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La anatréptika nietzscheana; la
reformulación de Foucault, Deleuze y
Derrida
Dr. Joaquín E. Meabe - Universidad Nacional del Nordeste, Argentina
Resumen
Este trabajo examina el concepto de anatreptika y su papel en una nueva interpretación de
Platón y Nietzsche. En este contexto el trabajo resume el problema hermenéutico y sus
implicancias históricas.
Summary
This paper inquires the concept of anatreptikan and his role in a new Plato´s interpretation.
Within this context this paper briefly the hermeneutics problem and his historical
implications.
Palabras clave
Anatréptika, hermenéutica, Platón.
Key words
Anatreptikan, hermeneutics, Plato.
En torno al sentido extramoral de la voluntad de ilusión y la tópica del bien y del mal.
La tópica del poder del bien y del mal, más que una disciplina es una especie de work in
progress, tan nueva en muchos aspectos como inquietante en sus propósitos o en la crítica
radical con la que se ha enfocado por ejemplo en Michel Foucault la información sobre
prisiones y estructuras carcelarias.
Pero, si bien estos debates no han pasado la etapa del contencioso y la deconstrucción
misma lo pone de manifiesto al evitar su transformación en método, tampoco es menos
cierto que muchas de sus cuestiones arrastran una prolongada y conflictiva existencia,
justamente en el más consagrado de los márgenes de la filosofía, que no es otro que el de
aquellos escritos inciertos, como el Hipias Menor, que la erudición ha dudado mucho en
incorporar a las obras de Platón y que, cuando lo ha hecho - bajo la insistente presión de la
evidencia filológica -, no ha sido sino para aliviar su conciencia científica y solo a
condición de purgar o encubrir toda una variedad de inquietantes problemas que se
localizan en aquel plano en el cual, como lo descubriera Nietzsche, la verdad y la mentira
no tienen más que un sentido extramoral (uassermoralischen sinne).
El Sócrates del Hipias Menor no viene en ayuda de Nietzsche ni se ofrece como vehículo
para la recuperación racional de la más inmediata crítica filosófica que se alimenta de
Foucault, Deleuze y Derrida.
Al revés, casi se podría decir que viene como un enemigo, aunque no con el contrapunto de
retórica santurronería que a partir de Erasmo ha elaborado la figura del santo pagano al que
solo le faltó la revelación.
¿Será esta una ironía de la historia? Aunque lo fuera, no debería ser tomada de ese modo. Y
de nada nos serviría reconvenir a Nietzsche con revisionismo socrático. La cuestión, si cabe
el término, es mucho más importante y afecta no solo a la inteligencia de conjunto del
discurso filosófico racional sino también a su crítica.
Para nuestro asunto, entonces, la cuestión empieza con el registro de las patologías que,
conforme a la tópica de este desatendido diálogo, reversan las funciones del mal en esa
difícil frontera donde la psykhé colaciona la dinamis y la epistéme de manera irresistible y
hasta frenética.
Este páthos péponthas del mal como expresión poderosa de la acción deliberada reversa la
inteligencia de una manera tan fuerte que obliga replantear cualquier presupuesto ético
intelectual o instintivo. Y nada se salva. Ni la vida, ni la voluntad y menos aun la pura
inteligencia.
De una forma del todo inusual en los diálogos maduros, este breve ejercicio anatreptiko
aparece como un aviso de lo inexplicable, como una remisión del futuro tal como se
registra por ejemplo en el monolito de 2001, una odisea del espacio, film nietzschiano por
antonomasia, donde el silencio (sigês) es la mejor pregunta para el incrédulo, la que abre
(363a) y la que cierra (376b) el debate y la acción misma.
Apócrifo para el platonismo estricto e hipercrítico del siglo XIX, el Hipias Menor
expulsado del panteón platónico alivia la conciencia culpable de todos los deudores del
mal.
Pero si se lo debe admitir como parte del corpus platonicum entonces nada mejor que
rebajarlo, como Wilamowitz, a la condición de mero entretenimiento juvenil. ¿Habrá
olvidado acaso el príncipe de los filólogos la fuerza que puja en la arrogancia juvenil que
no se siente obligada por nada ni por nadie?
Quizá algunos hayan nacido adultos y prevenidos, lo que por cierto no ocurre con el autor
del Hipias Menor; y tampoco ha sucedido con Nietzsche, ni siquiera en la penumbra de
Sils-Maria, cuando frente a la razón contingente, que edificaba con éxito la historia a su
alrededor, siempre supo desobligarse de los prejuicios y colacionar el dolor como un niño
en juvenil entretenimiento.
Pero ¿qué nos dice nuestra breve apología del pecado? ¿O es nada más que un ejercicio de
erística juvenil poco responsable?
Para los prevenidos conviene anticipar que el diálogo no trae ningún juicio de valor.
Incluso los más exigentes platonistas, los vicarios del platonismo técnico y todos los
legatarios de la ficción aristotélica pueden dormir tranquilos. Si le satisface pueden leer no
la intertextualidad del diálogo sino solo la phoné de su eídolon, como lo hiciera Maurice
Croiset en la, por otra parte, inteligente Notice que precede a su edición para la colección
de la Association Guillaume Budé.
Seguramente aquel eídolon tiene bastante que decir al lector disciplinado por las
prevenciones ideológicas; al igual que la psykhé de Patroclo o la de cualquier otro
fantasma que, al suplicar sus últimos encargos antes perderse para siempre en el Hades
consigue, no obstante, hacerse oír por algunos de los que quedan de este lado de la vida.
Ahora bien, no es esa la lectura que nuestro texto espera; y tampoco es esa su páthema o su
parusía. La lectura exigente que reclama el diálogo y los pliegues de intertextualidad que
arrastra nos llevan a la necesidad de reconsiderar la eficacia alética del mal que, por
ejemplo, un Aristóteles no ha podido soportar (cf. Meth. 1025 a 1-13) y que, a la manera de
una sobrextensión de su racionalidad, ha legado a la cultura posterior bajo la forma de una
posición logicista y causal que parece haber devenido norma frente al texto.
El lector idólico, el que solo atiende a la invocación de los fantasmas o eídolon del texto
puede quedarse en los tà tês phonês del asunto e imaginar que está leyendo (o mejor aun:
escuchando) un apunte sobre la mentira donde, para usar una poco feliz expresión de un
traductor español, prevalece el espíritu dialéctico. Dejémoslo con su tranquila seguridad y
que, en todo caso, esos mismos eídolon se ocupen de ellos en la penumbra de la aischrá
que acecha a todos, sin distinguir entre los que afrontan el mal y los que se conforman con
remitir su contingencia al tópos uranos.
Anatréptico (o anatréptiko, que aquí preferimos usar y que es más apropiado para marcar la
idea de ruptura) es un adjetivo bastante curioso. En primer término significa subversivo o
destructivo. También califica al refutador aunque su uso mas habitual pareciera estar
indicando lo que se vuelca, derriba o destruye.
Jean Wahl considera que semejante género indica que el texto nos aleja de algo para
hacernos comprender que el problema está mal planteado, lo que no es cierto sino en parte:
el diálogo juega con dos extremos de sigé (silencio) separados por una abrumadora
acumulación de casos que resumen puntos capitales (kepháleon) siempre insatisfactorios
porque no hacen sino marcar o signar el alto valor de resolución y de eficacia deliberativa
del mal que los interlocutores se resisten a aceptar, no obstante que todo ello siempre se
sigue del desarrollo del argumento.
En este último sentido es evidente que el texto nos aleja del sentido habitual que se asigna a
agathós, ádikos, alethés, amathés, ameínon, anér, ánthropos, bulé, dikaiosíne, dinatós,
idiótes, kalós, polítropos, sophós, sophótatos, phrónion, pseudes, psykhé y a muchos otros
términos más.
Keútho y kephaleos son algo así como el alfa y el omega que signan al texto: ocultamiento
y coronamiento que no tiene respuesta más que en el disgusto y en el silencio, en el terreno
donde el verbo ( sigáo [callar, estar silencioso, no hablar]) pierde su flexión y se torna
adverbio (sigé [silencio], sigês [reserva silenciosa, discreción, clama, tranquilidad], o
sigelós [silencioso, callado, pero también sigérpes [que repta entaciturno] silencio] y dià
sigês [secretamente]), donde se vuelve invariable y tiende a adquirir la condición de
receptáculo universal (pandéktes) como dirán después los estoicos. Pero esta disciplina de
ocultamiento y de privación verbal dentro del discurso, esta sigerpética del texto para
denominarla con arreglo a la lección perlocucionaria del Hipias menor, al contrario de lo
que supone Wahl, no muestra un problema mal planteado sino que insinúa o señala las
grietas o pliegues intertextuales donde se ha colacionado el problema que, lejos de ser
erróneo, es tremendamente veraz o, si se quiere respetar la semántica del texto,
decididamente aletheutikós: verídico, perceptible, comprobable.
Antes de continuar tenemos, todavía, que ver algo más de la anatréptika, que, más que un
desarrollo conceptual acotado, es una notable insinuación teórica, que no ha recibido, hasta
ahora, todo el interés que merece en orden a las extensiones críticas de la filosofía práctica,
de la ética y de la teoría del derecho.
Por otra parte, además, siempre se debe recordar, en relación a la anatréptika, que el verbo
anatrépo - cuyo tema exhibe una raíz común con nuestro adjetivo - , tiene una notable
polisemia en la que se deposita un extraordinario arsenal para una categorética crítica,
puesto que significa tanto revolver, como voltear, derribar, destruir, arruinar, refutar, exitar
y reanimar. El propio Platón, en sus obras, recurre a este verbo varias veces. Lo percibimos
precisamente en el Cratilo: Ha té pou èti zônti distichémata egéneto pollà kaì deiná, hon
kaì télos he patrís autoû hóle anetrápeto (Cr.: 395 d7-8) -, donde lo utiliza en el sentido de
ruina total, asociándolo con desgracia terrible; y, de nuevo, en la República y en Leyes,
donde vuelve a usarlo en un contexto descriptivo.
Así en la República: kolásei hos epitédeuma eiságonta póleos hósper neòs anatreptikón
(Rep.: 389 d4-5)- le permite denotar, siempre en el terreno descriptivo, lo que subvierte,
hunde y arruina; y por otro lado, dice en Leyes: ¿Póteron kubernétes, loibê te oìnou kníse te
paratrepoménois autoîs, anatrépousi dè naûs te kaì naútas ? (Lg.: 906 d10-e2) - se sirve de
su valor perlocucionario de naufragio o hundimiento, en la dirección de lo que se voltea,
derrumba y revuelve.
Por cierto, con mas profundidad conceptual lo encontramos en el Gorgias cuando Platón lo
pone en boca de Calicles para calificar no solo la vida humana que al mismo tiempo se
revoluciona, se subvierte y se hunde, sino el propio discurso de Sócrates, que de este modo
deviene, para el joven aristócrata, un discurso anatréptiko: Ei mèn gàr spudázeis te kaì
tunchánei taûta alethê ónta há leguéis, állo ti é hemôn ho bíos anatramménos án eín tôn
anthrópon kaì pánta tà enantía práttomen, hos eoiken, é hà deî (Gorg.: 381c2-6).
Bajo ese diferente signo la anatréptika del Hipias Menor derriba cualquier ilusión escalar
orientada a justificar la mera desaprobación del mal (366b; 367c; 369d-370a; 375d-376b).
La argumentación revuelve (369d-370e), voltea (371e-375d) y arruina (375d-376b) la
seguridad y la confianza en los principios con la misma fuerza con la que se confirma la
superioridad del error deliberado o la eficacia alética del mal cuya ventaja francamente
destructiva no hace sino excitar al propio pensamiento para salir del atolladero de disgusto
y humillación (376c).
Desde ya que este no es un tema para moralistas teóricos ni filósofos trascendentales. Nada
hay aquí que nos lleve al noumeno del mal porque todo es tópico y relativo.
Quizá porque para todos ellos el mal o el derecho del más fuerte, la perversión y el dolor no
son sino sueños de la razón. Lo que no estaría del todo mal si solo sueñan en el diván,
frente a un monitor o en los juegos de realidad virtual.
Para el que convive con el mal, para el que debe esquivar permanentemente los más duros
golpes del derecho del más fuerte, para el que siempre trata de imaginar alternativas ante al
dolor o a la degradación, pero también para el que se aventura en ese curioso territorio que
se ha dado en llamar ética aplicada, el asunto es del todo distinto, es real y tópico y para él
está el texto, esperando como un aviso hacia el futuro, con sus pliegues y sus grietas
dispuesto a mostrar los límites de aquella eficacia aléthica del mal.
Bibliografía.
Croiset 1925: Platon. Oeuvres Complètes. Tome I.
Hipias mineur, Alcibiade, Apologie de Socrate,
Euthyphron, Criton.
Ed. de Maurice Croiset. París, 1925² (1920¹).
Derrida, J. 1992: Deconstruction and the Possibility of Justice.
New York-London, 1992.
Meabe, J. E. 1994: El derecho y la justicia del más fuerte.
Corrientes, ITGD, 1994.
Joaquín E. Meabe
Instituto de Teoría General del Derecho - Facultad de Derecho, Ciencias Sociales y
Políticas - UNNE - Corrientes. - Argentina.
Revista Observaciones Filosóficas - Nº 7 / 2008