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1. Buscar el nexo que une la estructura literaria con la visión del mundo del escritor,
problema, a mi entender, radical para totalizar el significado de un texto.
2. Buscar, por medio de esa estructura, una función de los personajes y del significado
que dé el valor intemporal -sin limitación de circunstancias y credos- de la obra,
problema que, como profesor, vivo diariamente, al tener que explicar un lejano
pretérito a estudiantes neófitos, sin más tradición que sus vivencias.
3. Buscar la relación que existe entre el estilo de época, en este caso el «gótico
mariano», y la personalidad singular de un autor determinado de esa época. El lector
perdonará si este interés metodológico me hace ser demasiado minucioso o
reiterativo en los dos primeros apartados de mi análisis.
El obispo, tras el irónico sermón de María, pierde toda su fuerza, serenidad y autoridad,
pierde hasta la capacidad de autodefensa, y se convierte en un personaje halagador,
mutando su autoritaria plenitud de la primera mitad. El cambio fundamental es el paso de
un obispo autoritario que grita e insulta en estilo directo, a un obispo objeto de narración
casi bufa que halaga al clérigo con estilo indirecto, no con sus palabras, sino con las que
Berceo quiere. Ha perdido su personalidad, su retórica.
La visión del mundo que presenta este gótico milagro hace que la estructura del texto
ponga en relación la tierra con el cielo y el cielo con la tierra, cerrándose ambas fuerzas en
lo alto de la ojiva, allí donde aparece la cara sonriente de una virgen gótica. La línea
asciende primero, como nos ha señalado el estilo, por el patetismo de la triste historia (al
parecer sin solución) del clérigo despedido, y luego desciende suavemente por medio de la
ironía, que el poder y sabiduría de María dan al conflicto. Tiene el milagro los dos
significados de la arquitectura gótica: líneas que se elevan hacia el cielo desde la tierra; y
que luego se cierran en la confianza de una fe más luminosa que la de siglos anteriores. No
en vano coincide la literatura mariana con las grandes catedrales del XIII y con la cumbre
del tomismo, y con un decidido feminismo, que nació en el siglo anterior como
consecuencia del amor cortés. Los personajes de Berceo no están perdidos en un cosmos
ilimitado, incierto, abierto a innumerables peligros de un destino incongruente. Viven sus
dolores y alegrías, sus angustias y placeres, en un orbe limitado y cerrado por el arco
gótico21, que es la fe en la Providencia, cuya manifestación más artística es María, con toda
su carga afectiva de madre, mujer, dama y medianera. Y no lo olvidemos, Señora. Como
muy bien señala Sánchez Albornoz22, el mundo religioso de los milagros se halla
permeabilizado por la visión del mundo feudalista. María recibe vasallaje de los hombres y
desde ese momento se compromete a defender al vasallo con todas sus fuerzas. Claro que
María es mediadora de un más alto señor, Cristo, Rey, pero al igual que los poetas del amor
cortés se hacen vasallos de la castellana, estos personajes de Berceo se hacen vasallos de
María, y por motivos de evidente feminismo. Si comparáramos a los Milagros los peligros
a que está abierto el mundo del Libro de Apolonio, obra de la misma época de Berceo y de
poeta de igual visión del mundo, nos daremos cuenta hasta qué punto la tradición helénica
ha hecho romper el molde de la cosmovisión del siglo XIII que tendría el anónimo. En su
obra, la Providencia del siglo XIIII lucha contra la fortuna pagana, substrato de la obra,
tema que se hará central en el siglo XV.
El clérigo ignorante es un modelo de imagen feudal de la vida. El preste,
funcionalmente, está visto como un siervo, en lo material más que en lo espiritual, del
prelado, pero al tratarlo este mal, el señor espiritual, María, a la que rinde el preste vasallaje
cordial, interviene. La Virgen se lo dice bien claro al obispo. Este capellán es mío, me lo
has quitado. Es mi siervo. Como además, para este prodigio María no necesita el refrendo
de su Hijo, como en otros muchos milagros, ni se vale de los ángeles ni de los santos, ni de
los hombres buenos, el sentido del vasallaje se hace más vivo y directo que en otros relatos.
Es también interesante comparar esta visión del mundo con el deLa Celestina, ya muy
distinta. Como dice Gilman: «En vez del cubierto y abovedado mundo medieval, donde el
hombre estaba protegido, si se mantenía en el papel de criatura [de vasallo diríamos en esta
ocasión], el mundo de La Celestina es un mundo expuesto a un peligro constante. Está
caracterizado por esa falta de techo o de refugio que Lukács considera la situación básica
de la novela moderna»23. El texto de Gilman parece escrito para ser usado en comparación
con nuestro milagro.
Para terminar el análisis de la visión del mundo tenemos ahora que apurar y precisar la
comparación entre el milagro y el tímpano del pórtico gótico. Desde el siglo XII en Francia,
desde el XIII en España, coincidiendo con la vida de Berceo, la escultura y la literatura se
unen para cantar en piedra y voz a María. Se experimenta una auténtica especialización en
el tema mariano. Podríamos decir que la Madre desplaza un tanto al Hijo, al pasar del
románico al gótico. Los tímpanos se llenan con temas marianos, especialmente con su
tránsito y coronación. Así en las catedrales de París, Chartres, Amiens. Así en la catedral
vieja de Vitoria, en Santa María de los Reyes de La Guardia, etc., aunque su situación más
típica sea el parteluz, como en el caso de Nuestra Señora La Blanca en la catedral de León.
Estos tímpanos recuerdan mucho los escenarios múltiples medievales. Tienen unos lugares
horizontales y otros verticales, con frecuencia tres planos en altura apareciendo arriba la
coronación de María. Incluso aparecen en tímpanos algunos milagros de los cuales dos
están en Berceo: Teófilo y El niño judío24. Estos tímpanos no presentan la estructura exacta
de nuestro milagro IX aquí analizado. La Virgen no ocupa el centro exacto, en función del
eje central, aunque sí ocupa el lugar elevado, el plano celeste de los escenarios múltiples.
En realidad ocurre, como es bien sabido, que las imágenes de la Virgen, semejantes a las de
nuestro milagro, van en el parteluz, ahí sí con sentido de medianeras en la estructura del
pórtico. Así las vemos en Notre Dame de París, en Amiens (la Virgen dorada), en el
Claustro de la catedral de Pamplona, en Burgos, etc. Y en multitud de vidrieras por doquier.
Vemos, pues, que nuestra estructura presenta a María en la colocación típica de los
Pantocrátor de los pórticos románicos. Y este detalle nos interesa mucho, porque al llegar
aquí contamos con bibliografía sobre la materia. Moreno Báez ha estudiado agudamente la
estructura del Poema del Cid en paralelo evidente con el Pantocrátor de ciertas iglesias
románicas (Conques, Beaulieu, Santiago). El Mio Cid es el centro del poema en todos los
órdenes de estructura y ese orden le separa de poemas anteriores con estructura de friso,
como Los siete infantes, o La condesa traidora25.
Podemos decir con todo rigor que en nuestro milagro María ocupa en actitud y situación
el lugar del Pantocrátor de los pórticos románicos. Y esto es muy significativo para nuestro
texto. Porque, en efecto, en el milagro María ocupa una situación formalmente y
significativamente «pantocrática», desplazando a su Hijo que, en contra de lo que ocurre en
otros milagros, aquí no aparece. Hasta tal punto la Virgen es el centro formal del texto que
al trazar la estructura externa nos veíamos ante el dilema de la separación de las partes 3 y 4
en su aspecto literal. En su significado esto es expresivo, el eje Z no es un eje material, es
un eje ideal. No corta, para no cercenar a María, sino que une las partes 3 y 4, y con ello a
las dos mitades del texto. Por otra parte, históricamente, esta situación de la Virgen como
Pantocrátor es ilustrativa de un Berceo que nace en el siglo XII y principia su arte en la ruta
del románico, abriendo paso a la literatura gótica, como pionero, en España.
1. Quedan fuera el narrador y el público, es decir, una parte real y significativa del
texto, dada en la moraleja. La solución de colocar al narrador y al oyente dentro del
templo (según la visión 5 + 1) no sería disparatar contra el espíritu del texto, pero
con ello perdemos la perfecta unión entre el personaje ejemplar (el clérigo) y el
oyente, en el paso de las partes quinta y sexta. En la estructura de seis partes, en el
pórtico, el dinamismo de todo el texto cae directamente (finaliza) sobre el público,
que se hace parte dinámica del ejemplo.
2. La situación de la Virgen en esta segunda estructura pierde parte de su grandeza, al
partirse en dos su actuación (nave central, tal vez más alta, y nave cuarta) y sobre
todo pierde su imagen de primordial significado: María, centro, mediana, medianera
del milagro, mirando desde el centro a ambos lados del relato, siendo eje exacto del
relato.
3. Se rompe en gran parte el simétrico dinamismo del texto, las oposiciones entre X,
X', Y e Y'. Con ello se pierde el grafismo funcional del significado moral: el que se
humilla será ensalzado, el que se ensalza será humillado.
4. Se pierde la partición exacta en dos del relato en cuanto al estilo, al perderse la
continuidad de la línea ascendente y de la descendente de la ojiva. Por la ascendente
se eleva el patetismo del conflicto; por la descendente baja, por la ironía, ese
conflicto.
Estos cuatro motivos me parecen sobradamente graves para preferir entender la obra
partiendo de la estructura que aquí he elegido.
1. Una estructura externa casi matemática. Los dos fallos numéricos, el de la estrofa
novena y la mayor brevedad de la parte sexta, desde un punto de vista artístico no
son tales fallos, sino más bien virtudes. La estructura externa nos presenta un
clásico dramita en cinco partes o actos iguales, de tres estrofas cada uno, y un final
o moraleja, que representa el público del drama.
2. Una estructura interna muy expresiva, en la que destaca la imagen del pórtico
gótico, y por tanto la simetría formal desde el eje central de María medianera de
gracia, y el gráfico contraste entre las situaciones primeras y últimas de los
personajes humanos, de acuerdo con el significado moral.
3. El uso de diálogo directo en las partes 1, 2 y 4. En ellas, el clérigo guarda silencio,
solo roto por la breve contestación, confesión, de su culpa. Frente a él es notoria la
expresividad lingüística del obispo, que llega hasta el insulto y la retórica.
4. El patético tono que cobra la humana historia del clérigo que iba in crescendo en las
partes 1, 2, 3, llegando al máximo en la mitad del relato, al llegar al eje central.
5. En contraste con lo anterior, la ironía de toda la segunda mitad. En el sermón de la
Virgen, y en la actitud del asustado obispo, en la quinta parte.
En el texto latino los valores literarios son casi nulos, como es sabido desde hace más
de medio siglo. No hay en él la perfecta proporción que existe en Berceo. Sus partes tienen
el siguiente número de palabras: 57, 38, 10, 46, 70 y 27, donde encontramos episodios de
todos los tamaños, desde 10 hasta 70. Es notable, sobre todo, la brevedad de la parte
tercera, fundamental para el patetismo del texto. Dice solo:
Reversus vero presbyter ad suam domum tristabatur propter
misse privacionem.
Se observa también una gran desproporción entre las sumas de las partes una y dos y
cuatro y cinco (43 versos por 27), y una desmesurada, aunque bella moraleja, como son la
mayoría de las del poeta francés. Al igual que en el texto latino, solo la Virgen habla
directamente, con lo que el juego de contrastes entre el hablador obispo y el lacónico
capellán desaparece. Además el clérigo no tiene este carácter, pues acaba gritando piedad:
Lo mismo que en las anteriores versiones, el silencio del clérigo no puede dibujarse, al
faltar el diálogo directo en las partes 1 y 2. Y comete la incongruencia de pedirle merced a
Dios, con lo que María, como centro del milagro, sufre un grave perjuicio, pues,
naturalmente, luego es ella la que actúa y no Dios. Por último, no existe la ironía, sino un
tono tremendista, en las palabras de María que vuelve a insistir en el servicio a Dios que
prestaba el capellán (a la servise Deu defendre) y amenaza con una muerte «a chaitiveté et
a dulur». Igual ocurre con la actitud del obispo, a quien, al igual que otros textos franceses,
hace caer a los pies del clérigo: Li eveskes chiet a ses piez.
El relato que he llamado B es el que se acerca más (repito, es esta la única comparación
que me interesa) a los rasgos positivos de Berceo. No hay en sus 68 versos ninguna parte
desmesurada: 16, 10, 4, 14, 16, 8. Y destaca, brevemente, el significado social del milagro
en la parte tercera:
Usa el diálogo en la parte segunda, además de usarlo en la cuarta, como todos. Aunque
en la segunda solo habla directamente el clérigo, con lo que se pierde en parte el contraste
con el obispo. Falta también la ironía.
Por fin, C tiene 120 versos. Es el más extenso y presenta una parte de mucho interés,
que luego señalaré. Muestra, en sus seis partes, 24, 38, 4, 18, 29 y 8 versos, con evidente
desproporción. Hay diálogo, con intervención directa de los dos personajes en la segunda
parte, y el contraste entre los dos parlamentos está muy logrado, como en Berceo. Sin
embargo, el clérigo acaba gritando merci. Y no hay ironía. También el obispo «se lance» a
los pies del clérigo.
Este relato se distingue especialmente por la desmesura de su segunda parte. Lo que con
ello pierde en proporción lo gana en gracia, pues es un diálogo encantador. Merece la pena,
aunque están fuera de mis pesquisas, terminar con unas palabras del clérigo, que muestran
sobradamente su candor y la habilidad (que no ingenuidad) del autor anónimo. Cuando el
obispo se entera de la ignorancia del preste, le ordena ir a la escuela con los niños. Esto es
lo que responde el chapelein:
Sin duda, la lectura de estos versos hubiera hecho las delicias del Maestro Gonzalo de
Berceo.