:28-29). La multitud pidió
a continuación una señal que les permitiera creer en él, y con eso aludieron al milagro de la provisión
de maná para Israel. Tomando esto como punto de partida, Jesús realizó una de sus declaraciones más
notables de su ministerio: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en
mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). Luego los reprendió por su resistencia a creer después de
todo lo que habían visto.
Los dos casos siguientes en que aparece alguna forma del verbo creer son reiteraciones del tema que se
repite con tanta frecuencia en este libro: “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel
que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero”, y “El que cree en
mí, tiene vida eterna” (Juan 6:40,47). La exhortación de Jesús a participar de él como el Pan de vida, a
comer su carne y a beber su sangre, fue una forma pintoresca de invitar a sus seguidores a creer en él.
En el versículo 64, el Maestro reconoció que algunos de sus seguidores no habían progresado hasta el
punto de llegar a creer. Su afirmación quedó comprobada cuando muchos de sus discípulos se alejaron
de él. Entonces Jesús se volvió hacia los doce y les preguntó: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”
Pedro contestó a esto con una confesión memorable: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”
(Juan 6:67-69). El tiempo en que aparece el verbo creer en este caso sugiere que la confianza actual de
Pedro era el resultado de su acción pasada de creer. La creencia había producido una firme confianza
que no podía ser conmovida, independientemente de cuantos otros pudieran abandonar su lealtad a
Cristo.
El capítulo 7 contiene cinco referencias que interesan a nuestro estudio. Tres de ellas (versos 5, 31, 48)
son tan sólo referencias históricas que aluden a diversos grupos de personas que creyeron y que no
creyeron. Los versículos 37-39 ofrecen un interés definido. La acción transcurre en Jerusalén, cuando
se celebraba la fiesta de los tabernáculos.
“Día tras día enseñaba a la gente, hasta el último, "el postrer día grande de la fiesta." La mañana de
aquel día halló al pueblo cansado por el largo período de festividades. De repente, Jesús alzó la voz, en
tono que repercutía por los atrios del templo, y dijo:
"Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva
correrán de su vientre". La condición del pueblo daba fuerza a este llamamiento. Habían estado
participando de una continua escena de pompa y festividad, sus ojos estaban deslumbrados por la luz y
el color, y sus oídos halagados por la más rica música; pero no había nada en toda esta ceremonia que
satisficiese las necesidades del espíritu, nada que aplacase la sed del alma por lo imperecedero”.
(DTG:417).
El versículo 39 es interesante. “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él”
(Juan 7:39). ¿Cuál es, entonces, la forma de prepararse para recibir el Espíritu Santo? Consiste esta
forma en algo más que orar o ayunar; consiste en creer.
Juan 8:24 presenta el tema de su Evangelio en forma negativa: “Porque si no crees que yo soy, en
vuestros pecados moriréis”. La fe proporciona vida; la incredulidad produce muerte. Los versículos 30-
31 son tan sólo referencias históricas. Los versículos 45-46 contienen un reproche de Jesús contra los
que no creen en él, y su pregunta: “Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?”
Juan 9 habla de la historia del que nació ciego, un relato que ya fue analizado cuando hablamos de los
milagros de Jesús. En este capítulo, el verbo “creer” aparece cuatro veces en alguna de sus formas
(versos 18, 35, 36, 38).
Este verbo aparece seis veces en el capítulo 10. en los versículos 25-26 Jesús reprocha a sus enemigos a
causa de su incredulidad. Los versículos 37-38 constituyen un llamamiento a sus enemigos a creer en él
sobre la base de que él realizaba las obras de su Padre. La tercera forma verbal de creer que aparece en
el versículo 38, “y creáis”, no es una traducción de pisteúo. Sería más correcto traducir esta parte en
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esta forma: “Para que conozcáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre”. En el versículo 42
encontramos que “muchos creyeron en él allí”.
Ya hemos analizado el capítulo 11 en la sección donde estudiamos los milagros de Jesús. En la historia
de la resurrección de Lázaro ocho veces aparece alguna forma del verbo “creer”. Nuevamente en este
capítulo se destaca la relación entre la creencia y la vida. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida;
el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente” (Juan 11:25-26). En ningún capítulo aparece más clara que en Juan 11 esta relación entre
la creencia y la vida.
En el capítulo 12 se emplea este verbo nueve veces. La mayor parte de estas referencias son históricas.
Sin embargo, en el versículo 44 Jesús exclama: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me
envió”. Mediante estas palabras Jesús se identifica con el Padre. Esta idea se amplía en los versículos
finales de este capítulo.
En Juan 13, el verbo “creer” aparece una sola vez, en el versículo 19, donde Jesús dice: “Desde ahora
os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy”.
En Juan 14, este verbo se usa siete veces en forma significativa. “Creéis en Dios, creed también en mí”
(Juan 14:1); en este pasaje nuevamente se identifica a Jesús con el Padre. En los versículos 10-11 se
amplía este pensamiento. El versículo 12 sugiere una consecuencia del creer que no se menciona a
menudo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará porque yo
voy al Padre”. Esto nos muestra que la fe produce obras. El versículo 29 repite uno de los principios de
la interpretación profética: “Y ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis”.
El verbo “creer” no aparece en el capítulo 15, pero en el capítulo 16 se repite cuatro veces (versos 9,
27, 30, 31). El versículo 27 combina el amor y la fe en una forma interesante. Después que los
discípulos reafirmaron su creencia, Jesús dijo en los versículos 31-32: “¿Ahora creéis? He aquí la hora
viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”. La fe sería
sometida a una severa prueba.
En su oración de Juan 17, Jesús menciona tres veces alguna forma del verbo creer: dos veces se refiere
a la creencia de sus seguidores y una vez a la creencia del mundo, de que Dios lo había enviado (versos
8, 20, 21). Estos pasajes ilustran los matices del significado de esta palabra que se dan en los diferentes
contextos. La lealtad y la entrega de un creyente a Cristo son muy diferentes en profundidad y
significado de la creencia que el mundo tiene de que Cristo ha sido enviado por Dios.
Los capítulos 18 y 19 contienen un solo caso del verbo creer (19:35), donde Juan se presenta como un
fiel registrador de los acontecimientos que ocurrieron en relación con la crucifixión de Jesús. El
capítulo 20 lo hemos analizado al comienzo de esta sección.
En el Evangelio de Juan se pone énfasis en la creencia, o fe, si preferimos utilizar este otro término. En
la primera epístola de Juan se hace hincapié en el amor. Estos dos énfasis se encuentran hermosamente
combinados en 1 Juan 3:23 que dice: “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo
Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado”. La fe y el amor constituyen las
virtudes gemelas del mensaje cristiano. “El oro mencionado por Cristo, el Testigo Fiel, que todos
deberían tener, me ha sido mostrado como la fe y el amor unidos”. (2T:36). Con frecuencia, a Juan se
lo ha llamado el apóstol del amor debido al énfasis de su primera epístola; pero sería más exacto
considerarlo como el apóstol de la fe y el amor. Aunque encara el tema de la fe desde un ángulo
diferente que Pablo, su insistencia en la creencia o fe como la base de la salvación es tan real como la
de Pablo. El hombre que “vio y creyó” en la tumba vacía ha dado a la iglesia uno de los testimonios
más elocuentes de la naturaleza y el valor de la fe que salva.

Enseñanza de Jesús concerniente a su Evangelio.-

El primer sermón de Jesús que se registra fue predicado por él en la sinagoga de Nazaret, su pueblo
nativo. El texto elegido por el Maestro fue Isa. 61:1-3. su interpretación de este pasaje reveló
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claramente que había venido “a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de
corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel”. Es indudable que ese
Sábado de mañana habían muchos en su congregación que necesitaban con urgencia aquello que él
ofrecía darles. Sin embargo hasta donde sepamos ninguno recibió el Evangelio, ningún corazón
quebrantado fue vendado, ningún cautivo fue libertado. ¿Por qué? Porque los oyentes rehusaron creer
(Luc. 4:16-30).
“Al abrir la puerta a la duda, y por haberse enternecido momentáneamente, sus corazones se fueron
endureciendo tanto más. Satanás estaba decidido a que los ojos ciegos no fuesen abiertos ese día, ni
libertadas las almas aherrojadas en la esclavitud. Con intensa energía, obró para aferrarlas en su
incredulidad”. (DTG:205).
Este incidente ilustra el lugar que ocupa la fe en la obtención de los beneficios del Evangelio. No había
nada que esos nazarenos pudieran hacer para encontrar salvación, alivio y libertad. Solamente Jesús
podía asegurárselos. Este principio es la verdad básica del Evangelio.
“La fe no consiste en hacer algo sino en recibir algo. Decir que somos justificados por la fe no es nada
más que otra manera de decir que somos justificados sin que esto dependa en el mínimo grado de
nosotros mismos, sino simplemente y únicamente por Aquel en quien nuestra fe descansa”.
(Machen:172).
Cuando el ángel se apareció a José para anunciarle el nacimiento de Jesús, le dijo: “Y llamarás su
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21). Este pasaje pone de relieve el
hecho de que el plan divino de salvación es básicamente una liberación del pecado. Este tema se repite
con frecuencia.
El pecado es el que hace necesaria la salvación. ¿Cómo describió Jesús el pecado? No trató de definirlo
filosóficamente, sino más bien procuró describirlo en su relación con la personalidad. El pecado fue
ilustrado por el hijo pródigo que repudió sus obligaciones, abandonó los frenos morales, y buscó la
gratificación de sí mismo. El pecado se reflejaba en la vida del fariseo, cuya preocupación por la
ortodoxia ahogaba su interés en la misericordia, el amor y la bondad. El pecado se hizo tangible en la
historia del sacerdote y el levita que “pasaron de largo” cuando encontraron a un semejante que
necesitaba ayuda. El pecado fue descrito en la codicia insidiosa de Judas, en el apetito de poder de
Herodes, en los motivos políticos de Pilato, en la crueldad de Herodías y en la frialdad de caifás. El
pecado siempre se ha relacionado con la gente: no se trata de una abstracción.
¿Cuál es el mensaje de Jesús dado a los pecadores? No fue: “Hace penitencia”. No fue: “Castígate”. Su
mensaje está condensado en una sencilla palabra: “Sígueme”. Esto es lo que le dijo a Mateo y al joven
rico. Mateo llegó a ser un discípulo de Jesús y el joven rico desapareció en el olvido; y esto fue así, no
porque uno fuera mejor o peor que el otro, sino porque uno dejó su oficina de cobrador de impuestos y
siguió a Jesús, y el otro “se puso muy triste” y se fue.
Jesús se presentó de continuo a sí mismo como la fuente de vida y salvación. Dijo: “El Hijo del hombre
tiene potestad … para perdonar el pecado”. (Luc. 5:24).
“El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. (Luc. 19:10).
“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. (Luc. 5:32).
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. (Mat. 11:28).
“El Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos”. (Mat. 20:28).
“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos”. (Mat. 16:19).
“Todo el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”. (Mat. 16:25).
“Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada
uno conforme a sus obras”. (Mat. 16:27).
“Yo soy la luz del mundo”. (Juan 8:12).
“Yo soy el buen Pastor”. (Juan 10:11).
“Yo soy la resurrección y la vida”. (Juan 11:25).
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“Yo soy el pan de vida”. (Juan 6:35).


“Yo soy el camino, la verdad, y la vida”. (Juan 14:6).
Estos pasajes asombrosos ilustran el significado de esta declaración: “Cristo es el cristianismo”.
(OE:300).
“La gloria central e íntima del Evangelio, por lo tanto, no es una gran verdad, no es un gran mensaje,
no es un gran movimiento, sino que una gran persona. Es Jesucristo mismo.
Sin él no podría haber Evangelio. Él vino no tanto para proclamar un mensaje, como para que hubiera
un mensaje para proclamar. Él mismo era, y es, el Mensaje. No sus enseñanzas, sino él mismo,
constituyen el cristianismo …
Él vino a un mundo perdido, a un mundo enfermo, a un mundo agonizante , a un mundo condenado. Y
él dio el remedio. Ese remedio era él mismo. No un sistema de enseñanza, sino él mismo. No un
conjunto de leyes, sino él mismo. No un cuerpo de doctrina, sino él mismo …
Ser cristiano entonces, significa entrar en relación con una Persona: una persona que os ama, que
disfruta de vuestra amistad, que os trata con ternura y consideración, que os guía en el camino de la
justicia y la obediencia, y os enseña la verdad; que tiene fortaleza para todas vuestras necesidades y os
la proporciona; y anda con vosotros como un amigo, que está en comunión con vosotros, que comparte
con vosotros su propia vida eterna; que os consuela en la tribulación, que resuelve todos vuestros
problemas y perplejidades, que hace frente con vosotros a todas las crisis de la vida, que siempre está a
vuestro lado; que mulle vuestra almohada en la enfermedad, que va con vosotros al negro valle de la
muerte, y con quien estáis seguros. Conociéndolo como un Amigo y un Salvador, os sentís seguros al
colocar todo vuestro futuro en sus manos, en la misma forma como le encomendáis todo el presente.
Al impartiros su propia vida, él cumplirá todos los mandamientos en vosotros. La vuestra será una vida
que observará los mandamientos porque en su voluntad. No habrá fallas en el obedecer, porque él es
nuestra obediencia. Al confiar en él, al descansar en él, al abandonarnos a nosotros mismos a su
cuidado, al entregarnos plenamente a él, seremos puestos en plena armonía con cada requerimiento de
Dios, porque su vida está en nosotros”. (Carlyle C. Haynes, La Justificación en Cristo:17-20).
Las aseveraciones de Jesús, hechas en el sentido de que él es el camino de la vida, fueron tan
grandiosas que los hombres se vieron forzados a seguirlo o a crucificarlo. Él era la personificación de la
gracia de Dios. La fe era la actitud mediante la cual el hombre se convertía en receptor de su gracia.
La lección objetiva más grande de todas acerca del plan de salvación fue dada al final del ministerio de
Jesús. Uno podría imaginar a Jesús pensando acerca de qué podría hacer para impresionar
indeleblemente a sus discípulos y sus seguidores de todas las épocas con el hecho de que él era su
salvación. El método que eligió fue sencillo pero elocuente y profundo. En la última cena celebrada con
sus discípulos, tomó un pedazo de pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciéndoles: “Esto es mi
cuerpo que por vosotros es partido” (1 Cor. 11:24). Asimismo tomó un vaso de vino y dijo: “Esta copa
es el nuevo pacto en mi sangre” (1 Cor. 11:25). En esta forma dramatizó el hecho de que él constituía
la salvación de ellos. No podrían progresar espiritualmente sin él. Él era la fuente de su vida. Luego
avanzó un paso más. No sólo les proporcionó esta demostración de los principios básicos de la
salvación, sino que también decretó que su iglesia debía celebrar ese rito durante todos los siglos en
recuerdo de él como su Salvador. Hablando de este rito, la Sra. White escribió: “Contemplando al
Redentor resucitado, comprendemos más claramente la magnitud del significado del sacrificio hecho
por la Majestad del cielo. El plan de salvación queda glorificado delante de nosotros”. (DTG:616).
“Esta es la culminación de la historia de la salvación tal como Jesús mismo la presentó durante su vida.
Después de la cena, él salió del aposento alto para experimentar la traición, el sufrimiento y la muerte.
En todas estas cosas él fue más que un ejemplo de fe. Su muerte fue más que la de un mártir; constituyó
una expiación por el pecado de la humanidad. Su eficacia quedó ratificada por su resurrección, y es
puesta al alcance de los seres humanos mediante el ministerio de su Espíritu.
Sin embargo ha sido abierto otro camino hacia la presencia de Dios, y la apertura de esa vía tiene su
expresión en el Evangelio. Merecíamos una muerte eterna; merecíamos exclusión de la familia de Dios;
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pero el Señor Jesús tomó sobre sí mismo toda la culpabilidad de nuestros pecados y murió en nuestro
lugar en la cruz. De ese modo Cristo ha satisfecho por nosotros las exigencias de la ley, y así ha
desaparecido su terror, y nosotros ya no estamos más vestidos con nuestra propia justicia sino con la
justicia de Cristo, y por lo tanto ya no sentimos más temor, así como Cristo no experimenta temor,
frente al tribunal del juicio de Dios”. (Machen:164).

Capítulo 3: El Evangelio Interpretado por Pablo

La interpretación que Pablo hace de la justificación por la fe está muy bien expresada en Efe. 2:4-10
que dice: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun cuando
estábamos muertos en pecados, nos dio vida junto con Cristo. Por gracia habéis sido salvos. Y con él
nos resucitó y nos sentó en el cielo con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros la abundante
riqueza de su gracia, en su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido
salvados por la fe. Y esto no proviene de vosotros, sino que es el don de Dios. No por obras, para que
nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de
antemano preparó para que anduviésemos en ellas”. (Efe. 2:4-10).
Este pasaje contiene varias ideas importantes: la salvación se origina en Dios debido a su
“misericordia” y “amor”; este amor divino manifestado en beneficio de los pecadores es llamado
“gracia”; la gracia es anterior a la fe, e hizo una completa provisión para la salvación eterna del
hombre; la salvación no se alcanza mediante las obras sino por la gracia; y la fe es la mano humana
extendida hacia Dios para recibir los frutos de la gracia divina.

La epístola a los Romanos.-

La doctrina de Pablo de la justificación por la fe es presentada en forma más explícita en la epístola a


los Romanos. Los capítulos doctrinales de esta epístola han sido muy bien condensados por Matthew
Arnold:
“El primer capítulo se refiere a los gentiles, y su contenido es: vosotros no tenéis justicia. El segundo
capítulo se refiere a los judíos, y su contenido es: vosotros no tenéis más que ellos, aunque pensáis que
tenéis. El tercer capítulo presenta la fe en Cristo como la única fuente de justicia para todos los seres
humanos. El capítulo cuarto le da la idea de la justificación por la fe el respaldo del Antiguo
Testamento y de la historia de Abraham. El capítulo quinto insiste en las causas por las cuales hay que
estar agradecidos y gozosos por el don de la justificación mediante la fe en Cristo; además, utiliza la
historia de Adán como una ilustración. El capítulo seis plantea esta pregunta importantísima: ‘¿En qué
consiste esa fe en Cristo a la que yo, Pablo, me refiero?’ Y contesta esa pregunta. El capítulo siete
ilustra y explica la respuesta. Pero el capítulo ocho, hasta el versículo 28, amplía y completa la
pregunta. El resto del capítulo ocho expresa el sentimiento de seguridad y de gratitud que la solución
del asunto planteado puede proporcionar. Los capítulos nueve, diez y once apoyan la tesis del capítulo
dos, tan difícil para un judío, tan fácil para nosotros, según la cual la justicia no se obtiene por medio de
la ley judía; finalmente habla con esperanza y gozo de un resultado final de las cosas que han de ser
favorables para Israel”.
En el primer capítulo, Pablo expresa su confianza en el Evangelio de Cristo en los siguientes términos:
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree;
primero al judío y también al griego. Porque en el evangelio la justicia que viene de Dios se revela de
fe en fe, como está escrito: "El justo vivirá por la fe”. (Rom. 1:16-17). Este pasaje muestra claramente
que la salvación de Dios es para los que tienen fe. Dios rechazó la nacionalidad como una base para la
salvación. También rechazó la tentativa humana de observar la ley. Como Dios tenía el derecho de
establecer una base para la salvación del hombre, que estuviera en armonía con su propio carácter,
eligió la fe.
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El apóstol, desde Rom. 1:18 hasta 3:21, presenta una sombría descripción de la depravación humana,
tanto de los judíos como de los gentiles. Todo análisis de la salvación debe implicar el pecado, porque
la salvación es la solución de Dios para el problema del pecado. La condición de la humanidad se
resume en una serie de citas del Antiguo Testamento:
“Pues está escrito: No hay justo, ni aun uno. No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos
se desviaron, se echaron a perder. No hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno”.

“Sepulcro abierto es su garganta, con sus lenguas urden engaños. Veneno de áspides hay en sus labios.
Su boca está llena de maldición y amargura”.

“Sus pies se apresuran a derramar sangre. Quebranto y desventura hay en sus caminos, no conocen
camino de paz. No hay respeto de Dios ante sus ojos”. (Rom. 3:10-18).

Y ahora viene la solución. Los versículos 21-31 del capítulo 3 presentan el tema central del libro: “Pero
ahora, aparte de toda ley, la justicia de Dios se ha manifestado respaldada por la Ley y los Profetas; la
justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay
diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, y son justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada por Cristo Jesús”. (Rom. 3:21-24). Este
es el Evangelio. Pero esta gracia maravillosa, asequible para todos los que tienen fe, no invalida la ley,
porque el versículo 31 dice: “Luego, ¿anulamos la Ley por la fe? ¡De ninguna manera! Al contrario,
confirmamos la Ley”. (Rom. 3:31). La tesis de Pablo consiste en que la ley es necesaria y honrosa,
pero no puede salvar.
El plan divino de redención, tal como se lo presenta en Rom. 3:21-31, ha sido bien explicado por un
erudito presbiteriano conservador:
“Pablo ha estado insistiendo en que todo el mundo tiene necesidad de justicia y está bajo la
condenación de Dios. Aquí declara que mediante la obra expiatoria de Cristo se ha proporcionado
justificación, y ésta se ofrece gratuitamente a todos únicamente sobre la base de la fe. Esa justicia está
‘manifiesta’ en el Evangelio. Está ‘aparte de la ley’; no se obtiene obedeciendo la ley; se ofrece a los
que han transgredido la ley; no es algo que pueda merecerse o ganarse. Sin embargo, está en armonía
perfecta con la ley, es testificada ‘por la ley y por los profetas’, según lo demuestra Pablo en el capítulo
siguiente de su epístola. Es proporcionada por Dios mismo, porque ‘la justicia de Dios’ (verso 22) aquí
denota, no el atributo de la justicia divina, sino la justicia que Dios le ofrece al hombre.
Se la recibe por la fe. En efecto la fe es la característica distintiva; no es una justicia mediante las obras,
sino una justicia ‘por medio de la fe en Jesucristo’, y es ‘para todos los que creen’. La fe, sin embargo,
no es un factor que proporcione méritos, sino que es sencillamente el instrumento mediante el cual se
recibe esta justicia.
Esta justicia de Dios es de aplicación universal, ya que todos la necesitan, ‘por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios’. Pablo no quiere decir que todos han pecado con la misma
intensidad, sino que todos, sin excepción, no han logrado alcanzar la ‘gloria’, la alabanza y la
aprobación de Dios, y por lo tanto están bajo su condenación. Los tales, sin embargo, si ponen su
confianza en Cristo, son ‘declarados justos’, porque en este caso el término ‘justificados’ (verso 24), no
significa ‘hechos justos’, sino declarados justos. Aquí Pablo está describiendo la ‘justificación’; la
santificación, por cierto, la seguirá. La fe ciertamente inicia en una vida de santidad. Sin embargo, de
inmediato, antes de que esa vida haya sido vivida, el que acepta a Cristo como Salvador es declarado
justo.
Esto no se debe a mérito alguno de parte del hombre. La fuente de esta ‘justificación’ es el favor
inmerecido de Dios. Los hombres son ‘justificados gratuitamente por su gracia’.
Sin embargo, este benévolo acto de justificación de parte de Dios no se debe a ninguna indiferencia
hacia el pecado, ni tampoco a que no haya advertido las distinciones morales. Dios la ha hecho posible
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a un costo infinito: ‘mediante la redención que es en Cristo Jesús’. Esta redención, esta liberación de la
culpa, el poder y la penalidad del pecado, se cumplió por medio de la muerte expiatoria de Cristo, ‘a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre’. Esta muerte propiciatoria de
Cristo, sin embargo, no tenía el propósito de inducir a Dios a amar a los pecadores: ‘Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito’. Mediante este sacrificio propiciatorio,,
Dios manifiesta su actitud hacia el pecado y tiene la posibilidad de perdonar a los pecadores”. (Charles
Erdman, La Epístola de Pablo a los Romanos:51-52).
Ellen White declara esta misma gran verdad cristiana: “¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de
Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de
hacer por sí mismo”. (TM:464).
El capítulo 4 de Romanos tenía el propósito de convencer la mente judía utilizando a Abraham como
una ilustración de la forma como los hombres son salvos. Pablo establece cuatro puntos en este
capítulo:
1.- Abraham no fue justificado por las obras. Pablo apoya este punto citando Gen. 15:6, donde se dice
de Abraham que “creyó a Jehová, y le fue contado (imputado) por justicia”.
2.- Abraham no fue justificado por la circuncisión. Pablo declara que la circuncisión de Abraham era
“como un sello de la justicia de la fe que tuvo estando aun incircunciso”. A Abraham se lo llama padre
de los que “siguen las pisadas de la fe” (Rom. 4:11-12). Entonces, los verdaderos descendientes de
Abraham no son los que tienen la sangre de Abraham en sus venas sino los que tienen la fe de Abraham
en sus corazones.
3.- Abraham no fue justificado por la ley. “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la
promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para
la que es de la fe de Abraham, el cuales padre de todos nosotros”. (Rom. 4:16). La ley condena. Lo que
salva es la gracia, y únicamente la gracia, obrando mediante la fe.
4.- La fe de Abraham era un símbolo de la fe del cristiano. Abraham creyó la Palabra de Dios. Las
promesas de Dios parecían imposibles de cumplirse, pero Abraham continuó creyendo. Asimismo el
plan de Dios para redimir al hombre parece increíble, pero el cristiano cree porque Dios ha hablado.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por
quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la
esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1-2). El cristiano, mediante la gracia y la fe de Dios, tiene
acceso a una nueva relación con Dios. Pablo desea que no se interrumpa esa relación. El Evangelio no
sólo posibilita esta relación de “paz con Dios”, sino que también proporciona esperanza para el futuro y
la habilidad para sufrir con ánimo.
El resto del capítulo 5 de Romanos constituye un poderoso testimonio acerca de la suficiencia del
Evangelio: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió
por nosotros … Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. (Rom. 5:8-10).
Después de recordar la entrada del pecado por medio de Adán, Pablo declara: “Pero el don no fue como
la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más
para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo”. (Rom. 5:15). La
frase clave de este capítulo es “mucho más”. No importa cuán penetrante, cuán sutil y cuán fuerte seas
el pecado: la gracia divina es abrumadoramente más poderosa. “Pues si por la transgresión de uno solo
reinó la muerte, muchos más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de
la gracia y del don de la justicia”. (Rom. 5:17).
Los capítulos 6 al 8 concluyen la sección de Romanos que algunos traductores han llamado “El
Evangelio según Pablo”. Estos capítulos tratan de los resultados de la fe, y aclaran el significado de la
fe. Erdman introduce sus comentarios acerca de estos capítulos con el siguiente párrafo:
“El error común … que se comete en muchas críticas de la doctrina de la justificación por la fe,
consiste en el fracaso de comprender cuál es el sentido de la fe. Si la fe denotara un mero asentimiento
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a dogmas o la repetición de un credo, en ese caso aceptar a alguien como justo en vista de su fe, sería
algo absurdo e injusto; pero la fe describe una relación personal con Cristo. Para un creyente, significa
confiar en Cristo obedecer a Cristo y amar a Cristo; y esa confianza, esa obediencia y ese amor
inevitablemente producen pureza y santidad y una vida de servicio abnegado. La justificación por la fe
no puede estimular el pecado, ni permitir el pecado, ni desacreditar la ley de Dios. En cambio produce
justicia y obediencia verdadera. La justificación, por lo tanto, da nacimiento a la santificación. Es
posible separar ambos conceptos en el pensamiento, pero en la experiencia están unidos. Para el que ha
sido justificado por la fe comienza al mismo tiempo una nueva vida de santidad”. (Erdman, Epístola de
Pablo a los Romanos:70).
Pablo, en el capítulo 6, insiste en que los que han sido salvados están “muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús” (Rom. 6:11). Cree que la gracia de Dios libra a los hombres del dominio del
pecado y los hace “siervos de la justicia” (verso 18). El resultado de esta nueva relación es la santidad y
la vida eterna.
El vínculo del matrimonio se emplea en el capítulo 7, versículos 1-6, para ilustrar el pensamiento de
Pablo. Esta alegoría ha sido tema de mucha discusión, pero su intención parece clara: “Porque la mujer
casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la
ley del marido” (Rom. 7:2). Este pasaje presenta a tres “personajes”: la mujer, su esposo y la ley que
gobierna su relación mutua. El esposo muere. La ley del matrimonio ya no tiene más vigencia. Pablo
parece representar mediante la figura del esposo al “viejo hombre”, al “yo pecador” que fue
“crucificado juntamente con él [Cristo]”. Después de que el primer “esposo” es eliminado en esta
forma del escenario, la “mujer” – el seguidor de Cristo – queda en libertad de establecer una relación
con Cristo que le proporcionará poder a la vida para cumplir aquello que la ley no puede hacer. La ley
no era el primer esposo, pero la ley condenaba mientras el primer esposo, el “yo pecador” permaneciera
vivo. (Rom. 6:6).
Pablo prosigue demostrando cuál es la naturaleza de la ley. El mandamiento es “santo, justo y bueno”
(Rom. 7:12); pero el pecado que la ley condena sentencia al pecador a muerte. Pablo reconoció que en
sí mismo había deseos y motivos conflictivos. “Pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso
hago”. (Rom. 7:15). “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí”. (Rom.
7:21). La comprensión de la esterilidad de esta lucha induce al apóstol a exclamar: “¡Miserable hombre
de mí! ¿Quién me libará de este cuerpo de muerte?” La respuesta es firme, clara y animadora: “Gracias
doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro”. (Rom. 7:24-25).
En el capítulo 8 el lector sale del escenario de la lucha y la derrota y entra en la victoria emocionante de
la vida plena de Espíritu:
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús; [los que no andan según la
carne, sino según el Espíritu;] porque mediante Cristo Jesús, la ley del Espíritu que da vida, me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible a la Ley, por cuanto era débil
por la carne; Dios, al enviar a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y como sacrificio por el
pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia que quiere la Ley se cumpla en nosotros,
que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
El secreto de la vida cristiana consiste en estar “en Cristo”. Esta expresión que aparece veintenas de
veces en los escritos de Pablo, describe una relación salvadora con Cristo. En el versículo 10 se invierte
esta figura y se dice que Cristo “está en vosotros”. Estas dos figuras sugieren una relación tan estrecha
entre Cristo y el cristiano, que las palabras tratan vanamente de describirla. La expresión “en Cristo”
habla de confianza, obediencia, sumisión, amor y fe. La expresión “Cristo en vosotros” sugiere
regeneración, transformación, poder y gracia.
El contraste entre la “carne” o “la naturaleza inferior”, y el “espíritu”, es el contraste entre la vieja vida
antes de Cristo y la nueva vida en Cristo. Este contraste se presenta con más detalles en Gal. 5:16-25,
donde se establece una diferencia entre los frutos del Espíritu y las obras de la carne.
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La vida que está bajo el control del Espíritu convierte al hombre en un hijo y un heredero de Dios, y en
“coheredero” de Cristo (Rom. 8:17). En los versículos 18-39 Pablo contempla más allá de este mundo
la “gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18). Visualiza todo el universo en
expectación del resultado del plan de salvación. Esta gloria final es la culminación de la secuencia que
aparece en los versículos 29-30: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y
a los que justificó, a estos también glorificó”. (Rom. 8:29-30). Aunque en esta gradación no se
menciona la fe, no debería concluirse por ello que el hombre no tiene parte en la determinación del
sentido de su propia vida. La salvación del hombre es provista por un decreto divino. El beneficio que
el hombre obtenga de ella depende de su aceptación de ella.
El final del “Evangelio” de Pablo se encuentra en los versículos 31-39. El lenguaje humano pocas
veces ha logrado un vuelo más elevado que en este pasaje. Los dones de Dios son ilimitados. La
absolución de Dios es completa. El amor de Dios es inigualable y la victoria es segura:
“Por eso estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni lo presente ni lo por
venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es
en Cristo Jesús Señor nuestro”. (Rom. 8:38-39).
Los capítulos 9 al 11 tratan del puesto del pueblo de Israel en la historia. Se han propuesto muchas
explicaciones diferentes de Romanos 9. Sanday, en su Epístola a los Romanos, menciona varios puntos
de vista. La interpretación del teólogo holandés Arminio (1650-1609), quien en diversos sentidos
imprimió la dirección teológica que tuvo el reavivamiento wesleyano, parece adecuada:
“El propósito del capítulo dice él [Armiño], es el mismo que el de la epístola, considerado desde un
punto de vista especial. Mientras el blanco de la epístola es probar la ‘justificación por la fe’, en este
capítulo Pablo defiende su argumento contra los judíos que afirmaban: ‘Trastorna las promesas de
Dios, por lo tanto no es verdadero’. Mediante las palabras dirigidas a Rebeca (verso 12), Dios da a
entender que desde la eternidad había resuelto no admitir a sus privilegios a todos los hijos de
Abraham, sino únicamente a los que él eligiese de acuerdo con el plan que había trazado. Este plan
consistía en extender su misericordias a los que tuviesen fe en él cuando él los llamara y que creyesen
en Cristo, y no a los que buscasen la salvación por medio de las obras. El pasaje que sigue (verso 14 y
siguientes) muestra que Dios ha decidido proporcionar su misericordia en la forma que él eligiera y de
acuerdo con su propio plan, y no darla al que corre, es decir, al que la busca por medio de las obras,
sino al que la busca en la forma que él ha establecido. Y esto es perfectamente justo, porque él mismo
ha anunciado esto como su método. A continuación se presenta la figura del alfarero y el barro para
demostrar, no la soberanía absoluta de Dios, sino su derecho a hacer lo que él quiere, es decir, poner
sus propias condiciones. Él ha creado al hombre para que llegue a ser algo mejor de lo que fue hecho.
Dios hizo al hombre como un vaso: pero el hombre ha hecho de sí mismo un vaso malo. Dios
determina en ciertas condiciones hacer a los hombres vasos de gloria o vasos de ira según si ellos
cumplen o no cumplen esas condiciones. La condición es la justificación por la fe”. (William Sanday,
La Epístola a los Romanos:274).
Esta explicación preserva la soberanía de Dios y el libre albedrío del hombre. Defiende el derecho de
Dios de establecer su propio criterio para la salvación: la fe y la responsabilidad del hombre de ejercer
fe para obtener la salvación. Esto no degrada la fe convirtiéndola en una especie de obra, sino que
considera la fe como una actitud mediante la cual el hombre recibe las provisiones de la gracia.
Así como el capítulo 9 habla de la soberanía divina, el capítulo 10 trata de la responsabilidad humana.
Pablo vuelve a repetir su amor y su preocupación por Israel. Está decepcionado porque ellos procuraron
establecer una justicia de su propia hechura mediante las obras de la ley. Insiste en la creencia y la
confesión como el medio de salvación para todos los hombres, judíos y gentiles por igual (versos 9-13).
Los últimos versículos del capítulo sostienen que Israel tuvo amplia oportunidad de conocer y aceptar
la salvación por la fe.
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El capítulo 11 presenta la tremenda verdad de que la elección de Dios es una “elección de la gracia”.
Mediante la parábola del olivo, Pablo explica cómo se cumplirán los propósitos y las promesas de Dios.
Esta parábola debe ser considerada en relación con el marco de referencia de Romanos 9 al 11. toda
esta sección trata del problema de Israel. A Israel se le habían hecho promesas que los judíos
interpretaron en forma absoluta. Pablo estaba enseñando la supremacía de la fe más bien que la
supremacía de la raza. La siguiente pregunta surgía lógicamente: ¿Y las promesas de Dios hechas a
Israel? ¿Cómo se cumplirían?
Un concepto básico para comprender Romanos 9 al 11 es el de “elección”. Este se introduce en el
capítulo 8. aquí se presenta a Dios como alguien que conoce de antemano, predestina, llama, justifica y
glorifica a un pueblo. Esta obra divina le imparte al apóstol una abundante confianza, la cual él
manifiesta en su canto de confianza en los versículos finales del capítulo. El capítulo 8, sin embargo, no
propone definiciones ni establece límites en lo que concierne a la elección. La idea de elección ha sido
propuesta pero no examinada. Los capítulos 9 al 11 tratan de aplicar el principio de la elección a los
judíos y a los gentiles.
El capítulo 9, como hemos visto, justifica el rechazo de Israel por parte de Dios. Pablo muestra a raíz
de la experiencia de los patriarcas que Isaac y Jacob fueron elegidos por Dios, mientras que sus
hermanos de la misma sangre fueron rechazados. De modo que hubo una “elección” (verso 11), en la
época patriarcal.
Pablo continúa apoyando su proposición con ayuda de las palabras dichas por Dios a Moisés (verso
15), y con la mención de su traro con Faraón. Su posición como Creador (versos 19-23) le permite
establecer sus propias condiciones en su trato con la humanidad. Luego Pablo explica cómo Isaías
predijo la salvación de los gentiles y la salvación tan sólo de un remanente de Israel (versos 27-29). Los
versículos finales del capítulo, como hemos visto, manifiestan la norma establecida por Dios para la
salvación: la fe. El capítulo ha conservado la idea de que Dios tiene el derecho de utilizar la fe como
norma de la salvación antes que la raza o las obras, si así lo prefiere.
En el capítulo 10, como ya vimos, se explica que los judíos no tienen excusa debido a que el Evangelio
ha sido predicado plena y universalmente.
El capítulo 11 comienza, tal como los capítulos 9 y 10, con otra declaración de Pablo con la que se
identifica con su pueblo. Comienza el capítulo con un tema importante: “¿Ha desechado Dios a su
pueblo?” La respuesta es una enfática negación, y su defensa es una alusión a la experiencia de Elías
cuando siete mil personas fieles constituyeron un “remanente” en Israel. Pablo aplica esta ilustración:
“Así también en este tiempo ha quedado un ‘remanente’ escogido por gracia”. La última expresión
indica cuál es la base sobre la que Dios elige al remanente: la gracia. A continuación Pablo declara
nítidamente que la gracia no elige sobre la base de las obras. Posteriormente en el capítulo se explica
cuál es la base sobre la que la gracia escoge a sus elegidos.
Luego Pablo señala que el fracaso de los judíos ha tenido un resultado positivo: la predicación del
Evangelio a los gentiles. Pero Pablo todavía sostiene la esperanza de que “algunos” de los judíos
aceptarán a Cristo. Luego Pablo de la parábola del olivo.
El olivo constituye la iglesia verdadera de Dios en todas las épocas, su “remanente”. Los gentiles, a los
que Pablo está escribiendo, son comparados con un “olivo silvestre” injertado en el árbol en lugar de
las ramas que fueron “desgajadas”. En esta forma participa “de la raíz y de la rica savia del olivo”.
debido a la posición de los gentiles como ramas injertadas, éstos no deben considerarse superiores a
“las ramas”. Luego viene el versículo clave de este pasaje: “Por su incredulidad fueron desgajadas,
pero tú por la fe estás en pie”. Este versículo presenta cuál es la norma que Dios utiliza para su
elección: no es la nacionalidad ni las obras, sino la fe. Este versículo modifica puntos de vista extremos
en cuanto a la predestinación. Es verdad que Dios elige a los que él quiere; pero él elegirá a los que
tienen fe. Él no está limitado por pactos nacionales ni es influenciado por “obras” personales. El
remanente elegido por la gracia de Dios está constituido por los que tienen fe.
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Este mismo hecho se repite en el versículo 23. Pablo le recuerda a los gentiles que Dios puede volver a
injertar a los judíos en el árbol. ¿Sobre qué base? “Si no permanecieren en incredulidad”. La soberanía
de Dios, operando en armonía con su gracia, hace posible que los gentiles sean injertados o que los
judíos vuelvan a ser injertados; pero, en cualquier caso, la fe es el factor determinante.
A continuación Pablo amonesta a los gentiles que no sean arrogantes. Tenía que llamarles la atención a
un “misterio”. “Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de
los gentiles; y luego todo Israel será salvo”. Esto muestra claramente que el conjunto de los salvados
estará constituido por los gentiles que tengan fe y la parte de los israelitas que también manifiesten fe.
Esta interpretación armoniza con los símbolos utilizados en la parábola y con todas las enseñanzas de
Pablo acerca del Israel verdadero.
Comenzando con el versículo 28, Pablo muestra que Dios todavía llama a los judíos. Su misericordia
todavía es asequible para ellos, y él aun los ama. El factor determinante es le fe, tanto para los gentiles
como para los judíos.
Esa doctrina resultaba extraña para los judíos y los gentiles de los días de Pablo. Los prejuicios
nacionales eran demasiado intensos para permitir una pronta concepción de una comunidad religiosa
integrada por miembros de nacionalidades diferentes. Pablo dirigió las palabras finales del capítulo 11
a un mundo que él sabía que recibiría con recelo esas ideas revolucionarias:
“¡Oh profundidad de las riquezas, tanto de la sabiduría como del conocimiento de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién entendió el pensamiento del
Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero, para que sea recompensado? Porque todas
las cosas son de él, por él y para él. ¡A él sea la gloria para siempre! Amén”. (Rom. 11:33-36).
Pablo inicia el capítulo 9 de Romanos con una exclamación de angustia y concluye el capítulo 11 – y la
parte doctrinal de su libro – con una gloriosa alabanza. ¿Resulta extraño que haya manifestado tanto
entusiasmo en la conclusión de su argumentación? Pablo había mostrado que “Dios es abundantemente
capaz de transformar el corazón del judío y del gentil igualmente y conceder a todo creyente en Cristo
las bendiciones prometidas a Israel”. (HAp:273). Por cierto que esto constituye razón más que
suficiente para llenar de gozo a cualquiera.

La epístola a los Gálatas.-

Si bien es cierto que la doctrina de la salvación por la fe se advierte en todas las epístolas de Pablo, las
epístolas a los Romanos y a los Gálatas son las que ponen más énfasis en esta verdad.
En la epístola a los Gálatas, Pablo defiende su doctrina contra los ataques de un grupo judaizante de la
iglesia, el que sostenía lo que Pablo denomina “un Evangelio diferente” (Gal. 1:6). Pablo vuelve a
presentar aquí la comisión recibida de predicar el Evangelio a los gentiles. También refiere en qué
forma se vio obligado a oponerse a Pedro y a Bernabé cuando éstos vacilaron frente al grupo de
judaizantes. Pablo vuelve a repetir su tesis:
“Sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo. Así,
nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe en Cristo, y no por las obras
de la Ley; porque por las obras de la Ley ninguno será justificado”. (Gal. 2:16).
Pablo estaba sumamente preocupado por la actitud de los Gálatas: “Pablo rogó a los que habían
conocido una vez el poder de Dios en sus vidas, a volver a su primer amor de la verdad evangélica. Con
argumentos irrefutables les presentó su privilegio de llegar a ser hombres y mujeres libres en Cristo,
por cuya gracia expiatoria todos los que se entregan plenamente son vestidos con el manto de su
justicia. Sostuvo que toda alma que quiera ser salvada debe tener una experiencia genuina y personal en
las cosas de Dios”. (HAp:311).
En el siguiente pasaje vuelve a destacarse la supremacía de la fe: “Pero es claro que por la Ley ninguno
se justifica ante Dios, porque "el justo vivirá por la fe". La Ley no procede de la fe, pues dice: "El que
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hace esas cosas vive por ellas". Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, al hacerse maldición por
nosotros, porque escrito está: "Maldito todo el que es colgado de un madero"”. (Gal. 3:11-13).
La argumentación presentada en Romanos es resumida en Gálatas 3:21-26 y en 4:4-5.
Pablo no estaba preocupado solamente a causa del abuso que se hacía de la ley, sino que también le
preocupaba el hecho que la ley fuera utilizada correctamente. No quería cristianos que emplearan su
libertad “como ocasión para la carne” (Gal. 5:13). Consideraba el amor como la base de la ley.
estableció un contraste entre las “obras de la carne” y “los frutos del espíritu”, y demostró que la obra
del espíritu produce una vida que está en armonía con las exigencias de la ley y el amor divino.
Entre todas las epístolas y los Evangelios, el mensaje de Romanos y Gálatas lleva a concordar con este
concepto de Berkouver: “Escríbase con letras mayúsculas y con cursiva, que la salvación es la
salvación de Dios, que nos llega por medio del milagro de la redención; la salvación de Dios que no ha
sido ideada por una mente humana y que no ha surgido de ningún corazón humano. Nada de esto
cambia una sola letra del hecho de que esta gracia soberana debe ser aceptada por fe”. G. C. Berkouver,
Fe y Justificación:185, 1954).

Capítulo 4: El Evangelio en el Apocalipsis

Puede ser que constituya una novedad para algunos saber que el último libro de la Biblia, el
Apocalipsis, contribuye en forma sustancial a la doctrina de la justificación por la fe. Este libro
contiene, a manera de introducción, la expresión “la revelación de Jesucristo”; de modo que no es
extraño que en sus páginas aparezca la salvación proporcionada por Cristo. Además, como el mensaje
de este libro está presentado por medio de símbolos, no es sorprendente que también se presente la
salvación en forma simbólica.
La primera descripción de Jesucristo en el Apocalipsis se la hace mediante una visión de Juan
registrada en el primer capítulo de este libro. Juan cita estas palabras de su Maestro glorificado: “Yo
soy … el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo
las llaves de la muerte y del Hades” (Apoc. 1:18). La resurrección de Cristo lo convirtió en el amo de
la muerte. ¿No constituye esto una parte del drama de la redención?
En el capítulo 4 cambian los símbolos. Juan vio en visión a Dios en su trono, rodeado por 24 ancianos,
por “cuatro seres vivientes” (Apoc. 4:6), y por una multitud de seres celestiales. El que estaba en el
trono tenía en su mano derecha un rollo sellado con siete sellos. Un ángel preguntó: “¿Quién es digno
de abrir el libro y desatar sus sellos?” El que finalmente fue encontrado digno de revelar el contenido
de los rollos fue Jesús, a quien se presenta bajo el símbolo de “el Cordero”. Ese término se traduce de
una palabra griega que significa literalmente “un corderito”, y se repite 28 veces en el Apocalipsis
(Apoc. 5:6, 8, 12, 13; 6:1, 16; 7:9, 10, 14, 17; 12:11; 13:8; 14:1, 4, 10; 15:3; 17:14; 19:7, 9; 21:9, 14,
22, 23, 27; 22:1, 3).
Este es el símbolo que se repite con más frecuencia en este libro, y hace palidecer a todos los otros
símbolos debido a su importancia.
Algunos, al leer el Apocalipsis, han reparado en las trompetas, los sellos, las bestias, los dragones, los
terremotos, las copas, y muchos otros símbolos, pero han pasado por alto el Cordero. Este modo de
interpretación no llega a comprender cuál es el centro real de la profecía. El repaso de unas pocas
alusiones al Cordero mostrará que el Evangelio no está ausente del Apocalipsis.
En primer lugar, Juan el apóstol, a quien los eruditos bíblicos conservadores consideran el autor del
Apocalipsis, oyó a Juan el Bautista presentar a Jesús como “el Cordero de Dios” (Juan 1:29, 36), en el
momento del bautismo de Jesús. El hecho de que Juan el Bautista empleara el término amnós (cordero)
en lugar de la expresión arníon (un corderito) es algo incidental al significado básico del símbolo. La
idea del cordero sacrificado como un símbolo de Cristo es algo que tiene su origen en Isa. 53:7. este
símbolo sugiere la impecabilidad de Cristo, el hecho de que no opuso resistencia a la violencia de sus
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enemigos, y su identidad como un sacrificio en armonía con el simbolismo del ritual del Antiguo
Testamento.
El Apocalipsis describe el Cordero como un objeto de adoración y culto, y muestra que el Salvador
sufriente ha llegado a ser un Salvador triunfante. En el capítulo 7:10, la multitud de los redimidos
exclama: “La salvación pertenece a nuestro Dios … y al Cordero”. En este último capítulo, en el
versículo 14, se describe a los salvados como que “han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la
sangre del Cordero”. ¿Es esto un símbolo exagerado? Probablemente, pero es muy expresivo y
armoniza notablemente con toda la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de Cristo.
Apocalipsis. 12:10-11 es un pasaje especialmente oportuno. Después de la derrota del dragón, Satanás,
se oyó una voz que decía en el cielo: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro
Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el
que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del
Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apoc.
12:10-11). Otro comentario significativo se encuentra en Apoc. 13:8, donde se habla de Jesús como el
“Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”. Esto constituye un indicio acerca de la
perspectiva histórica del plan de redención.
Un hermoso símbolo de la salvación aparece en Apoc. 19:7-9. El escenario está constituido por “las
bodas del Cordero”. Su “esposa” es la ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén (Apoc. 21:9-10). La
“esposa” estaba ataviada con ropa de lino blanco, “la justicia de los santos”. La ciudad de Dios por
supuesto incluye a sus habitantes. La salvación es una relación con Cristo, la que aquí está simbolizada
por la relación del matrimonio. Los últimos versículos del libro brillan con gemas evangélicas tales
como éstas: “Y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apoc. 22:17), y “la gracia de
nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros” (verso 21).

Capítulo 5: Aplicación Práctica de la Enseñanza Bíblica

Al repasar los diferentes libros de la Biblia, hemos visto que el “Evangelio eterno” brilla
constantemente en ellos. “En la Biblia no hay ningún libro que no contribuya, desde un punto de vista u
otro, con su propio rayo de luz a formar el halo que rodea las sienes de la fe”. (James Hastings, Las
Grandes Doctrinas Cristianas de la FE:12). Desde el Edén perdido hasta el Edén restaurado, la gracia
de Dios se manifiesta mediante Cristo y llega a tener eficacia por medio de la fe.
Sin embargo, es posible leer la Biblia sin llegar a captar este énfasis. Desde los días de Caín los
hombres han procurado encontrar salvación mediante sus propios esfuerzos. Como resultado de esto, el
mensaje del Evangelio ha sido neutralizado.
La religión de una persona consiste en obligación, formalismo, ritual y profesión. La religión de otra
persona es amor mutuo entre ella y Cristo. Un individuo trabaja para obtener recompensas y para ser
respetado. Otro lo hace porque ha tenido una experiencia personal con Cristo.
La religión de una persona es semejante a un matrimonio sin amor. La de la otra es como un
matrimonio que cuenta con la plenitud del amor.
La preocupación dominante de un individuo consiste en defender su fe. La preocupación principal de
otro es hacer brillar su fe mediante Cristo.
Los esfuerzos de una persona están tristemente limitados por la flaqueza humana. Otra persona, aunque
reconoce su debilidad, sabe que el poder de la gracia divina está obrando en su favor.
Un individuo contempla a Jesús como un gran Maestro o como el Redentor de los hombres. Otro
acepta a Jesús como su Redentor personal.
Una persona espera ser salvada si ella es fiel. Otra espera ser salvada porque Dios es fiel. Un individuo
confía en los planes y en la organización humanos. Otro reconoce la necesidad del Espíritu de Cristo.
Una persona, tal como el hermano mayor de la parábola, siente que tiene derecho al favor de su padre.
Otra como el hijo pródigo que regresa, se echa sin reserva en los brazos de la misericordia.
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No es posible estimar en demasía la importancia de una comprensión cabal de la enseñanza bíblica


acerca de la salvación. El cristianismo evangélico no debe abandonar su premisa básica. El adventismo
no debe perder su fundamento evangélico. Incurrir en estos errores sería rebajar la iglesia al nivel de
una sociedad moralista. Ellen White ha escrito:
“Hay almas concienzudas que confían parcialmente en Dios y parcialmente en sí mismas. No recurren
a Dios para ser preservadas por su poder, sino que dependen de su vigilancia contra la tentación y de la
realización de ciertos deberes para que Dios las acepte. No hay victorias en esta clase de fe. Tales
personas se esfuerzan en vano. Sus almas están en un yugo continuo y no hallan descanso hasta que
sus cargas son puestas a los pies de Jesús.
Se necesitan vigilancia constante y ferviente y amante devoción. Pero ellas se presentan naturalmente
cuando el alma es preservada por el poder de Dios, mediante la fe. No podemos hacer nada,
absolutamente nada para ganar el favor divino. No debemos confiar en absoluto en nosotros mismos ni
en nuestras buenas obras. Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecaminosos,
podemos hallar descanso en su amor. Dios acepta a cada uno que acude a El confiando plenamente en
los méritos de un Salvador crucificado. El amor surge en el corazón. Puede no haber un éxtasis de
sentimientos, pero hay una confianza serena y permanente. Toda carga se hace liviana, pues es fácil el
yugo que impone Cristo. El deber se convierte en una delicia, y el sacrificio en un placer. La senda que
antes parecía envuelta en tinieblas se hace brillante con los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en
la luz así como Cristo está en la luz”. (FO:38-39).
Esta constituye una excelente declaración de la interpretación adventista de la enseñanza bíblica de la
salvación por la fe. Lo mismo que en el caso de todas las demás doctrinas, la iglesia y sus miembros
individuales no siempre han aceptado esta doctrina con el interés con que deberían haberla recibido.
pero, a pesar de la debilidad humana, el fundamento permanece. El futuro de la iglesia dependerá de la
profundidad de su captación del método que Dios emplea para la salvación del ser humano.

Segunda Parte: La Justificación por la Fe Enseñada


por la Iglesia Antes del Siglo XIX

Capítulo 6: De Pablo a Juan Wesley: Un Resumen

Los cuatro Evangelios, y las epístolas de Pablo escritas a las iglesias de Roma y Galacia, constituyen la
fuente más fructífera de la doctrina fundamental de la justificación por la fe. Pablo, tal como hemos
visto, estaba constantemente en conflicto con el legalismo judío de su tiempo. En contraste con ese
legalismo, él presentó la fe en Cristo como el único medio de obtener justificación, santificación y
salvación. Enseñó que la salvación era un don gratuito, separado de la ley, y presentó la ley solo como
una norma de conducta, impotente para salvar (Romanos 1:16-17; 3:20-28; 4:19-25; 5:9-11; 8:3-4, 29-
30; Gálatas 2:15-21; 3:21-27).
Mientras la iglesia primitiva estuvo a la defensiva contra el judaísmo, era natural que se pusiera de
relieve la concepción de la salvación por la enseñada por Pablo antes que la salvación por las obras.
(George Park Fisher, La Historia de la Doctrina Cristiana:43). A medida que se aplacó la lucha con el
judaísmo, se hizo cada más prominente la filosofía más sencilla y natural de la salvación por la
obediencia. Esta tendencia cobró mayor ímpetu por el hecho de que muchos de los sucesores de Pablo
no habían tenido la experiencia espiritual de los sucesores de Pablo no habían tenido la experiencia
espiritual de ese apóstol, ni compartían su comprensión de Cristo. (Arthur C. McGiffert, Una Historia
del pensamiento Cristiano:85). Es asombroso notar la rapidez con que ocurrieron ciertos cambios de
actitud.
El propósito de este capítulo es tender un puente entre el fundamento bíblico de la justificación por la
fe y el desarrollo de esta doctrina en la AISD del siglo XIX y del XX. La brevedad de este resumen
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permite incluir tan sólo unas pocas referencias a los hechos destacados ocurridos durante un periodo de
19 siglos. Las fuentes para el estudio de la historia de estas doctrinas a lo largo del tiempo son
ilimitadas. Los pocos puntos que se incluyen en este capítulo se eligieron porque los consideramos
indispensables como antecedentes para el resto del libro.

Los padres de la iglesia.-

Clemente de Roma ilustra esta tendencia a la modificación de la doctrina paulina que surgió en los
primeros años del siglo II. Aunque Clemente exaltó la fe, no manifestó comprensión alguna de la fe
como una operación salvadora. (Clemente, La Primera Epístola a los Corintios:13). “Él [Clemente] en
realidad concordó con los demás cristianos de sus días en que la salvación puede obtenerse únicamente
obedeciendo a Dios y haciendo su voluntad”. (McGiffert).
Las epístolas de Ignacio abundan con evidencias acerca del creciente “eclesiasticismo” y el énfasis en
las buenas obras. Su anhelo de martirio contrasta extrañamente con las palabras de uno o más grande
que Ignacio: “Y si entregase mi cuerpo para ser quemado … de nada me sirva” (1 Cor. 13:3). El lugar
hasta el que exaltó las buenas obras está indicado en las siguientes exhortaciones: “Que vuestras obras
sean la comisión que se os ha asignado, a fin de que obtengáis de ellas una recompensa dignísima”.
(Ignacio, “Epístola a Policarpo”:95).
Esta misma tendencia resulta aun más patética en la exagerada y alegórica epístola así llamada de
Bernabé. El autor insta: “El Señor juzgará el mundo sin hacer distinción de personas. Cada uno recibirá
según lo que haya hecho: si es justo, su justicia le precederá; si es impío, la recompensa de su impiedad
irá delante de él”. (La Epístola a Bernabé:139). La segunda parte de la “Epístola de Bernabé” se titula:
“Los Dos Caminos”. El camino de luz y el camino de tinieblas son puestos en contraste en la
exhortación final a “cumplir cada mandamiento”. (Epístola a Bernabé:149). El énfasis es enteramente
legalista. No es posible observar ni un solo rasgo de la enseñanza de Pablo acerca de la justificación
por la fe.
“La Didaké” o “Enseñanza de los Doce Apóstolos”, es muy similar a los capítulos finales de Bernabé.
(Kirsopp Lake, Los Padres Apostólicos:305-333). Este descubrimiento comparativamente tardío
realizado entre los documentos patrísticos es exclusivamente moralizador. Se piensa que fue utilizado
como un manual de instrucción para la iglesia, y, si tal fuere el caso, la cristiandad de aquel tiempo
constituía un cuerpo tan legalista como su precursor, el judaísmo.
Justino Mártir (100-165), el apologista del siglo II, declaró con todo énfasis que “cada hombre va a la
salvación o al castigo eternos según sea el valor de sus acciones”. (Justino Mártir, La Primera
Apología:166). Justino, sin embargo, en sus Diálogos con Trifón, habla de ser “purificado … por la fe
mediante la sangre de Cristo”. (Justino Mártir, Diálogo con Trifo:200). Parece que la atmósfera
polémica de un debate entre judíos y cristianos sacó a la superficie la enseñanza de Pablo acerca de la
fe en contraste con la salvación por las obras. Justino manifiesta su idea acerca del plan de la salvación,
en la forma que sigue:
“Y somos tal como si hubiésemos sido arrancados del fuego, cuando ya hemos sido purificados de
nuestros pecados, y [rescatados] de la aflicción y de la prueba encendida mediante la cual el diablo y
todos sus coadjutores nos prueban; de la cual Jesús, el Hijo de Dios, ha prometido volver a librarnos, e
investirnos con ropas preparadas, si obedecemos sus mandamientos; y se ha empeñado en la empresa
de proporcionarnos un reino eterno”. (Justino Mártir, Diálogo con Trifón:257).
De este modo resulta evidente que Justino está enfrentando un cristianismo semilegalista contra un
judaísmo legalista.
Es necesario mencionar brevemente a Ireneo (130-202), debido a su influencia en la formación de la
teología católica. (McGiffert:134). Ireneo dedicó sus energías a combatir las diferentes herejías
gnósticas que prevalecían en sus días. Los gnósticos enseñaban la salvación por el conocimiento, y
sostenían que no todos los hombres son capaces de alcanzar salvación; únicamente unos pocos
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favorecidos pueden escapar de las cosas materiales para introducirse en la esfera de la gnosis perfecta.
Algunos gnósticos concedían la posibilidad de existencia a un grupo intermedio que podría obtener la
salvación por medio de la fe suplementada por las obras. (McGiffert:52-53). Ireneo escribió
extensamente contra estas herejías gnósticas. Puso énfasis en el arrepentimiento y en la justicia más que
en la fe; enseñó el libre albedrío; y creía que “la justicia exigida al cristiano consistía … en la
obediencia a una ley externa: la ley de Dios”. (McGiffert:139). Así como Justino combatió el judaísmo
con un cristianismo legalista, así también Ireneo luchó contra el gnosticismo con las flechas de su
propio carcaj. Hasta aceptó la idea de los gnósticos acerca de la salvación como una libertad de la carne
antes que como la re4dención de ella. (McGiffert:142).
Ireneo era sacramentalista en su creencia, y al combinar el sacramentalismo con un concepto legalista
de la salvación, estableció el fundamento del sistema católico histórico. (McGiffert:147).
“Por lo tanto, en todas partes se reconocía que la participación en los sacramentos y en la obediencia –
incluyendo la fe correcta y la recta conducta – era necesaria para la salvación, o, dicho en otras
palabras, que debían intervenir la gracia divina y el mérito humano”. (Fisher:90).
Tertuliano (150-226) ha sido llamado “el fundador de la teología latina”, “el precursor de San
Agustín”. (Fisher:90). Él enseñó la importancia de la muerte de Cristo en su relación con la salvación
humana, pero se aferró a un enfoque legalista del arrepentimiento y la aceptación divina. Enseñó la
penitencia y el castigo de sí mismo por el pecado. Se anticipó a la doctrina agustiniana del pecado
original, pero enseñó el libre albedrío. (Fisher:93).
Clemente de Alejandría (160-220) consideró la fe como una mera convicción de que ciertas cosas son
verdaderas. Su legalismo está ejemplificado en su consideración de la salvación como “la porción del
que vive de acuerdo con los mandamientos”. (Clemente de Alejandría, Stromata:353).
Orígenes (185-254), discípulo de Clemente, llegó a ser el gran teólogo sistemático de su época. Enseñó
que la salvación es el resultado de la fe, pero arguyó que el conocimiento era necesario para alcanzar
un mayor desarrollo espiritual. Sin embargo, la definición de la fe de Orígenes, era nada más que la
aceptación de las doctrinas de la iglesia. (McGiffert:210). El esqueleto de su estructura doctrinal era
similar al de Ireneo y Tertuliano. Concordaba con la mayor parte de sus contemporáneos en la
necesidad de apoyar la doctrina del libre albedrío. (Orígenes, De Principiis:302-328)
A lo largo de la trama de toda la literatura patrística corren dos hilos perfectamente discernibles:
primero, una aceptación de Cristo como el único medio de salvación, aunque no en el sentido paulino;
y segundo, la necesidad de las buenas obras como acompañantes del arrepentimiento y como medios
para granjearse el mérito divino. Durante este periodo, la doctrina del libre albedrío tenía un
predominio casi absoluto. (K. R. Hagenbach, Un Libro de Texto de de la Historia de las
Doctrinas:188). Los principios legalistas del catolicismo se establecieron firmemente y la doctrina
paulina de la justificación por la fe se perdió casi por completo. Los credos de Nicea (325) y de
Constantinopla (381) concuerdan en que Cristo descendió “para nuestra salvación” (Cánones y Credos
de los Primeros Cuatro Concilios:3,11), pero no proporcionan indicio alguno acerca de la forma como
obra la salvación dentro de la esfera de la vida individual.
El gran asunto de la economía de la salvación humana surgió en primer plano durante la controversia
pelagiana llevada a cabo durante el siglo V. Los dos personajes sobresalientes de esta lucha fueron
Agustín de Hipona y Pelagio.
Agustín (354-430) es considerado, en general, como “el más influyente de todos los maestros de la
iglesia desde la era apostólica”. (Fisher:176). La parte más distintiva de su teología era su punto de
vista acerca del pecado y la gracia. (Fisher:183). En parte como resultado de su propia experiencia,
Agustín estaba convencido de que el hombre es originalmente y fundamentalmente pecador y que la
salvación es posible únicamente mediante la gracia de Dios que es impartida, no como un resultado de
los esfuerzos humanos, sino según Dios lo determina. Insistió en la absoluta dependencia del hombre
de Dios, y en su pensamiento llegó a la teoría de la predestinación. En aparente contraste con estos
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conceptos espirituales y místicos, Agustín insistió en la suprema autoridad de la Iglesia Católica.


(McGiffert:116).
Los puntos de vista de Pelagio (370-440) también reflejan la personalidad y la experiencia del hombre.
Su filosofía se basaba en la suposición de que el hombre es capaz de llevar a cabo todo lo que la
justicia exige, y en que puede realizar su propia salvación. (B. B. Warfield, Ensayo Introductoria Sobre
Agustín y la Controversia Pelagiana:14). Pelagio apeló al sentido de justicia innato del hombre, que se
rebela contra la filosofía determinista. (Fisher:186-187). El punto de vista de Pelagio era de naturaleza
individualista, mientras que los conceptos de Agustín eran colectivistas. (Hagenbach:299).
Estas filosofías en pugna representan más que los conceptos de dos hombres. Representan dos sistemas
morales y religiosos. (Hagenbach:296). Los decretos de la iglesia vindicaron a Agustín y
anatematizaron a Pelagio; sin embargo los puntos de vista de Pelagio continuaron siendo sostenidos en
forma modificada en la corriente de pensamiento conocida con el nombre de semipelagianismo. Este
punto de vista de transacción representaba el “sentimiento común de la iglesia occidental que databa de
una época anterior a Agustín y a Pelagio, y que se oponía tanto al primero como al último”.
(McGiffert:136). La importancia de la controversia entre Agustín y Pelagio no puede desmerecerse.
Agustín introdujo en su teología las semillas de dos sistemas, los cuales más de mil años más tarde
llevarían a cabo una guerra abierta el uno contra el otro. El sistema católico romano se basaba sobre
esta doctrina de la iglesia (en oposición a los donatistas); el sistema del protestantismo evangélico
descansa sobre sus conceptos acerca del pecado, la gracia y la predestinación (en oposición a los
pelagianos). (Hagenbach:240).
Esta curiosa paradoja ha sido comentada por Harnack, quien observó que “Agustín experimentó, por
una parte, el último reavivamiento en la iglesia antigua del principio de que ‘únicamente la fe salva’; y,
por otra parte, silenció aquel principio durante mil años”. (Adolph Harnack, Zeitschrift:177).
El catolicismo medieval.-

Durante siglos después de Agustín, el catolicismo reflejó un creciente ascetismo y formalismo. La


iglesia había llegado a ser una organización jerárquica completa, y aunque escolásticos como Anselmo
y Tomás de Aquino hayan hablado de la salvación por la fe, la fe para ellos significaba la disposición a
aceptar las enseñanzas de la iglesia. (Fisher:249-250). Las penitencias, las obras de supererogación, los
peregrinajes y las indulgencias reflejaban la actitud legalista de la iglesia. En el seno de la iglesia
surgieron ciertos místicos que tenían una apreciación más profunda de los valores espirituales que el
común de los feligreses, pero su mediación y sus ejercicios espirituales tuvieron un efecto muy limitado
en el pensamiento y las prácticas de los miembros de la iglesia.
Es indudable que la doctrina paulina de la justificación por la fe estuvo limitada durante esos tiempos a
grupos disidentes tales como el de los valdenses. Una antigua obra valdense, señala la Iglesia Romana
como el anticristo, y la inculpa en la forma siguiente:
“Roba y priva a Cristo de sus méritos, juntamente con toda la ciencia de la gracia, de la justificación, de
la regeneración, de la remisión de los pecados, de la santificación, de la confirmación y del nutrimiento
espiritual; y se imputa y atribuye los mismos a su propia autoridad, a una forma de palabra, a sus
propias obras; a los santos y su intercesión, y al fuego del purgatorio, y separa al pueblo de Cristo, y en
su búsqueda de las cosas mencionadas anteriormente lo conduce lejos de Cristo para que no las
encuentren en él ni mediante él, sino únicamente en las obras de sus propias manos, y no por medio de
una fe viva en Dios, ni en Jesucristo, ni en el Espíritu Santo, sino por la voluntad, el placer y las obras
del anticristo, de acuerdo a lo que él predica, que toda salvación depende de sus obras”. (Jean Paul
Perrin, La Historia de los Antiguos Albigenses:245).
Los que se oponían al catolicismo que todo lo invadía en los tiempos anteriores a la Reforma, sostenían
varios principios doctrinales comunes. Uno de ellos era la protesta contra la idea católica de la
salvación por las obras. Los valdenses no estaban solos en la expresión de esta protesta; sus conceptos
eran compartidos en parte por hombres como Juan Wiclef de Inglaterra y Juan Hus de Bohemia. Sin
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embargo, estas protestas contra el legalismo papal y otros abusos eran nada más que voces que
clamaban en el desierto. Estas voces eran silenciadas por la autoridad de la jerarquía.

Martín Lutero.-

Con el tiempo surgió un hombre cuya voz no pudo ser silenciada. Martín Lutero, lo mismo que Pablo y
Agustín, desarrolló sus conceptos religiosos en el crisol de la experiencia personal. Diez años pasados
en un convento lo convencieron de “la absoluta impotencia y esclavitud de la voluntad”. (Smith, La
Vida y las Cartas de Martín Lutero:8-9). A esto llamó “la invencible concupiscencia” de la carne, y a
veces desesperó de poder encontrar una solución satisfactoria al problema que angustiaba su alma.
Mientras se encontraba en este estado de perplejidad, Lutero recibió la influencia de Staupitz, un monje
agustiniano con fuertes tendencias místicas. Lutero aceptó el concepto de su maestro de “una completa
entrega del ser a Dios, y una apropiación interior de Cristo como el principio controlador de la vida”.
(A. H. Newman, Un Manual de la Historia de la Iglesia:46). Esta filosofía de “completa pasividad en
las manos de Dios” y de “entera confianza en él” (Smith) constituyó la base de su doctrina acerca de la
justificación por la fe. El tiempo y la experiencia fortalecieron sus convicciones hasta que la idea de la
justificación por la fe únicamente se convirtió en el centro de su teología. (Smith:336). Tomó prestado
mucho de Agustín, pero fue más allá de Agustín al reconstruir la enseñanza paulina. (Julios Köstlin, La
teología de Lutero:327). Comprendió que la justicia era un don de Dios, una obra de justificación
realizada dentro del hombre como resultado de la misericordia de Dios. (Köstlin:72-73). Concibió el
principio de la justicia imputada; esto es, que el creyente será tratado como si la justicia de Cristo fuera
realmente la suya propia. (Fisher:275-276). La enseñanza de la confianza complementaba esta
convicción de Lutero. Esta creencia libraba al cristiano de la esclavitud del temor coexistente con una
religión legalista. (Fisher:274). Probablemente no sea una exageración concluir que Lutero fue “el
primer gran y certero predicador de la justicia por la fe enviado a la iglesia cristiana desde los días del
apóstol Pablo”. (Köstlin:77-78). Tal como Pablo, concibió la fe como una confianza en la misericordia
de Dios por medio de Cristo; y concibió la justificación como el acto de declarar al creyente justo
mediante Cristo. (John Alfred Faulkner, Justificación:1787).
Al evaluarse la obra de Lutero, sin embargo, hay que recordar que, tal como otros mortales, él también
tuvo sus defectos. Algunas veces sucumbió a la tendencia humana de apuntar más allá del blanco.
algunas veces sacrificó la consistencia por una consideración servil hacia Agustín. En ciertos casos
pareció interpretar las Escrituras a través de Agustín antes que a Agustín a través de las Escrituras.
(Newman:52). Aunque enseñó la necesidad de las buenas obras (Tratado de las Buenas Obras, en La
Obra de Martín Lutero:173-285), a veces realizó declaraciones hirientes contra las buenas obras.
(Newman:87-90).
Desafortunadamente, Lutero siguió a Agustín antes que a Pablo en su enseñanza de la predestinación,
del libre albedrío y de doctrinas afines. Se dice que él declaró:
“La voluntad humana es como una bestia de carga. Si Dios la monta, ella desea y va como Dios quiere;
si Satanás la monta, ella desea y va como Satanás quiere. No puede elegir el jinete de su preferencia, ni
darse a él, sino que son los jinetes los que contienden por su posesión … Dios no prevé ninguna cosa
sujeta a contingencias, pero prevé, predestina y realiza todas las cosas por medio de una voluntad
inmutable, eterna y eficaz. Mediante esta acción fulminante, la voluntad es deshecha y se hunde en el
polvo”. (Smith:208).
Era inevitable que esas enseñanzas fueran impugnadas. Veremos posteriormente en qué forma el asunto
del libre albedrío se convirtió en un punto de disputa en tiempo del reavivamiento evangélico realizado
por Wesley.

Juan Calvino.-
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La Reforma protestante ha sido descrita, no como un círculo con Lutero en su centro, sino como una
elipse con dos focos: Lutero y Calvino. (A. W. Harrison, El Comienzo del Arminianismo:1). Lutero fue
el primero que expresó las doctrinas de la Reforma; Calvino las codificó. (Harrison:3). Lutero adoptó
como el centro de su sistema la doctrina de la justificación por la fe. Calvino aceptó como su dogma de
ortodoxia la doctrina de la soberanía de Dios. La aceptación de Calvino de la fórmula agustiniana-
luterana se advierte en su definición de la justificación por la fe:
“Por el contrario, un hombre será justificado por la fe cuando, excluido de la justicia de las obras, por
fe se apodera de la justicia de Cristo, y vestido de ella aparece ante la vista de Dios, no como pecador,
sino como justo; y decimos que la justificación consiste en el perdón de los pecados y en la imputación
de la justicia de Cristo”. (Juan Calvino, Institutos de la Religión Cristiana:38).
Calvino y Lutero armonizan estrechamente en sus puntos de vista acerca de la justificación por la fe,
pero Calvino va mucho más allá que Lutero en su insistencia en la predestinación. (Harrison:149-150).
Los principios básicos de la teología calvinista, tal como fueron expresados por sus críticos en la
famosa Protesta de 1610, son los siguientes:
“1.- Que Dios (como algunos han declarado) había destinado por medio de un decreto eterno e
irreversible a ciertos hombres (a quienes él no consideraba como … caídos) a la vida eterna; y había
dispuesto que algunos (que constituían en mucho la mayor parte) fueran a la perdición eterna sin
considerar para nada su obediencia o su desobediencia, y esto a fin de ejercer tanto su justicia como su
misericordia; ha ejercido su arbitrio en tal forma que los que él ha destinado a la salvación tienen que
salvarse necesaria e inevitablemente, y el resto tiene que perderse necesaria e inevitablemente.
2.- Que Dios (como otros enseñan) había considerado a la humanidad no sólo como creada sino
también como caída en Adán, y por lo tanto igualmente merecedora de la maldición; que él había
determinado librar a algunos de esa caída y destrucción y salvarlos como exponentes de su
misericordia; y dejar a otros, aun a los hijos del pacto, bajo la maldición como exponentes de su
justicia, sin tener en cuenta su creencia o incredulidad. Dios también ejerció su arbitrio para lograr este
fin, según el cual los elegidos eran necesariamente salvados y los réprobos eran necesariamente
condenados.
3.- Que, en consecuencia, Jesucristo el Salvador del mundo no murió por todos los hombres, sino
solamente por los que habían sido elegidos de acuerdo con el primero o con el segundo método.
4.- Que por lo tanto el Espíritu de Dios y Cristo obran en los elegidos por medio de una fuerza
irresistible a fin de hacerles creer y de salvarlos, pero que a los réprobos no se les da la gracia necesaria
ni suficiente.
5.- Que los que una vez recibieron la fe genuina nunca pueden perderla por completo o
definitivamente”. (Harrison:149-150).
Según esto, a mediados del siglo XVI predominaban en Europa dos escuelas de pensamiento
protestante: el luteranismo y el calvinismo. Ambas contribuían a la emancipación de miles de personas
de la esclavitud del catolicismo medieval, y ambas defendían valientemente ciertas doctrinas bíblicas.
Ambos sistemas, sin embargo, poseían debilidades que produjeron una reacción inevitable en las
fuentes católicas y protestantes. Es significativo que una buena parte de la reacción al luteranismo y al
calvinismo tuviera que ver con sus enseñanzas concernientes a la forma en que el hombre es salvado.

El Concilio de Trento.-

El Concilio de Trento fue el portavoz de la reacción católica. Los dirigentes católicos captaron
rápidamente las contradicciones de los reformadores. Adoptaron una posición que podría denominarse
semiagustiniana o semipelagiana, pero evitaron cuidadosamente identificarse con ninguno de los dos
extremos. Muchas de las declaraciones del concilio parecen ser muy evangélicas, pero un examen más
detenido revela que bajo esa apariencia evangélica yace el clericalismo tradicional del catolicismo.
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La quinta sesión del concilio mencionado promulgó un decreto concerniente al pecado original. (Philip
Schaff, Los Credos del Cristianismo:83). Este decreto parece ser bíblico y evangélico, hasta que afirma
que “el mérito de … nuestro Señor Jesucristo” debe aplicarse “tanto a los adultos como a los niños por
medio del sacramento del bautismo debidamente administrado en la forma prevista por la iglesia”.
(Schaff:85). Este mismo decreto, en su parte final, exceptúa en forma particular a la “bendita e
inmaculada Virgen María” en su declaración concerniente al pecado original y a la concupiscencia.
(Schaff:88).
La sexta sesión realizada el 13 de Enero de 1547, trató el tema de la justificación. Un examen de los
decretos que se refieren a esta doctrina revela la posición católica:
Capítulo I: El libre albedrío, aunque quedó debilitado por el pecado original, no fue extinguido.
(Schaff:89).
Capítulo III: Únicamente los que nacen de nuevo son justificados. (Schaff:90-91).
Capítulo IV: El bautismo es necesario para la justificación. (Schaff:91).
Capítulo V: En el caso de los adultos, “la gracia preventiva de Dios” prepara para la justificación.
(Schaff:92).
Capítulo VII: La justificación no es solamente la remisión de los pecados, sino “la santificación y la
renovación del hombre interior mediante la recepción voluntaria de la gracia, y de los dones, según lo
cual el hombre injusto es hecho justo”. (Schaff:94). Se dice que la justificación incluye, no solamente
el acto judicial, sino que realmente hace justo al individuo “de acuerdo a la disposición y la
cooperación de cada uno”, e infunde “fe, esperanza y caridad”. (Schaff:95-96).
Capítulo IX: La doctrina de la esperanza es rechazada. (Schaff:98).
Capítulo X: Después de la justificación “ellos, mediante la observancia de los mandamientos de Dios y
de la iglesia, y la cooperación de la fe con las buenas obras, crecen en esa justicia que han recibido
mediante la gracia de Cristo, y son justificados aun más”. (Schaff:99).
Capítulo XI: Se impone la observancia de los mandamientos. “Por lo tanto, ninguno debería halagarse a
sí mismo únicamente con la fe, imaginando que sólo mediante la fe es hecho heredero”. (Schaff:101).
Capítulo XII: Aquí se sostiene que los misterios secretos de la predestinación divina son desconocidos
para el hombre. (Schaff:103).
Capítulo XIII: La salvación debe realizarse por medio de “trabajos, vigilias, limosnas, oraciones y
oblaciones, ayunos y castidad”. (Schaff:104).
Capítulo XIV: Las penitencias, incluyendo los ayunos, las limosnas, las oraciones y otros ejercicios
piadosos, son necesarios para los que caen fuera del ámbito de la justificación. (Schaff:104-106).
Capítulo XV: El pecado mortal hace perder la gracia”. (Schaff:106-107).
Capítulo XVI: Se dice que los justificados “por esas mismas obras que han hecho en Dios” han
satisfecho plenamente la ley divina … y han merecido en verdad la vida eterna”. (Schaff:108).
Al final de estos decretos, el dogmatismo de la iglesia es puesto de relieve por la declaración según la
cual cualquiera que no recibe “esta doctrina católica de la justificación” no puede ser justificado.
(Schaff:110). Los “decretos” están seguidos por 33 “cánones” que amenazan con el anatema a todos los
que difieren de la fórmula católica concerniente a la justificación. El Concilio de Trento no establece
ningún cambio fundamental en la posición católica acerca de la justificación. Los decretos y los
cánones tendían a oscurecer los asuntos reales capitalizando las posiciones de los reformadores que
eran insostenibles.
La reacción contra el luteranismo y el calvinismo no se limitó a la contrarreforma católica. Dentro de
las filas protestantes surgieron algunas personas que no estaban dispuestas a seguir a los reformadores
principales. Aun Melanchton, amigo y colaborador más íntimo de Lutero, se aferraba al libre albedrío y
evitaba los extremos de Lutero concernientes a las buenas obras. (Harrison:11). Las controversias
osiandrina y estancarianista se afirmaron en la naturaleza de la justificación por la fe y escindieron la
iglesia luterana recién formada. (Newman:11). Zuinglio, el reformador suizo, manifestó una tendencia
a modificar los puntos de vista agustinianos extremos. Los anabaptistas, por su parte, se opusieron al
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sistema doctrinal agustiniano e insistieron en el libre albedrío y en la importancia de las buenas obras
como el fruto de la fe. (Newman:154).

Arminio.-

Arminio de Holanda contribuyó mucho al pensamiento evangélico de esa época. Los cinco puntos de la
teología arminiana, en contraste con los principios del calvinismo, se resumen a continuaci8ón debido a
sus abarcantes implicaciones:
1.- Que Dios, por medio de un decreto eterno e inmutable en Cristo antes que el mundo fuera,
determinó elegir de la raza caída y pecadora para que recibieran la vida eterna a los que, mediante su
gracia, creyeran en Jesucristo y perseveraran en la fe y la obediencia; y, por el contrario, resolvió
rechazar a los inconversos e incrédulos para enviarlos a la condenación eterna.
2.- Que, como consecuencia de esto, Cristo el Salvador del mundo murió por todos los hombres y por
cada uno de ellos, de modo que obtuvo por medio de su muerte en la cruz la reconciliación y el perdón
de los pecados para todos los hombres; y sin embargo, esto lo hizo de tal modo que ninguno fuera de
los fieles en realidad disfrutasen de los mismos.
3.- Que el hombre no puede obtener fe salvadora por sí mismo o por medio de la fuerza de su propia
voluntad, sino que tiene necesidad de la gracia de Dios mediante Cristo para ser renovado en
pensamiento y en voluntad.
4.- Que esta gracia es la causa del comienzo del progreso y de la plenitud de todo bien, de tal modo que
nadie podría creer ni perseverar en la fe sin la cooperación de esta gracia, y en consecuencia todas las
buenas obras deben adscribirse a la gracia de Dios en Cristo. En lo que se refiere a la cooperación de
esa gracia, sin embargo, no es irresistible.
5.- Que los verdaderos creyentes tienen fortaleza suficiente por medio de la gracia divina para luchar
contra Satanás, el pecado, el mundo y su propia carne, y obtener la victoria sobre ellos. (Harrison:150).
El objetivo del arminianismo consistía en mantener la tesis de la responsabilidad humana con sus
implicaciones morales, mientras seguía sosteniendo la salvación por la gracia. (George Park Fisher, La
Historia de la Doctrina Cristiana:340). Arminio no era pelagiano. (Park Fisher:342). Admitía la obra
del Espíritu de Dios y la importancia de la gracia. “pero pensaba que era su deber salvar el honor de
Dios, y poner de relieve, sobre la base de las claras expresiones de la Biblia, el libre albedrío del
hombre tanto como la verdad de la doctrina del pecado”. (C. A. Beckwith, Arminianismo:297).

Juan Wesley.-

Probablemente la contribución principal del arminianismo haya sido su i9nfluencia sobre el


reavivamiento evangélico de Wesley, al que se llamó “el arminianismo encendido”. (Fisher:342). Entre
las diversas fuentes donde Juan Wesley obtuvo su teología, dos son sobresalientes: el arminianismo y el
moravianismo. El primero de estos bien puede mencionarse en primer término, porque su impacto se
sintió primero. La historia de las primeras experiencias de Wesley, incluyendo su aventura misionera
en Georgia es bien conocida. Fue en 1738, a su regreso a Inglaterra de su viaje por los Estados Unidos,
cuando Wesley conoció a los moravos. Estos descendientes espirituales de Juan Hus, estaban bajo la
dirección del Conde de Zinzendorf, de la creencia luterana pietista. A partir de sus conversaciones con
Meter Bohler, Wesley llegó a comprender el gran principio de la justificación solamente por la fe, y fue
“convertido”. Wesley hizo arrancar su conversión de cierta hora en la tarde del 24 de Mayo de 1738,
mientras escuchaba la lectura del prefacio de Lutero a la epístola a los Romanos. (Lars P. Qualben, Una
Historia de la Iglesia Cristiana:369). Su conversión consistió en una renuncia a la dependencia de las
obras de justicia, y en una aceptación de la fe salvadora en Cristo. (L. Tyerman, La Vida y Tiempo del
Reverendo Juan Wesley:178). Fue la predicación de Wesley de esta doctrina la que originó uno de los
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reavivamientos religiosos más grandes de todos los tiempos. El mensaje conocido como “metodismo”
fue esencialmente una doctrina acerca de cómo era posible salvarse. Wesley escribió:
“La justificación, de la que hablan nuestros artículos y homilías, significa perdón real de los pecados, y
en consecuencia aceptación de parte de Dios. Yo creo que la condición para esto es la fe; quiero decir,
no solamente que sin fe no podemos ser justificados, sino también que, tan pronto como alguien tenga
una fe verdadera, en ese momento es justificado. Las buenas obras siguen a esta fe, pero no pueden ir
antes que ella; mucho menos puede hacerlo la santificación, la que implica la realización continua de
buenas obras que surge de la santidad de corazón.
El arrepentimiento debe ocurrir antes que la fe, y los frutos deben ponerlo de manifiesto, si hay
oportunidad. Por arrepentimiento entiendo la convicción del pecado que produce un deseo real y una
resolución sincera de enmienda; y por ‘frutos del arrepentimiento’ entiendo el perdón de nuestro
hermano, el alejamiento del mal y la realización del bien, la adopción de los mandamientos de Dios, y
en general la obediencia a él de acuerdo con la medida de la gracia que hemos recibido. Pero a esto no
puedo todavía denominarlo buenas obras, porque esto no surge de la fe y el amor de Dios.
Por salvación entiendo, no meramente la liberación del infierno, o ir al cielo, sino una liberación real
del pecado, una restauración del alma a su salud primitiva, a su pureza original; una recuperación de la
naturaleza divina; la renovación de nuestras almas a la imagen de Dios, en rectitud y en verdadera
santidad, en justicia, misericordia y verdad. Esto implica una disposición santa y celestial, y en
consecuencia, la santidad de la conducta.
La fe es la única condición para obtener esta salvación. Sin fe no podemos ser salvados, porque no
podemos servir correctamente a Dios a menos que le amemos. Y no podemos amarle a menos que le
conozcamos, y tampoco podemos conocerle a menos que sea por medio de la fe.
La fe, en general, es una evidencia divina y sobrenatural, o una convicción de las cosas que no se ven;
esto es, de las cosas pasadas, futuras o espirituales. La justificación por la fe implica, no solamente una
evidencia divina, o convicción, de que Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo con sí mismo,
sino también una firme confianza en que Cristo murió por mis pecados; que él me amó y se entregó a sí
mismo por mí. Y en el mismo momento en que un pecador penitente cree en esto, Dios lo perdona y lo
absuelve.
Y tan pronto como su perdón o justificación le es revelado por el Espíritu Santo, él está salvado. Ama a
Dios y a toda la humanidad. Tiene los pensamientos de Cristo y poder para andar como él anduvo. De
ahí en adelante ‘a menos que su fe naufrague’ la salvación aumenta gradualmente en su alma.
El Autor de la fe y la salvación es únicamente Dios. Él es el único Dador de todo don y el único Autor
de toda buena obra. El hombre no tiene poder como tampoco tiene mérito; pero todo mérito
corresponde al Hijo de Dios, en lo que ha hecho y ha sufrido por nosotros, de modo que todo poder está
en el Espíritu de Dios. Y por lo tanto, cada hombre a fin de creer para ser salvo, debe recibir el Espíritu
Santo. Esto es esencialmente necesario para cada cristiano a fin de tener fe, paz, gozo y amor. Todo
aquel que tiene estos frutos del espíritu no puede dejar de saber y sentir que Dios los ha puesto en su
corazón”. (Tyerman:52-53).
En estos principios puede verse no solamente la insistencia de Wesley en la justificación solamente por
la fe tal como la enseñó Lutero, sino también otra enseñanza con la que ni Lutero ni calvino habían
estado de acuerdo. Es la doctrina fundamental de Wesley del libre albedrío. Este puso objeciones a la
doctrina de la predestinación porque creía que tornaba vana la predicación, suprimía el incentivo a la
santidad, ahogaba la simpatía humana, eliminaba el consuelo de la redención, destruía el celo por las
buenas obras, hacía que la Biblia se contradijera a sí misma, y blasfemaba de Dios y de Cristo.
(Tyerman:319). Al sostener y e4nseñar estos conceptos antideterministas, Wesley dio amplio crédito a
Arminio. En efecto, uno de los órganos principales del metodismo, establecido por mismo, se conoció
con el nombre de La Revista Arminiana. En la proposición para la publicación oficial de esta revista,
Wesley hizo una declaración contra la doctrina de que “algunos hombres serán salvados, no importa
qué hagan, y el resto será condenado, no importa qué puedan hacer”. (Tyerman:280). En oposición a
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este concepto, Wesley intentó demostrar en su revista que Dios quería que todos los hombres se
salvasen. Comenzó su periódico con una nota biográfica acerca de Arminio.
La teología de Wesley, en sus partes constitutivas, no era nueva, pero él parecía estar dirigido por Dios
en su habilidad para seleccionar lo mejor del luteranismo, del calvinismo, del anglicanismo, del
arminianismo y de otros sistemas que habían surgido antes, y para evitar muchas de sus trampas. Sus
doctrinas ejercieron una gran influencia en una generación decadente e iniciaron muchas reformas
sociales.

Tercera Parte: Interpretación Adventista de la Doctrina


de la Justificación por la Fe

Capítulo 7: Las Primeras Cuatro Décadas

Este capítulo tiene el propósito de repasar la condición en que se encontraba la doctrina de la


justificación por la fe en la IASD antes de 1888. Esta fecha se ha elegido como el punto terminal de
esta fase del estudio, porque fue en 1888 cuando esta doctrina pasó a ocupar un lugar preponderante en
la IASD. El orden de presentación del material será como sigue:
1.- Como Jaime White parece haber sido el primero en aludir a esta doctrina, en este capítulo se
considerará ante todo su contribución en este campo.
2.- Se repasarán las referencias a esta doctrina reunidas de otras fuentes anteriores a la fecha
mencionada. Se llama la atención a la falta de énfasis en esta doctrina durante esa época.
3.- Se analizará una declaración hecha por Ellen White en 1889, en la que afirma que ella y su esposo
habían estado solos durante 45 años enseñando esta doctrina.
4.- Se examinarán los escritos de Ellen White para determinar su actitud y su énfasis hacia este tema.
5.- Se presentará el volumen creciente de pensamiento acerca de esta doctrina que precedió
inmediatamente al Congreso de la Conferencia General de 1888, y se dará atención especial a los
escritos de Ellen White, producidos durante esos meses.

Jaime White.-

La primera revista Adventista, conocida con el nombre de “La Verdad Presente”, fue publicada por
Jaime White en 1849. El primer número de esta revista contenía la siguiente declaración:
“La observancia del cuarto mandamiento constituye una importantísima verdad presente; pero esto no
solo no salvará a nadie. Debemos guardar todos los mandamientos y seguir estrictamente todas las
indicaciones del Nuevo Testamento, y tener fe viviente en Jesús”. (Jaime White, La verdad Presente,
Julio de 1849). Esta declaración indica una apreciación de la importancia de la “fe viviente en Jesús”.
La actitud del pastor White puede apreciarse, además, en artículos escritos por él en algunos de los
primeros números de la Revista Adventista. En 1852 él habló del gozo de los que habían “encontrado a
Jesús” (Jaime White, RH, 17 de Febrero de 1852) y posteriormente realizó una declaración paralela a la
que se ha citado más arriba tomada de La Verdad Presente. (Jaime White, RH, 2 de marzo de 1852).
Durante el mismo año, se manifestó definidamente de parte del tema que nos ocupa, como puede
apreciarse a continuación:
“Este pasaje (Gal. 5:4) puede decirse con propiedad que se aplica al judío ciego que rechaza a Jesús,
pero no al cristiano que guarda los mandamientos de Dios y espera la justificación únicamente por
medio de Jesucristo …
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Y los que dicen que los observadores del Sábado se están alejando de Jesús, la única fuente de
justificación, y están rechazando su sangre expiatoria y buscando la justificación por medio de la ley, lo
hacen por ignorancia o por malignidad …
Es posible que alguien observe la letra de todos los diez [los mandamientos], y a pesar de esto, si no es
justificado por la fe en Jesucristo, nunca tendrá derecho al árbol de la vida.
El plan del Evangelio es sencillo. La ley de Dios convence de pecado y muestra al pecador expuesto a
la ira de Dios, y lo conduce a Cristo, donde la justificación de las ofensas pasadas puede hallarse
únicamente por medio de la fe en su sangre. La ley de Dios no tiene poder parea perdonar las ofensas
pasadas, porque su atributo es la justicia, y por lo tanto el transgresor convicto debe acudir a Jesús”.
(Jaime White, RH, 10 de Junio de 1852).
En 1854, Jaime White escribió una serie de artículos editoriales acerca de “la fe de Jesús”, en los que
sostuvo que la fe en Jesús es la única fuente de “perdón y vida”. (Jaime White, RH, 28 de febrero de
1854).
Si bien es cierto que las declaraciones anteriores revelan cuáles eran los sentimientos de Jaime White,
sus enunciaciones acerca del tema que consideramos no son numerosas. Su interés constante acerca de
este tema se manifiesta en artículos publicados en Signs of the Times (publicado por primera vez en
1874) que se mencionarán posteriormente (Jaime White, El Redentor y el Redimido a Través de
Cristo), y en su libro dedicado a la explicación del plan de salvación, publicado por él sólo pocos años
antes de su muerte.

Otras fuentes.-

Los periódicos y libros publicados en los primeros años del movimiento adventista, contienen una
escasa cantidad de material sobre este tema. La mayor parte de la atención se dedicaba a temas tales
como la ley de Dios, el Sábado, las profecías y la inmortalidad condicional. La tabla del contenido de la
Review del 15 de Agosto al 19 de Diciembre de 1854, registraba las “doctrinas principales enseñadas
por la Review”. Esta lista no incluía ninguna mención de la justificación, la justicia u otro tema afín.
Durante muchos años, los números de la Review no ofrecieron prácticamente ningún análisis acerca de
la justificación por la fe, a excepción de las referencias ocasionales de Jaime White mencionadas más
arriba. Pero en el número de la Review del 6 de mayo de 1858, el pastor Federico Wheeler,
considerado como el primer predicador adventista, escribió acerca de la fe: “Debe constituir un
principio dinámico que induzca al pecador a encomendarse a la misericordia de Dios en Cristo, y a
creer que Dios lo acepta mediante Cristo; un principio que lo induzca a aferrarse a los méritos de Jesús
para su justificación”. Del 2 de Junio de 1863 al 13 de Septiembre de 1864, el pastor J. H. Waggoner
publicó en la revista una serie de artículos acerca de la expiación. Estos artículos se publicaron
posteriormente como un libro, y de él se hicieron varias ediciones (J. H. Waggoner, La Expiación).
También volvieron a publicarse en 1876 en la revista Signs. En el capítulo titulado “El Pecado y su
castigo”, se menciona el tema de la justificación. Es indudable que existe una conexión definida entre
el interés por este tema manifestado por J. H. Waggoner y la actitud de su hijo E. J. Waggoner, quien
más tarde llegó a ser el principal proponente de la doctrina de la justificación por la fe.
Los artículos de Ellen White no aparecían con frecuencia en los primeros números de la Review. En las
oficinas de la Corporación Editorial Ellen White, en Washington, hay un índice muy completo de los
artículos escritos en las revistas por la Sra. White, y éste incluye los temas “Justificación por la Fe” y
“Justicia por la Fe”. Un examen revela que no hay prácticamente nada escrito por ella acerca de estos
temas en las revistas denominacionales hasta la última parte del siglo XIX.
Como excepción al descuido general de esta doctrina, en el primer número de la revista Signs del año
1874, bajo el título del “Principios Fundamentales” se publicaron los siguientes puntos:
“14. Que, puesto que el corazón natural o carnal está en enemistad con Dios y su ley, esa enemistad
puede remediarse solamente por medio de una transformación radical de los afectos y por la sustitución
Pág. 47

de los principios impíos por otros que sean santos; que esta transformación sigue después del
arrepentimiento y la fe, y es la obra especial del Espíritu Santo y constituye la regeneración o
conversión.
15. Que, puesto que todos han violado la ley de Dios, y no pueden obedecer por sí mismos sus justos
requerimientos, por tal razón dependemos de Cristo, primero para obtener justificación a causa de
nuestras ofensas pasadas, y en segundo lugar, para recibir gracia con ayuda de la cual, de ahora en
adelante, obedecer en forma aceptable su santa ley”. (Urías Smith y Jaime White, El Instituto Bíblico).
La paternidad de estos artículos es incierta. Sin embargo, res años después, se publicó un libro titulado
El Instituto Bíblico, cuyos autores eran Urías Smith y Jaime White. (Urías Smith y Jaime White, El
Instituto Bíblico). Este libro se esforzaba por abarcar el campo de la teología adventista, pero no
contenía nada acerca de la justificación por la fe. Esta misma ausencia del tema se observaba en otro
libro similar publicado posteriormente por Urías Smith. (Urías Smith, Sinopsis de la Verdad Presente).
La revista Signs of the Times, que comenzó a publicarse en la costa del Oeste en 1874, muestra el
comienzo del movimiento que condujo al gran énfasis que se dio a la justificación por la fe en 1888. En
1876, como se hizo notar en otro párrafo, J. H. Waggoner publicó su serie de artículos acerca de la
expiación.
Más tarde, en ese mismo año, Jaime White escribió sobre el tema “La Redención”. (ST, 28 de
Diciembre de 1876). El año siguiente, el pastor Jaime White publicó su libro acerca de este tema.
Posteriormente, en 1877, el pastor White escribió acerca de “La Ley y el Evangelio”, y allí presentó
claramente la relación que existe entre ambos en el plan evangélico (Jaime White, ST, 6 al 20 de
Diciembre de 1877), y poco después analizó el tema “La Fe Que Salva” (Jaime White, ST, 10 de Enero
de 1878).
Hasta este momento, las pocas personas que habían escrito acerca del tema mencionado, lo habían
considerado como una importante doctrina teológica, pero no lo habían tratado con mucho énfasis.
tampoco habían destacado el aspecto de la experiencia personal en la vida del cristiano en relación con
la justificación por la fe. En esas primeras revistas, libros y folletos se daba la impresión de que la
doctrina de la justificación por medio de Cristo, aunque era importante y verdadera, ocupaba un lugar
secundario a otras cuestiones doctrinales.
Por el año 1884 la tendencia editorial de la revista Signs manifestaba una orientación definida. Durante
ese año, J. H. Waggoner publicó una serie de artículos sobre “La Redención” (J. H. Waggoner, ST, 3
de Abril al 22 de mayo de 1884). Durante ese mismo año, E. J. Waggoner publicó editoriales acerca del
tema específico de la justificación por la fe. Esos artículos continuaron apareciendo a intervalos
frecuentes. En 1886 escribió un artículo titulado específicamente “Justificación por la Fe” (E. J.
Waggoner, ST, 25 de Marzo de 1886), y más tarde ese año el mismo tema fue tratado por J. H.
Waggoner (ST, 25 de Noviembre de 1886). Estos artículos citados constituyen ejemplos de otros
muchos artículos de la misma índole que aparecieron en las columnas de la revista Signs durante los
años que precedieron a 1888. Esos artículos revelan una apreciación de la importancia de la doctrina
que no se había visto en los años anteriores. Esto revela que comenzaba a tomar forma un desafío que
invitaba a una experiencia nueva y más profunda en las vidas de los adventistas.
En 1884 apareció la publicación titulada Bible Reading Gazette, que fue la predecesora del libro que
más tarde se publicó con el título de Bible Readings for the Home Circle (Estudios Bíblicos). La
Gazette contenía una lección preparada por R. F. Cottrell acerca del tema de la justificación por la fe.
(Estudio 46, RH 1884).el tomo de Bible Readings publicado en 1888 también contenía un capítulo
acerca del tema mencionado (Página 343, RH, 1888). En ambos casos el tema fue tratado como una
verdad teológica, pero, prácticamente hablando, estaba perdido entre veintenas de otros temas.

Una declaración asombrosa.-


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Hasta aquí resulta evidente cuál era la tendencia imperante en las cuatro décadas que terminaron en
1888. hasta el año 1850 el tema de la justificación por la fe prácticamente no había sido tratado en los
libros y las revistas adventistas, fuera de referencias ocasionales hechas por Jaime White. Este hecho
fue comentado por Ellen White en una alocución pronunciada en una reunión de reavivamiento
espiritual llevada a cabo en Roma, Nueva York, el 17 de Junio de 1889, un año después de la crisis
concerniente al tema de la justificación por la fe. En esa ocasión la Sra. White dijo:
“Se me ha preguntado cuál es mi parecer acerca de la luz que esos dos hombres [A. T. Jones y E. J.
Waggoner] están presentando. Bien, yo misma os la he estado presentando durante los 45 años
pasados: los incomparables encantos de Cristo. Esto es lo que he estado tratando de presentaros.
Cunado el hermano Waggoner expuso estas ideas en Minneapolis, eso constituyó la primera enseñanza
clara acerca del tema que yo haya oído de labios humanos, exceptuando la conversación intercambiada
entre mi esposo y yo”. (Ellen White, 17 de Junio de 1889).
Esta declaración revela que la Sra. White creía que la doctrina de la justificación por la fe se había
descuidado en forma general, excepto por parte de ella misma, de su esposo y del orador que habló en
la reunión de Minneapolis. La investigación verifica sus declaraciones en lo que atañe a la actividad de
su esposo y de otras personas llevada a cabo antes de 1888. Resulta evidente que Jaime White estuvo
solo como proponente de esta doctrina durante su vida.

Primeros comentarios de Ellen White.-

Es necesario examinar las aseveraciones de la Sra. White acerca de su propia enseñanza de esta
doctrina. ¿Qué había presentado ella acerca de este tema durante esos años? Sus enseñanzas desde el
comienzo de su ministerio público hasta la última parte del siglo XIX, ¿revela un profundo interés en la
doctrina de la justificación por la fe y una comprensión de ella?
Como primer paso de la respuesta a estas preguntas hay que referirse a su propia conversión y a la
descripción de esta experiencia que ella misma hizo posteriormente. Cuando tenía nueve años de edad,
cuenta ella, leyó un relato de un hombre de Inglaterra que había predicho que Cristo vendría dentro de
unos 30 años. Esto impresionó mucho su mente, y esa impresión se fortaleció cuatro años después
cuando Guillermo Miller predicó en el pueblo natal de ella, Portlnad, Maine. Durante el reavivamiento
de Miller se invitó a los pecadores a arrepentirse. La Srta. White cuenta que ella sentía interiormente
que nunca sería digna de ser llamada una hija de Dios. La desesperación y el desánimo se apoderaron
de su corazón infantil.
Durante el verano siguiente su familia asistió a una serie de reuniones metodistas de reavivamiento
espiritual celebradas en el campo. Allí ella oyó un mensaje dirigido “a los que vacilaban entre la
esperanza y el temor y que anhelaban ser salvados de sus pecados y recibir el amor perdonador de
Cristo, y que sin embargo permanecían en la duda y la esclavitud debido a la timidez y al temor al
fracaso”. El orador “aconsejó a los tales a entregarse a Dios y a confiar sin tardanza en su misericordia
… Todo lo que se requería del pecador, que temblaba ante la presencia de su Señor, era extender la
mano de la fe y tocar el cetro de su gracia”. Ella también aprendió que:
“Los que esperaban hacerse más dignos del favor divino antes de atreverse a reclamar para sí las
promesas de Dios, estaban cometiendo un error fatal. Solamente Jesús limpia de pecado: sólo él puede
perdonar nuestras transgresiones. Él ha prometido escuchar la petición y contestar la oración de los que
acuden a él con fe. Muchos tienen una idea vaga de que deben llevar a cabo algún esfuerzo especial a
fin de ganar el favor de Dios. Pero toda dependencia de uno mismo es vana. El pecador llega a ser un
hijo de Dios esperanzado y creyente solamente uniéndose a Jesús por medio de la fe”. (Life
Sketches:21).
Al describir su reacción a este mensaje, la Sra. White exclama: “¡Cuánto necesitaba ser yo instruida
acerca de la sencillez de la fe!” (Life Sketches:25). Luego continua relatando en qué forma mientras
oraba, desapareció su preocupación y recibió felicidad y seguridad. Ella dice: “En ese corto tiempo
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cuando estaba arrodillada entre las personas que oraban, aprendí más que nunca antes acerca del
carácter divino de Jesús” (Life Sketches:23-24). Después de eso regresó a su casa con el corazón
alivianado. Había experimentado la justificación por la fe.
Si bien es cierto que el grueso de los escritos de la Sra. White acerca del tema de la justificación por la
fe data a partir de 1887, puede demostrarse fácilmente que esta doctrina presentada en forma tan amplia
en las obras del último periodo de su vida, había sido enseñada en sus lineamentos principales en sus
primeras obras. Ya en 1858, al describir el plan de Dios para la salvación humana, la Sra. White
escribió acerca de la provisión divina mediante la que “por medio de los méritos de su sangre y por la
obediencia a la ley de Dios, pueden tener el favor de Dios”. (1Spiritual Gifts:23).
Más adelante en el mismo libro, al hablar de Martín Lutero, ella dice: “Él procuró obtener el favor de
Dios por medio de las obras; pero no quedó satisfecho hasta que un rayo de la luz del cielo hizo salir
las tinieblas de su mente y lo indujo a confiar, no en las obras, sino en los méritos de la sangre de
Cristo, y a acudir a Dios por sí mismo, y no por medio de papas y confesores, sino únicamente a través
de Jesucristo”. (1Spiritual Gifts:120).
En una obra publicada en 1870, la Sra. White describe vividamente la instrucción dada a Adán y Eva
cuando salieron del Edén. Se les dijo, afirma la autora, que su caso no era desesperado, que Cristo se
había ofrecido voluntariamente para morir por ellos, y que “la fe en los méritos del Hijo de Dios
elevaría de tal manera al hombre que éste pudiera resistir los engaños de Satanás. Se le concedería un
tiempo de prueba en el cual por medio de una vida de arrepentimiento y de fe en la expiación del Hijo
de Dios, podrían ser redimidos de la transgresión de la ley del Padre, y así ser elevados a una posición
en la que sus esfuerzos por guardar la ley divina pudieran ser aceptados”. (HR:48-49, 1870)
En el año 1875 se publicó por primera vez una declaración que está a la altura de cualquier otra
publicada posteriormente en cuanto a claridad de pensamiento:
“Cristo soportó estas tres grandes tentaciones [en el desierto] y las venció en beneficio del hombre,
formando así para el hombre un carácter justo, porque él sabía que el ser humano no podría hacerlo por
sí mismo … Cristo entró en la lid en lugar del hombre para vencer a Satanás, porque vio que el hombre
no podría vencer por su propia cuenta. Cristo preparó el camino para el rescate del ser humano por
medio de su propia vida de sufrimiento, abnegación y sacrificio, y por su humillación y su muerte”.
(3T:371-372).
En 1877 se publicó un libro de la Sra. White acerca de Cristo. En el capítulo que habla de la entrevista
con Nicodemo, se enseña claramente la doctrina de la justificación por la fe. Más adelante en este
mismo libro, se presenta a Cristo como “gran Sumo Sacerdote, que está listo para aceptar el
arrepentimiento y para contestar las oraciones de su pueblo, y, por medio de los méritos de su propia
justicia, para presentarlo a su Padre”. (3Great Controversy:261-262).
En 1877 y 1878 la pluma de la Sra. White produjo una serie de folletos acerca de la vida de Cristo
publicados bajo el tema general de “La Redención”. El propósito de estos folletos, según los
publicadores, era “presentar con toda claridad los hecho ocurridos en la historia de la vida de Cristo en
relación con el gran plan de la redención humana”. (Redemption or the First Advent of Christ With His
Life and Ministry:3, 1877).
La Sra. White instó a los pastores adventistas, en 1879, a ensalzar a Cristo en sus enseñanzas y a
precaverse contra “la fría teoría”. (4T:313). Otro mensaje de importancia similar fue presentado
durante ese mismo año, y en él se instaba “a la piedad práctica”. Se pidió a los ministros que estudiaran
nuevamente la cruz de Cristo. (4T:374). Otra comunicación dirigida a los pastores en 1880 contiene
ese mismo énfasis: “jamás debe presentarse un discurso sin presentar a Cristo y a Cristo crucificado
como fundamento del Evangelio”. (1JT:527).
En 1882 la Sra. White escribió “un llamamiento” que tenía el propósito de ser leído en las reuniones de
reavivamiento espiritual celebradas en el campo (5T:217-235). Este documento contenía declaraciones
muy definidas concernientes a la justificación por la fe. Por ejemplo:
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“Debemos renunciar a nuestra propia justicia y rogar que la justicia de Cristo nos sea imputada”.
(5T:219).
“Dios ha hecho una abundante provisión para que podamos estar perfectos en su gracia, sin que nos
falte nada, esperando la aparición de nuestro Señor. ¿Estáis vosotros listos? ¿Estáis vestidos con el traje
de bodas?” (5T:220).
“Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nuestras ofensas y lo resucitó
para nuestra justificación. Mediante Cristo podemos presentar nuestras peticiones ante el trono de la
gracia. A través de él, aunque somos indignos, podemos obtener toda bendición espiritual. ¿Acudimos
a él para recibir vida?” (5T:221).
“Cuando se ha formado esta conexión y comunión íntimas, nuestros pecados son puestos sobre Cristo,
y su justicia nos es imputada. Él fue hecho pecado por nosotros, para que pudiésemos ser hechos
justicia de Dios en él”. (2JT:73).
En 1883 la Sra. White presentó una alocución matutina acerca de este tema ante los pastores reunidos
en una sesión de la Asociación General llevada a cabo en Battle Creek, en Michigan. (OE:412-415).
Este discurso abarcaba ampliamente la justificación por la fe, como se verá en el párrafo siguiente:
“Nada, fuera de su justicia, puede capacitarnos para recibir una sola de las bendiciones del pacto de la
gracia. Hace mucho que deseamos y hemos procurado obtener esas bendiciones, pero no las hemos
recibido porque hemos albergado la idea de que podíamos hacer algo para ser dignos de ellas. No
hemos apartado la mirada de nosotros, creyendo que Jesús es el Salvador viviente. No debemos pensar
que nuestra propia gracia y nuestros méritos nos salvarán, porque la gracia de Cristo es nuestra única
esperanza de salvación … Cuando confiemos plenamente en Dios y cuando descansemos en los
méritos de Jesús como un Salvador que perdona los pecados, entonces recibiremos toda la ayuda que
podemos desear”. (OE:412).
Hasta ahora las declaraciones de la Sra. White acerca de la justificación por la fe se han espigado de sus
escritos siguiendo una secuencia cronológica desde 1858 hasta 1883. Estas declaraciones realizadas a
lo largo de un periodo de 25 años revelan una clara concepción de la doctrina de la salvación por la fe
en Cristo. Estas expresiones están respaldadas por la experiencia personal de la conversión de la Sra.
White tenida en su juventud.
Es indudable que la manifestación más significativa de la actitud de la Sra. White hacia esta doctrina se
encuentra en su libro El Conflicto de los Siglos. El argumento de este libro está constituido por una
presentación de la lucha en este mundo entre las fuerzas del mal y del bien, desde la destrucción de
Jerusalén hasta la restauración del mundo que ocurrirá después de la segunda venida de Cristo. Vastas
porciones de este libro presentan un examen de temas históricos tales como la Reforma protestante y el
desarrollo de diversos movimientos religiosos.
El tema de este libro fue presentado por primera vez en forma abreviada, y durante un periodo de tres
décadas experimentó diversas revisiones hasta que se lo completó en 1888. Justamente antes de su
revisión de 1888, la autora pasó algún tiempo en Europa visitando los lugares donde habían ocurrido
diversos acontecimientos históricos que ella había tratado en su obra.
Es necesario observar con detenido interés la atención que en este libro se da a la doctrina de la
justificación por la fe. En otros libros que se han citado, esta doctrina ha sido presentada en una forma
más o menos teológica. En el Conflicto de los Siglos, el énfasis que se pone en él es histórico. A
continuación se hace un breve examen de la forma como la autora trata este tema.
Uno de los primeros capítulos trata del surgimiento del catolicismo romano. Allí se describe la
enseñanza católica de la salvación por las obras:
“La fe pasó de Cristo, el verdadero fundamento, al papa de Roma …”.
“El Evangelio se perdía de vista mientras que las formas de religión se multiplicaban, y la gente se veía
abrumada bajo el peso de exacciones rigurosas”.
“No sólo se le enseñaba a ver en el papa a su mediador, sino aun confiar en sus propias obras para la
expiación del pecado”. (CS:59-60).
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La autora procede luego a describir en capítulos sucesivos los movimientos que contribuyeron a
restaurar la doctrina de la justificación por la fe. El primer grupo nombrado es el de los valdenses
(CS:66). Una de las enseñanzas fundamentales de esta secta era la salvación únicamente por medio de
la fe.
“Veían claramente revelado en las páginas sagradas el plan de la salvación, y hallaban consuelo,
esperanza y paz, creyendo en Jesús …
Tenían por falsa la doctrina de que las buenas obras pueden expiar la transgresión de la ley de Dios”.
(CS:78).
A continuación viene Juan Wiclef, quien protestó contra la salvación por las obras e instó a los
hombres a buscar el perdón de Dios. Un poco después, en Bohemia, Hus y Jerónimo enseñaron estos
mismos principios (CS:104).
La Sra. White destaca la bien conocida doctrina de la justificación por la fe de Lutero. Ella presenta a
Lutero como alguien que comprendía “el engaño que significaba para el hombre confiar en sus obras
para su salvación y cuán necesario es tener fe constante en los méritos de Cristo”. (CS:134). La autora
explica cómo Lutero descubrió en la lectura de las obras de Hus que éstas concordaban con la gran
verdad de la justificación por la fe. (CS:150).
Luego se menciona la lucha de Zuinglio contra la salvación por las obras (CS:186), y en relación con
esto, la Sra. White realiza esta declaración general:
“A medida que se levantaban en diferentes partes del país hombres que presentaban al pueblo el perdón
y la justificación por medio de la sangre de Cristo, Roma procedía con nueva energía a abrir su
comercio por toda la cristiandad, ofreciendo el perdón a cambio de dinero”. (CS:189).
Hablando luego de Francia, la Sra. White menciona a Lefevre, del que cita esta declaración: “Dios es el
que da, por la fe, la justicia, que por gracia nos justifica para la vida eterna” (CS:225). Se menciona,
además, la conversión de Farel a la filosofía protestante (CS:226).
Luego cita a Juan Calvino como sigue: “¡Oh! Padre exclamó, -su sacrificio ha calmado tu ira; su sangre
ha lavado mis manchas; su cruz ha llevado mi maldición; su muerte ha hecho expiación por mí.
Habíamos inventado muchas locuras inútiles, pero tú has puesto delante de mí tu Palabra como una
antorcha y has conmovido mi corazón para que tenga por abominables todos los méritos que no sean
los de Jesús". (CS:234).
El examen de este periodo del protestantismo hecho por la Sra. White, pronto la llevó al reavivamiento
evangélico realizado bajo Wesley y Whitefield. Ella destaca especialmente su experiencia y su
enseñanza concernientes a la justificación por la fe. Refiere que en el tiempo de Wesley la doctrina de
la reforma concerniente a la justificación por la fe quedó en gran medida eclipsada. Habla del vano
intento de Wesley de encontrar paz mental por medio de las buenas obras, y lo compara con la lucha de
Lutero experimentada en Erfurt. Habla también de la relación de Wesley con los moravos y de su
conversión como resultado de esto. Finalmente concluye:
“Siguió llevando una vida de abnegación y rigor, ya no como base sino como resultado de la fe; no
como raíz sino como fruto de la santidad. La gracia de Dios en Cristo es el fundamento de la esperanza
del cristiano, y dicha gracia debe manifestarse en la obediencia. Wesley consagró su vida a predicar las
grandes verdades que había recibido: la justificación por medio de la fe en la sangre expiatoria de
Cristo, y el poder regenerador del Espíritu Santo en el corazón, que lleva fruto en una vida conforme al
ejemplo de Cristo”. (CS:299).
Más adelante la autora presenta la doctrina de la justificación por la fe en una forma didáctica
(CS:520,521,524,525,557). La contribución principal de esta sección del libro, sin embargo, es una
clara revelación de la comprensión de la Sra. White del lugar de la justificación por la fe en la historia
de la iglesia. Inmediatamente después del regreso de la Sra. White de Europa y por el tiempo en que
completó la edición revisada del Conflicto de los Siglos, una gran cantidad de material acerca de ese
tema vital de la justicia por la fe comenzó a salir de su pluma.
Pág. 52

Aun cuando la doctrina de la justificación por la fe era aceptada en teoría por los adventistas, y aunque
Jaime White y su esposa Ellen, y unos pocos más, habían escrito acerca del tema, hay evidencia
abundante de que éste no era considerado por la denominación en general como una de las grandes
doctrinas. Los primeros adventistas eran mayormente gente que ya había experimentado la conversión,
y muchos de ellos procedían del metodismo. Para éstos, la salvación por medio de Cristo era una
experiencia vital antes de que aceptasen las verdades distintivas del adventismo. Pero a medida que
transcurrieron los años, en la fe adventista entraron cientos de personas que no tenían un conocimiento
experimental de Cristo. La falta de énfasis en la salvación asumió serias proporciones (M. E. Olsen,
Historia del Origen y Progreso de los ASD:625-626, RH, 1932). Durante la década de 1880, unos
pocos dirigentes de la denominación comenzaron a sentir agudamente esta carencia. La Sra. White fue
la que más habló contra esta tendencia prevaleciente. Sus escritos, particularmente durante 1887 y
1888, estaban llenos de advertencias contra el legalismo y de exhortaciones a aceptar a Cristo por fe.
Una declaración escrita en la última parte de 1887 ilustra el espíritu de decenas de artículos publicados
en aquel tiempo:
“Hay una gran diferencia entre una supuesta unión y una relación verdadera con Cristo por la fe. El
profesar creer la verdad pone a los hombres en la iglesia, pero esto no prueba que tengan una relación
vital con la vid… Cuando esta intimidad de relación y comunión se ha formado, nuestros pecados son
puestos sobre Cristo, y se nos imputa su justicia. El fue hecho pecado por nosotros, para que fuésemos
hechos justicia de Dios en él”. (4TS:43-44; RH, 13 de Diciembre de 1887).
En otro artículo puede apreciarse la seriedad con que la Sra. White contemplaba el descuido de estas
grandes verdades espirituales:
“Los hechos concernientes a la verdadera condición del pueblo profesos de Dios hablan más fuerte que
su profesión y tornan evidente que algún poder ha cortado el cable que los anclaba en la Roca Eterna, y
que ahora van a la deriva en el mar, sin mapa ni brújula”. (RH, 24 de Julio de 1888).
Justamente pocas semanas antes del Congreso de la Conferencia General de 1888, en el que este asunto
adquirió gran importancia, la Sra. White declaró que “el núcleo de nuestro mensaje debería ser la
misión y la vida de Cristo” (RH, 11 de Septiembre de 1888). A pesar de la frecuencia y la urgencia de
tales mensajes procedentes de la Sra. White durante 1887 y 1888, y no obstante la posición de
autoridad que ella mantenía dentro del pensamiento de la denominación, esas advertencias y
exhortaciones fueron en gran parte desatendidas. (A. G. Daniells, Cristo Nuestra Justicia:54-55; RH,
1941).
Durante esos meses precedentes al Congreso de la Conferencia General, no sólo la Review contenía
esas agudas amonestaciones, sino que también la revista Signs, periódico similar de la costa del Oeste,
estaba publicando artículos parecidos. Durante el año 1888 aparecieron varios artículos acerca del
tema, algunos de ellos escritos por Ellen White (ST, 13 de Abril de 1888; ST, 6 de Julio de 1888) y
otros por E. J. Waggoner (24 de Febrero de 1888), quien estaba poniendo mucho énfasis en la
enseñanza de esta doctrina.

Resumen.-

Una investigación acerca de este primer periodo de la historia adventista conduce a varias
conclusiones:
1.- La justificación por la fe, aunque no era puesta en duda, tampoco era una de las grandes doctrinas
adventistas.
2.- La atención dada a esta doctrina en los primeros años, aunque era escasa, procedía mayormente de
Jaime White y de su esposa Elena.
3.- Los pocos que comprendían la necesidad de insistir en esta doctrina llegaron a experimentar alarma
a causa de la indiferencia general acerca de ella. Este sentimiento de alarma fue claramente expresado
por Ellen White.
Pág. 53

4.- Estaban madurando las condiciones necesarias para el surgimiento de esta doctrina como un asunto
vital. La crisis se presentó en el Congreso de la Conferencia General de 1888, celebrado en
Minneapolis, Minnesota.

Capítulo 8: El Congreso de la Conferencia General de 1888

Era inevitable que la doctrina de la justificación por la fe, con el tiempo, se convirtiera en un asunto de
interés general. Se estaba desafiando la indiferencia de cuatro décadas. Se estaba iniciando un esfuerzo
por vencer la inercia espiritual que se había posesionado de la IASD. Este asunto constituyó un tema de
discusión en el Congreso de la Asociación General celebrado en Minneapolis, Minnesota, en el Otoño
de 1888.
No debe suponerse que la IASD en aquella oportunidad manifestara alguna señal exterior de
desintegración o de falta de visión. En realidad ocurrió lo opuesto. Las décadas anteriores a 1888
habían mostrado crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos. La iglesia se había afirmado en los
países extranjeros, se habían establecido varias instituciones educativas, nuevas iglesias habían sido
organizadas continuamente y la feligresía de la iglesia iba en aumento. En tales circunstancias, los
mensajes de amonestación y de reproche no eran bien recibidos.
A fin de proporcionar los antecedentes indispensables para este estudio, es necesario reconstruir los
procedimientos del congreso con tanta exactitud como lo permitan las fuentes asequibles. Hay que
recordar que en aquella época no se llevaba un registro diario de las sesiones. La secuencia cronológica
ha sido reconstruida por comparación del General Conference Daily Bulletin con los informes acerca
del congreso publicados en la Review and Herald y en Signs of the Times.

La reunión de obreros anterior al congreso.-

Aunque la primera sesión debía comenzar el miércoles 17 de Octubre, se llevó a cabo una reunión de
obreros a partir del 10 de Octubre. La Review del 16 de Octubre contiene el siguiente comentario
acerca de los temas que se analizaron:
“Los temas propuestos para ser considerados en las horas destinadas al estudio de la Biblia y de la
historia son hasta ahora: ‘Un concepto histórico de los diez reinos’, ‘La divinidad de Cristo’, ‘La
curación de la herida mortal’, ‘La justificación por la fe’, ‘Hasta dónde debemos ir en el uso de la
sabiduría de la serpiente’, y ‘La predestinación’. Es indudable que se presentarán otros temas” (RH, 16
de Octubre de 1888). Se ve aquí que el asunto de la justificación por la fe era sólo uno entre una
cantidad de otros temas destinados a estudio. Resulta evidente que hasta los que habían preparado la
agenda desconocían el papel tan importante que este tema habría de desempeñar. El pastor S. N.
Haskell presidió en la primera reunión de obreros llevada a cabo antes del congreso, la que se inició el
10 de Octubre a las 7:30 de la noche. No ha sido posible encontrar ningún dato acerca de la orden del
día de esa reunión.
En la mañana del día siguiente, jueves 11 de Octubre, Ellen White dio su primer discurso de esa sesión.
Este versó sobre el tema: “Una conexión viviente con Dios”. No se trataba de un tema de controversia.
En el siguiente párrafo es posible captar la esencia de su alocución:
“Hermanos, es de imperiosa necesidad que alcancemos una norma más elevada y más santa… Sé que
Dios oye las oraciones de su pueblo. Sé que él las contesta. Pero no puede bendecirnos mientras
acariciamos el egoísmo. ¿Y qué dicen las Escrituras? ‘Si en mi corazón hubiese yo mirado a la
iniquidad, el Señor no me habría escuchado’. Pero si desechamos la exaltación de nosotros mismos y si
deponemos toda justicia propia y entramos en una relación viviente con Dios, la justicia de Dios nos
será imputada … Debemos en el nombre del Señor, destruir las barreras que separan nuestras almas de
Dios, y entonces la paz de Cristo morará en nuestros corazones por la fe … Nuestra voluntad debe
colocarse del lado de Dios y no del lado de Satanás. El resultado de probar el amor perdonador de Dios
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es una perfecta reconciliación con la voluntad de Dios. Entonces se unen la voluntad humana y la
divina … Debemos desechar la justicia propia y alcanzar ideales más elevados. Dios dirigirá la acción
del alma si es que buscamos la justicia de Cristo para que Dios se agrade de nuestros esfuerzos. No
debemos desear nada de nosotros mismos y debemos desearlo todo de Jesús”. (Manuscrito 6, 1888).
La misma mañana del jueves 11 de Octubre a las nueve, A. T. Jones presentó su mensaje. La Review
informa:
“El punto puesto de relieve fue que la consagración personal debe estar como fundamento de todo
nuestro éxito en esta obra. Somos los representantes de Cristo, y por lo tanto deberíamos estar
motivados por su amor y su Espíritu, y manifestar su carácter ante los hombres” (RH, 16 de Octubre
de 1888).
Ese mismo día, el pastor Jones habló a las 10:30 de la mañana y a las 2:30 de la tarde acerca de los diez
reinos. Resulta interesante hacer notar que seis días después, el 17 de Octubre, el primer día del
congreso propiamente dicho, Urías Smith habló acerca de los diez reinos a las 10:30 de la mañana.
Puede inferirse lo que dijo a partir del siguiente comentario editorial de la Review del 23 de Octubre:
“El asunto principal que se analizó es el de los diez reinos que surgieron del Imperio Romano, según se
los representa por medio de los diez cuernos de la cuarta bestia de Daniel 7. como nuestros lectores
saben, se pretende que la enumeración que generalmente se hace de esos reinos sea cambiada y los
alamanes sean puestos en lugar de los hunos, como uno de los diez reinos. Esta posición fue largamente
defendida y los partidarios del otro punto de vista dijeron tanto como su preparación limitada se lo
permitió. En vista de todo lo que se dijo de ambas partes, resultó evidente que el parecer de los
delegados era ponerse del lado de los principios establecidos de interpretación y del punto de vista
tradicional. Si esto tendrá alguna influencia o no la tendrá sobre los que instan a la adopción del nuevo
punto de vista, es algo que está por verse”. (RH, 23 de Octubre de 1888).
Una información incidental interesante acerca de la discusión concerniente a los diez reinos, se
encuentra en una declaración escrita por A. T. Robinson, quien estuvo presente en todas las sesiones
del congreso de 1888. Esta declaración data del 30 de Enero de 1931, y representa el recuerdo de un
hombre muy avanzado en años:
“Los pastores U. Smith y A. T. Jones analizaban algunos datos en relación con los diez reinos en que se
había dividido Roma. Un día el pastor Smith, con su característica modestia, declaró que él no
pretendía ninguna originalidad en su punto de vista sobre el tema, que había tomado declaraciones de
hombres como Clarke, Barnes, Scout y otros mencionados, y que había sacado sus conclusiones de esas
autoridades. Al comienzo de su réplica, el pastor Jones en su estilo característico, dijo: ‘El pastor Smith
os ha dicho que él no sabe nada acerca de este asunto. Yo sí sé y no quiero que me culpen por lo que él
no sabe’. Esta áspera declaración motivó un claro reproche de la hermana White, quien estaba presente
aquella mañana”. (A. T. Robinson, ¿Rechazó la Denominación ASD la Doctrina de la Justificación por
la Fe?).
Esta declaración pone de manifiesto un aspecto desconcertante de esta situación. Los hombres que
promovían la doctrina de la justificación por la fe en el congreso de Minneapolis, no siempre
presentaban sus conceptos en una forma discreta y delicada. Esta situación desafortunada hizo surgir un
espíritu de prejuicio contra los hombres, lo cual en muchas mentes confundió el punto de debate. Esta
discusión acerca del asunto de si los hunos o los alamanes debían incluirse entre los diez reinos hizo
surgir prejuicios que obraron contra la aceptación de la enseñanza de la justificación por la fe,
presentada con énfasis en otras sesiones del congreso.
Volviendo a la agenda de las reuniones de obreros, E. J. Waggoner, el jueves 11 de Octubre a las cuatro
de la tarde, habló acerca de los deberes de los dirigentes de la iglesia. No hay registro alguno de los
procedimientos seguidos el viernes 12 de Octubre, pero la Review del 23 de Octubre informa que la
Sra. White predicó un sermón el día Sábado 13. el pastor Smith hace la siguiente mención de este
sermón:
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“El Sábado 13 de Octubre fue un día memorable debido al refrigerio recibido del Señor. La hermana
White habló en la tarde con mucha espontaneidad y con gran poder. El siguiente pasaje bíblico: ‘Mirad
cuál amor nos ha dado el padre, para que seamos llamados hijos de Dios’, le sirvió de base para extraer
preciosas lecciones de la gran bondad de Dios manifestada hacia nosotros, de cómo recibir su amor, de
lo que él está dispuesto a hacer por nosotros y de lo que nosotros deberíamos estar dispuestos a
devolverle por sus innumerables dádivas. Los corazones se enternecieron por la dulce influencia de la
reunión, y en verdad resultaba agradable estar allí. Después del discurso, 62 personas presentaron sus
testimonios en rápida sucesión, en los que manifestaron agradecimiento y alabanza por los dones y la
bondad del Señor”. (RH, 23 de Octubre de 1888).
El tono espiritual de los mensajes de la Sra. White fue significativo y característico desde el mismo
comienzo del congreso. Se estaba preparando el camino para la presentación del tema de la
justificación por la fe.
Se desconoce el procedimiento seguido durante los días restantes del congreso. Sin embargo podemos
concluir de la siguiente declaración de la Review del 23 de Octubre, que durante la semana se
analizaron intensamente los diversos temas anunciados:
“La semana pasada dimos un breve informe acerca de la apertura de las reuniones para obreros en
relación con el Congreso de la Conferencia General. El tiempo designado para estas reuniones previas
terminó ayer, 17 de Octubre; pero como los temas propuestos no se habían considerado plenamente,
cada día se destinará una parte del tiempo correspondiente al congreso para tratar estos asuntos hasta
que hayan hablado todos los que así deseen hacerlo”. (RH, 23 de Octubre de 1888).
Tal vez fue algo providencial que ciertos temas se postergasen hasta las sesiones del congreso. Puede
ser que en esa forma adquirieron más relieve que si se hubiesen presentado durante las reuniones de
obreros.

El Congreso de la Conferencia General.-

La primera sesión del Congreso de la Conferencia General se llevó a cabo el miércoles 17, a las nueve
de la mañana. S. N. Haskell fue el presidente interino debido a la ausencia de G. I. Butler, presidente de
la Conferencia General quien estaba enfermo. Hay diferencia de parecer entre lo que atañe al número
de delegados presentes, pero algunos informes revelan que había 84.
Después del servicio de apertura realizado a las nueve de la mañana, a las 10:30 se llevó a cabo otra
reunión que ya se ha mencionado, en la que Urías Smith analizó el tema de los diez reinos. A las 2:30
de la tarde, E. J. Waggoner presentó un estudio acerca de la ley de Dios y su relación con el Evangelio
de Cristo. Su alocución se basó en la epístola a los Romanos.
A la mañana siguiente, jueves 18 de Octubre, la Sra. White presentó un notable sermón acerca de la
“Necesidad de Progreso”. Este discurso se reprodujo en la Review del 8 de Octubre de 1889. a
continuación presentamos un extracto:
“Tenemos una verdad importante y solemne que se nos ha encomendado para estos días finales, pero
un mero asentimiento y creencia en esta verdad no nos salvará. Los principios de la verdad deben estar
entretejidos en nuestro carácter y nuestra vida … Estamos perdiendo una gran cantidad de bendiciones
que podríamos tener en estas reuniones porque no avanzamos con decisión en la vida cristiana a
medida que se nos revela cuál es nuestro deber; y esto constituirá una pérdida eterna …
Hay muchos que se conforman con un conocimiento superficial de la verdad …
No debemos satisfacernos con nuestra propia justicia, ni contentarnos con quedar sin las profundas
insinuaciones del Espíritu de Dios.
Cristo dijo: ‘Sin mí nada podéis hacer’. Esta marcada vaciedad, tan evidente en la actuación de muchos
que profesan estar predicando la verdad, es lo que nos alarma; porque sabemos que esto constituye una
evidencia de que no han experimentado el poder convertidor de Cristo en sus corazones. Podéis
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registrar desde la rama más alta hasta la rama más baja de su obra, y encontraréis solamente hojas. Dios
desea que alcancemos una norma más elevada. Nones su voluntad que tengamos tal escasez espiritual...
Se predican demasiados sermones carentes de Cristo”. (RH, 8 de Octubre de 1888).
Estas referencias muestran que la Sra. White había decidido que había llegado el momento de actuar.
Las exhortaciones generales dadas en los sermones del 11 y el 13 de Octubre, dieron lugar al
señalamiento de necesidades definidas.
En el mismo día, el General Conference Daily Bulletin informó:
“A las nueve de la mañana, el pastor E. J. Waggoner presentó otra lección acerca de la ley y el
Evangelio. En esta lección analizó en forma parcial los capítulos 1 y 2 de Gálatas en relación con
Hechos 15 para demostrar que allí existía la misma armonía que en cualquier otro lugar; que la clave
del libro era la ‘justificación por la fe en Cristo’ con el énfasis puesto en la última palabra; que la
libertad en Cristo siempre era libertad del pecado; y que la separación de Cristo para aferrarse de otros
medios de justificación siempre producía esclavitud. Declaró incidentalmente que ‘la ley de Moisés’ y
‘le ley de Dios’ no eran expresiones distintivas absolutas aplicadas a las leyes ceremonial y moral, y
citó Num. 15:22-24 y Luc. 2:23-24 como prueba de esto. Concluyó a las 10:15 pidiendo a los presentes
que comparasen Hechos 15:7-11 con Rom. 3:20-25. El hermano Waggoner y la hermana White
hicieron un llamamiento a los hermanos viejos y jóvenes, invitándoles a buscar a Dios, a deponer todo
prejuicio y oposición y a esforzarse a entrar en la unidad de fe en los vínculos del amor fraternal”.
(General Conference Daily Bulletin, 19 de Octubre de 1888).
El día siguiente fue viernes 19 de Octubre. El Bulletin publicado ese día informa:
“A las nueve de la mañana continuó el pastor Waggoner con sus lecciones acerca de la ley y el
Evangelio. Los pasajes considerados fueron el capítulo 15 de Hechos y los capítulos 2 y 3 de Gálatas,
comparados con Romanos 4 y con otros pasajes de Romanos. El propósito del orador fue mostrar que
el verdadero punto de controversia era la justificación por la fe en Cristo, fe que nos es imputada a
nosotros por justicia tal como lo fue a Abraham. El pacto y las promesas hechos a Abraham son el
pacto y las promesas hechos a nosotros”. (General Daily Bulletin, 21 de Octubre de 1888).
La serie de estudios continuó hasta el jueves 25 de Octubre. En el Bulletin no se da ninguna
información adicional concerniente a esos estudios, excepto un sumario presentado al final. El jueves
25 de Octubre se hace este comentario:
“Una serie de lecciones instructivas acerca de la ‘justificación por la fe’ ha sido presentada por el
pastor E. J. Waggoner. La última de ellas se dio esta mañana. Todos han estado de acuerdo con los
principios fundamentales, pero hay algunas diferencias de opinión acerca de la interpretación de varios
pasajes. Estos estudios han tendido a una investigación más cabal de la verdad, y se espera alcanzar
unidad de fe en cuanto a este asunto tan importante”. (General Daily Bulletin, 26 de Octubre de 1888).

Los sermones de Ellen White.-

Durante el periodo comprendido entre el 17 y el 25 de Octubre, mientras el pastor Waggoner


presentaba su serie de estudios, la Sra. White dio seis discursos que han sido registrados. El primero, el
sermón acerca de “La Necesidad de Progreso”, ya se ha analizado. El jueves 1 de Noviembre ella
presentó un séptimo sermón, ya hacia el final de las sesiones del congreso. El Bulletin hizo la siguiente
declaración concerniente a algunos de estos sermones:
“Las reuniones devocionales de la mañana figuran entre las más interesantes e importantes. Las
exhortaciones de la hermana White han sido muy apreciadas, porque ha presentado el amor de Cristo y
su disposición a ayudar. Ella nos ha dicho que él espera derramar su Espíritu sobre su pueblo en una
medida abundante. Cada cosa importante en la causa de Cristo debe relacionarse con Cristo”. (General
Daily Bulletin, 26 de Octubre de 1888).
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El 20 de Octubre la Sra. White predicó el sermón del Sábado. Su tema fue: “Progresando en la
Experiencia Cristiana”. Su pasaje bíblico fue 2 Pedro 1:11-12. después de unas pocas declaraciones en
las que llamaba la atención a la necesidad de avanzar continuamente, ella dijo:
“Lo que ahora queremos presentar es la forma como podemos progresar en la vida divina. Escuchamos
muchas excusas: no puedo vivir de acuerdo con esto o con aquello. ¿Qué se quiere decir con esto o
aquello? ¿Se quiere decir que fue un sacrificio imperfecto el que fue realizado por la raza caída en el
calvario, y que no hay gracia y poder suficientes para nosotros a fin de que nos apartemos de nuestros
defectos y tendencias naturales, y que no fue un Salvador completo el que nos ha sido dado? ¿O bien se
quiere reprochar a Dios? Bien, se dirá: Fue Adán el que pecó; yo no soy culpable de eso, y no soy
responsable de su culpa y de su caída. Todas esas tendencias naturales están en mí, y no se me debe
culpar si obro impulsado por esas tendencias naturales. ¿A quién hay que culpar? ¿A Dios?”
(Manuscrito 8, 1888).
La oradora procedió a mostrar que hay poder en Cristo para vencer las tendencias naturales al mal. En
pocas y sencillas palabras ella presentó la doctrina de la gracia gratuita y de la esperanza en Cristo. La
idea calvinista de la predestinación fue puesta de lado y se mantuvo la vigencia del libre albedrío. La
construcción del sermón indica que la oradora estaba hablando espontáneamente, y sin embargo
analizaba claramente verdades profundas que habían confundido a los teólogos durante siglos. Además
de aclarar la doctrina de la gracia gratuita, la Sra. White demostró en su sermón la correcta relación que
existe entre la gracia y la ley. Declaró en parte:
“¿Por qué no podemos ver en esa ley la justicia de Jesucristo? Porque Cristo viene y me imputa su
justicia en su perfecta obediencia a esa ley”. (Manuscrito 8, 1888).
Luego prosiguió diciendo: “Dios y el hombre están unidos en la cruz, y aquí la justicia y la verdad se
besaron. La misericordia y la verdad se encontraron, y esto está atrayendo al hombre a la cruz, donde
Cristo murió por el ser humano, a fin de ensalzar la ley de Jehová, y no para rebajarla en ningún
aspecto. Si esto hubiera sido posible, Cristo no hubiera necesitado morir. Pero la cruz del calvario
estará en el juicio y testificará ante todos de la inmutabilidad y la permanencia del carácter de la ley de
Dios, y en ese día no podrá pronunciarse una sola palabra a favor del pecado”. (Manuscrito 8, 1888).
Además de aclarar la relación que existe entre los grandes conceptos de la elección, el libre albedrío y
la ley, la Sra. White destacó la aplicación práctica de la salvación. Dijo ella:
“La justicia de Dios se manifestó en que él dio a Cristo para que muriera a fin de salvar al hombre,
porque la ley lo condenaba a muerte; pero se introdujo la justicia de Cristo y se la imputó al hombre
para que éste volviera a su lealtad a Dios …
Ahora Cristo está en el santuario celestial. ¿Y qué está haciendo? Está haciendo expiación por nosotros,
purificando el santuario de los pecados del pueblo … Satanás vendrá y os tentará y vosotros cederéis a
sus tentaciones. ¿Y entonces qué ocurrirá? Bueno, debéis acudir y humillar vuestros corazones en
confesión, y por medio de la fe debéis aferraros al brazo de Cristo que está en el santuario celestial.
Creed que Cristo aceptará vuestra confesión y levantará sus manos delante del Padre, sus manos que
han sido magulladas y heridas por nosotros, y él hará expiación por todos los que confiesan sus pecados
delante de él”. (Manuscrito 8, 1888).
El tercer sermón de la Sra. White fue presentado a la mañana siguiente, el domingo 21 de Octubre. Su
título es “Consejos a los Ministros”. En ese sermón ella puso de relieve varios puntos, y resulta fácil
ver su aplicación a los problemas espirituales imperantes en la convención: 1) Se instaba al ministerio a
andar de acuerdo con la nueva luz. 2) Se advertía a los delegados al congreso contra la crítica de los
dirigentes. 3) Se amonestaba a los obreros contra la posibilidad de rebajar a Cristo antes que de
ensalzarlo. 4) Se hizo un llamamiento a tener un ministerio más Cristocéntrico. (Manuscrito 8a, 1888).
Unas pocas citas de este discurso indican cuál era la tendencia del consejo dado: “Muchísimos
discursos, tal como la ofrenda de Caín, son inútiles porque carecen de Cristo” (Manuscrito 8a, 1888).
“Desechad el espíritu de controversia en el que os habéis estado educando durante años” (Manuscrito
8a, 1888).
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La siguiente declaración constituye una de las declaraciones claves de los sermones de la Sra. White
pronunciados durante el congreso:
“Dios está presentando ante el pensamiento de los hombres designados divinamente gemas preciosas
de verdad adecuadas para nuestra época. Dios ha rescatado estas verdades de la compañía del error y
las ha colocado en su perspectiva debida. Cuando se dé a estas verdades el lugar que les corresponde en
el gran plan de Dios, y cuando los siervos del Señor las presenten con fervor y con temor reverente,
muchos creerán a conciencia, debido al peso de la evidencia, sin esperar que desaparezcan todas las
supuestas dificultades que se insinúan en sus mentes. Otros, por no discernir las cosas espirituales se
mantendrán en una actitud combativa y se opondrán a todo argumento que no esté de acuerdo con sus
ideas. ¿Terminará alguna vez esta obra lamentable? Los que no han estado cavando profundamente en
la mina de la verdad no verán ninguna belleza en las cosas preciosas presentadas en este congreso”.
(Manuscrito 8a, 1888).
Las porciones de este pasaje que han sido puestas en cursiva prueban dos cosas: primero, la declaración
final muestra claramente que las “verdades” que se analizaban eran las “cosas preciosas presentadas en
el congreso”. Esas verdades tenían que ver con la doctrina de la justificación por la fe. El primer pasaje
puesto en cursiva señala que esas verdades habían sido rescatadas por una mano divina de “la compañía
del error”, y que Dios “las había puesto en su perspectiva debida”. ¿Dónde podía encontrarse la
doctrina de la justificación por la fe en 1888 y en los años anteriores? En los credos de las iglesias
protestantes de esos días; de ahí que se dijera, desde el punto de vista adventista, “en la compañía del
error”. Las mismas iglesias que estaban rechazando el mensaje adventista y la ley de Dios poseían, por
lo menos formalmente, la doctrina de la justificación por la fe. Dios “rescató” esta verdad de ese
ambiente doctrinal y la colocó donde debía estar: en la IASD. Resulta interesante notar en este punto
que durante el siglo pasado la tendencia hacia el modernismo manifestada dentro del protestantismo, ha
neutralizado en buena medida la doctrina de la salvación por medio de Cristo tal como fue enseñada
por los fundadores del protestantismo. Las iglesias protestantes que se han resistido contra el
modernismo, en gran parte han debilitado la fuerza de su evangelio a causa de su actitud inconsecuente
hacia la ley de Dios.
¿No resulta claro que Dios, en forma dramática, “rescató” la verdadera doctrina de la salvación por
medio de Cristo de “la compañía del error”, y la colocó donde merecía estar, entre las enseñanzas
fundamentales de la iglesia que da el énfasis debido tanto a los mandamientos de Dios como a la fe de
Jesús? Esta, en efecto, parece haber sido la explicación de la Sra. White del movimiento ocurrido
dentro de la IASD en 1888.
En ese mismo día, el 21 de Octubre, la Sra. White presentó un sermón titulado “Un Pueblo Escogido”.
En ese sermón realizó la siguiente declaración:
“La ley no tiene poder para salvar o perdonador al transgresor. ¿Qué hace entonces? Conduce al
pecador arrepentido hacia Cristo … La ley señala el remedio para el pecado: el arrepentimiento hacia
Dios y la fe en Cristo”. (Manuscrito 17, 1888).
El discurso siguiente fue presentado fue presentado el martes 23 de Octubre. Fue una breve alocución
acerca de la actividad misionera. No se hizo mención alguna del tema controvertido. En el fervoroso
llamamiento hecho a los miembros de la iglesia y a los dirigentes instándolos a ocuparse en la actitud
misionera, se manifiesta una aguda percepción del equilibrio que debe existir entre la fe y las obras.
Las siguientes líneas servirán para aclarar esto:
“Quisiera saber por qué nuestras obras no podrían corresponder a nuestra fe, ya que somos cristianos
que profesamos creer las verdades más solemnes que Dios haya dado a los mortales …
Queremos ser los obreros mejores y más inteligentes que haya en lugar alguno …
Pero la primera obra consiste en una consagración personal a Dios”. (Manuscrito 10, 1888).
En la mañana del miércoles 24 de Octubre, la Sra. White volvió a hablar. Debería recordarse que el
pastor Waggoner terminaría su serie de estudios al día siguiente. Esta alocución es muy diferente de
todas las demás. Parece ser el lamento de un profeta de la antigüedad. La Sra. White dijo: “Nunca había
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estado más alarmada que en el momento presente”. (Manuscrito 9, 1888). La condición que la
alarmaba era la apatía y la indiferencia hacia el mensaje de la justificación por la fe que estaba siendo
presentado durante el congreso. Las siguientes declaraciones indican la existencia de puntos
controvertidos:
“Tenéis ojos pero no veis; tenéis oídos pero no oís. Ahora, hermanos, la luz ha venido a nosotros, y
debemos ubicarnos en el lugar donde podamos recibirla, y así Dios nos guiará hacia él uno por uno.
Veo nuestro peligro y quiero advertiros acerca de él”. (Manuscrito 9, 1888).
“Dios no me indujo a venir por las llanuras para hablaros a fin de que vosotros os sentaseis aquí a
discutir su mensaje y a poner en duda si la hermana White es la misma que solía ser años antes”.
(Manuscrito 9, 1888).
“Se me ha mostrado que almas preciosas que habrían aceptado la verdad la han rechazado debido a la
forma en que la verdad les ha sido presentada. Porque Jesús no estaba en ella. Y esto es lo que he
estado presentando durante todo el tiempo: necesitamos a Jesús”. (Manuscrito 9, 1888).
El último sermón predicado por la Sra. White durante el congreso del que se ha guardado registro, fue
presentado el jueves 1 de Noviembre (Manuscrito 15, 1888). Ella comenzó su discurso con una
exhortación a tener tolerancia con el pastor Waggoner. No dijo que estaba enteramente de acuerdo con
él en lo que se refería a su enseñanza concerniente a la ley en la epístola a los Gálatas, y sin embargo
dijo: “La verdad no perderá nada con la investigación” (Manuscrito 15, 1888). Luego prosiguió: “El
hecho de que él tenga honradamente algunos puntos de vista diferentes de los vuestros y los míos
acerca de las Escrituras, no es razón para tratarlo como a un ofensor o como a una persona peligrosa, y
hacerlo objeto de una crítica injusta”. (Manuscrito 15, 1888).
Ella respaldó sin reserva su enseñanza acerca de la justificación por la fe. He aquí su declaración:
“Veo la belleza de la verdad en la presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley, tal como
el doctor la ha presentado … Lo que él ha expuesto armoniza perfectamente con la luz que Dios ha
querido darme a lo largo de los años de mi experiencia. Si nuestros hermanos del ministerio aceptasen
la doctrina que ha sido presentada con tanta claridad – la justicia de Cristo en relación con la ley – y yo
sé que ellos necesitan aceptarla, sus prejuicios no constituirían una fuerza dominante, y el pueblo sería
alimentado a su debido tiempo con la comida que necesita”. (Manuscrito 15, 1888).
Durante el transcurso de sus observaciones ella habló largamente contra el espíritu polémico, y
mencionó por nombre al ministro que había encabezado la oposición contra los pastores Jones y
Waggoner durante el congreso (Manuscrito 15, 1888). Todo este discurso constituye una prueba
concluyente de la existencia de una oposición activa contra el pastor Waggoner cuya enseñanza
concerniente a la justificación por la fe ella estaba defendiendo.

Una evaluación.-

“Docenas de declaraciones realizadas después del congreso por la Sra. White y por otras personas,
demuestran que realmente había oposición a la doctrina de la justificación por la fe tal como fue
enseñada en el Congreso de 1888. pero nada constituye una evidencia más fehaciente del espíritu de
oposición que las confesiones ulteriores realizadas por los mismos hombres que se habían opuesto al
mensaje. Nadie hace una confesión sin tener tazón para ello. En 1891, la Sra. White escribió en una
carta personal las confesiones de tres personas prominentes por la parte que habían desempeñado en el
movimiento de oposición que surgió en el Congreso de 1888 (Carta W-32). En 1893 ella escribió una
carta a un ministro destacado, recordándole la parte que él y otras personas habían tenido en la
oposición al mensaje de la justificación por la fe (Carta V-61). En su respuesta, el ministro que había
sido reprochado dijo:
“Acepto de todo corazón esta comunicación que usted me ha enviado como un testimonio del Señor.
Me revela la triste condición que he padecido desde las reuniones celebradas en Minneapolis, y este
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reproche procedente del Señor es justo y verdadero” (I. D. Van Horn, carta a la Sra. White, 9 de
Marzo).
Según el relato del propio pastor Jones, la persona que había dirigido la oposición posteriormente “se
desvinculó de toda relación con esa oposición; y se plegó de cuerpo, alma y espíritu a la verdad y la
bendición de la justificación por la fe, por medio de una de las confesiones más acabadas y nobles que
yo haya escuchado” (Jones, carta a Holmes, 12 de Mayo de 1921). Un delegado al congreso que había
aceptado la doctrina en esa oportunidad, refiere:
“Al comienzo de la primavera de 1889, empezamos a tener noticias de parte de los que habían militado
en las filas de la oposición en el congreso, según las cuales comenzaban a ver la luz, y poco después de
eso siguieron fervorosas confesiones. Al cabo de dos o tres años, la mayor parte de los dirigentes que
habían rehusado aceptar la luz en el congreso, habían formulado claras confesiones” (C. McReynolds,
Experiencias Mientras estaba en la Conferencia General en Minneapolis, Minnesota, en 1888).
La experiencia de los delegados que se ha citado más arriba, y evidencias adicionales (Ellen White,
Carta 51a, 1895), indican que en el congreso celebrado en 1888 hubo personas que aceptaron con gozo
y entusiasmo la enseñanza impartida. Otros estaban confusos e inseguros, y también hubo quienes se
opusieron vigorosamente. No hay forma alguna de establecer cuántos de los 84 delegados o de las
visitas que actuaron durante las sesiones se plegaron a la oposición o a la defensa de la doctrina.
Tampoco es necesario establecerlo. A pesar de que muchos aceptaron la doctrina entonces, permanece
en pie el hecho de que en el congreso hubo una vigorosa oposición a la enseñanza de la doctrina de la
justificación por la fe. Los opositores sostenían que los adventistas siempre habían reconocido la
doctrina de la justificación por la fe, lo cual era teóricamente cierto. Ellos temían que el énfasis puesto
en esta doctrina por los oradores que actuaron en el congreso podía poner en peligro el credo distintivo
de los ASDD, y en esa forma privar al movimiento adventista de su carácter peculiar y de su fuerza (A.
G. Daniells, Cristo Nuestra Justicia:41-43). Esta oposición surgió parcialmente a causa de la
desconfianza y el disgusto que muchos sentían hacia los pastores Jones y Waggoner. Estos hombres
eran jóvenes y su mensaje revolucionario parecía ser iconoclasta. Aparentemente, algunas personas que
no alcanzaban a aprehender el asunto que estaba en juego se unieron a la oposición a causa de los
hombres que promovían la nueva doctrina.
Otra razón de la oposición era una confusión de asuntos. La justificación por la fe, debe recordarse, no
era el único asunto analizado durante el congreso. Los “diez reinos” y la “ley en Gálatas” constituían
activos temas de disputa. La Sra. White no adoptó una posición definida concerniente a “la ley en
Gálatas” (Daniells, Cristo Nuestra Justicia:141). Sin embargo se mostró una decidida partidaria de la
justificación por la fe. Algunas personas no tuvieron un conocimiento tan claro como ella. Los
opositores hablaron mucho acerca de “guiarse por los hitos antiguos”, con lo que aludían a los
principios fundamentales de la enseñanza adventista. La Sra. White, al recordar la controversia algunos
meses después, llamó la atención a la confusión que existía en muchas mentes acerca de lo que eran los
“hitos antiguos” (Ellen White, Manuscrito 13, 1889). Durante toda la polémica resultó evidente la
existencia de un pensamiento turbio, de confusión de conceptos y de prejuicios personales. Las
confesiones mencionadas en otro párrafo, indudablemente fueron motivadas, en algunos casos, por una
serena reflexión llevada a cabo después que las personas implicadas se alejaron del escenario del
debate.
La gravedad del congreso realizado en Minneapolis y su controversia es puesta de manifiesto en la
siguiente declaración: “Se me ha dicho que la terrible experiencia ocurrida en el Congreso de
Minneapolis constituye uno de los capítulos más lamentables en la historia de los creyentes de la
verdad presente” (Ellen White, Manuscrito B-179, 1902). Era imposible que ese trágico episodio no
tuviera efectos en los años subsiguientes. Intervinieron dos factores en ese congreso: primero, la
doctrina de la justificación por la fe fue predicada con claridad y vigor; y en segundo término, esta
predicación encontró una oposición igualmente vigorosa. La buena semilla sembrada mediante las
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predicaciones, ¿sería ahogada por la mala semilla sembrada por la oposición? El capítulo siguiente
presenta, en parte, la respuesta a esta interrogación.

Capítulo 9: La Agitada Década del 90

La importancia del Congreso de la Conferencia General de 1888 puede comprenderse a la luz de un


estudio de los años que siguieron inmediatamente después de él. ¿Se puso un nuevo énfasis sobre la
doctrina de la justificación por la fe como resultado de este congreso? Un examen de los periódicos y
libros, y de los manuscritos inéditos, de los años 1889 a 1900 nos ayudará a encontrar la respuesta a
esta interrogación.

Los primeros reavivamientos.-

Durante el año 1889, la Sra. White y los pastores Jones y Waggoner viajaron de costa a costa
presentando la misma doctrina que habían predicado en Minneapolis. Hay registros de las reuniones
celebradas en Pottersville, Michigan; Oakland, California; Battle Creek, Michigan; South Lancaster,
Massachusetts; Indaniapolis, Indiana; Chicago, Illinois; Ottawa, Kansas; Williamsport, Pensilvania;
Roma, Nueva York; y Kalamazoo, Michigan (RH, números entre el 2 de Marzo y el 3 de Septiembre
de 1889). Es indudable que también se celebraron otras reuniones que no fueron comentadas en las
revistas de la iglesia en aquel tiempo.
El espíritu que imperó en esas reuniones de reavivamiento puede inferirse de los informes relativos a
esos servicios. Con respecto a las reuniones llevadas a cabo en Battle Creek, el centro denominacional,
la Sra. White escribió lo siguiente:
“Ellos [los miembros de la iglesia de Battle Creek] expresaron su gozo y su gratitud por los sermones
predicados por el hermano A. T. Jones; vieron la verdad, la bondad, la misericordia y el amor de Dios
como nunca antes lo habían visto” (RH, 12 de febrero de 1889).
En una referencia posterior a esa misma reunión, la Sra. White añadió: “Se ha producido un decidido
progreso en la espiritualidad, la piedad, la caridad y la actividad, como resultado de las reuniones
especiales celebradas en la iglesia de Battle Creek” (RH, 19 de Febrero de 1889). Ella ilustró los
resultados prácticos del reavivamiento mencionando el pago de miles de dólares en diezmos y
ofrendas.
La Sra. White aludió con frecuencia al reavivamiento llevado a cabo en South Lancaster,
Massachusetts. Allí, como en otros lugares, ella encontró que la gente luchaba bajo la carga del pecado
y la duda, y trataba de resolver sus problemas sin Cristo. A continuación ella relata la liberación
espiritual de estas personas:
“Hubo muchos, aun pastores, que vieron la verdad revelada por Jesús en una luz en que nunca antes la
habían contemplado. Vieron al Salvador como un Salvador que perdona los pecados, y captaron la
verdad como la santificadora del alma” (RH, 5 de Marzo de 1889).
En una alocución matutina presentada en una reunión realizada en Chicago, la Sra. White resumió
claramente el espíritu y los objetivos del reavivamiento: “Hemos tenido una abundante luz en estas
reuniones y debemos andar en esa luz … No debemos predicar más sermones sin Cristo, y tampoco
debemos vivir durante más tiempo vidas sin Cristo” (RH, 16 de Julio de 1889).
Después de la reunión efectuada en Mayo en Ottawa, Kansas, ella dio el siguiente informe animador:
“En cada reunión celebrada en el Congreso de la Conferencia General, las almas han aceptado
ansiosamente el preciosos mensaje de la justicia de Cristo” (RH, 23 de Julio de 1889).
Las iglesias de Pensilvania estaban desgarradas por el desánimo y la apostasía. Los pastores Waggoner
y Jones participaron en la reunión realizada en Williamsport, acerca de la que la Sra. White informó:
“Ellos [los miembros] quedaron muy animados. Dieron testimonios del hecho de que nunca antes
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habían asistido a reuniones en las que hubiesen recibido tanta instrucción y una luz tan preciosa” (RH,
13 de Agosto de 1889).
Con respecto a las reuniones efectuadas en Nueva York, se dio el mismo informe estimulante. “Cuando
se presentó la doctrina de la justificación por la fe en las reuniones realizadas en Roma, para muchos
fueron como agua para un viajero sediento” (RH, 3 de Septiembre de 1889). Uno de los pastores que
asistieron a ellas escribió: “La presentación del tema de la justificación por la fe llevada a cabo por la
Sra. White y por los pastores Jones y Waggoner consiguió ayudar más a todos los presentes que la
investigación de todos los demás temas en conjunto” (RH, 10 de Septiembre de 1889).
El presidente de la Conferencia General de la IASD informó lo siguiente acerca de las reuniones
llevadas a cabo en Kalamazoo:
“El pastor E. J. Waggoner presentó el tema de la justificación por la fe con mucha claridad y para
regocijo de muchos; y las verdades del mensaje del tercer ángel parecieron más preciosas y más
poderosas aun que antes” (O. A. Olsen, Reunión en Kalamazoo, 3 de Septiembre de 1889).
Más de 30 años después, A. T. Jones, al recordar los acontecimientos del verano de 1889, le escribió a
un correspondiente:
“Luego cuando llegó el tiempo de celebrar las reuniones de reavivamiento en el campo, nosotros tres
[la Sra. White, Waggoner y Jones] visitamos los lugares de reunión y presentamos los mensajes de la
justicia por la fe y la libertad religiosa, y en algunas ocasiones los tres estuvimos en la misma reunión.
Esto hizo cambiar de parecer al pueblo, y aparentemente también a la mayor parte de los dirigentes”
(A. T. Jones, Carta al Sr. Holmes, 12 de Mayo de 1921).
El pastor Jones expresó más adelante la opinión de que “los dirigentes” nunca realmente aceptaron el
mensaje de la justicia por la fe.
Era inevitable que ese movimiento de reavivamiento tuviera repercusiones. Comenzaron a llegar cartas
a la redacción de la revista ofici8al de la iglesia, la Review and Herald, que preguntaban acerca de las
enseñanzas de los pastores Jones y Waggoner y pedían información sobre el tema de la justificación
por la fe. Urías Smith, redactor de la revista en aquel tiempo, no simpatizaba mucho con el nuevo
movimiento. Creía en la justificación por la fe, pero sostenía que la denominación siempre se había
adherido a esa enseñanza. Pensaba que la enseñanza de los pastores Jones y Waggoner tendía hacia el
antinomianismo. En un artículo editorial publicado el 11 de Junio en la Review, declaraba:
“La ley es espiritual, santa, justa y buena, y es la norma divina de justicia. La obediencia perfecta de la
ley desarrollará una justicia perfecta, y ésta es la única forma de alcanzar la justicia” (Urías Smith, Una
Justicia, RH, 11 de Junio de 1889).
Más adelante en el mismo artículo, el pastor Smith reveló cuál era su actitud:
“Pero, se pregunta, si una persona se propone guardar la ley por su propia fuerza y llevar a cabo su
propia justicia, ¿puede conseguirlo? ¿No se está vistiendo con trapos de inmundicia? A qué clase de
gente te aplicaría esta pregunta, no lo sabemos. Sin embargo, sabemos que en el país no hay un solo
adventista al que no se le haya enseñado que no es posible pretender guardar los mandamientos por las
propias fuerzas o hacer algo sin Cristo; y es tiempo perdido llevar a cabo una discusión con una
persona basándose en premisas que esa persona no acepta” (Urías Smith, Una Justicia, RH, 11 de Junio
de 1889).
Este artículo del pastor Smith produjo una reacción. Menos de una semana después en una reunión de
reavivamiento espiritual llevada a cabo en Roma, Nueva York, la Sra. White se refirió específicamente
a ese artículo, y declaró que el pastor Smith no comprendía claramente ese asunto (Manuscrito 5,
1889). El 2 de Julio, el pastor Smith trató de explicar su posición en las columnas de su revista
argumentando que su primer artículo había sido mal comprendido. Concluyó su artículo explicatorio en
esta forma: “Cualquier punto de vista que no presente al Señor de la vida y la ley de justicia con igual
prominencia, es un punto de vista incompleto e imperfecto” (Urías Smith, RH, 2 de Julio de 1889).

Artículos y folletos.-
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Durante todo el año 1889, las columnas de la Review tuvieron muy poca enseñanza definida y
constructiva acerca del tema de la justificación por la fe, a no ser las alusiones frecuentes a ese tema
contenidas en los artículos de la Sra. White. Varios otros autores trataron el tema en artículos aislados,
pero esos artículos eran demasiado fragmentarios para representar una contribución notable a la
comprensión de esa doctrina.
Esta doctrina recibió un trato más adecuado en la revista Signs. Esto era de esperar, puesto que el
pastor Waggoner era el director de ese periódico. En la primera parte del año apareció una serie de
artículos de ese tema cuyo autor era el pastor Waggoner ( E. J. Waggoner, ST, 4 de Febrero de 1889).
Durante el verano, M. C. Wilcox, quien más tarde llegó a ser director de esa revista, presentó artículos
similares (M. C. Wilcox, ST, 10 de Junio de 1889).
En ese mismo año, J. H. Waggoner, padre de E. J. Waggoner, escribió un folleto titulado Justificación
por la Fe. Esta parece haber sido la única publicación que trataba ese tema fuera de los artículos
aparecidos en los periódicos durante ese año.
Un indicio animador del progreso del movimiento de reavivamiento aparece en un informe de 1889 de
la Asociación General:
“Hemos tenido reuniones excelentes. Ahora no existe el espíritu que había en las sesiones de
Minneapolis. Todo marcha con plena armonía … Todos los testimonios que he escuchado han sido de
carácter elevado. En ellos los autores sostienen que el año pasado ha sido el mejor año de su vida, la luz
que ha brillado de la Palabra de Dios ha sido clara y distinta. La justificación por la fe, la justicia de
Cristo … He asistido a todas las reuniones matutinas, menos dos de ellas. A las 8 el pastor Jones habla
acerca del tema de la justificación por la fe y los hermanos manifiestan mucho interés … El testimonio
general de los que han hablado ha sido que este mensaje de luz y de verdad que ha venido a nuestro
pueblo es justamente la verdad para este tiempo, y a cualquier iglesia que vayan llevan luz, alivio y la
bendición de Dios” (Ellen White, Manuscrito 10, 1889)
Una mirada retrospectiva al año 1889 revela que la justificación por la fe era un asunto vivo en la
IASD. Todas las evidencias indican que esta doctrina era recibida gozosamente por muchos miembros,
quienes, a juzgar por su entusiasmo, parecían estar preparados y esperando ese mensaje. En 1890 se
publicó una serie de folletos y otros impresos acerca de la justificación por la fe. La mayor contribución
en este sentido es un opúsculo de 96 páginas titulado Cristo y Su Justicia, cuyo autor era el pastor
Waggoner. Esta obra delineó la doctrina en detalle. También se publicó una lección de la Escuela
Sabática acerca de ese tema preparada en forma de preguntas y respuestas (Bible Student Library,
Número 61, 1890). Se publicó un folleto pequeño cuyo autor era William Covert (William Covert,
Bible Student Library, Número 71, 1890) y otro folleto escrito por E. J. Waggoner, que presentaba ese
tema en forma muy espiritual (E. J. Waggoner, Bible Student Library, Número 75, 1890).
Los números de la revista Signs publicados en 1890 contenían numerosos artículos acerca del tema, la
mayor parte de los cuales fueron escritos por el pastor Waggoner. Además de los artículos generales y
los editoriales, el pastor Waggoner publicó en los números de Septiembre y de Octubre unos artículos
que presentaban detalladamente la doctrina de la justificación (E. J. Waggoner, ST, 1 de Septiembre de
1890). En uno de los últimos números de ese año aparecieron dos artículos que trataban directamente el
tema, escritos por la Sra. White (ST, 3 y 10 de Noviembre de 1890).
La mayor parte de las referencias que se encuentran en los números de la Review and Herald de 1890,
proceden de la pluma de la Sra. White. Estas, sin embargo, eran numerosísimas. Dos artículos
aparecidos en el número de Marzo son interesantes porque presentan los aspectos animadores y
desanimadotes de los esfuerzos de reavivamiento que se habían estado llevando a cabo durante más de
un año. En un sermón predicado en Battle Creek, la Sra. White dijo:
“He viajado de un lugar a otro y he asistido a reuniones donde se predicaba el mensaje de la justicia de
Cristo. Considero que es un privilegio ponerme de parte de los hermanos y dar mi testimonio con el
mensaje para este tiempo; y veo que el poder de Dios ha respaldado el mensaje dondequiera que se ha
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predicado. No habría sido posible convencer a los hermanos de South Lancaster que ése no era un
mensaje de luz que ellos habían recibido. El pueblo confesó sus pecados y se apoderó de la justicia de
Cristo. Dios había decidido llevar a cabo esa obra. Trabajamos en Chicago, y transcurrió una semana
antes que se viera un cambio en las reuniones. Pero tal como una ola de gloria, la bendición de Dios
nos inundó mientras señalábamos a los hombres del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo …
He procurado presentaros el mensaje tal como lo he entendido, ¿pero durante cuánto tiempo los que
encabezan la obra se mantendrán alejados del mensaje de Dios?” (RH, 18 de Marzo de 1890).
La siguiente declaración muestra explícitamente el aspecto desanimador de la obra que ella había
estado llevando a cabo:
“Durante casi dos años hemos estado instando al pueblo a aceptar la luz y la verdad acerca de la justicia
de Cristo, y éste no ha sabido si aceptar o no esta preciosa verdad. La grey está atada con sus propias
ideas. No deja que el Salvador entre. He hecho todo lo posible por presentar este asunto. Puedo hablar
al oído pero no puedo hablar al corazón. ¿No nos levantaremos y saldremos de esta posición de
incredulidad?” (RH, 11 de Marzo de 1890).
En Abril de ese mismo año [1890] apareció otra nota de duda. R. F. Cottrell, el hombre que había
compilado el estudio sobre la justificación por la fe en el Bible Reader’s Gazette varios años antes,
escribió lo que sigue:
“Como pueblo, siempre hemos sostenido que ‘un hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley’

Los hombres algunas veces llegan a ‘cuestiones y contiendas de palabras’, cuando no están en
desacuerdo en las grandes doctrinas; pero esto ocurre sólo en el caso de ciertos términos, en el empleo
de los cuales no se entienden unos a otros” (RH, 22 de Abril de 1890).
El título del artículo publicado por el pastor Cottrell, “¿Dónde está el ‘nuevo comienzo’?” constituye
una muestra del pensamiento de las personas que no aceptaban plenamente el movimiento de
reavivamiento. La actitud de algunos de los dirigentes ha sido expuesta por la siguiente declaración de
la Sra. White:
“Algunos se han apartado del mensaje de la justicia de Cristo para criticar a los hombres y sus
imperfecciones, porque no proclaman el mensaje de verdad con toda la gracia y la cortesía deseables”
(RH, 27 de Mayo de 1890). Un entusiasta informe acerca de la obra del pastor Jones en las reuniones
de renovación espiritual efectuadas en Ohio, indica que el movimiento de reavivamiento seguía
progresando en 1890 (W. A. Colcord, RH, 26 de Agosto de 1890).
Durante el resto de ese año, los artículos de la Sra. White continuaron insistiendo en la justificación por
la fe. Al final del año ella manifestó su alarma en los siguientes términos:
“El Señor ha enviado un mensaje para instar a su pueblo al arrepentimiento y a que haga sus primeras
obras; ¿pero cómo ha sido recibido este mensaje? Mientras algunos lo han obedecido, otros han
despreciado y vilipendiado el mensaje y a la mensajera. La espiritualidad está amortecida, la humildad
y la sencillez infantil han desaparecido, el amor y la devoción han sido suplantados por una profesión
de fe mecánica y formal. ¿Debe continuar este deplorable estado de cosas?” (RH, 23 de Diciembre de
1890).
Este artículo provocó una conmoción en los círculos oficiales de Battle Creek. La Sra. White refiere en
una carta personal que tres prominentes dirigentes efectuaron confesiones después de la publicación de
su exhortación” (Carta W-32). Estas confesiones se referían específicamente al congreso de
Minneapolis. Al llegar al final de los acontecimientos ocurridos en 1890, resulta interesante hacer notar
que durante este año la Sra. White publicó una de sus obras mayores, el libro Patriarcas y Profetas. En
este libro se encuentra una de las definiciones más claras de la justificación por la fe, que aparecen en
todos sus escritos (PP:389-390).
Los números de la Review publicados en 1890, también incluyen artículos ocasionales de los editores y
de varios colaboradores que tratan el tema de la justificación por la fe. Aunque tales artículos no fueron
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numerosos, era evidente que se estaba experimentando un aprecio creciente del nuevo énfasis dado a su
doctrina.
El examen de los documentos históricos de nuestra obra correspondientes al año 1891 no proporciona
una gran información acerca de este tema. Ese año se publicó un folleto titulado “La justificación, la
regeneración y la santificación” (M. C. Wilcox, Bible Students Library Número 86). En la revista Signs
se publicaron artículos de los pastores Waggoner y M. C. Wilcox, y de Fannie Bolton. La Review
presentó una serie de artículos por J. F. Ballenger, donde resulta evidente un enfoque legalista (J. F.
Ballenger, RH, 29 de septiembre a 20 de Octubre de 1891). Los artículos de la Sra. White aparecidos
tanto en la Review como en Signs presentaban el tema en forma indirecta, pero esto añade muy poco a
la comprensión de la condición en que se encontraba el movimiento de la justificación por la fe durante
ese año.
El examen de los acontecimientos ocurridos en 1892 revela que todavía persistía la agitación. En las
páginas de Signs apareció un flujo continuo de artículos. En Febrero y Marzo, J. O. Corliss publicó
unos artículos que concordaban con las enseñanzas de Waggoner y Jones (J. O. Corliss, ST, 22 de
Febrero al 28 de Marzo de 1892). Wilcox escribió un artículo que se publicó en Mayo (M. C. Wilcox,
ST, 16 de Mayo de 1892) y S. N. Haskell contribuyó con una serie acerca de “La Fe Que Salva”, en el
mes de Agosto (S. N. Haskell, ST, 8 al 29 de Agosto de 1892). La Sra. White escribió directamente
acerca del tema en Septiembre (ST, 5 de Septiembre de 1892), y el pastor Covert contribuyó con dos
artículos en Diciembre (William Covert, ST, 5 de Diciembre de 1892). Estos artículos eran
mayormente repeticiones de los siguientes principios fundamentales: que todos los hombres son
pecadores, que no hay salvación únicamente por medio de la ley, que la justificación se ofrece
gratuitamente por medio de Cristo, que las personas salvadas pueden tener la seguridad de ser
aceptadas por Dios, y que Dios proporciona poder para vivir la vida cristiana. Estos autores no
desmerecían el valor de la ley, sino que afirmaban que la gracia recibida libremente es el medio divino
para obtener salvación. En la Review del 5 de Abril, E. W. Whitney comenzó un artículo en esta forma:
“Si bien esa cierto que el asunto de la relación entre la fe y las obras es presentado en forma tan
prominente ante nuestro pueblo, en el momento actual …” (E. W. Whitney, RH, 5 de Abril de 1892).
El interés en el tema al que alude Whitney, es verificado por otros dos artículos acerca de la ley y la fe
publicados en ese mismo número por E. Hilliard y H. E. Sawyer. La cuestión entre la ley y la fe quedó
claramente resuelta por una declaración de la pluma de la Sra. White que apareció pocas semanas
después. Ella dijo: “Los que desean ser salvos deben aceptar por la fe la justicia de Cristo, y cuando lo
hagan, llevarán a cabo las obras de Dios” (RH, 17 de Mayo de 1892). Durante el verano de 1892, W.
H. Littlejohn, de Battle Creek, escribió una serie sobre “La justificación por la fe” (W. H. Littlejohn,
RH, 5 de Julio al 9 de Agosto de 1892). El énfasis del pastor Littlejohn fue más técnico que el de los
pastores Jones y Waggoner y de la Sra. White. Más adelante, ese año, los artículos de la Sra. White
apoyaron enfáticamente la doctrina debatida. Ella llegó hasta a aplicar al movimiento los símbolos de
Apoc. 18:1-3. Declaró:
“La proclamación en alta voz del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo,
el Redentor que perdona los pecados. Esto constituye el comienzo de la luz del ángel cuya gloria
llenará toda la tierra” (RH, 22 de Noviembre de 1892).
La mayor contribución de la Sra. White realizada en el año 1892 fue la publicación de El Camino a
Cristo, y constituye la obra más llamativa y concisa acerca de los aspectos prácticos del plan de
salvación que pueda encontrarse en la literatura adventista.
El panorama no cambió radicalmente en 1893. Una cantidad de artículos aparecieron en la Review. La
revista Signs, como era su costumbre, destacó más el tema con una serie de artículos enfáticos de la
Sra. White, de los pastores Waggoner, Haskell y Wilcox y de otros obreros. Durante ese año
aparecieron dos folletos sobre el tema escritos por la Sra. White, publicados por la Pacific Press
Publishing Company (Bible Students Library Números 104 y 105).
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Prosigue la controversia.-

La contribución más notable del año 1893 fue una serie de 24 sermones predicados por el pastor Jones
(Nota del Compilador: Ver asunto 893 de mi CD) en el Congreso de la Conferencia General de ese año
(A. T. Jones, General Conference Daily Bulletin, 1893). Esos sermones tienen una inmensa
importancia para el investigador de hoy, porque revelan exactamente el pensamiento del pastor Jones, y
también manifiestan su actitud, expresada públicamente hacia la controversia de 1888. el siguiente
extracto de un informe estenográfico de uno de esos sermones revela los sentimientos de su autor:
“Ahora, hermanos, ¿cuándo comenzamos a recibir como pueblo el mensaje de la justicia de Cristo?
[Una o dos personas del auditorio dicen: “Hace tres o cuatro años”]. ¿Eran tres o cuatro? [La
congregación: “Cuatro”]. Sí, cuatro. ¿Dónde ocurrió? [La congregación: “En Minneapolis”]. ¿Qué fue
lo que los hermanos rechazaron en Minneapolis? [Algunos de los presentes: “La proclamación en alta
voz”]. ¿Qué es ese mensaje de la justicia? El testimonio nos ha dicho que es: La proclamación en alta
voz – la lluvia tardía. ¿Entonces qué rechazaron los hermanos en Minneapolis al adoptar esa terrible
posición? Rechazaron la lluvia tardía – la proclamación en alta voz (el alto clamor) del mensaje del
tercer ángel …
Sé que algunos lo aceptaron entonces; pero otros lo rechazaron por completo. Vosotros sabéis esto
mismo. Hubo quienes procuraron ubicarse en una posición intermedia” (Sermón 7)
El pastor Jones fue uno de los oradores principales en varias sesiones de la Conferencia General que
siguieron a ésta, pero sus sermones en esas oportunidades presentaron la justificación por la fe en una
forma general. En 1893 las declaraciones del pastor Jones fueron enfáticas, vehementes y casi
mordaces. Sólo pocos meses después del Congreso de la Conferencia General, el pastor Jones recibió
una carta de la Sra. White en la que le advertía en forma muy bondadosa del peligro de las
declaraciones extremistas. A continuación aparece un extracto de su carta escrita desde Napier, Nueva
Zelanda:
“Yo asistía a una reunión a la que había concurrido una gran congregación. En mi sueño veía que usted
presentaba el tema de la fe y de la justicia de Cristo imputada por la fe. Usted repitió varias veces que
las obras no tenían ningún valor, y que no había condiciones. El tema fue presentado en esa luz que yo
sabía que confundiría las mentes, de modo que la gente no recibiría una impresión correcta con
respecto a la fe y las obras, de manera que decidí escribirle. Usted presenta este asunto en forma
demasiado enfática. Hay condiciones para que recibamos la justificación y la santificación, y la justicia
de Cristo. Yo sé a qué se refiere usted, pero usted deja una impresión equivocada en muchas mentes.
Aunque es verdad que las buenas obras no salvarán a una sola alma, sin embargo, es imposible que una
sola alma se salve sin las buenas obras” (1 Notebook Leaflets, Número 21; RH, 1945). Esta
declaración es importante porque revela el temor de la Sra. White del advenimiento de una actitud
antinomianista como resultado de la mala comprensión de la doctrina de la justificación por la fe.
Debe recordarse que varios dirigentes hicieron confesiones definidas a comienzos de 1891. Durante
1893 la Sra. White escribió una carta en la que decía que una de esas personas todavía mantenía una
actitud contraria al espíritu del movimiento de reavivamiento (Carta V-61). Esta evidencia se halla en
la misma categoría que los informes conflictivos concernientes a los congresos de la Asociación
General celebrados en 1889 y 1891. Esas contradicciones muestran la futilidad de la generalización de
parte de los que se esfuerzan por reconstruir e interpretar el pasado. El investigador debe tomar en
cuenta las fluctuaciones de la conducta y la actitud de las organizaciones y los individuos.
Durante 1894 aparecieron algunos pocos artículos en Signs of the Times. No se ha descubierto ningún
libro o tratado publicado durante ese año. Aproximadamente la misma cantidad de artículos apareció en
la Review and Herald. A comienzos del año, se publicó en la Review un artículo escrito por W. H.
Littlejohn. El pastor Littlejohn, como se recordará, había escrito acerca de la justificación por la fe en
1892. ahora este autor vacilaba con respecto al movimiento de reavivamiento (W. H. Littlejohn, RH, 16
de Enero de 1894). Citó al pastor Smith “con placer” en una aparente defensa de la justificación por la
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fe, manteniendo que la denominación siempre había apoyado esa doctrina, y tan sólo unas pocas
personas no la habían aceptado. Rehusó admitir “que nosotros, como pueblo, hemos confiado en
nuestras propias obras para recibir la justificación, en lugar de confiar en la justicia de Cristo”.
Al mismo tiempo, el pastor Littlejohn aprobó el nuevo énfasis que se ponía en la justicia imputada de
Cristo (W. H. Littlejohn, RH, 16 de Enero de 1894). Dio la impresión de ser una persona que procuraba
poner vino nuevo en cueros viejos. Es indudable que su pensamiento representaba el de muchas
personas que andaban a tientas en busca de una comprensión más clara de ese tema. Pocas semanas
después, un artículo de la Sra. White, tal vez por coincidencia, contestó claramente las objeciones de
Littlejohn. Ella escribió: “Los obreros de la causa de la verdad deberían presentar la justicia de Cristo
no como una nueva luz, sino como una luz preciosa que durante un tiempo el pueblo había perdido de
vista” (RH, 20 de Marzo de 1894). Aunque en 1894 no abundó el material publicado acerca de este
tema, hay cuantiosa evidencia que indica que el reavivamiento seguía en progreso. En una carta
personal la Sra. White escribió:
“El Espíritu Santo está presentando el grandioso y ennoblecedor tema de Cristo y de su justicia, y los
ojos de muchos están siendo ungidos para que puedan discernir las cosas espirituales. Muchas personas
están obteniendo una comprensión más plena de las lecciones contenidas en el Libro Sagrado que las
que han tenido en el pasado, y ahora alcanzan a ver una norma de piedad más elevada” (Carta 27,
1894).
Los números de la Review publicados en 1895 acusan una tendencia más favorable. Además de la
afluencia regular de artículos de la Sra. White, hubo otros colaboradores que escribieron sobre el tema,
tales como G. C. Tenney, M. E. Kellog, G. D. Ballou e I. E. Kimball. Un artículo editorial de la revista
Signs del 4 de Abril, presenta la justificación por la fe como una de las doctrinas principales de la
IASD (ST, 4 de Abril de 1895). Ese año se publicaron artículos de interés sobre el tema escritos por D.
T. Bourdeau, William Covert, Charles Whitford, y M. C. Wilcox. Estos artículos, tal como los
publicados en la Review que se mencionaron anteriormente, eran sermones cortos o breves
exposiciones doctrinales de alguna fase de la justificación por la fe. Su aporte principal a esta
investigación consiste en indicar que los autores de los artículos aceptaban y enseñaban la doctrina.
Más adelante año, E. J. Waggoner enseñó la doctrina con ayuda de una serie de artículos acerca del
libro de Romanos. Esta serie continuó hasta el año siguiente.
En el Congreso de la Asociación General de 1895, el pastor Jones presentó el tema, pero de ninguna
manera lo hizo en forma tan dogmática como en 1893. W. W. Prescott también habló acerca de este
tema. J. H. Durland preparó las lecturas para la Semana de Oración en las que puso de relieve la
justificación por la fe (General Conference Daily Bulletin, 1895). Vista la situación desde la superficie,
parecería que la justificación por la fe había obtenido un lugar en la iglesia; pero la siguiente
declaración escrita en 1895, indica que la Sra. White no consideraba que el problema estuviera
resuelto:
“Algunos han estado cultivando odio contra los hombres a quienes Dios ha comisionado para presentar
un mensaje especial al mundo. Comenzaron esta obra satánica en Minneapolis. Más tarde, cuando
vieron y sintieron la demostración del Espíritu Santo que testificaba que el mensaje era de Dios, lo
odiaron más, porque era un testimonio contra ellos” (TM:77). Esta denuncia se incluyó en una carta
escrita al presidente de la Asociación General. Más adelante, en el mismo documento, la Sra. White
estableció las razones del movimiento ocurrido en 1888 y las posibilidades que éste entrañaba.
Escribió:
“El Señor, en su gran misericordia, envió un muy precioso mensaje a su pueblo por medio de los
pastores Waggoner y Jones. Este mensaje había de presentar en forma más prominente al mundo al
Salvador levantado, el sacrificio por los pecados del mundo entero. Presentaba la justificación por la fe
en el Garante [Cristo]; invitaba al pueblo a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la
obediencia a los mandamientos de Dios … El mensaje del Evangelio de su gracia había de ser dado a la
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iglesia con contornos claros y distintos, para que el mundo no siguiera afirmando que los ASD hablan
de la ley, pero no enseñan acerca de Cristo, o creen en él” (TM:89).
Al amonestar a los que insistían en oponerse al movimiento de reavivamiento, la Sra. White dijo:
“Quiero presentar una amonestación para los que por años han resistido la luz y albergado un espíritu
de oposición. ¿Por cuánto tiempo odiaréis y despreciaréis a los mensajeros de la justicia de Dios? Dios
les ha dado su mensaje … Pero existen personas que desprecian a los hombres y al mensaje que ellos
presentan. Se han burlado de ellos tratándolos como fanáticos, extremistas y entusiastas. Permitidme
que profetice acerca de vosotros: a menos que humilléis rápidamente vuestros corazones delante de
Dios, y confeséis vuestros pecados, que son muchos, cuando sea demasiado tarde veréis que habéis
estado luchando contra Dios” (TM:94).
Probablemente el punto culminante marcado por el énfasis puesto en esta doctrina en artículos
editoriales, se alcanzó en la revista Signs de 1896. el pastor Waggoner continuó sus “Estudios de la
Epístola a los Romanos” hasta fines de Abril. Luego, el 7 de Mayo, apareció un número con una gran
bandera ornamental desplegada en la portada, que tenía estas palabras: “Jehová Justicia Nuestra”.
Tenía, a demás, artículos sobre el tema escritos por la Sra. White, por los pastores M. C. Wilcox, F. M.
Wilcox, William Covert, y otros (ST, 7 de mayo de 1896). Difícilmente una doctrina habría podido
recibir una publicidad más eficaz en una revista. El mes siguiente apareció otro número especial
titulado “Justicia y Vida” (ST, 25 de Junio de 1896). Este número destacaba los resultados que produce
en la vida la aceptación de la justicia por la fe. Los números de la Review de este mismo año contienen,
lo mismo que en años anteriores, artículos sobre el tema escritos por la Sra. White, por los pastores
Jones y Prescott, y por otras personas. Un detalle incidental interesante apareció en un artículo editorial
de G. C. Tenney, en el que se lee lo siguiente:
“No es ningún secreto el hecho de que muchas personas se gozan en la luz que han recibido acerca de
la justicia imputada, mientras ese conocimiento no ha realizado ningún cambio notable en sus vidas o
en sus caracteres”.
Comprender el por qué y el cómo de la justicia por la fe no constituye en sí mismo justicia por la fe”
(G. C. Tenney, RH, 22 de Septiembre de 1896).
Otros artículos escritos por Tenney indican que su exhortación era sincera y constructiva y no un golpe
dirigido contra los que enseñaban la justicia por la fe. Más tarde, en 1896, la Sra. White dio una de las
definiciones más acertadas de la justificación por la fe. Ella dijo: “¿Qué es la justificación por la fe? Es
la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la
capacidad de hacer por sí mismo” (TM:464).

Los últimos años de la década.-

El año 1897 produjo un cambio radical. El pastor Jones reemplazó al pastor Smith como director de la
Review. El primer número publicado bajo su dirección, el 5 de Octubre, contenía como artículo
editorial principal uno titulado “La justicia de Dios” (A. T. Jones, RH, 5 de Octubre de 1897). Este
artículo, y otros que siguieron durante el resto del año, ofrecieron a los lectores de la Review el estudio
más completo acerca de la justicia por la fe aparecido hasta entonces en la historia de esa revista,
exceptuando los artículos de la Sra. White.
En 1898 los editores de la Review dedicaron su atención a otros temas. Posteriormente apareció en la
revista Signs una serie del pastor Waggoner titulada “Estudio sobre la Epístola a los Gálatas”. El pastor
Covert publicó un libro titulado La Historia de la Redención, que contenía un capítulo sobre la
justificación por la fe. La mayor contribución realizada en 1898 fue la publicación del libro bien
conocido de la Sra. White, El Deseado de Todas las Gentes. Poco después se publicaron dos libros más:
El Discurso Maestro de Jesucristo y Palabras de Vida del Gran Maestro. Estos libros son muy claros en
la presentación de la doctrina de la justificación por la fe. Después que el pastor Waggoner terminó su
serie, “Estudios sobre la Epístola a los Gálatas”, en la revista Signs, repitió esos mismos artículos en la
Pág. 69

Review. Su publicación duró hasta 1900, año en que se dieron a la estampa en forma de libros (E. J.
Waggoner, PPPA, 1900).
El estudio del periodo comprendido entre 1888 y 1900 ha revelado algunos hechos muy interesantes.
En 1888, los tres dirigentes que promovían la enseñanza de la justificación por la fe eran la Sra. White,
y los pastores Waggoner y Jones. En 1900, estas mismas tres personas eran las que seguían impulsando
el movimiento, aunque la Sra. White había pasado varios años de esa década en Australia. No habían
perdido nada de su interés en la predicación de esa doctrina. Al comenzar el nuevo siglo, el pastor
Waggoner estaba publicando su libro acerca de los Gálatas, el pastor Jones estaba promoviendo la
doctrina desde las columnas de la Review, y la Sra. White estaba escribiendo declaraciones como éstas:
“La justicia de Cristo, cual blanca y pura perla, no tiene defecto, no tiene mancha, no tiene culpa. Esta
justicia puede ser nuestra” (RH, 8 de Agosto de 1899).
Durante esta década, muchas personas habían aceptado la doctrina de la justificación por la fe en su
plenitud. El reavivamiento no puede considerarse un fracaso, puesto que influyó en las vidas de un gran
número de miembros y de dirigentes. En la década del 90 el reavivamiento efectuado en torno a esta
doctrina fue mayormente la obra de las mismas tres personas mencionadas, la Sra. White, E. J.
Waggoner y A. T. Jones. Es verdad que había también muchas voces que armonizaban con las de estos
tres, pero por el año 1900 no había Eliseos que estuviesen listos para recoger el manto en caso de que
algo le ocurriese a estos tres campeones principales de la doctrina.

La contribución más notable de la década.-

La contribución sobresaliente realizada en la década del 90 al pensamiento denominacional sobre la


justificación por la fe, no fueron los sermones y artículos de los pastores Jones y Waggoner, ni siquiera
de la Sra. White. Estos tuvieron un tremendo efecto inmediato, pero pronto se perdieron en los
archivos. Los libros Patriarcas y Profetas, El Camino a Cristo, El Deseado de Todas las Gentes, El
Discurso Maestro de Jesucristo y Palabras de Vida del Gran Maestro, más que ninguna otra cosa, han
preservado para la denominación el énfasis espiritual acerca del movimiento de esa década. El libro
Patriarcas y Profetas ya se analizó en el capítulo uno.
Por ejemplo, El Camino a Cristo, publicado en 1892, presenta una filosofía definida acerca de la
salvación humana. La autora trata el problema del pecado original en la forma siguiente:
“El hombre estaba dotado originalmente de facultades nobles y de un entendimiento bien equilibrado.
Era perfecto y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros, sus designios santos. Pero por
la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo sustituyó al amor. Su naturaleza se hizo
tan débil por la transgresión, que le fue imposible, por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fue
hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no hubiese intervenido de
una manera especial”. (CC:15).
Después de insistir en la futilidad del esfuerzo humano aislado, ella concluye: “Debe haber un poder
que obre en el interior, una vida nueva de lo alto,17 antes de que el hombre pueda convertirse del
pecado a la santidad. Ese poder es Cristo”. (CC:16-17). Y posteriormente, en el mismo capítulo,
declara: “Con sus propios méritos, Cristo ha salvado el abismo que el pecado había hecho, de tal
manera que los hombres pueden tener comunión con los ángeles ministradores. Cristo une al hombre
caído, débil y miserable, con la Fuente del poder Infinito”. (CC:19).
Después de establecer el principio de la necesidad de Cristo para obtener la salvación, la Sra. White
pregunta: “Pero, ¿cómo debemos ir a Cristo?”. (CC:21). El primer paso enunciado como respuesta a
esta interrogación es el arrepentimiento. Ella presentó el concepto de la gracia preventiva en las
siguientes palabras: “La virtud que viene de Cristo es la que guía a un arrepentimiento genuino… No
podemos arrepentirnos sin que el Espíritu de Cristo despierte la conciencia, más de lo que podemos ser
perdonados sin Cristo”. (CC:24). Ella presenta conceptos teológicos similares a los de Wesley en
muchas de sus declaraciones, como se ve a continuación:
Pág. 70

“Cristo está listo para librarnos del pecado, pero no fuerza la voluntad; y si ésta, por la persistencia en
la transgresión, se inclina por completo al mal, y no deseamos ser libres ni queremos aceptar la gracia
de Cristo, ¿qué más puede él hacer? Al rechazar deliberadamente su amor, hemos labrado nuestra
propia destrucción”. (CC:34).
“Dios no fuerza la voluntad de sus criaturas. El no puede aceptar un homenaje que no se le dé
voluntaria e inteligentemente. Una sumisión meramente forzada impedirá todo desarrollo real del
entendimiento y del carácter: haría del hombre un mero autómata. No es ése el designio del Creador. El
desea que el hombre, que es la obra maestra de su poder creador, alcance el mas alto desarrollo posible.
Nos presenta la gloriosa altura a la cual quiere elevarnos mediante su gracia. Nos invita a entregarnos a
él a fin de que pueda hacer su voluntad en nosotros. A nosotros nos toca decidir si queremos ser libres
de la esclavitud del pecado para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. (CC:43).
“El tentado necesita comprender la verdadera fuerza de la voluntad. Ella es el poder gobernante en la
naturaleza del hombre, la facultad de decidir y elegir. Todo depende de la acción correcta de la
voluntad. El desear lo bueno y lo puro es justo; pero si no hacemos más que desear, de nada sirve.
Muchos se arruinarán mientras esperan y desean vencer sus malas inclinaciones. No someten su
voluntad a Dios. No escogen servirle”. (CC:131).
El capítulo titulado “Maravillas obradas por la fe”, describe en la forma siguiente la experiencia de la
justificación por la fe:
“Así también tú eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y
hacerte santo. Mas Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo. Crees en esa promesa.
Confiesas tus pecados y te entregas a Dios. Quieres servirle. Tan ciertamente como haces esto, Dios
cumplirá su palabra contigo. Si crees la promesa, si crees que estás perdonado y limpiado, Dios suplirá
el hecho; estás sano, tal como Cristo dio potencia al paralítico para andar cuando el hombre creyó que
había sido sanado. Así es si así lo crees”. (CC:51).
Luego expresa claramente la continuación de la relación con Dios en la que se entra en el momento de
la conversión:
“Ahora bien, ya que os habéis consagrado a Jesús, no volváis atrás, no os separéis de él, mas todos los
días decid: "Soy de Cristo; pertenezco a él"; y pedidle que os dé su Espíritu y que os guarde por su
gracia. Puesto que es consagrándoos a Dios y creyendo en él como sois hechos sus hijos, así también
debéis vivir en él. Dice el apóstol: "De la manera, pues que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad
en él" (Colosenses 2:6)”. (CC:52).
“El asunto se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecuten, sino por
la tendencia de las palabras y de los actos habituales en la vida diaria” (CC:57-58). La autora da
prominencia especial a la reforma como fruto de la conversión. También dedica atención al viejísimo
asunto de la relación que hay entre la fe y las obras:
“Hay dos errores contra los cuales los hijos de Dios, particularmente los que apenas han comenzado a
confiar en su gracia, deben especialmente guardarse. El primero, sobre el que ya se ha insistido, es el de
fijarse en sus propias obras, confiando en alguna cosa que puedan hacer, para ponerse en armonía con
Dios. El que está procurando llegar a ser santo mediante sus propios esfuerzos por guardar la ley, está
procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de amor
propio y pecado. Solamente la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos.
El error opuesto y no menos peligroso es que la fe en Cristo exime a los hombres de guardar la ley de
Dios; que puesto que solamente por la fe somos hechos participantes de la gracia de Cristo, nuestras
obras no tienen nada que ver con nuestra redención”. (CC:59).
Esta relación recibe énfasis adicional en declaraciones epigramáticas como las siguientes: “En vez de
eximir al hombre de la desobediencia, la fe, y sólo ella, nos hace participantes de la gracia de Cristo, y
nos capacita para obedecer” (CC:61). “No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la
salvación es el don gratuito de Dios que se recibe por la fe” (CC:61). “La así llamada fe en Cristo que,
Pág. 71

según se sostiene, exime a los hombres de la obligación de obedecer a Dios, no es fe, sino presunción”
(CC:61).
La Sra. White analiza el tema de la justicia impartida. Pone en contraste la condición desesperada del
hombre y la vida perfecta de Cristo, y concluye:
“Murió por nosotros y ahora ofrece quitarnos nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si os
entregáis a él y lo aceptáis como vuestro Salvador, por pecaminosa que haya sido vuestra vida, seréis
contados entre los justos por consideración a el. El carácter de Cristo toma el lugar del vuestro, y
vosotros sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado”. (CC:62).
Procede de inmediato a describir la justicia impartida, en la siguiente declaración: “Debéis mantener
esta comunión con Cristo por la fe y la sumisión continua de vuestra voluntad a él. Mientras lo hagáis
él obrará en vosotros para que queráis y hagáis conforme a su beneplácito” (CC:63). Luego resume en
la forma siguiente la justicia imputada y la justicia impartida: “El único fundamento de nuestra
esperanza es la justicia de Cristo que nos es imputada y la que produce su Espíritu obrando en nosotros
y por nosotros” (CC:63). La Sra. White establece también una distinción entre la fe que es una mera
creencia, y la fe que salva, por medio de la cual el hombre es redimido” (CC:63).
La autora presenta detalladamente el proceso del desarrollo cristiano que ocurre después de la
conversión, en el capítulo titulado “El secreto del crecimiento”. Ella insiste reiteradamente que este
desarrollo depende de la gracia divina: “Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la
obra solos. Ya han confiado en Cristo para el perdón de sus pecados, pero ahora procuran vivir
rectamente por sus propios esfuerzos. Mas tales esfuerzos se desvanecerán. Jesús dice: "Porque
separados de mí nada podéis hacer". Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad,
todo depende de nuestra unión con Cristo. Solamente estando en comunión con él diariamente, a cada
hora permaneciendo en él, es como hemos de crecer en la gracia. Él no es solamente el autor sino
también el consumador de nuestra fe. Cristo es el principio, el fin, la totalidad. Estará con nosotros no
solamente al principio y al fin de nuestra carrera, sino en cada paso del camino”. (CC:68-69).
Con respecto al problema de la confianza cristiana, la Sra. White dice: “Confiando en Jesús, estamos
seguros. Nada puede arrebatarnos de su mano” (CC:72). Hay que decir que esta clase de confianza no
tiene sombra del atrevimiento presuntuoso.
Un estudio del libro El Camino a Cristo indica que la autora da respuestas sólidas a los grandes
problemas teológicos centrados en el aspecto práctico del plan de salvación. Sus enseñanzas se acercan
a las de Wesley y Arminio, y se distinguen claramente de algunas de las posiciones de Lutero que
condujeron al antinomianismo, a las enseñanzas acerca de la predestinación presentadas por Calvino, al
sacerdotalismo de los católicos y al liberalismo religioso de la época actual.
Los libros publicados por la Sra. White durante la década del 90, El Deseado de Todas las gentes, El
Discurso Maestro de Jesucristo y Palabras de Vida del Gran Maestro, no añaden nada nuevo a las
enseñanzas de El Camino a Cristo, pero proporcionan una vasta cantidad de material que ilustra estos
principios.
El Deseado de Todas las Gentes es un comentario de la vida de Cristo. Su primer capítulo trata del plan
de salvación (DTG:11-18). Sería difícil encontrar una declaración más equilibrada que la siguiente con
respecto al propósito de Dios:
“Cristo fue tratado como nosotros n merecemos a fin de que nosotros pudiésemos ser tratados como él
merece. Fue condenado por nuestros pecados, en los que no había participado, a fin de que nosotros
pudiésemos ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte
nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya”. (DTG:16-17).
Con respecto a la posición espiritual de los judíos que vivían en la época de Cristo, ella dice: “El
principio de que el hombre puede salvarse por sus obras, que es fundamento de toda religión pagana,
era ya principio de la religión judaica. Satanás lo había implantado; y doquiera se lo adopte, los
hombres no tienen defensa contra el pecado”. (DTG:26). En todo el libro se presenta la lucha de Cristo
contra el judaísmo legalista de sus días. En el capítulo titulado “El Sermón del Monte”, la autora
Pág. 72

establece un contraste entre la justicia de los fariseos y la verdadera justicia. Dice: “Los hombres
pecaminosos pueden llegar a ser justos únicamente al tener fe en Dios y mantener una relación vital
con él” (DTG:276). Una buena parte del libro se ocupa del asunto de la justicia de Cristo puesta en
contraste con la justicia por las obras. Al final de la sección que describe la pasión del Salvador, la Sra.
White dedica un capítulo a la filosofía del sacrificio de Cristo (DTG:706-713). En este capítulo
declara:
“La ley requiere justicia, una vida justa, un carácter perfecto; y esto no lo tenía el hombre para darlo.
No puede satisfacer los requerimientos de la santa ley de Dios. Pero Cristo, viniendo a la tierra como
hombre, vivió una vida santa y desarrolló un carácter perfecto. Ofrece éstos como don gratuito a todos
los que quieran recibirlos. Su vida reemplaza la vida de los hombres. Así tienen remisión de los
pecados pasados, por la paciencia de Dios. Más que esto, Cristo imparte a los hombres atributos de
Dios. Edifica el carácter humano a la semejanza del carácter divino y produce una hermosa obra
espiritualmente fuerte y bella. Así la misma justicia de la ley se cumple en el que cree en Cristo. Dios
puede ser "justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. (DTG:710-711).
El plan de salvación en sus diversos aspectos es el tema básico de El Deseado de Todas las Gentes.
Puede realizarse la misma evaluación de Palabras de Vida del Gran Maestro y El Discurso Maestro de
Jesucristo, puesto que constituyen el producto del exceso de material de los manuscritos originales de
El Deseado de Todas las Gentes.
El Discurso Maestro de Jesucristo trata el tema del Sermón del Monte. En una de sus declaraciones
leemos:
“No se obtiene la justicia por luchas penosas, ni por rudo trabajo, ni por dones o sacrificios; pero es
concedida gratuitamente a toda alma que tiene hambre y sed de recibirla” (DMJ:20).
Este mismo libro trata de “La espiritualidad de la ley” (DMJ:43-68). Este volumen termina con un
llamamiento en el que la autora declara:
“La religión consiste en cumplir las palabras de Cristo; no en obrar para merecer el favor de Dios, sino
porque, sin merecerlo, hemos recibido la dádiva de su amor. Cristo no basa la salvación de los hombres
sobre lo que profesan solamente, sino sobre la fe que se manifiesta en las obras de justicia”.(DMJ:125-
126).
El libro Palabras de Vida de Gran Maestro se ocupa de las parábolas de Jesús. La autora enseña la
verdad de la justificación por la fe en sus comentarios acerca de la parábola del hijo pródigo
(PVGM:183-193), en la historia del joven rico (PVGM:373-385), y en relación con otros temas; pero
hace su análisis más completo en la parábola del traje de bodas (PVGM:291-302). El traje se describe
como “la justicia de Cristo, su propio carácter sin manchas, que por la fe se imparte a todos los que le
reciben como Salvador personal” (PVGM:294). La justicia propia se compara a las hojas del Edén
(PVGM:295). A esta parábola se le da una apremiante aplicación actual:
“En virtud del conocimiento que poseemos de Cristo y su amor, el reino de Dios es puesto en medio de
nosotros. Cristo nos es revelado en sermones y nos es cantado en himnos. El banquete espiritual nos es
presentado con rica abundancia. El vestido de bodas, provisto a un precio infinito, es ofrecido
gratuitamente a cada alma. Mediante los mensajeros de Dios nos son presentadas la justicia de Cristo,
la justificación por la fe, y las preciosas y grandísimas promesas de la Palabra de Dios, el libre acceso
al padre por medio de Cristo, la consolación del Espíritu y la bien fundada seguridad de la vida eterna
en el reino de Dios. ¿Qué otra cosa podía hacer Dios que no haya hecho al proveer la gran cena, el
banquete celestial?”. (PVGM:258).
En un capítulo anterior ya se habló acerca de las contribuciones de los escritos de Ellen White a la
doctrina de la justificación por la fe antes de 1888. se dijo que tales contribuciones eran claras y
concisas, pero no abundantes. En contraste, puede decirse que los escritos de la Sra. White después de
1888 están llenos de este tema. El Camino a Cristo, escrito a comienzo de esta década, puede
considerarse un manual de esa doctrina. Otros libros escritos durante esta década presentan con un
nuevo énfasis ese mismo tema, y su última obra, publicada después de su muerte, termina con una
Pág. 73

descripción gloriosa del día cuando “revestida de la armadura de la justicia de Cristo, la iglesia entrará
en su conflicto final” (PR:535). Estos libros, hay que volver a decirlo, no son tomos de importancia
pasajera. Desde el momento de su publicación hasta ahora han seguido siendo los libros religiosos más
leídos, fuera de la Biblia, en los hogares, las iglesias y las escuelas adventistas. En estos libros la
generación actual tiene la herencia palpable del reavivamiento ocurrido en la década del 90. Estos
libros le proporcionan a los adventistas un poderoso énfasis sobre la doctrina de la justificación por la
fe y le ofrecen al ministerio adventista una fuente envidiable de material para la enseñanza de la
doctrina a sus feligreses y al mundo.

Capítulo 10: El Adventismo del Siglo XX y la Justificación por la Fe

El reavivamiento de la década del 90 se desvaneció. Los dos principales proponentes de la doctrina de


la justificación por la fe renunciaron al adventismo. La Sra. White había declarado en 1892 que ellos
podrían hacer precisamente eso, pero que si lo hacían, “esto no probaría que no hubiesen tenido un
mensaje de Dios, o que la obra que habían hecho fuera errónea” (Carta S-24, 1892).
Durante más de seis décadas del siglo XX, ¿cuánto énfasis han puesto los adventistas en la doctrina de
la justificación por la fe? ¿Ha sido constante este énfasis? ¿Ha aumentado o ha disminuido? ¿Ha dado
un testimonio claro de la doctrina bíblica básica de la salvación?
El investigador puede examinar estas seis décadas en busca de videncias de la preocupación
experimentada hacia la doctrina de la justificación por la fe, y puede encontrar tales evidencias. Otro
investigador, impulsado por móviles diferentes, puede buscar evidencias de una falta de preocupación,
y también puede encontrarlas. No sería justo desentenderse de cualquiera de estos dos aspectos del
asunto. Un estudio como éste debería poder descubrir la enseñanza reconocida de la denominación, la
cantidad de énfasis puesto en el tema, la comprensión general de la feligresía concerniente a la
justificación por la fe y la contribución específica de personas particulares hacia la comprensión y el
aprecio de la doctrina. No todas estas áreas se presentan a un análisis científico, pero se realizará un
intento honrado de reconstruir el cuadro con tanta exactitud como sea posible.

Los últimos años de Ellen White.-

La vida de Ellen White ocupó unos 15 años del nuevo siglo. Se recordará que, según la opinión del
autor, sus escritos producidos en la década del 90 constituyeron la mayor contribución a la
comprensión y aceptación de la justificación por la fe en la denominación. Esos escritos incluían El
Camino a Cristo, El Deseado de Todas las Gentes, El Discurso Maestro de Jesucristo y Palabras de
Vida del Gran Maestro.
Bruno Steinweg, en una tesis de grado titulada Desarrollo en la Enseñanza de la Justificación por la Fe
en la IASD después de 1900, declara: “La expresión ‘justificación por la fe’ o ‘justicia por la fe’ fue
utilizada pocas veces por la Sra. White después de 1900 … Sin embargo, sin emplear una expresión
como ésta, la Sra. White habló ampliamente de todo lo que esta expresión implica (Bruno Steinweg,
Tesis de grado escrita para el Seminario teológico Adventista en 1948). Una ocasión cuando empleó
esta expresión en forma efectiva se encuentra en su comentario acerca de la epístola de Pablo a los
Romanos: “Con gran claridad y poder el apóstol presentó la doctrina de la justificación por la fe en
Cristo. Esperaba que otras iglesias también fueran ayudadas por la instrucción enviada a los cristianos
de Roma. ¡Pero cuán obscuramente podía prever la extensa influencia de sus palabras! A través de
todos los siglos, la gran verdad de la justificación por la fe ha subsistido como un poderoso faro para
guiar a los pecadores arrepentidos al camino de la vida. Fue esta luz la que disipó las tinieblas que
envolvían la mente de Lutero, y le reveló el poder de la sangre de Cristo para limpiar del pecado. La
misma luz ha guiado a la verdadera fuente de perdón y paz a miles de almas abrumadas por el pecado”.
(HAp:300).
Pág. 74

Los comentarios de la Sra. White realizados en sus escritos durante los últimos 15 años de su vida,
están en completa armonía con sus declaraciones anteriores concernientes a la salvación, de modo que
no es necesario repetir lo que se ha presentado en capítulos anteriores. Su filosofía básica está bien
expresada en el siguiente comentario de El Ministerio de Curación: “La verdadera fe es la que recibe a
Cristo como un Salvador personal” (MC:40).

Las dos primeras décadas.-

Probablemente ningún libro publicado por la denominación – fuera de los escritos de la Sra. White –
haya ejercido una influencia mayor durante la primera parte del siglo XX que el libro Bible Readings
for the Home Circle. Publicado por primera vez en 1888 y revisado en 1914, este libro fue vendido por
los colportores a miles de personas, y sirvió como una especie de libro de texto de doctrina para los
laicos. Este libro presentaba la justificación por la fe y temas afines. Que esta obra haya presentado el
tema en forma suficientemente extensa y convenientemente dinámica a fin de darle a esta doctrina la
posición que merece, es algo que está abierto al análisis. No obstante, este importante libro, con uno de
sus capítulos titulado “El Camino a Cristo”, no descuidó el tema.
Las dos revistas más destacadas durante la primera parte del siglo XX eran: Signs of the Times, un
periódico de orientación evangelística; y Review and Herald, la revista denominacional. Steinweg
señala en su investigación que los números de Sign publicados en 1901 presentaban por lo menos 50
artículos principales que analizaban alguna parte de la justificación por la fe o temas estrechamente
relacionados con ella (Página 20).
La Review durante esos años publicó muchos artículos de autores tales como I. H. Evans, W. W.
Prescott, C. P. Bollman, L. H. Christian, E. E. Andross, y F. M. Wilcox. Después de revisar estos
artículos, Steinweg observa:
“De modo que es evidente que los dirigentes adventistas, como grupo, al hablar de la justificación por
la fe, insistieron en que la justificación debe estar acompañada por un cambio de corazón y por la
entrega de la voluntad de modo que Cristo pueda morar en el ser interior mediante el Espíritu Santo y
llevar a cabo la justicia en la vida diaria. Debido a este énfasis, algunos pensaban que a menos que se
tuviera mucho cuidado, la gente sería inducida a buscar la seguridad de la salvación solamente después
que la obra de la santificación estuviera completa, antes que tener esa seguridad en el momento de la
justificación. I. H. Evans, al utilizar al ladrón arrepentido en la cruz como una ilustración, preguntó:
‘¿Cuánto tiempo llevó?’. El autor contestó su propia pregunta, diciendo: ‘Todo el tiempo que empleó el
pobre ladrón para creer esa palabra (la promesa de Cristo)’. Nuevamente el autor pregunta: ‘¿Estaba él
listo para ir al paraíso?’ Y la respuesta es : ‘Si’. ‘¿Por me dio de las obras? – No, por medio de la fe.
¿Cómo podía él ir al cielo? – Por medio de la imputación de la justicia mediante la fe’” (Página 27).
Tal como en los años anteriores, había un punto de tensión entre los que temían que las verdades
distintivas de los adventistas serían descuidadas y los que temían que fuese descuidada la doctrina de la
salvación por la fe.
En el primer caso, el pastor W. W. Prescott pronunció el siguiente sermón en el Congreso de la
Asociación General de 1903:
“Vosotros sabéis que yo no estoy predicando contra el perdón de los pecados, la justicia de Cristo y la
gloria de la cruz de Cristo. Pero lo que deseo destacar es esto: La predicación que Dios desea en esta
generación no es la predicación unilateral que ignora toda la verdad histórica y toda la verdad profética,
y que simplemente proclama un mensaje general de salvación por medio de la fe en Cristo, sin aplicar
el mensaje de la salvación de Dios mediante la fe en Cristo a esta generación. La predicación de la
gloria de la cruz de Cristo, la divulgación de la luz que brilla de la cruz del Calvario, la proclamación
de la justicia de Cristo como nuestra única esperanza de salvación, debe en esta generación extenderse
para abarcar una aplicación definida y para reforzar estas verdades, a la luz de la historia y la profecía
adventistas” (General Conference Bulletin, 2 de Abril de 1903).
Pág. 75

Pocos años después, el pastor Meade MacGuire destacó el peligro opuesto por medio de las siguientes
palabras:
“Jesús dijo: ‘Y yo, si fuere levantado sobre la tierra, a todos los hombres atraeré a mí mismo’. Es la
exaltación de Cristo como una realidad personal, viviente y amante que gana a los hombres. Entonces
ellos escucharán gozosamente las doctrinas y las obedecerán.
Es verdad que resulta posible llevar este pensamiento hasta un extremo irrazonable y completamente
ilógico. He oído hablar de pastores que, en su esfuerzo por llevar a los hombres a Cristo han dicho tan
poco como sea posible acerca del mensaje del tercer ángel. Esta actitud podría ser más desastrosa aun
que la otra. No estoy sugiriendo menos doctrinas, sino más de Cristo y de él crucificado, más esfuerzo
por obtener primero la convicción divina y el milagro de la conversión, y después de esto continuar con
las doctrinas” (RH, 5 de Noviembre de 1914).
El efecto de la influencia humana en la gente con el fin de inducirla a aceptar la justificación por la fe
es descrito en forma interesante por el pastor G. A. Irwin, quien fue presidente de la Asociación general
de 1897 a 1901. la siguiente declaración fue escrita en 1912:
“Cuando el mensaje de la justificación por la fe … comenzó a predicarse en esta denominación, el
enemigo fue muy perturbado y realizó un poderoso esfuerzo para detener su difusión. Habiendo fallado
en esto, cambió su plan de oposición por un método que prometía mucho éxito. Ese plan consistía en
fijar las mentes de los feligreses en los instrumentos que el Señor había llamado a promulgar el
mensaje, para que esos hombres fuesen considerados como oráculos de Dios y así la fe de los hermanos
se centrara en ellos antes que en Cristo, el Autor del mensaje. El enemigo vio que la alabanza y los
halagos de los feligreses infatuarían de tal modo a esos hombres que llegarían a sentir que sus
opiniones y sus juicios debían prevalecer en todo lo que se refiriese tanto a las Escrituras como a la
administración de la obra de Dios en la tierra.
Como pueblo, conocemos bien todo el éxito que el enemigo tuvo con este plan; pero lo que hemos
perdido al permitirle que tuviese éxito, sólo la eternidad lo revelará … Estoy persuadido de que ya ha
llegado el tiempo en que el mensaje de la justificación por la fe nuevamente debe llegar a ser un
mensaje prominente en esta denominación” (RH, 4 de Julio de 1912).
Con respecto a las dos primeras décadas del siglo XX, no sería correcto decir que la doctrina de la
salvación por la fe fue completamente descuidada y tampoco podría decirse que se le dio el énfasis
debido. Hubo quienes reconocieron su importancia y quienes la predicaron y vivieron de acuerdo con
ella. También hubo quienes estaban satisfechos con una comprensión intelectual de las doctrinas
distintivas de la iglesia. No hay un procedimiento estadístico o un método de análisis que pueda
proporcionar una descripción exacta y completa acerca de la actitud de la denominación como un todo.
Puede concluirse acertadamente que el énfasis puesto en la salvación por la fe no fue tanto como en la
década del 90 o como llegaría a ser en años posteriores. Esta pérdida de interés puede haber resultado
en parte como una reacción contra Jones y Waggoner, en parte por la falta de hombres que tuviesen una
profunda preocupación por esta doctrina, y en parte por la tendencia natural a tratar de encontrar la
salvación por medio del dogma y mediante la actividad antes que por la fe en la gracia salvadora de
Cristo.

Un nuevo énfasis en la vida espiritual.-

Durante los primeros años de la década de 1920 se puso mucho énfasis en “La vida victoriosa”. Si bien
es cierto que este término no era un sinónimo de la salvación por la fe, algunos lo interpretaban a la luz
de la fe y la gracia. Por ejemplo, Meade MacGuire escribió lo que sigue en una lectura de la Semana de
Oración de 1920:
“La victoria sobre el pecado no se consigue mediante resoluciones, por las luchas o por medio del
esfuerzo humano. No puede alcanzarse por un crecimiento gradual. La ‘vida victoriosa’ es únicamente
otra expresión para designar la ‘justicia por la fe’ …
Pág. 76

Cristo mora en el corazón mediante la fe. Mientras la presencia interior de Cristo sea una realidad,
habrá victorias. Pero el que aparta su mirada de Cristo también se aparta de la victoria, e invita a la
derrota ...
Todos los cristianos verdaderos saben qué significa aceptar el ofrecimiento del perdón divino y la
purificación de todo pecado cuando se hace confesión. Sencillamente creen que Dios ha cumplido su
palabra y que sus pecados han sido perdonados. En el instante en que lo creen, Dios lo hace realidad.
Son justificados por la fe. Están libres de la condenación y de la penalidad del pecado.
Exactamente en la misma forma pueden obtener libertad del poder y el dominio del pecado. Tan
seguramente como Cristo ha pagado la penalidad por nuestros pecados y ha hecho posible el perdón,
así también él ha vencido el pecado y hecho posible la libertad” (RH, 11 de Noviembre de 1920).
La cantidad de énfasis puesto en “la vida victoriosa” indica la presencia de un nuevo empuje espiritual.
Este énfasis fue muy útil y eficaz, a tal punto que incluyó una clara comprensión del lugar de la gracia
y la fe en la vida victoriosa.
El acontecimiento más significativo de la década de 1920 fue la obra del pastor A. G. Daniells.
Después de completar su largo periodo de servicio como presidente de la Asociación General, el pastor
Daniells fue elegido como secretario de la recién formada Asociación Ministerial. Esta designación le
proporcionó la oportunidad de alcanzar al ministerio y a los laicos con un nuevo y eficaz énfasis en la
salvación por la fe.
El contenido del mensaje del pastor Daniells puede captarse en un estudio de su libro Cristo Nuestra
Justicia, publicado en 1926. el pastor Daniells basó su libro en un estudio cuidadoso de los escritos de
Ellen White. Sin embargo, el libro es mucho más que una compilación. A continuación se presentan
unas pocas ilustraciones para dar a conocer la filosofía del autor. En el prefacio declara:
“Un estudio cuidadoso de los escritos del Espíritu de Profecía acerca del tema de la justificación por la
fe, ha conducido a la convicción de que la instrucción dada presenta dos aspectos: en primer término, el
hecho notable y asombroso de que por fe en el Hijo de Dios los pecadores pueden recibir la justicia de
Dios; y en segundo lugar, el propósito y la providencia de Dios al enviar el mensaje específico de la
recepción de la justicia de Dios por la fe a su pueblo reunido en el Congreso de la Asociación general
en la ciudad de Minneapolis, Minnesotta, en el año 1888” (A. G. Daniells, Cristo Nuestra Justicia:6-7,
1941) [Nota del Compilador: ver el asunto 363 de mi CD].
El primer capítulo del pastor Daniells se titula “Cristo, justicia nuestra”, y presenta la enseñanza bíblica
acerca de esta doctrina. Él resume su comprensión del tema en el siguiente párrafo:
“Es mediante la fe en la sangre de Cristo que todos los pecadores del creyente son cancelados y la
justicia de Dios es puesta en su lugar en la cuenta del creyente. ¡Qué transacción maravillosa! ¡Qué
manifestación de amor y gracia divinos! Un hombre es nacido en pecado. Tal como Pablo dice, él está
‘lleno de toda injusticia’. Su herencia del mal es la peor que pueda imaginarse. Su ambiente es el más
bajo que pueda conocer el impío. De alguna manera el amor de Dios que brilla en la cruz del Calvario
llega hasta el corazón de esta persona. Esta se entrega, se arrepiente, confiesa y por fe reclama para sí a
Cristo como su Salvador. En el mismo instante en que lo haga, es aceptado como un hijo de Dios.
Todos sus pecados son perdonados, su culpa es cancelada, es reconocido como justo, y está aprobado y
justificado ante la ley divina. Y este cambio asombroso y milagroso puede ocurrir en una corta hora.
En esto consiste la justicia por la fe” (A. G. Daniells, Cristo Nuestra Justicia:15, 1941).
El capítulo 2 introduce el tema del Congreso de Minneapolis. Un aspecto de la doctrina que algunas
veces es descuidado, se presenta en la siguiente declaración del autor que aparece en el capítulo 3:
“Dios no tenía solamente el propósito de presentar a su iglesia este mensaje de la justificación por la fe,
sino que también debía ser ofrecido al mundo” (A. G. Daniells, Cristo Nuestra Justicia:26, 1941). Los
capítulos 3-5 analizan el Congreso de Minneapolis y revelan cuál era la actitud de la Sra. White hacia
el tema en estudio.
En el capítulo 6, el pastor Daniells comenta acerca de la relación existente entre “la justicia por la fe” y
“el mensaje del tercer ángel” en una forma que merece ser repetida:
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“La justificación por la fe es el método de Dios para salvar a los pecadores; es su manera de convencer
a los pecadores de su culpa, de su condenación y de su condición completamente desesperada y
perdida. También constituye el método de Dios para cancelar su culpa, para librarlos de la condenación
de su ley divina y para proporcionarles una posición ante él y su santa ley. La justificación por la fe es
el método de Dios para cambiar a los hombres y mujeres débiles, pecadores y derrotados en cristianos
fuertes, justos y victoriosos.
Ahora bien, si es verdad que la justificación por la fe constituye ‘el mensaje del tercer ángel en verdad’
– de hecho, en realidad – debe ser que la comprensión genuina y la aprehensión del mensaje del tercer
ángel tiene el propósito de hacer para los que lo reciban, y en los que lo reciben, la completa obra de la
justificación por la fe. Las siguientes consideraciones muestran que tal es su propósito:
1.- El gran triple mensaje de Apocalipsis 14, que hemos designado como ‘el mensaje del tercer ángel’,
se declara que es ‘el Evangelio eterno’ (Apoc. 14:6).
2.- El mensaje realiza el anuncio solemne de que ‘la hora de su juicio es venida’.
3.- Amonesta a todos los que han de encontrarse con Dios en su gran tribunal, que serán juzgados por
su ley justa: ‘Temed a Dios, y dadle honra’, y ‘adorad a aquel que ha hecho el cielo y la tierra’ (verso
7).
4.- El resultado, o el fruto de este mensaje de advertencia y amonestación es la formación de un pueblo
del que se declara: ‘Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos
de Dios y tienen la fe de Jesús’ (verso 12).
En todo esto tenemos los hechos de la justificación por la fe. El mensaje es el Evangelio de la salvación
del pecado, de la condenación y la muerte. El juicio pone a los hombres y a las mujeres frente a frente
con la ley de justicia por medio de la cual serán juzgados. Debido a su culpa y a su condenación se los
amonesta a temer y adorar a Dios. Esto implica la convicción de la culpa, el arrepentimiento, la
confesión y la renuncia. Esto constituye la base del perdón, la purificación y la justificación. Los que
han participado de esta experiencia han llevado a su carácter la suave y bella gracia de la paciencia, en
una época donde predomina la irritabilidad y la ira, las que están destruyendo la paz, la felicidad y la
seguridad de la raza humana. ¿Qué es esto sino justificación por la fe? La palabra declara que ‘siendo
justificados por la fe, tenemos paz para con Dios, en Cristo Jesús’ (Rom. 5:1).
Pero aun más, estos creyentes ‘guardan los mandamientos de Dios’. Han experimentado el cambio
maravilloso que los ha conducido del odio y la transgresión de la ley de Dios al amor y la observancia
de sus justos preceptos. Su posición ante la ley ha cambiado y su culpa ha sido cancelada; su
condenación ha sido suprimida y la sentencia de muerte que pesaba sobre ellos ha sido anulada.
Habiendo aceptado a Cristo como Salvador, han recibido su justicia y su vida.
Esta maravillosa transformación puede ocurrir solamente por la gracia y el poder de Dios, y se lleva a
cabo únicamente para los que se aferran de Cristo como su sustituto, su garantía y su Redentor. Por lo
tanto, se dice que ‘tienen la fe de Jesús’. Esto revela el secreto de su experiencia rica y profunda. Se
aferran de la fe de Jesús – esa fe por la cual él triunfó sobre los poderes de las tinieblas” (A. G.
Daniells, Cristo Nuestra Justicia:65-67, 1941).
El capítulo 7 contiene un resumen estimulante de la amplitud de la doctrina. El autor dice:
“La justicia por la fe, en su significación amplia, abarca cada verdad vital y fundamental del Evangelio.
Comienza con la condición moral del hombre cuando fue creado y trata de los siguiente:
1.- La ley por la que el hombre ha de vivir.
2.- La transgresión de esa ley.
3.- La penalidad por la transgresión.
4.- El problema de la redención.
5.- El amor del Padre y del Hijo que hizo posible la redención.
6.- La justicia al aceptar un sustituto.
7.- La naturaleza de la expiación.
8.- La encarnación.
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9.- La vida impecable de Cristo.


10.- La muerte vicaria del Hijo de Dios.
11.- La inhumación, la resurrección y la ascensión.
12.- La seguridad dada por el Padre de una expiación satisfactoria.
13.- La venida del Espíritu Santo.
14.- El ministerio de Jesús en el santuario celestial.
15.- La parte requerida del pecador a fin de ser redimido.
16.- La naturaleza de la fe, del arrepentimiento, de la confesión y de la obediencia.
17.- El significado y la experiencia de la regeneración, de la justificación y de la santificación.
18.- La necesidad y el lugar del Espíritu Santo y la Palabra de Dios en la tarea de hacer real para el
hombre lo que fue hecho posible en la cruz.
19.- La victoria sobre el pecado por medio de la morada interior de Cristo.
20.- El lugar de las obras en la vida del creyente.
21.- El lugar de la oración en la recepción y la aprobación de la justicia de Cristo.
22.- La culminación de todo y la liberación en el retorno del Redentor” (A. G. Daniells, Cristo Nuestra
Justicia:72-73, 1941).
Los capítulos finales del libro contienen un llamamiento a la iglesia a prestar debida atención a los
aspectos espirituales de esta obra. De estos capítulos se extractan declaraciones como las que siguen:
“Perder de vista esta verdad preciosa de la justificación por la fe equivale a perder el propósito supremo
del Evangelio, lo que puede resultar desastroso para el individuo, no importa cuán bien intencionado y
fervoroso pueda ser con respecto a las doctrinas, las ceremonias, las actividades y a cualquier cosa y a
todas las cosas relacionadas con la religión” (A. G. Daniells, Cristo Nuestra Justicia:88-89, 1941).
“La justificación por la fe debería ser tan clara para nuestras mentes como la enseñanza concerniente a
la ley, al Sábado, a la venida del Señor y a toda otra doctrina revelada en las Escrituras” (A. G.
Daniells, Cristo Nuestra Justicia:91, 1941).
“El ejercicio de la fe es la parte que nosotros debemos realizar en la gran transacción por medio de la
cual los pecadores son transformados en santos. Pero debemos recordar que no hay virtud en la fe que
ejercemos ‘por la que merecemos la salvación’. Es decir, no hay virtud en la fe en sí misma, y tampoco
en el hecho de ejercerla. Toda la virtud está en Cristo. Él es el remedio provisto para el pecado. La fe es
el acto por medio del cual el pecador arruinado, desvalido y condenado se aferra al remedio” (A. G.
Daniells, Cristo Nuestra Justicia:108, 1941).
Resulta difícil imaginar cómo la doctrina de la justificación por la fe habría podido recibir un énfasis
mayor. El pastor Daniells fue uno de los hombres más influyentes y respetados de la iglesia. Basó su
enseñanza directamente en la Biblia y los escritos de la Sra. White. Su posición estaba en perfecta
armonía con la mejor enseñanza evangélica.

Nuevos campeones de la fe.-

El Congreso de la Asociación general de 1926 presenció una gran cantidad de énfasis sobre este tema.
Predicaron sermones acerca de él los pastores O. Montgomery, Carlyle B. Haynes e I. H. Evans. El
sermón presentado por el pastor Haynes el 11 de Julio de 1926 fue publicado en forma de una serie de
tratados y constituye uno de los testimonios más notables que puedan conseguirse acerca de esta
doctrina:
“Hay veces cuando la expresión de experiencias personales puede ser útil, y esta mañana deseo emplear
una parte del tiempo dedicado a este servicio para referir una experiencia personal.
He estado en este mensaje durante un cuarto de siglo. Comencé a predicarlo hace casi 21 años, y desde
entonces lo he estado predicando sin interrupción. Como sabéis la mayor parte de vosotros, mi obra ha
consistido en presentar públicamente las enseñanzas del triple mensaje angélico en diversas ciudades
del Este y del Sur. Acepté el mensaje con profunda y fervorosa sinceridad. Creí en él tal como creo
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ahora, de todo corazón, y le dediqué todas las energías de mi vida. Estudié durante varios años lo que
me pareció ser el mejor método didáctico y de oratoria convincente. En mi ministerio, con la ayuda de
Dios, he podido convencer a las personas acerca de la verdad del gran mensaje en que he creído, y no
sólo de podido convencerlas sino que también han sido persuadidas, muchas de ellas, a unirse con
nuestras iglesias y a colaborar con nosotros en este movimiento.
En esos años de actividad y de predicación del mensaje en diversos lugares, sentí que la cosa más
importante que debía aprender era una presentación convincente del mensaje de Dios. Estudié, por lo
tanto, no sólo para familiarizarse con todas las enseñanzas de las profecías y las grandes doctrinas, sino
también para contestar las objeciones y las preguntas, y para quitar de la mente de las personas todo
aquello que entorpeciera la aceptación de este mensaje como la verdad.
Durante esos años de predicación, por lo menos durante los primeros años de mi ministerio, nunca me
preocupó mucho mi posición delante de Dios. Hubo veces cuando pensé en ello, pero no con seriedad
ni durante mucho tiempo. Yo creía, cuando pensaba en ello, que todo debía estar bien entre mí y Dios,
porque yo estaba a su servicio: hacía su obra, predicaba su mensaje e inducía a la gente a creerlo y a
aceptarlo y a ir en pos de él. Fueron años de gran actividad, y sea misma actividad impidió que yo
concibiera algún pensamiento acerca de mi necesidad personal. Seguí predicando, con mayor o menor
éxito. Descubrí que tenía cierto grado de oratoria convincente y que ponía cierto fervor en la
presentación que persuadía a la gente a creer lo que le decía. Me parecía que Dios me aceptaba, y que
mi esperanza de vida eterna se basaba en una confianza absoluta. Yo le predicaba a otros la segunda
venida de Cristo, y esperaba cabalmente encontrarme con Cristo en paz cuando él viniese.
Hace unos ocho o diez años comencé a preocuparme acerca de mi propia experiencia en Cristo.
Encontré que la predicación de las profecías de Daniel, la explicación de los 1260 años y de los 2300
días, la verdad acerca del Sábado, las señales de la venida de Cristo y la predicación de la inconciencia
de los muertos, no tenían nada en sí mismas – por lo menos en la forma como yo presentaba las cosas –
que me capacitara para vencer mi propia voluntad rebelde o que llevara a mi vida el poder de vencer la
tentación y el pecado. Llegué a preocuparme y surgió en mí la duda de si yo en realidad era aceptado
por Dios.
Repasé mi éxito aparente. Volví a considerar la experiencia que Dios me había concedido, y
nuevamente me sentí inclinado a concluir que, debido a lo que había llevado a cabo y a lo que estaba
realizando, estaba a salvo. Procuré desechar las preguntas que surgían con insistencia en mi mente en
relación con mi derrota cuando el pecado me vencía. Pero no pude alejarlas. Cada vez se tornaban más
urgentes. Entonces supuse que lo que debía hacer era dedicarme con energías renovadas y con un
esfuerzo más ardiente a la predicación del mensaje. Me torné más rígido en mi adhesión a la fe.
Enderecé algunas cosas que yo me permitía hacer en Sábado, de modo que dejé de llevarlas a cabo. Fui
un poquito más escrupuloso en mi obediencia a Dios. Prediqué con mayor energía. Me dediqué a todas
las actividades del ministerio, esperando que al hacerlo así encontraría la paz que una vez había tenido,
y que en esa forma arrojaría de mi corazón los temores que se estaban apoderando de mí con respecto a
mi propia condición delante del Señor. Pero cuanto más me esforzaba, tanto más me preocupaba este
asunto.
Hoy agradezco a Dios porque hay un Espíritu Santo que derrama luz en el corazón y en la mente
entenebrecidos.
Mis actividades no me ayudaron en el mínimo grado. Tan sólo consiguieron introducirme en
dificultades mayores, porque descubrí que no tenía poderes en mi vida para oponerme a todas las
tentaciones del maligno, y que vez tras vez era derrotado. El asunto de la victoria personal – la falta de
victoria en mi vida y la necesidad de ella – comenzaron a atenazar mi alma, y hubo un tiempo cuando
puse en duda si en el mensaje de los tres ángeles había poder para capacitar a un hombre para vivir una
experiencia victoriosa en Cristo Jesús. Y experimenté una gran zozobra, una angustia tan grande que no
puedo describirla adecuadamente para que vosotros la comprendáis. Pero esta angustia espiritual
finalmente me llevó a un lugar donde me alegré de estar, pero donde no espero volver a encontrarme:
Pág. 80

me vi cara a cara con la profunda convicción de que, aunque era un predicador y aunque lo había sido
durante quince años, ahora estaba perdido – completamente perdido. Nunca olvidaré la tremenda
aflicción que me invadió. No sabía qué hacer. Estaba haciendo todas las cosas como sabía que debía
llevarlas a cabo. Había realizado un esfuerzo supremo por vivir como yo pensaba que Dios deseaba que
viviese; no estaba haciendo nada conscientemente o intencionalmente que estuviese equivocado; pero a
pesar de todo ello llegué a la conclusión de que estaba perdido delante de Dios. Y estuve a punto de
pensar que no había un medio de salvación para mí.
Pero gracias a la misericordia de Dios y a la bendición del Espíritu que nunca nos lleva a un lugar sin
tener el propósito de hacernos salir de allí, repentinamente desperté al hecho de que en toda mi relación
con Dios y con su obra había descuidado el primer paso sencillo e infantil que consistía en ir a Cristo
por mí mismo y, por la fe en él, recibir perdón por mis pecados. Durante todos esos años había
esperado que mis pecados fuesen perdonados, pero nunca había podido sentirme seguro de ello.
Después de predicar este mensaje durante quince años, Dios me llevó a los pies de la cruz, y allí
comprendí el terrible hecho de que había estado predicando durante quince años y sin embargo todavía
era un inconverso. Espero que vosotros no tengáis esta experiencia. ¡Pero si la necesitáis, espero que
paséis por ella!
Llegué a la conclusión de que no podía arriesgarme más en un asunto de tanta importancia. Fui a Cristo
como si nunca antes lo hubiese conocido, como si comenzara a aprender el camino a Cristo – y así era
en realidad. Le confesé mis pecados a Cristo, y por fe recibí el perdón. ¡Y ahora esto ha dejado de
preocuparme!
Descubrí que algo más era necesario. Tenía los mismos antiguos problemas; las mismas pasiones,
apetitos, concupiscencias, deseos, inclinaciones y disposiciones, y la misma antigua voluntad. Encontré
que era necesario echarme a mí mismo: mi vida, mi cuerpo y mi voluntad, todos mis planes y
ambiciones, en los brazos del Señor Jesús, y recibirlo sin reserva. No sólo como el perdonador de mis
pecados; no solamente recibir su perdón; sino recibirlo a él, como mi Señor, mi justicia y mi vida
misma.
Aprendí la lección de que la vida del cristiano no consiste en una modificación de la vida antigua; no es
un mejoramiento de ella, no es un desarrollo que surge de ella, no es el cultivo, ni el refinamiento, ni la
educación de ella. No se edifica por ningún concepto en la vida antigua. No crece a partir de ella. Es
enteramente otra vida: una vida completamente nueva. Es la vida de Cristo mismo en mi carne. Y Dios
me había estado enseñando esa lección. No creo que he terminado de aprenderla, pero en la tierra no
hay nada que desee aprender más que eso. Hace años acostumbraba hurgar en las tiendas de libros
viejos para posesionarme de polvorientos libros de historia como grandes tesoros, en mi esfuerzo por
encontrar algo que arrojase luz sobre alguna oscura profecía. Actualmente, aunque no me intereso
menos en las profecías, estoy mucho más interesado en mi unión con Cristo, y en el desarrollo,
crecimiento y progreso de su vida en la mía” (Carlyle B. Haynes, La Justicia de Cristo:5-10).
Después de dar este notable testimonio personal, el pastor Haynes leyó un manuscrito que bosquejaba
los principios de la salvación por la fe tal como él los comprendía. Fue muy explícito en su descripción
del significado del cristianismo:
“Llegar a ser un cristiano, entonces, no es la aceptación de un cuerpo de enseñanzas, y tampoco un
asentimiento mental a un conjunto de doctrinas, ni creer la verdad de la Biblia en una forma meramente
intelectual. No es unirse a la iglesia y participar de sus ritos. Es entrar en una nueva relación personal
con Cristo” (Carlyle B. Haynes, La Justicia de Cristo:20).
“La gloria más íntima y medular del Evangelio, por lo tanto, no es una gran verdad, ni un gran mensaje,
ni un gran movimiento, sino una gran Persona. Es Jesucristo mismo.
Sin Él no puede haber Evangelio. Él no vino tanto a proclamar un mensaje, sino más bien vino para que
hubiese un mensaje para proclamar. Él mismo era, y es el Mensaje. No son sus enseñanzas, sino Él
mismo, lo que constituye el cristianismo” (Carlyle B. Haynes, La Justicia de Cristo:17).
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Nuevamente estamos frente a una situación en la que un predicador capaz e influyente efectúa una
presentación insólita en la que insiste en la importancia singular de la doctrina de la justificación por la
fe. Este discurso fue presentado ante un gran auditorio integrado por predicadores de la denominación y
tuvo una profunda influencia en su pensamiento.

Libros significativos publicados desde 1926.-

Sería imposible enumerar todos los libros significativos publicados desde 1926. tampoco podríamos
enumerar todos los sermones, los artículos y los libros que han enseñado la justificación por la fe desde
1926. durante estas décadas, la doctrina en consideración ha sido proclamada en reuniones generales,
predicada por pastores y evangelistas, e incluida en veintenas de artículos y libros. Estamos demasiado
cerca de esa generación para realizar una evaluación exacta, y sin embargo puede ser útil un breve
repaso de algunas de las contribuciones más duraderas realizadas en estos años.
El Camino a Cristo es el título de un libro de 128 páginas escrito en 1928 por W. H. Branson, ex
presidente de la Asociación General. Se trata de un libro popular repleto de material ilustrativo. Su
tercer capítulo se titula “La serpiente de Bronce”. En su análisis de este incidente del Antiguo
Testamento, el pastor Branson declara:
“Nuestra única esperanza hoy día radica en la exaltación de Jesucristo. La promesa es que si tan sólo lo
contemplamos con los ojos de la fe, esa mirada traerá una restauración absoluta y completa a nuestras
almas. El plan evangélico no consiste en ‘haz y vive’, sino en ‘mira y vive’. Todos nuestros esfuerzos
por hacer algo son vanos. Nuestros esfuerzos terminan todos en un fracaso ignominioso. Pero cuando
contemplamos a Cristo, encontramos en él un remedio suficiente contra el veneno del pecado que ha
estado destruyendo nuestra vida” (W. H. Branson, El Camino a Cristo:15).
Con respecto a la ley, el pastor Branson dijo: “¿Puede alguien ganar la vida eterna guardando la ley?
¿Puede ésta ayudar a una persona a ser buena? Vosotros diréis: ‘Probablemente , porque la ley muestra
el pecado’. Es verdad, ¿pero puede quitar de vosotros esos pecados? ¿Puede la ley aplicar el remedio
necesario? ¿Podemos nosotros por nuestro esfuerzo de guardar la ley, alcanzar la justicia que ésta
revela? No. La ley no puede proporcionar vida, y por lo tanto nadie podrá jamás recibir la justicia
observándola” (W. H. Branson, El Camino a Cristo:33).
A continuación el pastor Branson señala la solución del problema del hombre: “Si el hombre llega a
tener justicia alguna vez, debe conseguirla por la gracia que no le cuesta nada. La gracia ha pagado el
precio de mi redención, y ahora Cristo me ofrece esa redención y me dice que es un don gratuito. No
puede comprarse. Está más allá de lo que un hombre pueda pagar, sea en dinero o en obras. Es gracia
gratuita” (W. H. Branson, El Camino a Cristo:35).
En este librito se enseña muy bien el Evangelio. Después de insistir en la importancia de la entrega a
Cristo, el autor concluye en el último capítulo: “Cuando la vida ha sido limpiada de pecado, y Cristo la
domina por completo, entonces aparecerán los frutos gloriosos de la justicia, tal como los buenos frutos
aparecen en un buen árbol” (W. H. Branson, El Camino a Cristo:119).
Durante el año siguiente, 1929, W. W. Prescott escribió El Salvador del Mundo. Este libro contiene un
enfoque más filosófico de la doctrina destinado al lector más culto. El tema de Prescott es Jesús. Él
presenta a Jesús como “la Realidad del cristianismo”, “el Hijo eterno de Dios”, y “el Personaje del
Evangelio”. “Lo que deseo destacar, declara él, es que no hay cristianismo fuera del Jesús histórico, y
que la realidad del cristianismo llega a ser conocida y se convierte en una experiencia cuando el Jesús
de la historia mora en nuestros corazones y vive en nosotros su propia vida de poder y victoria” (W. W.
Prescott, El Salvador del Mundo:12).
Prescott declara su posición nítidamente en el primer capítulo de su libro: “No soy ni un modernista ni
un fundamentalista, en el sentido que generalmente se le da a estos términos, porque ambas posiciones
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defienden ciertas enseñanzas que yo no puedo aceptar desde mi posición bíblica; pero yo me considero
un humilde creyente en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo, y en la gran salvación que
las tres Personas de la Divinidad han provisto para todos los que quieran recibirla” (W. W. Prescott, El
Salvador del Mundo:13).
En su capítulo titulado “La Personalidad del Evangelio”, Prescott revela el desarrollo de su propio
pensamiento: “Anteriormente yo consideraba la justificación y la santificación como expresiones
abstractas que designaban ciertas experiencias en la vida cristiana, pero ahora las considero en forma
diferente. He destacado la enseñanza según la cual somos ‘justificados gratuitamente por su gracia’
(Rom. 3:24), que somos ‘justificados en su sangre’ (Rom. 5:9), y que somos ‘justificados … por la fe’
(Rom. 5:1); pero había pasado por alto el hecho fundamental de que somos ‘justificados en Cristo’
(Gal. 2:17), y que él ‘nos ha sido hecho … santificación’ (1 Cor. 1:30). La experiencia de la
justificación y la santificación significa recibir a Jesucristo el justificador y el santificador, quien es en
sí mismo nuestra justificación y nuestra santificación” (W. W. Prescott, El Salvador del Mundo:37).
Prescott se ocupa de defender el concepto evangélico del Evangelio contra los ataques del modernismo.
Declara lo siguiente: “Sé muy bien que la ofensa de la cruz no ha terminado. El modernismo no tiene
lugar para la cruz de la expiación. La mente moderna no quiere aceptar la muerte de Cristo como una
muerte expiatoria, y ve en ella tan sólo un ejemplo notable de devoción heroica a una causa perdida, un
motivo de inspiración para nosotros a fin de que hagamos lo mejor posible en la tarea de reformar la
sociedad, aunque ello nos cueste la vida. El sencillo Evangelio de salvación del pecado por medio de la
fe en la eficacia de la obra de Cristo, quien murió y volvió a vivir, ha sido cambiado por una filosofía
evolucionista en la que nuestra esperanza reposa en la elevación gradual de la familia humana por
efecto de fuerzas inherentes. La definición de pecado tal como está dada en las Escrituras, ahora se
considera como una concepción vulgar adaptada a la visión limitada de la infancia de la raza, pero
anulada por los descubrimientos de la ciencia y de la filosofía, por lo tanto debe rechazarse como una
teoría superada que no contiene atractivo alguno para la inteligencia sumamente desarrollada de los
seres humanos de hoy. Ahora se habla de la necesidad de una concepción nueva y más moderna de
Dios.
Todo esto es halagador para el orgullo humano, pero implica una horrible dificultad: ¡No es
verdadero!” (W. W. Prescott, El Salvador del Mundo:41-42).
Al referirse a la cruz, Prescott dice: “El mensaje de la cruz son las buenas nuevas, la verdad bendita de
que Dios en Cristo ha actuado de tal modo en relación con el pecado que ya no necesita seguir siendo
una barrera entre nosotros y Dios, que ha sido suprimida la barrera que estorbaba la comunión más
íntima con Dios, y que el don de la vida eterna ha sido puesto a nuestro alcance. Un Cristo crucificado
y resucitado ha traído liberación de la culpa y del poder del pecado para cada alma creyente, y desde la
agonía del Getsemaní proviene el gozo de la salvación. ¡Qué Evangelio admirable! ¡Qué Salvador
compasivo!” (W. W. Prescott, El Salvador del Mundo:48).
Es lamentable que libros de este calibre queden fuera de circulación y sean olvidados. La supremacía
de Cristo y del Evangelio pocas veces ha sido descrita con más eficacia o belleza que en este volumen.
Durante el año siguiente, 1930, se publicó un folleto auxiliar para el Departamento de la Escuela
Sabática, titulado Estudios en Romanos, escrito por M. C. Wilcox. Nadie puede emprender el estudio
de la epístola de Pablo a los Romanos sin verse confrontado por la doctrina de la justificación por la fe,
porque esta doctrina es la misma de la epístola. Una declaración del pastor Wilcox mostrará que el
mensaje de Romanos era claramente comprendido:
“La justicia de Dios es llevada a cabo en el carácter y la vida [de Cristo], y cuando la fe lo recibe, el
creyente se apropia del carácter de Cristo. Esta palabra constituye el mensaje del Evangelio; ‘porque en
el Evangelio la justicia de Dios se revela por la fe y para fe’ (Rom. 1:17). No se recibe por las obras.
No podemos hacer nada para merecerla; no podemos obtenerla mediante nuestro esfuerzo. No podemos
comprarla por medio de ningún sacrificio. Por medio de ninguna penitencia u obras piadosas podemos
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ganar la mínima parte de ella. Jesús es quien la lleva a cabo y la derrama sobre todos los que creen.
Dios no puede hacer más por nosotros” (M. C. Wilcox, Estudios en Romanos:39).
De 1889 a 1914 el anuario denominacional (Year Book) tuvo una sección titulada “Principios
Fundamentales de los ASD”, escrita por Urías Smith. Esta lista de proposiciones doctrinales contiene
referencias a la doctrina de la salvación.
[Los ASD creen] “que hay un Señor Jesucristo, el Hijo del Padre eterno, aquel por medio del cual creó
todas las cosas, y por quien existen; que él tomó sobre sí la naturaleza de la simiente de Abraham para
redimir a la raza caída; que él moró entre los hombres lleno de gracia y verdad, que vivió para ser
nuestro ejemplo, murió como nuestro sacrificio, fue resucitado para nuestra justificación, subió a las
alturas para ser nuestro único mediador en el santuario celestial, donde por medio de los méritos de su
sangre vertida, obtiene el perdón de los pecados de todos aquellos que acuden a él; y como parte final
de su obra como sacerdote, antes de tomar su trono como rey llevará a cabo la gran expiación por los
pecados de todos los que acudan a él, y sus pecados serán entonces raídos (Hechos 3:19) y quitados del
santuario, tal como se muestra en el servicio del sacerdocio levítico, el que constituyó un símbolo y una
figura del ministerio de nuestro Señor en el cielo” (Year Book de 1914 de los ASD:293).
Esa declaración consigue contestar varias preguntas: 1.- ¿Qué hay de la eternidad de Cristo? 2.- ¿No
debería dársele más importancia a la expiación que Cristo realizó en la cruz? 3.- ¿No debería destacarse
más la gracia divina como la fuente de la redención?
Más adelante en la lista de proposiciones, Smith habla del nuevo nacimiento en estos términos:
“Primero, es un cambio moral efectuado por la conversión y la vida cristiana (Juan 5:3); segundo, es un
cambio físico que ocurre en la segunda venida de Cristo” (Year Book de 1914 de los ASD:293).
Nuevamente en esto parece haber una ausencia de énfasis sobre la obra de Dios realizada en beneficio
del hombre. Una declaración más distinta aparece en el Nº 17 de la serie de proposiciones: “Que como
el corazón natural o carnal está en enemistad con Dios y su ley, esta enemistad puede subsanarse
únicamente por medio de una transformación radical de los afectos y por el cambio de los principios
profanos por otros santos; que esta transformación sigue al arrepentimiento y a la fe, es la obra especial
del Espíritu Santo y constituye la regeneración o la conversión” (Year Book de 1914 de los ASD:295).
La proposición Nº 18 es más clara aun: “Que como todos han violado la ley de Dios y no pueden
obedecer por sí mismos sus requerimientos, dependemos de Cristo, primero, para obtener justificación
de nuestras ofensas pasadas, y, segundo, para obtener gracia por medio de la cual en adelante prestar
obediencia aceptable a su santa ley” (Year Book de 1914 de los ASD:295).
De 1915 a 1931 el Year Book no publicó ninguna lista de las creencias fundamentales. Desde 1932
hasta el presente ha tenido una lista de 22 proposiciones publicadas bajo el título de “Creencias
Fundamentales de los ASD”. Esta declaración no es un credo, sino que es la declaración de principios
más definitiva publicada por la denominación.
También aparece en el Manual de la Iglesia. La doctrina de la salvación se presenta en forma muy
adecuada, tal como lo indican los siguientes párrafos:
4.- Que toda persona, a fin de obtener la salvación, debe experimentar el nuevo nacimiento. Este abarca
una transformación completa de la vida y el carácter por el poder recreador de Dios, en virtud de la fe
en el Señor Jesucristo (Juan 3:16; Mat. 18:3; Hechos 2:37-39) …
8.- Que la ley de los Diez Mandamientos señala el pecado, cuya penalidad es la muerte. La ley no
puede salvar de su pecado al transgresor, ni impartir poder para guardarlo de pecar. En su infinito amor
y misericordia, Dios proporciona un medio para lograr ese fin. Provee un sustituto, a Jesucristo el Justo,
que murió en lugar del hombre y al cual ‘hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él’ (2 Cor. 5:21). Somos justificados, no por obediencia a la ley, sino por la gracia
que es en Cristo Jesús. Aceptando a Cristo, el hombre es reconciliado con Dios, justificado, en virtud
de la sangre de Cristo, de los pecados del pasado, y salvado del poder del pecado por la presencia de
Cristo en su vida. Así el Evangelio llega a ser ‘potencia de Dios para salud a todo aquel que cree’
(Rom. 1:16). Esta experiencia la hace posible el poder divino del Espíritu Santo que convence de
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pecado y guía al que cometió el pecado, induciendo a los creyentes a entrar en la relación del nuevo
pacto, en virtud del cual la ley de Dios es escrita en sus corazones; por medio del poder habilitador de
Cristo al morar en el corazón, la vida se conforma con los preceptos divinos. El honor y el mérito de
esa maravillosa transformación pertenecen totalmente a Cristo (1 Juan 2:1-2; 3:4; Rom. 3:20; 5:8-10;
7:7; Efe. 2:8-10; 3:17; Gal. 2:20; Heb. 8:8-12)” (Year Book 1961 de los ASD:5).
Esta declaración oficial le ha labrado un sitio en la historia a los ASD en lo que concierne a las
siguientes cuestiones teológicas:
1.- La incapacidad de la ley para salvar.
2.- El sacrificio expiatorio de Cristo.
3.- La justificación por la gracia divina.
4.- La aceptación por la fe.
5.- La obra del Espíritu Santo para hacer efectiva la salvación.
6.- El resultado de esta transacción en la vida del cristiano.

Resulta difícil comprender cómo es que alguien puede poner en duda el núcleo evangélico de la
teología adventista cuando durante treinta años se han estado publicando declaraciones oficiales como
éstas.
C. H. Watson, presidente de la Asociación General, publicó en 1934 un libro titulado La Obra
Expiatoria de Cristo. Esta obra incluye capítulos acerca de “La Justicia por la Fe”, “La Justificación”, y
temas afines. Su posición doctrinal básica se advierte en el siguiente comentario de la epístola a los
Romanos:
“Pablo procede a continuación a exponer que el ministerio, en este momento, de esta justicia mediante
Jesús, por medio de su propia sangre, prueba que Dios es justo en su trato con los pecadores y que es
justificador de todos los que creen. También explica claramente que una persona es justificada por la fe
cuando se arrepiente y tiene fe en Cristo, y reclama para sí la sangre del Salvador para remisión de sus
pecados, y esto antes de haber realizado un solo acto de obediencia a la ley. Es justificado porque la ley
da testimonio de la vida de obediencia que él ha presentado por fe, a saber, la vida obediente de Cristo
que fue sacrificada por sus pecados. Pero no podemos dejar de advertir que en todo esto la justificación
se recibe por medio de la sangre y no por la mera petición de justificación hecha por el penitente, sino
por el ministerio de la justicia de Aquel a quien Dios ha determinado que declarase su justicia como
nuestra para la remisión de nuestros pecados pasados. Así es como en esta obra de justificación por la
fe se pone de relieve el servicio de nuestro gran Sumo Sacerdote. ‘El cual fue entregado por nuestras
transgresiones , y resucitado para nuestra justificación’ (Rom. 4:25” (C. H. Watson, La Obra Expiatoria
de Cristo:46-47).
El director de la Review and Herald, F. M. Wilcox, realizó una apreciable contribución al énfasis sobre
esta doctrinas en su libro titulado La Vida Más Abundante, publicado en 1939. Este libro fue escrito en
un estilo popular y se destinó al lector común. En su capítulo “Salvados por Gracia”, comenta:
“En este plan divino para salvar a la humanidad no se encuentra la salvación por las obras. El hombre
ha sido tardo para aprender esta lección. En todas las épocas, y aun en nuestro tiempo, los hombres han
procurado salvarse a sí mismos por medio de sus propias obras justas. Esto es imposible …
Ningún hombre, en su condición caída, puede guardar la ley de Dios … La ley puede condenar pero no
puede salvar. Puede señalar el pecado pero no puede salvar al transgresor del pecado, ni puede impartir
poder para que éste no siga pecando en el futuro …
El Cielo, con amor y misericordia infinitos, le proporciona al hombre una vía de escape de la penalidad
de la ley y de la condenación de la muerte. Dios proporciona un sustituto, a saber, Cristo el Justo, para
que muera en lugar del hombre y tome sobre sí mismo la penalidad de la ley quebrantada … Al aceptar
a Cristo somos reconciliados con Dios. Somos justificados (hechos justos) por su sangre, de los
pecados del pasado; su vida, actuando dentro de nosotros, nos libra de seguir en el pecado” (F. M.
Wilcox, La Vida Más Abundante:47-48).
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Podríamos querer cambiar las palabras que aparecen entre paréntesis en el párrafo anterior de “hechos
justos” a “declarados justos”. La enseñanza básica de este libro, sin embargo, es una sencilla
exposición de la gracia salvadora y sustentadora de Jesucristo.
Un tratado más completo acerca de la salvación, publicado el mismo año (1939), es el libro de I. H.
Evans titulado Este Es El Camino. Evans había predicado muchos sermones y escrito muchos artículos
acerca de este tema durante muchos años. Trece años antes, en el Congreso de la Asociación de 1926,
había predicado acerca del tema. Su libro trasunta el pensamiento maduro de un gran predicador,
escritor y administrador. El pastor Evans define la justificación en el siguiente párrafo:
“La justificación es un acto de Dios en beneficio del pecador arrepentido, por medio del cual lo libra de
sus pecados a causa de su fe en Cristo, sin la participación de obras o mérito alguno de su parte. Incluye
el perdón de todos los pecados pasados; la regeneración, o el nuevo nacimiento; y además de esto
imputa la justicia de Cristo. Antes de recibir la justificación, el pecador se arrepiente; cree en Cristo y
pide el perdón y la purificación en su nombre. Dios, por su parte, concede perdón por todas las
transgresiones de su ley y las rae completamente e imputa la justicia de Cristo. Dios ya no sigue
considerando impuro al pecador arrepentido sino que lo acepta como su propio hijo” (I. H. Evans, Este
es el Camino:65-66).
Evans sostiene con énfasis su posición de que “la fe solamente salva”. Dice:
“Alguien puede decir que ‘las obras intervienen en la justificación, porque la razón dice que la fe sola
no puede ser suficiente’. Pero en el asunto de la justificación por la fe no seguimos la razón, ni la
lógica, ni cosa alguna con la que el hombre quiera sustituir la palabra escrita de Dios. Las Escrituras
son claras y enfáticas al declarar que para recibir la justificación, las obras no desempeñan parte alguna,
sino que únicamente la fe es aceptable para Dios” (I. H. Evans, Este es el Camino:72).
Para que no haya ninguna duda acerca de la suficiencia de la obra de Dios realizada en beneficio del
hombre, Evans continúa diciendo:
“No puede haber otra justicia asequible a no ser nuestra propia justicia o la justicia de Dios en Cristo.
Pero el profeta declara que ‘todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia’ (Isa. 64:6). No
obstante, cuando aceptamos la justicia de Dios como un don gratuito, tenemos aquello que es perfecto y
santo, aquello que cubrirá a cualquier pecador que lo acepte por fe. Es nuestro atavío de salvación,
nuestro ropaje de justicia, el lino puro con el que son vestidos los santos de Dios. Es el traje de boda
que cubre nuestras transgresiones. La justificación viste al pecador con la justicia de Cristo” ((I. H.
Evans, Este es el Camino:74).
Evans describe con especial claridad el lugar de la fe en el plan de la salvación: “La reconciliación por
el pecado ya ha sido hecha con Dios por medio de Jesucristo su Hijo; sin embargo, a menos que el
pecador crea, esta reconciliación no se aplica a su salvación. No tiene ningún beneficio para el
impenitente. Cristo es el remedio, la expiación, para todo pecado; sin embargo, cada pecador debe tener
fe para que la expiación se aplique a su caso. Moisés levantó la serpiente en el desierto como remedio
para todas las mordeduras de los reptiles venenosos; pero para las víctimas que rehusaban mirar la
serpiente de bronce, el remedio no tenía ninguna eficacia. Se había provisto el remedio para el veneno
mortal, pero nadie se beneficiaba a no ser los que expresaban su fe mirándolo.
En la misma forma, cada pecador debe creer en Cristo como el Hijo de Dios y como su Salvador
personal si es que desea recibir los beneficios de la cruz. La bendición de Dios prometida en Cristo se
le da al pecador por medio de la fe. Él cree, y recibe de acuerdo con su fe. Es tan esencial que el
cristiano reciba la justificación por la fe que no es posible insistir demasiado en su importancia” (I. H.
Evans, Este es el Camino:124).
En 1941, W. H. Branson escribió un libro pequeño titulado Cómo Son Salvados los Hombres. En él se
resume como sigue la obra de la justificación y la santificación de Dios:
“Hay una obra de Cristo para el hombre y existe una obra de Cristo en el hombre y por medio de él.
Mientras Cristo estuvo en la tierra, hace 19 siglos, guardó la ley del Padre por nosotros, a fin de poder
imputarnos su observancia de la ley y de poder cubrir nuestro pasado pecaminoso (Ver Rom. 3:25).
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Después de nuestra conversión, sin embargo, él desea mantener esta ley en y por medio de nosotros,
produciendo así en nuestra carne la misma clase de obediencia que se produjo en su carne cuando él
estuvo en el mundo. Puesto que él es el mismo ayer, hoy y para siempre, su vida es la misma
dondequiera que se manifieste” (W. H. Branson, Cómo Son Salvados los Hombres:56-57).
L. H. Christian publicó en 1947 un libro titulado Los Frutos de los Dones Espirituales. Aunque el tema
consistía en la influencia y la dirección de Ellen White en la IASD, dedica un capítulo al Congreso de
la Asociación General realizado en Minneapolis en 1888 y al reavivamiento que siguió después de él.
Christian describe como sigue el periodo de la historia adventista anterior a 1888:
“Durante los primeros treinta años de nuestra historia, nuestros ministros luchaban constantemente
contra los prejuicios y los errores de las iglesias protestantes. Pero la causa adventista prosperó. El
poder de los argumentos era tan convincente que la gente comenzó a comprender que los adventistas
tenían razón, y que no podían ser derrotados en el debate. Un resultado de esto fue que muchas
personas se unieron a nuestra iglesia, pero también produjo un peligroso sentimiento de seguridad y de
complacencia propia.
Muchos teólogos han defendido la justicia por la fe y otras verdades básicas como credo o teoría. Han
argüido y razonado en torno a ella, pero sin conocerla como una experiencia viviente que produce
liberación y gozo en sus propias almas. Para ellos la fe era más o menos un asentimiento intelectual.
Casi sin saberlo ellos mismos derivaron hacia el legalismo. Tal era nuestra condición, en gran medida,
antes del encuentro de Minneapolis.
En la historia de la iglesia remanente, la última parte de la década del 70 y casi toda la década del 80
fue un periodo de tibieza espiritual. A veces parecía como si el primer amor y el anhelo de la segunda
venida estuviesen desapareciendo. Aunque nuestros dirigentes se aferraban a las doctrinas del mensaje
y aunque se ganaban nuevos conversos, se advertía una marcada escasez espiritual. Esta tendencia
hacia la religión formal y sin poder, en realidad se estaba tornando alarmante” (L. H. Christian, Los
Frutos de los Dones espirituales:221).
Con respecto a los resultados de las reuniones de 1888, declara: “
“Aunque el Congreso de Minneapolis fue tormentoso, el fruto que produjo fue muy animador. Como
ya se dijo, señaló el comienzo de una nueva era de despertamiento y crecimiento espirituales” (L. H.
Christian, Los Frutos de los Dones espirituales:237).
Esta evaluación puede aceptarse con tal que el lector recuerde que el fruto no fue del todo animador.
Después de describir el Congreso de 1888 y sus consecuencias, Christian vuele su atención a la
doctrina en cuestión:
“Algunos pueden preguntar: ¿Qué era esta enseñanza de la justicia por la fe que llegó a ser la causa
principal del gran reavivamiento adventista, tal como la enseñaban y la destacaban la Sra. White y
otros? Era la misma doctrina que Lutero, Wesley y muchos otros siervos de Dios habían estado
enseñando. Esto se ve fácilmente cuando se leen los artículos de la Sra. White publicados en nuestras
revistas durante muchos años, y también sus libros mayores. La salvación únicamente por la fe es
expresada admirablemente en el pequeño libro El Camino a Cristo, publicado por primera vez en 1892.
también es expresada poderosamente en libros como El Discurso Maestro de Jesucristo, Palabras de
Vida del Gran maestro, y por encima de todo, en ese libro grandioso titulado El Deseado de Todas
Gentes” (L. H. Christian, Los Frutos de los Dones espirituales:239).
En forma general, es correcta la declaración de Christian según la cual la doctrina adventista de la
justificación por la fe es “la misma doctrina de Lutero y Wesley, y que muchos otros siervos de Dios
habían estado enseñando”. Hay que hacer notar, sin embargo, que había importantes matices de
diferencia entre las enseñanzas de Lutero las de Wesley. La enseñanza de la Sra. White se aproximaba
más a la de Wesley. Si la enseñanza adventista de esta doctrina es única en algún respecto, lo es en el
énfasis sobre la justicia por la fe que a la transacción de la justificación por la fe. Esto es algo inherente
a la enseñanza protestante en general, pero no siempre se destaca. En los libros de la Sra. White, este
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énfasis no conduce a un perfeccionismo, aunque las enseñanzas de algunos predicadores y escritores


adventistas parecen inclinarse en esa dirección.
En 1947, M. L. Andreasen publicó un librito titulado Siguiendo al Maestro. El tema del libro es una
explicación de los diversos pasos implicados en el proceso de convertirse en un cristiano. Después de
emplear en forma eficaz la parábola del hijo pródigo – la descripción más gráfica de la salvación por la
fe que hay en las Escrituras – Andreasen hace este llamamiento:
“De modo que, alma desanimada, quienquiera que usted sea, debe saber que Dios la ama. Sepa que él
manifiesta con canciones su gozo por usted. Sepa que no hay pecados que él no pueda y no quiera
perdonar. Sus pecados pueden ser como la grana. Pueden ser de un subido tono rojo. Usted puede haber
estado metido en la inmundicia y haber estado con los cerdos. Pero si tan sólo se vuelve hacia Dios, él
la perdonará, no a regañadientes, no de mala gana, sino en forma plena, gratuitamente y por completo.
No agravie a Dios rehusando creerle. Acepte, crea y obre, y suya será la abundante bendición de Dios.
Tenga fe en Dios” (M. L. Andreasen, Siguiendo al Maestro:50).
En 1949 se publicó un libro acerca de la historia denominacional escrito por Arthur W. Spalding y
titulado Capitanes de las Huestes. En esta obra, Spalding trata ampliamente de los personajes y los
asuntos de la época de 1888. concerniente a Jones y Waggoner dice:
“Estos dos eran diferentes como fruto de huerto regado y manzanas de secadal, y sin embargo
trabajaron juntos en estrecho compañerismo y colaboración. El joven Waggoner no era como su padre,
alto y macizo; era bajo de estatura, delgado, airoso y afable. Jones era un hombre alto y anguloso, de
marcha rápida y de gestos y actitudes rudos. Waggoner era un producto de los colegios, con una cabeza
leonina repleta de conocimientos y con una lengua de plata. Jones era mayormente autodidacta, un
converso encontrado cuando era soldado en el ejército de los Estados Unidos, quien había estudiado día
y noche para reunir una enorme cantidad de conocimientos históricos y bíblicos. No sólo era áspero por
naturaleza, sino que también había cultivado una manera de hablar y de actuar singulares, porque había
descubierto tempranamente que esto constituía una ventaja frente a sus auditorios. Pero estos dos se
encendieron juntos con la llama del Evangelio, y se suplementaron y se reforzaron mutuamente en su
obra de prender fuego a la iglesia” (Arthur W. Spalding, capitanes de las Huestes:590-591, 1949).
Spalding presenta en la forma siguiente las implicaciones teológicas de la justificación por la fe:
“Sin duda alguna, los padres de la causa del segundo advenimiento creían en la gracia expiatoria de
Cristo como único medio de salvación. Esto fue reconocido por Andrews, Waggoner, Smith,
Loughborough, Cottrell y Jaime White. Y probablemente cada miembro daba su asentimiento a esto.
Sin embargo, como muchos daban por sentada esta doctrina básica, en lugar de darle énfasis como una
verdad dominante, ésta se perdió de vista en gran medida. Se tendía al legalismo. ‘Por cierto que Cristo
nos salva, pero quienquiera que transgreda el Sábado voluntariamente no puede ser salvo’. Esto
constituye una media verdad puesta sobre una base insegura. La implicación era que cualquier persona
que observase el séptimo día como día de reposo, por ese mismo hecho ganaba una parte de su
salvación; por lo tanto, se salvaba por sus obras – con la ayuda de Cristo. Es verdad que la transgresión
del Sábado es una evidencia de una condición no regenerada; pero la condición irregenerada viene
antes de la transgresión del Sábado, y es ese estado de irregeneración, antes que las obras que produce,
lo que impide la salvación. El hombre irregenerado no tiene poder para guardar la ley. Primero debe
recibir a Jesús; después de esto será un hombre nuevo, y a ello seguirá la observancia de la ley. Porque
la recepción del amor y la vida de Cristo en el alma, inclina al hombre hacia la ley de Dios, incluyendo
el cuarto mandamiento, y lo capacita para guardarla. No se salva porque observa el Sábado; guarda el
Sábado porque está salvado; y la observancia del Sábado significa más que solamente guardar ese día.
La maldición de la ley, que es la maldición de Dios, cae sobre los que desobedecen; pero Cristo salva, y
mediante su obediencia impartida lleva al que es salvado fuera de la maldición. ‘Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios’” (Arthur W. Spalding, capitanes
de las Huestes:587-588, 1949).
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Podría argumentarse que Spalding es demasiado optimista en cuanto a los resultados del Congreso de
la Asociación General de 1888. Los párrafos finales de su capítulo en el que trata el tema, sin embargo,
restituyen el equilibrio:
“Pero las décadas del 80 y del 90 vieron el reavivamiento y la restitución al poder de la doctrina
indispensable y fundamental del cristianismo, a saber, que la justificación y la santificación se dan
mediante la recepción de Cristo en la vida. Esta enseñanza se necesitaba desesperadamente por
entonces; y aunque fue enviada a través de instrumentos imperfectos, llegó a ser un mensaje inspirador
que rescató a la iglesia del peligro del legalismo y abrió las mentes a los alcances sublimes del
Evangelio. La última década del siglo vio a la iglesia desarrollarse, mediante el influjo de este
Evangelio, hasta convertirse en una compañía preparada para cumplir la misión de Dios.
No fue ésta una realización definitiva. Así como dos veces antes la iglesia había sido rescatada de la
inactividad y la satisfacción propia por medio de los mensajes del santuario y mediante el mensaje a los
Laodicenses, ahora había sido despertada por el mensaje revivido de la justificación por la fe. Sin
embargo se requiere una renovación constante en la conciencia de la iglesia y de cada individuo.
Porque la satisfacción con la verdad revelada es el peligro peculiar de la iglesia de Laodicea. Los que
piensen estar firmes, tengan cuidado de no caer” (Arthur W. Spalding, capitanes de las Huestes:601-
602, 1949).
Durante los años de 1953 a 1957 se publicó la obra más monumental emprendida alguna vez por los
adventistas: El Comentario Bíblico Adventista. Un estudio de estos tomos revela un énfasis evangélico
en los principios fundamentales del Evangelio. Por ejemplo, en la introducción a la sección
correspondiente a la epístola a los Romanos, el autor declara:
“El tema de la epístola es la pecaminosidad universal del hombre y la gracia universal de Dios que
provee un medio por el cual los pecadores no sólo pueden ser perdonados, sino también restaurados a la
perfección y a la santidad. Este ‘medio’ es la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, quien murió, resucitó y
vive para reconciliar y restaurar” (6CBA:468).
Al comentar Rom. 3:22, el autor continúa diciendo:
“Sin embargo, la justicia no se recibe como una recompensa por nuestra fe en Cristo, sino más bien la
fe es el medio para apropiarse de la justicia. Cuando el creyente en Jesús, lleno de amor y gratitud se
entrega sin reservas a la misericordia y la voluntad de Dios, la justicia de la justificación le es
imputada. Y al continuar él diariamente en esta experiencia de confianza, entrega y comunión, su fe
aumenta, y lo capacita para recibir cada vez más de la justicia impartida de la santificación.
Podríamos decir que la fe es la mano que el pecador extiende para recibir el ‘don gratuito’ de la
misericordia de Dios (Rom. 5:15). Dios siempre está esperando y deseando derramar sobre nosotros
este don, no como una recompensa por algo que hayamos hecho, sino sencillamente a causa de su
propio amor infinito. El don es nuestro para que lo recibamos, y podemos recibirlo ‘por medio de la
fe’” (6CBA:502).
En su exposición de los Gálatas el Comentario declara:
“El tema de la Epístola a los Gálatas es la justificación por medio de la fe en Jesucristo, lo cual presenta
un contraste con el concepto judaico de la justificación por medio del cumplimiento de las "obras"
prescritas en el sistema legal judío. Esta carta ensalza lo que Dios ha hecho mediante Cristo para la
salvación del hombre, y rechaza categóricamente la idea de que una persona puede ser justificada por
sus propios méritos. Ensalza la dádiva gratuita de Dios, en contraste con los esfuerzos del hombre de
salvarse por sí mismo”. (6CBA:931).
En 1957 se dio a la estampa una obra titulada Los ASD Responden Preguntas Sobre Doctrina (QOD) .
Este libro fue escrito como resultado de preguntas formuladas por representantes de grupos evangélicos
en torno a las enseñanzas adventistas. El libro fue preparado por “un grupo representativo de dirigentes,
profesores de Biblia y redactores adventistas”.
En respuesta a una pregunta que implicaba que el núcleo del adventismo es doctrinal y legalista, el
autor replica:
Pág. 89

“El núcleo del mensaje adventista es Cristo y Cristo crucificado. Podemos decir con candorosa
sinceridad que los adventistas sostienen que el cristianismo no es solamente un asentimiento intelectual
a un cuerpo de doctrinas, no importa cuán verdaderas u ortodoxas éstas sean. Creemos que el
cristianismo es una experiencia real con Cristo. El cristianismo es una relación con una Persona –
nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo. Es posible saber mil cosas acerca de Cristo, y sin embargo
no conocerle. Tal situación, por supuesto, deja al cristiano profeso tan lejos de Dios como lo está el
pecador perdido.
“Nosotros, como adventistas, creemos definidamente en la doctrina. Tenemos un cuerpo unificado de
verdades bíblicas. Pero lo que salva es solamente la gracia, mediante la fe en el Cristo viviente. Y en
forma similar, lo que justifica es la libre y bendita gracia. Nosotros también creemos en las obras y en
la plena obediencia a la voluntad y los mandamientos de Dios. Pero las obras en las que creemos, y que
tratamos de hacer, son el resultado o fruto de la salvación, y no un medio de salvación, totalmente o en
parte. Y la obediencia que prestamos es la respuesta amante de una vida que es salvada por gracia. La
salvación nunca se gana; es un don de Dios mediante Cristo. De otro modo, por muy sincero que sea el
esfuerzo, las obras frustran la gracia de Dios (Gal. 2:21).
También creemos que el mundo de hoy necesita un mensaje específico, y que nosotros hemos sido
llamados a tener una parte en su proclamación. Pero, volvemos a decirlo, ese mensaje es simplemente
el Evangelio eterno puesto en el marco de la gran hora del juicio de Dios, la inminente segunda
venida de nuestro Señor, y la preparación de los hombres para encontrarse con Dios. Pero lo que
prepara al pueblo para encontrarse con Dios no es meramente un mensaje de advertencia, sino el
Evangelio que salva. Esta gran verdad fundamental siempre está delante de nosotros, en nuestros
corazones y en nuestros esfuerzos” (QOD:101-102).
En las páginas 105 a 110 aparecen siete puntos bajo el título de “El plan y la provisión de Dios para la
redención”:
1.- “La iniciativa en el plan de salvación es de Dios y no del hombre”.
2.- “Cristo es el único Salvador de la humanidad perdida”.
3.- “El hombre no puede salvarse a sí mismo; en sí mismo y por sí mismo está irremediablemente
perdido”.
4.- “Puesto que el hombre está muerto en el pecado, hasta los impulsos iniciales hacia una vida mejor
deben proceder de Dios”.
5.- “Nada que podamos hacer merecerá el favor de Dios”.
6.- “Aun cuando la salvación es de Dios, se pide una entrega de la voluntad”.
7.- “La vida y la experiencia cristiana constituyen un crecimiento en la gracia”.

Con respecto a la relación de la gracia, la ley y las obras, QOD toma una posición bien definida:
“Ha habido una lamentable incomprensión acerca de nuestra enseñanza sobre la gracia, la ley y las
obras, y la relación que hay entre ellas. Según la creencia adventista no hay salvación, y no puede
haberla, por medio de la ley, o mediante las obras humanas de la ley, sino solamente por medio de la
gracia salvadora de Dios. Este principio es básico para nosotros. Esta provisión trascendente de la
gracia de Dios se destaca tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aunque la verdad de la
maravillosa gracia de Dios alcanza su despliegue máximo y su manifestación más completa en los
tiempos del Nuevo Testamento” (QOD:135).
Luego se describe bellamente la gracia de Dios:
“La ‘gracia de Dios’ ha sido llamada apropiadamente el ‘amor de Dios’; es decir, amor, no tanto en un
sentido general como en un sentido específico; no tanto amor meramente como amor, sino amor en
forma direccional. La gracia es el amor de Dios que fluye, pero no hacia arriba o hacia fuera, sino
hacia abajo. Es esa maravillosa misericordia divina y ese favor inmerecido que fluye del gran corazón
de Dios. Y en forma específica, es su amor el que fluye hacia abajo desde el cielo para derramarse
sobre los pecadores que no lo merecen. Aunque merecemos solamente la ira de Dios, por medio de su
Pág. 90

gracia maravillosa nos convertimos en receptores de este amor, esta gracia, que no merecemos en lo
mínimo” (QOD:138).
Con respecto a la relación que hay entre la gracia y las obras, los autores expresan lo siguiente:
“La salvación no es ahora, y nunca lo ha sido, por la ley o las obras; la salvación es únicamente por la
gracia en Cristo. Además, nunca hubo un tiempo en el plan de Dios cuando la salvación fue por las
obras o el esfuerzo humano. Nada que los hombres puedan hacer, o hayan hecho, puede en modo
alguno merecer la salvación.
Mientras las obras no son un medio de salvación, las buenas obras son el resultado inevitable de la
salvación. Sin embargo, estas buenas obras son posibles únicamente para el hijo de Dios cuya vida es
modelada por el Espíritu de Dios. A tales creyentes es a quienes Juan escribe cuando les ordena
observar los mandamientos de Dios (1 Juan 3:22-24; 5:2-3). Esta relación y esta secuencia son
imperativas, pero a menudo son mal comprendidas o son invertidas …
Una cosa es cierta, el hombre no puede salvarse por ningún esfuerzo propio. Creemos profundamente
que ninguna obra de la ley, ningún esfuerzo por muy encomiable que éste sea, y ninguna buena obra,
sean éstas muchas o pocas, sean éstas realizadas como sacrificio o no, puede en forma alguna justificar
al pecador (Tito 3:5; Rom. 3:20). La salvación se obtiene enteramente por gracia; es el don de Dios
(Rom. 4:4-5; Efe. 2:8)” (QOD:141-142).
En 1960 se publicó el CBA. Los artículos que aparecen en esta obra definen nítidamente la posición
adventista acerca de las doctrinas en cuestión. Los siguientes párrafos son ilustrativos:
“Justificación: En un sentido teológico, es el acto divino por el cual Dios declara justo a un pecador
arrepentido, o lo considera como justo. La justificación es lo opuesto de condenación (Rom. 5:16).
Ninguno de esos términos especifica el carácter, sino solamente una condición delante de Dios. La
justificación no es una transformación del carácter inherente; no imparte justicia como tampoco la
condenación imparte pecaminosidad. Un hombre cae bajo la condenación debido a sus transgresiones,
pero, como pecador, puede experimentar la justificación únicamente por medio de un acto de Dios. La
condenación se gana o se merece, pero la justificación no puede ganarse: es un ‘don gratuito
[inmerecido]’ (verso 16). Dios, al justificar al pecador, lo absuelve, lo declara justo, lo considera como
justo, y procede a tratarlo como a un hombre justo. La justificación es el acto de absolución y la
declaración acompañante según la cual ese estado de justicia existe. Se cancelan los cargos, y el
pecador, ahora justificado, es puesto en una correcta relación con Dios, la que Pablo describe como
‘paz con Dios’ (Rom. 5:1). Este estado de justicia al que el pecador accede por medio de las
justificación es imputado (Rom. 4:22), es decir, le es contado (versos 3-4). Cuando Dios le imputa la
justicia a un pecador arrepentido, en forma figurada coloca la expiación provista por Cristo y la justicia
de Cristo en el haber de su cuenta en los libros del cielo, y el pecador está delante de Dios como si
nunca hubiese pecado …
La justificación es posible a causa de la gracia de Dios, o su disposición a no considerar a los pecadores
culpables debido a sus malas obras a condición de que ellos acepten la justa provisión que él ha hecho
para la remisión de los pecados (versos 24-25), y por virtud de la justicia de Cristo (Rom. 5:18). La
justa provisión es el don de su Hijo, ‘el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado
para nuestra justificación’ (Rom. 4:25; 5:16,18; cf. Juan 3:16). Cuando el pecador acepta por fe la
muerte vicaria de Cristo como justa penalidad por sus propias ofensas, Dios a su turno acepta la fe del
pecador en lugar de su justicia personal y le acredita la justicia de Cristo …
La contraparte y el complemento del acto de gracia de Dios realizado al justificar al pecador, es la fe
del pecador que se extiende para aceptar el don ofrecido (Rom. 5:1-2). El pecador no puede hacer nada
por sí mismo para alcanzar la justificación. Su ejercicio de la fe constituye una confesión de su
incapacidad para alcanzar un estado de justicia por medio de sus propias obras. Dios reconoce su fe y
lo justifica, y, ‘ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús’ (Rom. 8:1) …
La justificación le concede al pecador arrepentido el derecho de entrar en el camino del cielo y de
viajar por él, pero no le proporciona el poder para avanzar por él. Ese poder es impartido por Cristo al
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morar en el interior del hombre (Gal. 2:20), por medio del proceso de santificación que dura toda la
vida. Por la fe en la muerte de Cristo el pecador justificado debe levantarse y andar ‘en vida nueva’
(Rom. 6:4-5). Aunque la justificación no le proporciona al pecador el poder para andar por el camino
de una vida nueva en Cristo Jesús, supone que tal es su intención. En efecto, la justificación sería inútil
si el pecador no se propusiera tal cosa, y a menos que se lleve a cabo esta experiencia no se tiene otra
evidencia de que la justificación haya ocurrido. La vida ulterior atestigua de la realidad de la
justificación. La justificación y la santificación son dos pasos del proceso de la salvación. Una vida en
Cristo implica un crecimiento en la gracia (2 Pedro 3:18), un desarrollo que permita alcanzar la plena
estatura de cristo (Efe. 4:15)” (6CBA:616-617).
Para terminar este examen de las publicaciones adventistas aparecidas de 1926 a 1961, resulta
interesante analizar un libro titulado Treinta Sermones, escrito por H. M. S. Richards, orador de la Voz
de la Profecía. El sermón número siete de esta serie se titula “La Justificación por la Fe”. A
continuación damos una cita tomada de él:
“Veamos tres declaraciones acerca de la forma como los hombres son justificados. Primero somos
justificados por la gracia de Dios. ‘Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos
conforme a la esperanza de la vida eterna’ (Tito 3:7).
Segundo, somos justificados por su sangre. ‘Mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él
seremos salvos de la ira’ (Rom: 5:9).
Tercero, somos justificados por la fe. Leemos en Rom. 3:28 que: ‘Concluimos, pues, que el hombre es
justificado por fe sin las obras de la ley’.
La gracia es la parte que Dios desempeña en la justificación; la sangre es la parte que Cristo tiene en la
justificación; la fe es nuestra parte en la justificación. La gracia es la base de la justificación; la sangre
de Cristo es el medio de la justificación; le fe es el modo como se efectúa la justificación. Es
completamente imposible que alguien sea justificado por las obras o por la obediencia a los
mandamientos o por hacer el bien. Leamos esta llana declaración realizada por el apóstol:
‘Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley,
por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado’ (Gal. 2:16).
Esto es claro y fácil de comprender: ‘Por las obras de la ley nadie será justificado’. La justificación es
la obra de Dios, y no del hombre, y a esto se debe que no podamos ser justificados por ninguna cosa
que hagamos. Somos pecadores. Si comenzásemos en este momento a vivir en perfecta armonía con la
ley de Dios, aun no seríamos capaces de borrar los pecados del pasado. Pero no podemos vivir en
perfecta armonía con la ley de Dios valiéndonos de nuestro propio poder, por mucho que procuremos
hacerlo. Por lo tanto, ‘por las obras de la ley nadie será justificado’” (H. M. S. Richards, Treinta
Sermones:50-51).
Las fuentes de información examinadas en este capítulo constituyen tan solo una pequeña parte del
material publicado acerca de la doctrina de la justificación por la fe. Cientos de artículos publicados en
revistas adventistas predican el mismo mensaje. Cada año el número de la Review and Herald dedicado
a la Semana de Oración, contiene por lo menos un artículo acerca de la salvación para ser leído en
todas las iglesias. Miles de sermones se predican acerca del tema desde cientos de púlpitos.
Probablemente ninguna fuente de información ejerza más influencia en la feligresía adventista que el
Folleto de la Escuela Sabática.
Steinweg ha preparado la siguiente lista que muestra el énfasis en doctrinas relacionadas con la
salvación puesto en las lecciones de la Escuela Sabática desde 1921 hasta 1936 (Bruno Steinweg, opus
cit.:60-61, 1948):

Año Trimestre Tema Autor


1921 1 Cristo, nuestro salvador personal W. W. Prescott
2 La obra de Cristo W. W. Prescott
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3 La unión con Cristo W. W. Prescott


4 El reino de cristo W. W. Prescott
1924 3 La vida victoriosa G. B. Thompson
4 La vida cristiana M. L. Andreasen
1925 1-4 La vida de Cristo J. S. James
1926 1-3 La vida de Cristo J. S. James
1927 4 Estudios sobre la vida cristiana J. C. James
1928 3-4 El libro de Isaías M. L. Andreasen
1929 1 El libro de Isaías M. L. Andreasen
1930 4 Epístola a los Romanos M. C. Wilcox
1931 1-2 Epístola a los Romanos M. C. Wilcox
1932 2 La ciencia de la salvación T. G. Bunch
4 La oración del Señor Lynn H. Word
1934 4 El mayor don de Dios (1 Cor. 13) S. A. Wellman
1935 1-4 La vida y las enseñanzas de Jesús Sra. L. Flora Plummer
1936 1-3 La vida y las enseñanzas de Jesús Sra. L. Flora Plummer
4 Doctrinas bíblicas (acerca de la experiencia cristiana) T. M. French

Un examen de los folletos de la Escuela Sabática desde 1937 hasta 1959 revela el siguiente énfasis:

Año Trimestre Tema Autor


1938 4 El plan de salvación W. P. McLennan
1941 4 La experiencia y el crecimiento cristiano E. J. Urquardt
1942 2 Nuestras relaciones espirituales Sra. de E. E. Andross
4 Recorriendo la senda cristiana Comp. del Dpto. E.S.
1945 3 El camino a Cristo T. G. Bunch
1946 1-4 La vida y las enseñanzas de Jesús E. E. Andross
1947 1-3 La vida y las enseñanzas de Jesús E. E. Andross
1948 2-4 Estudio del libro de los Hebreos M. L. Andreasen
1950 1 La oración de nuestro Señor A. W. Chelberg
3 Grandes temas del Nuevo Testamento R. F. Cottrell
1951 3-4 Estudios sobre la creación y la redención R. O. Hoen
1952 3 El Espíritu Santo W. H. Branson
1953 3 El poder de la sangre de Jesús J. I. Robinson
4 La unidad en Cristo: Lecciones de la cena del Señor P. O. Campbell
1954 1 La vida y el servicio cristianos D. E. Rebok
2 El amor T. G. Bunch
3 Estudios doctrinales (se incluye la doctrina de la salv) W. B. Ochs
1955 1 Lecciones de los milagros de Jesús N. F. Pease
3 La gracia redentora J. C. Guenin
1956 1-2 Lecciones del profeta evangélico M. L. Andreasen
3-4 Lecciones de la vida de Cristo W. C. Moffett
1958 1 Las parábolas de Jesús Federico Lee
4 Biografías del Nuevo Testamento R. F. Cottrell
1959 1 Estudios sobre la epístola a los Romanos R. E. Loasby
Grandes temas del Nuevo Testamento R. F. Cottrell
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Esto nos demuestra claramente que ningún alumno de la Escuela Sabática podría estudiar las lecciones
durante un tiempo sin encontrar alguna fase de la doctrina de la justificación por la fe.
Por otra parte, esta doctrina también se enseña en forma sistemática. El plan de estudios del Seminario
Teológico Adventista incluye los siguientes cursos donde se examina específicamente la doctrina de la
justificación por la fe:

“Doctrina de Dios y el hombre”


“Cristología y Soteriología”
“Doctrina de la Trinidad”
“Doctrina del Santuario”
“Doctrina de la justificación por la fe”
“Doctrina de la ley y los pactos”
“Enseñanzas de Jesús”
“Teología Paulina”
“Historia de la doctrina de la justificación por la fe en la Iglesia Adventista”
“Predicando el Nuevo Testamento”
“El sermón evangélico”

Además de estos cursos específicos, todo el plan de estudios y toda la filosofía del Seminario tienen
como centro el Evangelio. Por todos los medios posibles se procura enseñar una teología sólidamente
evangélica.

Resumen.-

A pesar de las copiosas publicaciones acerca del tema, y del esfuerzo constante por hacer énfasis en la
salvación solamente por fe, no podría decirse honradamente que cada adventista comprende estas
grandes verdades. Hay miembros de iglesia sinceros que dan por sentado aquello a lo que le han dado
poca consideración. Aceptan a Cristo como su Salvador sin saber exactamente lo que eso significa, y
tienen un conocimiento sorprendentemente fragmentario acerca de temas como la fe, la gracia y la
salvación. No es que pretendan ser legalistas, sino que tan sólo no han profundizado en esos conceptos.
El ministro evangélico tiene el deber de mantener a Cristo constantemente delante de esas personas
para que lleguen a apreciar la salvación obtenida para ellos a un precio tan elevado.
El problema del adventismo del siglo XX es diferente del problema del adventismo del siglo XIX. En
el Congreso de la Asociación General realizado en 1888, la justificación por la fe había sido desplazada
en gran medida por el énfasis puesto en otras doctrinas … Durante años los libros y las revistas
adventistas habían estado llenos de largos y sólidos artículos acerca del Sábado, la ley, el estado de los
muertos, las profecías y temas afines.
Hoy el problema ha cambiado. Sólo pocas veces encontramos actualmente una insistencia excesiva en
la doctrina. Algunas veces quisiéramos ver un mayor interés en las ideas y las convicciones más firmes
concernientes a la verdad básica. Artículos que habrían sido leídos ávidamente hace 75 años, hoy
apenas reciben atención. La primacía de la fe en Cristo hoy no está siendo desafiada por un énfasis
excesivo en la doctrina, sino más bien por un énfasis exagerado en el institucionalismo. Actualmente la
iglesia está sumamente ocupada con la organización, con las instituciones médicas, con las
instituciones educacionales, con la expansión mundial, con la construcción de iglesias y con el
evangelismo. Todas estas actividades son buenas, pero siempre nos acecha la posibilidad de que Cristo
quede fuera de los edificios que hemos construido. Demos gracias a Dios porque, si está afuera, está
llamando a la puerta y pidiendo ser admitido para ocupar el lugar que le corresponde. Es fácil que la
religión llegue a convertirse en una gran empresa en la que los dirigentes desempeñen la parte de
administradores antes que de guías espirituales; en la que los clérigos se rebajen al lugar de vendedores
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de la organización; y en que la feligresía y el público actúen como clientes. Muchas organizaciones


religiosas luchan con este peligro cuando maduran. El único remedio consiste en poner constantemente
de relieve a Cristo y las grandes verdades inspiradas de su Evangelio.

Cuarta Parte: Conclusión

Capítulo 11: Vislumbre del Futuro

En muchos casos, iglesias que habían comenzado con un profundo énfasis evangélico, con los años
perdieron una parte de su fervor. La influencia de los cambios ocurridos en las pautas del pensamiento
teológico y filosófico con frecuencia ha producido una posición acomodaticia en lo que atañe a
doctrinas evangélicas básicas tales como la divinidad de Cristo, el nacimiento virginal, la resurrección
corporal, la expiación, etc. Como resultado de esto, en algunas iglesias casi nunca se escucha hablar
acerca de los temas de la gracia y la fe en su marco evangélico.
Los ASD presentan una variación interesante en la tendencia usual existente entre los cuerpos
religiosos. En sus primeros días, el adventismo hacía mucho énfasis en las doctrinas distintivas de la
iglesia. La corriente de pensamiento tendía a ser legalista. La historia adventista muestra un creciente
énfasis sobre las verdades evangélicas, atribuible mayormente a la influencia de Ellen White cuyos
escritos se ubican definidamente en el lado de la ortodoxia evangélica, y han servido para corregir la
posición legalista sostenida por algunos de sus contemporáneos.
Una denominación religiosa que con el paso de los años se torna más evangélica constituye un
fenómeno notable. Un estudio más reflexivo acerca de las doctrinas de la iglesia revela que esas
creencias se arraigan profundamente en el Evangelio. Una creciente comprensión de este hecho ha
puesto en primer plano las grandes verdades de la fe cristiana.

El evangelio y la segunda venida de Cristo.-

La perspectiva del adventista siempre está coloreada por su espera de la venida de su Señor. Si esto no
fuera así, dejaría de ser un adventista. Él no espera el advenimiento de muchos siglos de historia, por lo
tanto su pensamiento y sus planes están motivados por una urgencia inspirada por sus creencias.
algunas veces él puede olvidar que la “obra no terminada” de la que los adventistas hablan con
frecuencia es más que un asunto que implica el establecimiento de nuevas estaciones misioneras y la
ganancia de nuevos conversos. La inminente venida de Cristo constituye un desafío a comprender y a
enseñar el Evangelio, porque su segunda venida es la consumación del Evangelio. Con seguridad que la
Sra. White tenía esto en mente cuando dijo:
“A medida que nos aproximamos al fin del tiempo, la corriente del mal correrá cada vez con más
fuerza hacia la perdición … Deberíamos dedicarnos al estudio del plan de salvación a fin de
comprender el grado elevado en que Jehová ha estimado la salvación del hombre” (RH, 7 de Octubre
de 1890).
El Evangelio que predicamos es muy abarcante. Incluye la preexistencia, la encarnación, la vida, la
muerte, la resurrección, la ascensión, el ministerio celestial, y la segunda venida de Cristo. Sin la
segunda venida, el Evangelio es incompleto. Es imposible reconciliar la idea de un mundo pecador que
se destruye a sí mismo o que dura infinitamente en esa condición, con la enseñanza bíblica de un Dios
de amor. El plan divino de salvación debe incluir un remedio para el problema del pecado; no sólo para
los individuos sino también para el universo. La segunda venida de Cristo es más que un asunto de
cumplimiento profético especulativo, es una parte esencial del Evangelio de salvación. Una iglesia que
crea realmente en la pronta venida de Cristo debería tener una poderosa motivación para llegar a
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conocer mejor a Cristo y su Evangelio. Por otra parte, sería un contrasentido predicar la venida de un
Cristo a quien la iglesia no conoce como su Salvador.

El evangelio y el sábado.-

Una mirada hacia el futuro revela un interés renovado en la doctrina del Sábado. Recientemente un
nuevo énfasis puesto en la vigencia de las leyes dominicales juntamente con decisiones significativas
de la Corte Suprema acerca de este asunto han actualizado el problema. Una minoría que va creciendo
en tamaño e influencia defiende el Sábado, séptimo día, como día de reposo, y a medida que surgen
nuevas iglesias adventistas e instituciones en todo el mundo, la atención del público es atraída hacia
este asunto.
Es necesario recordarle a esta generación que el Sábado no es básicamente una cuestión sociológica
sino teológica. Kart Barth, en relación con una discusión acerca de la creación, realiza el siguiente
comentario concerniente al Sábado:
“Y la razón por la cual él no llevó a cabo más actividad en el séptimo día es que ha encontrado el
objeto de su amor y ya no necesita realizar obras adicionales” (Kart Barth, Dogmatismos de Iglesia
III:215).
“El que Dios haya reposado en el séptimo día y que haya bendecido y santificado este día es la primera
acción divina que el hombre tuvo el privilegio de presenciar; y que él mismo guardase el Sábado con
Dios, completamente libre de trabajo, es la primera orden que se le dio, la primera obligación que se le
impuso” (Kart Barth, Dogmatismos de Iglesia III:219).
“El contenido de este acontecimiento del séptimo día era la revelación de la verdadera deidad, del amor
y la libertad genuinos del Creador. En esta revelación hecha por él mismo de su verdadera divinidad, él
se unió con el mundo que había creado. La terminación y el remate de toda la creación quedaron
sellados por el hecho de que él, como el que era, que es y que será, se asoció en su reposo con la
creación en la forma más plena posible” (Kart Barth, Dogmatismos de Iglesia III:216).
Barth justifica la observancia del domingo en lugar de la del Sábado mayormente basándose en la idea
de que ¡el séptimo día de la creación de Dios fue el primer día del hombre! La lógica de esta posición
nos parece que es insostenible, pero debemos recordar que los principios de la interpretación profética
de Barth son menos flexibles y menos históricos que los nuestros. Es significativo el hecho de que
Barth reconoce la importancia de la creación en la teología, y que también reconoce el lugar que ocupa
el Sábado en la acción creativa de Dios.
Uno de los primeros defensores adventistas del Sábado expresó la importancia teológica del Sábado
con las siguientes palabras:
“Como monumento recordativo de la creación, el Sábado siempre nos recuerda la verdadera razón por
la que debemos tributar culto a Dios; es decir, porque él es el Creador y ha creado todas las cosas por
medio de Cristo. El Sábado, correctamente comprendido está en el fundamento mismo del culto divino,
y enseña esta gran verdad en una forma impresionante, que no puede ser enseñada por ninguna otra
institución. El verdadero fundamento de todo culto yace en la distinción entre el Creador y la criatura.
El Sábado semanal fue dado como un recordativo constante de este hecho, con el propósito de que
nunca caducase o fuese olvidado” (J. N. Andrews y L. R. Conradi, Historia del Sábado:810, 1912).
El adventismo guarda el Sábado por una razón comparable a la que induce a la mayor parte de los
cristianos, incluyendo a los adventistas, a celebrar el servicio de la Comunión. La teología adventista le
atribuye un lugar importante a la creación como base de la responsabilidad humana y la razón del culto.
El énfasis adventista en la creación induce a rechazar las cosmologías que no incluyen la creación. El
Sábado, para el adventista, es un recordativo de la creación, así como el servicio de la Comunión es un
recordativo de la redención. Desde el punto de vista del hombre, la creación y la redención son los dos
actos divinos más importantes, y el Sábado y la Cena del Señor ayudan a interpretar y a conmemorar
esos actos. El Sábado entró en vigencia cuando la creación quedó terminada, y la Cena del Señor fue
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instituida en relación con los acontecimientos que hicieron posible la redención. Estas instituciones
permanecerán inamovibles durante tanto tiempo como sea necesario recordarlas. Esto no quiere decir
que el Sábado tenga un significado sacramental.
El futuro debería profundizar la comprensión del significado del Sábado, no como un requerimiento
legal, sino como un recordativo de la creación instituido divinamente. Cuando se comprenda esto, la
observancia del Sábado no parecerá más “legalista” que la participación en la Comunión.

El evangelio y el juicio.-

Los adventistas han sido criticados severamente por su doctrina acerca del “juicio investigador”
(QOD:402+). Algunos han caricaturizado nuestra posición para dar la impresión de que creemos que
Dios está empeñado en un proceso de teneduría de libros celestial, y que la salvación del hombre
dependerá de los débitos y los créditos que figuren en su cuenta. Nosotros mismos podemos tener, en
nuestros momentos menos reflexivos, este mismo concepto del juicio.
¿Cuál es el contenido real de nuestra creencia cuando proclamamos el mensaje de “la hora de su juicio
ha llegado”? (Apoc. 14:7). ¿Cuál es la razón de este juicio, y cuál es el criterio por el que el hombre es
juzgado? La respuesta se sugiere en la siguiente declaración:
“A todos los que se hayan arrepentido verdaderamente de su pecado, y que hayan aceptado con fe la
sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio, se les ha inscrito el perdón frente a sus nombres en los
libros del cielo; como llegaron a ser partícipes de la justicia de Cristo y su carácter está en armonía con
la ley de Dios, sus pecados serán borrados, y ellos mismos serán juzgados dignos de la vida eterna”.
(CS:537).
Según esto, todo el concepto del juicio investigador reposa sobre la premisa de que el hombre se salva
únicamente por fe. Esta doctrina del juicio investigador es un correctivo para las interpretaciones
extremas calvinistas según las cuales la salvación se logra por decreto divino. Figuradamente se
presenta a Dios como “investigando” para determinar si un hombre está salvado o perdido. Él procura
“saber” – hablando humanamente – si in individuo se ha “arrepentido” y ha “aceptado con fe la sangre
de Cristo como su sacrificio expiatorio”. Todo aquel que haya satisfecho estos requerimientos ha sido
perdonado y ha recibido la “justicia de Cristo” que se ha manifestado en un carácter aceptable. Esto es
tan solo otra manera de describir la operación del Evangelio. Es una forma gráfica de mostrar la
necesidad absoluta de tener fe en Cristo como la base de la salvación.
Es también significativo que esta “investigación” ocurra justamente antes de la segunda venida de
cristo. Tal como se hizo notar anteriormente, el advenimiento de Cristo es la consumación del plan de
salvación. Es a su venida cuando recibe el fruto de su sacrificio realizado en beneficio del hombre. Pero
en los concilios eternos de Dios ha sido decretado que la salvación sea solamente por fe. Los que
tengan una parte en la resurrección que se efectuará a la venida de Cristo serán únicamente los que
hayan creído en Jesús. Los que sean trasladados de entre los vivos igualmente habrán sido salvados por
fe. En vista de los principios básicos del plan de salvación, Dios debe “certificar” – usamos este
término a falta de uno mejor – que cada persona salvada es salvada solamente por fe. Esta
demostración de la integridad de su plan él la somete a la consideración de todos los seres inteligentes
del universo que ha creado. En la siguiente declaración se alude a este aspecto del juicio:
“Pero el plan de redención tenía un propósito todavía más amplio y profundo que el de salvar al
hombre. Cristo no vino a la tierra sólo por este motivo; no vino meramente para que los habitantes de
este pequeño mundo acatasen la ley de Dios como debe ser acatada; sino que vino para vindicar el
carácter de Dios ante el universo”. (PP:55).
Dios se propone que aquellos que recorran las “calles de oro” y que estén sobre el “mar de vidrio” sean
los que hayan sido purificados por “la sangre del Cordero”. Nadie estará allí por sus obras. Nadie estará
allí por su nacionalidad, raza o afiliación religiosa. Ningún habitante de la tierra merecerá estar allí. El
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“juicio investigador” nos enseña que Dios ha puesto una norma. Los salvados serán los que por la
gracia de Dios y por su fe hayan sido redimidos.
Debe reconocerse, además, que el Evangelio eterno por el cual los hombres son salvados en el tiempo
del juicio, es el mismo Evangelio por el que los hombres han sido salvados en todas las épocas. En el
Congreso de la Asociación General de 1891 E. J. Waggoner predicó una serie de sermones sobre la
epístola a los Romanos. En su último sermón realizó la siguiente declaración significativa concerniente
al Evangelio y al mensaje del juicio:
“Tal vez algunos de los presentes no han comprendido el hecho de que las lecciones que hemos estado
estudiando durante las últimas doce noches acerca del libro de Romanos, no han sido otra cosa que el
mensaje del tercer ángel. Esta noche quiero mostraros que el mensaje del tercer ángel está resumido en
la predicación del apóstol Pablo según lo muestra 1 Cor. 2:2. ‘Pues me propuse no saber entre vosotros
cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado’. Eso era todo lo que Pablo predicaba, y su
predicación era poderosa. Él dice: ‘Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el
testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría’. ‘Y ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de
poder’ (1 Cor. 2:1,4).
Pablo describe en 1 Cor. 1:17-18 las cosas acerca de las que predicaba …, cuando Pablo predicó entre
los corintios, predicó únicamente a Cristo y a él crucificado, y eso era el Evangelio. Y ese Evangelio –
la cruz de Cristo – es el poder de Dios para salvación a todos los que creen.
Ahora surge esta pregunta: ¿Era esta predicación de Pablo semejante al mensaje del tercer ángel, o al
triple mensaje angélico que nos ha sido encomendado? ¿Difería su predicación de la nuestra? Si difería,
¿estamos predicando lo que deberíamos predicar? En otras palabras, ¿debería nuestra predicación
abarcar alguna otra cosa fuera de lo que el apóstol Pablo tenía? Si contiene algo adicional, entonces no
importa qué sea ello, deberíamos abandonarlo tan pronto como podamos. Veamos ahora por qué:
‘Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro Evangelio diferente del que os hemos
anunciado, sea anatema’. Esta es una declaración bien fuerte, pero él la repite y hace hincapié en ella:
‘Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: si alguno os predica diferente Evangelio del que
habéis recibido, sea anatema’ (Gal. 1:8-9)…
Dejaremos esto para volver a Apoc. 14:6-7, donde leemos: ‘Vi volar por en medio del cielo a otro
ángel, que tenía el Evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu,
lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha
llegado’. Esta es una obra que prepara a los hombres para el juicio final, y es por lo tanto una obra que
contiene todo lo necesario para la perfección del hombre, como lo vimos en el versículo 12. Pero ese
mensaje no es nada más ni nada menos que el Evangelio eterno. El segundo ángel iba con el primero y
el tercero acompañaba a los otros dos, y los tres juntos hacían resonar el mensaje.
Surge esta pregunta: Si el tercer ángel vino y añadió su voz a la proclamación de los dos primeros
ángeles, ¿no tenemos nosotros algo más que proclamar al mundo de lo que tenían los que trabajaron
bajo el mensaje del primer ángel? Bien, ciertamente no podemos tener nada más que predicar que el
Evangelio eterno. El segundo ángel anuncia el hecho de que Biblia ha caído, porque ha apostatado del
Evangelio. Notad que el segundo ángel no tiene una nueva verdad para presentar, sino que tan sólo
ofrece el hecho de que algo ha ocurrido. El tercer ángel tan sólo anuncia el castigo que sobrecogerá a
los hombres que obren apartándose de la verdad anunciada por el primer ángel. Pero el primer ángel
sigue haciendo resonar su verdad, y los tres van juntos; y puesto que los tres proclaman juntos, y el
primero anuncia el Evangelio eterno – que ha de preparar a los hombres para estar sin culpa delante de
Dios – y puesto que el tercer ángel anuncia el castigo que caerá sobre ellos si no reciben el Evangelio
eterno, hay que concluir inevitablemente que todo el mensaje de los tres ángeles constituye el
Evangelio eterno.
Notemos que el primer ángel proclama el Evangelio eterno; el segundo ángel anuncia la caída de todos
los que no obedezcan ese Evangelio; y el tercero pregona el castigo que seguirá a esa caída, y
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sobrecogerá a los que no obedezcan. De modo que el tercero está todo en el primero, es Evangelio
eterno. Si, ese Evangelio eterno lleva consigo toda la verdad. Es el poder de Dios. Ese Evangelio
eterno, recordadlo, se resume en una cosa: Cristo y Cristo crucificado, y por cierto resucitado. No
tenemos otra cosa para proclamar a la gente, seamos predicadores, obreros bíblicos, colportores, o
simplemente gente que en la humilde esfera de su hogar hace brillar la luz. Todo lo que cualquiera de
nosotros puede llevar al mundo es Cristo y Cristo crucificado.
Alguno podrá decir que esto implica un punto de vista extremo. ¿Descartaremos todas las doctrinas que
hemos predicado: el estado de los muertos, el Sábado, la ley y el castigo de los impíos? ¿Descartarlas?
No; de ninguna manera. Predicadlas en tiempo y fuera de tiempo; pero al mismo tiempo no prediquéis
otra cosa sino a Cristo, y a Cristo crucificado. Porque si predicáis aquellas cosas sin predicar a Cristo y
a Cristo crucificado, ellas son privadas de su poder, porque Pablo dice que Cristo lo envió a predicar el
Evangelio, no con palabra de humana sabiduría, para que el Evangelio de la cruz no sea hecho vano. La
predicación de la cruz, y solamente eso, es el poder de Dios. Vuelvo a decirlo, el Evangelio es el poder
de Dios y la cruz es el centro del Evangelio. ‘Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro
Señor Jesucristo’ (Gal. 6:14). Para Pablo no había otra cosa digna de gloriarse en ella, fuera de la cruz
de Jesucristo su Señor” (E. J. Waggoner, General Conference Daily Bulletin:239-240, 1891).
Hay solamente un Cristo, un Dios, una fe, una expiación, una redención. El advenimiento de la hora del
juicio no cambia la forma como los hombres son salvados.

Un ruego.-

Cuando predicamos, como adventistas, nuestro mensaje al mundo, que éste sea “la verdad que está en
Jesús” (Ev:227). No basta embellecer nuestras doctrinas mencionando ocasionalmente a Jesús y el
Evangelio. Cada doctrina digna de aceptarse debe estar firmemente arraigada en el Evangelio. Así
únicamente los que aceptan las doctrinas también experimentarán la conversión. En un sermón
predicado en el Congreso de la Asociación General, la Sra. White declaró:
“He visto que valiosas almas que habrían abrazado la verdad se han alejado de ella a causa del trato que
se le ha dado a la verdad: porque Jesús no estaba en ella. Esto es lo que os he estado suplicando todo el
tiempo: debemos tener a Jesús” (Minneapolis, 24 de Octubre de 1888).
En otra ocasión, ella escribió: “Entre todos los cristianos profesos, los ASD deberían destacarse
claramente en la obra de ensalzar a Cristo ante el mundo” (Ev:188). Un mensaje cristocéntrico es la
necesidad más grande de nuestro mundo.
La doctrina de la justificación por la fe no sólo constituye el núcleo del evangelismo, sino también la
solución para los problemas de la iglesia. Nos preocupa la apostasía. Una persona puede cambiar de
parecer acerca de una doctrina, puede perder su entusiasmo por un determinado sistema de vida, pero si
llega a conocer a Cristo, es probable que exclame lo mismo que Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabra de vida eterna” (Juan 6:68). Nos lamentamos a causa de las normas inferiores de la ética
cristiana, pero el que conoce a Cristo como su Salvador ha encontrado el incentivo más poderoso para
vivir rectamente. Procuramos estimular a los miembros de la iglesia para que participen en el servicio
cristiano, pero el estímulo más eficaz para la actividad misionera es la lealtad al Cristo que nos ha
salvado. Procuramos desalentar el fanatismo por una parte y la indiferencia por la otra, pero la mayor
fuente de equilibrio para el cristiano es Cristo morando en el interior.
Una cosa es reconocer la necesidad de un mayor énfasis en la justificación por la fe, pero otra cosa muy
distinta es encontrar el mejor método para satisfacer esa necesidad. De tiempo en tiempo han surgido
entre los adventistas personas que han estado sinceramente preocupadas por darle un mayor énfasis al
Evangelio, pero que han estado desacertadas en sus sugestiones acerca de la forma a seguir en la
predicación del Evangelio.
Entre tales personas se destacan las que tienen un espíritu crítico y que ven únicamente los fracasos de
la iglesia, sin acertar a ver sus realizaciones. Mientras lamentamos nuestro descuido de las grandes
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verdades evangélicas, agradecemos a Dios por los hombres y las mujeres nobles que han destacado
estas verdades a lo largo de los años. También encomiamos al grandioso ejército constituido por los
miembros de la iglesia que conocen a Cristo como un Salvador personal y que han sido justificados
solamente por fe. Estamos agradecidos por el creciente énfasis sobre la justificación por la fe
evidenciado en los últimos 40 años; y aunque no hemos hecho todo lo que deberíamos haber realizado,
no por eso dejamos de ver el progreso que se ha alcanzado.
“Revestida de la armadura de la justicia de Cristo, la iglesia entrará en su conflicto final. ‘Hermosa
como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden’ (Cant. 6:10), ha de salir a
todo el mundo, vencedora y para vencer” (PR:535). A pesar de los críticos, el futuro es brillante.
Hay otras personas que han procurado establecer una fórmula mediante cuya aplicación la iglesia
experimente un grandioso reavivamiento acerca de la justificación por la fe. Algunos han recomendado
que se hagan nuevas ediciones de las obras de Waggoner y Jones, los líderes del movimiento de 1888.
reconocemos que esos hombres realizaron una gran obra en sus días. Pero después de leer cientos de
páginas de sus escritos y sermones publicados, estamos convencidos de que éstos no dicen nada que no
haya sido mejor expresado en El Camino a Cristo, El Deseado de Todas las Gentes y otros escritos de
la Sra. White, muchos de los que se publicaron en la misma época en que aparecieron las obras de
Waggoner y Jones. Sus escritos acerca de este tema tuvieron su valor en su tiempo. Los escritos de la
Sra. White tienen valor en todo tiempo.
Debemos recordar también que todos los expositores de la doctrina de la justificación por la fe
obtuvieron sus conocimientos de la misma fuente: la Biblia. Podemos – y debemos – estudiar los
mismos cuatro Evangelios, las mismas epístolas de Pablo y los mismos escritos bíblicos que
constituyeron el fundamento de la obra de Jones, de Waggoner, de la Sra. White y de todos los demás
que han predicado el Evangelio en su pureza. Las grandes verdades de la redención fueron reveladas
por Dios a través de Cristo, y esta revelación ha sido conservada en su Palabra, la Biblia. Esta Palabra
es una herencia de todos, y es suficiente para iluminar a cualquiera que desee conocer el camino de la
salvación.
Otro error serio se ha cometido al confundir la doctrina de la justificación por la fe con un
perfeccionismo sin base bíblica. La Biblia enseña que la vida cristiana debe ser un proceso dinámico de
crecimiento y madurez. Pablo dice; “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea perfecto; sino que
prosigo” (Fil. 3:12). La Sra. White hace el siguiente comentario acerca de este pasaje:
“Existe un notable contraste entre las pretensiones jactanciosas y llenas de justicia propia de los que
profesan no tener pecado, y el sencillo lenguaje del apóstol. Sin embargo fue la pureza y la fidelidad de
su propia vida lo que dio tanto poder a las exhortaciones presentadas a sus hermanos”
(Santificación:86).
“Podían ángeles del cielo registrar las victorias de Pablo mientras proseguía la buena carrera de la fe.
Podía el cielo regocijarse en su resuelto andar ascendente, mientras él, teniendo el galardón a la vista,
consideraba todas las otras cosas como basura. Los ángeles se regocijaban al contar sus triunfos, pero
Pablo no se jactaba de sus victorias. La actitud de ese apóstol es la que debe asumir cada discípulo de
Cristo que anhele progresar en la lucha por la corona inmortal”. (HAp:449).
Esta marcha ascendente ha de ser la suerte de los cristianos hasta el mismo fin, porque leemos:
“Mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos
rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, un lugar al cual podamos llegar y
decir: Alcancé plenamente el blanco. La santificación es el resultado de la obediencia prestada durante
toda la vida”. (HAp:448).
Dios no excusa el pecado, pero perdona al pecador. La norma de Dios es la perfección – y nosotros no
debemos querer que sea inferior a esto – sino que Cristo murió para que el hombre imperfecto pudiese
ser justificado y contar con la ayuda divina necesaria para alcanzar la victoria en las batallas de la vida.
A todos los que consideran el Evangelio como un perfeccionismo estático, quisiera recomendar una
cuidadosa lectura de la siguiente declaración:
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“Jesús ama a sus hijos, aunque ellos yerren. Pertenecen a Jesús y debemos tratarlos como la compra
hecha con la sangre de Cristo Jesús. Toda conducta irrazonable manifestada para con ellos es anotada
en los libros como hecha en contra de Cristo. El mantiene sus ojos sobre ellos, y cuando hacen lo mejor
que pueden, clamando a Dios por su ayuda, estad seguros de que su servicio será aceptado, aunque sea
imperfecto.
Jesús es perfecto. La justicia de Cristo les es imputada a ellos, y él dirá: Quitadle las vestiduras viles, y
vestidlo de ropas de gala (Zac. 3:4). Jesús suple nuestras inevitables deficiencias. Cuando los cristianos
sean mutuamente fieles el uno al otro, veraces y leales al Capitán de las huestes del Señor, y nunca
traicionan lo que se les confió, entregándolo en manos del enemigo, serán transformados conforme al
carácter de Cristo. Jesús morará en sus corazones por la fe (Carta 17a, 1891. Véase también una
declaración similar hecha en 1885, en FO:50)”. (3MS:222-223).
El método de Dios para salvar al hombre es de una sencillez maravillosa. Se adapta a las necesidades
de todos, de los jóvenes y los viejos, de los educados y los ignorantes, de la gente cultivada y de la
sencilla, de los ricos y los pobres. No es misterioso ni esotérico. Exige una sola cosa: la fe. Proporciona
en cambio felicidad, seguridad y vida eterna. Afortunado es el cristiano que aprende el significado de la
gran verdad de que los seres humanos son salvados solamente por fe.
Autor: Norval F. Pease; 1968.

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