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María Laura Potenza

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En base a la resolución del HCD de la UBA que dispone no admitir como estudiantes a
condenados o procesados por delitos de lesa humanidad, responda: ¿tienen derecho los
condenados o procesados por delitos de lesa humanidad a recibir educación universitaria?
¿Cuál es el alcance de la idea de autonomía, y específicamente de autonomía
universitaria, involucrada en la resolución? ¿Qué decisión habría tomado usted como
consiliario?

Estrictamente en base a la resolución del HCD de la UBA, los condenados por delitos de
lesa humanidad no tienen derecho a recibir educación universitaria. Ateniéndonos a la
decisión tomada por los consiliarios de esta universidad, todo parecería indicar que la
tendencia de universalidad del derecho a la educación superior como es planteado por
Eduardo Rinesi en una entrevista realizada por el diario Página/12, cuenta con ciertos
reparos en lo que a condenados por delitos de lesa humanidad respecta. El avance de
proyectos de educación superior en cárceles como el UBA XXII (de la UBA) y el PUC (de
la UNC), a priori, parecería acompañar la idea de Rinesi de que la educación superior se
convierta en un derecho universal, dadas las condiciones políticas actuales. Entiendo, sin
embargo, que deberíamos pensar el sentido de “universalidad” que le estamos dando a este
derecho. Puesto que, si bien la decisión de que personas privadas de su libertad
(cualesquiera fueran los delitos cometidos) puedan acceder a la educación superior es un
avance en este sentido, que la misma Universidad que promueve este proyecto tome
deliberadamente la decisión de excluir a cierto espectro de estas personas de sus aulas,
parece una contradicción. Entiendo también que términos tan categóricos como “universal”
o “universalidad” no representan en la práctica lo exigido por el concepto. Para toda
universalidad, hay excepciones prácticas. Podríamos pensar, entonces, el caso de los
condenados por delitos de lesa humanidad como la excepción a la pretensión de
universalidad de la educación superior.

Es interesante, sin embargo, pensar en los términos en los que la UBA ha planteado las
argumentaciones para fundamentar esta excepción. Puesto que para proponer una
excepción de estas dimensiones, es necesario contar con argumentos lo suficientemente
fuertes que la sostengan. Argumentos que están detalladamente esgrimidos en la resolución
que el HCD ha presentado respecto de la situación producto del dictamen de una comisión
asesora para la Comisión de Interpretación y Reglamento. Discutir esta decisión y los
argumentos presentados, nos lleva indefectiblemente a preguntarnos por el alcance de la
autonomía de la Universidad en este sentido. ¿Tiene la Universidad la autonomía suficiente
para decidir deliberadamente sobre la admisión de sus estudiantes teniendo en cuenta su
carácter público? En el caso de considerarse la educación superior como un derecho
universal, ¿tiene autonomía la universidad para privar de ese derecho a un grupo de
personas? ¿Incluso siendo un subgrupo de otro grupo mayor como es el de las personas
privadas de su libertad? Parece que uno de los puntos centrales sobre los que se sostiene
esta decisión está en la interpretación del artículo 75 inciso 19 de la Constitución en el que
se consagra la autonomía y autarquía de las universidades nacionales. Se apela a este como
uno de los “considerando” que da legitimidad a este curso de acción. Parece, entonces, que
el alcance de la idea de autonomía, teniendo en cuenta la resolución, es total. A tal punto de
asumirse como los jueces legítimos que deciden quiénes tienen y quiénes no derecho a
recibir educación superior.
María Laura Potenza
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Con respecto a la pregunta por cómo hubiera actuado yo como consiliario, puedo decir que
yo hubiese votado en contra de que no se le permitiera a estos condenados acceder a la
educación superior. Es decir, que no estoy de acuerdo con la decisión que tomó la UBA. En
parte, comparto la crítica que realiza Claudia Hilb con respecto a la inconsistencia de los
argumentos que sostienen la decisión. Tales argumentos parecen no justificar el trato
“especial” que se le da a estos condenados en relación con las otras personas privadas de su
libertad. Puesto que, como bien en la misma resolución se aclara, “la Universidad de
Buenos Aires debe respetar escrupulosamente la regla de no preguntar a nadie que toque
sus puertas qué ha hecho y mucho menos aún quién es”. En este sentido no habría
diferencia entre los otros presos que sí pueden acceder al programa y estos presos en
cuestión. Es más, se estaría incluso violando este acuerdo de no inmiscuirse en el pasado de
los condenados. Con respecto a este punto, en el dictamen de la comisión se agrega que
todo esto “siempre y cuando” se preserve a la institución de las conductas actuales y futuras
de estas personas. Por lo tanto, lo que estos represores haya hecho en el pasado a la
Universidad no debería tenerse en cuenta. El argumento que se utiliza en este sentido es que
como los mismos represores conservan una teoría negacionista de lo que una vez sucedió y
admitirían hacerlo de nuevo, esto entra dentro de las conductas actuales y futuras que
podrían afectar a la institución. Entiendo que la debilidad de este argumento es a todas
luces observable. ¿Para acceder al derecho de la educación superior en la cárcel no sólo hay
que arrepentirse de lo que se hizo, sino prometer que no se volverá a hacer lo mismo?
¿Todas las personas que hoy, de hecho, si tienen el derecho de acceder a este proyecto están
en esas condiciones? ¿O es sólo un argumento para justificar una especie de intuición moral
que nos incomoda si les damos clases como institución a personas que formaron parte de la
etapa más oscura de nuestro país? ¿Con qué vara estamos midiendo? No puedo evitar
pensar que la justificación de esta decisión no pasa por la fuerza de sus argumentos. Este
que hemos analizado es sólo uno, de varios que tienen las mismas inconsistencias, sino que
tiene que ver más con una cuestión de “imagen” de la universidad que se vería
“desprestigiada” teniendo entre sus estudiantes a represores. Por supuesto que es una
situación incómoda, pero no mucho más incómoda que la situación de plantear que toda
persona tiene derecho a recibir educación y buen trato independientemente de las acciones
que ha cometido. Incluso me atrevería a afirmar que, llevando al límite estas
argumentaciones, una decisión de estas características podría negar incluso la posibilidad y
viabilidad de un proyecto como UBA XXII o el PUC. Si se va a tener en cuenta y
estigmatizar a una persona privada de su libertad no sólo por lo que hizo sino por sus ideas
y justificaciones, cualquier proyecto que apoye la posición que sostiene que la cárcel no
debe ser un lugar de castigo si no de preparación para una futura reinserción en la sociedad;
que quienes están allí tienen, dentro de su contexto, derechos como todos; y, sobre todo,
que no es un lugar para devolver con la misma moneda el delito cometido; cualquier
proyecto, decía, que comparta algo de este espíritu, sería inviable, o no tendría sentido.

Entiendo que es una cuestión muy delicada, que no se puede opinar apresuradamente.
Entiendo que la cuestión de los responsables de la página más oscura de nuestra historia
reciente es una cuestión sensible. Que es muy difícil proferirse sobre estos temas de esta
manera, porque en seguida aparece el fantasma de la teoría de los dos demonios o del
“perdón”. Nadie está diciendo que estas personas sean buenas personas o que no deberían
estar presos. A todos, como docentes, nos pondría incómodos tener a uno de ellos entre
nuestros alumnos. Quizá es una cuestión que pase más por el sentimiento, por cierta
María Laura Potenza
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moralidad interior, o algo por el estilo, más que por una argumentación racional para
fundamentarlo. Sin embargo, hay algo que creo es todavía más importante que todo esto y
que no debería dejarse de lado en esta discusión apasionante. Nosotros, como nación, como
democracia, como protagonistas indiscutibles del momento histórico que estamos viviendo,
deberíamos estar orgullosos de poder decirles (y demostrarles con hechos) a estos tipos en
su cara que hacemos con ellos lo que ellos no hicieron con sus víctimas: los procesamos,
los juzgamos acorde a la Constitución, les ofrecemos un abogado y todos los derechos que
tiene cualquier acusado, e incluso les damos la posibilidad de acceder a la educación
superior, como a todos. Una decisión como la que tomó la UBA, es jugar su juego, es quizá
darles más protagonismo e importancia que la que deberían tener por “miedo” a cómo
podría quedar parada la Universidad si otra fuera la decisión. Y entiendo que es nuestra
obligación, teniendo en cuenta todas estas consideraciones, actuar a la altura de lo que una
democracia madura nos exige.

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