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Honoré de Balzac

Tours (1799-1850)

Escritor francés creador de La Comedia Humana y uno de los grandes renovadores de la


novela moderna.

Hijo de Bernard F. Balssa y de Anne-Charlotte-Laure Sallambier. N. en Tours el 20 mayo


1799, viéndose rodeado desde muy pronto por la indiferencia familiar, especialmente por la de
su madre. Alumno interno durante seis años en un colegio de Vendome (época rememorada
más tarde en su obra Louis Lambert), se trasladó con su familia a París en 1814 y allí
terminó sus estudios secundarios. Comenzó la carrera de Derecho, que interrumpió en 1819
para declarar que su auténtica vocación era la literaria. Al acceder su padre a estos deseos, se
instaló en una buhardilla, donde escribió en versos alejandrinos una mediocre tragedia titulada
Cromwell, viéndose obligado a reintegrarse al hogar familiar. En 1822 entabló relaciones con
Laure de Berny que, a pesar de tener 22 años más que él, fue su tierna amiga y consejera.
Acuciado por la necesidad de dinero se dedicó a escribir truculentas novelas al gusto de la
época en colaboración con otros autores, y firmándolas con diversos seudónimos.

Los años 1825-1827 son cruciales en la vida y la obra de B.; ansioso de poder, de dinero y de
gloria había encontrado grandes dificultades para brillar en la vida de sociedad a causa de su
robusta contextura física (sus compañeros del despacho de un procurador de los Tribunales
donde trabajó durante algún tiempo le llamaban «el elefante», y se cuenta que en su primer
baile se cayó). El estrepitoso fracaso de un negocio de edición e imprenta que inició por estos
años, le cargó de deudas y le obligó a buscar en la literatura el dinero para pagarlas, así como
el éxito que se le negaba por otros caminos. Dinero y éxito que no tardaron en llegar a partir
de 1829 con su libro La physiologie du mariage (La fisiología del matrimonio), y que le
abrieron definitivamente el mundo de los salones. Lujosas mansiones, coches de caballos,
aristocráticos amores jalonan esta época de apasionado triunfo social, viéndose obligado, sin
embargo, a trabajar agotadoramente para hacer frente a sus crecientes deudas, ya que sus
extravagantes – y a veces ingeniosos- proyectos financieros se saldaban siempre con el
mismo resultado negativo. Pero como si ello fuese su destino, en estos años se consolidó su
genio literario y a base de publicar varios títulos anuales va construyendo una ingente obra
novelesca con la que pretende «hacer la competencia al Registro Civil». En 1835 aparece Le
pere Goriot (Papá 1 Goriot), donde aplica sistemáticamente la técnica de la reaparición de
personajes de otras novelas, y en 1842 elige definitivamente el título cíclico de La Comédie
Humaine: (La Comedia Humana) para el conjunto de todas ellas. Entre tanto conoció el
fracaso de dos obras teatrales; su salud se fue degradando rápidamente, y su última esperanza
radicaba en el matrimonio con la condesa polaca Eveline Hanska (con la que mantenía
correspondencia desde 1832 y relaciones desde 1833), que había quedado viuda en 1841.
Después de múltiples vicisitudes - viajes, dificultades legales, compra de una nueva casa y
sobre todo nacimiento de un hijo muerto, Victor-Honoré, en 1846 el ansiado enlace llegó el
14 mar. 1850. A su regreso a París se vio obligado a guardar cama y allí m. el 18 de agosto
lla-mando - si hemos de creer a la leyenda- al doctor Bianchon, uno de los médicos de sus
novelas.
«La Comedia Humana». Como lo demuestran claramente su vida y su obra, B. pertenece a la
categoría de los que Víctor Hugo, refiriéndose a Shakespeare, denomina hombres-océano. Su
vigorosa personalidad, su desmesurado talento, su capacidad fabulosa de trabajo, escapan a
todo análisis que se intente hacer con criterios normales. Exactamente lo mismo ocurre con La
Comedia Humana, obra de extraordinaria amplitud y complejidad, desbordante de personajes
de todo tipo. «¿Cómo no comprender que sus defectos forman parte también de su grandeza;
que más perfecto no sería tan gigantesco?» (A. Gide, Diario). Sus propósitos van más allá de
la literatura para invadir el terreno del historiador, del sociólogo e incluso del naturalista, por
lo que se refiere a su método de clasificación de las especies. En realidad, B. no dejó nunca
de considerarse como tal y en el prólogo de 1842 de La Comedia Humana, tras referirse a los
métodos de Buffon y de Geoffroi Saint-Hilaire y establecer un paralelo entre especies sociales
y especies zoológicas, termina afirmando: «Haciendo el inventario de los vicios y de las
virtudes, reuniendo los principales efectos de las pasiones, pintando los caracteres, escogiendo
los acontecimientos principales de la sociedad, componiendo tipos por medio de la reunión de
los rasgos de varios caracteres homogéneos, quizá pudiese lograr escribir esa historia olvidada
por tantos historiadores, la historia de las costumbres».

Para efectuar un amplísimo corte sincrónico que sea a la vez testimonio y museo de toda una
generación, recurre a la estructuración de sus numerosas novelas en Études de moeurs
(Estudios de costumbres), Études philosophiques (Estudios filosóficos) y Études analytiques
Estudios analíticos. Los primeros constituyen el núcleo propiamente realista de La Comedia
Humana y se hallan a su vez subdivididos en Escenas de la vida privada, de provincias, de
París, políticas, militares y del campo, dentro de cada uno de cuyos grupos incluye, según su
particular criterio, los diversos títulos. Así, y por citar únicamente los más conocidos, en las
Escenas de la vida privada se encuentran Gobseck (1830), La Femme de trente ans (La mujer
de treinta años), 1831, e incluso Papá Goriot (1835), que en un principio figuraba en las
escenas de la vida en París. Los apartados correspondientes a la vida en la capital: Splendeurs
et miseres des courtisanes (Esplendores y miserias de las cortesanas), cuatro novelas, 1838-47,
Histoire de Treize (Historia de los trece), tres novelas, 1833-35, y Les Parents Pauvres (Los
parientes pobres), dos novelas, 1846-47; y en provincias: Eugenia Grandet, 1833, Ursula
Mirouet, 1841, y Les illusions perdues (Las ilusiones perdidas), 1837-43 representan la
inspiración más directa de B., provinciano lanzado a la conquista de París. Lo mismo puede
decirse de las Escenas de la vida política: z. Marcas, 1840, y Une ténébreuse affaire (Un
tenebroso asunto), 1841, ya que toda su vida se sintió atraído por esta actividad e incluso en
1832 llegó a abrigar proyectos de candidatura a diputado. Las Escenas de la vida militar se
reducen casi exclusivamente a Les Chouans (Los Chuanes) que aparecieron en 1829 con el
título de Le dernier Chouan (El último Chuan) y entre las Escenas de la vida del campo se
encuentran Le Médecin de Campagne (El médico rural), 1833, y, sobre todo, la deliciosa
novela Le Lys dans la Vallée (El lirio en el valle), 1835.

Balzac, escritor realista. Dentro de la masiva e inabarcable personalidad de B. uno de los


aspectos más interesantes es el de escritor realista. B. es un vigoroso tipo, fantástico e
imaginativo, pero también un meticuloso observador de la realidad. Si como él mismo afirma
«los detalles constituirán de ahora en adelante el único mérito del género novelesco», sus
gigantescos aciertos no hay que referirlos únicamente a la escala de los proyectos y de la
unidad de composición, sino al estadio de la realización. Hay una decidida voluntad realista en
su incansable tomar notas en los momentos en que no escribía, en su ávida y perspicaz
curiosidad visual. Sus figuras históricas, sus héroes imaginarios y sus personajes basados en
personas existentes (desde Vicoq-Vautrin a Canalis-Lamartine la crítica erudita ha ido
descubriendo un considerable número de ellos) constituyen tres círculos concéntricos e
interdependientes que agotan completamente el panorama histórico de un determinado
momento. Pero aún va más lejos: obsesionado por las oscuras fuerzas sociales que deciden el
éxito o el fracaso de los individuos, B. es un agudo analista de los móviles prácticos del
comportamiento humano: ambición, amor, sed de dominio, intereses creados, etc., que
constituyen los motores, no por secretos menos existentes, de una sociedad que pensaba hasta
entonces que la función de la literatura no era ponerlos de relieve. Por eso su postura es
puramente romántica y está alejada totalmente de la impasibilidad flaubertiana, desde el
momento en que el documentarista es incapaz de desligar su vida de la obra literaria (El
episodio del Tratado de la voluntad, escrito a los 15 años y rememorado en Louis Lambert,
sea o no autobiográfico es en todo caso muy significativo de las obsesiones personales de B.).
Sus interminables descripciones, sus minuciosos retratos están en sus novelas en tanto en
cuanto configuran un comportamiento humano dentro del juego de relaciones sociales; en otras
ocasiones sus digresiones didácticas o sus melodramáticos desenlaces los produce la necesidad
subjetiva de explicar dicho comportamiento o de demostrar sus íntimos mecanismos. Su visión
del mundo, negativa y pesimista, se profundiza a escala colectiva. Si como consecuencia de
ello su facultad de análisis psicológico es excesivamente sumaria, si sus personajes están
demasiado idealmente tipificados, éste es uno de los defectos que hay que colocar en
contrapartida de sus virtudes. De sobra lo sabía él cuando decía: «Hablando entre nosotros, yo
no soy profundo, sino muy tosco» (carta a Clara Maffei, noviembre 1838).

Balzac, visionario. Otro de los aspectos importantes en la ingente personalidad literaria y


humana de B. es su portentosa facultad de visionario. Facultad que algunos de sus
contemporáneos hicieron resaltar, y entre ellos Baudelaire, quien con su habitual perspicacia
afirmaba que «a menudo me ha sorprendido el que la gran gloria de B. haya sido la de pasar
por observador; siempre me ha parecido que su principal mérito era ser visionario
apasionado» (L'Art Romantique, Ginebra 1945, p. 174). Esta cualidad, aunque presente en
toda su obra (p. ej., en Ursula Miroué't) informa de una manera especialísima la parte
denominada Estudios filosóficos: La peau de chagrin (La piel de zapa), 1831, Louis Lambert,
1832, La Recherche de l'Absolu (La búsqueda de lo Absoluto), 1834, Séraphita (Serafita),
1835. En estas narraciones la presencia de la realidad cotidiana pasa a un segundo plano y las
fuerzas subterráneas de la actividad social son sustituidas por otras fuerzas ocultas a nivel
cósmico, aunque igualmente reales. Por eso más que visionario, B. es un extraordinario
precursor del realismo fantástico en el sentido de que a tales fuerzas no las considera como
intervenciones sobrenaturales, sino como acontecimientos totalmente reales, cuyas causas
escapan al conocimiento humano influido por las doctrinas de los iluministas del s. XVIII
(Swedenborg, Saint-Martin) cree en la existencia de determinados fenómenos parapsicológicos
- como la premonición y la telepatía-, hoy normalmente admitidos y que intervienen
decisivamente en el planteamiento y desenlace de alguna de sus intrigas. Pero es sobre todo en
Luis Lambert y en Serafita - de contornos tan autobiográficos- donde encontramos con toda su
densidad la aventura mística que lleva hacia el dominio total, hacia el conocimiento en la
cumbre, donde se confunden los dos aspectos externo e interno de la realidad, donde el
pensamiento o la voluntad se materializan en forma de fluidos magnéticos y aquí, como en
tantas otras manifestaciones de su genio, B. oscila constantemente entre la ingenuidad y la
acertadísima intuición.
Tal es la significación de B. en la historia de la Literatura. Dentro de su desmesura, su obra
no ha dejado de influir en la novela moderna, aunque sea - como en el caso de la «nueva
novela» - para tomarla como contrapunto. Obra que está muy lejos de hallarse agotada a pesar
de la continua atención que le ha dedicado la crítica literaria. Obra desigual que debe ser
considerada desde el punto de vista de conjunto de la ambición que la configuró. Aun en los
aspectos en que B. pueda parecer un autor superado por la evolución posterior, no hay que
olvidar que en su época fue un escritor que marcó a la novela nuevos derroteros. En este
sentido podemos considerar cumplido el grandioso deseo que en su despacho había escrito
sobre una estatuilla de Napoleón: «Lo que él no ha podido terminar con la espada, yo la
acabaré con la pluma».

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