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La Época Helenística.

I. Aspectos Generales
Se suele dar el nombre de época helenística aquella que comienza cuando Macedonia
adquiere supremacía sobre la polis griega y otros pueblos de la antigüedad, luego de la
batalla de Queronea (año 338 a. de C.) que implicó el afianzamiento de Macedonia
sobre la liga de ciudades griegas encabezadas por Atenas y Tebas. Este período
durará, aproximadamente, hasta la dominación de Grecia por Roma, sucedida en el
siglo I a de C.
La obra de consolidación Macedónica había sido emprendida por Filipo II y extendida
asombrosamente por su hijo Alejandro, llamado el Magno, (356-323) que conquistó
vastos territorios que comprendían el Asia Menor, las actuales Siria, Egipto, Irán
(Persia) y parte de la India (su poder se extendió desde el Mar Adriático hasta el río
Indo).
Sin embargo, la ausencia de una organización política firme a la temprana muerte del
conquistador hizo que, a poco, su imperio mundial, que había marcado el fin de la
Ciudad-Estado, se deshiciera en pedazos, constituyendo una serie de estados
independientes nacidos al calor de las luchas entre los generales alejandrinos
(“Diádocos” o “Diadochoi” o “Jefes”).
De esa disolución surgieron tres grandes potencias orientales en las que se conjugaron
el Oriente y el Occidente: los reinos militares de los Antigónidas en Macedonia, de los
Seléucidas en Siria y de los Ptolomeos en Egipto.
Al respecto, Fayt1 refiere: “… (el) imperio macedónico significó la apertura al oriente de
la cultura griega, recíproca influencia, como así también el fin de la ciudad Estado y la
aparición – a la muerte de Alejandro- de imperios militares del tipo de los Antigónidas
en Macedonia, los Seléucidas en Siria, y los Ptolomeos en Egipto…”. Este tiempo-
añade- se caracterizó por la “…disolución del sistema de valores del mundo político
griego; la conformación de un nuevo marco socio cultural que tuvo acabada expresión
en Roma (…) un proceso de gestación que abarcó casi tres siglos…”
Como Fayt lo define con claridad en la cita: pocos principios políticos elaborados
durante la vida de las ciudades griegas pudieron aplicarse a los esquemas evolutivos de
las nacientes comunidades imperiales, en el camino hacia la supremacía romana.
La conformación de un nuevo marco se caracterizó por el acuñamiento de nuevas
culturas, ya no intensivas (como sucedía con los griegos clásicos) sino extensivas; la
base de los nuevos reinos fueron las instituciones militares helénico-macedónicas; la
Polis fue reemplazada por la Cosmópolis (Seleucia, Antioquía y Alejandría).
La extensión de la dominación griega a los imperios del Medio Oriente y la sustitución-
de las ciudades autogobernadas y con débiles lazos entre sí, por centros de autoridad
real y luego imperial, en el mundo mediterráneo, originó una crisis en el pensamiento

1
Fayt, Carlos: “Historia del Pensamiento Político” Volumen I, página 39
griego tradicional y la aparición de nuevas escuelas filosóficas con perspectivas
adecuadas al contexto.
En efecto, la ciudad dejó de ser una entidad con gobierno propio y con amplia iniciativa
en la administración de sus propias leyes y en la conducción de las relaciones con otras
ciudades.
Esta circunstancia se hizo más evidente cuando el imperialismo romano suplantó al
macedónico y el poder central dejó de estar en manos de los griegos, a pesar de que el
pensamiento, la cultura, la lengua y las costumbres griegas, se difundieron por el Este y
el Oeste y dieron al helenismo una preminencia en escala universal que Atenas jamás
había tenido.
Como se decía antes, las formas de vida oriental y griega se penetraron mutuamente,
pero la razón griega resultó ser más fuerte. El griego se convirtió en el lenguaje
universal y la ciencia y la filosofía griega modelaron a las fuerzas que provenían de
oriente y del occidente.
Hasta fines del siglo III la principal preocupación de los sucesivos gobiernos del mundo
mediterráneo fue la administración secular, inspirada en los propósitos morales y en la
equidad moral prescriptos por la visión combinada de Grecia y Roma.
Como se ha señalado, extensión geográfica y autoridad central desplazaron a la
limitada “Polis” autosuficiente como centro de lo político y, como derivación, el
pensamiento clásico perdió el sentido que lo guiaba. La desaparición de la polis
implicaría un cambio radical en la postura de los pensadores en clave política, pues el
interés por lo social fue paulatinamente reemplazado por el acento en lo individual.
Así como Platón y Aristóteles consideraban a la “polis” como una sociedad natural que
estaba antes que la familia y el individuo, el contexto marcado por la existencia de un
poder ajeno a los límites de la ciudad y de naturaleza mecánica, llevó a los filósofos a
poner foco en el hombre ensimismado.
Para la Grecia clásica, el hombre era en la polis y su suerte estaba unido a ella; su
desaparición (la polis) implicó- para el hombre- la pérdida de un poderoso sostén.
Los pensadores sociales de la época helenística excluidos en su mayoría de la actividad
política directa se concentraron en aquellos problemas de la conducta personal que se
presentaban con mayor frecuencia a sus contemporáneos.
Se produjo un retraimiento, un repliegue hacia la vida interior, una búsqueda del bien,
la felicidad y la sabiduría personal marginada de la vida política.
Fayt2 nos relata al respecto: “…La dirección de los acontecimientos habían tomado un
nuevo rumbo. Los hombres pasaron a ser simples habitantes de un universo político en
cuya gestación y desarrollo sólo participaban como meros objetos a merced de un
poder distante. Esto hizo que la vida se replegara en lo individual, en lo privado, en un
parapetarse en lo que podríamos llamar la ciudad interior, los límites de cuyo recinto
2
Fayt, Carlos: obra citada, página 40
no van más allá de uno mismo. El bien, la felicidad, la sabiduría se convierten en
asuntos privados, en cuestiones de índole personal, al margen de la vida política…”,
apareciendo una ética del retraimiento, una filosofía de la autarquía individual.
Algunos historiadores del pensamiento político3 caracterizan este período como un
momento en que “…El hombre ya no vive sólo por y para la polis que lo absorbe, y ya
no hay “bárbaros”: todos son hombres. El hombre vive para él y a la vez para el
mundo. Por eso puede afirmarse que, en comparación con el hombre de la polis de la
época anterior, el hombre de la época helenística se vuelve a un tiempo universalista e
individualista…”
En términos similares se expresa Gettel 4 cuando indica que merced a la supremacía
Macedónica desapareció la independencia cívica y la participación popular en el
gobierno. Éste, afincado en una capital extranjera, se distanció diluyéndose el
patriotismo ciudadano – que es reemplazado por el universalismo y el individualismo-
y se produjo, de esta manera, una separación entre el individuo y el Estado. Se
eliminaron las barreras entre griegos y bárbaros “…y los hombres se consideran a sí
mismos como ciudadanos del mundo o como individuos distintos y separados
englobados por intereses privados…”.
El individuo concentró en sí toda la atención que antes absorbía el Estado y la filosofía
buscó preocuparse por el bienestar particular enajenándose de lo público
Y si bien el tema dominante continuó expresándose en términos de la insistencia
platónica, en cuya virtud la vida moral consiste en la cooperación del hombre con sus
semejantes en la actividad comunal, y en el ideal Aristotélico de la independencia
autosuficiente, el centro de esta cooperación ya no fue la polis y la propia
independencia se convirtió en un atributo del individuo y no de la comunidad.
Las escuelas relevantes de esta época son varias: Cínicos, Cirenaicos, Escépticos,
Epicúreos y Estoicos.
Nos parece prudente poner de resalto, antes de empezar, que sólo se habrán de
considerar algunas ideas de dos de las principales escuelas: la epicúrea y la estoica. A la
par, la exposición se ceñirá a los aspectos que atañen a nuestro ámbito de
incumbencias. El riesgo que se corre debe admitirse, es brindar una visión sesgada de
la época; empero, se imponen las necesidades del dictado, que importa un recorrido o
sobrevuelo sobre los grandes hitos del pensamiento político occidental.

II. Las escuelas filosóficas


Epicureísmo.

3
S. y M. López Zurini. “Nociones de Historia de Derecho Político”, página 32. Ed. Cooperadora D y Cs.
Sociales. 1970
4
Gettel, Raymond: “Historia de las ideas políticas”” T I, página 111, Editora Nacional México, 1967
Esta escuela filosófica fue fundada por Epicuro (341- 270) y es conocida también como
escuela “del Jardín”5, lugar donde éste impartió sus enseñanzas en Atenas.
El centro de la concepción epicúrea era el hombre aislado, a quien la superioridad del
mundo le permitía encontrar en si mismo lo necesario para la vida humana.
La felicidad consistía, para los cultores de esta corriente, en la ausencia de todo dolor,
ansiedad o preocupación, y, salvo ella la felicidad, no había virtudes o valores
intrínsecos. Su lema- como reseña Catlin6- era la “ataraxia”, estado caracterizado por la
quietud, la tranquilidad, la ausencia de molestia. El eje de la “vida buena” no era la
búsqueda del placer mundano, como lo entenderíamos hoy, sino la huida del dolor.
Esta idea se realizaba, a la par, en el placer de la amistad, en la actitud más o menos
amistosa frente a otros hombres.
Por el contrario, la vida pública aparejaba para los epicúreos la infelicidad, y, por ende,
no se debía intervenir en ella.
Los discípulos de esta escuela pensaban que los Estados existían para la seguridad, lo
mismo que el derecho, y nacían de la convención entre los hombres. El orden social se
fundaba en una especie de “contrato”- “sintheke tis”- un mutuo tome y daca en el que
la persona hacía para los demás lo que quisiera que los demás hiciesen por ella, y
toleraba actos de sus semejantes para que éstos tolerasen los suyos. 7
Gettel8 señala que los miembros de la escuela “… fundan el Estado en el egoísmo
individual. Definen a la ley como un acuerdo útil y conveniente, establecido entre los
individuos para defenderse de la violencia y de la injusticia. Como se ve, existe en esta
doctrina una anticipación del pacto social…”, concluye
El autor sostiene que los miembros de esta escuela miraban con desprecio las
cuestiones del Estado, y que el hombre culto debía apartarse de ellas, salvo que
estuvieran en juego sus propios intereses; de esta manera aconsejaban la sumisión a
cualquier gobierno que mantuviera la paz y el orden.
Lo útil es lo moral, preconizaban. No hay justicia absoluta, sino sólo convenciones
establecidas de tiempo en tiempo en procura de evitar que los hombres se hagan
daño, argüían.
Sostenían que todo lo que en el derecho convencional resulta útil para las necesidades
del trato que surgía de la relación entre los hombres era justo, y en el caso de que se
sancionase una ley y ésta no resultare conveniente para la utilidad del trato mutuo, se
trataba de una ley injusta.

5
Catlin, George Gordon “Historia de los filósofos políticos”, página 139 y ss. Editora Peuser, 1946
6
Catlin, George G. obra citada, ídem páginas
7
Catlin, George G. obra citada, ídem páginas
8
Gettel, Raymond: obra citada, página 112.
Las bases de este movimiento filosófico en lo que a política atañe pueden resumirse
del siguiente modo:
a. Se inclinaban por la monarquía
b. Sus principios eran, fundamentalmente, materialistas
c. Su filosofía política se basaba en el egoísmo y el contrato
d. El Estado se construía sobre la necesidad de seguridad.
e. Tanto la evolución como la civilización eran obra pura y exclusiva del egoísmo
humano, de la búsqueda de la mayor felicidad.

El estoicismo:
La escuela estoica fue fundada en Atenas por Zenón de Citio (334-264 a de C) a fines
del siglo III antes de nuestra era, aproximadamente.
El nombre obedece al lugar adonde se establecieron para sus enseñanzas: la “stoa”,
que significa pórtico, pues Zenón- que había sido discípulo del cínico Crates- enseñaba
cerca del Pórtico Pocilé, llamado así porque había sido ornamentado con pintura. Se
los conoce, también, como los cultores de la filosofía del pórtico o como miembros de
la “Escuela del Pórtico”. Como refiere Jean Brun 9 “…no fue sólo una filosofía, sino una
escuela con discípulos y escolarcas que las dirigían…”.
En la historia del estoicismo pueden distinguirse, acorde Brun, los siguientes períodos:
a. el antiguo, que tuvo su centro de actividad en Atenas durante el siglo III antes de
Cristo, del que resultan exponentes Zenón de Citio, Cleantes y Crisipo.
b. el estoicismo medio durante el siglo II a de C, momento en que la escuela comienza
a latinizarse y entre cuyos personajes se hallan: Diógenes de Babilonia, Antipater de
Tarsos, Panesio de Rodas y Posidoneo de Apamea y
c. el estoicismo de la época imperial (siglos I y II d. C) esencialmente romano y sus
principales exponentes resultan Séneca, Musonio Rufo, Epítecto y Marco Aurelio 10
Como se ha visto y se ve, el estoicismo aparece en un momento en que las antiguas
ciudades- estados se han sumergido en los grandes estados helenísticos. El imperio
Alejandrino, en su apogeo y final, no sólo termina con la ciudad -Estado clásica, sino
que importa la dilución de las fronteras entre bárbaros y griegos y la aparición de
reinos extensos que las contienen, con la monarquía como forma gubernativa. 11
Será el preludio de lo que vendrá, el dominio imperial romano y la idea de una
ciudadanía común, universal.
9
Brun, Jean “El estoicismo”, Eudeba, 1977, página 11
10
Brun Jean, obra y página 12. Escolarca: “Del lat. mod. scholarcha, y este del gr. σχολάρχης scholárchēs. Escolarc
1. m. Fil. En la filosofía griega, cada uno de los jefes que han dirigido las distintas escuelas filosóficas
11
Gettel, Raymond. Obra citada, página 112
Al igual que los epicúreos, los estoicos niegan el carácter natural de la política, de allí
que, como aquellos, su objeto de especulación sea el individuo como tal; el Estado
entra sólo indirectamente en el campo de sus intereses intelectuales.
Tal como refiere George Gordon Catlin 12 la consigna de la escuela es la “aphatia”, que
no es apatía en el sentido actual del término, sino la búsqueda encaminada a evitar la
presencia de todo sufrimiento.
En rigor, pueden considerarse principios fundamentales de la escuela a los siguiente 13:
a. la libertad interior
b. la unidad del género humano
c. la existencia de un orden universal que es resultado de una razón universal
d. la existencia de un Estado Universal
En efecto, los estoicos enseñaban que el hombre es el dueño de su propio destino; el
dueño de su alma; de allí el deber de cada uno de obrar de acuerdo con su propia
elección moral y su propia voluntad.
Tal actitud pareciera poseer un tono individualista, sin embargo, la escuela era a la vez
cosmopolita ya que el hombre- concebían- se encuentra ligado a la humanidad y al
mundo del que es ciudadano14
En efecto- predicaban- existe una unidad natural de los hombres entre sí y una
comunidad moral y espiritual con todos los pueblos y los dioses, pero esta comunidad
no es en modo alguno un imperio mundial en sentido jurídico, sino una comunidad
formada a partir de la razón y la moralidad. El Estado es concebido como una
comunidad natural, y el término natural indica un modelo ideal de relaciones y de
desarrollo que sirviera como criterio de juicio para evaluar los hechos experimentados.
Gettel15 considera que para el pensamiento estoico la naturaleza es la personificación
de la ley universal, y que la razón constituye la fuente suprema del derecho y la que
nos revela el secreto de la naturaleza. La ley natural- prosigue- era, para esta escuela,
eterna e inmutable y el carácter divino del universo es reflejado por la armonía entre la
razón humana y el proceso de la naturaleza; la primera no importa juicio individual
sino conciencia común de la humanidad.
A este respecto, confirma el autor, los ideales estoicos se encuentran en la
universalidad de una ley natural y de una ciudadanía común.

12
Catlin, George Gordon, obra citada, página 135
13
Fayt, Carlos S. obra citada, páginas 42/43
14
Catlin, George Gordon, obra y páginas citadas
15
Gettel Raymond, obra y página citadas
Para el estoico la naturaleza era el sistema total de los acontecimientos necesarios, y la
reacción de un hombre ante este sistema era lo que permitía establecer su condición
moral.
Sabine16 habla de la convicción estoica acerca de una ciudad universal, de la existencia
de un Estado Universal del cual son los dioses y los hombres ciudadanos, y que tiene
una constitución que enseña a los hombres lo que se debe hacer y lo que se debe
evitar. La recta razón -añade- es la ley de la naturaleza, y el patrón universal de lo justo
y de lo bueno; inmutable en cuanto a los principios y obligatorio para los hombres y
para los gobernantes
Es para los estoicos natural, racional y positiva la sujeción de todos los hombres a una
ley natural de justicia, que debía expresarse idealmente en una comunidad mundial,
pero que se realizaba en el cumplimiento de un deber social.
Llegado a este punto, es preciso remarcar la idea estoica de los dos derechos. Uno es
el derecho de cada ciudad, el derecho positivo; el otro el de la comunidad universal, el
más perfecto.
Sabine17 explica que el primero – en el pensamiento estoico- se subordinaba al
derecho natural de la humanidad, pues la ley natural debe aportar el canon al que la
ley de la ciudad debe adaptarse. De allí que la ley positiva debe ser equitativa y con un
fuerte contenido moral.
Sin dudas que las reformulaciones del pensamiento estoico, especialmente las
realizadas por Panecio de Rodas, convirtió al estoicismo en un humanitarismo, que, en
términos políticos- Sabine así lo expone- construyó un ideal de servicio público,
humanidad, simpatía y amabilidad y superó la primitiva idea aristocratizante que
otorgaba a los sabios preminencia. De tal modo el pensamiento confirmó su sentido
igualitario y propició la idea de que todos los seres humanos habían de tener un
mínimo de derechos iguales sin los cuales resulta imposible la dignidad humana y la
justicia exige que tales derechos sean reconocidos por la ley que tiene que proteger a
los hombres en su disfrute y goce de ellos.
El estoicismo pasa a Roma por vía de Panecio y sus vínculos con el llamado “Círculo de
Escipión”.
En tres siglos había logrado reinterpretar los principios políticos universales de la
siguiente manera18:
a. bosquejando una noción de fraternidad universal unida por una justicia
común y abarcadora
b. concibiendo la idea de igualdad de los hombres sin distinción alguna
c. sosteniendo que el Estado era una unión ética y que debía crearse un título
moral a la autoridad, que no debía imponerse por la mera fuerza.
16
Sabine, George: “Historia de la teoría política”. FCE, 1998, página 135
17
Sabine, George: obra citada página 136
18
Sabine, George: obra citada página 141
Estas ideas pasaron a Roma y encontraron un campo propicio en la República, pues, tal
lo refiere Sanguinetti19: “…Encarnó admirablemente en el carácter de los romanos
republicanos (…) Muchos romanos vivieron como estoicos sin proclamarlo…”.
Las costumbres virtuosas de la república romana, quizás, fueron la
herramienta útil para la expansión que les llevaría al dominio del mundo occidental por
500 años.

19
Sanguinetti, Horacio: “Curso de Derecho Político” Ed. Astrea, 2000, página 30

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