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La problemática mundial del hambre atraviesa diversas áreas de la vida cotidiana. Se trata de una
situación que despierta reacciones que exceden el análisis técnico y que son entendibles, dado que
conllevan una realidad ética inaceptable, que le quita la vida a miles de millones de personas y que
tiene una solución compleja pero visible.
También analiza la forma en la que las entidades internacionales (FAO, BM) participan en la solución
del problema, y la importancia de revalorizar conceptos como el de la soberanía alimentaria, entre
otros.
El derecho a la alimentación
Según la ONU, es el derecho a tener acceso, de manera regular, permanente y libre, sea directamente,
sea mediante compra en dinero, a una alimentación cuantitativa y cualitativamente adecuada y
suficiente, que corresponda a las tradiciones culturales de la población a que pertenece el
consumidor y que garantice una vida psíquica y física, individual y colectiva, libre de angustias,
satisfactoria y digna.
La disponibilidad requiere que, por una parte, la alimentación se pueda obtener de recursos naturales
ya sea mediante la producción de alimentos, el cultivo de la tierra y la ganadería, o mediante otra
forma de obtener el alimento, como la pesca, la caza o la recolección. Por otra parte, significa que los
alimentos deben estar disponibles para su venta en mercados y comercios.
Por alimento adecuado se entiende que la alimentación debe satisfacer las necesidades de dieta
teniendo en cuenta la edad de la persona, sus condiciones de vida, salud, ocupación, sexo, etc. La
alimentación con gran densidad de energía y escaso valor nutritivo, que puede contribuir a la obesidad
y otras enfermedades, podría ser un ejemplo de alimentación inadecuada. Los alimentos deben ser
seguros para el consumo humano y estar libres de sustancias nocivas, como los contaminantes de los
procesos industriales o agrícolas, incluidos los residuos de los plaguicidas, las hormonas o las drogas
veterinarias. La alimentación adecuada debe ser además culturalmente aceptable. Por ejemplo, la
ayuda que contiene alimentos que desde el punto de vista religioso o cultural están prohibidos a
quienes los reciben o no se ajustan a sus hábitos de comida no sería culturalmente aceptable.
Panorama del hambre en el mundo
Quienes no consumen suficientes alimentos todos los días padecen debilidad, cansancio, dificultad para
concentrarse y hasta enfermedades por el hambre. Ésta puede causar daños irreparables en la salud
cuando no se reciben todas las vitaminas y los minerales necesarios para que el organismo funcione
bien. Cuando el hambre es extrema, el cuerpo comienza a alimentarse de su propia grasa y tejidos, lo
que conduce a la inanición y a la muerte.
En la actualidad, en el mundo se produce un total de alimentos que alcanzaría para dar comida sana a
toda la población. Es decir, el problema no es la cantidad sino el modo en que se distribuye el alimento.
Influyen también otros factores como las catástrofes naturales.
Las principales causas del hambre son los conflictos territoriales y guerras, la dificultad de acceso a la
tierra, las diferencias de género, el mal uso de los recursos naturales, la corrupción y los efectos de las
políticas macroeconómicas, entre otros.
Los países en desarrollo tienen el 98% de la población subnutrida del mundo. Dos terceras partes de la
misma viven en apenas siete países (Bangladesh, China, República Democrática del Congo, Etiopía,
India, Indonesia y Pakistán) y más del 40% vive tan sólo en China y la India. La región con más
personas subnutridas es Asia y el Pacífico, mientras que la proporción de personas subnutridas es más
elevada en el África subsahariana, con un 30%.
Número de personas subnutridas (en millones)
Grupos de Países:
La FAO estima que en 2010 hay un total de 925 millones de personas subnutridas, en comparación con
los 1023 millones que había en 2009. Son cifras más elevadas que las anteriores a la crisis económica
de 2008 y 2009, y más altas que el nivel de cuando los dirigentes decidieron, en la Cumbre Mundial
sobre la Alimentación de 1996, reducir a la mitad el número de personas que pasan hambre.
La disminución respecto de 2009 se puede atribuir en gran parte a un entorno económico más
favorable –en particular en los países en desarrollo− y a la caída tanto de los precios internacionales
como de los precios internos de los alimentos desde 2008. Sin embargo, esta tendencia a la baja se
está revirtiendo, y puede provocar dificultades adicionales en la lucha para reducir el hambre.
Debido a la escasez de tierras, los agricultores se verán obligados a obtener un mayor rendimiento en
lugar de expandir sus explotaciones. Es aquí donde aparece un elemento fundamental, relacionado con
los pequeños agricultores.
Estos, que suponen alrededor de 2500 millones de personas (más de un tercio de la población mundial)
serán clave para producir la cantidad necesaria de comida. Para eso es preciso fomentar su futura
contribución a la producción de alimentos, que -como consecuencia- también los ayudaría a salir de la
pobreza y la malnutrición.
Por otra parte, la producción alimentaria intensificada supone un aumento de la dependencia con
respecto a los plaguicidas y fertilizantes y un uso excesivo del agua, lo que puede degradar los suelos y
los recursos hídricos. La cantidad de alimentos requerida para cubrir las necesidades de 9000 millones
de personas no se podrá producir sin fertilizantes minerales. Aún así, estos se deberían utilizar con
prudencia a fin de reducir los costos de producción y las repercusiones medioambientales.
Los países en crisis prolongada requieren una atención especial. Estos se caracterizan por conflictos
duraderos o recurrentes y por una capacidad a menudo limitada o reducida para responder a ellos, lo
que agrava los problemas relativos a la inseguridad alimentaria.
Para mejorar la seguridad alimentaria en dicho contexto es necesario ir más allá de las respuestas a
corto plazo con el fin de proteger y fomentar los medios de subsistencia de la población a largo plazo.
Las personas que viven en crisis prolongadas a menudo se ven forzadas a realizar ajustes más radicales
en su modo de vida, que requieren respuestas a largo plazo. Esta interrupción de los medios de
subsistencia tradicionales y los mecanismos de resistencia tiene diferentes implicaciones para los
hombres y las mujeres.
Las crisis prolongadas, provocadas por el ser humano o por repetidas catástrofes naturales, suelen
perjudicar a las instituciones necesarias para contener la crisis y fomentar la recuperación. Las
instituciones locales suelen mantenerse o emerger para cubrir vacíos cruciales cuando las instituciones
nacionales fracasan y podrían desempeñar un papel clave en los esfuerzos dirigidos a solucionar las
crisis prolongadas, pero suelen ser ignoradas por los actores externos.
Los medios de subsistencia agrícolas y rurales son claves para los grupos más afectados por este tipo
de coyunturas. La agricultura representa un tercio del producto interno bruto de los países en crisis
prolongada y dos tercios de su empleo. No obstante, la agricultura solamente recibe el 4 % de la
asistencia humanitaria destinada a dichos países y el 3 % de la asistencia para el desarrollo.
El sistema actual de ayuda emplea la asistencia humanitaria para respaldar los esfuerzos a corto plazo
dirigidos a abordar los efectos inmediatos de la crisis, y la asistencia para el desarrollo en
intervenciones a largo plazo dirigidas a abordar las causas subyacentes. Los ámbitos de intervención
importantes en crisis prolongadas, como la protección social y la reducción del riesgo, suelen estar
financiados deficientemente. En general, el reparto de ayuda en situaciones de crisis prolongada se ve
condicionado por unas estructuras débiles.
Respuestas políticas
Las entidades internacionales y consultoras especializadas coinciden en señalar que es necesario ir más
allá de las políticas a corto plazo. Tanto FAO como el BM y otras entidades de ayuda internacional
plantean la necesidad de programas estructurales como la única solución duradera del problema. Sin
embargo, en los hechos los planes humanitarios siguen atados a la contingencia.
Con frecuencia la ayuda es poca, llega demasiado tarde, y se distribuye de modo desigual y antojadizo.
Muchas veces, el momento elegido para la respuesta humanitaria y la escala de ésta tienen más que
ver con intereses políticos y con la atención generada por los medios de comunicación que con
necesidades humanitarias objetivamente valoradas. Y además el tipo de ayuda suele ser inadecuado.
El 70% de la ayuda alimentaria que distribuye Naciones Unidas consista en productos procedentes del
mundo desarrollado. Esto no es positivo. La ayuda alimentaria no debe servir como instrumento para
apoyar a los agricultores de los países ricos. Cuando el hambre es el resultado de la falta de acceso a
los alimentos como consecuencia de la pobreza, y no de una escasez de alimentos, la ayuda en forma
de dinero, respaldada por medidas para recuperar los medios de vida, puede ser una respuesta más
apropiada, más rápida y menos costosa.
Lo antedicho no significa que deba abandonarse la ayuda de emergencia como plan de acción. Está
claro que la coyuntura no puede ignorarse. Pero al desconocer los objetivos de largo plazo y ocuparse
solamente del hambre hoy, se perpetúa la situación en lugar de encaminarla hacia una resolución.
No existen recetas para una política agraria efectiva. Ésta debe determinarse país por país, mediante
un proceso consultivo en el que participen los gobiernos, la sociedad civil, los donantes, y los propios
productores agrícolas. Sin embargo, un ingrediente fundamental debe ser la inversión adecuada a largo
plazo en programas de desarrollo e infraestructuras rurales, incluyendo el apoyo a organizaciones que
representen a los grupos más marginados. Una importante lección que se extrae de las imperfectas
reformas del mercado introducidas a partir de la década de los 80 por el FMI y el Banco Mundial,
respaldadas por los principales donantes, es la de que los mercados rurales por sí solos no pueden
proporcionar seguridad alimentaria. Es necesaria también la acción estatal. Es necesario que se
multipliquen los esfuerzos para mejorar la calidad de la intervención de los gobiernos, la cual con
demasiada frecuencia ha ido unida a la corrupción y a una capacidad institucional débil.
Consideraciones finales
Aquí, un primer elemento de cambio. El impulso a estos sectores es clave para el problema, porque el
crecimiento de estas unidades productivas contribuye, tanto a la superación de la pobreza de cada una,
como al mejoramiento de la situación general.
Esta es la crítica que se le hace a instituciones como FAO o el BM. La incapacidad para alcanzar los
estándares que ellas mismas habían declarado está motivada, a entender de muchos, en el aumento de
las respuestas de contingencia, y la disminución de programas a largo plazo. Asimismo no lograron que
se respeten las condiciones para garantizar el uso adecuado y con una completa rendición de cuentas
de préstamos y ayuda.
El desafío principal para América Latina es precisamente equiparar un modelo productivo primario en el
cual los alimentos son una fuente de divisas para las economías nacionales con la real distribución de la
riqueza, empezando por resolver la pobreza y el hambre.
Cumplir con este desafío va a colaborar con la instauración del concepto de Soberanía Alimentaria, en
el que cada país puede abastecerse de alimentos de acuerdo con sus necesidades nutricionales,
económicas, culturales y sociales, de acuerdo con políticas propias.
Fuentes
http://www.un.org/es/
http://www.fao.org/index_es.htm
http://www.eclac.org/
Oxfam
http://www.oxfam.org/es
http://www.worldbank.org/