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LO QUE MÁS ME GUSTÓ DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA

(Lectura compartida en las redes sociales, a razón de un capítulo por día, con la etiqueta
#Cervantes2018)

El Quijote tiene siete pequeñas novelas intercaladas, con personajes que aparecen
solamente en ellas. Una de ellas es adelantada a su tiempo, porque relata la importancia de
la independencia femenina, es la “Historia de Marcela y Grisóstomo”

Grisóstomo, un enamorado de Marcela, se ha suicidado porque la joven no correspondió a


su amor. Los amigos del muerto atacan a Marcela, culpándola de la muerte. Ella les responde
así:

-[…] ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo
ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según
vosotros decís, hermosa, y de tal manera, […] a que me améis os mueve mi hermosura, y por el
amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. […] Y, según yo he
oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto
así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no
más de que decís que me queréis bien? […] Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la
soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos
arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura.
Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he
desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo
dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, en fin, de ninguno dellos, bien se puede decir que
antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus
pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese
mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije
yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi
recogimiento y los despojos de mi hermosura; […] Porfió desengañado, desesperó sin ser
aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! […] Que si a
Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto
proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de
querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo
riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni
quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste, ni solicito a aquél; ni burlo con uno, ni me
entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de
mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen,
es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más
cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de
su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la
poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin
aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote,
pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas
menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa
Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y
suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán
ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo
que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del
mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive…”

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Pocos sabían leer por aquellos tiempos, pero gustaban sobremanera de escuchar historias,
así lo muestran en el capítulo 32 de la primera parte.

“Y como el Cura dijese que los libros de caballerías que don Quijote había leído le habían
vuelto el juicio, dijo el ventero:

-No sé yo cómo puede ser eso; que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado
en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me
han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos; porque cuando es tiempo de la siega, se
recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge
uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con
tanto gusto, que nos quita mil canas; a lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos
furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto,
y que querría estar oyéndolos noches y días.

-Y yo ni más ni menos -dijo la ventera-; porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel
que vos estáis escuchando leer; que estáis tan embobado, que no os acordáis de reñir por
entonces.

-Así es la verdad -dijo Maritornes; y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas
cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos
naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de
envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles.

-Y a vos ¿qué os parece, señora doncella? -dijo el Cura, hablando con la hija del ventero.

-No sé, señor, en mi ánima -respondió ella-; también yo lo escucho, y en verdad que, aunque
no lo entiendo, que recibo gusto en oíllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre
gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus
señoras; que en verdad que algunas veces me hacen llorar de compasión que les tengo.

[…]

-Ahora bien -dijo el Cura-, traedme, señor huésped, aquesos libros, que los quiero ver.

-Que me place -respondió él.

Y entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja, cerrada con una cadenilla, y,
abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de
mano. 

[…] el cura le dijo:

-Esperad, que quiero ver qué papeles son esos que de tan buena letra están escritos.
Sacólos el huésped y dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al
principio tenían un título grande que decía: Novela del curioso impertinente. Leyó el cura para
sí tres o cuatro renglones, y dijo:

-Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me viene voluntad de leella toda.

A lo que respondió el ventero:

-Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que a algunos huéspedes que aquí
la han leído les ha contentado mucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la
he querido dar, pensando volvérsela a quien aquí dejó esta maleta olvidada con estos libros y
esos papeles; que bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algún tiempo, y aunque sé que
me han de hacer falta los libros, a fe que se los he de volver; que, aunque ventero, todavía soy
cristiano.

[…]

Mientras los dos esto decían, había tomado Cardenio la novela y comenzado a leer en ella; y
pareciéndole lo mismo que al Cura, le rogó que la leyese de modo que todos la oyesen.

-Sí leyera -dijo el Cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer.

-Harto reposo será para mí -dijo Dorotea- entretener el tiempo oyendo algún cuento, pues aún
no tengo el espíritu tan sosegado que me conceda dormir cuando fuera razón.

-Pues desa manera -dijo el Cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera: quizá tendrá alguna de
gusto.

Acudió maese Nicolás a rogarle lo mesmo, y Sancho también; lo cual visto del cura, y
entendiendo que a todos daría gusto y él le recibiría, dijo:

-Pues así es, esténme todos atentos; que la novela comienza desta manera…”

Y sigue la lectura de la novela, que todos escuchan con atención, comentando y debatiendo
sobre las situaciones de los personajes.

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En el capítulo 16 de la segunda parte, se debate sobre LA POESÍA:

“La Poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo
extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas
doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas […] Ella es hecha de
una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable
precio […] no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer
ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo
solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y
príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo; y así, el que con los requisitos que he dicho
tratare y tuviere a la Poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas
del mundo. […] aun en esto puede haber yerro; porque, según es opinión verdadera, el poeta
nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta; y con aquella
inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas […] así que,
mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. […]
la pluma es lengua del alma…”

Hermosísimo, ¿verdad?

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La sabiduría popular de Sancho Panza es magnífica, nos sorprendió con sus dichos durante
todo el libro. Sancho es el personaje que hace razonar (cuando puede) al soñador Don
Quijote, el que lo ata a la tierra. Un ejemplo en una frase del capítulo 19 de la segunda parte:

“…entre el sí y el no de la mujer no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no
cabría”.

Sabio ¿no?

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En el capítulo 51 de la segunda parte, aunque engañado por la cruel broma de unos duques
malignos, Sancho llega a sentirse gobernador de una ínsula…y se desempeña perfectamente
en sus funciones:

“…aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la
que él imaginaba ser ínsula, y ordenó que no hubiese regatones [minoristas corruptos] de los
bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con
aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación,
bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre, perdiese la vida por ello; moderó el
precio de todo calzado, principalmente el de los zapatos, por parecerle que corría con
exorbitancia; puso tasa en los salarios de los criados, que caminaban a rienda suelta por el
camino del interese; puso gravísimas penas a los que cantasen cantares lascivos y
descompuestos, ni de noche ni de día; ordenó que ningún ciego cantase milagro en coplas si
no trujese testimonio auténtico de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos
cantan son fingidos, en perjuicio de los verdaderos; hizo y creó un alguacil de pobres, no para
que los persiguiese, sino para que los examinase si lo eran; porque a la sombra de la
manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha. En
resolución, él ordenó cosas tan buenas, que hasta hoy se guardan en aquel lugar, y se
nombran «Las constituciones del gran gobernador Sancho Panza.»

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La primera parte de Don Quijote de la Mancha se publicó en 1605. Cervantes escribió su


novela como si él no fuera el autor original, como si solamente copiara un manuscrito hallado
por casualidad y redactado por Cide Hamete Benengeli, un supuesto historiador musulmán. El
libro fue un éxito. Cervantes comenzó a escribir entonces, lentamente, una segunda parte.
Pero en 1614, se publicó una obra apócrifa, firmada por Alonso Fernández de Avellaneda,
nombre inventado o real, que logró despertar el resentimiento de Cervantes. Por eso, apuró su
trabajo y en 1615 fue publicada la continuación auténtica de la historia de don Quijote, con el
título de Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. En ella, el novelista
jugaría con el hecho de que el protagonista se entera de que ya la gente ha empezado a leer la
primera parte de sus aventuras, en que, tanto él como Sancho Panza, aparecen nombrados
como tales, además de la existencia de la segunda parte espuria.

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Algo más de Don Quijote y la música.

Casi en el final de la novela, Don Quijote es derrotado por un caballero maligno que durante
toda la historia lo persiguió. Al caer de Rocinante se golpea muy fuerte, queda dolorido y la
armadura abollada. Vencidos, deciden regresar. Don Quijote desarmado y a caballo con
aspecto débil. Sancho Panza a pie y en el burrito, la armadura rota. Hacen así un cortejo
cansino y triste. A esta altura los lectores estamos encariñados con los personajes y la
sensación es de honda pena, hasta capaz que se nos cae una lágrima.

Esta sensación refleja la canción que canta Joan Manuel Serrat:

https://www.youtube.com/watch?
v=LMuBvY7yaio&list=PLnudqQQHu3iDYH2aPIyalJhaFw9aRFVLy&index=3&t=0s

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