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Valiño, Gabriela
Universidad Católica Argentina
licgv@live.com.ar
Resumen
El análisis de las prácticas educativas desde la Psicología Cultural lleva la atención hacia
la mediación semiótica, y los distintos sistemas de representación por sus implicancias en el
modelamiento de las facultades psicológicas. Las investigaciones en personas escolarizadas y
no escolarizadas revelan que los procesos psicológicos, - funciones ejecutivas, memoria,
atención y comprensión social-, adquieren distintas características en tanto están reguladas a
través de las experiencias culturales. Reconocer que el desarrollo humano es multidireccional y
diverso, no excluye el objetivo de alentar aprendizajes que permitan la participación cultural
en diferentes contextos. Por tal motivo, es necesario analizar las prácticas educativas para
comprender si favorecen aprendizajes habilitantes de nuevas y diversas experiencias, o si por
lo contrario restringen o limitan el acceso a la cultura.
Los estudios del desarrollo en la primera infancia destacan el valor de los distintos
tipos de juego como una actividad compartida, que favorece la aparición de la ficción, la
anticipación y la planificación, la atención focalizada, la regulación emocional y conductual, y la
resolución de problemas. El análisis de las prácticas en escuelas y en barrios en situación de
vulnerabilidad revela restricciones en los tiempos y espacios para jugar, en la cantidad y
variedad de materiales de juego, y una escasa o poco frecuente presencia de adultos que
enseñen a jugar. Asimismo persisten supuestos sobre el juego como una actividad de
naturaleza infantil, lo cual deviene en propuestas que se sostienen solamente en poner a
disposición objetos de juego, sin participación del adulto para la organización de situaciones
compartidas. Las condiciones descriptas obstaculizan el aprendizaje del juego como actividad
sociocultural, y al mismo tiempo impulsan la reflexión sobre las consecuencias de esta
situación para el desarrollo en la infancia.
1
Ponencia presentada en el IV Congreso Internacional Mercedario niñez y adolescencia en riesgo social
y II Congreso Nacional de cautividad y esclavitud. Córdoba, Argentina. Octubre 2014.
Prácticas educativas para la infancia: crianza y escolarización
Todas las sociedades cuentan con estrategias educativas para que las nuevas
generaciones logren los aprendizajes y las habilidades que necesitarán para asumir las
responsabilidades adultas. Estas metas para el desarrollo de los niños dan cuenta de
las expectativas y valores de cada grupo social, y aúnan la herencia cultural y la
posibilidad de cambio. Cada contexto enfatiza determinadas aspectos del desarrollo y
en referencia a esos aspectos que considera relevantes, organiza actividades de
aprendizaje y participación para los niños, orientadas hacia el dominio progresivo de
estas experiencias. “Los grupos sociales, a través de distintas prácticas educativas,
ayudan a sus miembros a asimilar la experiencia culturalmente organizada y a
convertirse, a su vez, en miembros activos y agentes de creación cultural”. (Palacios,
Coll y Marchesi 1994, p.376). Estas prácticas demandan procesos cognitivos integrados,
orientados hacia la comprensión de las situaciones, la participación social y la
resolución de problemas.
Las prácticas de crianza implican sistemas de creencias que se han ido
legitimando en pautas de comportamiento; contienen de modo condensado
concepciones acerca de la infancia, la asimetría en las relaciones con los más pequeños,
los roles y funciones ligados al género, la interpretación del comportamiento y
necesidades de los niños. Son producciones histórico-culturales aprendidas a través de
la participación en sucesos cotidianos, constituyendo parte de la herencia cultural de
una comunidad. Formas tácitas e intencionales de organizar la vida cotidiana que
integran decisiones sobre las rutinas –comer, bañarse, vestirse-, las formas de sostener
las interacciones y la comunicación, el uso de los objetos, y el lugar del lenguaje como
herramienta para el intercambio social y la regulación emocional. “Las prácticas de
crianza, patrones y creencias acerca de lo que necesitan los niños y las expectativas
sobre su desempeño futuro están basadas en una forma de comprender, determinada
culturalmente,” (Evans y Myres, 1994, p.3). Guían el desarrollo de los niños en
dirección a las metas que resultan coherentes con las creencias, valores y expectativas
de la familia-comunidad. Desde esta perspectiva, es posible afirmar que una
característica de las prácticas de crianza es la de alentar o desalentar en los niños
comportamientos específicos. Significarlas como procesos educativos permite
reconocerlos como modos de regulación del desarrollo infantil (Baquero, 2006). Por lo
tanto no dirigiremos la mirada hacia los niños, sino hacia las actividades que forman
parte de su vida cotidiana, aquellas para las cuales son convocados por los adultos de
crianza y educadores, para participar de manera regular, con la intención de guiar
aprendizajes y su progresiva autonomía.
Estas actividades socioculturales regulan la participación, la comunicación y las
estrategias de enseñanza en el sentido de promover aprendizajes variados, ligados a
las rutinas propias de la crianza, la lectura, la interacción social más allá del ámbito
familiar. Estos aprendizajes son el resultado de múltiples procesos cognitivos –distintos
tipos de memoria, atención conjunta, regulación emocional, lenguaje, planificación-
que en estas situaciones de actividad compartida se van desplegando
intersubjetivamente, y que los niños van internalizando de manera progresiva.
“Este principio consiste en el hecho de que las funciones psíquicas superiores del
niño, sus atributos superiores específicamente humanos, se manifiestan
originariamente como formas del comportamiento colectivo del niño, como una forma
de co-operación con otras personas, y sólo después se convierten en las funciones
internas del niño mismo” (Vigotsky, 1998, p.34).
Desde este enfoque se analizan los usos del lenguaje, la organización del
espacio, las características de las estructuras comunicativas, el valor de la lectura y la
escritura, y los materiales disponibles en cada actividad como algunas de las
condiciones que regulan las facultades psicológicas tanto en la educación familiar
como en la escolarización.
En la educación familiar de comunidades no escolarizadas (Rogoff 1994), los
niños participan de las actividades de los adultos, aprendiendo a través de la imitación
y la observación, mientras que los adultos combinan mostración y explicación para la
enseñanza de las destrezas y habilidades requeridas. En las sociedades modernas se
reconoce a la escuela como la institución especializada para la educación de los niños.
En estas instituciones los procesos de enseñanza son fundamentalmente expositivos y
a cargo del docente, sostenidos en los sistemas de lectura y escritura, el lenguaje
matemático, y los sistemas externos de representación como calendarios, mapas,
cuadros de doble entrada (Martí, 2012). Estas herramientas culturales características
del formato escolar regulan los procesos psicológicos estableciendo metas específicas
para los alumnos con relación a los contenidos curriculares, las pautas de interacción y
comunicación entre pares y con las autoridades, y el ajuste del comportamiento en
relación a los espacios y tiempos escolares. Reconocer la especificidad de la demanda
cognitiva en uno y otro contexto aporta pistas para el análisis del fracaso escolar.
En el imaginario social persisten explicaciones que atribuyen al niño y/o a su
familia las causas del fracaso escolar. Cualidades de los niños que les impiden o
dificultan el aprendizaje, familias que no estimulan o desatienden a sus hijos.
Desnaturalizar la práctica escolar es el primer paso para identificar las características
de este formato educativo institucional, y caracterizar el esfuerzo cognitivo que
demanda para los alumnos.
“El dispositivo escolar propone una cierta economía: una cierta organización de
espacio, tiempos, recursos y roles, que sienta condiciones para el aprendizaje: estas
condiciones son peculiares del contexto escolar, y es plausible que bajo condiciones
específicas, el aprendizaje se verá sometido a constricciones también específicas”.
(Baquero y Terigi, 1996, p.4).
Esta línea de análisis visibiliza el aprendizaje escolar como una categoría
específica que implica la apropiación de instrumentos semióticos como la escritura, la
lectura y el lenguaje matemático, el interés y comprensión de contenidos culturales
ajenos a la realidad cotidiana y la memorización de información inconexa. Analizar el
aprendizaje escolar cuestiona algunos supuestos del conocimiento del sentido común,
que siguen tratando al aprendizaje como un concepto independiente de dominio y
ligado a cualidades intrínsecas.
La confrontación teórica deja en evidencia que las explicaciones sostenidas en
el déficit, en gran medida guardan esquemas de prejuicio, en algunas situaciones
ligados a la identidad cultural (Becerra Peña 2011). El desarrollo del lenguaje es un
punto central en este sentido, por la relación de interdependencia entre lenguaje y
pensamiento. Borzone de Manrique y Rosemberg (2005) destacan que las diferencias
en el uso del lenguaje entre maestros y alumnos –normas comunicativas, aspectos
estructurales y discursivos, en los dialectos y contenidos de los mensajes-, y, la
discontinuidad entre las formas de interacción familiar y las normas de participación
en el aula, pueden convertirse en obstáculo para el aprendizaje escolar. Este marco
teórico permite imaginar intervenciones en las escuelas y en otras propuestas
educativas que se orienten a la transformación de los marcos de conocimientos de
todos los agentes involucrados, generando cambios en las propuestas de enseñanza.
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