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Jugábamos a la pelota, juntos, amigos de asados, de la vida. Hasta que un día le confesé al
Diego de mi orientación sexual… y de que me gustaba. Pensé que me llegaría un combo de
vuelta, pero para mi sorpresa recibí un beso.
Con él tuvimos diez años de relación, donde todo fue muy bonito, hermosa historia, pero
con un triste final: Se fue, con otro, dejándome un fuerte dolor en el corazón,
abandonándome en este pequeño departamento, junto a nuestro hijo, el Chinito, nuestro
gato.
Lo extrañaba demasiado, pero jamás quise que lo supiera, siempre digno. Me hice otro
ESCUELA ARTURO ALESSANDRI PALMA
Prof.: Felipe Tapia Sáez
Educ. Dif: Carolina Zúñiga
Instagram y de ahí revisaba su cuenta abierta, donde podía mirar cada foto que subía con su
nueva pareja. En todos los stories aparecía contento, y yo no lo soportaba. Pasaba el tiempo
y era imposible olvidarlo, me iba a la Blondie para sacar el clavo, pero no hubo caso, el dolor
se hacía cada vez más profundo. Asistí a un psicólogo que terminé abandonando al cabo de
un par de sesiones. Me empastillé para dormir, y me pegaba unas petacas de vodka todos
los santos días.
Para peor, una mañana, después de mucho rato me di cuenta de que el Chinito no estaba.
una locura. Se llevaron al Chinito por unos días para hacer pericias, pero no sacaron nada.
Todos los canales hablaban de mi gato, como si se tratara de la única pieza de aquel puzzle
policial. E incluso, un día, llegó la madre de Vicente Ruiz, a mi departamento.
- Mijito, ayúdeme. Lo único que quiero es encontrar el resto del cuerpo de mi hijo y poder
enterrarlo.
- ¿Pero qué quiere que haga, señora?
- Mire, yo hablé con una de estas brujas, y lo que me dijo es que puede encontrar al
Vicente, entrando en la mente de su gato. Pero para eso necesito llevármelo.
- ¿Y no puede ser acá?
- No, tiene que ser en mi casa, por donde mi hijo dejó rastros.
Me dio tanta pena, que sentí que no podía ser un egoísta, así que intenté tomar al Chinito y
entregárselo, sin embargo, este andaba como loco, no quería nada con nadie. De hecho, la
señora trató de acercarse pero este le mordió un dedo. Finalmente, mi gato se escondió y no
quiso dejarse atrapar. Aquella mujer se marchó y pasando los meses, solo pudo hacer una
ceremonia con la mano de su hijo.
- ¿Diego? ¿Qué haces acá, de nuevo?
- Me imagino que ya aprendiste a despojarte de mí.
- ¿Por qué me preguntas eso?
- Nunca te voy a dejar de amar.
Su oído derecho comenzó a sangrar, y nuevamente comencé a ahogarme.
Desperté.
- ¿Chinito?
La ventana abierta, y ningún rastro de él.
Sonó el teléfono, a las tres de la mañana.
- ¿Aló?
- Lo siento mucho.
- ¿Con quién hablo?
- Hablas con Nicolás, el novio de Diego.
- ¿Y este llamado? ¿Qué pasa?
- Diego, Diego se fue. Sufrió un accidente en el auto…
Lo dejé hablando solo. No dije nada, no hice nada. Me senté en la cama, me levanté,
caminé. Me devolví, me senté, miré al suelo, luego el techo. Me paré, caminé por el living,
abrí la puerta de la cocina, me serví un vaso de agua, no me lo tomé. Volví a mi pieza, miré
el teléfono, me lo puse en la boca, mente en blanco. Volví a sentarme. Shock. La
información procesó después de largos minutos. La noticia se hilaba lentamente en mi
cerebro, corría por las venas, hasta que llegó a mi corazón, al estómago. Me paré y me
desestabilicé, pero logré sujetarme con un brazo en la pared. Quise vomitar. Arcadas y
llanto, bilis de tristeza, mi pecho, fuego. Diego.
Ayudé a su familia a organizar el velorio. Nuestros amigos en común que no veía hace tanto,
tirando la talla, recordándolo. Me tocó subir a leer un pasaje bíblico en la iglesia, por petición
de su madre. Llegamos al cementerio, y me marché antes de que bajaran el ataúd,
desapareciendo entre medio de la multitud. Me fui en micro, mirando por la ventana,
pensándolo, y sonriendo. Había sido feliz, solo lamentaba no habérselo dicho.
Llegué a mi departamento, y mi gato no había regresado, pero esta vez no hice ninguna
alharaca, ya entendía que tenía que dejarlo ir. No podía amarrar a nadie. Me dormí, siempre
con la imagen de Diego.
- Anda al refrigerador. Ahora si quieres hacer el pollo, lo tienes que descongelar en el
microondas.
- No, no tengo hambre. Mejor anda a servirle comida al Chinito, mira que andaba
callejeando, y debe andar con hambre.
- Adonde, si ese debe andar leseando no sé adonde.
- No, mira ahí… síguelo.
¡Desperté!
- ¡Chinito!
Me quedé quieto, observándolo, me miraba fijamente desde la ventana de la pieza.
- Éntrese, venga mi guagua, venga.
Pero el gato saltó. Corrí y vi que estaba en la alcoba del segundo piso, luego se lanzó hacia
la vereda.
Me levanté rápido. Bajé corriendo por las escaleras. Lo vi. Caminé detrás de él y este me
esperó en todo momento, y cuando me aproximaba, Chinito avanzaba. Pasé por varias
cuadras, hasta que el gato se quedó afuera de una casa.
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Este, de pronto, subió al techo de aquel hogar y me observó con sus ojos brillantes en plena
oscuridad. Caminé lentamente hacia la puerta… eran las cuatro de la mañana, pero tenía
que hacerlo.
Golpeé una vez… luego dos veces.
Se encendió la luz, y alguien se asomó por la cortina, no alcancé a ver de quien se trataba.
Abrió, lentamente, y me atendió.
- ¿Usted? ¿Qué hace aquí?
- Hola. Usted es la madre de Vicente Ruiz.
- Si… claro, yo vivo acá. Ahora yo me pregunto qué hace usted por aquí, y a esta hora ¿Se
siente bien?
- Si… bien. Pasa que ha pasado tanto tiempo, y no he podido olvidar lo de su hijo. Lo
lamento tanto. Le prometo que he soñado con él - inventé.
- ¿Ya?
- ¿Sabe? Es terrible sentirse abandonado, que se alejen de uno, debe ser peor que te lo
arrebaten. Yo acabo de perder a mi ex pareja, bueno, además fue mi mejor amigo de toda
la vida.
- Lo siento mucho.
- No… no se preocupe. Perdone haber venido a molestarla tan tarde. Y discúlpeme también
lo desubicado por nombrar a su niño. Es que no estoy pasando por un buen momento, y creí
que solo usted podría entenderme.
- Pero la vida es larga, tiene todo para seguir adelante.
- ¿Y usted, cómo lo hace para dejar ir a su hijo?
- No sé, tiempo quizás.
- Tiempo. Claro… tiempo.
- Me encantaría poder ayudarlo con su pena. Pero me entenderá que es tarde, y mañana
debo salir a trabajar temprano.
- Sí, entiendo. Buenas noches, señora. Y gracias por escuchar.
- No hay de qué. Descanse.
Cuando ella cerró la puerta, respiré agitado, con muchas ganas de orinar. Me marché,
lentamente, y al avanzar un poco giré mi cabeza hacia atrás, y ella estaba ahí, mirándome,
fijamente desde su ventana. Ella entendió todo… yo también. Abrió la puerta y gritó:
- ¡Mijito, vuelva! ¡Conversemos!
Entonces comencé a correr para escapar bien lejos, tan lejos que mi gato ya no me veía
desde arriba de aquel techo.
- ¡Buenas noches!
- Buenas noches ¿En qué lo puedo ayudar?
- Mi gato... mi gato... él encontró la mano en la casa de la madre de Vicente Ruiz... fue ella,
ella mató a su hijo.