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ROMANCE DE ISABEL
LA SERRANA
LA INFANTA SEDUCIDA
A eso de la media noche, cuando los gallos cantan,
Don Carlos de mal de amores no podía sosegar.
Aprisa pide el caballo aprisa pide el calzar;
si muy deprisa lo pide, más aprisa se lo dan.
Se ha cogido su caballo y hacia el palacio se va,
por la calle de Doña Clara fue el caballo a relinchar;
esto que oyó Doña Clara se ha asomado a la ventana:
— Que furor lleva Don Carlos pa con moros pelear.
— Más furor llevo Señora, pa con damas platicar.
Se liaron en palabras, se fueron bajo el rosal
y el escudero parlero, él escuchándolo está.
— Por Dios pido al escudero, por Dios y por caridad
desto que usted haya visto, no quiera decir verdad.
El escudero parlero no lo ha querido callar
y a la entrada del palacio con el rey se fue a encontrar:
— Que su hija Doña Clara debajo el rosal está.
— Si lo dijeras callando bien te lo habría de pagar
pero me lo has dicho a voces; te voy a mandar quemar.
En busca de Doña Clara, el rey al palacio va.
Dímelo tú, Clara Niña, no me niegues la verdad:
Eso que tu cuerpo tiene, ¿a qué padre lo has de dar?
— Yo a Don Carlos, a Don Carlos, Don Carlos de Montealvar.
— Dímelo tú, Clara Niña dime, dime la verdad,
mira que si no la dices te voy a mandar quemar.
— Si yo tuviera un sobrino... a cuantos he dado el pan-
que me llevara esta carta a Don Carlos de Montealvar.
— Démela usted a mí, mi tía, que yo se la iré a llevar.
Por donde le ve la gente, muy despacito se va,
por donde no le ve nadie, no es correr, que eso es volar.
Al entrar en el palacio, al Conde se fue a encontrar.
— Buenos días mi buen Conde y los que con él están,
les señor esta carta, la carta se lo dirá.
Cogió la carta y leyó; desmayado cayó atrás
y luego que volvió en si el punto manda ensillar.
— Aprisita, mis criados, aprisa y no de vagar.
Ha salido del palacio, para el convento se va;
dejó el hábito de Conde y el de fraile fue a tomar.
A la entrada del palacio con el rey se fue a encontrar.
- Buenos días mi buen rey, y los que con él están,
esa hija que usted tiene la querría confesar.
— De curas, también de frailes, bien confesadita va.
— Si eso ya lo hizo, buen rey, se querrá reconciliar.
La agarró de las muñecas, la llevó al pie del altar.
— Dímelo tú, Clara Niña, no me niegues la verdad
lo que tienes en tu cuerpo ¿a qué padre lo has de dar?
— Yo a Don Carlos, a Don Carlos, Don Carlos de Montealvar,
pero ¿cómo ha de ser eso, si a cien leguas de aquí está?
— Alegría Doña Clara, alegría, no pesar,
que te tiene las muñecas Don Carlos de Montealvar.
La ha subido a su caballo, por la hoguera fue a pasar:
— Que quemen perros en ella que a esta no la queman ya,
case usted las demás hijas, que está bien casada va,
que se la lleva Don Carlos, Don Carlos de Montealvar.
LA NOBLE CRIADA
ROMANCE DE GERINELDO
Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.