Sei sulla pagina 1di 122

Guía bíblica del bautismo

Richard Pengilly

Cita fiel de todos los pasajes del Nuevo Testamento relacionados


con esta ordenanza, con observaciones explicativas y fragmentos
de obras de autores eminentes.
“Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues
recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día
las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:11).
“Todo aquello que pretenda sobrepasar la enseñanza de la
Palabra puede rechazarse con seguridad; no puede admitirse con
seguridad”.
DR. OWEN

1
Índice
Nota preliminar
Introducción
CAPÍTULO 1
Pasajes relacionados con el bautismo en los cuatro Evangelios
1. La misión, la predicación y el bautismo de Juan el Bautista
2. El modo del bautismo de Juan
3. El bautismo de Jesucristo, según los cuatro evangelistas
4. Cristo bautiza a través de sus discípulos
5. El bautismo de Juan en Enón
6. Referencias de Jesucristo a Juan, su bautismo y su éxito
7. Cristo describe sus sufrimientos bajo la figura de “un bautismo”
8. La comisión que nuestro Señor dio a sus apóstoles en el
momento de su ascensión al Cielo, que contiene la institución
oficial de bautismo cristiano
9. Conclusión de los Evangelios
CAPÍTULO 2
El bautismo según se enseña en Hechos de los Apóstoles
1. El bautismo en la fiesta de Pentecostés
2. Felipe bautiza en Samaria
3. El bautismo del eunuco etíope
4. El bautismo de Pablo
5. El bautismo de Cornelio y sus amigos
6. El bautismo de Lidia y su casa
7. El bautismo del carcelero de Filipos y su casa
8. Pablo bautiza en Corinto
9. El bautismo de algunos discípulos en Éfeso
CAPÍTULO 3
El bautismo según se enseña en las Epístolas
1. Pasajes que contienen alusiones directas al modo y al propósito
espiritual del bautismo
2. Mención ocasional del bautismo

2
3. El bautismo ejemplificado por acontecimientos recogidos en el
Antiguo Testamento
CAPÍTULO 4
La base y los supuestos beneficios del bautismo infantil
CAPÍTULO 5
El modo escriturario del bautismo
CAPÍTULO 6
El propósito espiritual del bautismo
1. Objeciones al bautismo exclusivamente de creyenres
2. Razones de por qué el bautismo es solo para creyentes

3
Nota preliminar

Al lector no le parecerá inaceptable que digamos unas pocas


palabras acerca de la historia y la utilidad de esta obra.
En el año 1807, tras culminar sus estudios preparatorios en el
Baptist College de Bristol, el Sr. Pengilly fue ordenado, en plena
juventud, para incorporarse al pastorado de la venerable primera
iglesia baptista en Newcastle-on-Tyne, y en 1809 publicó la
primera edición de esta obra, bajo el título The New Testament on
its own Ordinance (Lo que dice el Nuevo Testamento acerca de su
propia ordenanza). La obra tuvo mucha aceptación, y su
publicación se vio acompañada de gran éxito. Construida sobre
sanos principios cristianos, y libre del sarcasmo y la aspereza de la
controversia, ha sido leída cuidadosamente por miles de personas,
y ha guiado a no pocos creyentes en Jesús a seguir el ejemplo de
su Señor en su propia ordenanza.
En una temprana etapa de la existencia de la American Baptist
Publication Society, su comité publicó, en forma de librito, una
amplia edición de esta obra, seguida por muchas ediciones
subsiguientes hasta alcanzar los más de treinta mil ejemplares. Ha
colaborado también en su traducción al alemán y al francés, y en
su distribución en Alemania y Francia, y se regocija en saber que,
dondequiera que ha llegado, ha cumplido su elevada misión.
Alentado por una contribución especial para ese fin, el comité
ha publicado ahora la obra en forma de libro manejable de
bolsillo. Se ha reimprimido a partir de la duodécima edición de
Londres, según fue revisada por el autor, con algunos cambios que
pueden hacerla más aceptable para los lectores estadounidenses.
Quizá el lector pueda perdonar al autor de estas líneas si añade
que, tras una amistad personal con el excelente autor de este libro
durante treinta y cinco años, se siente no poco satisfecho de dirigir
esta práctica producción de su venerable hermano en su edición
americana. Habiendo ya sobrepasado la edad del hombre, su autor
entrará pronto en su reposo y galardón, pero, utilizando las
palabras del buen Matthew Henry, “cuando sigan tras él sus obras
para el galardón de las mismas, tal vez se queden también atrás y
sean de beneficio para otros”.
J.B. Filadelfia, 1856
4
Introducción

No tengo mejor manera de introducir la siguiente obra al lector


que mencionar su origen: con la esperanza de que disculpe la
referencia a mi propio caso y circunstancias.
Desde mi más tierna infancia se me enseñó a decir, según el
catecismo de la Iglesia de Inglaterra, que, en mi bautismo, “se me
hacía miembro de Cristo, hijo de Dios y heredero del Reino de los
cielos”. Mis instructores estaban dispuestos a admitir, y, de hecho,
enseñaban, las siguientes opiniones, que últimamente presentaron
al mundo los Sres. Rvdos. Harness y Knight, eminentes ministros
de la Iglesia oficial:
Uno afirma: “Con el agua de nuestro bautismo, se entrega al
alma la gracia de la regeneración, la semilla del Espíritu Santo, el
principio de una existencia más elevada; crece en nosotros como
una impresión innata de nuestro ser […]. En tanto en cuanto el
creyente confíe en su bautismo como la fuente de la vida
espiritual, todo está bien”.
El otro añade: “Podría haberme extendido tratando un asunto
tan interesante. Podría haber dicho que solo mediante el bautismo
se nos admite en el rebaño de Cristo en la tierra; que por el
bautismo se nos adopta en el pacto, se nos incorpora a su Iglesia
[…] que en el bautismo todos nuestros pecados son perdonados y
se nos concede el Espíritu Santo”. Y aun el Dr. Adam Clarke dice:
“El bautismo lleva consigo sus privilegios: es un sello del pacto,
no pierde su finalidad por causa de la falta de disposición de quien
lo recibe”.
Estas opiniones —en la medida en que yo las recibí— eran muy
gratificantes. Parecía como si me hubieran puesto —por la
amabilidad de mis padres y padrinos— en una situación de
inefables ventajas; y, sobre todo, mi Cielo estaba asegurado, y no
tenía nada que temer en la vida o en la muerte.
Cuando posteriormente, sin embargo, tuve oportunidad de estar
bajo un ministerio fiel, observé una asombrosa diferencia entre las
afirmaciones del púlpito y las opiniones que se me habían
5
enseñado en la niñez, tal como las he expuesto anteriormente. Este
siervo de Dios me enseñó que todos los humanos eran, por
naturaleza, pecadores, depravados y culpables; que a menos que
fuesen llevados a arrepentirse del pecado, a creer en Cristo, a
buscar y encontrar la misericordia de Dios a través del Salvador,
¡debían perecer inevitablemente! En cuanto a lo que se había
hecho por mí en la infancia, se me aseguró que no me valía de
nada. Mi excelente pastor no dudaba en exhortar a su
congregación a través de las preguntas que aparecieron
recientemente en un periódico secular:
¿No es el apadrinamiento en el culto de bautismo un fragmento del
papismo, sin una sombra de fundamento en las Santas Escrituras?
¿No se enseña a miles de niños, que no muestran señal alguna de
regeneración espiritual, a repetir una falsedad deliberada semana tras
semana, cuando, según la enseñanza de su catecismo, declaran que
en el bautismo se les hizo “miembros de Cristo, hijos de Dios y
herederos del Reino de los cielos”?
¿No se conduce a miles de jóvenes al rito de la confirmación,
meramente para renovar la solemne farsa que representaron sus
padrinos en el bautismo, y para ratificar un voto que nunca se
propusieron cumplir?
Lo que estas preguntas implicaban, y lo que las anteriores
observaciones expresaban, me pareció enormemente grave; y la
discordancia entre las distintas opiniones, tal como demuestran las
citas anteriores, me dejaba enormemente perplejo. Estaba en juego
aquí mi mayor y más alto interés para el tiempo y la eternidad. Por
una parte, se me decía que, mediante mi bautismo, “todo estaba
bien”; y por la otra, que la ordenanza, según se me aplicaba, era
una “solemne farsa”.
¿Qué debía hacer en este caso? Bueno, esto es lo que decidí
hacer: tomaría un Nuevo Testamento y lo repasaría, anotando y
destacando en el margen todos los pasajes relacionados con el
bautismo. Y cuando lo hubiera hecho, los leería todos
sucesivamente, como si se tratara de un capítulo, con cuidado y
atención. Y como sabía que este bendito libro era la única
autoridad original y divina con respecto a este asunto, inferí que
de él aprendería correctamente lo que esta ordenanza hacía por los
6
niños, cuál era el papel de los padrinos, y cómo la ordenanza
sellaba para mí la bendición del pacto.
Para mi sorpresa, ¡el Nuevo Testamento guardaba un silencio
total en cuanto a estos puntos! No pude encontrar un solo pasaje
relacionado con el bautismo de infantes, ni en relación con los
padrinos, ¡ni tampoco acerca de que el bautismo me incluyera en
el pacto o sellara para mí sus bendiciones! En todos los pasajes
que pude encontrar donde se describía a las personas bautizadas,
ya fuera por Juan o por los discípulos de Cristo, se las
representaba como personas adultas que habían recibido una
enseñanza y que creían en el evangelio. Tampoco pude encontrar
pasaje alguno relacionado con que estas personas trajeran a sus
niños consigo, o posteriormente, para bautizarlos. Descubrí
también que todos los mandatos e instrucciones dados en relación
con el bautismo se referían únicamente a su administración a
creyentes, y que ninguno incluía el deber de los padres de
asegurar, mediante esta importante ordenanza, ¡el bienestar
espiritual y eterno de sus hijos!
Ahora bien, cuando consideré los ilimitados beneficios que se
atribuían al bautismo de los niños, y la forma solemne en que se
requería que yo repitiese estas afirmaciones en mi juventud, como
si fueran los asuntos más claros en la Escritura, ¡el lector puede
juzgar mi sorpresa al encontrarlos totalmente faltos de ese sagrado
respaldo!
Al final, me vi obligado a creer que la institución se había
cambiado: que ahora no se estaba observando —al contrario de lo
que se me había enseñado al principio— tal como Cristo la había
ordenado. Sin embargo, alterar la institución de Cristo me parecía
un acto muy presuntuoso: constituía un desprecio a la autoridad de
Cristo y un descrédito de su sabiduría. Y al recordar cómo Dios
manifestaba su desagrado contra toda alteración de lo que Él había
ordenado bajo el Antiguo Testamento, inferí que Él debía de estar
igualmente disgustado con cualquier alteración de las ordenanzas
del Nuevo Testamento. Un pasaje que encontré en la exposición
de Matthew Henry con respecto a la conducta y el terrible destino
de los hijos de Aarón al tomar fuego común, en lugar del fuego del

7
altar, para quemar incienso, me pareció tremendamente
impresionante y muy apropiado en relación con este asunto:
“Al no ser fuego santo, se le llama fuego extraño; y aunque no
estuviera expresamente prohibido, era suficiente transgresión el
hecho de que Dios ‘nunca les mandó’. Pues, como el obispo Hall
observa acertadamente al respecto: ‘Es peligroso, en el servicio de
Dios, prescindir de sus propias instituciones. Hemos de dar cuenta a
un Dios que es sabio para prescribir su propia adoración, justo para
exigir lo que ha prescrito, y poderoso para vengar lo que no ha
prescrito’. Ahora que las leyes concernientes a los sacrificios estaban
recién promulgadas, para que nadie se sintiera tentado a tomárselas a
la ligera porque describían muchas circunstancias que parecían muy
minuciosas, aquellos que fueron los primeros transgresores eran,
pues, castigados como advertencia para otros, y para mostrar cuán
celoso es Dios en lo referente a su adoración. Siendo un Dios santo y
un Señor soberano, debe ser adorado exactamente según su propio
designio; y si alguien le toma a la ligera, corre peligro” (Comentario
sobre Levítico 10:1–7).
Mi mente estaba considerablemente preocupada en cuanto a
este asunto. “No tomaré a la ligera deliberadamente —me sentí
constreñido a decir— las ordenanzas de Cristo, ni apoyaré
alteración alguna de su institución. Si conozco su voluntad, la
observaré y la guardaré; pues se acerca el momento en que debo
presentarme ante su tribunal para dar cuenta de lo que haya hecho
mientras estaba en el cuerpo; y si yo fuera uno de los que hubieran
alterado sus ordenanzas o aceptado tan atrevida presunción, habría
hecho anticipar su divino desagrado”. Con estas impresiones tomé
la decisión de que, a cualquier precio, me esforzaría por recibir y
sostener lo que las Escrituras enseñan acerca del bautismo, que,
puesto que Cristo había de ser mi Juez al final, Él debía ser mi
única guía con respecto a este asunto. Su mandato a cada discípulo
es: “Sígueme”; y para capacitarlo para hacerlo, añadió:
“Escudriñad las Escrituras; porque […] ellas son las que dan
testimonio de mí” (Juan 5:39). Yo las escudriñé, y en ellas vi el
camino del deber claramente marcado por las huellas de mi
Salvador y las enseñanzas de su Palabra. Y su amor ilimitado y su
infinita dignidad hicieron la obediencia a Él inefablemente
solemne y deleitosa.

8
Me propuse también leer a todos los autores que pudiera
encontrar que hubiesen escrito acerca de este asunto y, si bien
tomé la decisión pronto y actué conforme a la misma —espero que
guiado por la Palabra de Dios—, durante varios años, sin
embargo, no me topé con autor alguno que tratara acerca de las
cuestiones del bautismo, o el modo del mismo, o el propósito
espiritual de la ordenanza, pero yo me sentía dispuesto a examinar
sus argumentos. Nada me sorprendió más que la extraña
diversidad de opiniones contradictorias que observé entre
diferentes autores muy eminentes. Lo que uno se esforzaba por
establecer, otro lo refutaba con el mismo celo; y estoy totalmente
convencido de que la única forma en que una mente inquisitiva
podía obtener una respuesta profundamente satisfactoria en cuanto
al asunto era dejando a un lado todas las ideas preconcebidas y los
prejuicios, y acudiendo con un espíritu dócil a la fuente de donde
mana toda la información: tomar el Nuevo Testamento y
repasarlo, permitiendo que un pasaje le ayude a entender otro, y a
partir de ahí, con el respaldo del Cielo, formar sus opiniones y
regular su conducta.
Pero las porciones de la Escritura que están relacionadas con
esta ordenanza se encuentran entremezcladas a través de todo el
Nuevo Testamento, y para cualquiera que investigara el asunto,
era extremadamente deseable tener una obra que contuviera una
colección completa de todos esos pasajes. Habiendo sido llamado
por la gracia de Cristo a la importante obra del ministerio en el
cuerpo de cristianos al que, por principios de conciencia, me uní,
sentí la necesidad de contar con tal obra para poder remitir a los
investigadores a la fuente divina e infalible de información. Al no
existir tal obra, decidí preparar una. Mi primer esfuerzo tuvo una
buena acogida; posteriormente lo amplié uniendo a cada sección
de la Escritura unas pocas observaciones explicativas, apoyando el
sentido que les había dado con fragmentos de las obras de
eminentes autores paidobaptistas.
En el desarrollo de mi tarea, muchas de las citas que he
introducido están tomadas de los escritos de eminentes autores
paidobaptistas. Aunque la práctica de estos autores difería de lo
que se propugna en estas páginas, sin embargo, algunos de ellos
9
en lo referente a una parte de nuestra investigación, y otros en lo
relativo a otras, han coincidido en reconocer el respaldo divino de
lo que me he esforzado en indicar que tiene dicho respaldo, en
atención al lector. No obstante, como pretendía que mi obra fuese
lo más breve posible, estos fragmentos habían de ser
necesariamente cortos; pero en los pasajes citados se ha tenido
cuidado de dar el verdadero significado que quería transmitir cada
autor. No puede objetarse a su brevedad; de lo contrario, habría
que objetar igualmente a los pasajes que citaron los apóstoles en el
Nuevo Testamento.
He examinado también, dentro de mis limitaciones: 1) los
argumentos que generalmente se sacan a colación para apoyar el
bautismo de infantes; 2) las pruebas que existen del modo original
de bautismo; y 3) el propósito espiritual de la ordenanza.
Capítulo 1
Pasajes relacionados con el bautismo en los cuatro
Evangelios
1. LA MISIÓN, LA PREDICACIÓN Y EL BAUTISMO DE JUAN EL
BAUTISTA

El primer lugar de la Escritura donde hallamos la ordenanza del


bautismo es en el relato que se ofrece del ministerio de Juan el
Bautista, el precursor de Cristo. El sobrenombre de “Bautista” se
le dio con toda probabilidad porque fue “enviado a bautizar” con
el respaldo divino, y por ser el primero que tuvo tal autorización y
labor. Puesto que los cuatro evangelistas han ofrecido un relato
más o menos detallado acerca de Juan, uniré el testimonio de los
cuatro y los presentaré al lector de manera consecutiva.
Encontramos su misión, su predicación y su bautismo constatados
de la siguiente manera:
La misión de Juan, dada por Dios. Marcos 1:1–2: “Principio del
evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en Isaías el
Profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, El cual
preparará tu camino delante de ti”.
Juan 1:6–7: “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba
Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a
10
fin de que todos creyesen por él”. Lucas 3:2: “… Vino palabra de
Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Mateo 3:3: “Pues éste
es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus
sendas”. Lucas 1:16–17: “Y hará que muchos de los hijos de Israel se
conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y
el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los
hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al
Señor un pueblo bien dispuesto”.
El ministerio de Juan. Mateo 3:1–2: “En aquellos días vino Juan el
Bautista predicando en el desierto de Judea…”. Lucas 3:3: “Y él fue
por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del
arrepentimiento para perdón de pecados”. Mateo 3:2: “Y diciendo:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Hechos
13:24: “… Juan [predicó] el bautismo de arrepentimiento a todo el
pueblo de Israel”. Hechos 19:4: “… diciendo al pueblo que creyesen
en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo”.
Juan 1:19–33: “Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos
enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen:
¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el
Cristo […]. Yo soy la voz de uno que clama en el desierto:
Enderezad el camino del Señor […]. Y le preguntaron, y le dijeron:
¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo […]? Juan les
respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros
está uno […] que viene después de mí […] [pero que] es antes de mí;
porque era primero que yo […]; mas para que fuese manifestado a
Israel, por esto vine yo bautizando con agua […]. [Dios fue] el que
me envió a bautizar con agua…”.
El bautismo de Juan. Mateo 3:5–6: “Y salía a él Jerusalén, y toda
Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados
por él en el Jordán, confesando sus pecados”.
Marcos 1:4–5: “Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el
bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a él
toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados”.
Mateo 3:7–12: “Al ver él que muchos de los fariseos y de los
saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras!
¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera. Haced, pues, frutos
dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros
mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios
11
puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el
hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no
da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os
bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo
calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os
bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y
limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja
en fuego que nunca se apagará”.
Lector cristiano, hay tres preguntas en relación con la
ordenanza del bautismo, cuyas respuestas, basadas en la Escritura
misma, imagino que desearás conocer, a saber:
A. ¿Quiénes son los sujetos apropiados del bautismo cristiano
según el respaldo de Cristo y la práctica de su precursor y de los
apóstoles?
B. ¿De qué modo debería administrarse la ordenanza según el
mismo respaldo y la misma práctica?
C. ¿Cuál es el propósito espiritual del bautismo y en quiénes se
realiza dicho propósito?
Vamos a tener constantemente presentes estas tres preguntas en
las siguientes páginas. En los pasajes de la Escritura que acabamos
de presentar el lector tiene un relato completo acerca de Juan el
Bautista con respecto a su práctica, en la cual puede notar lo
siguiente:
1. Su misión era divina. Fue “enviado de Dios”. Él lo levantó
conforme a su especial propósito y por su poder, y lo utilizó en
una obra completamente suya: no fue el sucesor de alguien que
hubiera venido antes que él, ni lo sucedió nadie con el mismo
ministerio. Las instrucciones para su obra las obtuvo por
revelación divina: “Vino palabra de Dios a Juan”, de modo que
toda su obra fue ordenada directamente por Dios.
2. El gran propósito de su ministerio fue “[preparar] el camino
del Señor”, es decir, el de Cristo, quien había de seguirle
inmediatamente, según la predicción de los Profetas (cf. Isaías
40:3 y Malaquías 3:1). Este es el gran propósito que debía llevar a
cabo Juan: 1) proclamar el arrepentimiento: grabar en las mentes
de sus oyentes su culpa delante de Dios, la necesidad de ser
12
conscientes de ella y confesarla, y así, con corazón contrito,
convertirse “al Señor Dios de ellos” (Lucas 1:16); 2) anunciar el
inmediato advenimiento del largamente prometido Mesías,
asegurando a los judíos que su Reino se había acercado (cf. Mateo
3:2); y 3) ordenarles y exhortarles solemnemente a “que creyesen
en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo”
(Hechos 19:4). Mediante estas labores, acompañadas por la
bendición del Cielo, él había de “preparar al Señor un pueblo bien
dispuesto” (Lucas 1:17). Y esto se cumplió felizmente por el
hecho de que los primeros discípulos de Cristo antes eran
discípulos de Juan (cf. Juan 1:35–47).
No parece, por tanto, que el propósito de la misión de Juan
pudiera efectuarse sino en personas que hubieran alcanzado el uso
de razón; ningún otro podía arrepentirse del pecado; ningún otro
podía abrazar las buenas noticias del Salvador que había de venir
y, por tanto, ser un “pueblo bien dispuesto” para el servicio de
Cristo, quien, después de un año, había de seguir a Juan y recibir a
ese pueblo dispuesto.
3. Su ministerio había de ir seguido por la administración de la
ordenanza del bautismo. Su comisión celestial incluía esta
ordenanza. El bautismo, como institución divina, era desconocido
para la Iglesia antes de la misión de Juan. Pero él informó a sus
oyentes de que el mismo Dios que lo envió a preparar el camino
del Señor, le “envió a bautizar con agua” (Juan 1:33); y esto,
asimismo, fue una preparación para el ministerio de Cristo, puesto
que era adecuado para enseñar la culpa del pecado y la
purificación del pecador penitente del modo que la predicación de
Cristo traería más plenamente a la luz, y estaba destinado a ello.
De esa bendita obra de purificación, el bautismo era un emblema
apropiado e impactante. En armonía con estas observaciones,
tenemos las palabras del excelente…
Matthew Henry: “El bautismo con agua abrió el camino para la
manifestación de Cristo, al asumir nuestra corrupción e inmundicia, y
significó nuestra purificación por medio de Él, quien es la fuente
abierta”. Acerca de la comisión celestial expresa de Juan para
bautizar, Matthew Henry añade: “Considera el fundamento tan
seguro sobre el que anduvo Juan en cuanto a su ministerio y
bautismo. No corrió sin ser enviado; Dios lo envió a bautizar. Tenía
13
una autorización celestial para hacer lo que hizo […]. Dios le dio
tanto su misión como su mensaje, tanto sus credenciales como sus
instrucciones” (Comentario sobre Juan 1:6–14, 29–36).
4. Las personas que bautizó Juan habían recibido su ministerio
y profesaban ser penitentes. Mateo asevera una circunstancia en
particular —y Marcos la vuelve a repetir— que describe a las
personas a quienes Juan bautizaba, y Marcos además lo afirma con
respecto a “todos” ellos, a saber, que eran bautizados “confesando
sus pecados” (Mateo 3:6; Marcos 1:5). Juan el Bautista había
predicado el arrepentimiento —exhortaba al arrepentimiento—, y
de los fariseos y saduceos demandaba “frutos dignos de
arrepentimiento” (Mateo 3:8), mientras que perentoriamente
rechazaba todo argumento que pudieran propugnar, en especial
aquel en que solían gloriarse: de ser hijos de Abraham; y por
consiguiente, en armonía con ese arrepentimiento que Juan
predicaba y demandaba, “eran bautizados por él en el río Jordán,
confesando sus pecados” (Marcos 1:5). Así, su bautismo se
califica en Marcos 1:4, en Lucas 3:3, y dos veces de boca de Pablo
(cf. Hechos 13:24 y 19:4) como “bautismo de arrepentimiento”.
Una vez que se admite esto, de ello se sigue que las personas —sí,
todas las personas— a las que Juan bautizó eran aquellas que
habían recibido su ministerio y habían creído en él; y, como
“fruto” de su convicción, públicamente profesaban
arrepentimiento para con Dios, y fe en el Salvador que había de
venir. Así:
El Dr. Erskine afirma: “El bautismo de Juan se denominaba
bautismo de arrepentimiento y bautismo para arrepentimiento,
porque el Bautista requería, de todos aquellos a quienes admitía al
bautismo, que profesasen arrepentimiento, y les exhortaba a
conducirse de una manera que demostrase que su arrepentimiento era
genuino” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El paidobaptismo
a examen]).
El Rvdo. W. Burkitt sostiene que “el bautismo de Juan era el
bautismo de arrepentimiento, del cual son incapaces los infantes”
(Expository Notes [Notas expositivas], sobre Mateo 19:13–15).
El Rvdo. T. Scott dice: “No parece sino que Juan nada más
bautizaba a adultos. Adultos judíos que profesaran arrepentimiento y
que tuviesen una disposición a convertirse en súbditos del Mesías
14
eran las únicas personas a quienes Juan admitía al bautismo”
(Commentary [Comentario], sobre Mateo 3:5–6).
2. EL MODO DEL BAUTISMO DE JUAN
El lector, sin duda, estará al tanto de que la ordenanza del
bautismo se administra de tres maneras diferentes (en diferentes
países, y por diferentes grupos de cristianos), a saber, por
inmersión, efusión y aspersión. Estará al tanto también de que,
cualquiera que sea la manera como se utilice el agua, no puede
quitar el pecado. Ninguno de los modos puede comunicar más
beneficio espiritual que los demás; pero, a pesar de esto, es una
pregunta seria e importante: ¿cuál de estos tiene respaldo divino?
¿Cómo administró la ordenanza el precursor de Cristo, que tenía el
mandato de Dios en cuanto a este asunto? ¿Mediante cuál de estos
modos fue bautizado Jesús?; ¿y los discípulos, con su aprobación?
Solo puede haber un modo que tenga el respaldo divino. Desviarse
de este modo es desviarse de la voluntad revelada de Dios, y no
puede ser nada más que una mera invención humana. ¿Cuál es ese
modo autorizado? ¿Resuelven por completo las Escrituras todas
las dudas de cualquiera que investigue esta cuestión? Sin duda;
este es su propósito, tanto con respecto a este asunto como con
respecto a cualquier otro que exija nuestra obediencia a Dios.
Vuelve tu mirada, lector, de las diversas opiniones y prácticas
de los hombres hacia esa fuente de información inerrante e
inmutable que en estas páginas nos proponemos examinar. Hay
dos preguntas que surgen por sí mismas llegados a este punto:
A. ¿Qué significa la palabra empleada en el idioma original por
el Espíritu de Dios para expresar esta ordenanza? El verbo
bautizar expresa una acción: ¿expresa la acción de sumergir,
derramar o rociar?
B. ¿Qué modo implican o favorecen más obviamente las
circunstancias que acompañan a la ordenanza?
A. Para expresar la acción mediante la cual ha de administrarse
la ordenanza, la palabra escogida es βαπτιζω, que nuestros
traductores no han trasladado a nuestro idioma mediante un verbo
de nuestra propia lengua que exprese la misma acción, sino que
han adoptado la palabra griega original que, para nosotros, es
15
bautizar. Para obtener, por tanto, el sentido de esta palabra,
consultaremos un léxico donde se explique la palabra en cuestión.
Podríamos aquí recabar la ayuda de lexicógrafos y otros
innumerables autores eruditos; pero puedo afirmar con toda
confianza que, al citar uno, citamos a toda autoridad competente
con respecto a este asunto; pues, en el sentido propio y principal
de la palabra bautizar, los eruditos de todas las clases y de todos
los países están perfectamente de acuerdo, como mostraré en un
capítulo posterior. Lo que expongo a continuación está tomado de
la excelente obra de referencia Greek and English Lexicon (Léxico
griego e inglés), que presenta el sentido elemental de las palabras
sin refinarlo ni acomodarlo:
Βαπτω: Sumerjo, tiño, mancho.

Βαπτιζω: Me zambullo, me zambullo en agua, sumergir, bautizar;


sepultar, abrumar.
Βαπτιζομαι: Soy zambullido; me zambullo en la tristeza; me someto a,
sufro.
Βαπτισμα: Inmersión, bautismo; zambullirse en la aflicción.

“Nos preguntamos —dicen los reseñistas presbiterianos de


Edimburgo— si alguna vez hubo alguien tan ignorante como para
negar que bapto significaba sumergir. Suponemos que nadie ha
negado nunca que baptizo, al igual que bapto, significa sumergir o
bañar” (The Presbyterian Review [La reseña presbiteriana], tomo
I, 1832).
Puede resultar adecuado —pensando en aquellos de mis lectores
que no sepan griego— observar que la primera de estas palabras
es el origen o raíz de las tres siguientes, y ofrece la idea principal
de todas ellas, siendo el primer sentido el de sumergir. La segunda
es la palabra que utilizan los autores inspirados para expresar la
acción mediante la que se administra la ordenanza: bautizar, es
decir, zambullir. La tercera es la misma en su voz pasiva, que
utiliza nuestro Señor con respecto a sus sufrimientos en Mateo
20:22–23 y Lucas 12:50. La última es el nombre escriturario de la
ordenanza, bautismo, siendo su primer sentido el de inmersión.

16
Según esta obra, bautizar es zambullir, zambullir en agua,
sumergir; y luego, en sentido figurado, zambullir o sumir, como
en la tristeza, el sufrimiento o la aflicción; y también que el
bautismo es inmersión. Remito al lector a un capítulo posterior de
este libro donde obtendrá una confirmación del sentido que aquí se
da; y rogándole que asocie este sentido con las palabras bautizar y
bautismo cuando aparezcan en secciones futuras de la Escritura,
con objeto de que el lector observe si ese sentido armoniza con
otras afirmaciones relacionadas con la ordenanza, pasamos a
observar:
B. ¿Qué modo favorecen más obviamente las circunstancias
que acompañan a la ordenanza tal como vemos que la administra
Juan?
1. Deberíamos notar el lugar donde Juan administraba la
ordenanza. Era “el río Jordán”. Si, en relación con los habitantes
de Jerusalén, lo que Juan requería era una situación en la que se
pudiera obtener fácilmente agua para rociar o derramar, leemos
que nuestro Señor, estando en este lugar, ordena al hombre que
nació ciego que fuese a “[lavarse] en el estanque de Siloé” (Juan
9:7); también leemos acerca del “estanque, llamado […] Betesda”
(Juan 5:2), y “el torrente de Cedrón” (Juan 18:1), todos ellos
lugares cercanos a Jerusalén, y encontramos otros sitios en el
Antiguo Testamento; sin duda, en algunos de esos lugares los
penitentes judíos de aquella ciudad y aquel barrio podrían haber
recibido la ordenanza si esa era la manera como Juan la
administraba. Pero no parece razonable imaginar que el Bautista
hubiera pedido a aquellas personas que atravesaran la distancia de
varios kilómetros por el hecho de que a él le conviniese más el río
Jordán; resulta más razonable suponer que él las habría bautizado
en cada ciudad y aldea donde su ministerio hubiera tenido el
efecto deseado, y en especial en la metrópoli, o cerca de ella. Esto
favorece enormemente la opinión de que la inmersión era el modo
que utilizaba. Así:
El Dr. Towerson dice: “¿Pues qué necesidad habría habido de que el
Bautista recurriera a grandes confluencias de agua, si no fuera porque
el bautismo debía efectuarse por inmersión? Muy poca agua, como

17
sabemos, es suficiente para una efusión o aspersión” (en Booth, A.:
Paedobaptism Examined [El paidobaptismo a examen]).
2. Seguidamente deberíamos subrayar que Juan no solo escogió
el río Jordán para su bautismo, sino que también Mateo afirma:
“Y eran bautizados por él en el Jordán”; y Marcos añade: “En el
río Jordán”. La idea de meterse en el agua de un río con el
propósito de bautizar rociando esa agua sobre el rostro o
derramándola sobre la cabeza es demasiado absurda como para
considerarla.
3. Notemos también el lenguaje que empleó Juan, dirigiéndose
a aquellos a quienes él bautizaba: “Yo a la verdad os bautizo en
agua” (εν δατι) (Mateo 3:11); no “con agua”, como se traduce en la
Versión Autorizada inglesa. El pasaje se tradujo como en agua en
algunas de las primeras versiones del Nuevo Testamento. Es en
agua en la Vulgata, la Siríaca, la Arábica y la Etíope; así lo
traduce Montano, y recientemente también el destacado erudito, el
Dr. Campbell (rector de la Marischal College, de Aberdeen), cuya
juiciosa —y, según mi opinión, irrefutable— nota sobre el pasaje
expondré ante mis lectores:
El Dr. Campbell afirma: “Tan incoherentes son los últimos
intérpretes mencionados [es decir, ciertos protestantes] que ninguno
de ellos ha vacilado en traducir εν τω Ιορδανη, en el Jordán, aunque
nada podría haber más claro que eso; porque si es que hay alguna
incongruencia en la expresión en agua, esta otra, en el Jordán, debe
de ser igualmente incongruente. Pero han visto que la preposición en
no podía evitarse ahí sin adoptar un circunloquio, lo cual habría
hecho que esa desviación del texto fuese demasiado patente. La
palabra βαπτιζειν, tanto en los escritores sagrados como en los
clásicos, significa zambullir, sumergir, hundir, y Tertuliano, el más
antiguo de los Padres latinos, la tradujo como tingere: el término que
se utilizaba para hablar de teñir telas, lo cual se hacía por inmersión.
Se interpreta siempre debidamente con este significado: de modo que
es εν δατι, εν τω Ιορδανη”, es decir, en agua, en el Jordán. “Pero yo no
debería hacer demasiado hincapié en la preposición en, la cual,
respondiendo al pensamiento hebreo, puede denotar con, al igual que
dentro de, si no fuera porque toda la fraseología, con respecto a esta
ceremonia, está de acuerdo en mostrar la misma cosa. Por
consiguiente, se dice que la persona bautizada se levanta, emerge, o
asciende—cf. Mateo 3:16 y Hechos 8:39— del agua o fuera del
18
agua. Cuando, por tanto, se adopta la palabra griega baptizo, en lugar
de traducirla a los idiomas actuales, debería preservarse el modo de
interpretación en la medida en que pueda conducir a sugerir su
significado original”. Que el lector considere seriamente lo siguiente:
“Es de lamentar que tengamos tantas pruebas de que hasta los
hombres buenos y eruditos permiten que sus juicios se vean
pervertidos por las opiniones y costumbres de la facción que ellos
prefieren. El verdadero partidario, de cualquier denominación,
siempre se inclina a corregir el lenguaje del Espíritu sustituyéndolo
por el del grupo” (The Four Gospels [Los cuatro Evangelios], nota
sobre Mateo 3:11).
Tertuliano, quien vivió un siglo después que el apóstol Juan,
menciona expresamente a las personas quos Joannes in Jordane
tinxit, es decir, “a quienes Juan sumergía en el Jordán” (en Stennett,
J.: An Answer to Mr. David Russen’s Book [Respuesta al libro del Sr.
David Russen]).
¿No sería absurdo traducir el pasaje como “Juan bautizaba con
el Jordán”?; y si por necesidad debe ser “en el Jordán”, entonces
se deduce innegablemente que debe ser “en agua”; y el bautismo
en agua, o en un río, dondequiera que se observe en todo el
mundo, es bautismo por inmersión. Pero espero resolver las dudas
de cualquier persona sincera que investigue este asunto en un
capítulo posterior.
El Sr. Hervey, defendiendo que εν significa dentro de, añade:
“Puedo demostrar que [esta preposición] ha estado en pacífica
posesión de este significado durante más de dos mil años”. En otro
lugar observa: “Todo el mundo sabe que con no es el significado
nativo, obvio y literal; es más bien un significado influido y
moldeado por la palabra anterior o siguiente” (Letters to Mr. Wesley
[Cartas al Sr. Wesley], cartas X y II).
El Dr. Lightfoot y el Dr. Adam Clarke sostienen “que el bautismo
de Juan se efectuaba sumergiendo el cuerpo, de la misma forma en
que se lavaba a las personas impuras, parece ser evidente por
aquellas cosas que se relacionan con él; es decir, que Juan bautizaba
en el Jordán, que bautizaba en Enón ‘porque había allí muchas
aguas’ [Juan 3:23]”, etc. (en Clarke, A.: Commentary on the Bible
[Comentario bíblico], al final de Marcos).
CONCLUSIÓN: Si, pues, escudriño con sinceridad la voluntad
de Dios, y estoy dispuesto a recopilar esa voluntad a partir de lo
19
que Dios se ha agradado en revelar en su Palabra para ese
propósito, me siento obligado, por los anteriores pasajes de la
Escritura, a sacar la siguiente conclusión, a saber, que Juan
bautizaba únicamente a aquellos que le hubieran dado pruebas
satisfactorias de que eran conscientes de su pecado y su culpa
delante de Dios, y a quienes exhortaba a arrepentirse y a creer en
Jesús; y en cuanto al modo, que él los sumergía en agua, en el
Jordán.
3. EL BAUTISMO DE JESUCRISTO, SEGÚN LOS CUATRO
EVANGELISTAS
El bautismo de nuestro Señor lo encontramos inmediatamente
después del relato anterior del ministerio de Juan. Este pasaje le
otorga infinito interés, por la infinita dignidad de la persona
bautizada.
Mateo 3:13–15: “Entonces Jesús llegó de Galilea al Jordán, a donde
estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trató de impedírselo,
diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Y
respondiendo Jesús, le dijo: Permítelo ahora; porque es conveniente
que cumplamos así toda justicia. Entonces Juan se lo permitió”
(LBLA). Marcos 1:9: “Y sucedió en aquellos días que Jesús vino de
Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (LBLA).
Mateo 3:16: “Después de ser bautizado, Jesús salió del agua
inmediatamente” (LBLA). Marcos 1:10–11: “E inmediatamente, al
salir del agua, vio que los cielos se abrían, y que el Espíritu como
paloma descendía sobre El; y vino una voz de los cielos, que decía:
Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido” (LBLA). Lucas
3:23: “Y cuando comenzó su ministerio, Jesús mismo tenía unos
treinta años” (LBLA, cf. Lucas 3:21–23).
Juan 1:28–36: “Juan dio también testimonio, diciendo: He visto al
Espíritu que descendía del cielo como paloma, y se posó sobre El. Al
día siguiente vio a Jesús que venía hacia él, y dijo: He ahí el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Y yo le he visto y he dado
testimonio de que éste es el Hijo de Dios. Estas cosas sucedieron en
Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando”
(LBLA).
¡Qué diremos, lector piadoso, de la persona bautizada en este
caso! ¡Qué honor se atribuye por este medio a la ordenanza, y, por

20
consiguiente, a todos los que debidamente siguen el ejemplo del
Redentor en ella!
Que el hombre que menosprecie esta sagrada institución,
denominándola “una ceremonia inútil y sin significado, incapaz de
quitar el pecado o de efectuar bien alguno”, lea estos versículos, y
vea al inmaculado Hijo de Dios, “sin pecado” que quitar, venir
desde Galilea hasta el Jordán “para ser bautizado”. Que vea a la
“Sabiduría de Dios” entrar en las aguas, y sumergirse en ellas:
¡El emblema de su futura sepultura!
Esto, suponemos, produciría una opinión distinta con respecto a la
ordenanza, y silenciaría cada objeción que se plantease a la
práctica de la misma. Y si la vista de Cristo en el Jordán no
tuviera tal efecto, que ese hombre oiga y vea la aprobación del
Padre y del Espíritu testificada en esta ocasión misma, e
inmediatamente después de la sumisión del Hijo a este sagrado
rito. ¡Nunca una ordenanza fue honrada de tal modo! Aquí se le da
una dignidad que sobrepasa a cualquiera de los ritos del Antiguo
Testamento. Cada persona de la sagrada Trinidad está
especialmente presente, ¡y cada persona divina le da el testimonio
de su aprobación! El bendito Redentor se somete para ser
bautizado; el Padre, en el instante en que Él sale del agua, lo
llama su Hijo amado, en cuya conducta se ha complacido; y el
Espíritu divino, en el mismo instante, ¡desciende sobre Él en
forma visible! ¡Oh, qué abrumador habría sido ser testigo de esta
escena! Nada, desde el principio del tiempo, ha igualado a esta
maravillosa situación en sublimidad y gloria.
Cuatro cosas han de observarse en este punto.
1. La razón por que Cristo fue bautizado. A este respecto,
oigamos al gran erudito
Witsius, que dice: “Nuestro Señor fue bautizado para poder otorgar
su respaldo al bautismo de Juan; para que, mediante su propio
ejemplo, pudiera reconocer y santificar nuestro bautismo; para que
los hombres no fueran reacios a acudir al bautismo del Señor, viendo
que el Señor no se echó atrás a la hora de acudir al bautismo de un
siervo; para que, por su bautismo, pudiera representar el futuro
estado tanto de sí mismo como de sus seguidores: primeramente
21
humilde, y después glorioso; ahora, humilde y bajo, y después,
glorioso y exaltado; el primero representado por la inmersión, y el
segundo, por la emersión; y, finalmente, para declarar, a través de su
voluntaria sumisión al bautismo, que Él no retrasaría la entrega de sí
mismo para ser inmerso en los torrentes del Infierno, pero con una fe
cierta y con la esperanza de emerger” (en Booth, A.: Paedobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
2. El momento escogido para cumplir la promesa de derramar el
Espíritu sobre Cristo. Esto, lo observa y lo aprovecha el piadoso
Dr. Doddridge, que declara: “Jesús no tenía pecado que limpiar y,
sin embargo, fue bautizado; y Dios reconoció esa ordenanza hasta el
punto de convertirla en el momento escogido para derramar el
Espíritu sobre Él. ¿Y dónde podemos esperar esta sagrada efusión,
sino en un cumplimiento consciente y humilde de lo que la Divinidad
ha instituido?” (The Family Expositor [El expositor familiar], sobre
el pasaje).
3. Las palabras de Cristo en respuesta a Juan; cosa que explica
de la siguiente manera un valioso comentarista:
El Rvdo. Thomas Scott, que afirma: “Es conveniente que
cumplamos… [Mateo 3:15 LBLA], etc.”. Y añade: “Nunca hallamos
que Jesús hablase de sí mismo en plural; y, por tanto, debe admitirse
que Él se refería también a Juan, y a todos los siervos de Dios, en un
sentido subordinado. Era conveniente que Cristo, como nuestro
Fiador y nuestro ejemplo, cumpliera perfectamente con toda justicia;
es conveniente que andemos en todos los mandamientos y las
ordenanzas de Dios, sin excepción, y que cumplamos con toda
institución divina, siempre que siga estando vigente. Así, el ejemplo
de Cristo es de obligado cumplimiento” (Commentary [Comentario],
sobre Mateo 3:13–15]).
4. La circunstancia que siguió inmediatamente a su bautismo;
es decir, su salida del agua, la cual es evidente que implica que
Cristo había descendido hasta ella —tal como se dice
expresamente de Felipe y el eunuco en Hechos 8:38—, una
circunstancia requerida en ningún otro modo de bautismo excepto
en el caso de la inmersión, y de ahí deducimos que Jesús fue
sepultado, o sumergido, en el agua. Nuestro bendito Salvador hace
alusión a este modo de bautismo cuando se refiere a sus atroces
sufrimientos en Lucas 12:50, pasaje que examinaremos después.

22
La traducción del Dr. Campbell dice: “Jesús, tras ser bautizado, en
cuanto salió del agua, los cielos le fueron abiertos” (The Four
Gospels [Los cuatro Evangelios], Mateo 3:16).
La traducción del Dr. Doddridge dice: “Y después de que Jesús
fuera bautizado, en cuanto ascendió del agua, he aquí que los cielos
le fueron abiertos” (In Loc.).
El Dr. Macknight afirma: “[Jesús] se sometió a ser bautizado, es
decir, sepultado bajo el agua por Juan, y a ser sacado de ella otra vez,
como un emblema de su futura muerte y resurrección” (Apostolic
Epistles [Epístolas apostólicas], nota sobre Romanos 6:4).
El obispo Taylor declara: “La costumbre de las iglesias primitivas
no era el rociamiento, sino la inmersión, siguiendo el sentido de la
palabra en el mandamiento e imitando el ejemplo de nuestro bendito
Salvador” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El paidobaptismo
a examen]).
Yo nunca, lector, puedo pensar en el bautismo de esta gloriosa y
divina persona —el Hijo de Dios, el Señor del Cielo, el Juez justo
del día final, el Autor de nuestra salvación y el Dador de la vida
eterna— sino con el interés más profundo. Aquí le vemos
efectuando un viaje muy largo, ya que Nazaret se hallaba a tres
días de camino de Jerusalén y más o menos a la misma distancia
de Betania. El objetivo expreso era “ser bautizado”. No admitió
ningún argumento que le impidiera someterse a ese rito y no
debemos olvidar jamás que asoció consigo mismo a su pueblo, a
sus seguidores: “Es conveniente que [tanto el siervo como el
Señor, y tanto los miembros como la cabeza] cumplamos así toda
justicia [práctica]” [LBLA], todo lo que Dios impone y exige.
¡Qué importante es que entendamos la intención que el Salvador
tenía con esto! ¿Quién discreparía de la piadosa confesión del Sr.
Polhill?: “El modelo de Cristo y de los apóstoles significa mucho
más para mí que toda la sabiduría humana en el mundo”. Tampoco
puede negarme nadie la siguiente
CONCLUSIÓN: El ejemplo que Jesús dejó con su bautismo se
cumple en el bautismo de los creyentes por inmersión, y en ningún
otro caso.
4. CRISTO BAUTIZA A TRAVÉS DE SUS DISCÍPULOS

23
Esta es la única mención del bautismo de nuestro Señor, o de que
los discípulos lo hicieran con su respaldo y su guía, durante su
estancia física con ellos. Por consiguiente, debemos prestarle
nuestra atención con toda seriedad.
Juan 3:22–27, 30: “Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a
la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba […]. Y vinieron
a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado
del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él.
Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le
fuere dado del cielo […]. Es necesario que él crezca, pero que yo
mengüe”.
Juan 4:1–3: “Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos
habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan
(aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se
fue otra vez a Galilea”. Juan 10:40–42: “Y se fue de nuevo al otro
lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando
Juan; y se quedó allí. Y muchos venían a él, y decían: Juan, a la
verdad, ninguna señal hizo; pero todo lo que Juan dijo de éste, era
verdad. Y muchos creyeron en él allí”.
La trascendencia de este pasaje es simplemente esta: Jesús entró
en la tierra de Judea y bautizó a algunos discípulos; muchos
oyeron de Él y, al recordar lo que Juan había predicado acerca de
Él, acudieron a Él en tropel. Muy pronto se corrió la voz y se
comentó, como el dichoso fruto de su labor, que Jesús hacía y
bautizaba más discípulos que Juan, por lo que el Salvador se fue
de allí y volvió a Galilea. Visitó de nuevo aquel interesante lugar,
y otros muchos creyeron en Él allí. El evangelista añade que Jesús
no bautizaba, sino que eran sus discípulos los que administraban el
sagrado ritual, en su nombre y con su respaldo, siguiendo sus
instrucciones. De este modo, era como si el propio Salvador
efectuara los bautismos con sus propias manos; por esta razón se
dice que Jesús “bautizaba” (Juan 3:22).
Lo más importante que debemos considerar aquí, y que
ciertamente tiene relevancia por lo que se refiere a nuestra primera
pregunta, es que Cristo hizo discípulos antes de bautizarlos. No los
bautizó primero y luego les dio la instrucción pertinente, sino que,
en primer lugar, les enseñó su evangelio, ellos creyeron, aceptaron
su Palabra y fueron hechos discípulos. Por ese motivo se dice que
24
venían a Él (cf. Juan 3:26), para someterse a sus mandamientos;
luego, como segundo paso, los bautizaba. Esto es lo único que
recogen los evangelistas en cuanto a que Cristo bautizara, a lo
largo de todo su ministerio. Por consiguiente, esto es lo único que
tenemos acerca de lo que Cristo practicó para que quedase como
guía para su pueblo. Por “discípulos”, debemos entender lo que
nos describe de este modo
El Dr. Owen: “Para mí, discípulos de Cristo son aquellos, y solo
aquellos, que profesan tener fe en su persona, su doctrina, etc. Este es
el método del evangelio: que por la predicación del mismo primero
los hombres sean hechos discípulos, o sean conducidos a la fe en
Cristo, para recibir enseñanza y observar todos sus mandamientos”
(en Booth, A.: Pœdobaptism Examined [El paidobaptismo a
examen]). Del mismo modo, el Sr. Baxter dice: “Un discípulo y un
cristiano son una misma cosa” (Ibíd.).
Sin embargo, Cristo mismo nos dice lo que significa ser sus
discípulos: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27). Por consiguiente, ni el
ejemplo ni la práctica de Cristo respaldan en absoluto lo que se
pueda decir en favor del bautismo infantil; ahora veremos lo que
nos dice su mandamiento con respecto a este asunto. Al observar
la práctica de Jesús, permítaseme citar, de pasada, las palabras de
uno de los más eminentes comentaristas bíblicos paidobaptistas
que Inglaterra haya conocido jamás:
El Rvdo. T. Scott afirma: “El bautismo de Jesús era, sin duda, solo
para adultos” (Commentary [Comentario], sobre Juan 3:22–24).
5. EL BAUTISMO DE JUAN EN ENÓN
El siguiente pasaje que encontramos acerca de nuestro asunto está
contenido en unas pocas palabras. Sin embargo, tiene profunda
relevancia en lo referente al modo:
Juan 3:23: “Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque
había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados”.
No se dice nada de las personas a las que se alude aquí y que
fueron bautizadas por el heraldo del Redentor, ni se las describe.
Lo único que sabemos es que “venían” a Juan, como habían hecho
anteriormente los penitentes judíos en el Jordán y, como ellos,
25
“eran bautizados”. Esto significa que iban en busca de este rito
santo, y que se trataba de un hecho voluntario. Siendo así,
deducimos que habían recibido una instrucción previa.
Pero, en lo que se refiere a nuestra pregunta acerca del modo del
bautismo, este pasaje tiene gran peso. Aquí tenemos la razón por
que Juan eligió el lugar donde le vemos llevar a cabo la tarea
designada por Dios. Bautizaba en Enón “porque había allí muchas
aguas”. En mi opinión, ningún cristiano sincero podría poner
objeción a la siguiente
CONCLUSIÓN: Si, cuando Juan eligió un lugar para bautizar,
tuvo en cuenta una circunstancia que era necesaria para esta
ordenanza, a saber, “[que] había allí muchas aguas”, esto quiere
decir que su modo de bautismo requería mucha agua. Sin
embargo, el único tipo de bautismo que necesita mucha agua es el
bautismo por inmersión, de ahí que, sin ningún lugar a dudas, este
era el que él practicaba. Los eruditos paidobaptistas que cito a
continuación sacan la misma conclusión con la misma seguridad:
Calvino afirma: “De estas palabras de Juan 3:23 podemos deducir
que, en el bautismo que tanto Juan como Cristo administraban, se
sumergía todo el cuerpo bajo el agua” (en Booth, A.: Pœdobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
El Dr. Whitby declara: “Οτι δατα πολλα ην εκει, es decir, porque había
allí muchas aguas, en las que todo su cuerpo podía sumergirse: la
única forma en que se llevaba a cabo el bautismo judío era el
descenso a las aguas (cf. Hechos 8:38), para luego subir y salir (cf. v.
39), quedando simbólicamente sepultado bajo las mismas (cf.
Romanos 6:3–4; Colosenses 2:12)” (Annotations [Anotaciones],
sobre el pasaje; véase la anterior cita de los doctores Lightfoot y A.
Clarke).
Sobra decir al lector que, para administrar un bautismo por
aspersión, no se necesita un río, ni un lugar con muchas aguas. De
ser este el modo de hacerlo, no se podría aducir que la gran
cantidad de agua fuese la razón por que Juan eligió ese lugar, ya
que esta forma de bautismo solo precisa una pequeña cantidad. No
se necesita ser demasiado ingenuo para aceptar la verdad que este
pasaje nos transmite con tanta claridad.

26
Algunos han alegado que las palabras “muchas aguas” deberían
tomarse en el sentido de muchos arroyos poco profundos. La
respuesta a esto nos la da un erudito paidobaptista que interpreta y
explica el pasaje de la siguiente manera:
El Dr. Doddridge dice: “En aquel tiempo, Juan también bautizaba
en Enón —eligió ese lugar en particular— porque había una gran
cantidad de agua allí, y esto hacía que fuese un lugar muy
conveniente para su propósito”. “Es más que evidente que estas
muchas aguas [polla hudata] significan una gran cantidad de agua,
expresión que se utilizaba a veces para referirse al Éufrates —como
en Jeremías 51:13 (Septuaginta)— al cual también, en mi opinión,
podría hacer alusión Apocalipsis 17:1. Compárese Ezequiel 43:2 con
Apocalipsis 1:15, 14:2 y 19:6, donde el estruendo de muchas aguas
significa obviamente el rugir de las aguas en alta mar” (The Family
Expositor [El expositor familiar], paráfrasis y nota sobre el pasaje).
6. REFERENCIAS DE JESUCRISTO A JUAN, SU BAUTISMO Y SU
ÉXITO
El pasaje de la sección anterior relata la última vez que Juan
bautizó. Por consiguiente, parece adecuado pasar a considerar los
comentarios de Jesús acerca de su heraldo y de la labor de este
cuando Juan ya no estaba.
Marcos 11:29–32: “Jesús, respondiendo, les dijo: Os haré yo también
una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas
cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?
Respondedme. Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si
decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? ¿Y si
decimos, de los hombres…? Pero temían al pueblo…”; Lucas 20:6–
7: “Y si decimos, de los hombres, todo el pueblo nos apedreará;
porque están persuadidos de que Juan era profeta. Y respondieron
que no sabían de dónde fuese”.
Lucas 7:29–30: “Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo
oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan.
Más los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios
de Dios respecto de sí mismos [‘el consejo de Dios contra sí mismos’
en la versión Reina Valera 1909], no siendo bautizados por Juan”.
Mateo 11:11: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se
ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño
en el reino de los cielos, mayor es que él”. Juan 5:35: “El era

27
antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por
un tiempo en su luz”.
Obsérvese aquí: 1. En estos y otros pasajes, el Redentor
concede a Juan una alta eminencia entre los siervos de Dios:
nunca ha habido en este mundo un hombre más ilustre.
2. El Redentor preguntó a los judíos si el bautismo de Juan era
del Cielo o de los hombres. Su intención era convencerles de su
culpa por haber tratado a Juan y su labor como lo habían hecho.
La respuesta era, evidentemente, que era “del cielo”. Si Juan
hubiese adoptado el bautismo de los prosélitos judíos, habría sido
de los hombres, porque no figuraba en la Palabra de Dios; la
pregunta se habría respondido sin vacilación y, en ese caso, el
propósito de nuestro Señor no se habría cumplido.
3. El Salvador añade que los que oyeron el ministerio de Juan
justificaron a Dios, es decir, aprobaron el carácter divino del
ministerio y del bautismo de Juan. Dejaron constancia de ello al
“[bautizarse] con el bautismo de Juan”, mientras que otras clases
de más alta reputación, “los fariseos y los intérpretes de la ley”,
despreciando a este mensajero de Dios y también su mensaje,
“desecharon [el consejo de Dios contra] sí mismos, no siendo
bautizados por Juan”. Aquí, nuestro Señor indica explícitamente
que la ordenanza del bautismo era parte del “consejo de Dios”
[Reina Valera 1909], es decir, de su mente y su voluntad. Al
menospreciar este rito, se está “desechando” el consejo de Dios; y
se hace hincapié en que, si las personas se oponen a lo que Dios
impone, esto se vuelve en contra de ellas mismas.
CONCLUSIÓN: Si debía tenerse en tan alta consideración a
Juan, que no era más que un hombre, y si su bautismo debía
recibirse como “el consejo de Dios” hasta el punto de que su
incumplimiento recibió acusadas muestras de desaprobación de
nuestro Redentor, ¡cuánto mayor debe de ser el desagrado divino
para con los que rechacen esta sagrada ordenanza, teniéndola
como la tenemos en la actualidad: como una imposición de Aquel
cuyo nombre es “Rey de reyes, y Señor de señores” (1 Timoteo
6:15). Puedo añadir con toda seguridad que, “si no escaparon
aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho
28
menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los
cielos” (Hebreos 12:25).
7. CRISTO DESCRIBE SUS SUFRIMIENTOS MEDIANTE LA FIGURA DE
“UN BAUTISMO”
Mateo 20:22–23: “Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo
que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser
bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le
dijeron: Podemos. El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y
con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el
sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a
aquellos para quienes está preparado por mi Padre”.
Lucas 12:50: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo
me angustio hasta que se cumpla!”.
En estos pasajes conmovedores e impresionantes, nuestro Señor
se refiere a la magnitud de los sufrimientos que estaban próximos
a llegarle, y, utilizando una metáfora, los llama “un bautismo”. Por
consiguiente, de aquí surge una interesante pregunta que guarda
relación con nuestra segunda interrogante: ¿Qué ofrece una
imagen más adecuada de la gravedad de los sufrimientos de
Cristo: un poco de agua rociada sobre la cabeza, o una inmersión
completa en la que se sumerge todo el cuerpo en una gran masa de
agua? Estoy seguro de que las siguientes citas reflejarán la opinión
del lector:
El Dr. Doddridge parafrasea así estos pasajes: “¿Sois capaces de
beber la amarga copa que yo estoy a punto de apurar; de ser
bautizados con el bautismo, y sumergidos en ese mar de sufrimientos
en el que, en breve, yo voy a ser bautizado y, por así decirlo, veros
así durante un tiempo?” (The Family Expositor [El expositor
familiar], sobre el pasaje).
La traducción del Dr. Campbell dice: “Tengo que pasar por una
inmersión; ¡y cuánta angustia siento hasta que esto se cumpla!” (The
Four Gospels [Los cuatro Evangelios], In Loc.)
Witsius declara: “Debemos considerar la inmersión en agua como
algo que representa ese terrible abismo de la justicia divina en el que
Cristo, por nuestros pecados, se vio absorbido, por así decirlo,
durante un tiempo. Como clamó David, que es un tipo del Señor, en
el Salmo 69:2: ‘Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo
hacer pie; He venido a abismos de aguas, y la corriente me ha
29
anegado’ ” (The Economy of the Covenants [La administración de los
pactos], Libro IV, cap. 16, secc. 26).
El Rvdo. James Hervey se pronuncia con respecto a este asunto con
gran energía: “¡Aquel ser bendito y misericordioso anhelaba esa hora
fatal! Reprendió con severidad a uno de sus discípulos que intentaba
disuadirle de ir voluntariamente a la cruz. Aun se sentía angustiado,
con una especie de santa incomodidad, hasta que la terrible obra se
llevara a cabo; ¡hasta que fuese bautizado con el bautismo de sus
sufrimientos, bañado en sangre y sumergido en la muerte!” (Theron
and Aspasio).
“Sir Harry Trelawney, bajo cuyo impresionante ministerio —decía
el difunto Rvdo. James Dore, de Londres, tan afable— se reforzaron
mis primeros sentimientos religiosos, en referencia a estas palabras
que nuestro Señor, exclamó: ‘Aquí, debo reconocerlo, nuestros
queridos hermanos baptistas tienen ventaja: los sufrimientos de
nuestro Redentor no pueden compararse a unas cuantas gotas de agua
que se salpican sobre el rostro, porque Él se vio totalmente inmerso
en angustia, y su alma se vio cercada por la aflicción’ ” (Sermons on
Baptism [Sermones acerca del bautismo]).
CONCLUSIÓN: Si la intención de nuestro Señor era que el
bautismo fuera una imagen de las aflicciones abrumadoras de su
alma, en el huerto y en la cruz, al cambiar la inmersión por la
aspersión, esta intención se ve frustrada. Si admitimos esto, y es
que no se puede negar en absoluto, ¿qué cristiano ferviente puede
pensar en este cambio sin sentir un terrible pesar?
8. LA COMISIÓN QUE NUESTRO SEÑOR DIO A SUS APÓSTOLES EN
EL MOMENTO DE SU ASCENSIÓN AL CIELO, QUE CONTIENE LA
INSTITUCIÓN OFICIAL DEL BAUTISMO CRISTIANO
Ya hemos visto que el bautismo, como ordenanza del Nuevo
Testamento, fue instituido por Dios e impuesto sobre Juan como
heraldo y precursor de Cristo. Asimismo, es evidente que Juan lo
administró previa profesión de fe “en aquel que vendría después
de él” (Hechos 19:4). Pero, después de que nuestro Redentor
viniera y acabara su obra, esta circunstancia en particular tenía que
sufrir una modificación. Nadie más sobre la tierra, solo Jesús,
podía llevar a cabo esa alteración. Él, como cabeza y Señor de la
Iglesia, lo hace, y pide que, desde ese momento, se administre “en
el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Considero
30
que esta es una institución renovada del mismo rito sagrado, que
solo se ha visto modificado en su referencia a la venida de Cristo
para establecer su Reino. Lo que añade aún más solemnidad a este
acto, en su forma renovada, es que nuestro Señor demorara su
institución hasta su último momento sobre la tierra, y que luego lo
uniera con su partida definitiva y con el encargo solemne que
Mateo y Marcos reproducen en los versículos siguientes:
Mateo 28:16–20: “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al
monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le
adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló
diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por
tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.
Marcos 16:15–19: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será
salvo; mas el que no creyere, será condenado […]. Y el Señor,
después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la
diestra de Dios”.
¡Qué ocasión tan solemne y tan interesante! El Redentor había
pasado por el bautismo de sus sufrimientos, ya descritos: ¡Se había
bañado en sangre en el huerto! ¡Se había sumergido en la muerte
de la cruz, bajo torrentes de ira, por la humanidad! Pero ahora ha
resucitado triunfante y está a punto de ascender a su gloria.
Había citado a sus discípulos en un monte de Galilea, dónde les
haría su último encargo, el más solemne e importante de todos,
que podemos leer en los versículos que acabamos de leer. El
momento más interesante ha llegado: podemos estar seguros de
que los discípulos estaban ansiosos de captar cada una de las
palabras de su Señor, que ya ascendía al Cielo, y de recibir sus
directrices en el lenguaje más claro posible.
Empieza alentando sus apenadas mentes haciéndoles ver su
supremo poder en el Cielo y en la tierra. En el Cielo, para darles el
Espíritu Santo, para utilizar a los ángeles en beneficio de ellos y,
finalmente, para otorgarles el Reino de los cielos. De la misma
manera, tenía todo el poder en la tierra, para reunir a los creyentes
31
de todas las naciones y formar su Iglesia, para someter o refrenar a
sus enemigos, y para reinar sobre su pueblo y morar en medio de
él como Señor y Rey de Sion.
Luego, el Salvador les da la memorable comisión de predicar y
bautizar, en la que ahora no podemos detenernos demasiado. Si
algo no queda demasiado claro en un Evangelio, el otro lo explica,
y, sin duda, preferimos esta aclaración a diez mil críticas. Uniendo
las palabras de ambos, podríamos colocarlas de la siguiente
manera: “Por tanto, id a todo el mundo; enseñad a todas las
naciones y predicad el evangelio a toda criatura. Al que crea,
bautizadle en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo,
y será salvo; pero aquel que no crea será condenado; y yo estoy
con vosotros siempre, hasta el fin del mundo. Amén”.
Nuestro gran Legislador, el único que tiene el poder de
promulgar leyes para su Iglesia, a quien debemos someternos, y
quien no permitirá que se añada ni se suprima nada de su Palabra
(cf. Apocalipsis 22:19), describe aquí el tipo de persona a quien se
debe administrar esta ordenanza: al creyente, a la persona que
reciba de buen grado el evangelio que los discípulos les prediquen.
Si entendemos bien lo que Él expresó en forma tan clara y
completa, veremos que restringe esta ordenanza al creyente única
y exclusivamente. No hay instrucción alguna que permita
administrarlo a otro tipo de persona; ¿y quién se atreverá a decir lo
que Él no ha dicho? ¿Quién ampliará o extenderá los límites que
Él ha ordenado? ¿O quién osará sobrepasar los límites que Él fijó
y estableció, o intentará quitarlos? Con seguridad, la mente de
cualquier discípulo verdadero se encoge solo con pensarlo.
Consideremos ahora las observaciones de algunos eminentes
escritores paidobaptistas acerca de estos pasajes:
El Rvdo. Archibald Hall, presbiteriano, afirma: “¡Este denso
prólogo a la institución del bautismo cristiano es grandioso y terrible!
(cf. Mateo 28:18–19). ¿Quién es el gusano insolente que se atreverá a
discutir su autoridad o a cambiar las ordenanzas de Aquel que fue
dado por cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia [cf. Efesios 1:22]?
La solemnidad de esta ordenanza es completa, y todos los propósitos
de su institución están asegurados por el respaldo y la bendición de
Cristo. Sus leyes no están sujetas a las imperfecciones del mejor de
los sistemas artificiales creados por los hombres, que, con frecuencia,
32
necesitan explicaciones, enmiendas y correcciones. Es muy peligroso
y presuntuoso añadir ceremonia alguna, o cualquier tipo de servicio u
ostentación a lo que el Cielo ha establecido” (Gospel Worship [La
adoración del evangelio], tomo I).
El ya fallecido Rvdo. Charles Simeon, de Cambridge, un eminente
episcopaliano, nos dejó el bosquejo de un sermón acerca de esta
comisión de Cristo, en el que propone considerar: “A. La autoridad
que alegaba; B. La comisión que dio a los apóstoles: 1. Debían
enseñar a todas las naciones; 2. Tenían que bautizar a sus conversos
en el nombre de la sagrada Trinidad”. Luego añade: “Pero, aunque
primero enseñaron a adultos y luego los bautizaron, invirtieron este
orden en el caso de los niños”.
Al leer esta última frase, el lector puede preguntar sorprendido:
¿Quién invirtió este orden? La repuesta es: los apóstoles. El orden
que Jesucristo estableció fue primero enseñar y, en segundo lugar,
bautizar. ¡Qué terrible es pensar que unos gusanos mortales se
atrevieran a alterar las instituciones del Señor de gloria y a invertir
el orden que Él estableció!
Esta es una franca confesión de que el orden de Jesucristo se ha
“[invertido] en el caso de los niños”. Este es, por desgracia, un
hecho demasiado claro como para negarlo.
En lo que se refiere a los apóstoles, esta acusación no es cierta.
Ellos nunca invirtieron orden alguno ni nada de lo que Cristo
estableció. Con sus últimas palabras, el Señor les ordenó que
enseñasen a los hombres a guardar todas las cosas que Él les había
mandado (cf. Mateo 28:20). El Salvador prohibió solemnemente
cualquier añadido, cualquier sustracción, por no mencionar la
inversión (cf. Apocalipsis 22:18–19). El orden de Cristo se ha
invertido, pero esto no se efectuó hasta mucho después de que los
primeros discípulos hubiesen dejado este mundo.
Los discípulos de Poole declaran: “ ‘Por tanto, id, y [enseñad1] a
todas las naciones’ [Mateo 28:19]. El texto griego dice: ‘Haced
discípulos a todas las naciones’ [tal como se ha traducido en la
versión Reina Valera 1960]. ¿Pero ha de hacerse esto primeramente
por la predicación y la instrucción? Marcos lo explica así: ‘Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura’ [Marcos
1
En la versión del rey Jacobo que utiliza el autor de esta cita, [Bible:Mt 28:19]Mateo 28:19 a viene
a decir: “Id, pues, y enseñad a todas las naciones” (N. T.).
33
16:15], es decir, a toda criatura en su sano juicio que tenga la
capacidad de escucharlo y recibirlo. No puedo estar de acuerdo con
los que piensan que las personas pueden ser bautizadas antes de
recibir la enseñanza: ¿dónde están los precedentes de tales bautismos
en las Escrituras?” (Poole, M.: Annotations [Anotaciones], In Loc.).
Calvino dice: “Cristo exige que se enseñe antes de bautizar y solo
admitirá que se administre el bautismo a los creyentes. Por ese
motivo, no es correcto administrar el bautismo a menos que haya fe
primeramente” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El
paidobaptismo a examen]).
Saurin sostiene que “en la Iglesia primitiva, la instrucción precedía
al bautismo, según el mandamiento de Cristo: ‘Id, y haced discípulos
a todas las naciones, bautizándolos’ [Mateo 28:19]”, etc. (en Booth,
A.: Paedobaptism Examined [El paidobaptismo a examen]).
El Rvdo. Richard Baxter tiene un pasaje contundente acerca del
mismo versículo: “ ‘Id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos…’ [Mateo 28:19]. Los que dicen ser discípulos por
medio del bautismo, y no antes, no le están dando el sentido correcto
al texto; no dicen lo verdadero ni lo racional. Además, ¿por qué
tendría una persona más derecho al bautismo que otra? No se trata de
una mención histórica ocasional del bautismo, sino que es la
comisión misma que Cristo da a sus apóstoles, de predicar y bautizar.
Expresa intencionadamente las distintas tareas que tendrán que
efectuar, en los diferentes lugares, y el orden en que deberán llevarlas
a cabo. Su primera labor será la de hacer discípulos, por medio de la
enseñanza; a estos, Marcos los llama creyentes. La segunda tarea es
la de bautizarlos, y a esto se añade la promesa de la salvación. El
tercer trabajo es el de enseñarles todas las demás cosas que se deben
aprender posteriormente en la escuela de Cristo. Menospreciar este
orden es renunciar a todas las reglas de orden, ¿porque dónde
podríamos esperar encontrarlas sino aquí? Creo —mi conciencia está
plenamente tranquila gracias a este texto— en un tipo de fe,
salvadora, que debe estar presente antes del bautismo, y el ministro
debería esperar esta profesión de fe” (en Booth, A.: Paedobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
9. CONCLUSIÓN DE LOS EVANGELIOS
Los últimos pasajes de las Escrituras que hemos citado cierran la
información que nos proporcionan los cuatro Evangelios acerca
del asunto del bautismo. Antes de pasar a los libros siguientes,
ruego al lector que recuerde que ya hemos considerado la práctica
34
de Juan así como el ejemplo, la práctica y el mandamiento de
nuestro Señor Jesucristo. Hasta este momento no hemos
encontrado ningún pasaje o palabra que pueda interpretarse, con
razón, como una indicación de que cualquiera deba recibir esta
ordenanza, o sea un sujeto adecuado para ello, a menos que haya
recibido primeramente la enseñanza del evangelio y haya
profesado creer en él.
Sin embargo, estoy deseando grabar en la mente de cualquier
indagador las palabras de Jesús en la comisión que acabamos de
leer. El lector debe recordar que este Jesús será nuestro Juez en el
terrible y gran día final. No nos juzgará según las opiniones,
credos o prácticas de los hombres, sino conforme a su propia
“Palabra”. Por tanto, basándome en este mandamiento de nuestro
Salvador, me gustaría añadir algo brevemente para que el lector lo
pueda meditar a conciencia:
1. Que aquí tenemos la promulgación de la ley divina en cuanto
al bautismo; y que esta ley se nos da en un lenguaje de lo más
solemne y en unas circunstancias muy interesantes y
conmovedoras.
2. Que esta ley de Jesús no es como las leyes humanas, que
admiten enmiendas o correcciones. Nadie sino Jesús tiene
autoridad para cambiar lo que Él establece; ¿quién se atrevería a
mejorar sus propósitos, que proceden de la fuente de la sabiduría
celestial? Y,
3. Que esta ley es tan deleitosa como solemne para la mente del
cristiano. Las palabras: “[Bautizarles] en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19), implican un
reconocimiento público del cambio glorioso que ha ocurrido en las
circunstancias espirituales de los verdaderos conversos: han
pasado de la familia del pecado y de Satanás a la familia del Dios
trino. Se trata de un cambio que no efectúa la ordenanza, sino el
poder y la gracia de Dios, y que se describe y se afirma en la
ordenanza.
Ahora pasamos a Hechos de los Apóstoles. En este libro
tenemos una relación histórica de la labor de los apóstoles durante
unos treinta años después de la ascensión de Cristo, y en ella
35
encontraremos también el bautismo de muchos miles de personas.
Si hemos malinterpretado la voluntad de Cristo con respecto a esta
cuestión, sin duda los apóstoles no lo hicieron, y su obediencia a
este mandamiento corregirá nuestro error. Pero si, por el contrario,
hemos interpretado correctamente su voluntad, la obediencia de
ellos confirmará nuestra opinión.
Capítulo 2
El bautismo según se enseña en Hechos de los
Apóstoles

Según nos asegura la Asamblea de Teólogos (Asamblea de


Westminster) en su argumentación al respecto de este asunto, “el
autor de esta porción de la Escritura fue Lucas el evangelista,
como parecen demostrar las primeras palabras del libro. Él fue
testigo presencial de la mayor parte de lo que recoge este escrito,
ya que fue un colaborador constante de Pablo. Su propósito al
escribir esta narrativa —añaden— fue, como da a entender en su
primer prólogo, que la Iglesia debía tener cierto conocimiento
acerca de Cristo, su evangelio y su Reino, para que nuestra fe no
se edificara sobre las historias inciertas de los embaucadores que
aseguraban contar la verdad”. De este modo, vemos que el escritor
es un historiador fiel y piadoso, que escribe con la intención de
guiar a la Iglesia de Cristo en todos los siglos posteriores. Lo más
importante es que efectúa esta tarea bajo la influencia del Espíritu
de Dios, por lo que podemos confiar tranquilamente no solo en la
precisión de los relatos, sino también en lo completo y suficiente
de la información utilizada para cumplir el propósito expresado.
Esta recopilación infalible nos proporciona nueve ejemplos de la
administración del bautismo, que examinaremos en su orden de
aparición.
1. EL BAUTISMO EN LA FIESTA DE PENTECOSTÉS

En esta ocasión memorable —ocurrida apenas diez días después


de la ascensión de Cristo—, cuando los apóstoles y los discípulos
se encontraban todos juntos en Jerusalén, Dios tuvo a bien cumplir
la promesa de enviar el Espíritu Santo. Su poder milagroso los
36
capacitó para que hablasen en distintas lenguas a la multitud,
procedente de diferentes naciones, que estaba reunida allí, en
Jerusalén. De este modo, cada uno oyó en su propia lengua los
prodigiosos hechos de Dios. Pedro pronunció un impresionante
discurso ante la multitud, en el que culpó a los judíos de haber
crucificado al Señor de gloria, pero añadió que Dios lo había
resucitado de los muertos y lo había exaltado a su diestra, como
único Señor y Cristo. A esto le siguen los versículos que se
refieren a la ordenanza y que describen a los sujetos que deben
cumplirla.
Hechos 2:37–47: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron
a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor
nuestro Dios llamare […]. Así que, los que recibieron su palabra
fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.
Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos
con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones […], alabando
a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada
día a la iglesia los que habían de ser salvos”.
Debemos observar aquí cómo el apóstol Pedro obedece las
instrucciones que su Señor les dio en la comisión. Comienza
predicando y no dice ni una palabra acerca del bautismo hasta que
ve que algunos de sus oyentes evidentemente concuerdan con el
perfil de “el que creyere” (Marcos 16:16); de ahí que describa así
a las personas que fueron bautizadas: 1. Las verdades que oyen
penetran profundamente en sus corazones, de tal manera que
exclaman: “¿Qué haremos?” (Hechos 2:37). 2. Se les exhorta a
arrepentirse de sus pecados. 3. Finalmente, “[reciben la] palabra”
(Hechos 2:41) y, acto seguido, son bautizados y añadidos a la
Iglesia. 4. Después de esto, siguieron constantes en la doctrina del
evangelio y en el ejercicio de sus deberes. Ni una sola palabra de
esto podría ser aplicable a los niños.
Existe, sin embargo, una cláusula en el versículo 39 de este
pasaje: “Para vosotros es la promesa y para vuestros hijos”
(Hechos 2:39), que se suele utilizar para abogar en favor del
37
bautismo infantil, como si el apóstol hiciera alusión a una promesa
que respaldase el considerarlos aptos para el bautismo cristiano.
Para responder a esto, tengamos en cuenta las tres cosas
siguientes:
1. La promesa a la que alude el apóstol no tiene relación alguna
con los niños. Se está refiriendo al don del Espíritu Santo, junto
con sus efectos, para lo cual los niños no tienen capacidad. El
lector observará que, en esa ocasión, las personas estaban atónitas
por los efectos que el don del Espíritu estaba produciendo. El
apóstol los tranquiliza, en los versículos 16–18, diciéndoles que es
el cumplimiento de la profecía de Joel: “… Derramaré mi Espíritu
sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos…” (Joel 2:28).
Después de haber pronunciado un impresionante discurso, el
apóstol, observando que sus oyentes están profundamente
afectados y sorprendidos por los dones del Espíritu, quiere
convertir su asombro en esperanza y gozo. Para ello, vuelve a
remitirles a la promesa y al beneficio que tienen en ella, con las
palabras siguientes de los versículos 38 y 39: “Arrepentíos […] y
recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la
promesa, y para vuestros hijos” (Hechos 2:38–39). Ahora bien,
como el don del Espíritu, con sus poderes milagrosos, es el objeto
de la promesa, los niños no tienen capacidad para recibir ese don,
por lo que no se está refiriendo a ellos en el caso del bautismo.
Véanse las citas de los eruditos paidobaptistas siguientes:
El Dr. Whitby afirma: “Estas palabras no prueban el derecho de los
niños a recibir el bautismo. La única promesa que se menciona aquí
es la del Espíritu Santo, en los versículos 16, 17, 18, y solo se refiere
a los tiempos del milagroso derramamiento del Espíritu Santo sobre
aquellas personas que, por su edad, eran capaces de recibir esos
dones extraordinarios” (Annotations [Anotaciones], sobre el pasaje).
El Dr. Doddridge declara: “La promesa es para vosotros y para
vuestros hijos. Teniendo en cuenta que el don del Espíritu se ha
mencionado justo antes, parece que lo más natural sea interpretarlo
como una referencia a ese pasaje de Joel, citado extensamente un
poco antes, en el versículo 17 y ss., donde Dios promete el
derramamiento del Espíritu sobre sus hijos e hijas” (The Family
Expositor [El expositor familiar], nota sobre el pasaje).

38
2. La palabra original τεκνα, que se traduce por hijos, significa
posteridad, y no implica necesariamente niños pequeños.
El Dr. Hammond dice: “Si algunos han utilizado este argumento tan
poco concluyente [refiriéndose a este pasaje de Hechos 2:39], no
tengo nada que decir en su defensa. Aquí la palabra hijos se refiere
en realidad a la posteridad de los judíos, y no a sus hijos pequeños en
particular” (Works [Obras], tomo 1).
Limborch, un ilustre teólogo de Ámsterdam, declara: “Por τεκνα el
apóstol no quiere decir niños, sino posteridad. Esta palabra figura en
muchos lugares del Nuevo Testamento con este mismo significado;
entre otros, Juan 8:39: ‘Si fueseis hijos de Abraham, las obras de
Abraham haríais’. Por consiguiente, parece que el argumento que tan
a menudo se toma de este pasaje para respaldar el bautismo infantil
no tiene fuerza alguna y no sirve para nada” (Commentary
[Comentario], In Loc.).
3. Las palabras del apóstol que vienen inmediatamente después
explican su propio significado con los términos más contundentes:
“Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para
todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios
llamare” (Hechos 2:39); es decir: “Para todos los que de entre
vosotros y de vuestros hijos, de los gentiles que están lejos, y de
los que Dios llame por su Palabra y por su Espíritu para este gran
privilegio”.
Matthew Henry dice: “A esta afirmación general debe referirse la
limitación siguiente: ‘Para cuantos [cuantas personas en particular
de cada nación] el Señor nuestro Dios llamare’ [Hechos 2:39]
efectivamente a entrar en la comunión de Jesucristo” (Comentario
sobre el pasaje).
CONCLUSIÓN: En vista de todo esto, parece de lo más
evidente que no se alentó a esperar el bautismo cristiano sino a los
que dieran pruebas de haber sido llamados efectivamente por
gracia. De hecho, a ninguno se bautizó sino a los que “recibieron
[la] palabra” (Hechos 2:41). Hasta aquí nos estamos guiando por
la Palabra de Dios, simple y llanamente.
2. FELIPE BAUTIZA EN SAMARIA
Hechos 8:5–13: “Entonces Felipe, descendiendo a la ciudad de
Samaria, les predicaba a Cristo. Y la gente, unánime, escuchaba
39
atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales
que hacía […]; así que había gran gozo en aquella ciudad […]. Pero
cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de
Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.
También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba
siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se
hacían, estaba atónito”.
En este ejemplo, como en el anterior, la comisión de Cristo se
obedece estrictamente. Felipe comienza su obra predicando a
Cristo. Una vez oída la doctrina y vistos los milagros, el gozo
inunda a las personas allí presentes. No se menciona nada acerca
del bautismo hasta que algunos de los allí congregados “creen” lo
que se dice de Jesucristo; luego fueron bautizados “hombres y
mujeres”.
Ahora bien, es más que probable que aquellos “hombres y
mujeres” de Samaria tuviesen niños. Si la voluntad de Cristo era
que estos se bautizaran, y si en verdad los apóstoles
acostumbraban a bautizarlos con los padres, como hacían los
misioneros paidobaptistas entre los paganos1, Felipe lo habría
hecho. El historiador inspirado nos dice que está escribiendo
“todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hechos
1:1), y que lo está haciendo “después de haber investigado con
diligencia todas las cosas desde su origen” (Lucas 1:3).
Asimismo, nos confiesa que su intención es que su lector
“[conozca] bien la verdad de las cosas” (Lucas 1:4). Por
consiguiente, ¿sería lógico que, de las tres descripciones de los

1
En los relatos que solemos recibir de misioneros paidobaptistas que trabajan entre los paganos,
nuestros hermanos nos informan, claro está, de los niños que bautizan, así como de los adultos. Por
ejemplo, en el “Missionary Register” (Documento misionero) del año 1821, encontramos un
informe acerca de Sudáfrica que dice: “Durante el año 1819 se bautizaron veinte adultos y veintiún
niños”. Un misionero del África occidental reseña: “Domingo 3 de septiembre: Prediqué y después
bauticé a veintitrés adultos y tres niños […]. 29 de noviembre: El primer domingo de este mes
bauticé a treinta y cuatro adultos y a sus niños; cuarenta y ocho en total”.
El Rvdo. C. Mault escribe desde Nagercoil, en las Indias orientales: “El mes pasado bauticé a
cinco adultos y a cuatro niños”. El Rvdo. C. Barff escribe desde Huahine, en las Islas de los Mares
del Sur: “Treinta personas fueron añadidas a la Iglesia durante nuestra visita, y muchos fueron
bautizados. Entre estos se encontraban dieciséis niños” (Missionary Chronicles [Crónicas
misioneras], noviembre de 1826).
¿No es este tipo de relato algo normal allí donde impera el bautismo infantil? ¿Por qué se
guarda absoluto silencio acerca de este asunto a lo largo de toda la historia de la labor de los
apóstoles? Con seguridad ellos no practicaban este bautismo.
40
que fueron bautizados, detallase dos y omitiera la tercera? Esto me
parece imposible y, por consiguiente, saco la siguiente
CONCLUSIÓN: Cuando el evangelista dice que “se bautizaban
hombres y mujeres” (Hechos 8:12), de haber hecho lo mismo con
los niños, debería haber añadido “y niños” para dejar constancia
de ese dato. Al no haber añadido ese dato necesario, deduzco que
solo “hombres y mujeres” fueron bautizados; que ningún niño
recibió la ordenanza con ellos; y que, por tanto, la práctica del
bautismo infantil no existía en aquel tiempo.
3. EL BAUTISMO DEL EUNUCO ETÍOPE
El eunuco que se describe en el capítulo 8 de Hechos de los
Apóstoles era una persona de mucha autoridad en el reino de
Etiopía y, al parecer, un prosélito de la religión judía. En ese
momento volvía de Jerusalén a su tierra. El Espíritu dirige a Felipe
para que se encuentre con él por el camino, y este descubre que el
eunuco, mientras viaja en su carruaje, va leyendo Isaías 3:1: “…
Como cordero fue llevado al matadero…”. Está deseoso de que
Felipe le explique si, en ese pasaje, el Profeta hablaba de sí mismo
o de algún otro. Con este propósito le hace subir a su carruaje y el
evangelista añade:
Hechos 8:35–39: “Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando
desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el
camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué
impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón,
bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de
Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe
y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del
Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso
su camino”.
Después de leer estos versículos con detenimiento, mi lector no
necesitará que le recuerde la comisión de su Redentor. Tenemos
aquí un claro ejemplo de la práctica de los apóstoles antes de
permitir que una persona fuese bautizada. Felipe podría haber
estimado que, una vez oído el evangelio, el eunuco era una
persona apta para recibir el bautismo, ya que él mismo había
recibido instrucciones del Cielo para enseñarle. También podía
haberlo deducido por la sincera petición de este hombre, pero no
41
lo hace; no se atreve a bautizarle hasta que no profesa
abiertamente que cree de todo corazón (cf. v. 37). De este modo
recordaba, sin duda, que Cristo había designado esta ordenanza
para ese tipo de personas, y solo para ellas. Nada puede demostrar
con tanta claridad como esto que la declaración de fe era requisito
indispensable antes de poder bautizarse.
En este caso, los que sostienen que, en aquellos días, siervos y
niños también se bautizaban por causa de sus amos o de sus padres
tendrán dificultades para respaldar su hipótesis. Es absolutamente
absurdo suponer que Felipe hubiese permitido que los siervos del
eunuco se bautizaran sin haber hecho profesión de fe y sin tan
siquiera recibir instrucción, sobre todo cuando vemos que habría
objetado a la petición del amo piadoso si no hubiera podido
profesar sincera y abiertamente su fe en Cristo. No bautizó a nadie
más que al eunuco, y por ello podemos concluir, con toda
seguridad, que los apóstoles no “[tenían] tal costumbre, ni las
iglesias de Dios” (1 Corintios 11:16).
En este caso, se describen las circunstancias que rodean a la
administración del bautismo en una forma más minuciosa que en
otros ejemplos recogidos en el Nuevo Testamento. Ruego al lector
que observe lo siguiente:
1. Si la forma de bautismo que Cristo ordenó, y que practicaron
los apóstoles, hubiese sido la aspersión o la efusión, sabemos, por
las fuentes más autorizadas, que los viajeros no atravesaban nunca
aquellos desiertos sin llevar vasijas de agua para el viaje; que esa
provisión era absolutamente necesaria, y que, de ser así, el eunuco
tendría a su disposición todo lo necesario para llevar a cabo la
ordenanza sin haber de esperar a llegar a un lugar donde hubiera
agua (Véase la cita del Dr. Doddrige que expondré más adelante, y
la obra Dr. Shaw’s Travels, a la que él mismo hace referencia).
2. Aquí, en el versículo 36, se nos dice que prosiguen su viaje y
que “llegaron [επι, ad.] a cierta agua”. Al parecer, la vista de este
lugar donde había agua es lo que hace que el eunuco sugiera que
quiere someterse inmediatamente a la ordenanza: “Aquí hay agua;
¿qué impide que yo sea bautizado?”. ¡Qué absurdas serían esas

42
palabras si el eunuco hubiese tenido a mano el agua necesaria con
anterioridad!
3. Si admitimos que el eunuco no llevaba agua, ahora, al llegar
“a cierta agua”, lo normal y lo que sería de esperar es que uno de
sus siervos le hiciera llegar tanta agua como fuese necesaria, sin
que ni él ni Felipe tuvieran que ir más allá. Sin embargo, “mandó
parar el carro”, pero no se dice nada en este punto de que ordenase
que le llevaran agua hasta donde él estaba, sino que…
4. Abandonaron el carruaje y “descendieron ambos al agua”, εις
το δωρ, in aquam. El lector observará aquí que no fue suficiente ir
donde había agua, como se sugiere que dice el original, porque
esto ya lo habían hecho. Aquí hay una segunda circunstancia:
después de llegar donde estaba el agua, descendieron a ella.
5. El historiador inspirado añade también que no bajó a las
aguas el eunuco solo, sino que “descendieron ambos” (v. 38), y
esto se vuelve a repetir como para que no haya duda alguna:
“Felipe y el eunuco”. Así era el tipo de bautismo ordenado por el
Hijo de Dios: no podía administrarse a menos que Felipe
acompañara al eunuco dentro del agua. Y, además…
6. Estando ambos en esta situación, dentro del agua y rodeados
de ella, “le bautizó”; es decir que, si traducimos la palabra, diría
“le sumergió” en el nombre de Jehová, el trino Dios. Para este
acto solemne, fueron necesarias las circunstancias antes
mencionadas, pero para cualquier otro modo de bautismo serían
absurdas.
7. Una vez llevado a cabo el rito sagrado, se añade finalmente:
“Cuando subieron [κ τον δατος] del agua” (v. 39) fueron separados
de repente; probablemente no se volverían a ver hasta que entraran
en la presencia de Aquel a quien rindieron este acto de rápida y
gozosa obediencia.
No es fácil imaginar una forma más minuciosa de describir
cómo se llevó a cabo esta sagrada ordenanza. Lo que tenemos aquí
es un ejemplo de bautismo por inmersión y esto lo reconocerá
tanto la persona más erudita como la más ignorante, en todas las
denominaciones.
43
El Dr. Towerson dice: “¿Qué necesidad habría habido de que Felipe
y el eunuco tuviesen que descender a aquellas [aguas], de no ser
porque el bautismo debía efectuarse por inmersión? Sabemos que un
poco de agua es suficiente para el bautismo por aspersión o por
efusión”.
Calvino, en su comentario sobre este texto, observa: “Aquí
percibimos cómo administraban los antiguos el bautismo; sumergían
todo el cuerpo en agua”.
El Dr. Doddridge señala: “Ambos descendieron al agua. Si
consideramos la frecuencia con que se solían bañar en aquellos
países calurosos, sin duda el bautismo se administraría generalmente
por inmersión, aunque no veo ninguna prueba de que fuese esencial
para la institución. Sería muy poco natural suponer que descendieran
al agua solo para que Felipe pudiera tomar un poco de agua en su
mano y derramarla sobre el eunuco. Una persona de su clase tendría,
sin duda, muchas vasijas en su equipaje para un viaje así, a través de
un país desértico. Era una precaución absolutamente necesaria para
los viajeros, en aquellos lugares, que estos nunca omitían” (Véanse
Dr. Shaw’s Travels [Los viajes del Dr. Shaw], prólogo, y The Family
Expositor [El expositor familiar], nota In Loc., así como otros
muchos autores citados en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El
paidobaptismo a examen]).
CONCLUSIÓN: Si existe una prueba evidente de cuál era el
modo de bautismo que se practicaba en la época de los apóstoles,
cualquiera que sea, intuyo que he encontrado el que practicaban
invariablemente. No es posible imaginar que, habiendo sido ellos
mismos, con toda probabilidad, testigos del bautismo del Señor
Jesús, conociendo bien la forma en que se hizo, y habiendo
recibido las mismas instrucciones de su Señor y Maestro, hubiese
disensión en sus opiniones en cuanto al modo de practicarlo. La
inmersión se ha demostrado, y queda claro que Jesús fue
bautizado así y que mandó que la ordenanza se administrara de
esa manera. El afable y piadoso Doddridge admite que “el
bautismo se administraba generalmente por inmersión”, pero, con
su permiso y, apoyándome en el respaldo del ejemplo de Cristo y
de su mandamiento, yo concluyo que este modo es “esencial para
la institución”. Es un ejemplo de inmersión, admitido por los más
eminentes paidobaptistas. Y, partiendo de esta base, y al no haber
ninguna otra enseñanza que diga nada distinto, me permito
44
concluir con la máxima confianza y con la conciencia tranquila
que la inmersión fue lo que Cristo ordenó, y que sus obedientes
apóstoles y discípulos lo practicaron invariablemente. Por
consiguiente, todo lo que se aleje de esta práctica se aparta de la
voluntad revelada de Cristo. Un acto así solo se puede contemplar
como rebeldía contra su divina autoridad.
4. EL BAUTISMO DE PABLO
Saulo, respirando aún amenazas contra los discípulos de Cristo (cf.
Hechos 9:1), en su carrera de persecución, se encuentra con el
mismísimo Señor, y cae postrado en tierra ante su gloria
superabundante. Dios guía a Ananías, un discípulo fiel, para que
vaya a Saulo y le enseñe lo que debe hacer. Para alentarle en su
visita al perseguidor, le informa de que este está orando y que
Dios le ha escogido como instrumento.
Hechos 9:17: “Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo
sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te
apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que
recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo”. Hechos 22:14–16:
“Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que
conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca.
Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y
oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava
tus pecados, invocando su nombre”. Hechos 9:18: “Y al momento le
cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y
levantándose, fue bautizado”.
La rapidez con que Ananías bautizó a Saulo, “que también es
Pablo” (Hechos 13:9), tan pronto como recibió el mensaje de su
Salvador, y la restauración de su vista, demuestra que esta
ordenanza se observaba estrictamente en los días de los apóstoles
y se hacía de manera inmediata. Por consiguiente, esto nos
demuestra cómo se debería observar hasta el final de los tiempos.
Se exhorta a Pablo para que se levante, sea bautizado y lave sus
pecados, etc. Debía levantarse y someterse en obediencia al
mandamiento de Cristo de bautizarse. Al mismo tiempo que su
cuerpo recibiera ese lavamiento en el agua, debía invocar el
nombre del Señor (cf. Hechos 22:16) para que su alma fuese
lavada y purificada al bañarse, por medio de la fe, en el “manantial
abierto […] para la purificación del pecado” (Zacarías 13:1). La
45
inmersión en agua representaría, en una forma extraordinaria, esta
purificación espiritual. Algunos de los más eminentes poetas dicen
así:
Milton:
… Bautizando en la corriente
de las aguas a los que crean, cuya señal
lavándolos de la mancha del pecado para una vida
pura, los preparará en espíritu, si así fuere necesario,
para una muerte semejante a la del Redentor2.
Cowper:
Hay una fuente llena de sangre,
sacada de las venas de Emanuel;
los pecadores que se sumergen en ese caudal
limpian todas las manchas de su culpa.
En estos ejemplos se hace una clara referencia al propósito
espiritual de la ordenanza. Un excelente escritor dice: “Esto no
significa que la remisión de los pecados se obtenga por el
bautismo, sino que, por medio de la ordenanza, las personas
pueden ser conducidas a los sufrimientos, la muerte y el
derramamiento de la sangre de Cristo que en él se representan”.
En el bautismo de este hombre ilustre se responden nuestras tres
preguntas: 1. En cuanto a la persona que se va a bautizar: Pablo
era un creyente en Cristo. 2. En cuanto al modo: él mismo, cuando
habla de su bautismo y del de otros, lo compara a ser sepultado:
“Porque somos sepultados juntamente con él […] por el bautismo”
(Romanos 6:4); y 3. El propósito espiritual es que represente el
lavamiento de los pecados, que se obtiene “invocando [el] nombre
[del Señor]” (Hechos 22:16).
5. EL BAUTISMO DE CORNELIO Y SUS AMIGOS

2
Milton, J.:
[biblio.au=Milton,%20J.|bt=Paraíso%20perdido|lbid=0001382016|pl=Madrid|pr=Espasa-
Calpe|yr=1984]Paraíso perdido [1951], Libro XII, p. 220 (Madrid: Espasa-Calpe, 1984) (N. T.).
46
El siguiente ejemplo recoge el bautismo de los primeros gentiles
que fueron recibidos en la Iglesia cristiana. Cornelio era un
hombre “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa” (Hechos
10:2). Recibió instrucciones del Cielo de enviar a buscar al apóstol
Pedro. Antes de que este viniese, reunió a sus parientes y a sus
amigos más íntimos. Habiéndoles enseñado las principales
doctrinas del evangelio, el apóstol termina repitiendo lo que Cristo
había encomendado a sus discípulos como primera y principal
tarea, y el testimonio de los Profetas en cuanto a Él, que
encontramos en los dos primeros versículos citados más abajo.
Después, presenta la ordenanza.
Hechos 10:42–48: “Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y
testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y
muertos. De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que
en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre. Mientras
aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos
los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían
venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los
gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que
hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. Entonces respondió
Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean
bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como
nosotros? Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús.
Entonces le rogaron que se quedase por algunos días”.
Aquí se observa también el orden de la comisión. Pedro
comenzó predicando y no dijo ni una palabra acerca del bautismo
hasta que los presentes escucharon el evangelio y dieron ciertas
muestras de su conversión. Entonces, y solo entonces, Pedro
aboga por su bautismo. Algo que debemos observar
particularmente es que lo hace basándose en las pruebas de que
son, en una forma más que evidente, verdaderos creyentes y de
que han recibido el Espíritu Santo. Sus palabras en el versículo 47
implican que, si no parecieran personas regeneradas, cualquiera
podría poner objeciones a su bautismo. Pero ellos habían dado
pruebas de que esto no se podía discutir, y Pedro concluye que
nadie podía negar que fuera adecuado bautizarles. Por
consiguiente

47
El Dr. Holland tenía una autoridad infalible para hacer la siguiente
observación: “Cuando se comenzó a implantar el cristianismo entre
los gentiles, solo se administraba el bautismo a los adultos, después
de recibir instrucción acerca de los principios de la religión cristiana”
(en Wall, W.: The History of Infant Baptism [La historia del
bautismo infantil], tomo 2).
En cuanto al modo de bautizar a esas personas, el historiador
sagrado no nos dice nada aparte del simple hecho en sí. Sin
embargo, se ha sugerido que Pedro, con las palabras: “¿Puede
acaso alguno impedir el agua…?” (Hechos 10:47), da a entender
que había pedido que se le llevara un poco de agua en una copa o
en una palangana para rociarla. Pero el apóstol no habla de mucha
o de poca agua y, sin duda, quería tanta como requería la
ordenanza. Es absolutamente improcedente hacer conjeturas
acerca de frases poco concluyentes de las Escrituras,
contradiciendo con ellas lo que otra parte de la Palabra confirma y
establece con toda evidencia. Cuando se dice que aquellas
personas fueron bautizadas, debemos deducir que recibieron el
bautismo según el modelo y el respaldo de Cristo. Mi conclusión
es que ese fue el caso en este y en todos los demás ejemplos.
De hecho, es muy poco probable que, si Pedro hubiese recibido
una copa de agua, mandara a otros a bautizar, ya que habría
tardado lo mismo en administrarlo él que en dar las instrucciones
para que otros lo hicieran. Estoy seguro de que habría preferido
hacerlo él mismo en una ocasión tan interesante en la que los
primeros frutos de los gentiles iban a recibirse en la Iglesia. En
vez de esto, le asigna la tarea a otra persona. Me parece muy
absurda la idea de que cualquiera, sirviente o visitante, pudiera
impedir que se le trajera una copa de agua para uso del amo de la
casa en ese momento tan interesante. Esto no cabría en la mente
del apóstol. Yo creo que el significado es ciertamente el siguiente:
¿Puede alguien impedir el uso del agua para el bautismo de
aquellas personas a quienes Dios ha dado algo infinitamente más
importante como es el bautismo del Espíritu Santo? En otras
palabras: ¿Puede alguien prohibir su bautismo?
6. EL BAUTISMO DE LIDIA Y SU CASA

48
Los tres ejemplos siguientes suelen utilizarse en favor del
bautismo infantil, ya que se refieren a familias, y se consideran el
respaldo principal de esta práctica en el Nuevo Testamento. Por
consiguiente, invito al lector a que examine las Escrituras de una
manera más particular en lo que se refiere a las personas que
constituían las familias. Si encuentra recogido el bautismo de un
solo niño, o cualquier cosa en el texto que lo indique claramente,
puede considerar la cuestión zanjada a favor del bautismo infantil.
Pero si los textos no afirman tal cosa con respecto a niño alguno,
sino que describen a las familias que se bautizaban como personas
con edad suficiente para entender, con la capacidad de escuchar y
creer el evangelio y, especialmente, si lo que está escrito implica
que, de hecho, escucharon y creyeron, entonces debemos dar por
sentado que el bautismo de los creyentes recibe todo el apoyo que
estos versículos brindan. El primero es el de Lidia y su familia.
Pablo, cuyo bautismo ya hemos considerado, se había
convertido en un apóstol de Cristo. Junto a Silas, y probablemente
Lucas, que es el autor de esta historia, recibió el encargo del Cielo
de que fuesen a Macedonia, y a Filipos, una de sus principales
ciudades, para predicar el evangelio. Cuando llegaron, empezaron
su obra de esta manera y con el éxito que veremos a continuación:
Hechos 16:13–15, 40: “Y un día de reposo salimos fuera de la puerta,
junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos
a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada
Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a
Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que
estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada, y su
familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al
Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos…
Entonces, saliendo de la cárcel [en referencia a Pablo y Silas, que
posteriormente habían sido encarcelados en Filipos], entraron en casa
de Lidia, y habiendo visto a los hermanos, los consolaron, y se
fueron”.
Es evidente que Lidia misma tenía derecho a ser bautizada
según el mandato de Jesucristo, ya que era creyente. ¿Pero quién
formaba su familia, según lo que vemos en el texto? ¿Eran niños o
adultos? Antes de responder a esta pregunta, vemos que hay
cuatro cosas que un paidobaptista debe admitir y dar por sentadas
49
antes de utilizar estos versículos a su favor, aunque, si no puede
probar ninguna de ellas, utilizando la frase de Limborch, “no sirve
para nada”.
1. Que Lidia tuviera marido en ese tiempo o en los últimos
años.
2. Que tuviera hijos, y que estos fueran niños en ese momento.
3. Que esos niños estuvieran con ella en Filipos.
4. Que los niños, de hecho, fueran bautizados.
Yo cuestiono firmemente todas estas consideraciones, porque:
La primera es poco probable, ya que, de haber tenido marido,
no habría estado a cargo de un negocio, y sobre todo porque no se
hace mención alguna de él, aunque los apóstoles estuvieron varias
veces en su casa.
La segunda es dudosa, porque hay miles de familias en las que
no hay niños.
La tercera es poco creíble, porque si, como indica el texto, Lidia
había venido de Tiatira, estamos hablando de un viaje, por tierra y
por mar, de no menos de 483 km, y el motivo era su negocio, de
modo que es impensable que hubiese llevado niños pequeños con
ella, si es que los tenía.
La cuarta no es concluyente, porque la palabra “familia” o casa
se utiliza en las Escrituras cuando no se incluye a la totalidad de la
familia, sino solo a la parte principal (cf. 1 Samuel 1:21–22).
Por tanto, el argumento a favor del bautismo infantil que toma
como base el bautismo de la familia de Lidia es demasiado débil,
ya que no hay pruebas de que tuviera marido o hijos. En todo
caso, antes de poder utilizar este relato para respaldar una práctica
semejante como ordenanza del Nuevo Testamento, debería
poderse demostrar de manera incuestionable y basándose en el
texto que tenía niños muy pequeños y que fueron, de hecho,
bautizados.
Si se pudiera decir, en favor del bautismo infantil, que Lidia
probablemente residía en Filipos por aquel entonces, aunque fuese
50
originaria de Tiatira, y que, por consiguiente, sus hijos debían
estar con ella, yo respondería con una pregunta: ¿No debería
entonces estar su marido con ella también? Pero es evidente que
este no era el caso, porque, si Lidia hubiese tenido a su marido
allí, sería uno de la “familia” y habría sido bautizado, porque la
familia lo fue. Si se hubiera bautizado y se hubiera unido, al igual
que ella, a Pablo y Silas, ¿habría dicho Lidia: “Entrad en mi casa”
(Hechos 16:15)? ¿Habría dicho Lucas: “Entraron en casa de
Lidia” (v. 40), de haber habido un marido creyente como cabeza
de familia? Imposible. El lenguaje que utiliza el historiador
inspirado implica, evidentemente, una mujer soltera como cabeza
de una casa, y como dueña de un negocio. La conclusión correcta
es que su familia eran sus sirvientes. Si se hubiese tratado de sus
hijos, si su marido hubiera fallecido y sus hijos hubieran estado en
edad de acompañarla en su viaje, en su negocio y en su adoración,
habrían tenido la capacidad de recibir instrucción, fe y bautismo,
como Cristo mandó y como se dice con respecto a la familia de la
sección siguiente.
En lugar de mil suposiciones sin fundamento, el último
versículo citado responderá a la pregunta acerca de la familia de
Lidia, con toda probabilidad, en una forma más satisfactoria para
el lector piadoso. Después de haber sido liberados de la cárcel,
Pablo y Silas abandonaron la casa del carcelero y su familia, a
petición de este (cf. Hechos 16:34–36), y “entraron en casa de
Lidia” (v. 40 a). El lector observará que esta era la única otra casa
cristiana de la ciudad y que en esta familia estaban las otras únicas
personas bautizadas. Sin duda, se reunieron con la “familia” de
Lidia, a la que ellos habían bautizado. Una vez entraron, leemos
que “habiendo visto a los hermanos, los consolaron, y se fueron”
(v. 40 b). Si se llama “hermanos” a la familia de Lidia y si podían
ser consolados por la Palabra, tenían que ser creyentes en Cristo.
El Dr. Whitby parece considerar que esto es incuestionable: “Y
cuando ella, y los de su familia, fueron instruidos en la fe cristiana y
en la naturaleza del bautismo que esta requería, ella fue bautizada
junto con su familia” (Paraphrase and Commentary on the New
Testament [Paráfrasis y comentario al Nuevo Testamento], sobre el
pasaje).

51
Limborch señala: “No se puede sacar de este ejemplo un argumento
seguro por el cual se pueda demostrar que los apóstoles bautizaron
niños. Es posible que todos los de su casa fueran de edad madura, y
que, en el ejercicio de un buen entendimiento, creyeran, de manera
que pudieran hacer profesión pública de su fe cuando recibieran el
bautismo” (Commentary [Comentario], In Loc.).
El Sr. T. Lawson dice, refiriéndose a este argumento: “Es posible
que las familias no tengan niños; puede ser que ya sean mayores, etc.
De modo que basar el bautismo infantil sobre esto es una conclusión
descabellada” (Baptismalogia [Baptismología]).
La Asamblea de Teólogos de Westminster afirma: “Lidia era de
Tiatira, una ciudad de Asia, y vivía en Filipos. Era una fiel sierva de
Dios”. Y también: “Y entraron en casa de Lidia: sin duda para
confirmarlos en la fe que ellos les habían predicado. Lidia y los suyos
oyeron acerca de su milagrosa liberación y se sintieron consolados y
confirmados en la verdad” (Assembly’s Annotations [Anotaciones de
la Asamblea], sobre Hechos 16:14, 40).
El lugar donde Lidia recibió la enseñanza y fue bautizada debía
de ser un sitio muy conveniente para la inmersión. La gente estaba
“junto al río” (v. 13), y en un lugar muy frecuentado por los judíos
para la purificación religiosa que se hacía lavándose en el agua.
El Dr. Doddridge dice: “El día de reposo salimos de la ciudad, hacia
la ribera del río Estrimón donde, según la costumbre de los judíos,
había un oratorio o lugar público de oración”. Y también: “Es cierto
que los judíos acostumbraban a construir sus oratorios o proseuchas,
o lugares para la oración pública, al borde del mar o junto a los ríos,
a causa de la purificación” (The Family Expositor [El expositor
familiar], sobre el pasaje).
Joseph John Gurney señala: “Aunque el bautismo que practicaban
Juan y los apóstoles no se parecía en sus circunstancias a esos
lavamientos judíos que ya he mencionado, era precisamente similar a
estos por la particularidad principal de la inmersión en agua”
(Observations on the Religious Peculiarities of the Society of Friends
[Notas sobre las peculiaridades religiosas de la Sociedad de
Amigos]).
CONCLUSIÓN: Si debo guiarme únicamente por el texto
inspirado, que recoge el bautismo de Lidia y de su familia, y que
posteriormente se vuelve a referir a ellos, ante las preguntas que
tenemos ante nosotros, debo concluir “que todos ellos eran
52
creyentes en Jesús y que fueron bautizados como su Salvador
ordenó”.
7. EL BAUTISMO DEL CARCELERO DE FILIPOS Y SU CASA
Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos. Hacia la media
noche fueron liberados por la milagrosa intervención de Dios: un
terremoto sacudió los cimientos de la cárcel, las puertas se
abrieron y los grilletes de los prisioneros se soltaron. El carcelero,
sospechando que los prisioneros se habían escapado, desenvainó
su espada para quitarse la vida, pero Pablo lo evitó asegurándole
que todos los presos estaban allí. Luego tenemos su conversión y
su bautismo:
Hechos 16:29–34: “El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y
temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les
dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en
el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la
palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él,
tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y
en seguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a su casa,
les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a
Dios”.
Obsérvese: 1. El carcelero saca a Pablo y a Silas de la cárcel
porque está convencido de que son siervos del Dios verdadero,
quien los ha liberado por su poder del castigo injusto y cruel que
se les había impuesto. Al mismo tiempo, profundamente
convencido de su propia culpa y del peligro que corría, les insta a
que le digan lo que tiene que hacer para ser salvo. Esta es la mayor
de las preguntas, y para ella recibe una respuesta directa: “Cree en
el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (v. 31). Es posible
que la familia del carcelero, alarmada por este terrible suceso,
corriera en su ayuda. Seguramente consideraban que su vida corría
un inminente peligro, tanto por parte de los presos, que intentarían
escapar, como por parte de la justicia, en caso de que alguno se
hubiese fugado. Pablo, pues, les habló a todos: “Cree, y serás
salvo, sí, y tu casa también, de la misma manera”.
El Dr. Doddridge afirma: “ ‘Serás salvo, tú y tu casa’. No puede
significar que la salvación eterna de su familia estuviera asegurada
gracias a su fe, sino que, si ellos creían, tendrían derecho a las
53
mismas bendiciones espirituales y eternas con él, y Pablo podría
haberlo añadido perfectamente porque, en aquella terrible situación
de alarma, la familia podría haber acudido a las mazmorras junto al
cabeza de familia” (The Family Expositor [El expositor familiar],
nota sobre el pasaje).
2. A continuación, el texto mismo nos dice, de la manera más
satisfactoria, por quiénes estaba formada la familia del carcelero:
no había niños pequeños, ni personas tan jóvenes como para que
no se les pudiera enseñar el evangelio ni pudieran creerlo. Porque
leemos en el versículo 32: “Y le hablaron la palabra del Señor a él
y a todos los que estaban en su casa”. Se instruye a esa familia, y
se instruye a todos sus miembros, y luego se les bautiza. Por tanto,
no se puede incluir aquí a niño alguno.
3. Lucas describe al carcelero y su familia, y muestra cómo se
seguía obedeciendo estrictamente la comisión del Señor. Pablo y
Silas predicaron primero el evangelio a toda la casa, como hemos
visto con anterioridad. Ahora podemos leer en el versículo 34 que
el carcelero “se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios”.
Se entiende que no tenía niños porque, de otro modo, estas
palabras no podrían incluirles, ya que no podían tener esa fe.
Matthew Henry dice: “Gritos de júbilo y de gozo por la salvación se
oyeron en casa del carcelero. Se regocijó con toda su casa de haber
creído a Dios. Ninguno de los que estaban en su casa se negó a ser
bautizado; nadie puso la nota discordante, sino que todos abrazaron
el evangelio unánimemente. Esto fue otro motivo más de gozo”
(Comentario sobre el pasaje).
Calvino declara: “Lucas elogia el celo piadoso del carcelero, porque
consagró toda su casa al Señor. Allí la gracia de Dios se presentó en
una forma esplendorosa, porque llevó de repente a toda la familia a
un consenso piadoso” (Comentario In Loc.).
CONCLUSIÓN: Aquí se especifican los mismos requisitos
previos para el bautismo en relación con la familia del carcelero y
también con él mismo, a saber: 1. Que se les hablara la Palabra del
Señor tanto a ellos como a él; y 2. Que tanto él como ellos
creyeran en Dios. Por consiguiente, debo concluir, basándome en
la autoridad inspirada, que lo que tenemos aquí no es más que un
simple ejemplo de una familia que cree y es bautizada,
54
convirtiéndose todos ellos en discípulos de Cristo. En cuanto al
modo de bautismo, se hizo exactamente según el modelo que el
Señor confirmó con su ejemplo y mandamiento.
Algunos de los que se oponen a la práctica de la inmersión han
imaginado grandes dificultades en este caso. No pueden concebir
que el carcelero encontrara un sitio idóneo, especialmente de
noche, para poder recibir la ordenanza de este modo. No nos
corresponde a nosotros, después de tanto tiempo, establecer el
lugar, ya que el historiador sagrado no lo ha hecho. Las Escrituras
afirman que “se bautizó él con todos los suyos” (v. 33). ¿Qué
significan estas palabras? Respondemos, basándonos en el sentido
de la palabra y en el resto de la Escrituras, que “fueron sumergidos
en el nombre del Señor Jesús”. Ahora les toca a nuestros
oponentes demostrar que no fueron bautizados en esta forma.
Estas dificultades imaginarias no tienen peso alguno para quien
admita que Pablo solo se guiaba por el respaldo de Cristo. No
estaría de más recordar al lector que la práctica del baño frío era
más que común, y sigue siéndolo, en oriente. Estos baños
frecuentes eran habituales entre los griegos y los romanos, y
también en Turquía, país en el que estaba situada Filipos. Así lo
atestiguan diversos autores:
Lord Bacon afirma: “Es extraño que la práctica de bañarse haya
permanecido como parte de las costumbres diarias. Para los romanos
y los griegos era algo tan habitual como comer o dormir, y así sigue
siendo entre los turcos hasta el día de hoy” (en Stennett, S.: Answer
to Addington [Respuesta a Addington]).
Grocio, el hombre más erudito y mejor informado de su tiempo
en Europa, sostenía que era más que probable que, dadas las
costumbres del país, la cárcel de Filipos tuviera baños (como
ocurre ahora en Calcuta). Esto hace que la ordenanza se hubiera
podido efectuar de ese modo y sin demora. Yo sostengo que, si el
bautismo de Cristo fue por inmersión, los apóstoles nunca violaron
su voluntad en sus prácticas.
8. PABLO BAUTIZA EN CORINTO
El siguiente ejemplo es el bautismo de varias personas en Corinto,
donde encontramos al apóstol mismo empleándose a fondo en la
difusión del Reino del Mesías. Aquí, aunque muchos se oponían y
55
blasfemaban, él perseveró celosamente, y su labor fue coronada
con éxito. Leemos así:
Hechos 18:4–8: “Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y
persuadía a judíos y a griegos. Y cuando Silas y Timoteo vinieron de
Macedonia, Pablo estaba entregado por entero a la predicación de la
palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo […]. Y
Crispo, el principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su
casa; y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados”.
Posteriormente Pablo escribe dos epístolas a los hermanos de la
iglesia que allí se formó. En la primera de ellas, se lamenta por las
desafortunadas divisiones que abundaban entre ellos, disputando
unos con otros a favor de distintos siervos como si tuvieran
muchos salvadores y hubiesen sido bautizados en sus distintos
nombres. Este es el razonamiento de Pablo acerca de la cuestión:
1 Corintios 1:13–17: “¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado
Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?
Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a
Crispo y a Gayo, para que ninguno diga que fuisteis bautizados en mi
nombre. También bauticé a la familia de Estéfanas; de los demás, no
sé si he bautizado a algún otro. Pues no me envió Cristo a bautizar,
sino a predicar el evangelio…”.
1 Corintios 16:15: “Ya sabéis que la familia de Estéfanas es las
primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los
santos”.
En Corinto, como en todos los demás lugares, Pablo comienza
su obra “testificando” a las personas “acerca de Jesucristo”,
enseñando, y no bautizando, y haciendo discípulos para Cristo.
Durante un año y seis meses prosigue con su labor en Corinto, y
muchos escuchan su predicación, creen y son bautizados (cf.
Hechos 18:8). Él mismo bautizó a unos cuantos: a Crispo, a Gayo
y a la familia de Estéfanas. Luego se alegró de que ninguno de los
demás pudiera decir, en sus airadas disputas y su excesiva
parcialidad: “Somos de Pablo, porque él nos bautizó, y en su
propio nombre”. Y añade que la obra principal a la que Cristo le
había enviado no era a “bautizar, sino a predicar el evangelio” (1
Corintios 1:17).

56
No se dice que la familia de Crispo fuera bautizada, aunque, de
haber sido así, con seguridad habrían sido personas aptas para
recibir la ordenanza según las palabras de la institución, porque
“creyó en el Señor con toda su casa” (Hechos 18:18). Si fueron
obedientes a Cristo, su bautismo se da por sentado.
No se recoge el bautismo de las personas que constituían la
“familia de Estéfanas”, los últimos bautizados que nombra.
Tampoco se dice nada acerca de ellos en otros lugares; esta es la
única familia que se deja en incertidumbre. Sin embargo, como si
el propósito del Espíritu Santo fuese no dejar lugar alguno a
discusiones en cuanto a la aptitud de las personas para recibir las
ordenanzas de Cristo, al final de la epístola también habla de esta
familia, en los versículos que hemos citado antes: fueron “las
primicias” de la Palabra de Dios en Acaya, y “se [dedicaron] al
servicio de los santos” (1 Corintios 16:15). Fueron los primeros
conversos de su región, y se emplearon en actos de celo y caridad
con sus hermanos más pobres y con los apóstoles más afligidos.
De ahí que, sin necesidad de más añadidos, podemos decir que no
había niños pequeños.
El Dr. Doddridge afirma: “ ‘Se han dedicado…’: Esto parece dar a
entender que esta familia cuidó con generosidad a sus hermanos
cristianos, de manera que no hubo ni un solo miembro de ella que no
hiciera su parte” (The Family Expositor [El expositor familiar], nota
sobre el pasaje).
El Dr. Guise declara: “Por tanto, parece que la familia de Estéfanas
estaba formada por adultos creyentes, y por ello fueron bautizados
sobre la base de su propia profesión personal de fe en Cristo” (Sobre
el pasaje).
El Dr. Hammond dice: “Creo que es poco razonable que la escasa
mención que hace el apóstol del bautismo de su familia (es decir, la
de Estéfanas) se tome como algo concluyente para afirmar que
bautizó a niños pequeños, cuando ni siquiera hay certeza de que
hubiera alguno en su casa” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined
[El paidobaptismo a examen]).
El Dr. Macknight señala: “Al parecer todos los integrantes de la
familia de Estéfanas, en el momento en que fueron bautizados, eran
adultos, ya que se dice de ellos, en 1 Corintios 16:15, que se

57
dedicaron al servicio de los santos” (Apostolic Epistols [Epístolas
apostólicas], nota sobre 1 Corintios 1:16).
Hemos visto la historia de tres familias bautizadas por el apóstol
Pablo o por Silas, su compañero: la de Lidia, la del carcelero, y la
de Estéfanas. Si, como sostienen nuestros amigos paidobaptistas,
la práctica constante de los apóstoles hubiera sido bautizar a los
niños con sus padres, habría sido razonable esperar encontrar
distintos pasajes de las Escrituras donde esto se recogiera. De
haberlos habido, los habríamos encontrado sin lugar a dudas, y en
estas referencias se habría añadido, después de reseñar el bautismo
y el nombre de la persona, “y sus niños”, o “sus pequeñuelos”,
como suele decir el Antiguo Testamento cuando se trata de
familias con niños pequeños. Deduzco que esto habría sido un
hecho en muchos casos, ya que en este libro se nos habla de
muchos miles de adultos que creyeron y fueron bautizados, o
añadidos al Señor (cf. Hechos 2:41; 4:4; 5:14, etc.). ¿Cómo es
posible que solo se refiera a estas tres especificando la palabra
familia, mientras que no se haga mención de ninguna otra entre
cientos o quizá miles de familias? Considero que esto es casi
imposible, por lo que deduzco que el bautismo de familias enteras
ocurría muy pocas veces.
Pero en ninguno de estos tres casos encontramos las palabras
“sus pequeñuelos” ni tampoco “sus niños”, y se puede utilizar la
expresión “familia” sin que tenga por qué implicar que los
hubiese. El término “casa” o “familia”, que se emplea, no
transmite idea alguna en cuanto a la edad de las personas en
cuestión. Tampoco indica si se trataba de los hijos o los siervos de
los cabezas de familia. Al no darse descripción alguna de las
mismas, sería demasiado poco concluyente como para insinuar
que, al decir “familia”, se trata de un precedente de bautismo
infantil; hay miles y millones de familias que no tienen niños. El
escritor de este libro ha bautizado a familias y, entre ellas, una
“Lidia y su familia” y, sin embargo, nunca bautizó más que a
creyentes que profesaron su fe. Por consiguiente, deducir de esta
palabra que se bautizaba a los niños es dar por sentado algo que no
es así. Como verá el lector, sí se dice algo acerca de estas tres
familias que, de hecho, indica quiénes las formaban: a partir de
58
esto, puede demostrarse que es cierto que la familia del carcelero
y la de Estéfanas manifestaron haber creído en Cristo; lo que se
dice de ellas sería imposible en el caso de los niños. En cuanto a la
de Lidia, si los “hermanos” a quienes Pablo y Silas “consolaron”
en su casa eran su familia, y si no había más cristianos que ellos
en la ciudad aparte de la familia que acababan de dejar, ya no hay
incertidumbre en cuanto a ellos. De manera que, aunque en las
Escrituras se habla de innumerables familias sin añadir nada que
nos aclare su composición, Dios quiso darnos esa información
acerca de las familias bautizadas para llevar al lector a la
conclusión de que todos ellos pertenecían, como el apóstol mismo
testifica, a la iglesia de la que Estéfanas y su familia eran
miembros: “… Llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo
nuestro Señor” (1 Corintios 1:9).
Los eminentes escritores paidobaptistas que he citado
reconocen ingenuamente que, en lo que a estas familias respecta,
las Escrituras no nos enseñan nada más acerca de lo que estamos
indagando que lo que me he esforzado en dejar claro para el
lector. Con mucho gusto dejo que sea el lector mismo quien
juzgue y tome su propia decisión.
9. EL BAUTISMO DE ALGUNOS DISCÍPULOS EN ÉFESO
Este es el noveno y último lugar, en Hechos de los Apóstoles, que
guarda relación con las indagaciones que estamos haciendo. La
pregunta de si las personas a las que se refiere el pasaje fueron
bautizadas dos veces (primero con el bautismo de Juan, y después
con el de Cristo) no afecta al objeto de nuestras pesquisas.
Hechos 19:1–7: “… Pablo, después de recorrer las regiones
superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo:
¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni
siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué,
pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo
Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al
pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en
Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre
del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre
ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran
por todos unos doce hombres”.

59
Está claro que, en el caso de estas personas, se trata del
bautismo de adultos, porque: 1. Se les llama “discípulos”. 2.
“Creyeron”. 3. “Recibieron el Espíritu Santo”. 4. “Hablaron
lenguas y profetizaron”, y eran un total de doce hombres. No
necesitamos, por tanto, agregar ni una sola palabra más con
respecto a estas personas.
Hemos repasado el libro de Hechos de los Apóstoles, lector
cristiano, y hemos examinado todos los ejemplos de la
administración de esta ordenanza recogidos en la historia sagrada.
Hasta este momento podemos asegurar con toda confianza que no
hemos encontrado ni un solo lugar, o pasaje, en el que se
describa, recoja o insinúe el bautismo de niño alguno. El lector no
tomará esto como una conclusión precipitada cuando oiga lo que
dicen los paidobaptistas siguientes:
El Dr. Goodwin afirma: “En primer lugar, el bautismo en sí implica
una regeneración segura. Los sacramentos no se administran jamás
como comienzo ni para producir la gracia. Léase todo el libro de
Hechos, donde siempre se dice que los hombres creyeron y fueron
bautizados”.
El Sr. T. Boston declara: “Las Escrituras no recogen ejemplo alguno
de bautismo en el que la persona bautizada no demostrara tener un
interés en la salvación de Cristo” (Works [Obras]).
Limborch señala: “No existe caso alguno en el que se pueda dar a
entender indiscutiblemente que los apóstoles bautizaran a algún
niño” (Complete System of Divinity [Sistema de teología completo],
Libro V, cap. 22).
Baxter: “Mi conclusión es que todos los ejemplos de bautismo en las
Escrituras dejan claro que solo se administró la ordenanza a aquellos
que profesaron la fe salvadora, y los preceptos no nos dan otra
instrucción. Reto al Sr. Blake, hasta donde me lo permite la
prudencia, a que me nombre un precepto o ejemplo que indique que
se pueda bautizar a cualquier otro tipo de persona, y que lo
demuestre si es que puede” (Certain Disputations of Right to
Sacrament [Ciertas discusiones acerca del derecho al sacramento]).
Capítulo 3
El bautismo según se enseña en las Epístolas

60
Ahora examinaremos aquellos pasajes de las Epístolas
apostólicas que se refieren a esta ordenanza.
1. PASAJES QUE CONTIENEN ALUSIONES DIRECTAS AL MODO Y AL
PROPÓSITO ESPIRITUAL DEL BAUTISMO
Romanos 6:3–5: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el
bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su
muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”.
Colosenses 2:12: “Sepultados con él en el bautismo, en el cual
fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de
Dios que le resucitó de los muertos”.
El objetivo del apóstol Pablo en estos textos, y la relación que
hay entre ellos, es la demostración a las iglesias a las que ha
estado escribiendo de que es necesario andar y hablar en una
forma santa. Para ello, les hace pensar en su bautismo, en la
profesión que hicieron y en el compromiso que tomaron de vivir
según las verdades que la ordenanza enseña en forma simbólica:
“¿No sabéis —dice a los romanos— que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús —en su religión o su Iglesia—, hemos
sido bautizados en su muerte?” (Romanos 6:3), en la confianza
puesta en su muerte, y en la semejanza de la misma, cuyo gran
propósito es quitar el pecado. Por consiguiente, así como nuestro
Señor murió y fue sepultado por esta causa, nosotros debemos
morir y ser sepultados en cuanto a amarlo y practicarlo. A
continuación, en el versículo 4, tenemos esta clara e impresionante
alusión al acto concreto por el cual se administra el rito en
cuestión, que, unida a la que encontramos en la Epístola a los
Colosenses, diría algo así:
Porque [es decir, para expresar este propósito] somos sepultados por
y en el bautismo con Cristo nuestro Señor; y así como Él resucitó de
los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros en nuestro
bautismo, en el que somos resucitados de la misma manera para que
de ahí en adelante andemos en vida nueva; y esto no es por nosotros

61
mismos, sino por medio de la fe en la obra de Dios que resucitó a su
Hijo del sepulcro para que viva y reine para siempre.
En estos pasajes el apóstol describe dos veces el bautismo como
si fuésemos sepultados y luego resucitásemos, y como si esto
debiera ser una representación continua de la sepultura y la
resurrección de Cristo, nuestro modelo y Señor; y esto solo se
lleva a cabo en la inmersión.
Con estas claras alusiones al modo como se administra esta
ordenanza, el sentido de la palabra “bautizar” se confirma aún
más. Aquí se explica muy claramente la necesidad de descender a
las aguas y subir de ellas (cf. Hechos 8:38 y Marcos 1:10), de
bautizar “en el Jordán” (Marcos 1:9), y allí donde hubiera
“muchas aguas” (Juan 3:23). Los eruditos paidobaptistas más
famosos por sus conocimientos han reconocido francamente lo
que nosotros hemos aseverado aquí. Lo difícil es solo elegir lo que
vaya a resultar más útil al lector de entre todos sus comentarios.
Las siguientes son las mejores citas de diferentes denominaciones
cristianas:
El Dr. Wall, párroco de Shoreham, en Kent, y autor de la famosa
obra titulada The History of Infant Baptism (Historia del bautismo
infantil), por la que recibió el agradecimiento de todo el clero de la
Conferencia Episcopal, dice: “En cuanto al modo de bautismo que se
solía efectuar, todos los textos escritos por todos los que hablan de
estos asuntos, es decir, Juan 3:23, Marcos 1:5 y Hechos 8:38, son
pruebas irrefutables de que la persona bautizada entraba en el agua y
a veces el bautista también. De estos relatos no podemos saber si
todo el cuerpo del bautizado se sumergía bajo las aguas, cabeza
incluida, de no ser por dos pruebas posteriores que, en mi opinión,
dejan la cuestión fuera de toda duda. Una, que S. Pablo hace alusión
al bautismo dos veces y habla de sepultura. La otra, la costumbre de
los cristianos en los años inmediatamente posteriores, que, gracias a
que se ha dado a conocer a través de libros en una forma más amplia
y detallada, se sabe que era la inmersión total” (Defence of the
History of Infant-Baptism [Defensa de la historia del bautismo
infantil]).
El arzobispo Tillotson afirma: “Antiguamente, los que se bautizaban
eran sumergidos y sepultados en el agua, para representar su muerte
al pecado, y luego salían del agua dando a entender su entrada en una

62
nueva vida. A estas costumbres alude el apóstol en Romanos 6:2–6”
(Works [Obras], tomo 1, sermón 7, p. 179).
El arzobispo Secker señala: “Sin lugar a dudas, el método más
habitual de bautismo en la Antigüedad era sepultar en el agua a la
persona que se bautizaba y levantarla de nuevo. Basándose en esto,
S. Pablo habla de que el bautismo representa la muerte, sepultura y
resurrección de Cristo y, al mismo tiempo, representa lo que se basa
en ellas: que estamos muertos y sepultados al pecado, y que
resucitamos para andar en vida nueva” (Lectures On The Catechism
[Conferencias acerca del Catecismo], conferencia nº 35).
El Dr. Nicholson (obispo de Gloucester) declara: “No fuimos al
sepulcro con Cristo porque nuestros cuerpos no podían ser sepultados
con el suyo. Pero en el bautismo, por medio de una especie de
analogía o semejanza, mientras nuestros cuerpos están bajo el agua,
se puede decir que somos sepultados con Él” (An Exposition of the
Catechism of the Church of England [Exposición del Catecismo de la
Iglesia de Inglaterra], p. 174).
El Dr. Whitby (autor de un comentario al Nuevo Testamento y de
más de cuarenta obras eruditas) explica: “Romanos 6:4 y Colosenses
2:12 declaran, expresamente, que somos sepultados con Cristo en el
bautismo cuando somos sepultados bajo el agua. Y de ahí tomamos
el argumento que nos obliga a una conformidad con su muerte,
muriendo al pecado. Esta inmersión ha sido observada
religiosamente por todos los cristianos durante trece siglos, y
nuestra Iglesia la ha aprobado. Sin embargo, se ha cambiado por la
aspersión sin permiso del autor de esta institución y sin autorización
de ningún consejo de iglesia, siendo esto lo que recomienda el
catolicismo para justificar por qué niega la copa a los seglares.
Habría que recuperar esta costumbre y hacerlo de manera general. Se
permitiría la aspersión, como en la Antigüedad, solo en casos
clínicos o en peligro de muerte inminente” (Nota sobre Romanos
6:4).
El Rvdo. Richard Baxter, el más eminente disidente de su tiempo,
afirma: “Por tanto, en nuestro bautismo se nos sumerge bajo el agua,
como indicando nuestra profesión del pacto; del mismo modo que Él
fue sepultado por el pecado, morimos y somos sepultados al pecado
para que, así como el glorioso poder de Dios le levantó de los
muertos, nosotros podamos resucitar a una vida nueva y santa”
(Paraphrase on the New Testament [Paráfrasis del Nuevo
Testamento], sobre Romanos 6:4).

63
El Dr. Doddridge explica: “Sepultados con Él en el bautismo. Se
podría decir claramente que esto es una alusión al bautismo por
inmersión como modo más habitual en aquellos primeros tiempos”
(The Family Expositor [El expositor familiar], nota sobre el pasaje).
El Rvdo. George Whitefield declara: “Nuestro texto de Romanos
6:3–4 hace una clara alusión al modo de bautismo por inmersión, que
es el que nuestra propia Iglesia permite” (Eighteen Sermons
[Dieciocho sermones]).
El Rvdo. John Wesley señala: “Sepultados con Él hace alusión a la
antigua forma de bautizar por inmersión” (Nota sobre Romanos 6:4).
El Dr. Chalmers, profesor de Teología en la Universidad de
Edimburgo, dice: “Hacemos referencia a esto [a la práctica de la
inmersión] con el fin de arrojar luz sobre la analogía expresada en
estos versículos de Romanos 6:3–4. En su muerte, Jesucristo pasó
por este tipo de bautismo, incluida la inmersión bajo la superficie de
la tierra, de donde pronto volvió a surgir por su resurrección. Se
entiende que nosotros, al ser bautizados en su muerte, pasamos por
una transformación similar: en el acto de descender a las aguas del
bautismo, hemos renunciado a la antigua vida y, al ascender de ellas,
surgimos a una segunda o nueva vida” (Lectures on the Epistol to the
Romans [Conferencias sobre la Epístola a los Romanos]).
El Rvdo. Albert Barnes declara: “Es tremendamente probable que,
aquí, el apóstol haga alusión a la costumbre de bautizar por
inmersión” (Nota sobre el pasaje).
El apóstol utiliza la analogía de plantar, al igual que la de
sepultar, en alusión al bautismo: “Si fuimos plantados juntamente
con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la
de su resurrección” (Romanos 6:5). Esto también coincide con el
mismo modo de administrarlo; pero con ningún otro.
El Dr. Macknight afirma: “Plantados juntamente con él en la
semejanza de su muerte. Sepultar a Cristo y a los creyentes, primero
bajo las aguas del bautismo y después bajo tierra, se compara, de
manera bastante adecuada, con plantar semillas en la tierra, porque el
efecto, en ambos casos, es resurgir a un estado de mayor perfección”
(Apostolic Epistols [Epístolas apostólicas], nota sobre Romanos 6:5).
La Asamblea de Teólogos de Westminster señala: “ ‘Si fuimos
plantados juntamente…’, etc. Con esta elegante similitud, el apóstol
nos describe como una planta que se siembra en la tierra, y que
durante un tiempo yace como muerta sin moverse, pero que después
64
brota y florece. Así también el cuerpo de Cristo yació muerto durante
un tiempo en el sepulcro, pero volvió a brotar y floreció en su
resurrección. En el bautismo nosotros también somos sepultados por
un momento en las aguas para ser resucitados a una vida nueva”
(Assembly’s Annotations [Anotaciones de la Asamblea], In Loc.).
CONCLUSIÓN: Basándome en las Escrituras que encabezan
esta sección, llego a la conclusión de que, en la era apostólica, la
forma externa del bautismo era sepultar en agua. Esto resulta
infinitamente interesante para el corazón del cristiano por lo que
pretendía representar: la muerte, sepultura y resurrección del
Redentor. Intuyo la infinita e irresistible obligación que recae
sobre la persona que se bautiza: dedicar su vida a ese Señor con
cuya muerte y resurrección le asemeja de manera simbólica el rito
del bautismo. Veo también en estos versículos el principio y el
poder por los cuales se debe efectuar el bautismo: “Mediante la fe
en el poder de Dios” (Colosenses 2:12). Esta intención de la
ordenanza no se puede cumplir en nadie que no tenga este
principio vivo. Estos versículos no se habrían escrito jamás si lo
correcto fuese la aspersión y el bautismo infantil. Se aplican al
bautismo de los creyentes solamente, y administrado por
inmersión.
2. MENCIÓN OCASIONAL DEL BAUTISMO
Efesios 4:5: “Un Señor, una fe, un bautismo”
1 Corintios 7:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos
bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o
libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”.
Gálatas 3:27: “Porque todos los que habéis sido bautizados en
Cristo, de Cristo estáis revestidos”.
1 Corintios 15:29: “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan
por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por
qué, pues, se bautizan por los muertos?”.
El apóstol recomienda paz y unidad a los efesios y a los
corintios; que sean de un solo corazón, de un mismo pensamiento,
para que no haya división en el cuerpo, ya que todos eran uno en
Cristo. En su exhortación, les recuerda la enseñanza que todos
ellos han recibido: que solo hay “un Señor, una fe, un bautismo”
(Efesios 4:5), y que “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados
65
en un cuerpo, sean judíos o griegos” (1 Corintios 7:13). Aquí
deberíamos observar que el apóstol pone la fe antes que el
bautismo, como hizo Cristo, el gran Legislador: “El que creyere y
fuere bautizado” (Marcos 16:16); “Una fe, un bautismo” (Efesios
4:5). Si este pasaje tuviera que expresarse conforme a la práctica
general de nuestros días, habría que “invertir” el orden de Cristo y
del apóstol. El Rvdo. Charles Simeon así lo admite.
Se piensa que, en el versículo dirigido a los gálatas que
encontramos al principio de este capítulo, el apóstol alude al
cambio de vestiduras necesario después de llevarse a cabo el
bautismo. Las expresiones: “… Habiéndoos despojado del viejo
hombre con sus hechos…” (Colosenses 3:9–10), y: “… Vestíos
del nuevo hombre…” (Efesios 4:22–24), harían también referencia
a ello, y, especialmente: “Vestíos del Señor Jesucristo” (Romanos
13:14), como “Jehová, justicia nuestra” (Jeremías 33:16).
El Dr. Adam Clarke declara: “Al ascender de las aguas, era como si
[la persona bautizada] hubiese resucitado a la vida. Por tanto, al
quitarse esa ropa mojada era como si se despojara de su antigua
forma de ser gentil y adquiriera un nuevo carácter al ponerse, como
era costumbre, ropa nueva o limpia” (Commentary on the Bible
[Comentario bíblico], sobre Romanos 6:4).
Al último versículo citado, 1 Corintios 15:29, se le han dado
muchas interpretaciones, porque no queda claro el significado de
las palabras “por los muertos” que utiliza el apóstol.
El Dr. John Edwards dice: “Algunos de los Padres de la Iglesia
sostienen que el argumento del apóstol, en el texto, es algo así como:
Si no hubiera resurrección de los muertos, ¿por qué constituye el
bautismo un símbolo tan relevante de nuestro morir y volver a la
vida, así como de la muerte y resurrección de Cristo? Se pensaba que
la inmersión representaba la muerte de Cristo, y que el salir del agua
simbolizaba su resurrección, y también la propia resurrección futura”
(en Stennett, S.: Answer to Addington [Respuesta a Addington]).
El Dr. Macknight señala: “El bautismo de Cristo fue un símbolo de
su futura muerte y resurrección. El bautismo de los creyentes es
igualmente el símbolo de su propia muerte, sepultura y resurrección”
(Apostolic Epistols [Epístolas apostólicas], nota sobre Romanos 6:4).

66
CONCLUSIÓN: Si la fe precedía al bautismo en tiempos de los
apóstoles, y si las personas que recibían esta ordenanza se habían
impregnado de la influencia de ese único Espíritu y se habían
revestido de Cristo como vestidura de justicia y adorno espiritual
de sus almas, y si esperaban participar de la primera resurrección
en su venida y su gloria, queda muy claro entonces que solo aquel
que se convierte genuinamente a Cristo puede ser bautizado, o
disfrutar de privilegios tan altos y tan deleitosos.
3. EL BAUTISMO EJEMPLIFICADO POR ACONTECIMIENTOS
RECOGIDOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Estos son los últimos pasajes que encontramos en el Nuevo
Testamento con respecto al asunto que estamos tratando:
1 Corintios 10:1–2: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis
que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el
mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar”.
1 Pedro 3:20–21: “Los que en otro tiempo desobedecieron, cuando
una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se
preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron
salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos
salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la
[respuesta]1 de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección
de Jesucristo”.
Para que el lector pueda entender bien lo que dice Pablo en este
primer pasaje, sería bueno que estudiara el relato del Antiguo
Testamento al que se refiere, en Éxodo 14. En el versículo 22 se
nos dice que los israelitas “entraron por en medio del mar, en
seco”, y que el mar se dividió abriendo un pasillo para ellos, y
formando un “muro a su derecha y a su izquierda”. También se
nos dice que la “nube” que les había guiado cambió ahora su
posición y se puso entre los dos ejércitos, escondiendo a los
israelitas de sus enemigos, de manera que “alumbraba” a los
primeros y era “nube y tinieblas” para los egipcios (cf. v. 20). No
parece que el agua tocase en modo alguno a los israelitas, de ahí
que el apóstol debe haber utilizado la palabra “bautizados” en
sentido figurado. Para saber si esto es una referencia al modo, no

1
En la versión del rey Jacobo que utiliza el autor la palabra que se emplea es answer, “respuesta”
(N. T.).
67
tenemos más que preguntar: ¿Concuerda más la situación de los
judíos “en la nube y en el mar” con la aspersión de agua o con
sumergirse totalmente en ella? Los más célebres paidobaptistas
responden lo siguiente:
“Witsius expone el texto de la siguiente manera: ‘¿Cómo fueron
bautizados los israelitas en la nube y en el mar si no fueron
sumergidos en el agua ni tampoco los mojó la lluvia? Debemos
considerar que el apóstol utiliza aquí el término ‘bautismo’ en un
sentido figurado, pero, a pesar de ello, concuerda de algún modo con
una señal externa. El mar es agua, y una nube se diferencia en muy
poco de lo que es el agua. La nube colgaba sobre sus cabezas, y el
mar los rodeaba por todas partes, de la misma manera que lo hace el
agua con los que se bautizan’ ” (en Booth, A.: Paedobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
El Dr. Whitby señala: “El mar los cubrió por ambos lados (cf.
Éxodo 14:22); de modo que, de alguna manera, tanto la nube como el
mar tenían un parecido con lo que ocurre cuando el agua nos cubre
en el bautismo. Entrar en el mar era como el antiguo rito de bajar a
las aguas; y salir de él era como levantarse y salir del agua” (Ibíd.).
El apóstol Pedro nos enseña que, como Noé y su familia
“fueron [salvados] por agua” (1 Pedro 3:20), de la misma manera
el bautismo, símbolo del agua del diluvio, “salva” al creyente. No
se trata de lavar su persona, ni de un rito de purificación que no
puede quitar el pecado, sino que el agua es como un “simbolismo”
en ambos casos. Esto significa que, al exhibir a Cristo y sus
méritos, el creyente se salva por la sagrada realidad que señala.
En este caso, el bautismo es “la [respuesta] de una buena
conciencia hacia Dios” (v. 21): tanto la respuesta dada durante el
bautismo como el posterior testimonio de la mente hacia Dios son
actos conscientes, que se derivan de una fe sincera del corazón en
los méritos de la muerte y la resurrección del Salvador.
El Dr. Owen declara: “No puedo negar que hay una gran analogía
entre la salvación por medio del arca y la del bautismo, ya que la una
representó a Cristo mismo y la otra lo exhibe” (On Hebrews, [Sobre
Hebreos]).
El Dr. Macknight: “Esta respuesta de una buena conciencia hacia
Dios es una respuesta interna1. Indica que la persona bautizada está
sinceramente persuadida de las cosas que, sometiéndose al bautismo,
68
profesa creer, a saber, que Jesús resucitó de los muertos y que, en el
día final, resucitará de los muertos para vida eterna a todos los que le
obedezcan sinceramente” (Apostolic Epistols [Epístolas apostólicas],
nota In Loc.).
CONCLUSIÓN: Si el ejercicio de “una buena conciencia” va
asociado a la ordenanza del bautismo, esta unión solo se puede dar
en un creyente en Cristo.
Con esto, lector, he cumplido el propósito principal de este
trabajo. He transcrito y expuesto todos los pasajes del volumen
sagrado que se refieren al tema de nuestra investigación y que
contienen cualquier información acerca de los sujetos, el modo o
el propósito espiritual del bautismo. Espero humildemente haber
conseguido efectuar la tarea emprendida al brindar al lector esta
Guía bíblica del bautismo. Nuestro divino Maestro nos ordenó
“[escudriñar] las Escrituras” (Juan 5:39), y aprobaría que lo
hiciéramos con respecto a cualquier cuestión que tenga que ver
con su causa y con su Reino. “A la ley y al testimonio” (Isaías
8:20) es una inspirada máxima en teología de la que ningún
protestante disentirá. El Redentor dijo: “Erráis, ignorando las
Escrituras” (Mateo 22:29).
Por consiguiente, ahora deberíamos poder responder a las
preguntas que formulamos al principio:
A. Según lo que respalda Cristo y lo que practicaron sus
apóstoles, ¿quiénes son los sujetos aptos para el bautismo
cristiano?
Respuesta: Hemos visto el bautismo de muchos miles de
personas, y hemos observado la administración de la ordenanza en
muchas ocasiones distintas. A lo largo del libro sagrado no hemos
encontrado ni un solo caso de bautismo, a excepción del de Cristo,
en el que podamos suponer que no se recibiera una instrucción
previa en las doctrinas del evangelio y que no hubiese una
profesión de fe. En cada caso se indica expresamente, o se da a
entender, para que no haya lugar a discusión.
B. ¿Qué modo de bautismo es el que se debe administrar?

69
Respuesta: No hemos hallado ni un solo versículo, palabra o
circunstancia en pasaje alguno que indique la aplicación de agua
por medio de la aspersión o rociándola. En cada lugar en el que se
describe la ordenanza, la inmersión es el innegable significado de
la palabra bautismo. Las circunstancias lo dan a entender
claramente, y las alusiones así lo confirman.
C. ¿Cuál es su propósito espiritual, y en quién se lleva a cabo?
Respuesta: Los pasajes que hemos considerado nos indican
claramente que la intención divina era que esta ordenanza
exhibiera y enseñara el importante cambio producido en el
pecador por la eficacia de la gracia, es decir: su purificación del
pecado; su muerte y sepultura en cuanto a amarlo y a practicarlo;
su resurrección a una nueva vida religiosa; la unión y la comunión
en las que entra el cristiano con el Dios trino; y su resurrección de
los muertos, por medio de su Señor crucificado y resucitado,
cuando Él venga.
Aquí se podrían cerrar estas páginas, pero, cuando empecé a
examinar el asunto del bautismo y leí cuidadosamente estas
porciones de las Escrituras, sentí la inquietud de hacer unas
cuantas preguntas a aquellos que eran competentes para
responderme. Se me había enseñado, desde mi tierna infancia, a
considerar el bautismo infantil como algo que tenía respaldo
divino, y me imagino que tal vez muchos de los que investiguen
acerca de este asunto sientan la misma preocupación. Mis
preguntas fueron respondidas en una forma satisfactoria. Si el
lector tiene esa misma inquietud y desea hacer las mismas
preguntas, creo que llegará a la conclusión que a mí me dejó
tranquilo. Por ello, escribiré unas cuantas páginas acerca de las
preguntas y respuestas que, en mi opinión, pueden resultar
satisfactorias. Dejo a la consideración y a la conciencia del lector,
y a la influencia de ese Espíritu cuya tarea es la de “[guiar] a toda
la verdad” (Juan 16:13), el juzgar si lo son o no.
Respaldaré las respuestas con citas de eminentes escritores
paidobaptistas, como he hecho con mis observaciones anteriores.
En algunos casos, solo proporcionaré los fragmentos que
representen las respuestas mejores y más concluyentes.
70
Capítulo 4
La base y los supuestos beneficios del bautismo
infantil
Pregunta 1: Aunque en los pasajes citados de las Escrituras no he
encontrado un respaldo expreso, ni por mandamiento ni por
ejemplo, al bautismo infantil, ¿admitirán los teólogos
paidobaptistas que el Nuevo Testamento no ofrece ese respaldo?
Respuesta: El obispo Burnet declara: “No existe un precepto o regla
expresa en el Nuevo Testamento para el bautismo infantil” (An
Exposition of the Thirty-nine Articles of the Church of England
[Exposición de los treinta y nueve artículos de la Iglesia de
Inglaterra], art. 27).
El Rvdo. Samuel Palmer dice: “No hay nada en las palabras de
institución, ni en ninguno de los relatos de la administración de este
rito, en cuanto al bautismo infantil: no hay ni un solo precepto, ni
ejemplo, de esta práctica a lo largo de todo el Nuevo Testamento”
(Answer to Dr. Priestley’s Address On the Lord’s Supper [Respuesta
al discurso del Dr. Priestley sobre la Cena del Señor]).
Lutero señala: “En las Sagradas Escrituras no se puede probar que
Cristo instituyera el bautismo infantil, ni que empezara con los
primeros cristianos después de los apóstoles” (en Booth, A.:
Paedobaptism Examined [El paidobaptismo a examen]; véanse
también las citas de Goodwin, Boston, Limborch y Baxter al final de
nuestro capítulo 2).
2. ¿Qué debemos hacer, pues, con las palabras de nuestro
Salvador y su conducta? Marcos 10:14, 16: “Dejad a los niños
venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de
Dios. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos,
los bendecía”.
Respuesta: Si, cuando nuestro condescendiente Salvador tomó a
esos niños en sus brazos, se hubiese añadido: “Y los bautizó”, en
vez de: “Y […] los bendecía” (v. 16), se podría haber aducido este
pasaje con toda propiedad, y, desde luego, habría zanjado la
cuestión. Pero, tal como el Espíritu Santo ha recogido la
circunstancia, no se refiere tanto al bautismo infantil como a la
comunión de los niños, o a su circuncisión. Ciertamente Cristo no
71
bautizó a esos niños, porque Él nunca bautizó a nadie (cf. Juan
4:2). Si sus discípulos, que eran quienes bautizaban por Él y con
su respaldo, hubiesen recibido la orden de su Señor de bautizarlos,
no habrían reprendido a los padres y amigos por traerlos.
Este pasaje, por justa deducción e insinuación, contiene un
argumento en contra del bautismo infantil. Aquí observamos que
los padres traen a sus hijos a Jesús para que los bendiga o, al
menos, para que “ore” por ellos (cf. Mateo 19:13) a fin de que la
bendición del Cielo estuviese sobre ellos. Ahora bien,
permítaseme preguntar: si el bautismo hubiese puesto a estos
niños bajo el pacto de gracia, o los hubiese introducido en la
Iglesia de Cristo, o les hubiese asegurado cualquier beneficio
espiritual, ¿se lo habría ocultado el Señor Jesús a los padres y a
sus discípulos? ¿Habría tomado a los niños en sus brazos para
bendecirlos y se los habría devuelto a los padres sin bautizarlos y
sin decir ni una sola palabra acerca de esa ordenanza? ¿En algún
momento se acercó alguien a Él en busca de un beneficio
espiritual, y Él no lo concedió? Aquí procuraba el bien espiritual
de esos niños que se ponían en sus manos, y si el bautismo hubiese
sido el sello, la llave, la puerta a todas las bendiciones espirituales
del pacto de gracia, como los paidobaptistas suelen decir, ¿se lo
habría negado el Señor Jesús, o los habría dejado ir sin
concedérselo? Esto es imposible, y de ello deduzco que el
bautismo infantil no forma parte de la voluntad de Cristo, que no
puede transmitir nada bueno y que no debería observarse. Algunos
de los paidobaptistas más eruditos son conscientes de que este
pasaje no viene al caso. Vemos, pues, que…
Los discípulos de Poole dicen: “Debemos tener cuidado de no
justificar el bautismo infantil basándonos en el ejemplo de Cristo tal
como se expone en este texto, porque lo cierto es que no bautizó a
esos niños. Marcos solo dice: ‘Y tomándolos en los brazos, poniendo
las manos sobre ellos, los bendecía’ ” (Poole, M.: Annotations
[Anotaciones], sobre Mateo 19:14).
El obispo Taylor señala: “Inferir que los niños deben ser bautizados
partiendo del hecho de que Cristo los bendijera solo demuestra que
no hay mejores argumentos; la conclusión que se debería sacar de
este pasaje es que Cristo bendijo a los niños y los despidió, sin

72
bautizarlos. Por consiguiente, los niños no deben bautizarse” (Liberty
of Prophecy [Libertad de profecía]).
3. Si el Nuevo Testamento no respalda el bautismo infantil, ¿en
qué se basan los teólogos paidobaptistas para practicarlo y
defenderlo?
Respuesta: El Dr. Edward Williams, uno de sus defensores más
entusiastas, afirma: “Sus partidarios no se ponen de acuerdo en
cuanto a esta pregunta: ¿En qué se basa el derecho de los niños al
bautismo?” (Notas sobre la obra Social Religion [Religión social], de
M. Maurice).
Sus razones son varias y contradictorias. Los primeros Padres
que lo practicaron insistieron en la virtud de la ordenanza de
quitar el pecado y asegurar la vida eterna. Asimismo, añadieron
que la negligencia en cuanto a esta práctica acarreaba la
perdición1. La Iglesia de Roma sostiene que “si alguien dice que el
bautismo no es necesario para la salvación, sea maldito”2. La
Iglesia griega afirma por medio de Cirilo, patriarca de
Constantinopla: “Creemos que el bautismo es un sacramento
ordenado por el Señor. Si las personas no lo reciben, no pueden
tener comunión con Cristo”3. Tanto la Iglesia luterana como la
Iglesia de Inglaterra sostienen que las ordenanzas “en general son
necesarias para la salvación”. La primera, de acuerdo con Calvino
y Melanchthon, “reconoce un tipo de fe en los niños” y les
concede el derecho al bautismo, mientras que la Iglesia inglesa no
vacila en bautizarlos “porque ellos [los niños] prometen, por
medio de sus padrinos” arrepentimiento y fe, “y están obligados a
cumplir esa promesa cuando tengan la edad adecuada”4.
Muchos escritores eruditos, así como iglesias, han expresado su
opinión con respecto a esta pregunta. Los Drs. Wall y Hammond,
y otros muchos, sostienen que la práctica del bautismo prosélito
judío es el fundamento del rito cristiano y que, así como recibían
el primero, también deberían recibir este último. Pero el Dr.
Owen, el Dr. Jennings y otros han demostrado que no existió tal
práctica entre los judíos que pudiera proporcionar este patrón
1
Véanse las citas de Origen, Cipriano y Ambrosio en Wall, W.: A History of Infant Baptism.
2
Cf. Catecismo del Concilio de Trento.
3
Cf. Confessio Christianae Fidei, cap. 16.
4
Cf. Catecismo de la Iglesia Episcopal, y Booth, A.: Paedobaptism Examined.
73
hasta varias generaciones después de Cristo5. Sir N. Knatchbull da
por sentado que la circuncisión es el fundamento adecuado. Beza
y, después de él, el Dr. Doddridge y otros consideraron que la
santidad de los hijos de los creyentes los convertía en sujetos
aptos6. Matthew Henry y el Dr. Dwight consideraron que la
profesión de fe de los padres constituía el derecho de sus hijos al
bautismo7. El Dr. H.F. Burder afirma: “El principio idéntico que
impregna y une la totalidad del argumento es que los niños deben
ser bautizados únicamente basándose en la relación con sus
padres”, y añade: “Es una relación en el pacto de gracia, el pacto
de redención, el pacto eterno que abarca todo lo que el hombre
pueda desear, o todo lo que Jehová puede impartir”8. Un escritor
anónimo afirma que “por medio del bautismo, los niños entran en
el pacto de gracia”. Otro lo niega alegando que “los hijos de los
creyentes están real y verdaderamente en el pacto de gracia antes
de su bautismo”9. Este tipo de contrariedad y absurdidad sin fin se
da por no estar respaldado el asunto por las Escrituras.
4. Algunas de las razones que aceptan esas iglesias y esos
hombres eminentes parecen tener peso. ¿Esa “santidad” a la que se
hace referencia, que existe en los hijos de los creyentes, y que se
basa en 1 Corintios 7:14, no nos proporciona el motivo que
estamos buscando? “Porque el marido incrédulo es santificado en
la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera
vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos”. Si
son santos, entonces son aptos para el bautismo.
Respuesta: Tantos hombres buenos han pensado: ¿Pero qué se
entiende por santidad en el pasaje anterior? El apóstol dice que es
el resultado de la santificación de un incrédulo. Ahora bien, esa
santificación no puede ser espiritual, porque esa es la obra del
Espíritu Santo en la mente y el corazón, y el incrédulo no tiene
parte ni suerte en ella (cf. Hechos 8:21). Si prestamos atención al
asunto acerca del que está hablando el apóstol, lo entenderemos
perfectamente. Está aconsejando a los corintios con respecto a la

5
Cf. Judson, A.: A Sermon On Christian Baptism.
6
Véanse las citas de Beza y Doddridge sobre [Bible:1 Co 7:14]1 Corintios 7:14.
7
Cf. Henry, M.: Treatise on Baptism, y Dwight: Theology, sobre el pasaje.
8
Cf. Burder, H.F.: A Sermon on the Right of Infants to Baptism.
9
Cf. Booth, A.: Paedobaptism Examined.
74
pregunta siguiente: Si un marido, o una mujer creyente tiene un
cónyuge judío o idólatra, ¿debería separarse el creyente de este
cónyuge, como en Esdras 10:1–14? El apóstol responde: Si el
cónyuge incrédulo consiente en vivir con el creyente, este no
debería causar la separación. A continuación viene el pasaje que
estamos considerando: “Porque el marido incrédulo es santificado
en la mujer”, o, como lo interpreta Doddridge: “Es santificado
para la mujer”.
Entonces, ¿en qué sentido puede algo o alguien ser santificado,
si no se le comunica una santidad moral o espiritual, y si la
santificación no es obra del Espíritu Santo? Las Escrituras
proporcionan la respuesta: bajo la ley, el Templo, el altar, las
ofrendas, las vestiduras oficiales, etc. estaban santificados cuando
eran designados por la ley de Dios y apartados para un propósito
especial. Si aplicamos esto al asunto que estamos tratando, el
matrimonio es una institución establecida por Dios y, cuando un
hombre y una mujer entran en ese contrato, por la ley de Dios
están apartados y, en ese sentido, “santificados” para esa relación
de marido y mujer. De ahí que la unión sea legal y agrade a Dios;
deberá continuar así aunque una de las partes sea creyente y la otra
no.
Si la palabra santo se debe tomar en un sentido espiritual, y de
ella se deduce el bautismo infantil, la palabra santificado que es
evidentemente una palabra parecida, proporcionaría
indudablemente una razón equivalente para el bautismo del padre
que no es creyente. Tampoco deberíamos olvidar que la palabra
hijos aquí, como en Hechos 2:39, significa posteridad de cualquier
edad, lo mismo adultos que niños. Todos tienen la santidad a la
que se refiere el apóstol. Si alguno de ellos tiene derecho al
bautismo según esto, todos lo tendrían. De ese modo, el
argumento se autodestruye. Quizá confirmaremos este sentido que
le hemos dado si añadimos que los escritores judíos nos informan
de “las formas y los medios por los que se puede purificar o
legitimar a los hijos ilegítimos”, en los que se emplea el término
pureza o santidad precisamente en el mismo sentido que le hemos
dado a este pasaje del apóstol (cf. Gill, J.: Exposition on the Entire
Bible [Exposición de toda la Biblia], sobre Deuteronomio 23:2).
75
Si le damos este sentido al pasaje, la conclusión que el apóstol
saca de esta santificación, o designación por ley divina, es natural:
“Pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que
ahora son santos”. Esto quiere decir que, si la unión de los padres
no fuese según la ley de Dios, vuestros hijos serían el fruto de una
unión ilícita, pero, puesto que esa unión está en armonía con la
voluntad de Dios, están libres de la impureza de la ilegitimidad,
como en Deuteronomio 23:2. Así entienden al apóstol algunos de
los escritores paidobaptistas más hábiles.
El Sr. T. Williams declara: “El marido no creyente es santificado
por la esposa (creyente), etc., de modo que la unión es perfectamente
legal, y los hijos son legítimos o, en un sentido ceremonial, santos”
(Cottage Bible, sobre el pasaje).
Melanchthon, el Reformador, dice que “el razonamiento es este: ‘Si
el uso del matrimonio no agradara a Dios, vuestros hijos serían
bastardos y, por tanto, impuros; pero vuestros hijos no son bastardos,
por consiguiente el uso del matrimonio complace a Dios’. La ley
muestra que los bastardos eran especialmente impuros (cf.
Deuteronomio 23)” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El
paidobaptismo a examen]).
Suarez y Vasques afirman: “Los hijos son llamados santos en un
sentido civil: es decir, legítimos y no bastardos. Es como si Pablo
hubiese dicho: ‘Si vuestro matrimonio fuese ilegal, vuestros hijos
también lo serían. Pero lo primero no es un hecho, por tanto, lo
segundo tampoco lo es’ ” (Ibíd.).
Camero señala: “La santidad de la que habla el apóstol no está en
oposición con la impureza que, por naturaleza, todos tenemos por la
ofensa de Adán, sino a aquella que temían las esposas creyentes
porque vivían con maridos incrédulos” (Ibíd.).
El Rvdo. Albert Barnes dice: “Este pasaje se ha interpretado a
menudo, y se sigue apelando a él, en el sentido de probar que los
hijos son ‘legítimamente santos’ y que tienen derecho al privilegio
del bautismo basándose en la fe de uno de sus progenitores. Pero, en
contra de esta interpretación, hay objeciones insuperables” (Nota
sobre el pasaje).
CONCLUSIÓN: Si la santidad, que no es más que legitimidad
de nacimiento, no da derecho al bautismo, entonces el pasaje que
hemos considerado no favorece el bautismo infantil.
76
5. A la vista de esta interpretación, parecería que los hijos de los
creyentes no son mejores, ni más santos por naturaleza que los de
los incrédulos. ¿Concuerda esto con las Escrituras?
Respuesta: Sin lugar a dudas. En el Salmo 51:5, el hijo del
piadoso Isaí dice así: “He aquí, en maldad he sido formado y en
pecado me concibió mi madre”. En Efesios 2:3, el apóstol Pablo
dice de sí mismo y de todos los cristianos primitivos: “… Éramos
por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”. En
Romanos 5:12 leemos: “Por tanto, como el pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte
pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Romanos
3:9–10 dice: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En
ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que
todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun
uno”. Y nuestro Salvador afirma: “Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es […]: Os es
necesario nacer de nuevo” (Juan 3:6–7).
La Iglesia de Inglaterra señala: “El pecado original es la culpa y la
corrupción de la naturaleza de todos los hombres y, por consiguiente,
toda persona nacida en este mundo merece la ira de Dios” (An
Exposition of the Thirty-nine Articles of the Church of England
[Exposición de los treinta y nueve artículos de la Iglesia de
Inglaterra], art. 9).
El Sr. Dorrington declara: “Aunque los padres sean admitidos en el
nuevo pacto, los hijos nacidos de ellos no nacen dentro del mismo,
sino que, como todos los demás, nacen en un estado de rebeldía y
miseria” (Vindication of the Church [Justificación de la Iglesia]).
El Dr. Adam Clarke afirma: “Todos nacemos con una naturaleza
pecaminosa: no ha habido nunca un caso de alma humana
inmaculada (a excepción de Cristo), desde la Caída de Adán. Por
medio de su transgresión, todos venimos al mundo con las semillas
de la muerte y de la corrupción en nuestra propia naturaleza; todos
somos pecadores, todos somos mortales, y debemos morir”
(Commentary on the Bible [Comentario bíblico], sobre Romanos
5:12–13).
El Dr. Doddridge dice: “Dado que todos procedemos de un original
corrupto, no solo somos portadores de la imagen del Adán terrenal en
las debilidades de un cuerpo mortal, sino también en la degeneración
77
de una mente corrupta” (The Family Expositor [El expositor
familiar], Juan 3:1–10).
Ninguna doctrina puede ser más peligrosa, ya que está calculada
para ser fatalmente engañosa: que, por el hecho de que las
personas nazcan de padres piadosos, se piense que esto les
proporciona una distinción espiritual particular y una ventaja que
les da derecho a los privilegios sagrados, por lo cual no necesitan,
a diferencia de los demás, la misma gracia y misericordia que
convierten a las personas ni el mismo sacrificio expiatorio. Juan el
Bautista aplicó el hacha a la raíz de este árbol (cf. Mateo 3:10) en
los albores de la dispensación del cristianismo: “Y no penséis
decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre”
(Mateo 3:9). ¡Sois una “generación de víboras! ¿Quién os enseñó
a huir de la ira venidera?” (Mateo 3:7). Asimismo, cuando los
judíos pronunciaron su alarde habitual: “Linaje de Abraham
somos…” (Juan 8:33), el Redentor les respondió: “Sé que sois
descendientes de Abraham […]. Si vuestro padre fuese Dios,
ciertamente me amaríais […]. Vosotros sois de vuestro padre el
diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Juan 8:37,
42, 44). Este es el testimonio de Cristo acerca de la semilla de
Abraham en su estado natural antes de la conversión.
6. Pero, como recoge Génesis 17:1–14, agradó al Todopoderoso
hacer pacto con Abraham, “padre de los creyentes” (Romanos
4:11), y en este pacto no solo está incluida la descendencia de
Abraham, sino él mismo también: “Y estableceré mi pacto entre
mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por
pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después
de ti” (v. 7). En el Nuevo Testamento, en Gálatas 3:1, los
creyentes en Cristo son llamados “hijos de Abraham”. ¿No
deberían estar incluidos en este pacto? Si ellos lo están, ¿no
deberían estarlo también sus hijos, como descendencia de los
“hijos de Abraham”?. Si admitimos esto, ciertamente tales hijos
pertenecen a la Iglesia de Dios y, por consiguiente, tienen derecho
a sus ordenanzas.
Respuesta: Dado que esto se considera generalmente el punto
de apoyo del bautismo infantil, mi respuesta será un poco más
extensa. Para comprender el asunto, el lector debería observar que
78
las Escrituras mencionan varios pactos entre el Ser divino y los
hombres. Solo en dos de ellos se promete la vida eterna, a saber:
en el pacto de las obras y en el de la gracia. El primero fue con
Adán como cabeza de la raza humana y, en pocas palabras,
funciona así: “Haz esto y vivirás”. Este pacto de las obras se
renovó en los preceptos de la ley moral del Sinaí, de la que se
escribió: “El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas”
(Romanos 10:5; cf. Levítico 18:5). El segundo, el pacto de gracia,
vino después de que el hombre no fuese capaz de obtener la vida
eterna por medio del primero. Este pacto se hace en Jesucristo,
como cabeza y representante de su Iglesia, que cumple los
requisitos de Dios en nombre de su pueblo; para el hombre
funciona así: “El que crea tendrá vida eterna” (cf. Juan 3:15, 16,
36; Hechos 16:31; Romanos 10:4, 9). Cada alma salvada ha
disfrutado de las bendiciones de este pacto desde el principio del
mundo (véase lo que dice Witsius acerca de este asunto).
Ahora bien, el pacto que se hizo con Abraham era distinto de
estos, como lo fue el de Noé. Era un pacto especial, que limitaba
sus beneficios a Abraham y a sus descendientes; estos beneficios
eran dobles: 1. Espirituales e internos; entre los que se incluía la
justificación por fe, así como todos los beneficios del “pacto de
gracia”; 2. Terrenales y materiales; entre los que se incluía un
reino terrenal, toda la tierra de Canaán (cf. Génesis 17:8). Los
primeros eran por tener a Jehová como “Dios” en un sentido de
salvación, y esto era el resultado de “la justicia de la fe”
(Romanos 4:13); estos solo los disfrutaron Abraham y aquellos de
sus descendientes que creyeron. Los segundos fueron el don de
Dios a toda la nación, creyentes o inconversos; en este, Jehová era
el “Dios” de todos ellos, en un sentido especial, providencial, pero
terrenal.
De este modo, la descendencia de Abraham se presenta bajo
una doble descripción, que se corresponde con estos beneficios
dobles del pacto; la distinción depende de una palabra: “Fe”.
Obsérvese lo que dice la autoridad inspirada acerca de este punto
tan importante:
Romanos 9:6–8: “Porque no todos los que descienden de Israel son
israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos […].
79
Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios…”.
Romanos 4:12: “[Porque él es el] padre de la circuncisión, para los
que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las
pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham”. Gálatas 3:9: “De
modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”. Los
primeros fueron “justificados por fe”; los segundos no son “hijos de
Dios”, porque no tienen fe.
Ahora consideremos a esas personas que ven un argumento a
favor del bautismo infantil en ser, ellos y sus descendientes, “hijos
de Abraham” y, por ello, miembros de la Iglesia de Dios que está
bajo su pacto, y con derecho a sus ordenanzas. ¿A cuáles de estos
tipos de descendientes de Abraham profesan pertenecer? ¿A los
que eran de la carne y sin fe, o a los que también poseían la fe de
Abraham? Si pertenecen a los primeros, deberían ser judíos y no
cristianos. Si pertenecen a los segundos, estamos todos de
acuerdo: son creyentes y tienen derecho a ser bautizados según el
orden de Cristo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”
(Marcos 16:16).
Por tanto, el argumento que se basa en el pacto abrámico para el
bautismo infantil es ajeno a las Escrituras, infundado y absurdo, ya
que no se desean los beneficios pasajeros, sino los espirituales; y
estos se prometen solo a quien tiene fe, y no la disfrutan más que
personas regeneradas.
El Dr. Edward Williams revela lo absurdo del interés hereditario en
el pacto de la gracia en su nota acerca de la obra Social Religion
(Religión Social) de M. Maurice, y utiliza palabras de gran firmeza:
“Nuestro autor hace un considerable esfuerzo por sostener una idea
muy popular que, en mi opinión, es una hipótesis precaria. Se trata de
la gracia hereditaria, si se me permite expresar así la idea: que todas
las bendiciones del nuevo pacto son para todos los hijos de los
santos. Pero esa interpretación de la promesa abrámica de Génesis
17:7, que el Sr. Maurice y algunos otros han adoptado, y que
considera las palabras en su aplicación más mediocre, está repleta de
consecuencias tremendamente absurdas. Queda claro que Jehová no
era el Dios de Abraham y de sus descendientes incrédulos en el
mismo sentido”.
Matthew Henry afirma: “La gracia no corre por las venas; los
beneficios de la salvación tampoco van ligados de manera
inseparable a los privilegios externos de la Iglesia, aunque las
80
personas suelan ampliar el alcance de la promesa de Dios con el fin
de reafirmarse por medio de una esperanza vana. Los hijos de la
carne no son hijos de Dios en virtud de su relación con Abraham”
(Comentario sobre Romanos 9:6–13).
7. Pero, si admitimos esto, ¿los que recibían la circuncisión no
entraban en el pacto de la gracia?
Respuesta: ¡No! ¡En ningún caso! Como lo expresa el Dr.
Burder, el pacto de gracia es “el pacto de la redención, el pacto
eterno”. La gracia de Dios en Cristo Jesús es lo único que puede
hacer que las personas entren en ese pacto. Existió desde el
principio de los tiempos. Abel, Enoc, Noé y, sin duda, otros miles
de personas disfrutaron de la bendición de este pacto antes de que
Abraham naciera, aunque no estuviesen circuncidados. Por
consiguiente, la circuncisión no es parte del “pacto de gracia” y
queda totalmente claro que no fue lo que hizo que Abraham
entrara en él. Abraham disfrutó del mismo y de sus bendiciones
muchos años antes de que la circuncisión fuese instituida; fue,
como dice el apóstol, “no en la circuncisión, sino en la
incircuncisión” (Romanos 4:10). Ya he probado que este rito no
introducía a los hijos en el pacto de gracia.
8. ¿En qué sentido es, pues, la circuncisión “un sello del pacto
de gracia” si no tenía esa eficacia?
Respuesta: Aunque a la circuncisión se la denomine
habitualmente un sello del pacto de gracia, en ningún lugar de la
Palabra de Dios se la define así. En Romanos 4:11 se la llama
“sello de la justicia”, pero el sentido que le quiere dar el apóstol se
pierde si no se cita el versículo entero. Sus palabras son las
siguientes: “Y recibió [es decir, Abraham] la circuncisión como
señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún
incircunciso”. En ningún otro sitio se define la circuncisión como
un sello; ahora puede mi lector intentar aplicar esto a los niños, o a
la circuncisión o al bautismo infantil, o a los incrédulos.
Observará:
1. Que aquí se habla de la circuncisión con respecto a Abraham
en particular, y no en su administración general a la nación judía.
2. Que no se habla de ella como de algo que recibe una persona
81
destituida de una piedad vital, porque se la llama “sello de la
justicia de la fe”, etc. 3. Que no se habla de ella como de algo que
selle lo que se debería conceder o disfrutar en el futuro, sino que
es una bendición que ya se poseía con mucha anterioridad, “la fe
que tuvo estando aún incircunciso”.
Apelo al lector a que juzgue con seriedad para que pueda ver,
basándose en este pasaje, cómo se tergiversa la Palabra de Dios al
definir la circuncisión como “un sello del pacto”. En ese caso, se
estaría refiriendo a la administración nacional de ese rito a los
judíos, dando a entender que con él se sellan las bendiciones de la
salvación para ellos. Sin embargo, el apóstol expresa con suma
cautela que solo se sella lo obtenido previamente por medio de
una fe verdadera y viva. Este pasaje se puede aplicar únicamente a
Abraham y a aquellos de sus descendientes que, como su
progenitor, poseyeron una fe justificadora y salvadora.
Venema: “La circuncisión fue un sello de la justicia de la fe, como
afirma el apóstol, pero solo en el caso de los israelitas creyentes” (en
Booth, A.: Paedobaptism Examined [El paidobaptismo a examen]).
9. ¿Por qué, pues, se administraba la circuncisión a los niños?
Respuesta: El propósito de la circuncisión, en su administración
nacional a todos los varones de la posteridad de Abraham y a las
personas “[compradas] con dinero” (Génesis 17:12) en la familia
de cualquier judío, y que no se debía desatender bajo pena de ser
“cortado de su pueblo”, creyentes o no, era la separación de la
nación judía de todas las demás naciones del mundo. Esto era para
que Dios pudiera revelarse a sí mismo a ellos y a través de ellos,
por medio de la Ley y de los Profetas; para preparar camino al
evangelio; para que pudiera darles la Tierra Prometida a sus
padres, para que se preservara un linaje ininterrumpido desde
Abraham hasta la simiente prometida del mismo: el Señor
Jesucristo.
Witsius afirma: “Los descendientes de Abraham fueron separados de
las demás naciones por la circuncisión y renunciaron a su amistad,
como se ve en la franca declaración de los hijos de Jacob (cf. Génesis
34:14–15). Los judíos dicen que una persona circuncidada ‘se ha
apartado de todo el conjunto de las naciones’. En efecto, la
circuncisión era algo importante, como si fuera el cimiento del muro
82
intermedio de separación” (The Economy of the Covenants [La
administración de los pactos], Libro 4, cap. 8, §20).
El Dr. Erskine declara: “Cuando Dios prometió la tierra de Canaán a
Abraham y a su simiente, se instituyó la circuncisión con este
propósito, entre otros: mostrar que ser descendiente de Abraham era
el cimiento del derecho de su posteridad a esas bendiciones”
(Theological Dissertations [Disertaciones teológicas]).
10. ¿En qué sentido debemos considerar, pues, que el pacto
abrámico tiene continuación en la dispensación del evangelio, y
que los cristianos disfrutan de él?
Respuesta: Comoquiera que el pacto abrámico estaba
relacionado con unos privilegios externos y un reino material, los
cristianos no tienen nada que ver con él, ni tampoco los siervos de
Dios que vivieron antes de este patriarca, o Melquisedec y Lot,
que vivieron en su mismo tiempo. Pero, en lo tocante a los
beneficios espirituales contenidos en ese pacto, todo el pueblo de
Dios de todos los tiempos ha disfrutado de ellos, sobre todo los
cristianos, en una forma y en una medida más gloriosa, bajo la
ministración del Espíritu y el gobierno de Cristo. Nuestra Cabeza
suprema dijo: “Mi reino no es de este mundo”, sino que “está
entre vosotros” (Juan 18:36; Lucas 17:21). Es “justicia, paz y gozo
en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17; cf. 2 Corintios 3:7).
El Dr. Edward Williams afirma: “Los santos del Nuevo Testamento
no tienen nada que ver con el pacto abrámico, como tampoco los
creyentes del Antiguo Testamento que vivieron antes de Abraham”.
11. ¿El rito de la circuncisión, pues, no es tipo de nada?
Respuesta: Al responder esta pregunta, me alegra poder remitir
a mi lector a una autoridad que, como cristiano, considerará
decisiva e infalible. La circuncisión era un símbolo, pero no del
bautismo, sino de la circuncisión del corazón (cf. Romanos 2:29),
y del acto de “echar [fuera] el cuerpo pecaminoso carnal”
(Colosenses 2:11). Esta bendita obra no se lleva a cabo en recién
nacidos de edad, sino en recién nacidos en Cristo, nacidos de lo
alto e hijos de Dios. Véase la infalible autoridad a la que me
refiero, Romanos 2:28–29: “Pues no es judío [un verdadero
israelita] el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión [en el
83
propósito principal de Dios] la que se hace exteriormente en la
carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión
es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no
viene de los hombres, sino de Dios”. Y Filipenses 3:3 dice:
“Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu
servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo
confianza en la carne”.
12. Entonces, según esto, ¿el bautismo no fue instituido en
lugar de la circuncisión, convirtiéndose en su contrapartida y
cumplimiento y, por consiguiente, reemplazándola?
Respuesta: Con seguridad este no es el caso. En primer lugar,
porque, cuando los apóstoles y los ancianos se reunieron en
Jerusalén para considerar la cuestión de si había que circuncidar a
los que se habían convertido de entre los gentiles (cf. Hechos 15),
no se menciona el fin ni el cumplimiento del rito judío en los
cristianos. De haberse sabido que esto era lo que Cristo había
establecido, esta habría sido la decisión con respecto al asunto. En
segundo lugar, porque, si el Salvador lo hubiera instituido así, de
haber seguido practicándola, aunque solo fuera un día más,
después de haberla sustituido por el bautismo, habría sido una
afrenta a su autoridad. Pero la circuncisión la observó aun el
apóstol Pablo, mucho después de que Cristo instituyera el rito del
Nuevo Testamento (cf. Hechos 16:3). Esto habría sido tan poco
adecuado como ofrecer un “sacrificio por el pecado” según la ley
de Moisés, después de que Cristo “por el sacrificio de sí mismo
[quitara] de en medio el pecado” (Hebreos 9:26).
Lo absurdo de abogar por el bautismo infantil basándose en la
institución de la circuncisión se ve, en primer lugar, en que solo se
debía practicar este rito a los hijos varones; y en segundo lugar, en
que los sirvientes y esclavos varones estaban obligados
igualmente a circuncidarse cuando el amo lo estaba, y esto bajo
amenaza de pena de muerte. Si se tomara este divino
mandamiento como una descripción de las personas que deben
bautizarse, también habría que administrar el bautismo a los
sirvientes, a los esclavos comprados, quisieran o no, así como a
los niños. Además, la ordenanza se limitaría al sexo masculino
solamente. Esto, por ser tan contrario a la voluntad revelada de
84
Cristo con respecto al bautismo, demuestra la falacia de esta
doctrina.
En la Palabra de Dios no veo relación ni parecido alguno entre
la circuncisión y el bautismo excepto en que ambas son
ordenanzas de iniciación: una, en el cuerpo político de Israel, y
que se aplica solo a los habitantes masculinos, y la otra, en el
cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, y que es para todos los que
crean en Él. El apóstol parece referirse a esto en Colosenses 2:11–
13.
13. Así como se acepta que la circuncisión era un sello con
respecto a Abraham como creyente, ¿no es también el bautismo,
en el Nuevo Testamento, un sello en el caso del creyente?
Respuesta: De ser así, se debe entender en el mismo sentido en
el que el apóstol lo expresó en el caso del patriarca. Sería un sello
de la justicia de la fe que el creyente tuviera ya antes de ser
bautizado. Pero lo mejor que podemos hacer es dejar que sea el
Nuevo Testamento el que responda a nuestras preguntas. En
ningún sitio se enseña que una ordenanza externa sea un sello del
pacto de gracia, sino que, más bien, se nos instruye, en bella
armonía con la naturaleza espiritual del Reino del Mesías, acerca
de la obra del Espíritu en el corazón, que es el único sello de ese
pacto:
2 Corintios 1:22: “El cual también nos ha sellado, y nos ha dado
las arras del Espíritu en nuestros corazones”.
Efesios 1:13: “… Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
promesa”.
Efesios 4:30: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el
cual fuisteis sellados para el día de la redención”.
El Dr. Charnock afirma: “Dios no sella más que lo que promete. Su
promesa es solo para la fe y, por consiguiente, solo sella la fe. Las
virtudes del pacto se deben poseer y poner en práctica antes de que
las bendiciones del mismo nos sean ratificadas” (Works [Obras],
tomo 2).
Vitringa declara: “Los sacramentos del nuevo pacto son de tal
naturaleza que no sellan más que lo espiritual, y no representan
85
ventaja alguna más que para los que son realmente creyentes en
Jesucristo” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El
paidobaptismo a examen]).
14. ¿Cómo se debe entender, pues, la doctrina de la Iglesia de
Inglaterra que nos enseña que, por medio del bautismo, los niños
son “regenerados”, “incorporados” a la Iglesia, e “injertados en el
cuerpo de la Iglesia de Cristo”, y, en otro documento, que “se les
hace miembros de Cristo, hijos de Dios y herederos del Reino de
los cielos”?
Respuesta: Es imposible respaldar esta doctrina con las
Escrituras. Tampoco se puede hacer que concuerde con la analogía
de la fe, según nos enseña el testimonio recurrente de toda la
revelación divina. Lo que aquí se atribuye al bautismo, las
Escrituras lo asignan solo a la omnipotente mediación del Espíritu
Santo y a la infinita eficacia de la cruz del Redentor (cf. 1 Pedro
1:2, 18–23; 3:18). La fórmula de esa Iglesia dice que el bautismo
hace lo que no puede efectuar nada que no sea el poder o la gracia
de Dios; y es una idea absolutamente lamentable y peligrosa esa
de que los niños, a medida que avanzan en la vida, deben ser
enseñados a creer en esa doctrina y a considerarse en posesión de
tales ventajas espirituales por el mero hecho de haber recibido este
rito externo, ya que este acto no tiene ningún poder de salvación y
puede resultar, tal como está calculado para que lo sea, fatal para
sus almas.
El Dr. Owen observa que “el padre de mentira mismo no podía
haber inventado una opinión más perniciosa que la que relaciona la
regeneración con el bautismo” (en Booth, A.: Paedobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
El Rvdo. John Hyatt dice: “Si la Iglesia de Cristo es su cuerpo, y
todo creyente verdadero es miembro de ese cuerpo, ¡qué importante
es saber si somos miembros del cuerpo de Cristo! Se ha enseñado a
millones de personas a decir que, en el bautismo, fueron hechos
miembros de Cristo, y luego han dado indudables pruebas de la
falsedad de lo que pronunciaron. Los miembros del cuerpo de Cristo
están unidos a Él como cabeza; no hay miembros muertos o no
santificados. Todos son útiles, activos y obedientes. ¡Cuidado con la
mentira, con sustituir la realidad por el nombre, o el poder por la
apariencia de piedad! Los individuos licenciosos no pueden dar por
86
supuesto que son miembros del cuerpo místico del Hijo de Dios. Una
cabeza santa y miembros impuros; una fuente pura y manantiales
corruptos; un buen árbol y malos frutos; estas son anomalías. Si estás
unido a Él, eres de un solo espíritu con Él” (Sermons on various
subjects [Sermones sobre varios temas]).
15. ¿Pero, si los niños no pueden ser recibidos en la Iglesia por
el bautismo, no estará su salvación en peligro si mueren en la
niñez?
Respuesta: De ninguna manera. La falta de algo que Dios no ha
impuesto ni exigido no puede poner en peligro su salvación.
Cuando el Señor estaba en la tierra, ¿no recibió entre sus brazos a
niños no bautizados y los bendijo, y luego los dejó ir sin
bautizarlos y sin pronunciar ni una sola palabra acerca del
bautismo? ¿Quién puede decir que el bautismo es necesario para
que Él los acoja en el Cielo, sobre todo al recordar su declaración
de gracia con respecto a esos niños sin bautizar: “Porque de los
tales es el reino de los cielos?” (Mateo 19:14; cf. Mateo 18:1–4).
Las personas que mueren sin la capacidad de tener fe en Cristo
son salvas sin lugar a dudas, no por el agua ni por la obra del
hombre, sino por la sangre de Cristo y por el poder del Espíritu.
De la misma manera, aquellas personas que mueren en la fe, pero
sin tener la oportunidad de ser bautizadas, como el penitente en la
cruz, son salvas por la misma eficacia infinita y por el único
medio suficiente.
Si hacemos por nuestros hijos lo que Dios nos pide, veremos
que es suficiente y que no debemos intentar hacer lo que Dios no
ha exigido. Si el deseo de Dios es quitárnoslos en la infancia, es
mejor encomendar sus almas a los méritos de Cristo que a la
aplicación no autorizada del agua sobre sus cuerpos. Estamos
seguros de que lo primero salva (cf. 1 Juan 1:7). Del mismo modo,
estamos seguros de que el bautismo no puede salvar (cf. Hechos
8:13–23) y de que no es esencial para la salvación (cf. Lucas
23:43). Aplicar el bautismo para salvación es, por tanto, convertir
la ordenanza en un falso salvador, y esto implica una incredulidad
criminal en la suficiencia total de Cristo.

87
16. Admitiendo la falta de respaldo de las Escrituras con
respecto al bautismo infantil, ¿sobre qué otra base puede haberse
fundamentado?
Respuesta: Algunos lo defienden en nombre de la tradición
apostólica, y otros en el de los decretos de los Concilios
Episcopales. No tiene mayor respaldo que este, y los protestantes
no pueden admitir nada de ello.
El Dr. Field afirma: “El bautismo infantil se define, pues, como una
tradición, porque no se dice expresamente en las Escrituras que los
apóstoles bautizaran a los niños, ni encontramos precepto alguno que
señale que debieran hacerlo” (On the Church [Acerca de la Iglesia]).
El obispo Prideaux señala: “El paidobaptismo no reposa sobre
derecho divino alguno que no sea el episcopado” (Fasciculus
Controversiarum Theologicarum, Loc. 4, § 3).
En el edicto promulgado en el año 1547 por orden de Carlos V,
emperador de Alemania, con el fin de calmar las disputas entre los
católicos y los Reformadores, se establece expresamente que la
tradición es la razón del bautismo infantil: “Habet præterea Ecclesia
traditiones, etc. Hujus generis sunt baptismus parvulorum et alia”; es
decir: “La Iglesia, además, tiene tradiciones establecidas por Cristo y
los apóstoles que se han ido transmitiendo hasta nuestros días por
medio de los obispos. Cualquiera que las anule deberá negar que esta
(es decir, la Iglesia) sea el pilar y la base de la verdad. De este tipo
son el bautismo de los pequeños, y otras cosas” (en Ryland, J.: A
Candid Statement [Declaración sincera]).
17. Si esto se da por sentado, ¿cuándo se supone que se
introdujo el bautismo infantil?
Respuesta: No existe una prueba cierta de ello antes de
principios del siglo III después de Cristo. En ese tiempo se
practicaba en África, y Tertuliano lo menciona por primera vez
alrededor del año 204 en su obra titulada De Baptismo, de la cual
presentaré alguna cita a continuación.
Curcellæus, teólogo erudito de Ginebra y profesor de Teología,
declara: “En los dos primeros siglos después de Cristo, el bautismo
infantil era algo totalmente desconocido, pero en los siglos III y IV
unos pocos lo permitieron. A partir del siglo V en adelante pasó a
aceptarse ya de manera generalizada. La costumbre de bautizar a los

88
niños no empezó antes del siglo III después del nacimiento de Cristo.
En los siglos anteriores no hay rastro de ello, y fue introducido sin
que Cristo lo ordenase” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined [El
paidobaptismo a examen]).
Salmasius y Suicerus señalan: “En los dos primeros siglos no se
bautizó a nadie que no hubiese sido instruido en la fe, que no
conociese bien la doctrina de Cristo y que no hubiese profesado ser
creyente, a causa de las palabras: ‘El que creyere y fuere bautizado’
[Marcos 16:16]” (Ut supra).
Venema observa: “Tertuliano no ha mencionado jamás el
paidobaptismo entre las tradiciones o costumbres de la Iglesia
aceptadas abiertamente y que se solían observar. En su libro De
Baptismo disuade de bautizar a los niños, y demuestra que es
preferible retrasar su bautismo hasta una edad más madura. No
podemos afirmar nada con seguridad en cuanto a la costumbre de la
Iglesia antes de Tertuliano; en los escritos que yo conozco de otros
autores más antiguos no se advierte mención clara alguna del
bautismo infantil”.
El pasaje al que se hace alusión, y que contiene la primera
mención del bautismo infantil, es el siguiente:
Tertuliano: “Itaque pro cujusque personæ conditione ac
dispositione, etiam ætate, cunctatio baptismi utilior est; præcipue
tamen circa parvulos. Quid enim necesse est sponsores etiam
periculo ingerí? Quia et ipsi per mortalitem destituere promissiones
suas possunt, et proventu malæ indolis falli. Ait quidem Dominus,
Nolite illos prohibere ad me venire. Veniant ergo dum adolescunt,
veniant dum discunt, dum quo veniant docentur: fiant Christiani,
dum Christum nosse potuerint. Quid festinat innocens ætas ad
remissionem peccatorum? Cautius agetur in secularibus; ut cui
substantia terrena non creditur, divina credatur. Norint petere
salutem, ut petenti dedisse videaris… Si qui pondus intelligant
baptismi, magis timebunt consecutionem quam dilationem: fides
integra secura est de salute” (De Baptismo, cap. 18).
Para beneficio de nuestro lector que no conozca el latín, he aquí
una traducción de este pasaje:
Por tanto, retrasar el bautismo podría resultar más ventajoso, ya sea
por el estado, la disposición o la edad de cualquier persona,
especialmente en lo que respecta a niños pequeños. ¿Porque qué
necesidad hay de poner en peligro a los padrinos? Ellos mismos
89
podrían faltar a sus promesas por causa de fallecimiento, o podrían
ser engañados por malas disposiciones que podrían producirse. De
hecho, el Señor dice que no se les impida que vengan a Él [cf. Mateo
19:14]. Que vengan, pues, cuando sean más mayores, cuando puedan
entender, cuando se les haya enseñado adónde deben venir. Que se
conviertan en cristianos cuando puedan conocer a Cristo. ¿Por qué
deberían precipitarse a esa edad inocente para la remisión de sus
pecados? Los hombres actúan con más cautela en las cosas del
mundo; en este caso, no obstante, se imponen las cosas divinas a
alguien a quien no se le encomendarían las terrenales. Que aprendan
a buscar la salvación, para que dé la impresión de que estás
respondiendo a su petición. Si las personas entendieran la
importancia del bautismo, le temerían más a la consiguiente
obligación que supone que al retraso en la administración de la
ordenanza: solo la verdadera fe tiene la salvación asegurada.
Ahora pido a mi lector que observe: 1. Que no se hace mención
del bautismo infantil en los escritos de ninguno de los Padres de la
Iglesia, anteriores a los de Tertuliano, de principios del siglo III,
aunque encontremos repetidas referencias al bautismo de los
creyentes en las obras de varios autores, algunos de los cuales
citaré en el próximo capítulo; 2. Que cuando el Padre cristiano que
acabo de citar menciona, por primera vez, el bautismo infantil, lo
hace en un pasaje en el que se comenta el rito, pero no como
práctica universal o como algo que todos aprueben. En realidad se
opone al mismo y razona en contra de una práctica desconocida en
el tiempo de Cristo y de los apóstoles, y desprovista de su
respaldo. De haberlo respaldado ellos, este Padre no lo habría
cuestionado ni por un momento. Asimismo considera que puede
implicar un peligro con respecto a los padrinos y que es absurdo
para los niños. A este respecto, tenemos el razonamiento de
Rigaltius, erudito anotador de los escritos de Cipriano: “En Hechos
de los Apóstoles leemos que se bautizaban hombres y mujeres
[Hechos 8:12] cuando creían en el evangelio por la predicación de
Felipe, pero no se dice una palabra acerca de los niños. Por
consiguiente, desde el tiempo de los apóstoles y hasta la época de
Tertuliano, siguió siendo un asunto dudoso. Algunos, basándose en
las palabras del Señor: ‘Dejad a los niños venir a mí’ [Mateo 19:14],
aun cuando el Señor no ordenó que se les administrara el agua,
aprovecharon la ocasión para bautizar aun a los niños recién nacidos.
Como si se tratara de una transacción comercial secular con Dios,
90
ofrecían padrinos o avales a Cristo, que se comprometían a cuidar de
que esos niños no se rebelaran contra la fe cristiana cuando fueran
adultos, lo cual, en realidad, desagradó a Tertuliano”. En otro lugar
dice: “Dieron la señal de la fe a una persona antes de que fuera capaz
de tener fe” (nota en Cipriano: Epistola ad Fidum; y Liber de
Lapsis).
18. La Iglesia de Roma declara que es la tradición de los
apóstoles la que respalda el bautismo infantil. ¿Se dice que este
sea su respaldo cuando se menciona la práctica por primera vez?
Respuesta: En ningún momento se insinúa que tenga tal
respaldo.
Venema afirma: “Tertuliano disuade del bautismo infantil, cosa que
nunca habría hecho si hubiese sido una tradición y una costumbre
pública de la Iglesia. De hecho, él era muy tenaz en cuanto a las
tradiciones. De haber sido una tradición, tampoco se le habría
olvidado mencionarlo”.
19. ¿Existe alguna otra innovación que se haya introducido en
la Iglesia de Cristo en la misma época?
Respuesta: Varias. No encontramos nada acerca de: 1. La
consagración del agua bautismal. 2. La intervención de unos
padrinos. 3. La imposición de manos en el bautismo. 4. El uso de
la unción física en la confirmación. 5. Las oraciones y oblaciones
por los muertos, etc. No leemos nada de esto en las obras de
ningún escritor anterior a Tertuliano, por lo que los eruditos
paidobaptistas deducen que son prácticas que se introdujeron
aproximadamente en ese tiempo. Así pues, cuando James Pierce
habla del tercero de estos puntos, dice que Tertuliano es “el autor
más antiguo que menciona este rito” y añade: “No tenemos duda
alguna de que comenzó en tiempos de Tertuliano” (Vindication of
Dissenters [Justificación de los disidentes], parte III, cap. 7).
Llegamos a la misma conclusión, por la misma razón, en cuanto al
bautismo infantil. El teólogo erudito que cité en respuesta a la
pregunta anterior parece dispuesto a admitir lo siguiente:
Venema declara: “Concluyo, por consiguiente, que no se puede
demostrar claramente que el paidobaptismo se practicara antes de la
época de Tertuliano, y que había personas en su tiempo que deseaban
que sus niños pudieran ser bautizados, sobre todo cuando temían que
91
murieran sin bautismo. Tertuliano se opuso a esta idea y, al hacerlo,
da a entender que el paidobaptismo comenzaba a ganar terreno” (en
Booth, A.: Paedobaptism Examined [El paidobaptismo a examen]).
20. ¿Pensaron los Padres cristianos que defendieron por primera
vez el bautismo infantil que esta ordenanza transmitía a los niños
un beneficio salvífico?
Respuesta: Ciertamente. Sostenían que el bautismo era
necesario para la salvación; que el perdón lo acompañaba; que
purgaba a los niños de la contaminación del pecado original; y que
todas las personas que morían sin el bautismo se perdían:
Cipriano, en el año 253 d. C., dice: “En lo que de nosotros dependa,
y en la medida de lo posible, ningún alma debe perderse. No
debemos ser de estorbo para el bautismo de ninguna persona ni para
la gracia de Dios, ya que es una norma que a todos atañe, por lo que
pensamos que se debe observar en forma más especial en el caso de
los niños, a quienes debemos conceder nuestra ayuda y la
misericordia divina. Su primer llanto y su vagido cuando llegan al
mundo dan a entender lo mucho que imploran la compasión”.
Ambrosio, en el año 390 d. C., declara: “Porque nadie entra en el
Reino de los cielos si no es por medio del sacramento del bautismo.
Los niños bautizados son reformados de la maldad del estado
primitivo de su naturaleza”.
Crisóstomo, en el año 398 d. C., observa: “La gracia del bautismo
cura sin dolor y nos llena con la gracia del Espíritu. Algunos piensan
que la gracia celestial consiste solamente en el perdón de los
pecados, pero yo he calculado diez ventajas del bautismo”. Y añade:
“Si la muerte repentina nos llega antes de ser bautizados, aunque
tengamos mil buenas cualidades, no podemos esperar más que el
Infierno” (Véase el original de estos pasajes en Wall, W.: A History
of Infant Baptism [Historia del bautismo infantil]).
Estas citas, a las que podría añadir cien más, son suficientes
para demostrar que algunos de los Padres de la Iglesia, desde
mediados del siglo III, consideraban que el bautismo era
esencialmente necesario para la salvación. Esta falsa opinión con
respecto a la ordenanza fue la que originó el bautismo infantil. Los
siguientes escritores eruditos concuerdan con esto.
Suicerus, profesor de griego y hebreo en Zurich, declara: “Esta
opinión de la absoluta necesidad del bautismo surgió de una
92
incorrecta interpretación de las palabras de nuestro Señor cuando
dijo: ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios’ [Juan 3:5]” (en Booth, A.: Paedobaptism Examined
[El paidobaptismo a examen]).
Salmasius, un historiador y crítico muy erudito, dijo: “Predominó la
opinión de que nadie podía ser salvo sin ser bautizado, y por esta
razón surgió la costumbre de bautizar a los niños” (Ibíd.).
21. ¿Pero, si en la era apostólica siempre se debía hacer
profesión de arrepentimiento y fe antes del bautismo, cómo podían
los ministros cristianos o la Iglesia admitir, ya desde los tiempos
de Tertuliano, el bautismo infantil sin que los niños pudieran hacer
tal profesión?
Respuesta: Esta falta de profesión, en el caso de los niños, se
suplió ingeniosamente al introducir a los “padrinos”. No se
prescindía de la profesión, sino que se aceptaba que se hiciera en
representación del niño. Los padrinos eran dos o tres personas y,
en el caso de un niño de alto rango, se admitían entre veinte y cien
personas como “garantes”, los cuales profesaban, en
representación del niño, arrepentirse, renunciar al diablo y a sus
obras, y creer en las doctrinas del evangelio. Tertuliano es el
primero en mencionar a estos garantes, en el año 204 d. C., en el
pasaje que he citado y en el que los llama “padrinos”, es decir,
personas que responden o se hacen responsables por otra.
¡Esto es religión por representación, una religión experimental,
real y personal! Desde el principio del mundo no se había oído
nada igual, pero, cuando se han introducido tantas cosas absurdas
y extrañas en la Iglesia como las que ya he mencionado, no
debemos sorprendernos demasiado con esto. Sin embargo, para un
lector que por su propia experiencia, y por el testimonio
concurrente de cada parte de la Biblia, sabe que no hay más
religión verdadera que la que existe entre Dios y el alma, que esta
es don de Dios, y que nadie más puede tener parte en ella, resulta
doloroso reflexionar seriamente sobre esta alarmante innovación.
22. ¿Pero sostienen los paidobaptistas modernos esta misma
opinión que tenían los antiguos en cuanto a la necesidad del
bautismo para la salvación?

93
Respuesta: La mayoría de los que han profesado la fe cristiana
han reconocido desde hace tiempo la misma doctrina, y siguen
reconociéndola. La Iglesia de Roma ha honrado a los que se han
atrevido a negarla con el título de “anatema”. La Iglesia griega,
aunque no tan dispuesta a anatematizar, abriga la misma opinión.
En cuanto a las iglesias reformadas y a las distintas
denominaciones paidobaptistas protestantes, ya sean
episcopalianas, presbiterianas, congregacionalistas o wesleyanas,
muchas de ellas no reconocen esa doctrina, pero, sin embargo,
siguen sosteniendo opiniones que, cuando se llevan
verdaderamente a la práctica con todas las consecuencias, vienen a
ser poco más o menos lo mismo. Algunos de ellos afirman que el
bautismo convierte a las personas en “hijos de Dios y herederos
del Reino de los cielos”. Todos ellos han dicho, por medio de sus
principales escritores, que el bautismo introduce a las personas “en
la Iglesia de Cristo”, o “en el pacto de gracia”, o que “los sella con
los beneficios de ese pacto”, que es “el pacto de redención que
incluye todo lo que Jehová puede impartir”. Por tanto, en vista de
todo esto, lo que están diciendo es que el bautismo salva. Si el
bautismo introduce a las personas en el pacto de gracia y las sella
con sus beneficios, entonces los lleva al Cielo, porque Dios unió
todas estas cosas. Si no hay otra forma de llevar a las personas al
“pacto de gracia y redención”, ¿qué ocurrirá con los que no han
sido introducidos en él y mueran en esa situación? ¡En esta
tesitura, no veo más conclusión que la de Crisóstomo, que acabo
de mencionar, por muy horrible que pueda sonar! Que los
cristianos que se encojan al pensar en esta conclusión examinen
con todo rigor y sinceridad si las virtudes que asocian al rito del
bautismo no proporcionan el motivo justo para extraerla. Si niegan
la conclusión, que refuten también las premisas de las que esta se
saca; pero si admiten dichas premisas, deben permitirme que
insista en la conclusión.
23. Si ningún beneficio espiritual o salvífico acompaña
necesariamente a la ordenanza del bautismo, lo cual se concibe, y
siempre se ha concebido, como base y razón del bautismo infantil
entre la mayoría de los que lo han practicado, ¿por qué se
administra la ordenanza, y qué utilidad tiene en la Iglesia de
Cristo?
94
Respuesta: “Dios es su propio intérprete”. Dios nunca tuvo la
intención de que las ordenanzas rituales que instituyó en su Iglesia
acarrearan la salvación, bajo ninguna dispensación. Para ese
propósito, como afirma el apóstol, “ni la circuncisión vale algo, ni
la incircuncisión” (Gálatas 5:6). Lo mismo se puede decir del
bautismo y de la Santa Cena. La salvación procede de una fuente
totalmente distinta y separada de estas ordenanzas.
Me preguntará el lector: ¿Para qué sirve, pues, el bautismo? Yo
podría responder con otra pregunta: ¿De qué sirve la Biblia? o ¿de
qué sirve predicar el evangelio? Ni la Biblia ni la predicación
pueden salvar. Sin embargo, son medios designados por Dios para
instruir a la humanidad y mostrarnos el camino de la salvación. El
bautismo tiene la misma naturaleza, y su intención es la misma.
Muestra en forma extraordinaria, mediante una representación
muy significativa, lo que la Biblia y el evangelio enseñan por
medio de la Palabra escrita y predicada. El bautismo proclama de
manera admirable, aunque silenciosa, la contaminación del
pecador, la purificación del penitente, la muerte y sepultura del
creyente a las prácticas pecaminosas de este mundo, y todo lo que
el Señor Jesús tuvo que pasar para llevar a cabo la redención de su
pueblo. Es prerrogativa del Espíritu Santo, y solamente suya, el
hacer que las verdades sean enseñadas de este modo por el
bautismo, o por la Palabra escrita o predicada, para que sean
eficaces para la salvación. Cada una de estas ordenanzas son
inútiles por igual sin su divino poder (cf. Zacarías 4:6; 1 Corintios
2:4; 3:6; 1 Tesalonicenses 1:5). Por otra parte, se dice que cada
una de ellas salva según el Espíritu Santo otorga la bendición
eficaz con ellas y por medio de ellas (cf. 2 Timoteo 3:15; 1
Corintios 15:1–2; 1 Pedro 3:21).
El bautismo tiene importancia también en la Iglesia no solo por
lo que enseña, sino como ordenanza de iniciación. Colocado a la
entrada de la Iglesia visible de Cristo, es una profesión personal
de fe en Cristo y de dependencia de Él, y una disposición de
sometimiento a Él en todas las cosas. Impone una obligación
solemne de dedicarse personalmente para su servicio y su gloria.
De ahí que, aunque no sea una ordenanza salvífica, tenga, como la
Santa Cena, una gran importancia en su lugar adecuado y bíblico.
95
24. Resumiendo: ¿Esta opinión acerca del bautismo cristiano,
que usted sostiene, no me conduce a la conclusión de que el
bautismo infantil no es más que una mera invención humana, que
se rebela contra la institución de Dios, y que se impone a la Iglesia
de Cristo por medio de falsas nociones de eficacia salvífica, y sin
el menor respaldo de las Escrituras? Si es así, la confianza puesta
en el bautismo infantil debe de ser vana, engañosa y peligrosa, y
su práctica, ofensiva a los ojos de Dios.
Respuesta: El pasaje siguiente, de un eminente teólogo escocés,
se aplica perfectamente a este asunto, y lo utilizo para responder a
esta pregunta. Ruego al lector que tenga en mente el bautismo
infantil mientras examina estas observaciones solemnes:
El Rvdo. Thomas Boston, autor del libro Human Nature in its Four-
fold State, entre otros, declara: “Los santos no se fían de las
apariencias de los hombres. Me refiero a esas cosas que Dios nunca
estableció como deberes y que los hombres han convertido en
obligaciones. No solo son vanas confianzas, sino una adoración y un
servicio vanos; estas cosas le repugnan a Dios (cf. Mateo 15:9). Los
hombres son capaces de recortar bastante la ley tal como la
encontramos en la Palabra, pero la naturaleza humana siente un
maravilloso cosquilleo después de hacerle sus propios añadidos. Por
ese motivo, una nube de superstición ha ensombrecido a algunas
iglesias, de tal modo que en ellas se desprecia la simplicidad de la
adoración del evangelio. Se introducen cosas inventadas por los
hombres en sustitución de las instituciones divinas. Aunque sean
cosas ligadas a la antigüedad —como en Mateo 5:21—, a la
autoridad de la Iglesia —como en Mateo 23:4—, o a la autoridad
civil—como en Oseas 5:10—, si no cuadra en la conciencia con: ‘Así
dice el Señor’, hay que rechazarlas y no cumplirlas en absoluto,
cualquiera que sea el riesgo. ‘No añadiréis a la palabra que yo os
mando, ni disminuiréis de ella’ (Deuteronomio 4:2)” (Sermons and
Discourses [Sermones y discursos], Edimburgo, 1756).
Capítulo 5
El modo escriturario del bautismo

Prometí a mi lector que me volvería a referir al modo del


bautismo y expresé mi esperanza de resolver satisfactoriamente las
inquietudes de cualquier indagador sincero acerca del asunto.
96
Espero poder hacerlo, no por lo extenso de lo que pueda escribir
acerca de ello, sino por dar unos argumentos que considero
irresistiblemente convincentes y decisivos. En este capítulo, como
en el anterior, imaginaré que mi lector hace preguntas en cuanto a
los puntos principales de la controversia.
Pregunta 1: ¿Concuerdan los escritores más eruditos y
competentes en que el sentido que usted le ha dado a las palabras
que Dios escogió para expresar esta ordenanza, bautizar y
bautismo, es su significado corriente y más adecuado?
Respuesta: El mundo erudito no nos proporciona un respaldo
más competente que el de los siguientes autores:
Witsius declara: “No se puede negar que el significado natural de la
palabra βαπτειν y βαπτζειν es sumergir, zambullir” (The Economy of
the Covenants [La administración de los pactos], Libro IV, cap. 16, §
13).
Calvino afirma: “La palabra bautizar significa sumergir, y la Iglesia
primitiva observaba el rito de la inmersión” (en Booth, A.:
Paedobaptism Examined [El paidobaptismo a examen]).
Alstedius señala: “Bautizar solo significa sumergir, y no lavar,
excepto como consecuencia de la inmersión” (Ibíd.).
Beza observa: “Cristo nos ordenó que fuésemos bautizados; esta
palabra quiere decir con toda seguridad inmersión” (Ibíd.).
Vitringa sostiene que “el acto de bautizar es la inmersión de los
creyentes en agua. Esto expresa la fuerza de la palabra” (Ibíd.).
H. Altingius dice: “La palabra bautismo realmente significa
inmersión; de manera incorrecta, por una metonimia del fin, puede
utilizarse con el sentido de lavamiento” (Ibíd.).
Scapula afirma: “Bautizar: zambullir o sumergir, como sumergimos
cualquier cosa con el propósito de teñirla o lavarla en agua” (Ibíd.).
El Dr. Campbell, de Aberdeen, comenta: “El significado primitivo
de baptizma es inmersión; de baptizein, sumergir, zambullir o sumir”
(The Four Gospels [Los cuatro Evangelios], nota sobre Mateo
20:22).
Bossuet, obispo de Meaux, declara: “Bautizar significa sumergir,
como se reconoce en todo el mundo” (en Booth, A.: Paedobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
97
El Dr. Chalmers señala: “El significado original de la palabra
bautismo es inmersión; y, aunque consideramos que es indiferente
que dicha ordenanza se administre en esta forma o por aspersión, no
dudamos que el modo predominante de administración en los días de
los apóstoles era, de hecho, sumergir todo el cuerpo bajo el agua”
(Lectures on the Epistol to the Romans, ya citadas).
Como muchos otros, el Dr. T. Chalmers admite francamente
que la palabra “bautismo”, en la ley de Cristo, significa inmersión.
Y, después de haber leído exhaustivamente, sin duda alguna, los
escritos de los autores cristianos de los primeros siglos, y siendo
plenamente consciente de lo que las Santas Escrituras contienen
acerca de este asunto, reconoce con toda franqueza que este era “el
modo predominante de administración en los días de los
apóstoles”. Pero Thomas Chalmers, al referirse a su propia
práctica, neutraliza por completo la fuerza y el poder de este alto
respaldo de Cristo y sus apóstoles, cuando añade, por extraño que
parezca: “Pero consideramos que es indiferente que la ordenanza
se administre en esta forma o por aspersión”. ¿Cómo? ¿Indiferente
que los cristianos cumplan con lo que Cristo ordenó y con lo que
los apóstoles practicaban? ¿Considerarían los judíos indiferente
utilizar pan con levadura o sin ella en la Pascua? ¿Resulta
indiferente para los cristianos utilizar pan en la Santa Cena u otro
artículo en su lugar? Pues, si ni los judíos ni los cristianos se
atreverían a modificar la ley divina con respecto a estas
ordenanzas, ¿qué tipo de razonamiento puede conducir a un
humilde discípulo de Jesús a efectuar un cambio tan completo en
la ordenanza del bautismo, que es igual de solemne y sagrada? Es
más que evidente que el apóstol Pablo no habría admitido esa
indiferencia: “Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de
mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué” (1
Corintios 11:2). ¡Permite un cambio en cualquier cosa que el
Señor haya ordenado, y verás qué puerta abres! En ese momento,
todas las corrupciones jamás conocidas podrán admitirse bajo el
nombre de cristiano y nadie podrá oponerse a ellas debidamente,
sino denunciando la apertura de dicha puerta.
El ya fallecido Dr. Moses Stuart, de Andover, en su obra acerca del
bautismo, después de citar fragmentos de los escritos de Hermas,
Justino Mártir, Tertuliano, Crisóstomo, Ambrosio, S. Agustín,
98
Dionisio, Gregorio, Nyssen y otros, que muestran que bautismo
significa inmersión, añade: “ ‘Es algo demostrado’, dice S. Agustín.
Y todos los escritores que han investigado este asunto en
profundidad llegan a esta misma conclusión. No conozco ninguna
otra costumbre de la Antigüedad que parezca demostrarse de una
manera más clara y cierta que esta. No consigo ver cómo es posible
que un hombre sincero pueda examinar este asunto y negar esto”.
2. Puesto que en una rama de la Iglesia cristiana se ha seguido
utilizando el griego desde el tiempo de los apóstoles, y con él las
palabras βαπτιζω y βαπτισμα (bautizar y bautismo), han permanecido
inalteradas y en uso común hasta el día de hoy, pregunto: ¿Cómo
entienden ellos estas palabras, y cómo administran la ordenanza?
El Rvdo. R. Robinson afirma: “Los griegos nativos deben entender
su propia lengua mejor que los extranjeros, y siempre han entendido
que la palabra bautismo significa inmersión. Por consiguiente, desde
que abrazaron el cristianismo en un principio, siempre han bautizado,
y siguen haciéndolo, por inmersión. Esto confiere un respaldo al
significado de la palabra infinitamente preferible al de los
lexicógrafos europeos. En este caso, los griegos son guías
excepcionales” (History of Baptism [Historia del bautismo]).
3. Pero lo que se denomina “Iglesia griega” está ahora
extendida por una región inmensa del mundo; ¿sigue
observándose el mismo modo de bautismo en todas las naciones
incluidas en ella?
La obra Pantologia, de Good y Gregory, bajo el artículo “Iglesia
griega” lo explica así: “Esa parte de la Iglesia cristiana se estableció
primeramente en Grecia, y ahora se ha extendido mucho más que
ninguna otra iglesia. Abarca una parte considerable de Grecia, las
islas griegas, Wallachia, Moldavia, Egipto, Abisinia, Nubia, Libia,
Arabia, Mesopotamia, Siria, Cilicia y Palestina. Se puede observar
que, en medio de todos sus ritos frívolos, practican la inmersión
trina, que es incuestionablemente la forma primitiva”.
El Dr. Wall dice: “La Iglesia griega, en todas sus ramas, sigue
utilizando la inmersión” (A History of Infant Baptism [Historia del
bautismo infantil]).
Sir P. Ricault declara: “Esta Iglesia sostiene que el modo de
bautismo por inmersión trina (o triple zambullida) es tan necesario
para la ordenanza como el agua” (en Booth, A.: Paedobaptism
Examined [El paidobaptismo a examen]).
99
4. ¿Existe alguna prueba en los escritos de los primeros Padres
cristianos después de los apóstoles que indique que modo de
bautismo que ellos administraban y que se solía practicar en su
tiempo?
Respuesta: Los primeros cristianos, después de los días de los
apóstoles, no se habrían permitido hacer un cambio tan grande en
algo instituido por Cristo como para sustituir la inmersión por la
aspersión. Al final de los dos primeros siglos, se inventó un
sustituto para la profesión de fe en representación de los niños,
como ya hemos visto, pero tuvieron que pasar mil años antes de
que la inmersión fuese remplazada por otros modos, excepto en el
caso de los enfermos o los moribundos. Si, pues, podemos
determinar que el modo general de bautismo en los primeros
siglos, después de los apóstoles, era, sin duda, el que el Señor
ordenó. Afortunadamente hay abundantes pruebas acerca de este
asunto. Citaré unos cuantos pasajes breves, cuyas referencias
pueden guiar al lector, si así lo desea, a una investigación más
profunda:
A Bernabé, compañero de Pablo, se le atribuye una epístola que ha
escapado a los estragos del tiempo. Hay dos pasajes que se refieren al
bautismo; uno dice: “Bienaventurados los que, poniendo su
esperanza en la cruz, han bajado a las aguas”. El otro afirma:
“Descendemos a las aguas […] y salimos de ellas […] con un temor
reverencial en nuestros corazones, y con esperanza por medio de
Jesús” (Epístola, cap. 11).
También tenemos la obra de Hermas, honrado en la salutación de
Pablo en Romanos 16:14. Existe una versión en latín de su obra
titulada El pastor. En ella dice que los apóstoles acompañaban a las
personas que se bautizaban y entraban en el agua con ellas: “Los
apóstoles y los maestros predicaban a los que antes estaban muertos,
y les daban este sello, porque ellos descendían con ellos a las aguas y
volvían a salir” (Véanse esta y otras alusiones en Lib. 1. vis. 8, sect.
7; y Lib. 3, Similit. 9).
Justino Mártir escribió, alrededor del año 150 d. C., “una apología a
favor de los cristianos, dirigida al emperador, al Senado y al pueblo
de Roma”. En esta obra describe las doctrinas y ordenanzas de la
Iglesia de Cristo. Con respecto al bautismo, encontramos el pasaje
siguiente: “Ahora os declararé también cómo nos hemos dedicado a
Dios, habiendo sido renovados por Cristo, no sea que, al no hacerlo,
100
pueda parecer que no doy un trato justo a alguna parte de mi
apología. A aquellos que están persuadidos de que lo que enseñamos
es verdad, y creen en ello y prometen vivir según estas enseñanzas,
se les guía primero a orar y a pedir a Dios con ayuno el perdón de sus
antiguos pecados; nosotros también oramos y ayunamos con ellos.
Luego, les llevamos a algún lugar donde haya agua, y son bautizados
con el mismo modo de bautismo con el que nosotros fuimos
bautizados: porque son lavados (εν τω δατι) en el agua en el nombre
de Dios Padre, Señor de todas las cosas, y de nuestro Salvador
Jesucristo y del Espíritu Santo” (Justin Martyr Apology [Apología de
Justino Mártir], II, sec. 79).
En relación con este pasaje de Justino, el Dr. Wall comenta: “Este es
la narración más antigua acerca de la forma de bautizar, aparte de las
Escrituras, y muestra la manera clara y sencilla como se
administraba”. El Sr. Reeves, erudito traductor de Justino, añade en
una nota: “A juzgar por este pasaje de Justino y por el de Tertuliano
(De Corona Militis, cap. 3), esos estanques y ríos eran los únicos
baptisterios o pilas de que dispuso la Iglesia durante sus primeros
doscientos años. Cuando se llevaba al catecúmeno al baptisterio, se
le hacían las siguientes preguntas: ‘¿Renuncias al diablo? ¿Renuncias
al mundo?’, etc. Respuesta: ‘Renuncio a ellos’. A continuación hacía
una confesión pública de fe, respondiendo a la pregunta del obispo:
‘¿Crees en Dios?, etc.’, a lo que la persona respondía: ‘Sí, creo’. Se
piensa que el apóstol se refería a esta forma de interrogación cuando
cataloga el bautismo como la respuesta1 de una buena conciencia
hacia Dios”. El Sr. Reeves añade que, una vez hecha esta confesión,
el candidato era “sumergido tres veces bajo el agua a la vez que se
nombraba a las tres personas de la bendita Trinidad” (Apologies
[Apologías]).
Tertuliano, en el año 204 d. C., afirma: “Porque se establece la ley
del bautismo, y se prescribe su forma: ‘Id, y haced discípulos a todas
las naciones, bautizándolos en el nombre…’. Unió la fe a la
necesidad del bautismo; por consiguiente, desde ese tiempo, todos
los que creyeron fueron sumergidos”. Y añade: “La persona que se
va a bautizar, con gran sencillez […] es conducida al agua y,
mientras se pronuncian unas pocas palabras, se la sumerge”. De
nuevo, cuando habla del vano afán por ser bautizado en el Jordán,
dice: “No hay ninguna diferencia entre lavarse en el mar o en un
estanque, en un río o en una fuente, en un lago o en un canal;
tampoco existe ninguna diferencia entre aquellos a quienes Juan
1
En la versión del rey Jacobo que utiliza el autor, la palabra que se emplea es answer, “respuesta”
(N. T.).
101
sumergió en el Jordán y aquellos a los que Pedro zambulló en el
Tíber” (De Baptismo, caps. 2, 4, 7 y 13; Véase también De Corona
Militis, cap. I).
Gregorio Nacianceno, en el año 360 d. C., declara: “Somos
sepultados con Cristo por el bautismo para que podamos también
resucitar con El; descendemos con Él para poder ser levantados con
Él; ascendemos con Él para poder ser glorificados con Él” (Oratio en
Stennett, J.: An Answer to Mr. David Russen’s Book [Respuesta al
libro del Sr. David Russen]).
Basilio, en el año 360 d. C., dice: “Εν τρισι ταις καταδυσεσι”, etc., es
decir: “Mediante tres inmersiones se lleva a cabo el gran misterio del
bautismo” (en Stennett).
Ambrosio, en el año 374 d. C., explica: “Se te preguntaba: ‘¿Crees
en Dios Padre todopoderoso?’; tú respondías: ‘Sí, creo’, y se
producía la inmersión, es decir, eras sepultado. Te volvían a
preguntar: ‘¿Crees en nuestro Señor Jesucristo y en su crucifixión?’,
y tú decías: ‘Creo’, y te volvían a sumergir, y así eras sepultado con
Cristo”.
Cirilo de Jerusalén, en el año 374 d. C., observa: “Después de estas
cosas, se nos conducía al santo estanque del divino bautismo, así
como Cristo fue llevado de la cruz al sepulcro. A cada uno se le
preguntaba si creía, etc. Tras la confesión salvífica cada cual
descendía tres veces a las aguas y volvía a subir; y esa agua de
salvación era una sepultura para todos”. En otro pasaje, para mostrar
cómo “el Espíritu bautiza toda el alma” basándose en el relato del
bautismo espiritual de los primeros discípulos en Hechos 2:1–4, se
refiere al modo de bautismo en agua, como analogía:
“Porque así como el que se sumerge en las aguas y es bautizado se
ve rodeado por todas partes por el agua, así también fueron
bautizados completamente por el Espíritu Santo. ‘Llenó toda la casa
donde estaban sentados’ [Hechos 2:2], porque la casa se convirtió en
el recipiente del agua espiritual, y, al estar los discípulos sentados
dentro de ella, toda la casa se llenó. De este modo, fueron
enteramente bautizados; su alma y su cuerpo fueron revestidos con
una vestidura divina y salvífica”. En otro pasaje, de nuevo:
“Hasta Simón el mago vino al lavatorio bautismal; fue bautizado,
pero no recibió iluminación. Su cuerpo se sumergió en agua, pero no
dejó que el Espíritu iluminara su corazón. Su cuerpo se zambulló en
el estanque y volvió a salir, pero su alma no fue sepultada con Cristo,

102
ni tampoco resucitó con Él”2 (Catechesis 20, § 4, y 17, § 14;
Introducción, § 2).
Crisóstomo, en el año 398 d. C., dice: “Ser bautizado (και
καταδυεσθαι) y sumergido, para luego emerger o levantarse de nuevo,
es un símbolo de nuestro descenso a la sepultura y de nuestra subida
para salir de ella. Por consiguiente, Pablo define el bautismo como
una sepultura” (Homilía 40, sobre 1 Corintios).
5. ¿Reconocen los eruditos paidobaptistas que esta práctica de
la inmersión era el modo general de bautismo, el único que se
consideraba legítimo entre los cristianos primitivos, y que en esto
estaban siguiendo, en obediencia, el modo que Cristo y los
apóstoles respaldaban?
Witsius afirma: “Con toda seguridad Juan el Bautista y los
discípulos de Cristo generalmente practicaban la inmersión. La
Iglesia primitiva siguió su ejemplo, como demostró Vossius
aportando muchos testimonios de escritores griegos y latinos” (The
Economy of the Covenants [La administración de los pactos], Libro
IV, cap. 16, § 13).
El Sr. Bower declara: “El bautismo por inmersión era, sin duda, la
práctica apostólica, y la Iglesia no prescindía nunca de él, salvo en
caso de enfermedad”, etc. (History of the Popes [Historia de los
papas]).
G.J. Vossius observa: “Que los apóstoles sumergían a los que
bautizaban no ofrece la menor duda […], y que la Iglesia primitiva
siguió su ejemplo queda claramente probado por los innumerables
testimonios patrísticos” (De Baptismo Disputationes, disp. 1, § 6)
El Sr. Reeves dice: “Los antiguos observaron cuidadosamente la
inmersión trina, hasta tal punto que según los ‘cánones apostólicos’,
cualquier obispo o presbítero que bautizara sin ella era destituido del
ministerio” (cf. Cánones 42–50, en Reeves, W.: The Apologies of
Justin Martyr, [Las apologías de Justino Mártir]).
La Encyclopædia Ecclesiastica, una obra erudita espléndida, señala:
“Cualquiera que sea el peso que tengan estas razones como defensa
de la actual práctica de la aspersión, es evidente que, durante los
primeros siglos de la Iglesia y durante muchos siglos después, la
2
Las obras de Cirilo, en su versión original, están en griego. El ejemplar al que tuve acceso (París,
1720) iba acompañado por una versión en latín, de la que se transcribieron las frases anteriores. He
preferido incluir la traducción al inglés de Library of the Fathers, efectuada por miembros de la
Iglesia inglesa (Oxford, 1838).
103
práctica de la inmersión era la que predominaba. En realidad, parece
que nunca se abandonó, excepto en el caso de personas moribundas,
o postradas en el lecho de la enfermedad; de hecho, en estas
ocasiones se consideraba que el rito no administraba al interesado
todos los privilegios del bautismo” (entrada Baptism [Bautismo]).
6. Pero, cuando se habla del bautismo del Espíritu Santo, se
utiliza el concepto de derramamiento: “Derramaré mi espíritu…”
(Joel 2:21). Esto se llevó a cabo en el día de Pentecostés sobre los
discípulos (cf. Hechos 2:17). Ahora bien, si por el derramamiento
del Espíritu sobre los discípulos se dice que fueron “bautizados”
con el Espíritu Santo (cf. Hechos 1:5), ¿no favorece esto más el
derramar el agua en vez de sumergirse en ella?
Respuesta: Si mi lector vuelve al pasaje de Cirilo de Jerusalén
que expuse, encontrará que describe claramente el bautismo del
Espíritu Santo. Dice que en verdad el Espíritu Santo fue
derramado, o que cayó (cf. Hechos 11:15) sobre los discípulos, y
luego añade que la presencia divina “llenó toda la casa donde
estaban sentados” y, por consiguiente, fueron “bautizados” y
“llenos del Espíritu Santo”. Como la palabra “bautizar” no
significa nunca derramar, sino que, cuando se utiliza en su sentido
adecuado, literal y obvio, quiere decir sumergir en el sentido de
cubrir, queda claro que la circunstancia de que la presencia divina
llenara la casa y a los discípulos constituyó el bautismo, y no el
acto de derramar. Y puesto que el Padre griego que acabo de citar,
que escribió poco después de los apóstoles y en la misma lengua
que ellos, veía esta circunstancia como el bautismo espiritual, no
tengo ni la menor duda acerca de esta interpretación. Por
consiguiente, el bautismo del Espíritu Santo favorece la inmersión,
lejos de estar en contra de ella.
Ya sea que aquello en lo que se diga que la persona se sumerge
se eleve hasta cubrirla, ya sea que se derrame sobre ella en la
misma medida, o que se la meta dentro, el sentido de la inmersión
es el mismo en todos los casos. Lo mismo sucede con el término
bautismo. El sentido de cubrir no está nunca ausente del uso de
esta palabra. Así lo demostró el Dr. Carson en su elaborada obra
titulada Baptism in its Mode and Subjects considered (El bautismo
analizado en cuanto a su modo y sus sujetos”), publicada por la
104
American Baptist Publication Society. Remito a esta sólida obra a
todo lector que desee efectuar una investigación más concienzuda
acerca de este asunto.
La palabra esparcir o rociar se emplea asimismo con respecto
al don del Espíritu Santo, como ocurre también con la sangre de
Cristo (cf. Ezequiel 36:25; 1 Pedro 1:2). Es una alusión al acto de
rociado de la sangre ceremonial bajo la Ley, y da a entender la
eficacia purificadora de la sangre y del Espíritu de Cristo; pero la
palabra no se utiliza nunca para referirse al modo del bautismo. Si
estas alusiones a los dones y a “las distintas operaciones” del
Espíritu tuvieran que autorizar los modos de bautismo, ¿cuántos
modos distintos habría que practicar? ¿Y quién utilizaría estas
alusiones contra el hecho reconocido de que Cristo y los apóstoles
no observaron ni autorizaron ningún otro modo más que el de la
inmersión?
7. Admitiendo que las pruebas de la práctica original de la
inmersión son decisivas, ¿no sería un despliegue de ignorancia y
debilidad oponerse a ellas o contradecirlas? Ridiculizar ese modo
como hacen algunos, ¿no sería un desprecio blasfemo a la
sabiduría y a la autoridad de Cristo?
El Dr. Wall, quien estudió a todos los escritores prolíficos de la
Antigüedad en busca de pruebas del bautismo infantil, dice: “Esta [la
inmersión] está tan clara en infinidad de pasajes que no podemos más
que compadecer los débiles esfuerzos de aquellos paidobaptistas que
siguen negándola. Deberíamos rechazar las burlas blasfemas que
algunas personas hacen de los antipaidobaptistas ingleses y mostrar
nuestro desagrado hacia ellas. Se mofan simplemente por el uso de la
inmersión, aunque es, con toda probabilidad, la forma en que nuestro
bendito Salvador recibió su bautismo. Con toda seguridad era
también la forma más habitual y corriente en que los antiguos
cristianos eran bautizados. Negarle la razón a un adversario cuando
lo que dice es ciertamente verdad, y se puede probar, demuestra una
gran falta de prudencia y de sinceridad. Crea un gran recelo con
respecto a todo lo demás que se diga”. Y añade: “En tiempos
inmediatamente posteriores [a los apóstoles], la costumbre de los
cristianos se dio a conocer de manera más amplia y particular a
través de los libros; por medio de estos, se sabe que, por lo general,
se trataba de una inmersión total” (A History of Infant Baptism
[Historia del bautismo infantil], parte II, cap. 9, § 2; y: A Defence of
105
the History of Infant Baptism [Defensa de la historia del bautismo
infantil]).
El Dr. Campbell, profesor en Aberdeen, afirma: “He oído a un
discutidor que, desafiando la etimología y el uso, arguye que la
palabra que se traduce en el Nuevo Testamento como bautizar
significa más correctamente rociar y no sumergir; asimismo, en un
total desafío de toda la Antigüedad, sostiene que la primera era la
práctica más temprana y la más general a la hora de bautizar. Cuando
alguien así discute con personas que tienen conocimientos, termina
traicionando la causa que pretende defender; y aunque las osadas
afirmaciones de las personas vulgares suelen tener éxito, al igual que
sus argumentos, y a veces más que estos, sin embargo, cualquier
mente sincera siempre desdeñará recurrir a falsedades, hasta para
respaldar la verdad” (Lectures on Pulpit Eloquence [Conferencias
acerca de la elocuencia en el púlpito]).
Los reseñistas presbiterianos de Edimburgo señalan: “Por
consiguiente, no podemos sino lamentar que el Sr. Ewing haya sido
culpable de tantos disparates burdos y patentes en su esfuerzo por
crear un argumento a favor de la aspersión […]. Rara vez nos hemos
encontrado con un ejemplo de razonamiento tan débil y fantasioso
como el que el Sr. Ewing pretende utilizar para persuadirnos que no
se hace ninguna alusión al modo de bautismo por inmersión en la
expresión ‘sepultados con él en el bautismo’ [Colosenses 2:12]. Esta
idea se debería reconocer con toda franqueza, y, de hecho, no se
puede negar desde un punto de vista racional” (Presbiterian Review
[Reseña presbiteriana], tomo I).
8. ¿Durante cuánto tiempo se siguió con la inmersión como
práctica general entre todos los cristianos?
El obispo Bossuet dice: “Por medio de las actas de los concilios, y
por los rituales antiguos, podemos demostrar que, durante trece
siglos el bautismo se administró de ese modo [por inmersión] en toda
la Iglesia, aún en los lugares más remotos” (en Stennett, J.: An
Answer to Mr. David Russen’s Book [Respuesta al libro del Sr. David
Russen]).
Stackhouse declara: “Varios autores han mostrado y probado que la
inmersión siguió practicándose, en la medida de lo posible, durante
mil trescientos años después de Cristo” (History of the Bible
[Historia de la Biblia]; véase también la cita anterior del Dr. Whitby).

106
9. ¿En qué periodo y por qué razón se introdujo por primera vez
la costumbre del rociado o la aspersión?
Respuesta: Según las investigaciones del Dr. Wall, no hay
constancia anterior al caso de Novaciano, que tuvo lugar
aproximadamente a mediados del siglo III. Cuando este hombre
no estaba aún bautizado —según recoge Eusebio en su
Ecclesiasticae Historiae (Historia de la Iglesia), Libro 6, cap.
43—, “contrajo una peligrosa enfermedad. Al ver que estaba a
punto de morir, fue bautizado en la cama donde yacía [εν κλινη
περιχυθεντα, es decir, le rociaron por todas partes en la cama], si a
eso —como añade Eusebio— se le puede llamar bautismo”.
Novaciano se recuperó y, gracias a las circunstancias que
siguieron, se ha conservado en gran parte la opinión que la Iglesia
cristiana tenía de manera general acerca de su bautismo. La sede
de Roma quedó vacante en el año 251 d. C. Dos personas fueron
elegidas como sucesores: Cornelio, “elegido por la mayoría”, y
este Novaciano, “de una manera cismática”. Cornelio escribió una
larga carta a Fabio, obispo de Antioquía, en la que describía el
caso de Novaciano, y decía, según la traducción del Dr. Wall,
“que Novaciano ni había llegado a su ordenación sacerdotal en
forma canónica, ni mucho menos tenía la más mínima capacidad
para ser elegido obispo”. Preste atención el lector a la razón que se
señala: “Porque todo el clero y muchos de los seglares estaban en
contra de su elección como presbítero, porque decían que no era
legal que alguien que había sido bautizado en su cama (en griego,
rociado) fuese admitido en un cargo del clero” (Wall, W.: A
History of Infant Baptism [Historia del bautismo infantil], parte II,
cap. 9, § 2).
Este es el primer caso recogido de afusión, ya sea por rociado o
por aspersión, en el bautismo. Aquí tenemos una seria objeción
contra la persona por causa de haber sido bautizada en esta forma.
Era una objeción unánime de “todo el clero”. ¿Cuál era la
objeción? ¿Estaban en contra de su situación, de que estuviera
enfermo en la cama? ¿O más bien estaban en contra del modo
como se había administrado la ordenanza? Es muy importante
determinar esto. Mi respuesta es que estaban en contra de ambas
cosas porque, poco tiempo después se establecieron esas dos
107
objeciones contra ese tipo de bautismo: a) Una objeción era contra
las personas enfermas, porque, como afirmó el Concilio de
Neocesarea mediante el canon 12, “aquel que sea bautizado
cuando esté enfermo no debe ser nombrado sacerdote, porque no
viene a la fe de manera voluntaria, sino por necesidad”; y b) En
cuanto al modo, mientras Novaciano vivía, un cierto Magno
formuló esta pregunta a Cipriano: “¿Una persona que no ha sido
lavada en el agua, sino solo rociada con ella, se debe considerar un
cristiano como es debido?”. Cipriano respondió que el bautismo
debía darse por bueno, ya que “la necesidad había obligado a ello
y Dios concedía su indulgencia”. Dejo al lector la reflexión sobre
la fuerza de esta prueba.
Durante ese periodo, desde el año 250 d. C. en adelante, se
permitió la aspersión, solo en caso de necesidad y ante la
perspectiva de muerte, lo cual dio lugar a una idea falsa de la
necesidad de la ordenanza para la salvación. El Dr. Wall dice:
“Francia parece haber sido el primer país del mundo donde se
utilizó el bautismo por afusión de manera corriente con personas
que no estaban enfermas”. En el siglo VIII la Iglesia de Roma
toleró por primera vez este bautismo por afusión o derramamiento
del agua sobre la persona, aunque la inmersión seguía siendo la
norma establecida de la Iglesia. Así quedaron las cosas durante
varios cientos de años. En el siglo XVI la afusión se adoptó de
manera general. Los rituales de la Iglesia católica lo demuestran
(cf. Robinson, R.: The History of Baptism [Historia del bautismo];
véase también la cita del obispo Bossuet que acabo de dar).
La Iglesia de Inglaterra mantuvo la práctica original de la
inmersión durante más tiempo que muchas naciones continentales.
Erasmo dice, en el año 1530 d. C.: “Nosotros [los holandeses]
derramamos el agua sobre ellos; en Inglaterra son sumergidos”. La
Rúbrica de este tiempo da instrucciones al clérigo de “[sumergir] a
la persona en el agua discretamente y con cuidado”, pero permite
una excepción: “Si se certifica que el niño está débil, será
suficiente con derramar agua sobre él”. El Catecismo exige que
los jóvenes describan la forma de bautismo solo como por
inmersión: “Agua en la que la persona se bautiza”. Desde el
principio de la historia de la Iglesia de Inglaterra, “los oficios o
108
liturgias —dice el Dr. Wall— impusieron la inmersión sin
mencionar la afusión o la aspersión”. En el año 1549 d. C.
apareció por primera vez la excepción para niños “débiles”; cuatro
años más tarde se omitieron las palabras tres veces después de la
orden de sumergir. En el año 1550 d. C. aproximadamente, la
aspersión comenzó a imperar, y “en un periodo de medio siglo, del
1550 al 1600 d. C., se impuso de manera general, y actualmente
es la única forma de bautismo que se administra” (Wall, W.: A
History of Infant Baptism [Historia del bautismo infantil], parte II,
cap. 9, § 2).
10. ¿Qué proporción del mundo cristiano ha seguido
practicando la inmersión hasta el tiempo presente?
Respuesta: El Dr. Wall afirma: “Lo que se ha dicho acerca de esta
costumbre de derramar o rociar agua en el uso corriente del bautismo
se debe entender solo con respecto a la parte occidental de Europa,
ya que, por lo general, no se utiliza en ningún otro sitio. La Iglesia
griega sigue practicando la inmersión, al igual que todos los demás
cristianos en el mundo, a excepción de los latinos. Todas esas
naciones cristianas que se someten ahora, o lo han hecho
anteriormente, a la autoridad del obispo de Roma, suelen bautizar a
sus niños derramando el agua sobre ellos o por aspersión. Sin
embargo, todos los demás cristianos del mundo, que nunca
reconocieron el poder usurpado del papa, sumergen a sus hijos y
siempre lo hicieron así de manera corriente […]. Todos los cristianos
de Asia, de África y de aproximadamente un tercio de Europa
utilizan esta última forma” (A History of Infant Baptism [Historia del
bautismo infantil], parte II, cap. 9).
¿Desea mi lector que prosiga? En mi opinión el asunto está
perfectamente resuelto, porque las pruebas presentadas son no
tanto una crítica de las palabras en sí, sino simples hechos
históricos, hechos reconocidos por encima de cualquier discusión,
y, dado que representan la práctica de la era apostólica, son
determinantes para la cuestión.
Por tanto, la discusión en cuanto a que la palabra bautizar tenga
otros significados aparte de sumergir, y con respecto a que las
preposiciones que hemos traducido como dentro de y fuera de, en
el bautismo del eunuco, se pueden interpretar como al y del agua,
no es más que detenerse en nimiedades y perder el tiempo de
109
manera superflua, sobre todo teniendo en cuenta que es un hecho
reconocido que Jesús y sus apóstoles, y los cristianos primitivos,
observaron y autorizaron la ordenanza en esta forma. De este
modo, el antiguo editor de Calmet, tras discutir acaloradamente
contra las opiniones de los baptistas, añade: “De nuevo repito, por
si no me habéis entendido, que yo creo que Juan practicaba la
inmersión”. Bueno, si está de acuerdo en esto, está de acuerdo en
todo, porque si esta fue la forma en que “el Señor de gloria” (1
Corintios 2:8) fue bautizado y fue el modo que Él autorizó, no
necesitamos nada más.
A la persona que esté dispuesta a cuestionar las pruebas que
existen a favor de la inmersión, le rogaría que me permitiese
proponer las siguientes preguntas basadas en los hechos históricos
reflejados en las páginas anteriores, y que podrá examinar, de
manera más completa, en las obras que he citado:
1. ¿Cómo fue que los primeros escritores cristianos expresaron
el rito del bautismo con tales palabras y fórmulas griegas y latinas,
dejando a un lado el término baptizo, que tenían todas el
significado de ser sumergido, sepultado, mojado, metido de lleno,
soltado en el agua, y rodeado por el agua por todas partes?
2. ¿Cómo fue que, cuando se recurrió a la afusión o aspersión
en un caso en el que había peligro de muerte, al recuperarse la
persona se consideró que no estaba adecuadamente bautizada
como para admitirle en un oficio sagrado?
3. ¿Cómo fue que los Padres designaron como lugares
adecuados para bautizar “el mar, un estanque, un río, una fuente,
un lago, un canal, el Jordán, o el Tíber”, y que afirmaran que el
bautismo era igual “en” cualquiera de ellos?
4. ¿Cómo fue que, con el respaldo de los “cánones apostólicos”,
si un obispo o presbítero bautizaba de algún otro modo que no
fuera la inmersión —sí, la inmersión trina— debía ser destituido?
5. ¿Cómo fue que esos cristianos que recibieron en su lengua
nativa el mandamiento del Señor Jesús de bautizar observaron, en
todas las épocas de su historia, ese modo de bautismo?

110
6. ¿Cómo fue que los rituales antiguos de aquellas iglesias en
las que ahora imperan los modos de bautismo mediante rociado o
aspersión, imponían solemnemente, o siguen imponiendo, el modo
de inmersión?
7. ¿Cómo fue que todo el mundo cristiano, que más tarde se
dividió, observó de manera uniforme la inmersión, excepto en los
casos de enfermedad, durante mil trescientos años después de
Cristo?
Ahora bien, aunque sean breves las pruebas que he presentado
—tomadas de escritores antiguos y modernos— con respecto a
estas cuestiones, queda fuera de toda duda que lo que declaran las
preguntas anteriores son hechos históricos incontrovertibles. Si
fuera el caso que el Nuevo Testamento no albergara pruebas
decisivas acerca del asunto, los hechos antes mencionados
proporcionarían una prueba absolutamente indiscutible de que la
inmersión era el modo original y, por tanto, la forma autorizada
por Dios. Por consiguiente, es lo que se debería observar de una
manera invariable e inalterable hasta el final de los tiempos,
¿porque quién se atreve a cambiar lo que Cristo ordena? “El Señor
está cerca” (Filipenses 4:5), y ha advertido a todos los hombres, en
la forma más solemne: “Sabe, que sobre todas estas cosas te
juzgará Dios” (Eclesiastés 11:9; cf. Eclesiastés 12:13–14;
Apocalipsis 22:18–21).
Capítulo 6
El propósito espiritual del bautismo

Que la intención de la gran Cabeza de la Iglesia era que esta


sagrada ordenanza fuese simbólica y sirviese para enseñar,
mediante una señal expresiva y visible, lo que el evangelio
enseñaba por la Palabra predicada, es una verdad demasiado
evidente en el Nuevo Testamento como para ponerla en duda.
Queda igualmente claro que la forma o el modo particular en que
se administraba debía ser indicativo de algunas verdades
importantes, y que su observancia tendría una influencia
beneficiosa sobre la Iglesia cristiana. Ya lo hemos adelantado

111
parcialmente, por lo que solo añadiremos en forma breve lo
siguiente:
1. El bautismo debía enseñar la pecaminosidad del hombre y la
necesidad de perdón y de purificación espiritual para poder
alcanzar la vida eterna. Estas verdades están implícitas en las
palabras que Pedro empleó cuando exhortó a sus oyentes a la
ordenanza: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros […]
para perdón de los pecados” (Hechos 2:38); y en las de Ananías:
“Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”
(Hechos 22:16).
2. El propósito del bautismo era exponer el total abandono de la
vida de impiedad por parte del cristiano, y su entrada en una
nueva vida de devoción y dedicación de Dios. La metáfora de la
sepultura expresa lo primero, y la de la resurrección, lo segundo.
Ambas se exhiben de manera muy significativa en esta institución.
3. El bautismo pretendía presentar la imagen de los sufrimientos
abrumadores de nuestro Señor. Nuestro bendito Redentor alude a
esta circunstancia tan interesante con palabras conmovedoras (cf.
Mateo 20:22–23; Lucas 12:50).
4. El bautismo representa con antelación lo que el cristiano
espera que sea el destino de su propia naturaleza humana, cuando
descienda, como su Redentor, a la sepultura, y en la segunda
venida de su Salvador sea resucitada para gloria. De ningún otro
modo, más que en la inmersión, cumple la ordenanza todos estos
propósitos.
5. Y, finalmente, este rito sagrado parece haber sido instituido
con respecto a sus sujetos para que formara una línea de
separación entre el mundo y la Iglesia. En la era primitiva se
consideraba que una persona bautizada había salido de la
impiedad y había adoptado el carácter y la profesión de un
seguidor de Cristo. “Porque todos los que habéis sido bautizados
en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:27). Así como
cuando una persona entra al servicio de un príncipe terrenal, se
pone el atuendo que distingue a los sirvientes de ese príncipe, por
el bautismo los cristianos se revisten de una vestidura que es la
profesión pública de su Señor y Maestro. Declara que el hombre
112
ya no se pertenece a sí mismo, ni es más siervo del pecado y de
Satanás, sino que ha sido comprado por precio (cf. 1 Corintios
6:20) y ahora se somete a Aquel que le ha amado y ha muerto por
él. Nuestro Salvador nos enseñó, en la forma más sencilla, esta
completa separación entre la Iglesia y el mundo en Juan 15:19;
17:6, 9, 20–21; y 18:36. También lo hicieron los apóstoles (véase
un ejemplo de ello en 2 Corintios 6:14–18). Estos usos doctrinales
y prácticos del bautismo no se pueden efectuar más que en los
creyentes.
Para terminar, pido a mi lector que preste atención a unos
cuantos pensamientos, sugeridos por las objeciones generales de
los oponentes a la práctica a favor de la cual he argumentado. Me
gustaría añadir mis razones, en forma de resumen, para abogar
estrictamente en defensa de esa práctica.
1. OBJECIONES AL BAUTISMO EXCLUSIVAMENTE DE CREYENTES
1. Se ha observado, en forma de objeción a los principios de los
baptistas, relativos a esta ordenanza, que “la mayoría de los
cristianos, entre los que encontramos un inmenso número de
grandes y buenos eruditos, han sostenido y siguen sosteniendo las
opiniones opuestas”. La pregunta es: “¿Pueden estar todos
equivocados?”.
Respuesta: Reconozco que una amplia proporción de los
habitantes del mundo que profesan ser cristianos, entre los que se
hallan muchos escritores eminentes, están en contra nuestra. ¿Pero
por ser mayoría significa que están libres de error? Pregúntese mi
lector si la mayoría de los que profesan ser cristianos no piensan
de manera distinta a él en asuntos igualmente importantes, y lo
poco que le preocupa la importancia de los números con respecto
a dichas cuestiones. Los chinos apelan a su mayoría en contra de
los cristianos; los católicos contra los protestantes, etc. ¿Pero
quién siente la fuerza de un argumento en su defensa? El Dr.
Adam Clarke dice: “En cuanto a los grandes hombres y los
nombres reconocidos, los vemos enrolados y formando en el lado
de todas las controversias”. Dejaré que mi oponente los calcule
por cientos, o miles, y los coloque a todos del lado del bautismo
infantil. En el lado contrario situaré a Cristo y a sus apóstoles y
113
luego apelaré a mi lector y le pediré que piense quién tiene el
mejor respaldo, aunque en comparación mi número no resulte ser
más que una “manada pequeña” (Lucas 12:32).
Ahora permítaseme insistir en que tengo a Cristo y a los
apóstoles de mi lado, autorizando el bautismo de los creyentes.
Todos deben admitir que su autorización no se encuentra del lado
contrario. Por tanto, a pesar de que venero a los buenos hombres
eruditos a los que me he referido, mi Señor y mi Maestro es
Cristo, y no ellos. Él será mi único Juez en el día final, de modo
que no vacilo a la hora de abandonar cualquier lazo
denominacional con cualquier mayoría, o con cualquier hombre
eminente en particular, suponiendo que yo sea hallado en minoría,
siempre que Cristo esté de mi lado.
2. Se ha objetado también que “nuestros principios tienen un
origen reciente y que no se conocían antes de la aparición de
ciertos entusiastas en Alemania, en el tiempo de la Reforma”.
Respuesta: Nuestros principios son tan antiguos como el
cristianismo. No reconocemos otro fundador que no sea Cristo. No
tenemos lazo alguno con entusiastas alemanes, ni de cualquier otro
país o época, como tampoco lo tenían nuestros antepasados. Los
entusiastas pueden denominarse con el mismo nombre, pero esto
no prueba nada. A lo largo de la era cristiana han aparecido
muchos miles de personas que sostienen nuestro principio
distintivo, es decir, el bautismo de los creyentes exclusivamente.
Desde los tiempos de Cristo hasta casi el final del siglo II no se
bautizaba a nadie más; o al menos, si se les bautizó, su historia se
ha perdido. Después de ese periodo, miles de personas han
sostenido este principio casi en cada época.
Sin extenderme en un asunto con el que podría llenar varios
tomos, remito a mi lector a una publicación reciente que se titula A
Concise History of Foreign Baptists (Una historia concisa de los
baptistas extranjeros), de G.H. Orchard. A excepción del tomo XII
de esta obra, se encuentran pruebas incuestionables de la
existencia de grandes grupos de cristianos, en distintos países,
desde los tiempos más antiguos hasta la Reforma, que se
opusieron uniformemente al bautismo infantil porque no es bíblico
114
y porque conduce a un engaño fatal. Este era el sentir de los
antiguos valdenses, albigenses, henricianos, petrobrusianos,
patarinos, berengarios, etc. Innumerables multitudes de personas,
distinguidas por estos u otros nombres, dieron un fiel testimonio
de Cristo durante siglos. Muchos de ellos murieron como mártires
de la fe; sus vidas y sus muertes fueron una hermosa transcripción
de las doctrinas del cristianismo puro y sin adulterar. Si ellos
hubieran vivido en nuestro tiempo, habrían adoptado la
denominación de baptistas. Describieron el bautismo infantil, o la
práctica de convertir a los niños en cristianos por medio del
bautismo, como una de las doctrinas flagrantes del anticristo. No
hay ninguna otra denominación cristiana, aparte de los baptistas,
cuyos principios más destacados o distintivos puedan remontarse
hasta la era apostólica con mayor claridad y con una certeza
incuestionable.
En el caso concreto de Gran Bretaña, durante los primeros
siglos se puede afirmar que, desde el momento en que se introdujo
el cristianismo hasta que el papa Gregorio, en el año 596 d. C.,
envió a Agustín de Cantórbery con un grupo de monjes para
convertir al pueblo a la fe católica, tenemos buenas razones para
creer que solo se bautizaba a los creyentes en ese país. Agustín,
por su parte, al ver las diferencias que existían entre sus puntos de
vista y los de los cristianos británicos, convocó a sus ministros y
propusieron “tres cosas” para que gozaran de su favor y su
protección. La segunda de esas cosas era “que cristianaran a los
niños”, es decir, que deberían bautizarlos. Esta es una buena
prueba de que hasta ese momento no lo hacían. Se sabe que el
papa Gregorio, anteriormente mencionado, decretó lo siguiente:
“Que todos los niños pequeños sean bautizados como deberían
estarlo según las tradiciones de los Padres”. ¡Qué prueba tenemos
aquí de la omisión del bautismo infantil y del tipo de autoridad
que lo permitió y la insistencia con que lo recomendó! (cf. Ivimey,
J.: History of the English Baptists [Historia de los baptistas
ingleses]).
Asimismo, el lector debería saber que la comunión infantil
comenzó alrededor de la misma época que el bautismo infantil y
lo acompañó hasta el año 1000 d. C. Se administraba por la misma
115
razón, es decir, por su eficacia salvífica. En Oriente sigue
haciéndose así.
3. Se ha dicho, a modo de objeción, “que prestamos demasiada
atención a la ordenanza, que la destacamos demasiado y que le
damos una importancia excesiva”.
Y yo preguntaría: ¿Quién hace más hincapié en esta ordenanza,
aquellos que la administran para convertir a los bautizados en
miembros de Cristo, o de su Iglesia, y que se precipitan a
administrar el rito como si supusiera cierta seguridad para el alma,
o aquellos que no piensan en llevar a sus familiares más queridos
al bautismo hasta que hayan hecho profesión de su fe en Cristo y
hayan dado pruebas de estar ya convertidos y ser salvos? Se
podría devolver la objeción multiplicando su fuerza por diez.
4. El grupo de cristianos llamados cuáqueros no observa la
ordenanza de ninguna manera, por lo que deberían ser jueces
imparciales de esta controversia; y se oponen a la práctica de
ustedes.
Respuesta: Aunque los Amigos (cuáqueros) se oponen a todas
las ordenanzas rituales, reconocen que tenemos el ejemplo de los
apóstoles; y niegan que haya ese respaldo para el bautismo
infantil, y con eso nos basta. Veamos lo que dicen los siguientes
autores:
William Penn declara: “No hay ni un solo texto en las Escrituras que
demuestre que la aspersión en el rostro fuese un bautismo en agua, o
que los niños se bautizaran en los primeros tiempos” (A Defence of
Gospel Truth against the Exceptions of the Bishop of Cork’s
Testimony [Defensa de la verdad del evangelio contra las
excepciones del testimonio del obispo de Cork]).
E. Bathurst señala: “El bautismo infantil […] es una práctica que
ellos [los Amigos] niegan absolutamente, como un rito impuesto por
el hombre y que ni Dios ni Cristo instituyeron jamás. Sin embargo,
reconocemos el bautismo de aquellos que tenían la fe que les daba
derecho al mismo. Este era el caso del bautismo de Juan” (Testimony
and Writings [Testimonio y escritos]).
George Whitehead observa: “¡Qué gran hipocresía y falta de
sinceridad se puede achacar a aquellas personas que, a la vista de

116
Dios, de los ángeles y de los hombres, no practican ese bautismo que
reivindican como práctica de los apóstoles, sino que, en vez de esto,
practican el “ranterismo”, o la aspersión de los niños, para
convertirlos en miembros de Cristo y de su Iglesia militante!” (Truth
Prevalent [La verdad que prevalece]).
5. Con respecto al modo, se objeta “que es más problemático e
inconveniente que el habitual modo de aspersión, y que es una
cruz someter a las personas a este tipo de bautismo”.
Respuesta: Admito esto como sentimiento de la naturaleza
humana, sin duda alguna, pero ruego que se me permita preguntar:
¿es un problema y un inconveniente demasiado grande, y una cruz
demasiado pesada, si se demuestra que Cristo autorizó este modo
por medio de su mandamiento y de su ejemplo? ¿Qué cristiano
que estuviera presente a orillas del Jordán cuando Cristo fue
bautizado rechazaría ser el siguiente en bautizarse después de
Cristo y en la misma forma, o pondría algún tipo de objeción? Si
habrías entrado gozoso en las aguas del Jordán entonces, cuando
se vio descender al Espíritu Santo y se oyó la voz del Padre, ¿qué
diferencia hay si la de hoy es esa misma ordenanza, igual de
vinculante e igual de entrañable, y si está igualmente bajo la
mirada y las bendiciones del Cielo? Con toda seguridad tu
Redentor ha hecho bastante y ha sufrido bastante por los
pecadores como para tener derecho a este acto de obediencia por
parte de ellos, suponiendo que este les resulte un poco
problemático e inconveniente y que sea como una cruz que deban
llevar detrás de Él. Oye sus propias palabras: “El que no toma su
cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:38; cf.
Lucas 9:26 y 12:8–9).
6. También se objeta “que los testimonios de los eruditos
paidobaptistas a favor de la inmersión no sirven para nada si ellos
mismos observaban un modo diferente en su propia práctica; y que
en su mente esta parecería tener un respaldo bíblico más
convincente”.
Respuesta: No se puede hacer esa deducción porque no es así.
Los escritores más eminentes que han practicado la aspersión han
accedido de buena gana a reconocer con toda sinceridad que no
tenían ningún respaldo bíblico para utilizar ese modo, que no
117
había mandamiento ni precedente para ello, pero que tenían otras
razones para hacerlo. La más común es la que ofrece el Dr.
Chalmers en la cita que hemos dado. El Dr. Chalmers dice que “es
indiferente”, mientras que el Sr. Baxter y otros han añadido que es
más “conveniente” y que “el clima de los países fríos recomienda
que se haga esta modificación”. Pero pocos autores que hayan
examinado este asunto concienzudamente parecen cuestionar el
respaldo bíblico con respecto a la inmersión, o aseveran que haya
pruebas del bautismo por aspersión.
7. Sin embargo, se añade que “la cantidad de agua no tiene
importancia, como tampoco la tiene la cantidad de vino o de pan
en la Santa Cena”.
Respuesta: Esto está claro, siempre que haya la cantidad
suficiente para cumplir el mandamiento de Cristo. Lo que se
discute no es la cantidad, sino la conformidad al modelo de Cristo;
todo lo que se aparte de este ejemplo hace que el acto ya no sea un
acto de obediencia a Él.
8. Pero otros objetan: “Yo he recibido el bautismo del Espíritu
Santo, o así lo espero, que es lo que se da a entender; no veo la
necesidad de someterme a ese rito, ya que no puede quitar el
pecado ni beneficiarme en nada”.
Respuesta: El apóstol Pedro convierte el bautismo del Espíritu
Santo en la razón misma por que quienes lo han recibido deben de
cumplir con esa ordenanza: “¿Puede acaso alguno impedir el agua,
para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu
Santo también como nosotros?” (Hechos 10:47). En cuanto al
beneficio que pueda aportar la ordenanza, y a su incapacidad para
quitar el pecado, debo referirme de nuevo a Aquel que no tenía
pecado que tuviera que ser quitado, y que no necesitaba que se le
comunicara beneficio alguno a través de servicios religiosos, y
que, sin embargo, hizo un largo viaje “para ser bautizado” (Mateo
3:13), y silenció todas las objeciones que se le hicieron en contra
de ello afirmando: “Así conviene que cumplamos toda justicia”
(Mateo 3:15).
2. RAZONES DE POR QUÉ EL BAUTISMO ES SOLO PARA CREYENTES

118
1. Porque estoy totalmente seguro de que tengo el claro
respaldo de las Escrituras a favor del bautismo de los creyentes;
sin embargo, no se encuentra ni una sola palabra en el Nuevo
Testamento acerca del bautismo infantil.
2. Porque el bautismo de los creyentes está en armonía con las
doctrinas del evangelio y con la naturaleza del Reino de Cristo,
que “no es de este mundo” (Juan 18:36), sino espiritual; es la
religión del corazón, la mente y el alma; y no consiste para los
hombres más que en fe y experiencia cristiana (cf. Juan 1:11–13).
3. Porque el bautismo, siendo un acto de obediencia a Cristo,
debe llevar el mandamiento o el respaldo de Cristo. Solo el
bautismo de los creyentes lo tiene. “¿Se puede considerar
obediencia hacer algo que no tenga mandamiento?”, pregunta el
Sr. Baxter, y prosigue: “¿Quién sabe qué es lo que agrada a Dios
sino Él mismo? ¿Y acaso no nos ha dicho Él lo que espera de
nosotros?”.
4. Porque, puesto que la supuesta relación espiritual entre los
creyentes y sus hijos constituiría una cierta distinción de
naturaleza espiritual que daría derecho a esos niños al bautismo, y
que no poseerían otros niños, dicha relación no cuenta con el
respaldo de la Palabra de Dios, y es contraria a la razón y a la
realidad. No hay diferencia espiritual en la familia humana sin la
experiencia de la religión o el cristianismo vital. Esto no se
desarrolla de manera carnal, sino que es la obra del Espíritu Santo
y solo la poseen los creyentes en Jesús (cf. Juan 1:13; 6:63: 1
Pedro 1:23).
5. Porque la doctrina del bautismo infantil, es decir, la que
afirma “que los niños son introducidos a través del mismo en el
pacto de gracia, que es el pacto de redención”, o los beneficios que
ese pacto sella para ellos son teorías que están en oposición a
todas las doctrinas fundamentales del evangelio, ya sea que
partamos de las opiniones de los armenios o de las de los
calvinistas. ¿Qué ocurre, en este caso, con la doctrina de la
elección de Dios? ¿Con la necesidad de arrepentimiento? ¿Del
nuevo nacimiento? ¿De la conversión? ¿De la fe en Cristo? ¿De la
justificación por medio de la fe?, etc. Todo esto se ve sustituido
119
por el bautismo, si la doctrina mencionada anteriormente es
verdadera.
6. Por la peligrosa tendencia que implica en la práctica el
bautismo infantil. Si los niños, a medida que avanzan en la vida,
creen en esta doctrina, lo más probable es que se sientan
satisfechos con los “beneficios que sella para ellos” y que, sin más
preocupación, ni fe, ni piedad, vivan en la esperanza del hipócrita
y perezcan con una “mentira […] en [su] mano derecha” (Isaías
44:20).
7. Porque, si admitiéramos la doctrina de que el bautismo ahora,
como la circuncisión de entonces, sitúa a los niños bajo el pacto de
gracia y redención, de ello se seguiría la horrible conclusión de
que los niños que murieran antes de haber podido ser bautizados, y
del octavo día señalado para la circuncisión, morirían fuera del
pacto de la redención y que, por consiguiente, sería inevitable que
perecieran para siempre. Esto es imposible, porque va en contra
del justo gobierno de Dios y de su Palabra. Por consiguiente, una
doctrina de la que se saca justamente una conclusión semejante no
puede ser verdadera.
8. Porque el bautismo infantil une al mundo con la Iglesia de
Cristo. ¿Acaso no ha habido gente de lo más vil e incrédulo en la
cristiandad que han recibido el sello del pacto, si es que el
bautismo infantil puede darlo, y de este modo “han sido injertados
en el cuerpo de la Iglesia de Cristo?”. ¡Qué absurdo tan tremendo!
¡Es lamentable que, por culpa de los errores de los que profesan
ser cristianos, se haya vertido tanto desprecio sobre el
cristianismo!
9. Porque, mientras siga en esta vida, no tendré la impresión —
ni tampoco me quedará ese recuerdo cuando me halle en el Juicio
futuro— de haber invertido el orden de Cristo, que es lo que
ocurre cuando se practica el bautismo infantil, ni de haber alterado
el modo ordenado por su sabiduría. Habré preferido seguir el claro
y tierno ejemplo de mi Salvador y abogar a favor de sus
instrucciones sagradas y autorizadas.
Ahora me imaginaré que te he convencido de que estamos en
posesión de la verdad en lo que respecta a este asunto.
120
Permítaseme, pues, que, en nombre de Cristo, te exhorte a cumplir
en forma práctica esta institución sagrada. Si me preguntas:
“¿Cuál es el requisito previo para el bautismo?”. Yo te
responderé estas tres cosas: (1) Que veas y sientas que eres un
pecador y que necesitas la remisión de tus pecados (cf. Hechos
2:38). (2) Que creas que Jesús es el Hijo de Dios y que confíes en
Él como tu único Salvador (cf. Hechos 8:31). (3) Que estés
dispuesto a abandonar toda impiedad y a dedicar tu vida futura al
servicio y a la gloria de tu Redentor; y que desees de buen grado,
y sin sentir vergüenza, revestirte de Cristo y seguirle a los cielos
(cf. Romanos 6:4; Gálatas 3:21).
Si encuentras todo esto en ti, y estás convencido de la voluntad
de Cristo, no te retrases en su cumplimiento. El Señor dijo: “Si me
amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). No te distraigas
con excusas frívolas.
1. No digas que “eres demasiado joven”. Tu Señor apareció en
público a la edad de doce años para hacer la voluntad de su Padre.
Si ya has alcanzado esa edad, es tiempo de empezar a vivir una
vida de dedicación a Cristo. Te invito, joven lector, a seguir al
Cordero en los albores de su vida. ¿Quién sabe? Quizá tu sol se
ponga al mediodía. Su promesa es: “Me hallan los que temprano
me buscan” (Proverbios 8:17).
2. No digas que “eres demasiado viejo”. Si has sobrepasado de
lejos la edad mencionada en el punto anterior, y oyes la voz del
Salvador diciéndote: “¡Sígueme!” (Mateo 9:9), no eres demasiado
mayor para obedecer sus tiernos mandamientos.
3. No digas: “¿En qué me puede beneficiar?”. ¡Contempla a tu
Señor entrando en las aguas del Jordán! ¿Eres más sabio que Él?
¡Cuidado con no meditar en su sabiduría!
4. ¿Te parece que esta ordenanza es una cruz o, sobre todo, que
no es una práctica que al mundo le guste o le atraiga? ¡Gracias a
Dios por ello! La intención de Cristo nunca fue que su religión o
sus ordenanzas encajaran con los caprichos de los hombres no
regenerados. Cuantas más objeciones ponen ese tipo de personas a
sus ordenanzas, más efectivas son como línea de demarcación
entre el mundo y su Iglesia, como pretendía el Señor Jesús. En
121
cuanto a la cruz, ¿piensas que es demasiado pesada? ¡Contémplale
a Él pasando por el bautismo de sus inconcebibles sufrimientos
por ti! ¡Mírale cargando con la cruz sobre la cual fue colgado
durante muchas horas y sobre ella, sufriendo dolores de muerte,
llevó a cabo la redención eterna para ti! ¿Darás la espalda a esas
escenas sin igual y dirás que la cruz del bautismo es demasiado
pesada para ti? Si tus sentimientos son los debidos, esto es
imposible.1

1
J.B. (2011). Nota preliminar. En Nota preliminar (Trad.), Guía bíblica del bautismo (pp. 3–167).
Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.
122

Potrebbero piacerti anche