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Para mayor culto del oficio divino y servicio de Dios

Las iglesias de los monasterios cistercienses


de la Congregación de Castilla
(siglos XV-XIX)

Antonio García Flores


Fotografía de cubierta: Sobrado. Interior del templo.
Para mayor culto del oficio divino y servicio de Dios
Las iglesias de los monasterios cistercienses
de la Congregación de Castilla
(siglos XV-XIX)

Antonio García Flores

A la comunidad de Santa María de Huerta


© Antonio García Flores, 2014
Introducción

Desde la segunda mitad del siglo XII, pero especialmente a partir de mediados del XIII, aquellos ideales
originales que la Orden había luchado por mantener intactos y con rigor durante casi un siglo, comienzan a
diluirse, coincidiendo con la aparición de nuevas formas de monacato más acordes con las necesidades de la
sociedad del momento (dominicos y franciscanos). Ese decaimiento, sobre todo espiritual, provocó el descen-
so progresivo de las donaciones, lo cual incidiría de modo importante en el proceso de construcción de los
distintos monasterios, que o no se terminaron o lo hicieron muy lentamente. Durante los siglos XIV y XV la
situación de los monasterios cistercienses hispanos empeora debido principalmente a la encomienda de éstos
en manos de clérigos y seglares, más preocupados por aumentar sus propias rentas que por el bienestar de
las casas que estaban a su cargo1. Frente a este ambiente de crisis generalizada surgió la figura de Martín de
Vargas, monje profeso del cenobio aragonés de Piedra2. Junto con otros doce monjes, decidió que había que
acabar con una situación que ya se le escapaba de las manos al Capítulo General de Císter, y que había que
emprender una reforma de la Orden3.

En 1424 Vargas se dirigió a Roma a entrevistarse con Martín V, del cual había sido confesor y predica-
dor. Tras referirle el bajo estado moral en que se encontraba el Cister hispano, mostró su propósito de vivir,
junto con varios compañeros, en la observancia estricta de la Regla de San Benito según los usos cistercienses.
El pontífice expidió el 24 de Noviembre de 1425 la bula Pia supplicum vota, por la cual le permitía erigir en
el reino de Castilla dos eremitorios, es decir, monasterios, con sus iglesias y demás dependencias necesarias, o
recibir otros ya construidos, en los cuales se había de observar estrictamente la Regla de San Benito4.

1
Acerca de la situación del Císter hispano en la Baja Edad Media, véanse entre otros, Herrera, L., ‘En torno a Martín de Vargas y
la Congregación de Castilla’, Cistercium,140 (1975)283-287; Martín, E., Los Bernardos Españoles (Historia de la Congregación de
Castilla de la Orden del Císter), Palencia (1953)15-16; Id., Historia de la orden del Císter, III:1198-1494: El segundo siglo cister-
ciense (1198-1303); La Orden al fin de la Edad Media (1303-1494), Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, Burgos (1989)
269-277; Pérez-Embid Wamba, J., El Císter en Castilla y León. Monacato y dominios rurales (siglos XII-XV), Junta de Castilla y
León, Valladolid (1986) 666-671.
2
Sobre Martín de Vargas, vid., Yáñez Neira, D., ‘El monasterio de Montesión, cuna de la Congregación de Castilla’, Anales Toledanos,
IX (1974) 204-213. También, Herrera, Historia de la orden, cit., 289-291 y 307-313, y del mismo autor, ‘Martín de Vargas, fundador
de la Congregación de Castilla de la Orden del Císter’, Manuscrito en la biblioteca del Monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia).
3
Peña, B. de la, ‘Tratado de origen de la Orden del Cister y reformación que de ella se hizo en estos Reinos de Castilla’, Cistercium,179
(1989) 433-448; Estrada, L. de, ‘Exordio y Progresos de nuestra Regular Observancia en los Reynos de Castilla y León, y Reformación
que con ella tiene en ellos la Religión, desde el principio de dicha observancia hasta el año de 1620’, mss., Madrid, Archivo Histórico
Nacional –en adelante A.H.N-, Clero, libro 16.621 (1620); Suarez, B., ‘Exordio de la Observancia de la Religión de nuestro Padre San
Bernardo, en los Reynos de Castilla y León’, mss., A.H.N., Clero, legajo 7.658(1656); Montalvo, B. de, Primera parte de la Corónica
del Orden del Cister e Instituto de San Bernardo, Madrid (1602) 339-347; Manrique, A., Annales Cistercienses, vol 4., Lugduni
(1659) 592 y ss.; Martín, Los Bernardos, cit., 1953; Yáñez Neira, ‘El monasterio de Montesión’, cit.; Id., ‘En el monasterio de Piedra
se forjó la Congregación de Castilla’, Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita, 27-28 (1974-1975) 153-172; Id., ‘Modalidades en la
interpretación de la RB introducidas por fray Martín de Vargas en 1434’, en Studia Silensia VI (Hacia una relectura de la Regla de
San Benito. XVII Semana de Estudios Monásticos. XV Centenario del nacimiento de San Benito, 140-1980), Abadía de Silos, Santo
Domingo de Silos (1980) 423-440; Id., ‘Los primeros usos de la Congregación de Castilla’, Compostellanum, XXVI (1981) 83-133;
Herrera, L., ‘En torno a Martín de Vargas y la Congregación de Castilla’, Cistercium,140 (1975) 283-313; Id., Historia de la orden,
cit., 314-350; Pérez-Embid, El Císter en Castilla y León, cit., 656-717; García Flores, A., ‘Santa María de Valbuena (Valladolid) en el
siglo XVI: proceso de transformación y ampliación del claustro medieval’, en Humanismo y Cister. Actas del I Congreso Nacional
sobre Humanistas Españoles, ed. F.R. de Pascual, Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, León (1996) 557-580; Id.,
Arquitectura de la Orden del Císter en la provincia de Valladolid, Junta de Castilla y León, Valladolid (2010) 50-53; Pascual, F.R. de,
‘La espiritualidad cisterciense en el siglo XVI’, en Humanismo y Cister, cit., 679-711, en concreto 690-694; Id.,‘Respuestas del Císter
al Humanismo del siglo XVI’, en Cipriano de la Huerga: obras completas, dir. G. Morocho, vol. 9, Secretariado de Publicaciones
de la Universidad de León, León (1996) 287-400; Torné Cubells, J.,‘Martín de Vargas y las dificultades iniciales de la Congregación
Cisterciense de Castilla’, en Humanismo y Cister, cit., 473-487; Rucquoi, A., ‘Les cisterciens dans la Peninsule Ibérique’, en Unani-
mité et diversité cisterciennes: filitions-réseuax-relectures du XIIe au XVIIe siècle. Actes du quatrième colloque du CERCOR, 23-25
septembre 1998, Publications de l’Université de Saint-Étienne (2000) 518-521; entre otros.
4
Una transcripción de la bula puede verse en Henríquez, C., Regula, Constitutiones, et Privilegia Ordinis Cisterciensis, item Con-
gregationum Monasticarum et Militarumquae Cisterciense Institutum Observant, Antuerpiae(1630) 248-249; Martín, Los Bernar-
dos, cit., 103-106; Pascual, F.R. de, ‘Bula de erección de la Congregación de Castilla y su ejecución’, Cistercium, núm. extra (2010)
207-223.
1
El primer eremitorio, Montesión, se fundó ex novo a las afueras de la ciudad de Toledo. La autorización
del arzobispo para proceder a la fundación se dio el 3 de Diciembre de 1426, celebrándose la ceremonia de
colocación de la primera piedra el 21 de Enero de 1427, día de Santa Inés5. En 4 de marzo de 1430 Martín de
Vargas pudo extender la reforma y fundar un segundo eremitorio, esta vez sobre un monasterio ya existente,
Santa María de Valbuena6. A partir de entonces, Martín de Vargas puso toda su atención en afianzar y prose-
guir la reforma de la Orden en los reinos castellano-leoneses. Pero no será hasta finales del siglo cuando los
distintos monasterios comiencen a incorporarse a la reforma (Sacramenia será el primero en 1481, Belmonte
el último en 1559), surgiendo entonces una Congregación autónoma e independiente que recibiría el nombre
de Congregación de Castilla o Regular Observancia de San Bernardo en España7.

El nacimiento de la Congregación supuso una importante renovación espiritual y un creciente auge


económico, favorecido por la eliminación de las encomiendas y el consiguiente saneamiento de las rentas y
férreo control de las fuentes de ingreso, la sustitución del abadiato vitalicio por el trienal y, posteriormente,
cuatrienal; el incremento del número de monjes; el progresivo auge de los estudios y elevación del nivel
cultural de las comunidades, con la creación de importantes bibliotecas y de una red de colegios en distintos
monasterios, más otros dos unidos a las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca; el cumplimiento
estricto de la RB y constituciones emanadas de los Capítulos Generales; la recuperación y conservación de la
antigua liturgia cisterciense; las nuevas normativas emitidas por el Concilio de Trento; etc. Todo ello, lógica-
mente, tendría repercusión importante en los edificios monásticos: las viejas fábricas medievales que con el
transcurso del tiempo se habían visto deterioradas y necesitaban una urgente reparación, se fueron restaurando
y/o renovando, al tiempo que los nuevos usos implantados por los monjes reformistas obligaron a la adapta-
ción de las construcciones medievales y la erección de nuevas estructuras acordes con aquellos8.

5
Sobre este monasterio, vid., Montalvo, Primera parte de la Corónica, cit., 339-347; Yáñez Neira, ‘El monasterio de Montesión’, cit.;
Pérez-Embid, El Císter en Castilla y León, cit., 717-736; Leblic García, V., El Císter en Toledo, Asociación Toledo Tierras y Pueblos,
Toledo (2001); ‘Historia del monasterio de Montesión’, Cistercium, 257 (2011) 323-350.
6
García Flores, ‘Santa María de Valbuena’, cit., 557-558; Id., Arquitectura de la Orden, cit., y 197-198.
7
Para este período son imprescindibles los trabajos de García Oro, J., La reforma de los religiosos españoles en tiempos de los Reyes
Católicos, Instituto “Isabel la Católica” de Historia Eclesiástica, Valladolid (1969) 59-61y 104-110; Id., Cisneros y la reforma del clero
español en tiempo de los Reyes Católicos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto ‘Jerónimo Zurita’, Madrid (1971)
152-155; García Oro, J.; Portela Silva, M.J., Los monasterios de la Corona de Castilla en el reinado de Carlos V: estudio histórico
y colección diplomática, Santiago de Compostela (2001) 109-127; Id., Los monasterios de la Corona de Castilla en el reinado de
los Reyes Católicos, 1475-1517: las Congregaciones de Observancia, El Eco Franciscano, Santiago de Compostela (2004) 107-139.
Sobre el proceso de incorporación de los monasterios castellanos y leoneses, consúltese además, Pérez-Embid, El Císter en Castilla y
León, cit., 645-650 y 674 y ss.; para los gallegos, Yáñez Neira, D., ‘Los monasterios cistercienses gallegos en la reforma de fray Martín
de Vargas’, en El monacato en Galicia durante la Edad Media: la Orden del Císter, ed. J.C. Valle Pérez, Fundación Alfredo Brañas,
Santiago de Compostela (1991) 71-105, en concreto 86 yss.
8
González López, P., ‘La actividad artística de los monasterios cistercienses gallegos entre 1498 y 1836’, Cuadernos de Estudios
Gallegos, XXXVIII (1989) 213-233, en concreto 214; García Cuetos, M.P., Arquitectura en Asturias, 1500-1580. La dinastía de los
Cerecedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo (1996) 30-31; Goy Diz, A., ‘Los claustros benedictinos tras la reforma de los
Reyes Católicos: noticias sobre su construcción y sobre sus programas decorativos’, en Humanitas: estudios en homenaxe ó Prof.
Dr. Carlos Alonso del Real, coord. A.A. Rodríguez Casal, vol. 2, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela
(1996) 877-898; Id., ‘La arquitectura monástica en la provincia de Pontevedra en la edad Moderna’ en Pontevedra nos obxectivos de
Manuel Chamoso Lamas. As nosas raíces. Real Academia Gallega de Bellas Artes, A Coruña (1999) 51-76, en concreto 52-53; Id.,
‘La imagen del Jardín Místico del Edén en los claustros de los monasterios gallegos del siglo XVI’, en Actas del V Simposio Bíblico
español. La Biblia en el Arte y la Literatura, vol. 2, Fundación Bíblica Española-Universidad de Navarra, Valencia-Pamplona (1999)
429-442, en particular 429-430; Id., ‘El resurgir de los monasterios en el Renacimiento’, en Opus Monasticorum. Patrimonio, Arte,
Historia y Orden, coord. J.M. López Vázquez, Xunta de Galicia,  Santiago de Compostela (2005) 99-166, en concreto 100-101 y 141-
142; Id., ‘La huella de Juan de Badajoz el Mozo en los claustros gallegos: el concepto de modernidad arquitectónica a mediados del
siglo XVI’, en Opus Monasticorum. Arte benedictino en los Caminos de Santiago, coord. E. Fernández Castiñeiras y J.M. Monterroso
Montero, Xunta de Galicia,  Santiago de Compostela (2007) 451-478, en concreto 454-456; Id., ‘La arquitectura del tardogótico en
los monasterios de Celanova, Ribas de Sil y Montederramo’, en Opus Monasticorum IV. El monacato en torno a la Ribeira sacra,
coord. E. Fernández Castiñeiras y J.M. Monterroso Montero, Xunta de Galicia,  Santiago de Compostela (2010) 11-34, en especial
14 y 16; Marías, F., ‘La obra renacentista del Claustro de los Caballeros de Santa María la Real de Huerta’, en Monjes y monasterios:
el Císter en el Medievo de Castilla y León, dir. I.G. Bango Torviso, Junta de Castilla y León, Valladolid (1998) 289-295, en concreto
289; González García, M.A., ‘Las reformas en las abadías orensanas del Císter en los siglos XVI-XVIII’, en Actas. Arte e Arquitectura
nas Abadias Cistercienses nos séculos XVI, XVII e XVIII. Coloquio 23-27 de Novembro de 1994, Mosteiro de Alcobaça, Ministério
da Cultura-Instituto Português do Património Arquitectónico, Lisboa (2000) 179-182; Id., ‘Reforma y reformas en el Cister de los
Reinos de Castilla. Algunas consideraciones’, en Actas. Cister: Espaços, Territórios, Paisagens. Coloquio Internacional. 16-20 de
2

La Congregación Cisterciense de Castilla y la arquitectura de sus monasterios

Al igual que sucede cuando contemplamos un monasterio cisterciense medieval, en los conjuntos mo-
dernos, y a pesar de las inevitables variaciones particulares, encontramos un aire de familia y una repetición
más o menos fija del esquema organizativo de las diferentes dependencias. ¿A qué se debe esto?

1) Estricto sometimiento a la Regla y a la Carta de Caridad, a las Definiciones y Usos de la Congregación que
irán actualizándose en sucesivas ediciones9.

2) El sistema de visitas, que actúa como “caja de resonancia” de lo que se está haciendo en cada monasterio.

3) Normativa emitida por el Capítulo General sobre obras y edificios. Aunque ya en los primeros usos redacta-
dos por Martín de Vargas para la naciente Congregación aparece un capítulo dedicado a los dormitorios10, hay
que esperar a 1498 para que el Capítulo celebrado en Huerta dicte una serie de determinaciones que constitu-
yen la base de la política edilicia de la Congregación de Castilla11. Estas serán recogidas en las distintas edi-
ciones de las Definiciones, con algunas variaciones, puntualizaciones y ampliaciones12. En líneas generales,
se pueden resumir en los siguientes puntos:

- Las obras y edificios de los monasterios, no sean muy sumptuosos, sino moderados y medidos, así
con el fin para que son, como con la posibilidad y fuerças del monasterio, esmerándose más en lo tocante más
inmediatamente a la Iglesia y culto divino.

- Dado que consumen una gran parte de las rentas, deben emprenderse después de haber sido estudia-
das con detenimiento y prudencia

- Antes de iniciar alguna obra nueva el Abad debe reparar las quiebras y menoscabos que tengan las
antiguas y existentes y si al entrar en su cargo encuentra una obra ya comenzada, la deberá acabar en toda
perfección. Tampoco podrá comenzar edificio alguno si sobre el monasterio pesa algún censo o no ha pagado
antes deudas o subsidios; en ese caso únicamente podrá trastejar, reparar lo ruinoso y hacer los remiendos
necesarios.

- No se podrá emprender obra alguna que llegue a cuarenta ducados sin el consentimiento de los ancia-
nos de la comunidad. Para obras de mayor coste, será necesaria siempre la licencia por escrito del Reformador.
Este comisiona a uno o dos abades o monjes de autoridad y experiencia, para que averigüen de qué obra se
trata, de si realmente es necesaria, dónde y cómo se va a hacer, y remitirán un informe al General.

- Cuando se haya de hacer alguna obra de planta, se haga traza de toda ella por maestro inteligente
y de crédito, por oficiales que sepan bien del arte. Dicha traza, con planta y alzado, se enseñará a uno o dos
maestros distintos y a personas de la Orden que tengan conocimiento en materia de obras, y una vez aproba-
Junho de 1998, Mosteiro de Alcobaça, Ministério da Cultura-Instituto Português do Património Arquitectónico, Lisboa (2000) 151-
166, en especial 159; etc.
9
Las Definiciones emanadas de los Capítulos Generales de la Congregación fueron recopiladas y publicadas en 1552, 1561, [1563],
[1576], 1584, 1633, 1637, 1683 y 1786. En cuanto a los Usos o Rituales, hay ediciones de 1565, 1586, [1650], 1671, 1787 y 1798. Los
años marcados entre corchetes corresponden a ediciones reseñadas por Bernard Kaul, pero que nosotros no hemos podido localizar
(Kaul, B., ‘ZurBibliographie des Cistercienserritus der Castilischen Congregation’, Cistercienser Chronik, 56 (1949) 43-55, en particu-
lar 48-51; Gibert Tarruell, J., ‘Aproximación a la espiritualidad de los primeros cistercienses’, en Actas del II Congreso Internacional
sobre el Cister en Galicia y Portugal, IX Centenario de la Orden Cisterciense, vol.4, Ourense (1998) 1749-1774, en concreto 1773 nota
97).
10
Yáñez Neira, ‘Modalidades en la interpretación’, cit., 438-439; Id., ‘Los primeros usos’, cit., 130.
11
A.H.N., Clero, Libro 20.261.
12
Definiciones 1552, cap. XXIV, n.6; 1561, cap. XXXIII, n.221, 45; 1584, cap. XXXII, n.138, 47v-48r; 1633, cap. XXX, nn.5-6,
69v-70r; 1637, cap. XXXVIII, 81r-82r; 1683, cap. XXXVI, 79-80; y 1786, cap. XXXVI, 186-188. González García, ‘Reforma y refor-
mas’, cit., 160-161, trascribe los capítulos correspondientes a 1633 y 1683. Al margen hemos dejado las referencias concretas a dormi-
torios, bibliotecas y archivos que podemos encontrar en estos libros, para centrarnos en la normativa de carácter general.
3
das, no se podrá modificar nada sin que el Definitorio lo apruebe, pues de haber edificado algunos a su gusto,
se han seguido notables yerros en las obras, con quantiosos dispendios sin provecho de los monasterios.

Además, tanto en el Capítulo General –que se celebra cada tres años y, desde 1759, cada cuatro- como
en los intermedios, se van dictando disposiciones relativas a las obras que han de hacerse en monasterios con-
cretos y se ordenan los repartimientos para costear las obras de Palazuelos -sede del Reformador desde 1551-
y de Santa Ana de Madrid, los colegios de Alcalá y Salamanca o las casas que la Orden tenía en Valladolid y
La Coruña.

4) Participación de unos mismos maestros en las obras de las distintas abadías. La documentación conservada
permite constatar el intenso trasiego de maestros, bien como tracistas o como canteros y aparejadores, por
numerosos monasterios cistercienses en un espacio temporal reducido13. Esta situación se vio favorecida por
el sistema de trabajo empleado en las canterías desde mediados del XVI. Por un lado está el maestro que da
las trazas para la obra y dirige la construcción y, por otro las cuadrillas de canteros y aparejadores contratados
por aquel y que se encargan de la materialización de las obras. Eso posibilita al arquitecto dirigir trabajos
en diferentes monasterios a la vez y sin detrimento de su calidad. Por lo que se refiere a la elección de unos
maestros determinados –aunque no se puede hablar de exclusividad, ya que lo mismo trabajan para cenobios
cistercienses, como benedictinos, catedrales, iglesias parroquiales, etc.-, debemos tener en cuenta que la res-
ponsabilidad de los contratos para grandes intervenciones recaía en último término en el General Reformador
y los ayudantes escogidos para tales asuntos, pero también que el modo de elección de abades implantado por
la Congregación posibilitaba el desplazamiento de monjes de unas casas a otras para ocupar tal cargo. Lógi-
camente, esto permitía que un abad recomendara en su nuevo cenobio a los maestros que habían trabajado en
su casa de profesión o en otros monasterios en los que hubiera servido anteriormente como superior. A su vez,
todo ello propiciaba tanto una unidad en las plantas de los conjuntos monásticos como una similitud en los
lenguajes arquitectónicos empleados en cada época14.

Todo ello ha hecho pensar en la existencia de un posible “plan de reformas” diseñado y promovido por
el Capítulo General que tendría tres premisas básicas15:

13
Así, por ejemplo, encontramos a Juan de Cerecedo ‘el viejo’ trabajando para San Clodio, Meira, Montederramo, Oia, Castañeda
y las Huelgas de Avilés; a Juan del Ribero Rada en La Espina, Sandoval, San Bernardo de Salamanca y Huelgas de Valladolid; a Juan
de Herrera de Gajano, en Sobrado, Monfero y Toxosoutos; a Simón de Monasterio en Montederramo, Melón y Monfero; a Juan de
Nates en La Espina, Palazuelos, Sacramenia, el colegio de Salamanca y Huelgas de Valladolid; a Juan de Naveda del Cerro en Gumiel
y Rioseco; a Gaspar de Arce el Viejo en Armenteira, Oseira y Montederramo; a Juan de la Sierra ‘el viejo’ en Oseira, Armenteira, Mon-
tederramo y Meira; a Juan de la Sierra ‘el mozo’ en Melón, San Clodio y Oseira; a Bartolomé de Hermosa en Oia, Melón y Armenteira;
etc. No podemos dejar de mencionar las figuras de tres monjes “arquitectos” del siglo XVII: Pedro García, profeso de Moreruela, que
intervino en Nogales y en La Espina y que llegó a escribir Minerva arquitectónica, que es escuela de todas las artes liberales que
sirven a la arquitectura como su reina y señora, aunque no llegó a ver la luz pública; a Ángel Manrique (1577-1649), que diseñó la
llamada “escalera del aire” del Colegio de Salamanca e hizo un memorial de las obras que se debían hacer en la iglesia de Huerta; o
a Juan Caramuel Lockowitz (1606-1682) y su Architectura civil, recta y obliqua considerada y dibuxada en el templo de Ierusalen
(1678). Tampoco queremos olvidar a fray Pedro Sánchez, monje de Sandoval y autor del retablo mayor de su monasterio (1605-18),
que también participó en el del monasterio benedictino de Sahagún.
14
Para todos estos aspectos, vid., García Cuetos, M.P., ‘Juan de Cerecedo, maestro de cantería al servicio de la Congregación de
Castilla. La paradójica difusión de modelos arquitectónicos en el noroeste peninsular’, en VIII Congreso Nacional de Historia del
Arte, Cáceres 3-6 octubre 1990, vol.1, Editora Regional de Extremadura, Mérida (1993), 227-229; Goy Diz, ‘La huella de Juan’, cit.,
455-456; Id., ‘La arquitectura del tardogótico’, cit., 16; Vila Jato, M.D., ‘La arquitectura de los monasterios cistercienses en Galicia
durante el Renacimiento’, en Arte del Císter en Galicia y Portugal, coord. J. Rodrigues y J.C. Valle Pérez, Fundaçao Calouste Gul-
benkian-Fondación Pedro Barrié de la Maza, Lisboa-A Coruña (1998), 184-229, en particular 187-189; González García, ‘La reforma
de las abadías’, cit., 182-184; Id., ‘Reforma y reformas’, cit., 158; Campos Sánchez-Bordona, M.D., ‘Juan del Ribero Rada. Intérprete
e impulsor del modelo clasicista en la arquitectura monástica benedictina’, BSAA Arte, LXXVIII (2012), 19-44; Cortés López, M.E.,
‘Santo Estevo de Ribas de Sil y Santa María de Montederramo, donde las subidas son el acceso a la ‘gloria’, en Opus Monasticorum
V. Entre el agua y el cielo: el patrimonio monástico de la Ribeira Sacra, ed. J.M. Monterroso Montero y E. Fernández Castiñeiras,
Xunta de Galicia, Santiago de Compostela (2012) 35-57, en especial 39.
15
González López, ‘La actividad artística’, cit., 214-215; García Cuetos, ‘Juan de Cerecedo’, cit., 227; Id., Arquitectura en Asturias, cit.,
29-34; Goy Diz, ‘La arquitectura monástica’, cit., 53-54; Id., ‘La influencia de la reforma benedictina en la renovación de las fábricas
de los monasterios gallegos’, en Struggle for Synthesis. The Total Work of Art in the 17th and 18th Centuries. Simpósio Internacional
(Braga, 11-14 de Junho de 1996) I: Conceitos, Métodos, Problemas, Espaços Sagrados, Instituto Português do Património Arqui-
tectónico, Lisboa (1999) 153-176, en concreto 154-155; Id., ‘La imagen del jardín’, cit., 429-430; Id., ‘El resurgir de los monasterios’,
4
- Separación de las diferentes actividades de la vida monástica creando tres claustros distintos: procesional o
reglar, en torno al que se agrupan iglesia, capítulo, sacristía, y refectorio; grande, dedicado fundamentalmente
a dormitorios y noviciado o colegio cuanto existían; y de la hospedería, donde aparte de a ésta se atiende a la
relación del monasterio con el exterior, y se instalan la salas abaciales.

- Búsqueda de mayor comodidad de las dependencias: creación de celdas individuales con el propósito de
favorecer la oración y estudio individual, que obligan a ampliar la zona de dormitorios; estancias como sa-
cristías y bibliotecas, salas abaciales y hospederías adquieren mayores proporciones; construcción de nuevas
piezas destinadas a capítulo y refectorio en planta alta, huyendo de la humedad, aunque las primitivas no se
abandonan; y, necesariamente, erección de sobreclaustros que faciliten el tránsito a esas dependencias por todo
el perímetro claustral y de escaleras y pasajes que posibilitan una mejor comunicación en vertical y horizontal.

- Conferir a los templos una nueva imagen que exprese la grandeza y poder de la Orden, para lo cual o bien se
reforman las primitivas iglesias adecuándolas a los nuevos usos o se reedifican.

Lo cierto es que estas reformas no se llevaron a cabo en todos los cenobios, y cuando lo hicieron tuvie-
ron lugar en diversas etapas que, a grandes rasgos, pueden sintetizarse de esta manera:

1) Consolidación y reforma de los edificios comunitarios que estaban en pésimas condiciones mediante inter-
venciones de bajo presupuesto.

2) Construcción de claustros altos sobre los medievales, división en celdas de los primitivos dormitorios, es-
caleras…

3) Adaptación de los templos a los nuevos usos litúrgicos (coros a los pies y chirolas), renovación del mobilia-
rio (retablos, sillerías, púlpitos…), sustitución de las cubiertas de madera por bóvedas pétreas o reconstrucción
de estas últimas.

4) Construcción de nuevos claustros destinados a hospedería y, más adelante, a dormitorio.

5) Renovación de las dependencias del claustro reglar, como sacristías, capítulos, refectorios… y, en algunos
casos, de sus galerías.

6) Enmascaramiento de la fábrica medieval de los templos (yeserías o pintura; erección de nuevas fachadas) o,
en menor medida, reconstrucción integral. En el momento de la desamortización, en la mayoría de las abadías
este proceso de renovación no había concluido16.

Lo que no parece es que haya existido en el seno de la Congregación de Castilla el deseo de erigir de
nueva planta conjuntos arquitectónicos conforme a ese “plan de reformas”. La mayoría de las abadías man-
tuvieron las viejas estructuras -con las modificaciones oportunas- y los nuevos espacios se fueron añadiendo
al núcleo original según surgían las necesidades y se contaba con las rentas suficientes para llevarlos a buen
puerto. Además, cuando se renuevan las dependencias tradicionales de la planta cisterciense, tanto su organi-
zación espacial como su disposición en el plano pueden llegar a variar de unos monasterios a otros de forma
importante. Todo ello es consecuencia de los distintos momentos en que se levantan, los maestros que actúan
en ellas, los requerimientos de cada abadía y, sobre todo, de sus posibilidades económicas17. Y si nos referi-
mos a los monasterios fundados en esta etapa - Montesión, Santa Ana de Madrid, Nuestra Señora de Loreto en
Salamanca o el colegio de Alcalá-, ninguno llegó a contar con más de un claustro y, exceptuando el salmanti-
no, fueron conjuntos modestos en los que los sucesivos intentos de renovación resultaron infructuosos.
cit., 100, 101 y 105-106; Id., ‘La huella de Juan’, cit., 454-456; Id., ‘La arquitectura del tardogótico’, cit., 14; Vila Jato, ‘La arquitectura
de los monasterios’, cit., pássim.
16
Hemos seguido, introduciendo algunos cambios, las etapas señaladas por Goy Diz y Vila Jato (vid., nota anterior).
17
Los monasterios de la Congregación de Aragón y Navarra siguieron este mismo comportamiento, y también las abadías de las
congregaciones benedictinas españolas (sobre estas últimas, vid., Juan García, N., ‘Modo de vida y arquitectura: los monasterios be-
nedictinos (El espíritu sigue a la forma, la forma sigue a la función)’, Argensola, 121 (2011) 273-311).
5
Renovación y transformación de las iglesias de los cistercienses

Centrándonos en las intervenciones llevadas a cabo en los tem-


plos, ¿qué reformas se hacen y por qué?18

Conclusión de las obras iniciadas en el Medievo

El en ocasiones largo y complicado proceso constructivo asocia-


do a las dificultades de tipo económico que asolaron a un gran número
de monasterios desde finales del siglo XIII, pero fundamentalmente du-
rante el XIV, motivaron que muchas de sus iglesias -por no hablar de
sus claustros o dependencias- quedaran inconclusas. Sería más tarde,
tras muchos años de inactividad constructiva y en una etapa que suele
coincidir en la mayor parte de los cenobios castellano-leoneses con su
ingreso en la Congregación de Castilla, cuando se completen sus above-
damientos. Es lo que sucedió, probablemente, en los dos últimos tramos
de la nave central de Valbuena, que vio cómo durante el primer cuarto
del XVI se cubrieron con unas bóvedas de terceletes cuyas claves se
decoran con los escudos heráldicos del III Marqués de Astorga, Álvar
Fig.1. Huerta. Vista general de la nave cen-
Pérez Osorio (+1523) y de su mujer Isabel Sarmiento y Zúñiga19. En el tral y detalle de la bóveda del tercer tramo.
caso de Huerta (Fig. 1), sólo se abovedaron durante el siglo XIII los dos
primeros tramos de la nave central: a pesar de haberse trazado los apoyos de las bóvedas de los tres últimos,
estos se cerraron entre los siglos XIV y XV con una armadura de madera sobre arcos diafragma apuntados, de
la que se conservan in situ las vigas madres y los canes
decorados con cabezas talladas que las soportaban, unas
y otros con restos de pintura; las bóvedas de terceletes
que hoy contemplamos son ya del primer cuarto del siglo
XVI20. Tanto las bóvedas que estaban proyectadas para
el crucero como para la nave central de Sacramenia que-
daron sin construir, quedando cubiertos estos espacios
por una techumbre de madera, de la que se descubrieron
durante las obras de restauración algunos mechinales y
restos de vigas; a fines del XV o principios del XVI se
cerraron con bóvedas de terceletes (Fig. 2)21. En Melón
quedaron sin abovedar, al menos, el crucero, brazo sur
Fig. 2. Sacramenia. Bóvedas del crucero y nave central.
del transepto y nave central; ya bien entrado el siglo XVI
estos tramos se cubrieron con bóvedas de crucería estrellada, atribuidas a Bartolomé Hermosa, que consta
como aparejador de la obra del monasterio en 157822.
18
Vila Jato, ‘La arquitectura de los monasterios’, cit., 211-219 y 221-228; Folgar de la Calle, M.C., ‘La arquitectura de los monasterios
cistercienses en Galicia desde el Barroco hasta la desamortización’, en Arte del Císter en Galicia y Portugal, cit., 280-327, con con-
creto 281-284; y Morais Vallejo, E., Arquitectura barroca religiosa en la provincia de León, Universidad de León, León (2000) 83-85,
195 y 776-779, nos informan de algunos de estos motivos.
19
No obstante, su hijo y sucesor Pedro Álvarez Osorio (+ 1560), empleó también las armas del marquesado en un sello de 1528 (Gar-
cía Flores, ‘Santa María de Valbuena’, cit., 564; Id., La arquitectura de la Orden, cit., 216-217 y 281).
20
Sanz Lucas, M.J.; Sanz Aragón, A., ‘Informe del seguimiento arqueológico de las obras de emergencia en el coro de la iglesia del
monasterio cisterciense de Santa María de Huerta. Soria, 1995-1996’, 1996 (Archivo Monasterio de Santa María de Huerta).
21
Algunos autores han relacionado con estas obras la donación real de 1490 referida a la explotación de una cantera en tierra de
Sepúlveda (Valle Pérez, J.C., ‘Santa María de Sacramenia: aproximación al proceso constructivo de su iglesia’, en Segovia cisterciense:
estudios de historia y arte sobre los monasterios segovianos de la Orden del Císter, Diputación Provincial, Segovia (1991) 95-106, en
concreto 95, 97, 103, 105; Merino de Cáceres, J.M., ‘Métrica y composición en la arquitectura cisterciense. Santa María de Sacrame-
nia’, en Segovia cisterciense, cit., 107-124, en particular 115-117; Id., El monasterio de Santa María de Sacramenia¸ Real Academia
de Historia y Arte de San Quirce, Segovia (2003) 20 y 78).
22
Valle Pérez, J.C., La arquitectura cisterciense en Galicia, vol.1, Fundación Pedro Barrié de la Maza, A Coruña (1991) 212,215, 217-
218 y 229; Ramil Rego, E., ‘Arqueología en las obras de emergencia del monasterio de Melón (Ourense)’, Férvedes, 5 (2008) 493-502;
6
Feliz desgracia se puede llamar ésta, por lo que trajo de
lustre el reparo

Deficiencias estructurales o un estado de precariedad


avanzado debido a su antigüedad condujeron casi hasta la ruina
a algunos templos, obligando a una serie de reformas que fueron
vistas por sus comunidades como oportunidades para moderni-
zar el edificio. Así lo indica el cronista de Oseira, fray Tomás de
Peralta, en una célebre frase que recogemos para encabezar este
apartado, cuando refiere el incendio que asoló a su monasterio en
152223.

Las más de las veces, los daños fueron parciales. Hacia


1584-85 se hunden los tres últimos tramos de las naves de Pa-
Fig. 3. Palazuelos. Vista general de las naves. lazuelos (Fig. 3), probablemente por problemas de cimentación,
haciéndose cargo de la obra de reconstrucción Juan de Nates24;
Matallana vio cómo su monumental cimborrio se hundía arrastrando tras de sí las bóvedas de la capilla mayor
y de tres de las capillas laterales en junio de 161125; en Valdeiglesias, en 1658, se derrumbaba el campanario
sobre las bóvedas26; unos años más tarde, en 1680, al abrir dos grandes vanos en la capilla mayor el cimborrio
de Herrera se vino abajo y con él las demás bóvedas27; y en marzo de 1800 se arruinó la fachada occidental de
Xunqueira de Espadañedo debido al deterioro de sus cimientos, obligando a levantar una nueva28; etc.

Pero en otras el deterioro de las viejas fábricas era tan importante que fue preciso demoler los templos
y construir unos nuevos. Este fue el caso de la iglesia de Óvila (Fig. 4), en donde ya en el último tercio del
siglo XV y a causa de su ruina, se utilizaba como tal el refectorio; a mediados del XVI se emprendió la cons-
trucción de la nueva iglesia (1554-1577), corriendo la obra a cargo de Juan Vélez, si bien fue rematada por
Juan Sánchez del Pozo29. Por su parte la vieja iglesia de Belmonte, dedicada entre 1163 y 1187 por el obispo
de Oviedo Rodrigo, estaba ruinosa junto con el resto del conjunto monástico a mediados del XVI. En 1566 el

B. Fernández Rodríguez, O mosteiro ourensán de Santa Maria de Melón: un monumento cisterciense, Grupo Marcelo Macías, A Co-
ruña (2010) 36,37, 40-41.
23
Peralta, T. de, Fundación, antigüedad y progresos del Imperial Monasterio de Nuestra Señora de Osera, de la Orden de Cister,
Madrid (1677) 295.
24
Bustamante García, A., La arquitectura clasicista del foco vallisoletano (1561-1640), Institución Cultural Simancas, Valladolid (1983)
252-254 y 351; Merino de Cáceres, J.M., Plan director. Proyecto básico de restauración integral Iglesia del exmonasterio de Sta. María
de Palazuelos, Instituto Juan de Herrera de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, Madrid (2000) 13-15; Ara Gil,
C.J., ‘El monasterio de Palazuelos: un frágil testimonio del pasado’, Boletín de la Real Academia de Bellas de la Purísima Concepción,
36 (2001) 59-86, en particular 79-80; García Flores, La arquitectura de la Orden, cit., 330-331.
25
Crespo Díez, M.; Herrán Martínez, J.I.; Puente Aparicio, M.J., El monasterio cisterciense de Santa María de Matallana (Villalba
de los Alcores, Valladolid), Diputación de Valladolid, Valladolid (2006) 85; Ara Gil, C.J., ‘Monasterio de Santa María de Matallana’,
Argaya, 39 (2009) 7-24, en concreto 14; García Flores, La arquitectura de la Orden, cit., 391-392.
26
García Benito, M., El monasterio cisterciense de Santa María de Valdeiglesias: su arquitectura recogida en los planos del arqui-
tecto, Doce calles, Madrid (2002) 65.
27
Cadiñanos Bardeci, I., Monasterios medievales mirandeses: Herrera y San Miguel del Monte, Fundación Cultural ‘Profesor Can-
tera Burgos’, Miranda de Ebro (1986) 11; Cantera Montenegro, S., El yermo camaldulense de Nuestra Señora de Herrera, Analecta
Carthusiana, Salzburgo (2010) 7.
28
González García, M.A., ‘Obras y mobiliario litúrgico en el monasterio e iglesia de Santa María de Xunqueira de Espadañedo de
1764 a 1834’, en Actas II Congreso Internacional sobre el Cister en Galicia y Portugal, Ourense 1998, vol.3, Ourense (1999) 1363-
1380, en especial 1371-1373; Singul, F., El monasterio de Santa María de Xunqueira de Espadañedo, Asociación para o Desenvolve-
mento do País do Bibei-Ribeira Sacra do Sil, Xunqueira de Espadañedo (2002) 103-108.
29
Layna Serrano, F., El monasterio de Óvila, 2ª ed., Aache, Guadalajara (1998) 53, 76 nota 10 y 114; Yáñez Neira, D., ‘Abadologio
del monasterio de Santa María de Óvila’, Wad-al-Hayara, 13 (1986) 131-194, en concreto 133, 150 y 153, 158, 159, 160 y 161; Muñoz
Jiménez, J.M., ‘El manierismo seguntino: la creciente importancia del arquitecto Juan Vélez’, Anales Seguntinos, II(5) (1988) 191-206,
en concreto 200-204; Merino de Cáceres, J.M., Óvila: setenta y cinco años después (de su exilio), Editores del Henares, Guadalajara
(2007) 144-147.
7
Capítulo provincial pedía que de nuevo se traçe todo el monasterio en la huerta y no
adonde está agora30, pero hubo que esperar a 1598 para que se realiza el remate de la
obra de la nueva iglesia; con trazas de Domingo de Mortera, su fábrica estaría a cargo
de Andrés García de la Mortera y Pedro de la Haza31. Sin embargo las obras tardarían
aún unos años en comenzar32.

Necesidades litúrgicas propias de la Congregación

Estructuras corales

Ya hemos comentado cómo los nuevos usos introducidos por la Congregación


de Castilla determinaron la creación de nuevos espacios de vida y oración. Por lo que
concierne a los templos, uno de ellos fue la elevación a los pies de las naves de un coro
en alto (Figs. 5 y 6). Generalmente ocupa los dos últimos tramos de la nave central,
más al menos uno de la nave adyacente al claustro para permitir el acceso al piso alto
Fig. 4. Óvila. Planta
de éste; no obstante, suele ampliarse la tribuna hasta ocupar en las laterales el mismo (J.M. Merino de Cáceres).
número de tramos que en la central. Inusualmente, cuatro tramos ocupaban los coros
de Moreruela y Meira; tres los de Montederramo y Oseira; y uno el de Rioseco, San Clodio y Acibeiro. En la
nave central y hacia oriente se prolonga mediante balcones o voladizos para ubicar a un lado –a veces a los
dos-, el órgano. Así, mientras en la nave central se sitúa la sillería –por lo general de dos registros de sitiales
superpuestos (Fig. 7), si bien en algunos monasterios (Sandoval, San Clodio o Valbuena) debido al escaso
número de monjes solo contaron con un piso- y un enorme facistol, en las laterales se instalan los cuartos de
fuelles del órgano, pequeñas habitaciones donde guardar los libros de coro u otros utensilios necesarios para el
desarrollo de la liturgia y, en algunas casas, una escalera de bajada al templo (Acibeiro, Castañeda, La Espina
y Palazuelos). En Matallana y Valbuena las escaleras se habilitaron directamente desde el sobreclaustro a la
nave lateral del templo. De modo excepcional, en algunos cenobios se instaló en el antecoro –los tramos más
cercanos al sobreclaustro-, una nueva sala capitular, conocida como capítulo alto (Huerta o Valparaíso), mien-
tras que el trascoro, en los casos en los que el claustro se situaba al norte del templo, daba paso a un solárium
o solana (Moreruela, Monsalud o Huerta).

Fig. 5. San Clodio. Coro alto. Fig. 6. Sobrado. Coro alto.

Se erigen bien sobre bóvedas generalmente planas, cuyo estilo es acorde al momento en que se levan-
tan, o sobre estructuras de madera (Acibeiro, Armenteira, Castañeda, Carracedo, Meira, Monsalud, San Clo-
dio, Sandoval, Valdediós, Villanueva de Oscos y Xunqueira de Espadañedo) –a veces apoyadas sobre arcos de
fábrica-. La construcción de estas tribunas provocó que los pilares sobre los que se disponen fueran reforzados
y algunos elementos arquitectónicos y escultóricos mutilados para encajar vigas o arcos y facilitar el arranque

30
‘Libro de actas de los acuerdos y definiciones de los Capítulos Generales’, A.H.N., Clero, libro 16521 (1566-1741) fol.5r.
31
Pastor Criado, M.I., Arquitectura purista en Asturias, Servicio Central de Publicaciones, Principado de Asturias, Oviedo (1987)
168-171 y 254-259.
32
En 1612 el Definitorio ordenaba que el monasterio no pagase parte de los subsidios que le correspondían para ayuda del colegio de
Salamanca, atento a la necesidad de reparo de su iglesia, y repite lo mismo en 1621, atento la necesidad que tiene de reparar la iglesia
que se está cayendo (‘Libro de actas de los acuerdos’, cit., fols. 229r, 230r y 234r.).
8
de sus bóvedas.

Pero queremos dejar claro que no se trata de un
traslado de la sillería situada en la nave central hacia los
pies de la iglesia33. Tanto los usos y rituales de la Congre-
gación, como los libros de obras, abadologios o los inven-
tarios realizados durante las desamortizaciones de princi-
pios del siglo XIX nos informan de la coexistencia de un
coro alto con otro bajo y, en algunos casos, de su estruc-
tura. Por lo que se refiere al bajo, probablemente durante
los siglos XVI y XVII se utilizaran sillerías de uno o dos
niveles dispuestas en forma de U abiertas hacia el presbi-
terio, dejando un claro a occidente, en la testera, que per-
mitía tanto el acceso de la comunidad por este lado como
Fig. 7. Huerta. Sillería del coro alto. la visión del altar desde los pies del templo a los fieles. Ya
a partir del siglo XVII, pero sobre todo en el XVIII, encontramos bancos con altos respaldos sobre tarimas de
madera. El mobiliario se completaba con un facistol grande en el centro, un púlpito para los sermones (que
aún se pueden ver en Valdediós, Acibeiro, Meira, Castañeda, La Espina o Sacramenia), un órgano pequeño,
lámparas de aceite, etc.

Sabemos, por ejemplo, que a hacia finales de 1628 o principios de 1629 Ángel Manrique quería encar-
gar para el coro bajo de Huerta vancos de respaldar de los muy buenos, grandes de tablas de tres quartas con
escudos de armas de la Orden y toda la clavazón dorada34. En un inventario de Valparaiso (1763), consta que
el coro bajo se adornaba con doce bancos de nogal con remates de bronce y un facistol de la misma madera,
coronado por un crucificado también en bronce, y se abría a occidente mediante una reja rematada por otro
Cristo35. Para Valdediós, Francisco González, ayudado por su hermano Juan y el entallador Antón de Berros,
había comenzado a hacer la sillería del coro alto; al año siguiente se adquirieron cien tablas para continuar
esta y la del coro bajo, dándose por terminadas en 1592; en las cuentas de abril de 1716 recogidas en el Libro
de estados, se anotó: mas se hizieron para el coro baxo diez bancos grandes de nogal con su clavazón, y escu-
dos de bronce y sus tarimas36. En Oseira, en tiempos del abad Adrián Huerta (1783-87), quitose del coro bajo
la sillería y en su lugar se pusieron canapés con respaldo alto y coronación bolada de media caña, pisándose
de nuevo el mismo coro con su facistol nuevo37. Y en Sobrado, el inventario del 25 de noviembre de 1820 lo

33
Aunque la mayoría de los estudiosos han pensado que fue así (por ejemplo, García Cuetos, Arquitectura en Asturias, cit., 33-34; o
Martínez Frías, J.M., ‘La transformación del coro de la iglesia en el monasterio cisterciense’, en Monjes y monasterios, cit., 297-300),
investigadores como Eduardo Carrero Santamaría (‘Arte y liturgia en los monasterios de la Orden de Císter. La ordenación deun ambiente
estructurado», en Actas del III Congreso Internacional sobre el Cister en Galicia y Portugal. Ourense y Oseira, vol.1,  Grupo Fran-
cisco de Moure, Ourense (2006) 503-565, en particular 527 y 529; ‘Una simplicidad arquitectónica por encima de los estilos. La iglesia
del monasterio cisterciense entre espacios y funciones’, en Mosteiros cistercienses. História, arte, espiritualidade e patrimonio, dir. J.
Albuquerque Carreiras, vol. 2, Jorlis, Alcobaça (2013), 117-138, en especial 136), Miguel Ángel González García (‘La sillería coral de
1794 del monasterio de Oseira y otras noticias relacionadas con la vida coral’, Cistercium, 208 (1997) 415-430, en concreto, 415-16) o
Ana Suarez (Los libros de coro de Valdediós, vol.1, Monasterio de Valdediós, Valdediós (2001)186-188) han señalado acertadamente
la convivencia de dos espacios corales, uno junto al crucero y otro en alto a los pies del templo.
34
Archivo Histórico Provincial de Soria, caja 4988, doc. 6(vid., Apéndice documental). También sabemos que en Palazuelos, según
las cuentas de abril 1746-abril 1747, se hicieron quatro bancos para el coro bajo; y en componer los otros tubieron de coste, ciento y sesenta r.
(‘Libro de obras de Palazuelos’, A.H.N., Clero, libro 16.516 (1681-1832).
35
Ferrero Ferrero, F., El Imperial Monasterio de Nuestra Señora de Valparaíso, Caja de Zamora, Zamora (1986) 13; Rivera de las
Heras, J.P., ‘Imágenes procedentes del desaparecido monasterio de Valparaíso (Zamora)’, en Actas del II Congreso Internacional, cit.,
vol.3, 1543-1561, en particular 1544.
36
‘Libro de obras’, A.H.N., Clero, libro 9.366 (García Flores, A., ‘Los altares-retablos de Santiago y de las Santas Vírgenes y Mártires,
del monasterio de Santa María de Valdediós’, Ruta cicloturística del románico internacional, XXVII (2009), 225-236, en concreto
235-236 nota 32).
37
Limia Gardón, F.J., ‘La escultura en el monasterio de Oseira en la Edad moderna (1545-1835)’, en Actas del II Coloquio Galai-
co-Minhoto. Santiago de Compostela, 14-16 de abril, 1984, vol.2, Instituto Cultural Galaico-Minhoto, Santiago de Compostela
(1985) 97-113, en particular 99-100); González García, ‘La sillería coral’, cit., 417; Fresco Santalla, A.M.; M. González Monje, J.M.,
‘Aspectos artísticos y constructivos en el abadologio de Oseira (Códice 15-B, AHN) Años 1486-1828’, en Actas del III Congreso In-
ternacional, cit., vol.1, 585-697, en concreto 588.
9
describe así: En el coro bajo quince bancos de madera de castaño pintados de verde con sus respaldos tornea-
dos y pintados de verde algo usados; en el qual se halla colocado también un facistol grande de madera de
castaño fijo para libros de canto llano muy usado, con un crucifijo en su remate también de madera y de buen
uso fijado en una cruz de palo; etc.38

Canceles de madera o rejas de hierro posibilitaban el cierre de este espacio, no encontrando en nues-
tros monasterios cierres de fábrica como los que se pueden ver en fotografías antiguas de algunas iglesias de
las abadías de la Congregación cisterciense de Aragón y Navarra (Poblet, Santes Creus, Santa Fe o Rueda) y
todavía hoy en Piedra39. Fotografías de la iglesia de Oseira realizadas a principios del siglo XX (Fig. 8) nos
permiten hacernos una idea aproximada de cómo eran estos espacios40.


Fig. 8. Oseira. Coro bajo (Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Orense, 1930;
Archivo del Patronato de la Alhambra y Generalife, F-01954).

En los Usos de la Congregación no se encuentra una distinción clara entre los actos litúrgicos que se
desarrollaban en uno y otro coro, de ahí que algunos autores hayan sugerido que el bajo se utilizara para las
misas y el alto para la liturgia de las horas41. Pero no era así. Una atenta lectura de estos rituales nos revela que
tanto durante las dos misas conventuales (matutinal y mayor), como durante el oficio divino, la comunidad
puede estar en cualquiera de los dos coros42, indicando el modo en que debían actuar y moverse los distintos
protagonistas en un momento u otro de las celebraciones, dependiendo del coro en el que estuviesen43. Úni-

38
En Palazuelos, en las cuentas de abril 1746-abril 1747, consta que Se hicieron quatro bancos para el coro bajo; y en componer los otros
tubieron de coste, ciento y sesenta r. (‘Libro de obras de Palazuelos’, A.H.N., Clero, libro 16.516 (1681-1832);y en Sandoval, hacia 1803 se
pusieron bancos nuevos y una reja en el coro bajo, y en el inventario de 1835 aparecen mencionados un facistol grande de chopo, dos hi-
leras de bancos de lo mismo pintados y dos cuadros viejos (Sahelices González, P., Villaverde de Sandoval: monasterio y pueblo, Revista
Agustiniana, Guadarrama(2005) 188.
39
En el inventario realizado en Oia en 1836 se apunta que el coro está cerrado sobre sí con barandillas de madera, conteniendo un facis-
tol de la de castaño, lo mismo que las barandillas, estando documentadas ya en 1593 (Cendón, M., ‘Santa María de Oia’, en Monasticón
cisterciense gallego, coord. D. Yáñez Neira, I, Edilesa, León (2000) 196-223, en concreto 219; Id., ‘Patrimonio perdido y conservado
en el monasterio de Oia a la luz del inventario de 1836’, en Actas del II Congreso Internacional, vol.3, 1227-1246, en especial 1228
y 1243). Como veremos arriba en el texto, en Oseira se emplearon rejas de hierro. Cierres de fábrica pueden verse en fotografías
antiguas de algunos monasterios integrantes de la Congregación cisterciense de Aragón y Navarra (Poblet, Santes Creus, Santa Fe o
Rueda), conservándose todavía algunos tramos en el de Piedra. No obstante debemos recordar que, exceptuando Iranzu y Fitero, los
monasterios de la citada Congregación no construyeron coros en alto (Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia en los monasterios’, cit., 527).
40
Archivo del Patronato de la Alhambra y Generalife, Granada (http://hdl.handle.net/10514/11865).
41
González García, ‘La sillería coral’, cit., 415-16; Suarez, Los libros de coro de Valdediós, cit., 186-188; Carrero Santamaría, ‘Arte y
liturgia en los monasterios’, cit., 529-530; Id., ‘Centro y periferia en la ordenación de espacios litúrgicos: las estructuras corales’, Hortus
Artium Medievalium, 14 (2008) 159-178, en concreto 172.
42
Vid., los Usos de 1798, por citar solamente uno de los rituales editados por la Congregación, en este caso, el último (1ª parte, cap.
IX, 47, 53, 55 y 57; cap. X, 68 y 70-71; cap. XV, 93-95; cap. XXXIII, 181-182; cap. XLI, 223; cap. XLV, 239 y 243).
43
Los Usos dedican algunos capítulos a estos aspectos: cómo deben entrar en el coro, distinguiendo dos modos de hacerlo según
10
camente se especifica que se reúna la comunidad en el bajo en unas fechas y acontecimientos especiales: para
el sermón de la misa mayor (independientemente de si la comunidad asiste en el coro alto o en el bajo); tercia
los días de procesión (Purificación, San Benito, San Bernardo, Domingo de Ramos, Ascensión, Corpus, Asun-
ción); las del primer y tercer domingos de cada mes (de Nª Sª del Rosario y del Santísimo, respectivamente)
también se inician en el coro bajo después de la misa mayor-; sermón y completas del Jueves Santo; procesión
de los salmos penitenciales, sexta y nona del Viernes Santo; profesiones monásticas; recibimiento de perso-
nas importantes; o para llevar el viático y comunión a los enfermos. Las vísperas del Jueves Santo se rezarán
siempre en el alto44.

Entonces, ¿por qué se construyó otro coro a los pies y en alto? Entre las diversas causas posibles se han
señalado un mayor desarrollo del canto litúrgico, la necesidad de contar con un espacio más amplio para las
procesiones, una búsqueda de mayor intimidad para la oración, la facilidad de acceso desde las celdas ubica-
das en el piso alto del claustro, la apertura de los templos a los fieles o cuestiones climatológicas y de salud45.
Personalmente creo que la respuesta más aproximada la podemos encontrar en los dos últimos puntos46. Ya
hemos comentado cómo en prácticamente todos los monasterios de la Congregación se construyen nuevas
estancias destinadas a capítulo y refectorio, a veces también sacristías, en planta alta, buscando una mayor
comodidad y huyendo de la humedad y el frío de las salas bajas47. No debe extrañar, pues, que esta duplici-
dad de espacios se busque igualmente en la iglesia: en las estaciones más cálidas el coro bajo resultaría más
fresco, mientras que en las invernales la humedad y el frío lo harían insalubre; por el contrario, en esa época
el coro alto sería un ámbito más acogedor48. La necesidad de acotar un espacio dentro del templo destinado a
un número creciente de fieles fue también determinante. En época medieval, el lugar destinado a los seglares
en los templos de los cistercienses era restringido tanto en cuanto a ubicación -a los pies de las naves- como
a tiempos –en determinadas ceremonias y festividades-. Así pues, no se trata de que con la Congregación de
Castilla se abran las iglesias al pueblo. La cuestión radica en que el aumento del número de seglares al servi-
cio de los monasterios fue creciendo con el tiempo, especialmente por el descenso del número de conversos,
llegándose a crear en torno a algunos de ellos caseríos de tamaño importante. Aquellos, como es natural,
necesitaban un espacio para el culto y donde recibir los sacramentos, de ahí que en julio de 1438 Eugenio IV
regulaba el acceso de los fieles a la liturgia de los monasterios de la Congregación y permitía la administración

accedan al coro bajo o al alto; cuándo debe estar la comunidad inclinada fuera de sus sillas, de pie -dentro o fuera, mirando al altar
mayor o vueltos unos a otros-, de rodillas –lo mismo-, postrados o sentados; cuándo y cómo se han de inclinar dentro del coro; y
cuándo y cómo han de estar en las sillas altas y bajas -se distinguen los coros que tienen sillería alta y baxa de los que tienen un solo
orden de sillas-. Dependiendo del momento del oficio o misa, se moverán entre las sillas altas y las bajas, o se acercarán al facistol o la
baranda. Además, los hermanos estarán en unas horas determinadas en las sillas altas y los ancianos, según el momento, en la testera
o en las sillas de delante; los novicios lo harán siempre en las bajas, pero si hay solo un orden de sillas se sentarán a continuación
de los profesos (1565, 1ª parte, cap. XVI, 54-56; 1586, 1ª parte, caps. XVI y XXV, 65-68 y 84-86; 1671, 1ª parte, caps. XXVI-XXVII y
XXX-XXXI, 184-195 y 198-209); 1787, 1ª parte, caps. IX-XIV, 49-63; y 1798, 1ª parte, cap. XII, 76-82 y caps. XXVI-XXX, 149-173).
Un buen resumen de estos aspectos, abarcando también el periodo medieval, en Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia en los monasterios’,
cit., 516-518.
44
Anotamos de nuevo únicamente referencias de los Usos de 1798: 1ª parte, cap. IX, 47, 53 y 55; cap. X, 68 y 70-71; cap. XV, 93-95;
cap. XXI, 119; cap. XXXIII, 181-182; cap. XXXIV; cap. XXXVI, 210; cap. XXXVIII, 216; cap. XLI, 223; cap. XLIV, 235; cap.
XLV, 239; cap. XLVII, 256; cap. LV, 293; cap. LVII, 303; cap. LVIII, 305; 2ª parte, cap. IX, 335; XV, 356-357; etc.
45
Vid. García Cuetos (Arquitectura en Asturias, cit., 33-34; Rodríguez G. de Ceballos, A., ‘Liturgia y configuración del espacio en la
arquitectura española y portuguesa a raíz del Concilio de Trento’, Anuario del Dpto. de Historia y Teoría del Arte UAM, III (1991),
43-52, en especial 48; o Martínez Frías, ‘La transformación del coro’, cit., 298-300. No obstante, debemos señalar cómo estos autores
creían que la construcción del coro alto, conllevaba la desaparición del bajo, algo que como hemos visto es erróneo. Por su parte,
Carrero Santamaría hace un análisis minucioso de las motivaciones apuntadas, desestimando de modo acertado las tres primeras se-
ñaladas en el texto (‘Arte y liturgia en los monasterios’, cit., 527-529; vid., también del mismo autor ‘Una simplicidad arquitectónica’, cit.).
46
La búsqueda de un lugar en el templo para celebrar la liturgia de las horas con acceso más cómodo desde las zonas habitacionales
construidas en torno al claustro alto, pienso no es motivo suficiente como para condicionar la construcción de estos coros, aunque
indudablemente el desarrollo de los sobreclaustros lo favoreció. Debemos recordar, en primer lugar, que la comunidad asiste a las
misas conventuales y al oficio divino tanto en el coro alto como en el bajo; en segundo lugar, que no todos los claustros reglares con-
taron con celdas en su perímetro, sino que éstas se ubicaron en los claustros del dormitorio o incluso en los de la hospedería; y que
en los monasterios de la Congregación de Aragón y Navarra, que carecieron de coros altos, sí se levantaron sobreclaustros (Piedra,
Veruela, Rueda o Poblet).
47
Este fenómeno también ha sido observado en los claustros catedralicios (Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia en los monasterios’, cit.,
529).
48
Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia en los monasterios’, cit., 529; Id., ‘Una simplicidad arquitectónica’, cit., 136.
11
de sacramentos en sus iglesias49. El sotocoro (Fig. 9), ce-
rrado con rejas hacia las naves - ya sean de madera o de
hierro (Huerta, Montederramo, Valdediós, Xunqueira de
Espadañedo)-, servía espléndidamente para este fin. En nu-
merosos monasterios recibirá el nombre de iglesia de los
seglares (Villanueva de Oscos, Valbuena, La Espina), igle-
sia de la feligresía (Castañeda), iglesia del barrio (Huerta)
o incluso la parroquia o Yglesia parroquial (Palazuelos,
Huerta)50. A su cargo estaba un cura elegido de entre los
monjes sacerdotes de la comunidad, que se ocupaba de
regular su acceso, administrar los sacramentos, organizar
las cofradías que se fueron instaurando, etc. Estos espacios
contaron con altares y retablos, pilas bautismales e incluso
actuó como lugar de enterramiento de los feligreses51. Fig. 9. Valdediós. Sotocoro.

Como fue habitual en sus construcciones, los cistercienses adaptaron a sus propias necesidades una
estructura -el coro en alto- que ya desde finales del siglo XV habían difundido entre sus iglesias otras órdenes
religiosas, como franciscanos, dominicos y jerónimos52, y que también sería adoptada por los benedictinos de
la Congregación de Valladolid.

‘Segund la orden’: la chirola

En algunos templos cistercienses de la Congregación de Castilla se levantó a oriente de la capilla


mayor una construcción conocida bajo el nombre de chirola. De planta cuadrangular o poligonal (Fig. 10), se
accede desde aquella a través de dos puertas que flanquean el altar. En el lado occidental pueden presentar,
bien un vano que comunica con la capilla mayor –generalmente a la altura del expositor del retablo-, bien un
nicho o un altar. Algunas, además, muestran en su frente oriental y en los laterales hornacinas con altares que,
en su día, se adornaron con retablos; diversos vanos permiten su iluminación. Las propuestas acerca de su
funcionalidad han sido variadas: sacristía, capilla-oratorio, espacio para procesiones, relicario o capilla donde
celebraban misa sacerdotes ajenos a la comunidad53. Sin embargo, como vamos a ver, su auténtica finalidad
fue la de servir como capilla del Santísimo54.
49
Henríquez, Regula, constitutiones.., cit., 278-279.
50
En Castañeda, en 1779, iglesia de la feligresía (Miguel Hernández, F., El monasterio de San Martín de Castañeda, Zamora: análisis
de su pasado para el futuro, Consejería de Cultura y Turismo, Valladolid (2010) 215); en Villanueva de Oscos, hacia 1763-67, iglesia
de los seglares (Yáñez Neira, D., ‘El monasterio de Villanueva de Oscos y sus abades’, Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 80
(1973) 645-715, en concreto 705); En Palazuelos, en 1679, se habla de la parroquial del monasterio y en 1731 de parroquia de Pala-
zuelos (A.H.N., Clero, legajo 7.627); en Valbuena, en 1776-77, yglesia de los seglares (‘Cuentas de obras y pleitos’, , A.H.N., Clero, libro
16.613 (1776-1835); en Huerta, iglesia del barrio (Cordón, C., ‘Memoria chronológica de los abbades y varones illustres de este impe-
rial y real monasterio de Huerta’, Archivo Monasterio Santa María de Huerta, 145, fols. 84r, 87v, 93v, 96v, 100v, 106v-107r) e yglesia
parroquial (131v); en La Espina, en 1766-68, yglesia de los seglares (‘Libro de Obras. Cuentas’, A.H.N., Clero, libro 19.748 (1735-1835)
fol.105, 106v, 109r); etc.
51
Juan Álvarez el Viejo hacía testamento el 13 de diciembre de 1679 en presencia de José de Alcántara, cura del monasterio de Pa-
lazuelos, y en él mandaba: Iten ordeno que quando me sacare Dios desta vida mi cuerpo sea sepultado en la Parroquial del monasterio
de Nuestra Señora de Palazuelos, cerca de la sepoltura de mi mujer y hija un poco más arriba, y un documento del 6 de noviembre de
1731 dice que Gerónima Conde está enterrada en esta parrochia de Palazuelos(A.H.N., Clero, legajo 7.627).
52
Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia en los monasterios’, cit., 527-529; Id., ‘Una simplicidad arquitectónica’, cit., 136-138.
53 Sá Bravo, H. de., El monacato en Galicia, vol.1, Librigal, A Coruña (1972) 309-310; Valle Pérez, La arquitectura cisterciense, cit.,
162, 181 nota 127 y 283; Vila Jato, M.D., ‘Galicia en la época del renacimiento’, en Galicia. Arte, XII, Ediciones Hércules, A Coruña,
215; Id., ‘La arquitectura de los monasterios’, cit., 213-216; Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 21; López Sangil, Historia
del monasterio, cit.; Id., ‘Monfero’, cit., 143; Singul, F., El monasterio de Santa María de Montederramo, Asociación para o Desenvol-
vemento do País do Bibei-Ribeira Sacra do Sil, Xunqueira de Espadañedo (2002) 69; Ara Gil, ‘El monasterio de Palazuelos’, cit., 79;
Manso Porto, ‘El monasterio de Santa María la Real de Oia’, cit., 299; Engroba Cabana, ‘Reformas arquitectónicas no mosteiro’, cit.,
74-75; Lorenzo Asprés, ‘O ocaso do mosteiro’, cit., 615; Garrote Recarey, ‘Santa María de Meira’, cit., 92; entre otros.
54
Ha sido Carrero Santamaría, tras el estudio atento de los usos y rituales de la Congregación, el que ha definido correctamente su
funcionalidad.
12
Fig. 10. Chirolas. Plantas a) Meira; b) Palazuelos; c) Montederramo;
d) Monfero; e) Carracedo.

Aunque han sido las localizadas en los monasterios gallegos las que han llamado la atención de los
estudiosos (Meira, Monfero, Montederramo, Xunqueira de Espadañedo y Oia), también se han conservado
ejemplos en otros territorios (Palazuelos, Carracedo, La Espina y Villanueva de Oscos) y en algunos está do-
cumentada su presencia (Nogales y Valparaíso).

Fig. 11. Meira. Chirola.

La chirola de Meira, de principios del siglo XVII, es un espacio rectangular cubierto por una bóveda de
cañón con casetones pintados con querubines y florones (Fig. 11). Esta articulación se prolonga por los muros
oriental y occidental, decorándose aquí con imágenes de santos y beatos en su mayoría cistercienses, identifi-
cados por sus nombres en una cartela: a occidente, flanqueando un edículo de medio punto que comunica con
la capilla mayor, Benito –y la visión del globo del mundo55- y Bernardo –con un Crucificado alusivo al milagro
del abrazo de Cristo al santo-, acompañados de Gerardo de Clairvaux, Vital de Clairvaux, Eugenio III, Esteban
Harding y Martín Cid, Silvano de Rievaulx, Roberto de Molesmes, Adriano IV y otros dos santos no identifi-
cados por el mal estado de conservación de la pintura; a oriente, Gregorio IV, Arnulfo de San Nicasio, Ema-
nuel de Cremona, Pedro de Tarantasia, Froilán y Atilano abades y fundadores de Moreruela, Amadeo, Alano
de Lille –que lleva un letrero más largo: ALANUS DOCTOR FAMOSUS, CISTERCII HUMILIS CONVERSUS.
QUI DUO, QUI SEPTEM, QUI TOTUM SCIBILE SCIVIT56, y se sitúa bajo un medallón hoy vacío sostenido
por ángeles que ocupa el centro de la composición-, Hugo de Auxerre, Humberto de Clairvaux, Benedicto XII,
Alejandro de Cîteaux y Guarino. En la parte superior de los costados norte y sur otros medallones sostenidos
también por ángeles contienen frases del Génesis (28, 16-17): VERE DOMINUS EST IN LOCO ISTO. GE-
NES XXVIII y NON EST HIC, ALIUD, NISI DOMUS DEI ET PORTA CAELI. GEN XXVIII. La decoración se
completa en los pasos que comunican con la capilla mayor con un versículo del libro de la Sabiduría (7,6): al
55
Gregorio Magno, Libro de los diálogos, libro II, cap. XXXV.
56
Este texto lo encontramos en Menard, H., Martyrologium Sanctorum Ordinis Divi Benedicti, Paris (1629) 156.
13
norte, [UNUS ERGO INTROCTUS] EST OMNIBUS AD VITAM, y al sur
ET SIMILIS EXITUS. SAPIENTIAE [VII]. La autoría de estas pinturas
corresponde a José Vázquez57.

Entre 1713 y 1717 se construyó la de Monfero (Fig. 12). Presenta


planta cuadrada y se cubre con una bóveda de cañón decorada con caseto-
nes en los que vemos esculpidos estrellas, cruces, soles, lunas, corazones,
querubines, florones y máscaras. Todos los lados presentan hornacinas
con altares, destacando la adyacente a la capilla mayor, que se corona con
un frontón y en origen comunicaba con ella; hoy día cobija un sagrario.
Según fray José Manuel Díaz Losada y Felpeto en su descripción manus-
crita del monasterio (ca.1868), en 1789 se hicieron y pintaron los cuatro
altares de la chirola, y en 1868 la custodia mayor, que se hallaba en la
chirola, con sus guarniciones, así como los retablos que la adornaban,
fueron enviados a distintas parroquias del entorno58.
Fig. 12. Monfero. Interior de la chirola.
De planta rectangular es la de Montederramo. Cubierta con bóveda
de cañón casetonada, un vano comunica con el altar mayor a la altura del expositor, mientras que en los costa-
dos norte y sur se disponen dos hornacinas. Terminada hacia 1614, en el inventario realizado en noviembre de
1835 se describe su mobiliario: Tras el altar mayor. Una capilla que contiene un altar de madera sobre el cual
se halla un retablo de lo mismo sin pintar; en su centro una custodia donde se pone el Santísimo Sacramento,
cuya puerta se haya dorada (…) Al costado derecho en su retablo una imagen de la Concepción de bulto, al
izquierdo otro con un Santiago de medio relieve y sobre la cima una imagen al parecer de Santa Águeda de
bulto. La primera noticia que tenemos de ella es de 1607, cuando consta que hízose un retablo para la chirola
que a de ser, costó cuarenta ducados la talla y cuarenta y ocho reales la cerradura59.

La chirola de Xunqueira de Espadañedo, de la que


apenas quedan restos, tenía planta cuadrangular y elevada
altura; adosada al exterior del ábside de la capilla mayor
vemos una mesa de altar sobre la que se dispone una
hornacina coronada por un frontón triangular rematado en
una cruz que, en origen, comunicaba con el interior a la
altura del sagrario de su retablo (Fig. 13). Hasta 1775-76
no aparece documentada: Osario. Para poner con la de-
cencia los huesos de los fieles se hizo uno detrás de la chi-
rola…; en 1789-90, se anotó este gasto: En un cascarón,
un frontal para la chirola y retocar el altar mayor…; y en
Fig. 13. Xunqueira de Espadañedo. Chirola. 1790-91: Se hizo un retejo general de esta [iglesia] y del
lienzo del claustro que dice a aquella en la que se revajó
el chapitel de cantería que está sobre la chirola y ocasionaba muchas goteras rebatiendo las aguas sobre la

57
Valle Pérez, La arquitectura cisterciense, cit., 162 y 181 nota 127; Monterroso Montero, J.M. ‘Las artes figurativas en los monasterios
cistercienses gallegos durante la Edad Moderna’, en Arte del Císter en Galicia y Portugal, cit., 376-431, en particular 421-423; Engroba
Cabana, S., ‘Reformas arquitectónicas no mosteiro de Meira en época moderna’, Boletín da Asociación de Amigos do Museo do Castro
de Viladonga, 16(2006) 67-77, en concreto 74-75; Garrote Recarey, M., ‘Santa María de Meira. Transformaciones del monasterio y
génesis de la villa’, Abrente, 42-43 (2010-11) 75-112, en especial 92; Yáñez Neira, D.; Barral Ribadulla, D., ‘Santa María de Meira’, en
Monasticón cisterciense gallego, cit., vol.2, 58-95, en concreto 83-84.
58
Couceiro Freijomil, A., Historia de Puentedeume y su comarca, 3ª ed., Puentedeume (1981) 89 y 101; vid., también Monterroso
Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 423; López Sangil, J.L., Historia del monasterio de Santa María de Monfero, Diputación Provin-
cial, A Coruña (1999) 90 y 117; Id., ‘Monfero’, en Monasticón cisterciense, cit., vol.2, 96-149, en concreto, p.128; Lorenzo Asprés, A.,
‘O ocaso do mosterio de Monfero. Evolución, ruína e restauración’, Estudios Mindonienses, 26 (2010)599-657, en especial 615-616.
59
González García, M.A., ‘Mobiliario litúrgico del monasterio de Montederramo en el momento de la exclaustración’, en Actas del
III Congreso Internacional, cit., vol.1, 632-641, en concreto 633; Folgar de la Calle, M.C.; Fernández Castiñeiras, E., ‘Restaurando la
memoria. Intervenciones de la Dirección Xeral de Patrimonio en el Monasterio de Santa María de Montederramo’, en Opus Monas-
ticorum V., cit., 341-380, en especial 354.
14
capilla mayor…60. Pero probablemente se construyó al tiempo que el nuevo retablo mayor, obra de Juan de
Angés el Mozo de hacia 1594-94 y policromado en 163461.

Fechada a mediados o tercer cuarto del siglo XVI, la chirola de Palazuelos presenta planta poligonal,
con tres tramos adaptados al hemiciclo de la capilla mayor y se cubre con bóvedas estrelladas de crucería
adornadas con terceletes y combados y claves colgantes, todo de yeso (Fig. 14). Los paramentos se enrique-
cen con pinturas en grisalla de estilo manierista, atribuidas al pintor Antonio Stella, quien en su testamento de
1591 reconoce haber hecho pinturas murales en el monasterio. Muestran los paneles centrales escenas de la
Pasión de Cristo: Oración en el huerto, Prendimiento, Flagelación, Coronación de espinas, Camino del Calva-
rio, Crucifixión y Descendimiento. En los lunetos, escenas pascuales y de la Virgen: Resurrección, Ascensión,
Pentecostés, Asunción, Coronación de la Virgen, Anunciación y Visitación. En el costado oeste del tramo
central, una hornacina está flanqueada por representaciones de la Justicia y la Fe, y a su vez por San Pablo y
San Pedro; en su luneto, la Última cena62.

Fig. 14. Palazuelos. Chirola.

La de Carracedo, de planta cuadrangular, fue construida al tiempo que la iglesia, a fines del XVIII. Se
divide en tres tramos, el central cubierto con cúpula de media naranja y los laterales con bovedillas de cañón;
en la parte inferior del lado que corresponde a la capilla mayor vemos un amplio nicho con arco rebajado –po-
siblemente para guardar la custodia- y en la superior, a la altura de la ventana que ilumina el recinto, un amplio
vano de medio punto que comunica con la capilla y actuaría como un transparente.

Tanto en Oia como en Villanueva de Oscos apenas se conservan testimonios de su existencia. En el


caso gallego, tenía planta rectangular, se cubría con bóveda de cañón y la ventana central del testero de la
capilla mayor fue aprovechada y ampliada para comunicar con el expositor del retablo63. Y en cuanto al caso
asturiano, flanqueando el altar mayor hay dos puertas de reducido tamaño hoy cegadas que en origen daban
paso a la chirola, documentada ya a fines del siglo XVI: fray Bernardo de la Cruz (1590-93), adornó esta
iglesia con la chirola y retablo o custodia que está en ella que costó todo tres mil ciento y treinta reales, y su

60
González García, ‘Obras y mobiliario litúrgico’, cit., 1367 y 1371; Singul, ‘El monasterio de Santa María de Xunqueira’, cit., 60-61 y
nota 40.
61
Bajo el relieve de la Adoración de los pastores, vemos pintado en una cartela el versículo 16 del salmo 88: BEATVS POPVLVS QUI
SCIT IVBILATIONEM PS. 88 y a su lado otra con esta data: ANNO DOMINI 1634. Del mismo modo, bajo el relieve de la Epifanía
encontramos el versículo 15 del mencionado salmo: MISERICORDIA & VERITAS PRECEDENT FACIEM TVAM PS. 88, acompa-
ñado también por la misma fecha.
62
Merino de Cáceres, Plan director, cit., 30-31; Ara Gil, ‘El monasterio de Palazuelos’, cit., 79; Fernández del Hoyo, M.A., ‘Antonio
Stella, pintor italiano’, BSAA, XLVI (1980) 507-513, en concreto 512-513; Torre Tubero, A. de la, ‘Santa María de Palazuelos’, Argaya,
39 (2009) 55-58, en concreto 57-58). En diversas cuentas del libro de obras conservado se alude a retejos o reformas en los tejados
(1749-50; 1758-59; 1700), renovación de vidrieras (1782-83; 1786-87) o pintura de sus puertas (1818-19) (‘Libro de obras de Palazue-
los’, A.H.N., Clero, libro 16.516 (1681-1832).
63
Valle Pérez, La arquitectura cisterciense, cit., 281, 283 y 293 nota 101; Manso Porto, C., ‘El monasterio de Santa María la Real de
Oia. Estudio histórico artístico’, Cuadernos de Estudios Gallegos, 115 (2002), 251-306, en especial 299.
15
sucesor fray Bernardo de Quiroga (1593-96), pinceló y enlució la chirola64.

La chirola de La Espina es algo diferente. No se trata de una estructura adosada a la capilla sino que
se excavó en el grosor del hemiciclo absidal, por lo que es bastante estrecha, no más de un metro de ancho y
comunica con el presbiterio por un hueco rectangular abierto en alto en el centro del ábside y por dos puertas
en los extremos65.

Aunque nada queda de ellas, sabemos que en Nogales, el cuatrienio de Malaquías Suarez (1759-63)
se renovó el altar mayor, poniéndole muchas piezas, se quitó el lienzo de la Asunción y se puso una soberana
imagen en bulto en representación de su felicísimo tránsito (…) Se doró todo, se estofaron de nuevo los santos
patriarcas, se abrieron las puertas para la chirola, se compuso ésta y aquellas se doraron66. Algo más cono-
cemos de la de Valparaíso. El 8 de agosto de 1618 Francisco García, Juan del Pozo y Juan del Cabo, maestros
de cantería, se dan por pagados de los 300 ducados en que tenían concertada la obra de la chirola del dicho
monasterio, con más otros trecientos reales que se nos añadieron a nuestra voluntad por el arco que fizimos
debaxo de la fuente de la dicha obra67. En una descripción del monasterio de ca.1621-23 se indica lo siguiente:
Detrás del altar maior ai una chirola, mui bien labrada de cantería y azulejos, y tres altares en ella en que se
diçe todos los días misa68; y en un inventario de 15 de abril de 1763, consta que en ella había tres altares y un
retablillo con un crucifijo de marfil sobre una peana de concha, y cuatro blandones tallados y sobredorados69.

A esta nómina de chirolas debemos aña-


dir otras que no son una construcción aneja al
templo, sino que se originan al dejar un espa-
cio relativamente amplio tras el retablo mayor,
a modo de trasaltar. Como en los casos ya vis-
tos, se accede a su interior por dos puertas que,
abiertas en el retablo, una a cada lado del altar
mayor; a sus espaldas puede levantarse otro al-
tar con retablo, se practica un hueco para abrir
desde ahí el expositor o se coloca un sagrario.
En ocasiones actuó además como relicario. Este
modelo de chirola lo encontramos en Sacrame-
nia, Sandoval, San Clodio y Castañeda, y está
Fig. 15. Sacramenia. Retablo mayor e interior de la chirola. documentado en Valbuena, Óvila y Huerta.

En la abacial segoviana, tras el retablo mayor -obra de Juan de Nates (1588) policromada en 1592-70,
se habilitó un espacio cubierto con bóvedas de aristas que cobija, lindante con el altar mayor, una mesa de
altar con frontal de azulejería sobre la que se erige un retablo de principios del XVIII; a sus pies, una lápida de
64
Yánez Neira, ‘El monasterio de Villanueva’, cit., 674; Álvarez Castrillón, J.A. El monasterio de Santa María de Villanueva de Oscos:
historia y fuentes, Ayuntamiento de Villanueva de Oscos, Villanueva de Oscos (2009) 43. Este último autor añade que en un inven-
tario de 1744 se anotaba lo siguiente: Hay una pirámide de plata con su reliquia de San Froilán que está en la custodia de la chirola.
Erróneamente las mencionadas puertas se han identificado en otras ocasiones como salidas al cementerio o incluso se ha supuesto
que comunicaban entre sí (Monroy Fernández, P., Monasterio de Santa María de Villanueva de Oscos: estudio histórico-artístico del
siglo XII al siglo XXI, Bubok Publishing, Madrid (2008) 82).
65
La única mención documental la hemos encontrado en una partida de abril 1790-abril 1791 del Libro de obras: componer una
[puerta] de las de la chirola (‘Libro de Obras. Cuentas’, A.H.N., Clero, libro 17.948 (1735-1835) fol.147r).
66
Yáñez Neira, D., ‘Abadologio del monasterio leonés de Santa María de Nogales’, Archivos Leoneses, 76 (1984) 215-297, en especial
280.
67
Archivo Histórico Provincial de Zamora, Desamortización, 256; erróneamente Ferrero Ferrero, El imperial monasterio, cit., 11-12,
conocedor del documento, la confunde con una girola monumental.
68
Papeles y relaciones de cosas de Valparayso y de Nuestro glorioso Padre S. Martín Cid (ca.1621-23) (Archivo Histórico Dioce-
sano de Salamanca, 356/35, fol.168).
69
Rivera de las Heras, ‘Imágenes procedentes del desaparecido’, cit., 1544.
70
Merino de Cáceres, ‘Métrica y composición en la arquitectura’, cit., 90-99; Id., ‘Retablos herrerianos del monasterio de Santa María
de Sacramenia’, R&R, 15 (1998) 50-57; Merino de Cáceres, J.M.; Fernández Urrutia, C., ‘Restauración de los retablos herrerianos del
monasterio de Santa María de Sacramenia’, Estudios Segovianos, 101 (2001) 207-233).
16
pizarra negra indica la presencia de un en-
terramiento (Fig. 15). El interior del sagra-
rio puede verse desde el presbiterio a través
de un óculo ovalado practicado en el banco
del retablo a la altura de la mesa de altar y
que está rodeado de un letrero en el que aún
se pueden leer las palabras consagratorias:
[HIC] EST ENIM CORPUS MEUM.

Cuando Jovellanos visita el monas-
terio de Sandoval en 1795 y describe la ca-
pilla mayor señala que hay, tras del retablo
mayor, un camarín que llaman la chirola71.
En efecto, a espaldas del retablo mayor se
levanta otro más sencillo que decora sus
calles laterales con pinturas de escenas del Fig. 16. Sandoval. Retablo mayor e interior de la chirola.
Evangelio, mientras que la central presenta sobre la mesa del altar un armario-relicario con bustos de madera
policromada y un sagrario –que comunicaba en origen con el tabernáculo original del retablo, pues el que hoy
vemos es fruto de una remodelación tardía-, y encima un lienzo de la Virgen (Fig. 16). El retablo mayor, con
trazas de fray Pedro Sánchez, monje del monasterio, fue construido entre 1605 y 1618; los relicarios fueron
encargados en Valladolid en 1626, el dorado del retablo mayor y el de la chirola está documentado en 1667 y
sabemos que al año siguiente pintose el retablo mayor por la parte de la chirola de flores, frutos, pedrería y
cinco lienzos para los nichos del72.

En San Martín de Castañeda, tras
el retablo mayor, el espacio del hemiciclo
absidal se cortó en altura instalando un ar-
tesonado pintado con florones (Fig. 17). La
trasera del retablo se forró de madera y en
torno a un hueco que en la parte superior
comunicaba con el expositor delantero y en
la inferior alojaba un sagrario, se pintó una
hornacina adintelada con columnas y fron-
tón con una cartela en la que se lee un versí-
culo del profeta Isaías (45,15): VERE TUES
DEUS ABSCONDITUS DEUS ISRAEL. Por
la parte del presbiterio, una placa de madera
situada bajo el expositor lleva pintadas las
Fig. 17. San Martín de Castañeda. Retablo mayor e interior de la chirola.
palabras consagratorias. Gracias a la docu-
mentación aportada por Miguel Hernández sabemos que el retablo se realizó en 1620 y doró en 1644, y que en
1779 se puso en el altar de la chirola otro sagrario para reservar a su Majestad73.

A las espaldas del retablo mayor de San Clodio, obra de mediados del XVIII, se disponía un espacio
relativamente estrecho –en la actualidad es más amplio al haberse desplazado el retablo hacia occidente para
permitir una buena visión de las pinturas que decoran el hemiciclo absidal-, desde el que se podía abrir el ex-
positor. A la altura del sagrario se conserva una suerte de banco policromado sobre el que probablemente se

71
Jovellanos, Melchor Gaspar de, Diario 2. Cuadernos V, conclusión, VI y VII (desde 1 septiembre de 1794 hasta el 18 de agosto de
1797, Centro de Estudios del Siglo XVIII-Ayuntamiento de Gijón, Gijón (1999) 363.
72
Casado, C.; Cea, A., Los monasterios de Carrizo y Sandoval, Edilesa, León (1986) 74, 96, 98, 102-104; Llamazares Rodríguez, F., El
retablo barroco en la provincia de León, Universidad de León, León (1991) 65-68; Pérez Pérez, F.I.; Malagón Rojo, R.M., ‘Actuaciones
sobre el mobiliario de Santa María de Sandoval’, en El monasterio de Sandoval: 150 años de abandono, Pro monumenta, León (1997)
25-103, en concreto 40-42; Sahelices González, Villaverde de Sandoval., cit., 184-185, 351-353 y 356-358.
73
El monasterio de San Martín, cit., 213 y 215.
17
erigiría una hornacina donde colocar y manipular dignamente una custodia74.

Como hemos apuntado más arriba, este tipo de chirola se documenta en otros monasterios. Para el caso
de Valbuena, en una relación de obras llevadas a cabo en el monasterio desde la implantación de la reforma
y durante la segunda mitad del XV está recogido lo siguiente documentado que fisose el atajo de tras del al-
tar mayor con su yeso e sus dos puertas morilas segund la orden y que se fiso para el altar mayor un grand
retablo graçioso75. En Óvila, durante el abadiato de Leonardo de Cartes (1587-81) se hizo la chirola con su
bovedilla76. Y de la de Huerta contamos con un preciosa descripción en una carta que el Padre jesuita Pedro
Juan Perpiñán dirigió a sus hermanos del Colegio de Coimbra el 27 de septiembre de 1561: Allí vimos entre
otras cosas un sacrario que el Abad, movido de bueno y santo zelo, para mas reverenciar lo que agora más
peligra en la Iglesia, hizo concertar y arrear tan ricamente, que entrar allí es entrar en un paraíso. Está he-
cho a manera de una capillita pequeña tras del retablo, donde se entra por una puertecita junta con el altar a
usanza de aquella Orden. Dentro ay un altar vuelto para el altar mayor de la Iglesia en el qual está el Santo
Sacramento en un tabernáculo ricamente labrado; las paredes de todas partes están cubiertas de imágenes
sagradas pintadas de muy excelente mano, y en algunos cabos tienen asentados reliquiarios grandes y hermo-
sos de plata con sus reliquias; y todo maravillosamente y suavemente resplandece con la lumbre que allí arde
perpetuamente77. Este abad no era otro que Luis de Estrada, quien en abril de 1560 dejó escrita una relación
de las reliquias que había guardado en unas cabezas de san Bernardo y de la Virgen que había mandado hacer
y que se custodiaban en el Relicario del Santissimo Sacramento78.

Y no fue exclusivo de los monasterios cistercienses de la Congregación de Castilla, sino que aparece
documentado en algunos de la de Aragón y Navarra. En efecto, así se disponía en Poblet79, La Oliva80, Fitero81
74
Su funcionamiento como chirola ha sido señalado por Morgade Saavedra, P.; Rodríguez Rodríguez, A., Hotel monumento: mostei-
ro de San Clodio, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela (2004) 185; y Goy Diz, A., O mosteiro de San Clodio de Leiro, Grupo
Marcelo Macías-Fundación Caixa Galicia, Ourense-A Coruña (2005) 59.
75
García Flores, ‘Santa María de Valbuena’, cit., 568; Id., Arquitectura de la Orden, cit., 295. Este retablo sería sustituido por uno de
Gregorio Fernández (ca.1615) y posteriormente, a mediados del XVIII, por el que hoy podemos admirar.
76
Yáñez Neira, ‘Abadologio del monasterio de Santa María de Óvila’, cit., 164 nota 53.
77
Gaudeau, B., De Petro Ioannis Perpiniani vita et operibus: accedunt non nulla opera Perpianininondum edita, Paris (1891) 153.
78
La transcripción de estas relaciones de reliquias puede verse en Fray Luis de Estrada (IV centenario de), ed. L. Esteban, Santa
María de Huerta, Monasterio de Santa María de Huerta (1983) 411-418.
79
En el contrato firmado el 2 de abril de 1527 entre Damián Forment y el abad Pedro Caixal para hacer el retablo mayor de Poblet,
se señala que en los extremos del banco tenía que hacerse un portal a cada part fet al romano (…) y detrás del banch en dret de la
casa del mitx a de ver a una finestra per al Corpus, la qual finestra ho sacrari a de esser obrat de alguna grant hobra romana. En
diciembre de 1728 el abad Félix Genover renovó el espacio e hizo construir una portada en el intercolumnio y el altar con retablo y
frontal, todo de jaspe y alabastro (Finestres y de Monsalvo, J., Historia del real monasterio de Poblet, vol.1, Cervera (1753) 276-277;
Vilarrubias, F.A., La antigua capilla de las reliquias del real monasterio de Poblet, Poblet, Abadía de Poblet (1961) 35-36; Altisent,
A., Història de Poblet, Poblet, Abadía de Poblet (1974) 601 y 604; Liaño Martínez, E., Poblet: el retablo de Damián Forment, Edilesa,
León (2007) 39, 59 y 205).
80
El monasterio de La Oliva contrataba en diciembre de 1571 a Rolan Mois y Paulo Scheppers, pintores, para hacer un retablo para
la capilla mayor. En las condiciones se estipulaba: las ymágines que están señaladas en las puertas vaxas para entrar en el retablo
sean los apóstoles sant pedro y sant pablo con sus insignias (…) Yten a las espaldas del retablo medio por medio a de quedar una
camarita para la custodia y sanctíssimo sacramento que se abra con dos puertas, lo qual todo anssí camarita como puertas será
de pinsel de buena mano y dorado, y lo que se pintare será historias o historia a propósito (…) y toda la obra de cabo a cabo, do-
rada, y toda la ymaginería estofada y dorada y puesta en perfección. La mazonería corrió a cargo de Juan de Rigalte y se asentó en
1589 (Castro, J.R., ‘Los retablos de los monasterios de La Oliva y Fitero’, Príncipe de Viana, III (1941) 13-26; Morales Solchaga, E., ‘A
propósito del retablo mayor del monasterio de la Oliva, una de las joyas más preciadas de nuestro patrimonio’, en Presencia e influen-
cias exteriores en el arte navarro, coord. M.C. García Gainza, R. Fernández Gracia, Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y Arte
Navarro, 3. Pamplona (2008) 621-637; Criado Mainar, J., ‘El retablo mayor del monasterio de La Oliva (1571-1587) y la renovación
de la pintura zaragozana. Nuevas precisiones documentales’, Artigrama, 26 (2011) 557-581).
81
Para pintar, dorar y estofar el retablo de Fitero se contrató en junio de 1590 a Rolan Mois. En el contrato se estipulaba: Itten que
el sagrario donde está el sanctísimo sacramento detrás del altar, dentro del sea de dar de azul con sus estrellas o un brocadillo a
gusto del dicho señor abad y en las puertas dentro y fuera unos ángeles incensando pintados de colores dorados y estofados con
puertas convenientes mayores que las que ahora tiene, y pintar la capillica que para la dezencia del santísimo sacramento se a
de hazer; pero a la muerte de Rolan Mois quedaron sin pintar el sagrario y la capillica. Años más tarde, en 1638, fray Nicolás de
Talavera y Castellet, abad de Valldigna y visitador por delegación del General, ordenaba: que se haga un sagrario detrás del altar
mayor, de manera que, entrando en él, se conozca ser casa de Dios sacramentado y puerta del Cielo, porque parece muy indecente
de la manera que hoy está y se haga un globo de plata para las formas y se quite el aforro de madera en que está la capilla, por
18
y Veruela82; en todos ellos se guardaba el Santísimo y al menos en los dos últimos servía también de capilla
relicario.

La noticia más antigua sobre este tipo de chirola la encontramos en Valbuena, y en su parca descripción
nos aclara que se hizo segund la orden. Expresión semejante se emplea al hablar de la de Huerta en 1561: Está
hecho a manera de una capillita pequeña tras el retablo, donde se entra por una puertecita junta con el altar a
usanza de aquella Orden; y más explícito es Finestres al describir la de Poblet en 1753: Es una capilla arrima-
da a las espaldas de el altar mayor, en la qual, conforme es estilo de la Orden, está la reserva de el Santísimo
Sacramento. A juzgar por estas noticias, parece que era tradicional en los monasterios de la Orden la habilita-
ción de capillas para el Santísimo en los trasaltares83. De hecho, una estructura semejante debió construirse en
la capilla mayor de Clairvaux III: el altar mayor contaba con una imagen de la Virgen y un frontal rodeados
por cuatro columnas con ángeles entre los que se desplegaban paños y telas; tras él, separado por algún tipo
de estructura mueble o de fábrica, una retrocapilla albergaba un altar y los cuerpos santos de Bernardo -en el
centro-, santos mártires -a la derecha- y Malaquías -a la izquierda-84. Esta compartimentación espacial en la
capilla mayor de la casa francesa serviría sin duda de modelo para otros monasterios de la Orden. No obstante,
no debemos confundir el altar de nuestras chirolas con el altar matutinal que desde al menos el siglo IX se
detecta en las grandes iglesias tras el altar mayor y separado de él por algún tipo de cierre o separación y que
podía servir, entre otras cosas, de capilla relicario y de reserva del Santísimo85. Sin duda, esta duplicidad de
altares en el presbiterio de las basílicas plenomedievales influyó en la configuración de los espacios que veni-
mos tratando, pero hay que aclarar que en los monasterios cistercienses la misa matutinal se celebraba siempre
en el altar mayor86.

ser cosa indecente para tan alto sacramento (Castro, ‘Los retablos de los monasterios’, cit.; Fernández Gracia, R., ‘En el centenario
de la Adoración nocturna en Fitero: el culto eucarístico multisecular en la villa de Fitero’, Fitero (2009) 30-31; Id., ‘Culto y cultura.
Un patrimonio mueble excepcional salvado de la desamortización en Navarra. Promotores y devociones. Artistas para señalados
conjuntos’, en Fitero: el legado de un monasterio. Monasterio de Fitero, Navarra. 26 de abril a 29 de julio de 2007, Fundación para
la Conservación del Patrimonio Histórico de Navarra, Pamplona (2007) 93-124).
82
Según Gregorio de Argaiz, fray Juan Jiménez de Tabaren 1617 hizo el trasaltar, que oy es depósito de la imagen de nuestra Señora
de Veruela, donde están las reliquias, de que daré quenta, adornando aquella capilla con todas las pinturas que tiene de profetas,
que al propósito hablaron de Dios sacramentados, y de su Madre (…) Fue por el sucessor puesto en la misma capilla de el trasaltar;
en una sepultura tan honrada, y en tal disposición, que un rey se diera por muy contento con ella, porque viene a estar la cabeça al
pie de el Altar…; más adelante, tras describir las reliquias que contiene, apunta: …a cuya capilla acompañan, y adornan dos altares,
uno de S. Lorenço, y otro de S. Jorge, uno a cada lado, siendo en total tres los altares de esta capilla. La existencia de puertas en el
retablo, contratado en 1540 y concluido en 1551, hace pensar que ya entonces se habilitó o estaba en proyecto hacer una capilla para
custodiar el Santísimo (Argaiz, G. de, La soledad laureada por san Benito y sus hijos en las iglesias de España, VII: Teatro monásti-
co de la santa iglesia, ciudad y obispado de Tarazona, Madrid (1675) 647-648 y 650-651; Ibáñez Fernández, J., SplendorVerolae: el
monasterio de Veruela entre 1535 y 1560, Centro de Estudios Turiasonenses, Tarazona (2001) 159; Id., ‘La dotación artística del mo-
nasterio de Veruela durante el siglo XVI’, en Tesoros de Veruela: legado de un monasterio cisterciense. Monasterio de Veruela, Di-
putación Provincial de Zaragoza, 22 junio-16 octubre 2006, Diputación Provincial, Zaragoza (2006) 200-223, en concreto 205-210).
83
También podía custodiarse la reserva en un recipiente en forma de paloma suspendido sobre el altar mayor, en un armario ex-
cavado en el muro del presbiterio o en un tabernáculo exento situado junto al altar (Schneider, F., L’Ancienne Messe Cistercienne,
Tilbourg, Abbaye de N. D. de Koningshoeven (1929)107-110; Aubert, M., L’architecture cistercienne en France, 2ª ed., vol.1, Paris,
323-324).
84
Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia’, cit., 509-514; Id., ‘En torno a San Bernardo. Trama y consecuencias de la retrocapilla de Clair-
vaux y el culto a las reliquias’ en Actas IV Congreso Internacional Cister en Portugal y en Galicia, vol.2, Braga-Oseira (2009) 931-951;
Id., ‘Autour de saint Bernard. Chronologie et implications spatiales du culte des reliques à Clairvaux’, Cîteaux, 64 (1-2) 187-197.
85
Sobre estos espacios, vid., Carrero Santamaría, E., ‘Retrocapillas, trasaltares y girolas. Liturgia, reliquias y enterramientos de pres-
tigio en la arquitectura medieval’, en Imágenes del poder en la Edad Media. Estudios in memoriam del Prof. Dr. Fernando Galván
Freile, vol.2, coord., E. Fernández González, Universidad de León, León (2001) 65-83; Id., ‘El altar mayor y el altar matinal en el
presbiterio de la catedral de Santiago de Compostela. La instalación litúrgica para el culto a un apóstol’, Territorio, sociedad y poder,
8 (2013) 19-52.
86
Los cistercienses siguieron el llamado sistema “basilical” de misas difundido por el monacato benedictino desde el siglo XI, aun-
que simplificado: misa conventual diaria o mayor, celebrada en el altar mayor después de tercia, y misas privadas en distintos altares
distribuidos por la iglesia durante el tiempo de la lectio divina –oficiadas por un monje sacerdote acompañado de dos servidores-, a
las que se añade los domingos y días de fiesta otra misa conventual llamada matutinal y que también se celebra en el altar mayor des-
pués de prima (Les Ecclesiastica Officia cisterciens du XIIeme siècle, ed. D. Choisselet; P. Vernet, Reiningue, Abbaye d’Oelemberg
(1989)156-170, 180-185 y 171-180; Schneider, L’Ancienne Messe Cistercienne, cit.; Altermatt, A.A., La liturgia (oficio divino): cen-
tro de la existencia monástica. Apuntes y notas para el Curso de Formadores de la Orden Cisterciense, (Pro manuscripto), Roma,
Curia General de la Orden Cisterciense (2001) 26-27); Dubois, M.-G., ‘L’eucharistie à Cîteaux au milieu du XIIe siècle’, Collectanea
19
De otro lado, como hemos visto, la decoración que acompaña estas piezas está en plena sintonía con
la función que desempeñaron: sagrario donde se custodia el Santísimo Sacramento, morada perpetua de Dios
entre los hombres, presencia viva del misterio de Dios hecho carne. La cartela pintada en Castañeda hace alu-
sión al Dios escondido, presente en la Eucaristía. Las leyendas que adornan los paramentos norte y sur de la
de Meira nos indican que Yahvé está en este lugar y que Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta
del cielo –curiosamente, lo que alegó el visitador de Fitero al ordenar que el sagrario se renovara de forma
digna87-, mientras que las que vemos en los pasos que conducen a su interior (Una sola es la entrada a la vida
para todos y una la salida) aluden a que solo en la comunión con Cristo encontramos la verdadera vida; es
más, la presencia en el testero oeste de las figuras de Benito y Bernardo arrodillados y mirando hacia el vano
central donde seguramente se alojara la custodia, recuerda a las representaciones de los dos santos adorando
el Santísimo Sacramento que podemos ver, por ejemplo, en la iglesia del antiguo monasterio de monjas cis-
tercienses del Sacramento, en Madrid; las figuras de santos y beatos que los acompañan con libros abiertos en
las manos, en actitud meditativa, bien se podrían relacionar con la importancia para la vida del monje de la
lectura orante y estudio de las Sagradas Escrituras, que revelan a Jesucristo, Palabra encarnada. En Palazuelos
los paneles centrales están ocupados por episodios de la Pasión, mientras la hornacina donde se guardaba la
custodia está coronada por la Última Cena. Y las escenas que aún se pueden ver tras el retablo actual de Huer-
ta –Ofrenda de Abel y Caín y Sacrificio de Isaac-, pintadas hacia 1580, como prefiguraciones del sacrificio de
Cristo son claramente eucarísticas.

Como capilla del Santísimo o Sagrario su papel era destacado en el ceremonial de la Congregación88.
Durante la misa mayor, si era día de sermón, tras incensar las ofrendas y una vez que el diácono ha incensado
al sacerdote, vaya por la chirola incensando, inciense tres tiempos al sagrario, y salga por el lado del evan-
gelio. Si no hay chirola, pase de un lado a otro del altar, acomodando en quanto pueda las ceremonias89. Los
días de comunión –domingos y fiestas- y renovación –domingos y Jueves Santo-, después de la elevación del
cáliz, el diácono acompañado por el servidor con el incensario y de otros dos monjes con hachas se introducen
en la chirola hasta llegar al sagrario; tras incensar la custodia, la llevan al altar mayor y se renuevan las formas;
los monjes comulgarán a la derecha del altar, pasarán por detrás de él -si hay chirola, irán por ella- hasta llegar
al lado izquierdo, en donde recibirán las abluciones. Tras la bendición final con el Santísimo, la custodia se
devuelve a su sitio de la misma forma90. Si un domingo no se renuevan las especies, el sacristán lo hará el lunes
siguiente, diciendo misa en el altar de la chirola; si no la hay, en el mayor, llevando tres formas las ofrecerá y
consagrará; lo mismo se hace el día siguiente al Corpus91. Los primeros domingos de mes, después de tercia,
se bendice el agua: el sacerdote que preside la misa mayor se dirige delante del altar y lo asperja, luego irá al
lado de la Epístola y lo rodeará hasta llegar al lado del Evangelio echando agua bendita; si no hay chirola ni
espacio tras el altar, se asperjará por delante de un lado al otro92. Los terceros domingos de cada mes, tras la
misa mayor, se hace procesión con el Santísimo por el claustro e iglesia, y una vez finalizada, si hay chirola, el

Cisterciensia, 67 (2005) 266-286; Kerr, J., An Essay of Cistercian Liturgy, 8-9, http://cistercians.shef.ac.uk/cistercian_life/spirituality/
Liturgy/Cistercian_liturgy.pdf (acceso en 14-6-2013). Los cistercienses de la Congregación de Castilla permanecieron fieles a las
tradiciones litúrgicas de la Orden (Gibert Tarruell, J., ‘Aproximación a la espiritualidad’, cit., 1771-1772), y en sus rituales señalan
de forma expresa que ambas misas –mayor y matutinal- se dicen en el altar mayor (Usos 1565, 1ª parte, cap. XV, 36v-37v; 1586,
1ª parte, cap. IX, 33;1671, 1ª parte, cap. XVI, 126;1787: 1ª parte, cap. XVI, 66; 1798: 1ª parte, cap. XVI, 96. Ya en el Capítulo
celebrado en Huerta en 1498 se estipula: En todas las fiestas deben celebrarse en las iglesias misa matutinal por el convento en el
altar mayor, sin canto –vid. nota 11).
87
Vid., nota 78.
88
La mención expresa a la chirola no la encontramos en los Usos hasta 1586. En la edición anterior (1565) se alude a ir por detrás
del altar (donde se pudiere hazer) o por detrás del [altar],… al lugar donde está la custodia al describir determinados momentos
de las celebraciones litúrgicas que, en las ediciones posteriores, se asocian a la chirola.
89
Usos 1565: 1ª parte, cap. XV, 44r; 1586: 1ª parte, cap. XV, fol.55; 1671: 1ª parte, cap. IX, 76; 1787: 1ª parte, cap. XXI, 95; 1798: 1ª
parte, cap. IX, 57.
90
Usos 1565: 1ª parte, cap. XV, 49v-53r;1586: 1ª parte, cap. XV, fol.61-63 y 64; 1671: 1ª parte, cap. IX, 87-91 y cap. X, 95-97; 1787: 1ª
parte, cap. XXII, 101-103, cap. XXIII, 109-110; 1798: 1ª parte, cap. IX, 59-60 y 65-66, cap. X, 70.
91
Usos 1787: 1ª parte, cap. XXII, 104, 3ª parte, cap. XXIII, 362.
92
Usos 1565: 1ª parte, cap. XII, 33; 1586: 1ª parte, cap. XIII, fols.45v-47r; 1671: 1ª parte, cap. XV, 120-121; 1787: 1ª parte, cap. XIX,
77; 1798: 1ª parte, cap. XV, 93.
20
presidente irá a guardar la custodia acompañado por la comunidad93. Cuando hay que llevar el viático a algún
monje enfermo, se reúne la comunidad en la capilla mayor, y si la custodia no se puede sacar por delante del
altar, sino por la chirola, vaya el sacerdote acompañado de los más que cupieren sin apremio en la chirola, con
sus luces, cojan la forma y continúen la ceremonia; lo mismo harán para encerrarla94.

De su utilización como relicario nada dicen los Usos, si bien hay que notar que en estos rituales no se
mencionan las reliquias y su culto en ningún punto y que cada monasterio optaría por una solución diferente a
la hora de guardar su más precioso tesoro95. En el caso de las chirolas hemos advertido cómo esta función está
documentada en las de Huerta y Sandoval, por citar ahora únicamente aquellos cenobios pertenecientes a la
Congregación de Castilla, e incluso podría pensarse que las representaciones de santos y beatos que vemos en
la de Meira hagan alusión a las reliquias que de ellos allí se custodiaban. Sea como fuere, no es extraño que las
reliquias de los santos y santas venerados en los monasterios se guardaran en estos recintos acompañando al
cuerpo sacramentado de Cristo, sin duda la reliquia más preciada, la del Dios hecho hombre96. Por otro lado,
en al menos una ocasión –Sacramenia-, este espacio sirvió también como lugar de enterramiento, uniéndose
el culto al Santísimo con la espera en la resurrección, que se alcanza mediante la comunión con Cristo en la
Eucaristía.

La novedad aportada por la Congregación de Castilla respecto a la tradición cisterciense anterior fue
la de monumentalizar este espacio al modo de las capillas sacramentales cartujanas, en donde desde el siglo
XV se dispone tras la capilla mayor y su retablo, una capilla-relicario donde se custodia el Santísimo, y cuyo
primer testimonio se encuentra en la cartuja sevillana de Las Cuevas (1436)97.

Antes de pasar a otro punto debemos considerar otra solución que, aún no constituyendo en sí una
chirola, pudo servir como tal: la resultante de la disposición de un baldaquino unido al altar pero exento, tras
el que queda libre un espacio para la deambulación y que contó en ocasiones con un sagrario para el Santísimo
en la parte trasera. En A Franqueira, ca.1700 se amplió la zona de la cabecera y se situó en un baldaquino la
imagen de la titular del monasterio, y en 1740 se dice: Está su altar en tal disposición que se puede andar en
círculo alrededor de su circunferencia98. El baldaquino central del retablo mayor de Valbuena, de mediados
del XVIII, deja practicable tras él un corredor a manera de girola, pero el sagrario se situaba sobre el altar99.
En Huerta, el retablo (1765-66) contaba con un templete-expositor exento de planta cuadrangular, hoy retirado

93
Usos 1787: 1ª parte, cap. XXVIII, 125-128
94
Usos 1671: 1ª parte, cap. XXI, 150-151; 1787: 1ª parte, cap. XXXVI, 153. En el ritual de 1787 se ordena que en todas las Iglesias de
los Monasterios de la Orden ha de haber un Altar, que tenga Sagrario con puerta, llave, y Sacramento, esto es, un Copón, o caxa
con formas consagradas, que se utilizaría desde entonces para dar la comunión a los religiosos que no pudieron comulgar en la misa
mayor, a los fieles y para el viático (1ª parte, cap. III y XXXVII, 30-34 y 148-153).
95
Más adelante hablaremos sobre los retablos y capillas relicarios.
96
En la visita que hizo Ambrosio de Morales (1572) a algunos monasterios de la Congregación describe cómo las reliquias se guarda-
ban junto a la custodia: en Carracedo las arquitas están con mucha decencia metidas tras dos rejas de hierro doradas, colaterales en
el retablo de la Custodia del Santísimo Sacramento y en Nogales, la reliquia de San Antonio Abad, metida en un brazo de plata, está
guardada siempre dentro de la Custodia del Santísimo Sacramento (Viage de Ambrosio de Morales por los reinos de León y Galicia
y Principado de Asturias, por orden expresa de Su Majestad Felipe II, para reconocer las reliquias de los santos, los sepulcros
reales y los libros manuscritos custodiados en cathedrales y monasterios, ed. E. Flórez, Madrid (1765) 168 y 184).
97
Sobre estos espacios, vid., Ibáñez Fernández, J.; Criado Mainar, J., ‘Manifestaciones artísticas de la Contrarreforma en Aragón. El
trasagrario del convento de San Francisco de Tarazona (Zaragoza)’, Turiaso, XV (1999-2000) 95-126, en especial 110-116; Rodríguez
G. de Ceballos, ‘Liturgia y configuración del espacio’, cit., 49; Id., ‘Edificios singulares de España en relación con el culto eucarístico’,
en L’architecture religieuse européenne au temps des réformes: héritage de la Renaissance et nouvelles problématiques, ed. M.
Chatenet y C. Mignot, Picard, Paris (2009) 231-240; Bernales Ballesteros, J., ‘El sagrario de la Cartuja de las Cuevas’, Laboratorio de
Arte, 1 (1998) 145-162.
98
Valle Pérez, J.C., O mosteiro de Santa Maria da Franqueira durante a Idade Media, Diputación de Pontevedra, Pontevedra (1999)
52-53 y 95 nota 30). La relación con los otros modelos de chirola ha sido realizada por Carrero Santamaría, ‘Arte y liturgia’, cit., 514
nota 35.
99
Arias Martínez, M., Monasterio de Santa María de Valbuena de Duero (Valladolid). Pinturas murales y bienes muebles (inédito), 26-
28; Vicente Pradas, J.M.; Martín Lozano, J.E., Monasterio de Santa María de Valbuena:‘Las Edades del Hombre’. Arte y evangelización,
Edilesa, León (2008) 29-30. Curiosamente, en el libro de obras y pleitos, hay una partida relativa a composición de vidrieras (1794-
95), en la que se dice: En componer las del claustro, hacer una nueva en el refectorio, algunas de la Sala, y otra de la chirola trescientos
sesenta y cinco reales (‘Cuentas de obras y pleitos, 1776-1835’, A.H.N., Clero, libro 16.613).
21
a los pies del templo, y según el contrato realizado por Félix Malo el tabernáculo ha de estar colocado sobre
tres gradas y en medio de ellas la reserva como lo demuestra el diseño100; según información facilitada por
algunos monjes que lo vieron antes de que fuera desmontado, en la parte posterior había una cavidad cerrada,
a modo de sagrario. Finalmente, Armenteira cuenta con un baldaquino exento de planta semicircular adaptada
a la planta del ábside en cuya parte trasera se dispone un pequeño altar con su sagrario (1780)101.

Esta otra es más bonita y sobre todo moderna

No hay duda de que las distintas abadías trataron, según sus posibilidades, de cambiar la imagen
interior y exterior de sus iglesias, renovándolas no por necesidad sino por el deseo de poseer unos templos
“modernos”, suntuosos y monumentales, que respondían a los gustos del momento102.

En algunas ocasiones las obras afectaron a la primitiva cabecera, como en Acibeiro, en donde a finales
del XVI-principios del XVII se sustituyen las bóvedas románicas de la capilla mayor por unas bóvedas de
crucería estrellada, atribuidas a Juan de la Fuente103; o en Herrera (1680) y Rioseco (1691), que vieron cómo
se abrieron a los lados de sus capillas mayores dos grandes arcos que comunicaban con las laterales para que
se pudiese ver el altar mayor desde todas las partes104. Más amplio fue el proyecto de fray Lorenzo de Orozco,
abad de La Espina, quien en 1546 mandó derribar la capilla mayor de la iglesia por ser algo escura y pequeña
conforme al cuerpo de la iglesia; esta obra, que también afectó a las capillas colaterales intermedias y al cimbo-
rrio, se terminó en 1558 y en ella participó Gonzalo de Sobremazas (Fig. 18)105.

Fig. 18. La Espina. Planta de la cabecera y vistas de la capilla mayor.


De igual modo, las armaduras de madera que cubrían las naves de algunos templos se sustituyen ahora
por bóvedas de piedra, como en Valdeiglesias en la primera mitad del siglo XVI (Fig. 19)106 o en San Clodio

100
Manrique Ara, M.E., ‘Hacia una biografía de Félix Malo, maestro escultor de Barbastro afincado en Calatayud (ca.1733-1779):
datos familiares y profesionales inéditos’, Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, LXIV (1996) 99-125, en concreto 114.
101
Valle Pérez, J.C., El monasterio de Armenteira, Museo de Pontevedra, Pontevedra (1977) 53-54.
102
Por ejemplo, González García, ‘Reforma y reformas’, cit., 162; Folgar de la Calle, M.C., ‘La eclosión del Barroco’, en Opus Monas-
ticorum. Patrimonio, cit., 167-213, en concreto 167.
103
Goy Diz, ‘La arquitectura monástica en la provincia’, cit., 59-60.
104
Cadiñanos Bardeci, Monasterios medievales mirandeses, cit., 11; Id., ‘El monasterio de Santa María de Rioseco(Burgos)’, Cis-
tercium, 215 (1999) 325-351, en especial 342, 344 y 346; Id., Monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco (Valle de Man-
zanedo-Villarcayo): historia y cartulario, Asociación Amigos de Villarcayo, Villarcayo (2002) 88; Cantera Montenegro, El yermo
camaldulense, cit., 7.
105
‘Tumbo’, Monasterio de la Santa Espina, fol.66v-n.110 a 67v-n.112; García Flores, La arquitectura de la Orden, cit., 110.
106
Vela Cossío, F.; García Hermida, A., ‘Metrología y construcción de la iglesia del monasterio de S.M. la Real de Vadeiglesias
(Pelayos de la Presa, Madrid)’, en Actas 4 Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Santiago 27-29 enero 2005, Madrid
(2005) 329-339, en concreto 334-35; Díaz, I.; Garín, A.; Lemus, L., ‘Estudio histórico-arquitectónico del monasterio de Valdeiglesias
(Madrid)’, en Actas 7 Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Santiago 26-29 octubre 2011, Madrid (2011) 1447-1455,
en concreto 1445 y 1448.
22
(Fig. 20), cuya nave central se aboveda durante el abadiato de Julián Marcos (1799-1803), completándose
algunos tramos de las laterales bajo los abades Antonio Sánchez (1803-07), Florencio de Párraga (1807-16) y
Edmundo Salces (1816-19)107.

Fig. 19. Valdeiglesias. Planta Fig. 20. San Clodio. Vista de la nave
(M. García Benito). central hacia la cabecera.

Y también se levantan grandes fachadas occidentales adosadas a las originales. La de Oseira, adosada
a la primitiva, fue iniciada durante el abadiato de fray Félix de Bárcena (1638-41) y rematada por su suce-
sor, Dionisio Cimbrón (1641-44), aunque en tiempos de Gabriel Lirio (1650-52) se colocaron las estatuas de
San Benito y San Bernardo, se derribó la antigua y amplió la iglesia por los pies. Las trazas se atribuyen a
Alonso Sardiña, siendo el ejecutor material Miguel Arias de Barreira y el escultor, Francisco de Moure, hijo
(Fig. 21)108. La de Valdeiglesias data de fines del XVII o principios del XVIII-109; en Oia se alzó durante los
abadiatos de Ángel San Martín (1710-13) y Malaquías Gutiérrez (1713-17)-110; la de La Espina es obra de un

Fig. 21. Oseira. Fachada occidental. Fig. 22. La Espina. Fachada occidental.
107
González García, M.A., ‘Construcción de las bóvedas de las naves laterales de la iglesia monasterial de San Clodio (Ourense)’, en
Actas Congreso Internacional sobre San Bernardo e o Cister en Galicia e Portugal, 17-20 outubro 1991 Ourense-Oseira, II, Ou-
rense (1992) 989-1000; Fernández González, F., ‘Aproximación al abadologio del monasterio de San Clodio de Ribeiro’, en Actas del
III Congreso Internacional, cit., vol.1, 95-121, en concreto 117-118.
108
Bonet Correa, A., La arquitectura en Galicia durante el siglo XVII, CSIC, Madrid (1984) 231-234; Yáñez Neira, D., ‘El monasterio
de Osera cumplió ochocientos cincuenta años’, Archivos Leoneses, 85-86 (1989) 155-257, en concreto 219; Valle Pérez, La arquitectura
cisterciense, 103 y 116; González García, M.A.; Yáñez Neira, D., El monasterio de Oseira, Caixa Ourense, Ourense (1996) 114.
109
Vela Cossío y García Hermida, ‘Metrología y construcción’, cit., 338; Díaz, Garín y Lemus, ‘Estudio histórico-arquitectónico’, cit.,
1448.
110
Bonet Correa, La arquitectura en Galicia, cit., 559-560; Valle Pérez, La arquitectura cisterciense, cit., 285 y 293 nota 114; Goy Diz,
‘La arquitectura monástica en la provincia’, cit., 64; Manso Porto, ‘El monasterio de Santa María la Real de Oia’, cit., 296-299; Pereira
Morales, A.M., ‘El monasterio de santa María de Oia. Intervenciones arquitectónicas del siglo XVIII, Quintana, 2 (2003) 211-225, en
concreto 215-217.
23
discípulo de Ventura Rodríguez, realizada ca.1782-1790 (Fig. 22)111; y
la de Acibeiro sería rematada en 1792112.

El proyecto que el General Reformador Ángel Manrique quería


para su monasterio de profesión, Huerta, era aún más ambicioso. El 31 de
octubre de 1628 hacía testamento fray Francisco de San Bernardo dejando
una importante cantidad de dinero, cuyos réditos quiso el Reformador
se destinasen íntegramente para la fábrica del templo. En un memorial
escrito de su mano, Manrique ordenaba que se acometieran las siguientes
obras: hacer una girola con tres capillas; sustituir las bóvedas góticas
de transepto y naves por bóvedas de cañón con lunetos, ampliando el
ancho de las naves laterales; elevar un gran cimborrio en el crucero y una
nueva tribuna para el órgano; sustituir la portada occidental por una a lo
moderno; adquirir un retablo mayor nuevo, bancos para el coro y rejas
de hierro para el sotocoro; losar la capilla mayor y enladrillar el resto del
templo113. De todas estas obras sólo se llevó a cabo la ampliación de las
naves laterales, durante el abadiato de Manuel de Cereceda (1632-35)114. Fig. 23. Montesión. Proyecto de reforma del
Pero la falta de monetario no frustró, como veremos más adelante, los templo (España. Ministerio de Educación,
Cultura y Deporte. Archivo General de Si-
deseos de renovación que los monjes de Huerta querían para su iglesia. mancas. Mapas, planos y dibujos, 9,38).

Otra reforma que no vio la luz fue la ideada para Montesión en 1742. Su fin era colocar con decencia
el cuerpo de San Raimundo, fundador de la Orden de Calatrava, pues tiene tan venerado tesoro la desgracia
y compasiva miseria de estar en un nicho tan desaseado y obscuro. El monasterio no podía costear la
construcción de una capilla más digna, por lo que solicitaron ayuda al Consejo de Órdenes. Fue finalmente la
Orden de Calatrava la que se encargó de hacer el proyecto, pero no de una capilla, sino de una reforma integral
de la iglesia, que era muy baja de techos y de fábrica muy antigua, para que resultara más perfecta y hermosa,
y colocando en la capilla mayor el cuerpo del santo, fuese este el principal objeto de los fieles. La búsqueda
de fondos para subvencionar la obra fue infructuosa, y
el nuevo templo proyectado por José Hernández Sierra,
maestro mayor de obras de la ciudad de Toledo (Fig. 23),
quedó suspendido115.

Y lo mismo hay que decir del templo diseñado


por Ventura Rodríguez para Santa Ana de Madrid (1753).
Según Antonio Ponz (1782) la iglesia del monasterio era
muy angosta y de pobre construcción y la proyectada, de
la que Ceán Bermúdez llegó a ver los planos y dibujos, fue
descrita por éste de la siguiente manera: Era elíptica su
planta, y semielípticos el presbiterio y la entrada, adorna-
da interior y exteriormente con el orden corintio, mucha
Fig. 24. Santa Ana de Madrid. Proyecto de reforma del templo
(Madrid. Biblioteca Nacional, Dib.14/6/13)
111
Martín González, J.J., Arquitectura barroca vallisoletana, Diputación Provincial, Valladolid (1967) 170-171; San José Negro, J.I.,
La Santa Espina: el monasterio y su entorno, Diputación Provincial, Valladolid (2002) 74-75; García Flores, Arquitectura de la Or-
den, cit., 135-136; PUENTE, R., El monasterio cisterciense de la Espina, Albanega, León (2012) 71.
112
Rodríguez Fraiz, A., O mosteiro de Aciveiro: Tierra de Montes, Diputación Provincial, Pontevedra (2005) 49-50 y 197; Goy Diz,
‘La arquitectura monástica en la provincia’, cit., 60.
113
Archivo Histórico Provincial de Soria, caja 4988, doc. 6 (vid. Apéndice documental); cfr., ‘Tumbo segundo’, fol. 138 (Archivo
Monasterio de Santa María de Huerta); Romero Redondo, A., El Cister en Soria, Diputación Provincial, Soria (2000) 79.
114
Cordón, ‘Memoria cronológica de los abades’, cit., fol. 75v; cit., por Romero Redondo, El Cister en Soria, cit., 79. Años después, en
1661, fray Miguel Calvo de Quijada hacía testamento y dejaba unas cantidades para ayudar haçer el tabernáculo, chirola o portada,
o otra fábrica o empleo concerniente al culto de dicha iglesia (Archivo Histórico Provincial de Soria, caja 4988, doc. 8; cfr., ‘Tumbo
segundo’, cit., fol. 140v).
115
Archivo General de Simancas, Hacienda, legajo 129; MPD 09, 038; Martín González, J.J., ‘Una reforma proyectada en la iglesia del
convento de Nuestra Señora del Monte Sión, de Toledo’, BSAA, 14 (1947-48) 227-229.
24
escultura y ornatos del buen gusto romano (Fig. 24)116.

Algunas pocas iglesias, sin embargo, serán reconstruidas por completo y, a juzgar por las noticias do-
cumentales, no fue como consecuencia de la ruina de las primitivas, sino a un deseo de responder a los gustos
del momento.

La iglesia medieval de Mon-


tederramo, según sus monjes, pedía
ser sustituida por otra más grandio-
sa a tono con el estilo del nuevo
monasterio, por lo que se decidió le-
vantar una nueva (1598-1635). Con
trazas del jesuita Juan de Tolosa y
de Simón de Monasterio, fue ejecu-
tada por los hermanos Pedro y Juan
de la Sierra117.

Según el tumbo de Monfero,


la primitiva iglesia era mui buena
Fig. 25. Monfero. Vistas exterior e interior.
y sumptuosa, con tres nabes, pero
para que estuviera acorde con el resplandor de los claustros y el ejemplo de otros monasterios, se derribó en
1620-23. Las trazas para la nueva obra las dio Simón de Monasterio, siendo desde 1625 Juan Martínez su
maestro; el 20 de febrero de 1655 se finaliza el grueso de las obras y se traslada con solemnidad el Santísimo
Sacramento; y de 1655-1665 aproximadamente data el diseño del coronamiento y construcción de las torres
de su fachada occidental (Fig. 25)118.

En Sobrado, cuyo templo era según Yepes


(1613) antiguo, fuerte y devoto, y se dice es de los
tiempos de los primeros fundadores, se había ter-
minado una nueva fachada en 1676, pero al año si-
guiente se decide construir una iglesia totalmente
nueva, conservando las capillas del Rosario, la de
San Juan, la sacristía y la fachada recién levantada.
Pedro Monteagudo corrió a cargo de la obra hasta
1704, en que le sustituye Domingo de Andrade, fi-
nalizando en 1710; el testero de la capilla mayor, se
rehízo posteriormente para un mejor emplazamiento
del nuevo retablo mayor (1776-79) (Fig. 26)119. Fig. 26. Sobrado. Vistas exterior e interior.
116
‘Sección o corte que demuestra un lado interior del nuevo templo de San Bernardo, que se ha de construir en esta Corte’ (Biblio-
teca Nacional, Madrid, Dib/14/6/13). Ponz, A., Viage de España, vol. 5, 3ª reimp., Madrid (1793) 194; Rodríguez Ruiz, D., ‘Dibujos
de Ventura Rodríguez’, en Dibujos de arquitectura y ornamentación de la Biblioteca Nacional. II. Siglo XVIII, ed. I. García Toraño,
Biblioteca Nacional, Madrid (2009), 129-130.
117
Bonet Correa, La arquitectura en Galicia, cit., 189-193; Ferro Couselo, J., ‘Las obras del convento e iglesia de Montederramo en
los siglos XVI y XVII’, Boletín Auriense, I (1971) 145-186; Valle Pérez, La arquitectura cisterciense, cit., 192 -194; Singul, El monas-
terio de Santa María de Montederramo, cit., 57-70; Folgar de la Calle, M.C.; Fernández Castiñeiras, E., ‘Del esplendor a la ruina. La
recuperación del mobiliario litúrgico de la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María de Montederramo (Ourense)’, Estudos
de conservaçâo e restauro, 3 (2011) 110-129, en concreto111-112; Goy Diz, A., ‘Las sacristías monásticas del Renacimiento en Ga-
licia: el caso de la Ribeira Sacra’, en Opus Monasticorum V, cit., 121-161, en concreto124-126; Folgar de la Calle, M.C.; Fernández
Castiñeiras, E., ‘Restaurando la memoria...’, cit., 343-349.
118
Bonet Correa, La arquitectura en Galicia, cit., 207-2013, 237-240; Vigo Trasancos, A., ‘Un proyecto de coronamiento para la
fachada de la iglesia monástica de santa María de Monfero’, en Estudios de Historia del Arte en honor del prof. Dr. D. Ramón Otero
Túñez, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela (1993) 311-323, en concreto 318-319;López Sangil, Historia
del monasterio, cit., 83, 105, 109, 114, 251; Id., ‘Monfero’, cit., 138-139; Lorenzo Asprés, ‘O ocaso do mosteiro de Monfero’, cit., 609-
614.
119
Bonet Correa, La arquitectura en Galicia, cit., 344-358; Valle Pérez, La arquitectura cisterciense, 66, 70 y 85 nota 79; González
25
Figura 27. Carracedo. Vista interior hacia la cabecera y exterior del costado sur.

También la nueva iglesia de Carracedo respondía a los deseos de modernidad de su comunidad (Fig.
27. En efecto, en 1843 un monje exclaustrado relataba que la iglesia estaba como hecha de ayer, pero los mon-
jes la tiraron a fines del siglo pasado (…) porque como el presbiterio era muy reducido no se podía celebrar
bien de pontifical y así hubo que tirarla y hacer en su lugar esta otra, que es más bonita y sobre todo moderna.
En 1792 Jovellanos refiere cómo ya entonces se estaba pensando en un nuevo templo, pero que el abad quería
conservar la vieja iglesia, que era larguísima, estrechísima, y por lo mismo parece altísima, aunque la capilla
mayor es ruinísima. Las obras comenzaron en julio de 1796, pero no llegó a terminarse por la guerra de la
independencia, pleitos con los vecinos y las exclaustraciones120.

Fig. 28. Vista interior antes de la restauración y estado actual


(Archivo Monasterio de Huerta).

La falta de monetario impidió, como hemos visto, intervenciones de gran calibre en algunos monasterios.
Sin embargo, había otras soluciones con las que transformar el ámbito sacro sin necesidad de cambiar la
arquitectura de la iglesia: la yesería y la pintura mural. En Huerta, durante el abadiato de Lucas Prida (1759-
63), se blanqueó toda la yglesia con sus naves, capillas i iglesia del Barrio, con los adornos que se ven121.
En efecto, muros y bóvedas recibieron una profusa decoración de yesos que, además de ser barato y de fácil

López, ‘La actividad artística’, cit., 221-223; Bermell, J., Monasterio de Sobrado, Everest, León (2005) 9-11, 23-33.
120
Casado, C., ‘Estampas de Carracedo (siglos XVIII y XIX)’, Bierzo (1990) 121-132, en concreto 123-126; González García, M.A.,
‘Aportaciones a la historia constructiva de la actual iglesia monasterial de Carracedo’, Bierzo (1990), 211-218, en especial 211-212;
Balboa de Paz, J.A., El monasterio de Carracedo, Diputación Provincial, León (1991) 174, 195, 182-185; Fernández Vázquez, V.,
Arquitectura religiosa en el Bierzo (s. XVI-XVIII), vol.2, Fundación Ana Torres Villarino, Ponferrada (2001) 483; Ortiz Espinosa,
D., ‘Abadologio de Carracedo’, Tierras de León, 113 (2001) 59-92, en concreto 89; Alonso Álvarez, P., Los abades del monasterio de
Carracedo (990-1835), Ayuntamiento de Ponferrada, Ponferrada (2003) 144, 151 y 181.
121
Cordón, ‘Memoria cronológica de los abades’, cit., fol. 87v.
26
manejo, aportaba un aspecto rico, digno y moderno (Fig. 28). También Valbuena (Fig. 31) a mediados del
XVII122 y Rioseco en el XVIII123 se conformaron con enmascarar la vieja fábrica medieval con yeserías.

Por lo que se refiere a la pintura mural, en algunos monasterios el espacio pintado se reduce a la capilla
mayor y su entorno. Las que adornaron la bóveda del hemiciclo de Villanueva de Oscos, realizadas durante
el abadiato de Plácido Gutiérrez (1662-65) y que representaban una adoración del Santísimo Sacramento,
desaparecieron durante restauraciones recientes124, lo mismo que las que cubrían la superficie comprendida
entre el arco triunfal de la capilla mayor y la bóveda del crucero de Valdediós, en las que Francisco Reiter
Elcel hacia 1762 pintó quatro ángeles y al medio el Espíritu Santo con sus raios y réfagas de oro adornado
de serafines125. También fueron víctimas de intervenciones semejantes las que enriquecían los presbiterios de
Valbuena126, Palazuelos127 y Monsalud128. Del mismo modo el paso del
tiempo y el abandono hicieron que se perdieran las que engalanaban la
capilla mayor de Moreruela, obra del José Sánchez de la Fuente (1660),
en la que se podían ver Fundaciones de monasterios, con variedad de
payses, terraços y cielos; un hermoso y capaz escudo de las armas de
la Religión; emperadores o reyes… sobre pedestales; o cinco sanctos
de la Religión129. Más suerte han corrido las de Oia: sobre el arco de
acceso a la capilla mayor vemos un águila bicéfala bajo la cual hay dos
escudos –del monasterio y del reino de Castilla y León- , y más abajo,
en las enjutas, los monarcas Alfonso VII y Sancho el Deseado (1777)130.
O las de Huerta, en donde en 1580 el abad Luis de Estrada encargaba
al pintor genovés Bartolomé de Matarana la realización de un ciclo
pictórico del que en la actualidad se pueden contemplar dos escenas de
la batalla de las Navas de Tolosa en los costados del presbiterio, Alfonso
X, Fernando de la Cerda y sus maceros en los pilares de embocadura y
los cuatro evangelistas en su bóveda (Fig. 29)131; por detrás del retablo
se pueden ver la Ofrenda de Caín y Abel y el Sacrificio de Isaac, y otros
dos maceros como los de la embocadura de la capilla y, sobre ellos, los
reyes Alfonso VII y Alfonso VIII. Fig. 29. Huerta. Pinturas de la capilla mayor.

122
En una ‘Tabla de los Padres Generales, que han salido de Valbuena’ se dice de Alonso Guerrero, elegido para el cargo en 1653: A
este general se le debe todo el adorno que hoy tiene la iglesia deste monasterio y está enterrado en él (A.H.N., Clero, legajo 7.658).
123
Cadiñanos Bardeci, ‘El monasterio de Santa María de Rioseco’, cit., 342 y 343; López Sobrado, E., Santa María de Rioseco: el
monasterio evocado, Proyecto Aldaba, Burgos (2011) 85.
124
Yáñez Neira, ‘El monasterio de Villanueva’, cit., 682; Monroy, Monasterio de Santa María de Villanueva, cit., 86-87, 188.
125
‘Libro de obras, 1580-1769’, A.H.N., Clero, libro 9.366, cuentas de abril de 1762 a abril de 1763.Fernández Menéndez, J., ‘Iglesia
y monasterio de Santa María la Mayor, de Val-de-Dios’, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, XXVII(1919) 87-89, señala
cómo cuando eliminaron los revocos que cubrían los paramentos, encontró restos de pinturas con la leyenda Reiter pinxit. Año 1782
[sic].
126
El costado norte se adornaba con el escudo imperial y una leyenda alusiva a la fundación del monasterio; en el sur, el escudo de
armas del monasterio y la fecha 1756 (Ortega Rubio, J., Los pueblos de la provincia de Valladolid, Imp. y Encuadernación del Hospicio
Provincial, Valladolid (1895) 262; Alberto Gómez González, A., ‘Heráldica cisterciense hispano-lusitana’, Hidalguía, 19 (1956) 857-
920, en concreto 888).
127
Aún se pueden ver en el tramo oriental del presbiterio, a ambos costados, los escudos reales, mientras que de los del monasterio,
situados en el tramo occidental, apenas quedan restos.
128
El lado del evangelio se decoraba con el escudo de la casa real y una leyenda alusiva a la fundación del monasterio y, probablemen-
te en el costado opuesto, una relativa a la unión a la Observancia (Cartes, B. de., Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora
de Monsalud, Alcalá de Henares (1721) 101 y 163-164).
129
Navarro Talegón, J., ‘Aportaciones de la Edad Moderna’, en Moreruela: un monasterio en la historia del Císter, ed. H. Larrén Iz-
quierdo, Consejería de Cultura y Turismo, Valladolid (2008) 298-333, en concreto 318-319.
130
García Iglesias, J.M., Pinturas murais de Galicia, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela (1989) ficha V1.
131
Ibáñez Martínez, P.M., ‘Los frescos de la capilla real de Santa María de Huerta’, Cistercium, 188 (1992) 113-127; Id., ‘Bartolomé
Matarana en el monasterio de Huerta’, Boletín del Instituto y Museo Camón Aznar, 52 (1993) 149-162; Ridaura Cumplido, C., ‘Barto-
lomé Matarana: perfil biográfico y artístico’, en F. Martínez Andrés y S. Vilaplana Sanchís (dirs.), Restauración de las pinturas murales
del Real Colegio-Seminario de Corpus Christi de Valencia, Generalitat Valenciana, Valencia (2011) 59, 71, 73 y 75-79.
27
Pero fue en Oseira donde la pintura
mural se extendió también a otras zonas
del templo, como el transepto y cuerpo
de naves (Fig. 30). La capilla mayor fue
pintada en tiempos del abad Luis Perruca
(1694), mientras que el transepto se hizo
en 1762. Además de escenas de la vida de
san Bernardo, encontramos otros santos
-cistercienses o no-, los evangelistas,
ángeles, las virtudes, alegorías de los
valores monásticos y diversos motivos
ornamentales; las pinturas que decoraban
la nave central desaparecieron durante
las restauraciones de los años 70 del
siglo XX132.
Fig. 30. Oseira. Pinturas murales del transepto y crucero.

La renovación del mobiliario litúrgico y el Concilio de Trento

Una vez acometidas las grandes obras arquitectónicas se hizo necesaria la renovación de su mobilia-
rio litúrgico. En efecto, las iglesias de las abadías reformadas comienzan a poblarse de retablos y durante los
siglos XVII y XVIII asistimos a su barroquización133. La decoración del templo, verdadero “escaparate” del
monasterio, asume los principios barrocos abogando por una imagen retórica y teatral, apta para mover a la de-
voción, estimular la atención y enternecer la sensibilidad. Los retablos, con sus movidas arquitecturas y exu-
berantes labores escultóricas, sus llamativos colores y el oro que cubre la madera reverberando a la tintineante
luz de lámparas y velas, los cortinajes que se abrían y cerraban en momentos determinantes de la liturgia, los
espejos que adornaban los expositores, todo ello cumplía perfectamente esta misión. Junto a muros y bóvedas
revestidos, como hemos visto, con pinturas o yeserías, grandes y aparatosos retablos llenan el espacio de la
capilla mayor, mientras que otros no menos suntuosos adornan las capillas laterales y girolas, y se extienden
igualmente a los altares situados en el transepto y pilares de las naves134. Periódicamente, si el cenobio cuenta
con el suficiente peculio, se irá renovando el conjunto retablístico conforme a un programa coherente, otorgan-
do a la decoración de la iglesia un carácter uniforme. Pero parece que en la mayoría de los casos el proceso se
llevó a cabo poco a poco, lo que motivó la falta de continuidad estilística entre unos retablos y otros. En oca-
siones se mantuvieron las primitivas advocaciones de culto, pero en otras se renovaron y las antiguas fueron
desplazadas hacia lugares secundarios, reaprovechando cuando se pudo imágenes de bulto o relieves de los
antiguos retablos. Todo para magnificar y solemnizar la liturgia. Veamos tres ejemplos.

Tras la incorporación de Valbuena a la Observancia (1430) se hicieron el retablo mayor y otros tres pe-
queños dedicados a Santa Ana, San Sebastián y la Magdalena. En torno a 1715 Gregorio Fernández se encar-
garía de la realización de un nuevo retablo para la capilla mayor, y también por entonces se colocarían en los
pilares centrales de las naves retablos bajo la advocación de Santa Lutgarda, San Jerónimo, Santa Inés y San

132
Monterroso Montero, J.M., Pinturas murales: monasterio de Santa María de Oseira, Diputación Provincial, Ourense (2000).
133
Folgar de la Calle, ‘La arquitectura de los monasterios’, cit., 281 y 315; Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 378; Gon-
zález García, ‘Reforma y reformas’, cit., 158; Id., ‘La reforma de las abadías’, cit., 181.
134
Las desamortizaciones que sufrieron los monasterios durante el primer tercio del siglo XIX contribuyeron, en muchos de los ca-
sos, a la dispersión y/o desaparición de su patrimonio mueble. Pero han sido sobre todo las restauraciones llevadas a cabo a lo largo
del siglo XX las que en un pretendido y del todo absurdo afán purista de devolver a los templos de los cistercienses su fisonomía
“primitiva” desplazaron hacia zonas “menos incómodas”, como los muros de las naves laterales o polvorientos desvanes, los retablos
que se disponían en los transeptos y pilares de las naves. Afortunadamente algunas de estas iglesias han conservado unos pocos
retablos en su ubicación original: en Oseira y Melón flanqueando el acceso a la girola; en Armenteira, Oia y Meira en los machones
que separan las capillas de la cabecera; y en Montederramo, Xunqueira de Espadañedo y Valdediós en los pilares de las naves. Para
otros monasterios, como Huerta, Valbuena o Sandoval, contamos con el testimonio de fotografías antiguas, y para el resto, con los
inventarios realizados en las mencionadas desamortizaciones.
28
Benito. La gran renovación se llevaría a cabo en el XVIII (Fig. 31): en los años centrales del siglo se levantó
nuevo retablo mayor y otros cuatro en las embocaduras de las capillas dedicados a San Raimundo, San Ro-
berto, Sagrada familia y Lactación de San Bernardo –reaprovechando en los dos últimos relieves de Gregorio
Fernández del antiguo retablo mayor-; hacia 1760-70 están datados los correspondientes a las capillas laterales
intermedias (Santiago e Inmaculada Concepción), mientras en las extremas los titulares de los retablos fueron
el Santo Cristo y la Virgen de los Dolores135.

Fig. 31. Valbuena. Vista interior antes de la restauración y retablo mayor Fig. 32. Valdediós. Interior antes de la
restauración.

A finales del XVI se construyó en Valdediós el retablo mayor y otros cuatro pequeños, dos para las
capillas laterales –San Bernardo y Santiago- y dos junto a la reja –San Blas y santos mártires y Santas vírgenes
y mártires-. En 1668 los dos de las capillas laterales fueron sustituidos por unos dedicados a San José y a Nª
Sª de la Concepción. En 1750 se erige un nuevo retablo mayor y pocos años después se renuevan los de San
Bernardo y San Blas (1754-55), que mantenien sus advocaciones, reaprovechando los relieves antiguos para
hacer un retablo en la sacristía. Ya ca. 1770 se hará lo mismo con los de Santiago y Santas Vírgenes, pero
conservando esta vez los viejos relieves. Los de San Juan Nepomuceno y San Fernado, que compleban la lista
de retablos adosados a los pilares de las naves, también datan del XVIII (Fig. 32)136.

En Huerta (Fig. 28) el retablo mayor se concluye en 1766, iniciando al año siguiente la construcción de
otros cuatro destinados a las capillas laterales dexando sus titulares antiguos, poniendo en cada altar quatro
estatuas y también algunas medallas (San Miguel, San Pedro, San Martín de Tours y la Magdalena –de éste
último sabemos que se había hecho en 1596-99); con los despojos de los primitivos se hicieron dos retablos,
uno para la yglesia del Barrio. En cuanto a los retablos de las naves, Bernardo Gutiérrez (1593-1596) traxo de
Roma seis quadros para los altares de los postes (que después se quitaron) y doró los retablos que tenían; es-
tos fueron sustituidos en dos etapas: el de San Bernardo y el de la Virgen del Rosario hacia 1684-86 –ocupando
los pilares más occidentales-, el del Santo Cristo (en el primer pilar del norte) ca. 1710-12 y los restantes –San
Benito, San Martín de Finojosa y San Juan Bautista- pocos años más tarde (1716-17, aunque dorados tiempo
después)137.
135
Arias Martínez, ‘Monasterio de Santa María de Valbuena’, cit., 26-39.
136
García Flores, ‘Los altares-retablos’, cit., 231-232.
137
Cordón, ‘Memoria cronológica de los abades’, cit., fols. 44v, 71v, 72r, 77v, 80r, 82r, 83v y ss., 93v, 95v-96v. Por un documento
conservado en el Archivo Ducal de Medinaceli (Medinaceli, Leg. 23, nº 78), sabemos que Juan Francisco de la Cerda Enríquez de
Ribera, VIII Duque de Medinaceli, había encargado a Sebastián de Benavente la realización de un retablo para el altar mayor del
monasterio (Sánchez González, A., La capilla mayor del monasterio de Santa María la Real de Huerta. Informe artístico a la luz de
la documentación del Archivo Ducal de Medinaceli, Archivo Monasterio de Huerta, 7213, donde transcribe las condiciones para la
construcción del retablo). Aunque el documento no está fechado, J. Mª Cuz Yábar estima que debió contratarse entre 1680 y 1685
(El arquitecto Sebastián de Benavente (1619-1689) y el retablo cortesano de su época, Universidad Complutense de Madrid, Ma-
29
Estos cambios no fueron ajenos a la influencia del Concilio de Trento y
el espíritu de la Contrarreforma138. La doctrina conciliar sobre el culto a la euca-
ristía (sesión XIII, 11 de octubre de 1551), influyó en el sagrario y creación del
tabernáculo o manifestador para exponer la Sagrada Forma y dar así el máximo
protagonismo a su culto. La enseñanza acerca de la veneración de la Virgen y
de los santos y sus reliquias (sesión XXV, 3 de diciembre de 1563) y del uso de
sus imágenes motivó que se hiciera de los retablos y otros muebles, como sille-
rías de coro, soporte de iconografía y vehículo de enseñanza139. La imagen de la
Asunción, patrona de la Orden, presidirá los retablos mayores (Fig. 34), acom-
pañada en ocasiones por los símbolos de las letanías que a ella se vinculan en sus
representaciones como Inmaculada, haciendo frente a la teología protestante que
minusvaloraba su papel en la obra redentora y negaba algunas de las verdades
pregonadas sobre ella por la Iglesia. Junto a María se revaloriza la figura de San
Bernardo en su papel de doctor y, sobre todo, de místico, plasmando diversos
episodios de su vida, en especial la lactación, el abrazo de Cristo o estrechando Fig. 34. Carracedo
contra su pecho los instrumentos de la Pasión (Fig. 35)140. Otros santos cister- Asunción.
cienses, como los padres fundadores o las grandes místicas del Medievo -Humbelina, Gertrudis, Lutgarda-
poblaran los retablos. No se olvidaron tampoco de aquellos “milites Christi” que lucharon bien contra los mu-
sulmanes -Raimundo de Fitero y Diego Velázquez- o contra los herejes -Pedro de Castelnau- (Huerta, Oseira,
Valdediós, Oia); en un momento en que la Iglesia está luchando de forma activa en defensa de la fe contra
los protestantes, se hacía ver que aun siendo una orden contemplativa, afirmaba su carácter militante, de ahí
también la presencia de las cruces de las órdenes militares como motivo decorativo /Fig. 36).

Fig. 35. Oseira. Lactación; Sacramenia. Abrazo de Cristo; Castañeda. San Bernardo y las Arma Christi.

drid (2013) 104 y 497 -eprints.ucm.es/23414/1/T34807.pdf-). Desconocemos si llegó a materializarse.


138
La bibliografía sobre el Concilio de Trento y su repercusión en las artes es abundante. Vid., como ejemplo, el trabajo de Mar-
tínez Burgos, P., 1990: Ídolos e imágenes: la controversia del arte religioso en el siglo XVI español, Valladolid. Para el caso que
tratamos, vid., además de Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 383; González García, ‘La reforma de las abadías’,
cit., 180-181; Morais Vallejo, Arquitectura barroca religiosa, cit., 85 y 776-779; y el trabajo de López Vázquez, J.M.B., ‘El pres-
biterio y el coro, la médula de la iglesia monástica benedictina: el caso de Celanova’, en Rudesindus, el legado del santo. Iglesia
del Monasterio de San Salvador de Celanova, 1 de octubre-2 de diciembre, 2007, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela
(2007) 286-311.
139
Aunque referido en exclusiva a los cenobios gallegos, es esencial consultar Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 383-
414.
140
Otras escenas queridas serán la curación del santo por la Virgen, San Lorenzo y San Benito; el sueño de Navidad; el demonio
atado a la rueda del carromato; o la curación de un tullido; imágenes inspiradas en las ilustraciones incluidas en la Vita et miracula
divi Bernardi Clarevalensis abbatis, editada en Roma el año 1587 bajo los auspicios de la Congregación de Castilla. La devoción al
santo abad se vio favorecida además por las diversas ediciones de sus obras y por las vidas escritas por monjes de la Congregación,
como José de Almonacid (1682) y Eugenio del Corral (1755). En los retablos mayores de Valbuena y Huerta, ambos del siglo XVIII,
las escenas relativas al santo se limitan a dos relieves de pequeño tamaño en el banco, mientras que en el de Montederramo, también
dieciochesco, solo cuenta con una escena de la vida de San Bernardo pero de gran tamaño. En cambio, en los retablos realizados en el
XVI, como el de Palazuelos, o en el XVII, como los de Sandoval, Monfero y Valbuena, los episodios biográficos del abad de Clairvaux
ocupaban la mayor parte de sus registros.
30
Fig. 36. Valdediós. San Raimundo de Fitero y Diego Velázquez.
Huerta. Beato Pedro de Castelnau.

Para la teología contrarreformista, los retablos con sus imágenes estaban destinados principalmente
para ayudar al pueblo llano, carente de formación, a comprender las verdades de la fe católica. Pero en un
monasterio cisterciense ¿a quién estaban destinados? Aunque las comunidades atendían, como hemos visto, a
los fieles seglares que o bien dependían de ellos o habitaban poblados del entorno, en realidad su presencia es
puntual y restringida al espacio del sotocoro, sin acceso a otras zonas del templo y sobre todo al coro alto, en
cuyas sillerías se despliegan ricos programas iconográficos con escenas bíblicas (Montederramo, Valdeigle-
sias), de las vidas de San Benito o San Bernardo (Meira, La Espina), imágenes de santos (Huerta, La Espina,
Valdeiglesias), etc.141. El destinatario exclusivo de estos muebles era, pues, la propia comunidad monástica.
Bien es cierto que la Congregación fomentó los estudios y los monasterios contaban con buenas bibliotecas,
por lo que no necesitaba ser instruida en cuestiones teológicas a través de estos medios. Sin embargo, lo que se
pretendía era proporcionar de manera continua a los monjes materia para la meditación y oración y ejemplos
magníficos de emulación142.

Reliquias y capillas relicarios

Desde el Medievo, las reliquias eran el verdadero tesoro


de los monasterios, de ahí el respeto y veneración con que siem-
pre habían sido guardadas y el cuidado con que se trataban los
recipientes en que se custodiaban. Éstos se realizaron con los
más diversos materiales (oro, plata, madera, cristal…) adoptan-
do formatos variados (arquetas y cofres; relicarios antropomór-
ficos –bustos, brazos-; en forma de ostensorio, custodia, viril; de
tipo arquitectónico; etc.)143. Pero el honor debido a las reliquias
y a la obligación de venerar los cuerpos de mártires y santos Fig. 37. Valbuena. Retablo de Santiago.
promovidos por Trento hizo que desde entonces se cuidasen enormemente.
141
Para los ejemplos castellanos, vid., Brasas, J.C.; Nieto, J.R., ‘Felipe de Espinabete: nuevas obras’, BSAA, 43(1977) 479-484; Este-
ban Lorente, J.F., ‘Alegorías en los monasterios cistercienses de Valdeiglesias y Huerta’, Artigrama, 1 (1984) 177-198; Rodríguez
Quintana, M.I., El obrador de escultura de Rafael de León y Luis de Villoldo: un exponente de la plástica toledana en la segunda
mitad del siglo XVI, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, Toledo (1991) 69-77. En cuanto a los gallegos, vid.,
Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 415-417.
142
Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 415.
143
Martín Ansón, M.L., ‘Los continentes de los sagrado. Relicarios y orfebrería en el mundo medieval’, Diversarum Rerum, 2
(2007)51-100. Sobre las reliquias y su culto entre los cistercienses, vid., de la misma autora, ‘El tesoro sagrado de los monasterios
cistercienses hispanos: entre la austeridad y la opulencia’, en Monasterios cistercienses en la España medieval, coord., J.A. García de
Cortázar y R. Teja Casuso, Fundación Santa María la Real, Aguilar de Campoo (2008) 181-213.
31
Fig. 38. Huerta. Retablo de San Pedro.

Ya hemos comentado al hablar de las chirolas que, en algunos casos, estas estructuras sirvieron al mis-
mo tiempo de capilla del Santísimo y de relicario. A partir del último tercio del siglo XVI se hizo muy habitual
la acumulación de reliquias cuidadosamente ordenadas en armarios o altares, a modo de enormes casilleros, y
que ven su culminación en los retablos relicarios del Barroco144. De ellos tenemos ejemplos en el que presidía
la capilla del Cristo en Rioseco (1669)145 o el que aún se puede ver en la capilla de Santiago de Valbuena, de
la 2ª mitad s. XVIII (Fig. 37). No obstante, en la zona baja de algunos retablos, bien en las casas del banco o
en los pedestales de los soportes, se habilitarán también armarios para guardar estos tesoros, como sucede en
el de san Pedro de Huerta (1767-1771) (Fig. 38), en el retablo mayor de ese mismo monasterio, en el que se
custodian los restos de san Martín de Finojosa y del venerable Rodrigo Jiménez de Rada (1765-1767) o en el
que vio Ambrosio de Morales (1572) ocupando la capilla mayor de Moreruela y que guardaba en arcas cerra-
das por rejas medio cuerpo de san Froilán y otras reliquias146.

Fig. 39. La Espina. Panteón de la Santa Espina.



La culminación llegará con la creación espacios anejos al templo, capillas independientes dedicadas
en exclusiva a este fin, tal y como había prescrito san Carlos Borromeo en su Instrucción de la fábrica y del
ajuar eclesiásticos (1577). La primera de la que tenemos noticia es el llamado Panteón del monasterio de La
Espina (1633-1635). Abierto en el testero sur del transepto, presenta planta cuadrangular y se cubre con un
cimborrio de ocho gajos sobre tambor octogonal (Fig. 39). En su mobiliario y decoración, que comprendía
tres retablos al oriente, sur y occidente más otro en el centro, participaron también importantes artistas, pero
sólo ha llegado a nuestros días el relicario de la santa espina que da nombre al monasterio.Las reliquias se
distribuyeron en los altares y retablos de la siguiente manera. En el tabernáculo central, imágenes de los santos

144
Ibáñez Fernández, J.; Criado Mainar, J., ‘El arte al servicio del culto de las reliquias. Relicarios renacentistas y barrocos en Aragón’,
en Reliquias y relicarios en los archivos de la Iglesia, Memoria Ecclesiae, XXXV (2011) 97-138; Arias Martínez, M., ‘Do relicario hispa-
no contrarreformista: reflexións sobre un protoespazo expositivo’, en En olor de santidade: relicarios de Galicia, Consellería de Cultu-
ra, Comunicación Social e Turismo, Santiago de Compostela (2004)81-93; Monterroso Montero, J.M.,‘Aproximación a una tipología.
El retablo relicario en Galicia’, en El retablo: tipología, iconografía y restauración. Actas del IX Simposio hispano-portugués de Historia
del Arte, Ourense, 29-30 de septiembre, 1-2 de octubre de 1999, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 187-200.
145
Cadiñanos Bardeci, Monasterio cisterciense de Santa María, cit., 90.
146
Viage de Ambrosio de Morales, cit., 185.
32
Pedro, Pablo, Simón y Bartolomé sostenían en los cuatro ángulos un joyel con sus reliquias, mientras que el
tabernáculo cobijaba la Santa Espina, el dedo de San Pedro y el Lignum Crucis. El situado al sur se dedicó a
las santas vírgenes, estaba presidido por un Ecce Homo acompañado por imágenes de la Concepción, Teresa de
Jesús y otras vírgenes, cada una con su reliquia; una urna cobijaba un trozo de madeja hilada por la Virgen. En el
oriental, dedicado a los mártires, un Cristo resucitado presidía el conjunto, que se completaba con imágenes de
los santos Vicente, Ginés, Esteban y una urna con un cilicio de San Bernardo. El occidental, dedicado a los santos
confesores, estaba presidido por Cristo atado a la Columna, con imágenes de santos como Benito, Bernardo,
Martín, Domingo de Guzmán, Agustín, Francisco de Asís o Ignacio de Loyola. Respecto a los maestros que
participaron en su construcción, las trazas fueron dadas por Francisco de Praves, aunque serían modificadas
por fray Pedro García, llevando a cabo la ejecución material el cantero Juan del Valle; también encontramos
a Andrés de Solanes, escultor; Francisco de Solanes, ensamblador; Juan Lorenzo, platero; Martín de Vallejo,
dorador; y a Francisco Antonio de Valderas y Reynaldo de Valdelante, pintores147.

Fig. 40. Huerta. Capilla de la Virgen del Destierro.

Más suerte ha corrido la capilla de la Virgen del Destierro, de Huerta (Figs. 40 y 41), levantada a me-
diados del XVIII (1748-1756) en la misma situación que la de la Espina. De planta octogonal y cubierta con
una cúpula sobre tambor de la misma forma, está precedida por un pequeño vestíbulo, en su día amueblado
con dos cajonerías para los vestidos y alhajas de la Virgen sobre las que se disponían sendos lienzos monu-
mentales –aún se conserva in situ el situado a oriente, que representa a Jesús en casa de Leví-. Remata al sur
en un pequeño camarín cuadrangular donde se custodiaba la imagen de la titular. Los seis lados restantes están
ocupados por hornacinas con retablos que aún conservan algunos de sus relicarios. Tanto las pinturas que
adornan la cúpula como los relieves que coronan cada uno de los lados del octógono muestran los símbolos de
las letanías lauretanas, acompañados por el escudo de la Congregación148.

También en la nueva iglesia de Carracedo (1796) se proyectó erigir una capilla relicario abierta en el
testero norte del transepto dedicada a Nuestra Señora de las Abarcas y Santas Reliquias, pero no se llegó a
construir más que la puerta. Con anterioridad, tanto la imagen de la Virgen como las reliquias se alojaban en
la capilla de los Valcarce, que actuaba al menos desde el abadiato de Antonio de Ureña (1641-44) como reli-
cario149.
147
‘Tumbo’, cit., fol.420r-nº723 - 421v-nº726. Ortega Rubio, Los pueblos de la provincia, cit., 140; Antón, F., Monasterios medievales
de la provincia de Valladolid, 2ª ed., Santaveu, Valladolid (1942) 124, 128, 137; Gutiérrez Cuñado, A., Un rincón de Castilla: reseña
histórica del Real Monasterio de Santa María de la Espina y descripción de la fundación actual “Escuelas Primaria y de Agricultura
con Asilo de Huérfanos”, Madrid (1913) 77-86; Domínguez Bordona, J., ‘Artistas que trabajaron en el monasterio de la Santa
Espina (Valladolid)’, Archivo Español de Arte y Arqueología, 39 (1937) 260-261; Martín González, J.J., Provincia de Valladolid, Aries,
Barcelona (1968)82-85; Bustamante García, La arquitectura clasicista, cit., 479; Urrea, J., ‘Santa Lucía y 5 vírgenes mártires’, en Del
olvido a la memoria VII. Patrimonio provincial restaurado, ed. J. Urrea, Junta de Castilla y León-Diputación Provincial-Arzobispado
de Valladolid, Valladolid (2009) 26-29.
148
Cordón, ‘Memoria cronológica de los abades’, cit., fol.83v-86r; Aguilera y Gamboa, E., El Arzobispo D. Rodrigo Ximénez de Rada
y el monasterio de Santa María de Huerta, Madrid (1908) 175-176; Polvorosa, T., Santa María la Real de Huerta, Monasterio de
Santa María de Huerta, Santa María de Huerta (1963) 103-104. En la actualidad estamos realizando un estudio pormenorizado de
este ámbito.
149
‘Catálogo de los abades que an sido en este Real Monasterio de Santa María de Carracedo’, Archivo Monasterio de Poblet, mss.
178, fols. 19, 20, 29, 34, 50, 76 y 91v; cit., aunque con algunos errores, por Ortiz Espinosa, ‘Abadologio de Carracedo’, cit., passim.
33
Fig. 41. Huerta. Capilla de la Virgen del Desierro. Relicarios.

Espiritualidad renovada, estética nueva

Los autores que se han aproximado al arte y arquitectura de los monasterios cistercienses hispanos du-
rante la edad moderna suelen insistir en que se produjo una transformación sustancial desde el punto de vista
estético entre las nuevas creaciones y las premisas que tradicionalmente se han atribuido a las construcciones
de los cistercienses. Los principios de austeridad, sobriedad, sencillez, pobreza que se veían en los primeros
tiempos de la Orden habrían sido abandonados por los distintos monasterios a partir de su incorporación a la
congregación castellana en pro de la riqueza, magnificencia, grandeza y monumentalidad que transformarían
sus fábricas en “símbolos del poder terrenal”150.

Se olvidan sin embargo estos autores, imbuidos seguramente por una visión un tanto romántica de la ar-
quitectura de los cistercienses y habituada a contemplar templos y dependencias vacías, de que ya los enormes
complejos monásticos de la segunda mitad del siglo XII poco tenían que ver con esos principios de austeridad
y pobreza de los padres fundadores y, especialmente, de san Bernardo151. Desde mediados de esa centuria las
restricciones iniciales al uso de imágenes en los templos, y a pesar de ser reiteradas en las sucesivas codifica-
ciones del siglo XIII, empezaron a ser transgredidas, enriqueciendo sus altares con ricos retablos y sus para-
mentos con tapices o pinturas152. Por lo que se refiere al caso hispano, en 1216 ordenaba retirar las imágenes
y cruces esculpidas que dicen hay en la casa de San Prudencio; en 1242 se castiga más severamente al abad
de Valparaíso por haber adornado los claustros y dependencias con pinturas; y en 1251 al de Valdeiglesias
por permitir que un infante de Castilla costeara las pinturas que decoraban el templo y deforman la antigua
honestidad de la Orden153.

Así, cuando los monjes reformadores fueron incorporando los distintos monasterios a la Observancia
no se encontraron templos austeros y desornamentados, a no ser que la pobreza del lugar o la desidia de los
abades comendatarios hubieran acabado con ellos. En Matallana, por ejemplo, el abad Lope de Oña había
adornado la capilla mayor con un retablo riquíssimo y virtuossíssimo, en que ella [la Virgen María] estaba de

150
Lekai, L.J., Los cistercienses: ideales y realidad, Herder, Barcelona (1987) 359-362; Vila Jato, ‘La arquitectura de los monasterios’,
cit., 186; Folgar de la Calle, ‘La arquitectura de los monasterios’, cit., 281; Goy Diz, ‘El resurgir de los monasterios’, cit., 101; Id., ‘La
huella de Juan’, cit., 455-456; Id., ‘La arquitectura del tardogótico’, 16; Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 377-378.
151
Ha insistido en este aspecto Carrero Santamaría, ‘En torno a San Bernardo’, cit., 931-932; Id., ‘Una simplicidad arquitectónica’,
cit., 117-119.
152
Vid., Norton, Ch., ‘Table of Cistercian legislation on art and architecture’, en Cistercian art and architecture in the British Isles,
ed. Ch. Norton y D. Park, Cambridge University Press, Cambridge (1986) 315-393.
153
Recogen estas noticias Fernández Ladreda, C., ‘Imaginería de los monasterios cistercienses castellano-leoneses’, en Monjes y mo-
nasterios, cit., 411-422, en concreto 413; y Bango Torviso, I.G., ‘Monstruos ridículos en los claustros’, en Monjes y monasterios, cit.,
445-450, en particular 448.
34
bulto compitiendo en hermosura y gracia con las pinturas de ella misma que en el mismo retablo estaban;
además, había mandado retratarse en él con su cogulla y báculo abbacial, junto a San Andrés, patrón y abo-
gado suyo (1443). Su sucesor, García de Villanueva de los Infantes realizó todas las bidrieras que ay en la
yglesia pintadas de figuras, entre las que destacaba la situada en el cuerpo alto de la fachada occidental con la
ymagen de la Reyna del cielo y de su precioso hijo (1456), más dos retablos, uno para la capilla de san Bernar-
do y otro para la de san Martín154. También a esta centuria, aunque ya a sus últimas décadas, corresponde una
pieza labrada en granito conservada en Acibeiro en la que se representa la Última cena y cuya función original
no está del todo clara155.

Pero sobre todo destacan los ciclos pictóricos con que se revistieron los paramentos de algunos templos
cistercienses hacia finales del siglo XV y principio del XVI.

El que ocupa el hemiciclo de la capilla ma-


yor de San Clodio, fechado en el primer tercio
del XVI156, muestra en la bóveda un Juicio final
(Fig. 42)157. Preside la composición Cristo juez
entronizado, con las manos levantadas y el pe-
cho descubierto para mostrar las llagas y heridas.
A su derecha vemos a la Virgen María y a sus
pies San Juan, ambos en calidad de intercesores.
Les acompañan como asesores, a los lados, los
once apóstoles, y sobre ellos seis ángeles que
portan los instrumentos de la Pasión y filacterias
en las que a causa del deterioro solo llegamos a
leer: laus et honor sit […] deo v[est]ro […]. En
la parte inferior, a la derecha de Cristo, aparecen
en actitud orante y con la cabeza nimbada los
Fig. 42. San Clodio. Bóveda del hemiciclo de la capilla mayor. justos, acompañados por un ángel que posa sus
Juicio final. manos sobre los hombros de dos monjes blan-
cos; en la filacteria que ondea sobre el grupo leemos una frase de Mt, 25,34: venite benediciti patris mey. En
el lado opuesto y acompañados por San Miguel que sostiene la balanza para el pesaje de las almas, los peca-
dores encadenados; la filacteria, hoy borrosa, llevaría sin duda la leyenda: discedite a me maledicti patris mei,
extraída de Mt 25,41. Los paños que quedan libres entre las ventanas están también decorados (Fig. 43). A la
derecha, Cristo crucificado con San Juan y las santas mujeres a un lado y representantes del pueblo judío al
otro, mientras tres ángeles recogen en cálices la sangre que cae de sus heridas. A la izquierda, el martirio de
San Sebastián que como un “alter Christus”, atado a una columna, es asaeteado por unos soldados; dos ángeles
enviados por Dios para confortarle descienden del cielo, uno con una filacteria y otro con la corona de la vic-
toria158. En los extremos, junto a la columna que separa el ábside del tramo recto, encontramos a dos obispos;
el de la izquierda, acompañado de un monje arrodillado lleva una filacteria en la que se lee abbas‡sci‡[…]e
[…]. ¿Podría tratarse de una representación del abad Rodrigo de San Xes (ca.1489-1516), obispo de Laodicea

154
Ara Gil, ‘Monasterio de Santa María de Matallana’, cit., 17; García Flores, Arquitectura de la Orden, cit. 413-414.
155
Sánchez Ameijeiras, R., ‘Las artes figurativas en los monasterios cistercienses medievales gallegos’, en Arte del Císter en Galicia
y Portugal, cit., 98-139, en especial 135-136, lo considera un retablo –tabula retro altaris-.; Fernández Cortizo, C., ‘Santa María de
Acibeiro’, en Monasticón cisterciense gallego, cit., II, 151-187, en concreto 179, apunta la posibilidad de que formara parte del primi-
tivo altar mayor; mientras Carrero Santamaría señala otras posibilidades: frontal de altar o banco de un retablo o de un baldaquino
(‘Arte y liturgia’, cit., 540). Otros fragmentos pertenecientes al mismo conjunto se encuentran hoy reutilizados en el pasillo de la sala
capitular.
156
Cabrita, M.T., ‘Por detrás de um retábulo: arte, memoria e culto’, en Actas del III Congreso Internacional, cit., vo.1, 599-612; Id.,
Análise comparativa da pintura mural de Noroeste Peninsular (Galica-Norte de Portugal, 1500-1565), tesis doctoral leída en la
Universidad de Santiago de Compostela, 2012, 147 y 343-346, dspace.usc.es/bitstream/10347/7170/1/rep_341.pdf.
157
Sobre la iconografía sobre el Juicio final, vid., por ejemplo, Rodríguez Barral, P., La justicia del más allá. Iconografía en la Corona
de Aragón en la Baja Edad Media, Valencia, Universitat de Valencia, 2007.
158
Sobre la iconografía de San Sebastián, vid. J. Lanzuela Hernández, ‘Una aproximación al estudio iconográfico de San Sebastián’,
Studium: revista de humanidades, 12 (2006), 231-258.
35
y, tal vez, promotor de las pinturas? De las escenas que ocupaban el cuerpo inferior del ábside -separado del
anterior por una cenefa en la que se leía, a juzgar por las letras que aún son visibles, el nombre del pintor-,
vemos a unos monjes que llevan una cruz a cuestas.

Fig. 43. San Clodio. Capilla mayor. Obispo con monje. Martirio de san Sebastián. Crucifixión. Obispo.

Por su parte, la iglesia de Huerta fue cubierta por completo de pinturas murales, la mayor parte con mo-
tivos geométricos y heráldicos. Los restos más importantes se localizan en los dos últimos tramos de la nave
central, en la portada occidental y en las capillas de San Miguel, San Pedro y San Martín.

Respecto a éstas, las que conservan más restos son las dos últimas, pudiendo reconstruirse fácilmente
su decoración (Fig. 44). Tanto el frente como los costados de las capillas se cubrían, a modo de tapiz, con una
red de cubos en perspectiva isométrica en tonos gris, blanco y negro adornados con una suerte de fruto gris y
negro con hojitas rojas. Sobre la imposta que en el frente corre bajo la ventana se dispone, entre dos bandas en
las que alternan bien triángulos rojos y negros o blancos perfilados de rojo y negros, una cenefa que imita una
celosía calada a base de composiciones circulares yuxtapuestas de diseño flamígero -de color blanco perfilado
en rojo y sobre fondo oscuro- y que se extiende por los costados y continua, como el resto de la decoración,
por los soportes de la embocadura de la capilla y el transepto. En la capilla de San Martín los paramentos norte
y sur llevan pintados además unos escudos con las armas de los Velvede, familia de Utrilla (Soria) que recibió
entierro en esta capilla: un castillo, sobre una roca o peñasco, en campo azul, y una cruz plateada en campo
pardo, y alrededor de la tarjeta, hay ocho aspas negras en campo blanco159. El derrame del vano se adornaba
en todas ellas con una trama de cubos análoga a la que veíamos en los costados, pero ahora en tonos pardo,
rosa y blanco adornados con bolitas grises y puntos negros, y remataba en la parte superior de las jambas por

Fig. 44. Huerta. Capilla de San Martín. Armas de los Velvede y de García de León.

159
Estas armas también adornaban el retablo que presidía la capilla hasta que fue sustituido ca. 1650, como consta en la información
sobre Alonso Carrillo Medrano Velvede y Camargo, pretendiente a la Orden militar de Alcántara, de mayo de 1655 (Dávila Jalón, V.,
Nobiliario de Soria, CSIC, Madrid (1967) I, 221-223).
36
una cenefa de tracería flamígera; escudos de base conopial, con árbol al natural, frutado y desarraigado en
campo de plata y león empinado al tronco, completaban, uno a cada lado, el adorno del vano. Un manuscrito
de mediados del siglo XVI atribuye estas armas al abad García de León (1467-1482)160.

En la zona superior del cierre occidental del templo, tras la sillería del coro, pueden verse algunos restos
de la retícula de cubos grises, negros y blancos que cubría el paramento, y en el intradós del arco de descarga
que cobija el rosetón, además de dicha trama, se conservan grandes escudos con el árbol y el león, uno a cada
lado.

Las ventanas de la nave


central también fueron decora-
das (Fig. 45). La correspondiente
al costado norte del cuarto tramo
muestra en su vano cegado el es-
cudo del león y el árbol sobre un
fondo rojo y blanco con ramajes;
en jambas y arcos, diseños de tra-
cería flamígera completados con
bandas de triángulos; en los fustes
de las columnas cintas diagonales;
y en el alfeizar ramajes, todo en
Fig. 45. Huerta. Vanos del cuarto tramo de la nave central.
blanco, rojo y negro. La corres-
pondiente al flanco sur de este mismo tramo, de traza más sencilla, se adorna con dibujos de ramajes y bandas
en espiga en el intradós de arcos y jambas, y de tracerías flamígera se imitación de sillares en las roscas y frente
de las jambas.

Finalmente, las arquivoltas de la portada occidental se policromaron con cintas, bandas de triángulos,
cenefas flamígeras, estrellas y, en la rosca de la segunda, con escudos del árbol y el león sobre un fondo de
ramajes. La frase que apenas se vislumbra en el intradós del vano, DOMUS MEA DOMUS ORATIONIS VO-
CABITUR, tomada de Mc 11,17, es de época más reciente.

Fig. 46. Huerta. Capilla de la Magdalena. Noli me tangere.

160
En el monesterio de huerta a el lumbral de la puerta de la yglesia entre dos escudos que tienen un león y un pino ay un entierro
que diçe ansí: del abad viejo que dios aya / don garçia de león / es este pendón / quien adelante le pasare / téngase por buen razón /
yo por este poco que hiçe / de dios abre buen galardón. Este abad fue camarero del papa julio segundo (Real Academia de la Historia
(Madrid), Colección Salazar y Castro, F.40, fols. 65r-78v: Tabla de los entierros que está en el monasterio de sanctamaría de huerta
de la horden de sistel (ca.1550), en concreto fol. 78v).
37
Pero también han llegado a nuestros días escenas figurativas en el templo hortense.

Las mejor conservadas las encontramos en la capilla de la Magdalena (Fig. 46). El derrame de la ven-
tana está presidido por un Pantocrátor que alza los brazos y sujeta con las manos una filacteria en la que se
lee: SEG[..]NA ET : VXQVE MV[...] V [...] ITAS VITA CONDITOR ALME SIDERVM –palabras estas últimas
que dan comienzo al himno de vísperas del tiempo de Adviento-. Bajo esta imagen se disponen en las jambas
cuatro escenas, dos a cada lado y en registros superpuestos: en la parte superior, a la izquierda vemos una
Anunciación y a la derecha, dos ángeles con los instrumentos de la Pasión; en la parte inferior, a la izquierda,
encontramos la aparición de Cristo resucitado a la Magdalena, mientras que en el lado opuesto vemos a Cristo
camino del Calvario ayudado por Nicodemo. En el frente del muro encontramos a su vez dos escenas super-
puestas y partidas por el vano. La zona superior está ocupada por las figuras de Salomón y el profeta Isaías que
portan filacterias con versículos alusivos a la Virgen: SALOM[...] AB INITIO ET ANTE SECVLA–Eccl, 24,14-
e ISAIAS ECCE VIRGO CONCIPIET –Isaías 7,14-; una figura en el vértice, muy deteriorada, también lleva
filacteria. La parte inferior presenta otra Anunciación: a la izquierda el ángel arrodillado lleva en una mano
la vara de mensajero y sobre él una filacteria con las palabras de Lc 1,28 -AVE MARIA GRACIA PLE[NA]- y
la mano de Dios sobre un nimbo crucífero de la que salen unos haces de luz entre los que se ve la figurilla de
Jesús con la cruz al hombro dirigiéndose hacia la Virgen. Ésta, a la derecha, aparece arrodillada leyendo un
libro ante un atril sobre el que hay un jarro de azucenas; por encima vuela la paloma del Espíritu Santo con
nimbo crucífero y una filacteria que lleva escrito: ECCE ANCILLA DOMINI –Lc 1,38- (Fig. 47).

Fig. 47. Huerta. Capilla de la Magdalena. Anunciación.

Por debajo de la línea de imposta sobre la que se abre la ventana, encontramos tres escenas relativas a
la muerte de San Benito de Nursia161: a la izquierda vemos al santo en la cama rodeado por sus monjes y reci-
biendo la unción de enfermos; en el trozo de imposta que se extiende sobre esta escena se alude a este pasaje
con la inscripción BVE[N] FIN MECONSOLARIA; en el lado opuesto, vemos al santo recibiendo la última
comunión en el oratorio, y en la imposta está escrito D[OMI]NE NO[N] SV[M] DIG[NVS] VT I[N]TRES –pa-
labras pronunciadas durante el rito de la comunión cuyo origen está en Lc 7,6-; la escena central, cortada por
un fragmento de imposta que se añadió, muestra a dos monjes a los pies y cabeza del lecho del santo (Fig. 48).
Por los costados de la capilla se extiende la decoración de prado florido que sirve de fondo a la escena de la
Anunciación que veíamos en el frente, y en la parte superior de la zona central encontramos de nuevo sendos
escudos con el león rampante sobre un árbol.

161
Gregorio Magno, Libro de los diálogos, libro II, cap. XXXVII.
38
Fig. 48. Huerta. Capilla de la Magdalena. Escenas de la vida de San Benito (Archivo Monasterio Huerta).

En el penúltimo tramo de la nave norte encontramos un san Cristobalón. Parcialmente oculto por dos
retablos y cortado en altura por la bóveda del Capítulo alto o antecoro, apenas se vislumbra la imagen gigante
de san Cristóbal que, siguiendo la iconografía tradicional, vadea un río apoyado en un árbol que le sirve de
cayado y lleva a los hombros a Cristo niño; el ermitaño que le animó a su conversión y a que se pusiera al ser-
vicio de viajeros y peregrinos para ayudarles a cruzar el río sin puente, le guía con un farol. Como es habitual
en este tipo de representaciones, su localización cerca de la puerta occidental del templo permitía su visión a
los caminantes que accedían a esta zona para encomendarse al santo, como protector que era de los peregrinos
y abogado contra la muerte repentina y la peste162.

Finalmente, en los dos últimos tramos de la nave meridional se desarrollaba un Juicio final del que ape-
nas quedan restos sobre el trasdós de las bóvedas que cubren estos tramos (Fig. 49). Sobre un cielo azul con
nubes que descargan rayos rojos, unos ángeles con sus trompetas convocan a los muertos al juicio, tal y como
se expresa en las filacterias que portan: LEVANTAOS A JUIZIO163. Junto a ellos, grandes cabezas con los ca-
rrillos hinchados y soplando fuertemente llevan en su frente escrita la palabra pestilencia164.

Fig. 49. Huerta. Nave meridional-Trascoro. Juicio Final (Albarium)


La presencia de las armas del abad García de León pintadas a lo largo de todo el templo nos hace pensar
que estas pinturas fueron realizadas durante su abadiato.
162
Manzarbeitia Valle, S., “San Cristóbal”, revista Digital de Iconografía medieval, I, 1 (2009), 43-49; Id., “El mural de San Cristoba-
lón en la iglesia de San Cebrián de Mudá”, Anales de Historia del Arte, vol. extraordinario (2010), 293-309.
163
Comentario de San Jerónimo al cap. 5 del evangelio según san Mateo: “Siempre que pienso en el día del juicio me pongo a temblar.
Bien esté comiendo, bien bebiendo, bien haciendo cualquier otra cosa; siempre me parece que resuena en mis oídos aquella terrible
trompeta que dice: “Levantaos muertos, venid a juicio”.
164
La peste, junto a la espada y el hambre, eran uno de los castigos con los que amenazaba y castigaba Yahvé a sus enemigos y que
reaparece en el último día (Deuteronomio 32, 23-25; Jeremías 21,6.9; 24,10; 27,13; 29,18 y 44,13; Ezequiel 5,11-12; 6,11-12; 7,15;
12,16; 14,21; 28,23; 38,22; Amós 4, 10; Lucas 21, 11). Por otro lado, en las postrimerías de la Edad Media se pensaba que los vientos
–a los que la iconografía presentaba como cabezas soplando con los carrillos inflados- provocados por furiosas tempestades de fuego
originadas en Oriente habían traído la peste negra a Europa.
39
Debemos tener en cuenta que excepto los llamamientos a la moderación de los edificios que aparecen
en las Definiciones –y que tienen más que ver con cuestiones de carácter económico que estético-165, no se
encuentran en los Capítulos Generales o los de Consiliarios de la Congregación condena alguna sobre este
particular166. Es más, da la sensación de que no se tiene como algo contrario a la pobreza y sobriedad de la
Orden el construir grandes templos y decorarlos con valiosas pinturas y esculturas167.

El marco cultural, religioso, espiritual de la Edad moderna nada tiene que ver con el que vio nacer la Orden
allá a finales del XI. Los cistercienses hispanos no pretendieron un retorno literal a la Regla y constituciones
del Cister. Una rápida lectura de los usos redactados por Martín de Vargas nos informan ya de las llamativas
innovaciones que introduce, por ejemplo, en el gobierno de la futura congregación: superiores temporales,
exención de la Orden y capítulos generales autónomos, con un abad reformador a la cabeza. A estas se pueden
añadir otras, como el interés por la formación de los monjes, el uso de celdas individuales, los diálogos comu-
nitarios, traspaso de superiores de una casa a otra, dispensas de comer carne, etc. Sin renunciar a los valores
tradicionales de caridad, pobreza y soledad, los monjes de la Congregación de Castilla supieron adaptarlos a
las circunstancias particulares del tiempo en que vivían y trataron de vivirlos con autenticidad. De hecho, tuvo
lugar entonces un renacimiento moral y un resurgir místico, unido a un ferviente estudio de las Escrituras y
de los Padres, de la teología, filosofía, historia, etc., que dio muchos e importantes frutos168. El humanismo,
la contrarreforma, la cultura del barroco, penetraron de forma naturaly fueron asimilados sin violencia en su
espiritualidad monástica. Y lógicamente, esa espiritualidad renovada tuvo su reflejo en la arquitectura y arte de
sus monasterios169. Al igual que sucedió durante los siglos XII y XIII, los cistercienses de la Congregación de
Castilla echaron mano de las fórmulas constructivas del momento y no pretendieron hacer de sus monasterios
un “revival” de las primitivas edificaciones de la Orden.

En las Definiciones publicadas en 1633 se ordenaba que las obras que se llevaran a cabo en los mo-
nasterios debían sobre todo esmerarse en lo tocante más inmediatamente a la Iglesia y culto divino. Ahí está
el porqué de esa fastuosidad en sus templos de la que venimos hablando y que podemos documentar a través
del siguiente episodio. Cuando el 5 de diciembre de 1608 el capítulo conventual de Montederramo decide
contratar la realización de un choro sumptuoso en la iglesia nueva que vamos acabando de edificar, la razón
que esgrimió fue simplemente esta: Para mayor culto del oficio divino y servicio de Dios170.

165
González García, ‘Reforma y reformas’, cit., 161.
166
Únicamente en el capítulo celebrado en Huerta en 1498 se llama a la mesura en la altura de los edificios para que no parezcamos
apartarnos de nuestra venerada Orden (vid., nota 11) y unos años más tarde, en 1519, encontramos esta referencia a las pinturas: Iten
si algunas pinturas estuvieren hechas en las celdas de los religiosos, las manda quitar el Capítulo con todas las otras que fueren deshones-
tas y pinturas de menos religión que estuvieren por las casas de la Congregación agora en la iglesia o claustros o en otras partes (Ibídem.).
167
Lekai, Los cistercienses, cit., 206-207; González García, ‘Reforma y reformas’, cit., 162.
168
Martín, Los Bernardos, cit., 39-61 y 83-87.
169
Sobre estos aspectos es esencial consultar Monterroso Montero, ‘Las artes figurativas’, cit., 378-384.
170
Ferro Couselo, ‘Las obras del convento’, cit., 172.
40
Apéndice documental

[ca. 1628, octubre-1629, mayo]


Memorial de fray Ángel Manrique, General Reformador, en el que especifica las obras que deben ha-
cerse en el monasterio de Santa María de Huerta con las rentas dejadas por fray Francisco de San Bernardo.
Archivo Histórico Provincial de Soria, caja 4988, doc. 6

Los 3500 reales de renta que el Padre Fr. Francisco de San Bernardo quiere dejar a monasterio de
Nuestra Señora de Huerta, casa de su profesión, an de quedar para la fábrica de la iglesia del dicho monasterio
y no para otra cosa y gastarse y distribuirse de esta forma

En primer lugar se guarnezcan de sus réditos los lienzos todos buenos que ay en casa, en especial los 50
payses de santos de la Religión que envió de Flandes el mismo Padre Fray Francisco y sobre todo se adereçe y
ensamble el San Esteban que está en el antechoro, luego el qual se prozeda a la fábrica y mejoras de la iglesia
en esta manera

Primeramente se faga una chirola que rebuelba sobre la capilla maior del ancho y alto que las naves
laterales [al margen: como an de quedar después de peynados los estribos] rompiendo por las capillas de Sanct
Pedro y su correspondiente y en dicha chirola se hagan tres capillas de buena luz en lugar de las dos que aora
se quitan.

Ytem, que si pareçiere conveniente al General que fuere y sancto convento se levanten las bobedas de
la iglesia y cruzero un estado y medio más que están ahora subiendo tanto con la piedra dellas las paredes de
pie derecho y hechando luego su cornisa bolada de piedra cañón con lunetos de ladrillo y ventanas rasgadas a
ambos lados.

Yten se haga un zimborro de piedra en el crucero sobre quatro pechinas y formen con los arcos un
ochavo sobre el qual se heche una cornisa de piedra de alto vuelo que se ande alrededor con balaustres de
piedra o de madera contrapechos de hierro y dada de azul y oro como pareçiere mejor, y luego se lebante de
piedra una linterna con 8 vidrieras que todas nazcan de sobre los caballetes, divididas con seis pilastras y sobre
ellas segunda cornisa resaltada con media naranja de ladrillo con refaxos que remeden a piedra y por de fuera
chapitelada como los de Madrid de plomo o de pizarra.

Ytem se faga un retablo en medio zírculo como va la capilla saliendo afuera la custodia y sobre él la
imagen de la Virgen y por debajo y tras el altar paso a la traza que está el retablo de Monsalud.

Ytem que se saque otra tribuna para el órgano mayor al otro lado y que no sea capilla entera sino arco
con ygual vuelo a entrambas partes y que quede del mesmo modo el de ahora derribando la capilla y dejando
valcón solo.

Ytem que se lose la capilla maior de mármoles blancos y negros y se enladrille de ladrillo raspado y
cortado todo el cuerpo y nabes de la iglesia.

Ytem que se faga en la iglesia su portada a lo moderno de buena arquitectura hermoseando la delantera
y terminándola en algún remate bueno.

Ytem que se fagan para el choro vancos de respaldar de los muy buenos, grandes de tablas de tres
quartas con escudos de armas de la Orden y toda la clavazón dorada.

Ytem que se faga una reja de hierro buena debajo del choro y naves collaterales.

Ytem que acabadas todas estas obras y no antes se puedan emplear los réditos en primer lugar en los

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reparos della y de la iglesia toda y en segundo en ornamentos y plata de sacristía y no en otra cosa expresando
que por ornamentos no se entiende lienzo, zera, vino ni aceite ni cosa alguna que no sea oro, plata o seda de
servicio de la sacristía y iglesia desta casa.

Ytem que cada quarto que se gastare en otra cosa pase al convento de Buenafuente con la carga que le
pareciere al Padre fray Francisco.

Fr. Ángel Manrique

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