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200
2015
©
Servicio de Publicaciones
Universidad de Huelva
©
José Manuel Rico García
Pedro Ruiz Pèrez
(Ed.)
Tipografía
Textos realizados en tipo Adobe Garamond Pro de cuerpo 11, notas en
cuerpo 9 y cabeceras en versalitas de cuerpo 10.
I.S.B.N.
978-84-16621-52-1
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse
o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia,
grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recupe-
ración, sin permiso escrito del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva.
Acción complementaria El duque de Medina Sidonia: Mecenazgo y renovación estética.
FFI2011-15534-E, Ministerio de Economía y Competitividad.
Nadine Ly
De sublimes y modestas cumbres:
La figura del conde de Niebla en la segunda Soledad
[45-70]
Trevor J. Dadson
El conde de Salinas y el duque de Medina Sidonia:
familias, armadas y poesía
[143-166]
7
Juan Luis Carriazo
«Ahora que de luz tu Niebla doras»: reflexiones en torno a la
conservación del patrimonio señorial a comienzos del siglo XVII
[167-178]
Flavia Gherardi
«La fama que en ti advierto sucesiva».
Estética laudatoria en la órbita virreinal: el caso del
Panegírico al Duque de Alcalá de Salcedo Coronel
[189-202]
Marcella Trambaioli
El peregrino de amor en Lope y Góngora:
entre competición literaria y mecenazgo
[203-228]
8
Manuel José de Lara Ródenas
Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez de
Guzmán y su retiro en el castillo onubense
[299-324]
Debora Vaccari
El Conde de Niebla y los dos Polifemos
[347-356]
Lindsay Kerr
Renovación estética y epistemológica en la Fábula de Píramo y Tisbe
[357-366]
Adrián J. Sáez
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre
la poesía de Quevedo y la pintura
[381-398]
9
Introducción
A Begoña López Bueno
1 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones del
mecenazgo», Criticón, 106 (2009), pp. 99-146.
2 Cfr. Robert Jammes, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, Madrid,
Castalia, 1987, pp. 232-239.
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El duque de Medina Sidonia: Mecenazgo y renovación estética
los ámbitos culturales, así como las estrategias de representación, una lí-
nea de investigación que ha producido notables resultados en la última
década. El papel del poeta cordobés, sus vínculos directos e indirectos
con la casa de Medina Sidonia y su reflejo en la escritura constituyeron
el eje en torno al cual se desarrolló un acercamiento interdisciplinar a
la cuestión. La realización de dicho congreso internacional, celebrado
en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Huelva entre los
días seis y ocho de marzo de 2013, se hizo posible, finalmente, gracias
a una ayuda de acción complementaria concedida por el Ministerio de
Economía y Competitividad en la convocatoria de 2011.
Este volumen es el resultado de los trabajos presentados entonces
en forma de ponencias y comunicaciones. El cuarto centenario del Po-
lifemo de don Luis de Góngora es el eje que vertebra en esta obra el
estudio de las relaciones entre las artes, la literatura y la cultura con los
núcleos aristocráticos, en un espacio periférico y alejado de la corte. De
acuerdo, pues, con los contenidos y objetivos que se plantearon en el
proyecto, cuatro son los focos de atención principales de la obra: Gón-
gora y su relación con el entorno de la casa ducal de Medina Sidonia,
el patrocinio ejercido por el VIII duque, don Manuel Alonso Pérez de
Guzmán, la literatura cortesana generada por las relaciones de mece-
nazgo en tiempos de los Austria y el coleccionismo.
A la imagen del conde de Niebla proyectada en los versos de Gón-
gora, Pedro Espinosa o Carrillo y Sotomayor se dedican varios de los
trabajos aquí reunidos. La vigésima primera duquesa de Medina Sido-
nia, doña Luisa Álvarez de Toledo, expuso de forma circunstanciada
el modelo de educación recibida por el conde de Niebla3, las lecturas
que hizo, sus aficiones dilectas, su proceso de formación en el ejercicio
de sus responsabilidades. Los diálogos de El desengaño discreto y retiro
entretenido (1638) de Francisco de Eraso, como otros testimonios de
su tiempo, esbozaron la personalidad contemplativa del VIII duque,
su carácter melancólico, su inclinación al retiro, su sensibilidad imbui-
da en la moral estoica. Begoña López Bueno desmenuza con precisión
milimétrica la figura modelada por Pedro Espinosa del duque en el
Elogio al retrato…(1625), en el Panegírico al Excelentísimo Señor don
Manuel… (1629) y, especialmente, en el portentoso poema de la So-
ledad del gran duque de Medina Sidonia. El retrato de Pedro Espinosa,
confeccionado sobre el modelo genérico de la epístola horaciana y de
la oda humanística, trazó la imagen del hombre interior, encarnada y
3 Cfr. Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán, general de la Inven-
cible, Cádiz, Universidad de Cádiz, Servicio de Publicaciones, 1994, t. I, pp. 427-431.
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Introducción
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El duque de Medina Sidonia: Mecenazgo y renovación estética
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Introducción
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El duque de Medina Sidonia: Mecenazgo y renovación estética
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Introducción
igual que los héroes homéricos (Ilíada, VI, 359), supieron que las ge-
neraciones venideras de hombres los abrigarían del olvido al contem-
plar las piezas que atesoraron o al leer las excelencias de sus linajes en
las creaciones que auspiciaron. Las páginas que siguen dan cumplida
cuenta de ello.
No podría terminar estas palabras preliminares sin proclamar, en
nombre de quienes hicieron posible el congreso celebrado en 2013 y
en nombre de todos los participantes en este volumen, nuestro más
sincero y profundo agradecimiento a la profesora Begoña López Bueno.
Ella fue quien, desde la dirección del grupo PASO, concibió y alentó el
proyecto de conmemorar en tierras del conde de Niebla el centenario
de la difusión del Polifemo y de las Soledades de Góngora, poeta al que
ha dedicado y dedica sus mayores desvelos y estudios imprescindibles.
En tal idea reinaba cuando le llegó la jubilación administrativa, y digo
administrativa porque sigue trabajando infatigablemente. No puedo
disimular mi admiración por la profesora Begoña López Bueno, que
desearía poder transmitir en estas pocas palabras, y no puedo tampoco
dejar de expresarle nuestra gratitud por poder compartir tantos años
de amistad y por el saber que sus obras nos han proporcionado. Sirva,
en fin, este volumen también de menguado, entrañable homenaje a su
dilatada trayectoria científica y docente.
José Manuel Rico
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La Soledad del Gran Duque de Medina Sidonia.
El vasallaje poético de Pedro Espinosa
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
de Felipe III. Nápoles y el conde de Lemos, Madrid, 2007; José Ignacio Díez Fernández,
ed., El mecenazgo literario en la casa ducal de Béjar durante la época de Cervantes, Valla-
dolid, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2005; Juan Matas, José
María Micó y Jesús Ponce, eds., El duque de Lerma. Poder y literatura en el Siglo de Oro,
Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2011.
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La Soledad del gran duque de Medina Sidonia.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
3 La relación entre Pedro Espinosa y el VIII duque de Medina Sidonia fue am-
pliamente reseñada en la monografía que Francisco Rodríguez Marín dedicó en 1907
al poeta antequerano: Pedro Espinosa. Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, Madrid,
Tipografía de la Revista de Archivos, 1907 (hay edición facsímil con introducción de
Belén Molina Huete, Málaga, Universidad de Málaga, 2004). En esa monografía el
curioso lector puede encontrar todo lujo de detalles contados por quien demostraba
tener tanta simpatía por su biografiado como por el poderoso Duque (entre pp. 231 a
305 y en particular en un apéndice, pp. 430-445, dedicado a la relación entre ambos).
Para bibliografía específica sobre el VIII duque de Medina Sidonia véase luego n. 13.
4 Es legendaria la anécdota del regalo que hizo al poeta Francisco López de Zárate
de tantas coronas de oro como versos tenía su volumen de Varias poesías dedicado a él,
según refiere Fernando de Vera y Mendoza en su Panegírico por la poesía, fol 11v. (cf.
Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, cit. [n. 3], p. 182).
5 Fueron famosos sus regalos de caballos a Felipe III y Felipe IV, especialmente a
este con ocasión de la visita en 1623 del príncipe de Gales, y no digamos los dispendios
de la acogida fastuosa al rey y su séquito, en el que figuraba también el Conde-Duque
de Olivares, en la visita que realizaron en 1624 a los dominios sureños del Duque,
incluidas las cacerías en el Bosque de Doña Ana (así llamado en honor a Doña Ana de
Silva y Mendoza, mujer del VII Duque y madre del VIII). Rodríguez Marín informa
de todo ello en diversos lugares de su monografía (Pedro Espinosa, cit. [n. 3], pp. 244 y
ss., 253, 430-445) y sugiere que «su asombroso despilfarro se originaba de un filosófico
desprecio del dinero y de los aficionados a él» (ibíd., p. 438). La corriente de simpatía
hacia don Manuel Alonso por parte de Rodríguez Marín incorpora la consideración de
un talante estoico, que es a su vez el que su panegirista Pedro Espinosa transmitió de él.
6 Lo que tendría que ver mucho con la esmeradísima educación recibida cuando
era niño, de la que ofrece un extraordinario relato Luisa Isabel Álvarez de Toledo en
su biografía del VII Duque, Alonso Pérez de Guzmán. General de la Invencible, Cádiz,
Universidad, 1994, 2 vols.
7 Según deja constancia Espinosa: «Allí [en el jardín] te leemos el Conmonitorio
de Folídides, la doctrina de Epicteto y Séneca, las cartas de San Pablo, los libros de Job
y los sapienciales de Salomón, y no permites segundo período hasta poseer el sentido
del primero y pasarlo al entendimiento» (Panegírico al Excelentísimo Señor Don Manuel
Pérez de Guzmán. Para esta cita y sucesivas de obras en prosa de Espinosa cito siempre
por la edición: Pedro Espinosa, Obra en prosa, edición, prólogo y notas de Francisco
López Estrada, Málaga, Diputación Provincial, 1991, p. 361).
8 Que pudo al parecer concretarse en la etapa final de su vida, cuando en 1632, tras
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La Soledad del gran duque de Medina Sidonia.
haber enviudado, se hizo construir en una de sus huertas camino de Rota, la mansión
conocida como Desengaño (según testimonio de Francisco de Eraso y Arteaga, recogido
por Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, cit. [n. 3], pp. 442-443).
9 Elogio al retrato del Duque (P. Espinosa, Obra en prosa, ed. cit. [n. 7], p. 265).
Sobre la última frase, con la mención de Góngora, volveremos en la parte final de este
trabajo.
10 A veces de manera explícita, como aquí: «Ya sabemos que los señores pueden,
como los estoicos, sufrir los males y abstenerse de los deleites, y que la virtud de los
mayores no es herencia de la sangre, sino trabajo de la persona» (Elogio al retrato, en P.
Espinosa, Obra en prosa, ed. cit. [n. 7], p. 259).
11 Pedro Espinosa, Poesía, edición de Pedro Ruiz Pérez, Madrid, Castalia, 2011, p.
277. En lo sucesivo para todas las citas en verso de Espinosa sigo siempre esta edición.
La afirmación de Espinosa contenida en el verso citado parecería poético presagio del
intento secesionista de Andalucía llevado a cabo por don Gaspar el IX Duque y descu-
bierta en 1641, de funestas consecuencias para el futuro de la casa ducal.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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La Soledad del gran duque de Medina Sidonia.
secretario José de Saravia el Trevijano, autor de la celebérrima Canción real a una mu-
danza; y Cristóbal de Mesa (que fue capellán del duque de Béjar y marqués de Gibra-
león, pariente cercano del duque de Medina Sidonia) le había dedicado años atrás dos
sonetos encomiásticos (cf. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, cit. [n. 3], pp. 435-436; y
Jesús Ponce, («Góngora y el conde de Niebla…», cit. [n. 12], pp. 124-129).
15 Sobre los inicios de la relación entre don Manuel Alonso y Pedro Espinosa, Ro-
dríguez Marín aventura la plausible hipótesis de que los pondría en contacto Agustín
Calderón, el recopilador de las Flores de poetas de 1611, quien daría a leer al entonces
conde Niebla las composiciones de Pedro de Jesús. El Ldo. Agustín Calderón ejerció la
jurisprudencia bajo la protección del conde de Niebla, fue corregidor en algunos pue-
blos de su condado y después en Huelva, además de ser nombrado oidor de su consejo
(cf. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, cit. [n. 3], pp. 223-224).
16 Espinosa es comisionado en ocasiones para ejecutar las obras sociales y de ca-
ridad del Duque, como el reparto de alimentos y dinero entre los damnificados de un
huracán en 1618 (cf. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, cit. [n. 3], pp. 244-247).
17 En octubre de 1636 (en marzo del mismo año había fallecido el Duque) se
compró en Sanlúcar de Barrameda un modesta casa donde vivió hasta su muerte en
1650. (cf. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, cit. [n. 3], pp. 311 y ss. y doc. XXVI y
XXVII del Apéndice I).
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21 Cf. Begoña López Bueno, dir., La epístola (IV Encuentros Internacionales sobre
Poesía del Siglo de Oro), Sevilla, Publicaciones de la Universidad/Grupo PASO, 2000.
También tienen las dos Soledades de Espinosa indudables parentescos con el género de
la oda humanística, como luego se dirá en el contexto del análisis de la Soledad del Gran
Duque de Medina Sidonia.
22 Cf. Andrés Sánchez Robayna, «Los tercetos gongorinos de 1609 como epístola
moral», en Silva gongorina, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 83-99.
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sible redacción25, cuya etapa final nos interesa por su imbricación con
la Soledad del Gran Duque, pues, aunque para el terminus ad quem hay
tendencia generalizada a suponer la Soledad de Pedro de Jesús anterior a
1615, fecha de la incorporación de Pedro Espinosa a la corte del duque
de Medina Sidonia, nada descarta que pudiera acabarse allí la segunda
y más larga versión.
La misma indecisión se plantea a la hora de decidir si la Soledad de
Pedro de Jesús va ya dirigida al duque de Medina Sidonia. Reconociendo
que en ese caso Espinosa habría hecho un excelente aprovechamiento
del nombre de Heliodoro, tomado de fuentes anteriores26, pero dotán-
dolo ahora de nuevo sentido al identificar la referencia al sol («helios»)
con el poderoso, sin embargo sería rarísimo que no constara explícita-
mente el dedicatario si fuera el Duque, dado el afán de Espinosa por
rendir pleitesía literaria a su señor cada vez que la ocasión lo propiciaba.
Ello sin contar la dosis de inverosimilitud que supondría, aun dentro
de un marco tan literaturizado, una amonestación al poderoso Duque
para que lo acompañase al yermo de su retiro.
Un último apunte en relación con la Soledad de Pedro de Jesús es
aclarar que, frente a lo que se viene repitiendo en distintos estudios,
por ninguna parte aparece en ella el disfraz nominal de Hortensio para el
locutor (locutor que ya figura –no lo olvidemos– bajo la denominación
poética de Pedro de Jesús). El sobrenombre de Hortensio es exclusivo de
la Soledad del Gran Duque de Medina Sidonia, pieza que por mucho
que tenga que ver, como de hecho tiene, con la anterior Soledad de
Espinosa, es una obra distinta y no el resultado de ningún proceso de
reescritura. De bastante más enjundia y envergadura que la anterior, a
la que más que duplica con sus 48 octavas reales.
25 Para fijar el terminus a quo contamos con la primera evidencia de que esta Sole-
dad de Pedro de Jesús no está en la antología reunida por Calderón, la Segunda parte de
las Flores de 1611, donde previsiblemente hubiera ido parar. Pero la fecha de comienzo
también puede apuntalarse por datos externos, que la retrasan más, pues cuando Espi-
nosa la escribe es ya sacerdote (como se recalca en los rótulos de los dos manuscritos que
la contienen), y López Estrada ofrece pruebas concluyentes de que eso no se produce
al menos hasta 1614 («La primera Soledad de Pedro Espinosa…», cit. [n. 23], p. 460).
Rodríguez Marín pensaba que Espinosa había dirigido esta Soledad al duque de Medina
Sidonia «por los años de 1612, o poco después» (Pedro Espinosa, cit. [n. 3], p. 236).
26 Como señaló López Estrada, la Soledad de Pedro de Jesús se mira en las Epístolas
de San Jerónimo, y en concreto en la Epístola primera del libro tercero, dirigida «a
Heliodoro, varón santo y de mucha perfección» («La primera Soledad de Pedro Espino-
sa…», cit. [n. 23], pp. 457-459).
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36 Cf. Begoña López Bueno, «Hacia la delimitación del género oda en la poesía
española del Siglo de Oro», en B. López Bueno, dir., La oda (II Encuentros Interna-
cionales sobre Poesía del Siglo de Oro), Sevilla, Publicaciones de la Universidad/Grupo
PASO, 1993, pp. 175-214. Espinosa no fue en absoluto ajeno al prestigio de la oda
horaciana, como lo prueba la inclusión de 16 de ellas en las Flores de poetas ilustres de
1605 con mención explícita –y esto es acaso lo más llamativo– hasta en el propio título
de la antología: Primera parte de las Flores […]. Van escritas diez y seis Odas de Horacio,
traduzidas por diferentes y graves Autores admirablemente.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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La Soledad del gran duque de Medina Sidonia.
definitivo, porque tal vez aclara mejor el sentido del sintagma: más que la idea de que
‘la vida se restituya a sí misma’ podría interpretarse ‘que así (de esta manera) la vida
se restituya’. En cualquier caso resulta obvio que la elipsis se refiere a vida (tratada en
tercera persona) y no a soledad (a la que se dirige en segunda persona).
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De sublimes y modestas cumbres :
La figura del conde de Niebla en la segunda Soledad
Nadine Ly
Universidad Bordeaux Montaigne
Al undécimo Conde de Niebla y octavo Duque de Medina Sidonia
en 1615, don Manuel Alonso de Guzmán y Silva (1579-1636), le dedi-
ca Góngora explícitamente en 1612, la «Fábula de Polifemo y Galatea»;
en 1615, deja sin terminar la «Égloga piscatoria en la muerte del duque
de Medina Sidonia», su padre; en 1617, en el Panegírico al duque de
Lerma, evoca los «sidonios muros [que] besan hoy la plata / que ilustra
la alta Niebla que desata» (Octava 15) y, en 1626, en la silva inacabada
titulada «En la creación del Cardenal don Enrique de Guzmán», sobri-
no del conde duque de Olivares, recuerda los vínculos del valido con la
casa de Medina Sidonia: «este, pues, pompa de la Andalucía, / gloria de
los clarísimos Sidones, / de los Guzmanes, digo, de Medina, / solicitó
süave tu capelo.» (vv. 60-63). Y no se pasen por alto los famosos dos
tercetos del soneto de 1603, «Al mal clima de Valladolid y a su confu-
sión en tiempo de la Corte», que juegan con el sentido anfibológico de
ciertos títulos para satirizar la posada llena de chinches donde se aloja
el poeta y el mal clima de Valladolid. Resalta en el último verso la pa-
ronomasia Niebla / Nieva:
Todos sois condes, no sin nuestro daño;
dígalo el andaluz, que en un infierno
debajo de una tabla escrita posa.
No encuentra al de Buendía en todo el año;
al de Chinchón sí, ahora, y el invierno,
al de Niebla, al de Nieva, al de Lodosa1.
Quedan sin identificar explícitamente por el poeta, pero sí relacio-
nados por voces más que autorizadas con el Conde de Niebla, el «Prín-
cipe» del final de la Soledad segunda y el «prudente cónsul» del soneto
de 1615: «Alegoría de la primera de sus Soledades» del que hoy no diré
nada. Mi objetivo es analizar algunos procedimientos utilizados por
Góngora para ensalzar la figura del conde, siendo el más notable la
omisión de su nombre en la Soledad segunda.
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De sublimes y modestas cumbres
y, para una información completa y detallada: R. Jammes, Études sur l’œuvre poétique de
don Luis de Góngora y Argote, Bordeaux, 1967, pp. 275-281.
5 Études, pp. 280-281, nota 87.
6 en Paratextos en la literatura española, siglos XV-XVIII, Estudios reunidos por
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
María Soledad Arredondo, Pierre Civil y Michel Moner, Madrid, Casa de Velázquez,
2009, pp. 49-69 y, para la cita, p. 59.
7 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones del
mecenazgo», Criticón, Núm. 106, pp. 99-146.
8 Gaspar Garrote Bernal, «Palabras por patrocinio. Cristóbal de Mesa ante el du-
que de Béjar (Rimas, 1611)», en El mecenazgo literario en la casa ducal de Béjar durante
la época de Cervantes, ed. J. Ignacio Díez, Valladolid, Fundación Instituto Castellano y
Leonés de la Lengua, 2005, pp. 131-171.
9 Ver José Lara Garrido, «Un nuevo encuadre de las Soledades. Esbozo de relectura
desde la Económica renacentista», Calíope, 9, 2, 2003, pp. 5-34.
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De sublimes y modestas cumbres
15 vol. II, Discurso LIII, «De los compuestos por metáfora», p. 549.
16 Ibid., Discurso XLIII, «De las observaciones sublimes y de las máximas pru-
denciales», p. 469.
17 Ibid., Discurso XLIX, «De la agudeza por alusión», p. 505.
18 Ibid., Discurso LI, «De la composición de la agudeza en común», pp. 527-28.
19 Ibid., p. 530.
20 Art. cit., p. 61.
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36 Edición, introducción, notas e índices de Elena Bajo Pérez y Felipe Maíllo Sal-
gado, Gijón, Ediciones Trea, S. L., 2005
37 La bibliografía de José Manuel Fradejas Rueda, tanto en formato libro como
en ediciones electrónicas, es demasiado numerosa para poder figurar aquí. Solo señalo
unos títulos:
-Antiguos tratados de cetrería castellanos, Madrid, Cairel, 1984 ,
-Bibliografía cinegética hispánica. Bibliocrítica de los libros de cetrería y montería his-
pano-portugueses anteriores a 1799, London, Grant & Cutler, 1991,
-Textos clásicos de cetrería, montería y caza, Madrid, Fundación Histórica Tavera,
1999 (cd-rom),
- El arte de cetrería de Federico II, Ciudad del Vaticano, Biblioteca Vaticana
Apostólica, 2004.
38 Juan Vallés, Libro de cetrería y montería, Sevilla, Editorial Hispalense, 1947, pp.
177-178 para las citas.
59
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
39 Pero López de Ayala, Libro de la caza de las aves [1385-1386], El Ms. 16.392
(British Library, Londres). Ed. con introd., notas y apéndices por John G. Cummins,
London, Támesis Books, 1986, p. 237.
En línea: Archivo Iberoamericano de Cetrería, Textos Clásicos, vol. 3, Universidad
de Valladolid, 2007.
40 El arroyo de la Rocina en las marismas del Bosque de Doñana.
41 Don Juan Manuel, Libro de la caza, Prólogo, edición, estudio y notas de José
María Castro y Calvo, Barcelona, CSIC, Delegación de Barcelona, Instituto A. de Ne-
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De sublimes y modestas cumbres
palma el gerifalte por ser la mayor de las aves de altanería, seguido del
sacre y del neblí, más pequeño, pero buen cazador de ribera.
Leída a la luz de esos testimonios, la descripción del desfile de «cuan-
ta la generosa cetrería / desde la Mauritania a la Noruega, / insidia ceba
alada» (vv. 737-739) y principalmente la evocación del neblí, resulta
ser la ampliación poética que, por ingeniosa alusión y correspondencia,
desarrolla Góngora a partir de la cadena paronímica compuesta por
neblí-noble-nube, atribuyéndole incluso al pájaro un origen divino y
rasgos jupiterinos:
El neblí que, relámpago su pluma, 745
rayo su garra, su ignorado nido
o lo esconde el Olimpo, o densa es nube
que pisa, cuando sube,
tras la garza, argentada el pie de espuma;
y volviendo a nombrarlo, al final de la evocación del cortejo, cerrado
por el «can de lanas prolijo», justo antes de la aparición del Príncipe.
Tendrá el perro de aguas que bucear en la ría o en la playa, mientras que
el altísimo vuelo del neblí alcanza la constelación del Cisne:
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
42 Agudeza ..., Vol. II, pp. 372-380 y, p. 373: «La blanca y hermosa mano, /
hermoso y blanco alguacil / de libertad y dinero, / es de nieve y de neblí», vv. 39-40,
del romance de asonancia aguda de 1590, «Dejad los libros ahora, / señor licenciado
Ortiz», Obras completas, I, p. 123-126.
43 Ibid., Discurso LVIII, p. 594.
62
De sublimes y modestas cumbres
44 El Polifemo de don Luis de Góngora comentado por don Garcia de Salzedo Co-
ronel [...], en Madrid por Juan González, Año 1629, edición facsimilar, Extramuros
Edición, 2008.
45 Juan de Mena, Laberinto de Fortuna y otros poemas, Ed. de Carla de Nigris,
Estudio preliminar de G. Serés, Barcelona, Crítica, 1994, pp. 132-141, p. 132 para la
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cita. Pedro de Espinosa, ed. cit., p. 236: «Don Enrique de Guzmán segundo conde de
Niebla, caballero de singular valor [...]. Fue sobre Gibraltar que se había perdido en
tiempo del rey Don Alfonso el último, con dos mil caballos y tres mil peones a su costa,
donde se ahogó en una barca por favorecer a un caballero que se ahogaba».
46 Ver el comentario de R. Jammes en su edición de las Soledades, p. 518. Recuér-
dese el texto de la copla 15: «E toda la otra vezina planura / estava çercada de nítido
muro, / así trasparente, clarífico, puro / que mármol de Paro semeja en albura, / tanto
qu’el viso de la criatura, / por la diafana claror de los cantos, / podiera traer objectos
atantos / quanto çelava so sí la clausura».
47 Imagen ya ensayada por Góngora en poemas anteriores, por ejemplo en el so-
neto de 1607, «A los campos de Lepe, a las arenas»: «Muro real, orlado de cadenas, / a
cuyo capitel se debe el día, / ofreció a la turbada vista mía / el templo santo de las dos
sirenas» (segundo cuarteto).
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De sublimes y modestas cumbres
48 Díaz de Rivas, citado por Jammes, ed. cit., p. 518: «Siempre me pareció esta
metáfora muy bizarra, aunque no la he visto usada de otros poetas; pero si decimos
“monte soberbio” o “cumbre soberbia” a la que está levantada, ¿por qué no podremos
decir “cumbre modesta” a la que es humilde y pequeña?».
49 En la edición de Bienvenido Morros, estudio preliminar de Rafael Lapesa, Bar-
celona, Crítica, 1995, p. 234.
50 Lope de Vega, Obras completas, Poesía, I, Ed. y prólogo de Antonio Carreño,
Madrid, Biblioteca Castro, 2002. Sugiere Antonio Vilanova, en Las fuentes y los temas
del Polifemo, Primer Tomo, Revista de Filología Española, Anejo LXVI, Madrid, 1957,
p. 173, que a partir del concepto lopesco Niebla de luz, forjó Góngora «una audacísima
renovación del tema» (p. 174) en el verso: «Ahora que de luz tu Niebla doras».
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
go enumera la larga lista de los nombres ilustres cuyos actos los hicieron
inmortales y entre los que figuran, después de Cortés, los Pastrana,
Ayamonte, Zúñiga, Sandoval, Lemos, etc. y: «los tiernos años del famo-
so conde / de Niebla, luz de España, el mundo admira»51. Asismismo
habrían de ser contra-modelo los versos de Luis Carrillo y Sotomayor,
en la Carta dedicatoria de su Fábula de Acis y Galatea (16): «Y tal os vis-
tes, humillado el cuello, / hermosa Niebla, a un sol, más que el sol, be-
llo» (vv. 31-32)52. Al eludir el nombre del conde de Niebla en el cierre
de su Soledad segunda, Góngora no sólo se separa de sus predecesores
sino que realiza el tour de force de superarse a sí mismo, permitiéndole
la omisión del nombre tejer una sutil y espléndida red de alusiones y
correspondencias a la vez concretamente atestiguadas y poéticas.
Otra innovación quisiera señalar: concierne al estatus que adquiere
el Príncipe en el espacio poético dedicado a la descripción de las es-
cenas de cacería (vv. 831-936), escenas violentas, crueles y sublimes,
apreciadas de los nobles cazadores. En ellas no interviene el pájaro
que le es emblema ornitológico y lingüístico, el neblí. Lo sustituyen
un «baharí templado» tras un doral, Ascálafo frente a una nube de
cuervas, un gerifalte, «boreal Harpía», contra las cuervas, auxiliado
por un «duro sacre», «geminado rigor, en cuyas alas / su vista libra
toda el estrangero»: «pendientes agradables casos», o descripción de
acciones, como los llama Aristóteles, que el lector percibe y aprecia a
través de la mirada aristocrática del Príncipe, quedando el peregrino
en los márgenes del magnífico relato. Recalca Mercedes Blanco, en el
capítulo «Con rumbo a los mares del Sur» de su Góngora heroico, en
las páginas tituladas «Ariosto: la unidad del mar y el imperio del orbe»
que ni Ariosto (en el Furioso) ni Góngora en el discurso de las Na-
vegaciones, nombran a almirantes o descubridores. El único nombre
propio que aparece en Ariosto, es el de Carlos V a quien le dirige un
encomio, nombre que al ser el único propio «adquiere una importan-
cia primordial y un valor panegírico inmenso»53. ¿Qué diremos de un
fragmento panegírico como el de la segunda Soledad, que no es dedi-
catorio, que no abre el poema sino que lo cierra, que nunca nombra al
alto personaje elogiado sino por sutiles alusiones, presentándolo como
espectador de la caza más aristocrática y con cuya mirada se fusiona la
del lector? Pues, que una vez más, Góngora ha innovado, encontrando
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Advertencia epilogal
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De sublimes y modestas cumbres
Seuil (La couleur des idées), 1998, p. 139. Carlo Ginzburg, Mythes, emblèmes et traces.
Morphologie et histoire, Paris, Flammarion, 1989, Capítulo 1.
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El Condestable Juan Fernández de Velasco
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2. Templos gráficos
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
fin de crear una gran biblioteca central, nos muestra unos minuciosos
planteamientos. De entrada estima urgente un establecimiento seguro
donde custodiar los buenos libros y, así, evitar su pérdida, convencido
de ser las librerías un recurso privilegiado de la amistad y concordia, por
vía de letras, entre muy distintas naciones.24 Semejante propósito en
aquellos años era de acuciante necesidad, porque las bibliotecas espa-
ñolas no gozaban de un contexto floreciente ni favorable. Incluso Pero
Mexía prescinde de España cuando escribió que “ay y se hazen cada día
copiosas y muy notables librerías en los estudios y universidades, y en
Roma, Florencia, Venecia y en otras muchas partes; y se espera que cada
día se harán más y yrán en crecimiento las hechas”.25
Valladolid sería la sede idónea de tamaño cofre de ingenios, el lugar
donde el monarca reside la mayoría de las veces, plaza de la Audiencia
Real, eximia Universidad, colegios y monasterios; es decir, el asenta-
miento de una cuantiosa y asegurada nómina de usuarios. En su edifi-
cio, el que fuere, la sala principal, dedicada a la guarda y consulta de los
volúmenes, debía cuidar la buena luz para facilitar la lectura, y lograr
el mejor acomodo posible de los ejemplares adquiridos. Un tipo de
“oráculo, para todo lo que se dudare”, dice Páez, compuesto de textos
de mano antiguos, o bien trasladados al romance de las lenguas prin-
cipales. De haber algunos estampados, su acierto y corrección tendría
que quedar garantizado una vez cotejados con los mejores manuscritos
correspondientes. Sin embargo, antes se atendería a la sustancia de los
mismos que al número, “de manera que sean más propiamente tesoros,
que libros, como dice Plinio”. El símil tesoros, distante de una pragmá-
tica utilidad, apunta hacia la conservación como objetivo fundamental,
a un acceso privativo y limitado de la institución o, mejor, legado, un
mausoleo sacro de los talentos con el riesgo de llegar a convertirse en
uno más de los muchos bibliotafios de la época.
La segunda de las salas previstas, acogería un gabinete de curiosida-
des, con naturalia y artificialia, organizado a partir de criterios científi-
cos; quizás a la manera del museo sevillano del médico Nicolás Monardes
(c. 1493-1588), repleto de los objetos novedosos y exóticos enumerados
páginas atrás.26 Páez incide en recuerdos de viajes, como huesos de gi-
24 Juan Páez de Castro, Memoria al rey Phelipe II sobre la utilidad de juntar una
buena biblioteca. Se trata de un manuscrito autógrafo sito em la Biblioteca de El Es-
corial, ms. 135-III-73. Exite una edición moderna de Gonzalo Santonja, Valladolid,
Consejería de Educación y Cultura, 2003. También lo estudia Luis Gil, Panorama so-
cial del humanismo español (1500-1800), Madrid, Tecnos, 1997, pp. 654 y ss.
25 Pero Mexía, Silva de varia lección, Sevilla, Fernando Díaz, 1587, p. 132.
26 Nicolás Monardes Alfaro, Libro que trata de todas las cosas que se traen de nuestras
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Bibliofilia y mecenazgo en la España de Felipe II
gantes, celadas, armas, piedras, plantas, animales; que, dirime con cor-
dura, “las más de estas parecerán muy menudas, y de poca sustancia a
muchos, que no tienen habituado el entendimiento a la contmeplación;
ni saben el deleyte, y provecho, que causan”. Tampoco habría de faltar
la noticia perpetua de las navagaciones y conquistas de las Indias, ni,
para excusar pleitos y conflictos más graves, de los límites de los reinos y
señoríos de la Monarquía. La sala tercera la reserva a los archivos, el ha-
bitáculo de mayor secreto para la guarda de la información tocante a los
asuntos del gobierno de la monarquía y la opinión política de sus reyes.
En el exorno contempla los recursos iconográficos habituales en las
bibliotecas renacentistas, normalmente engalanadas con galerías de re-
tratos, pintados y estampados, y bustos de hombres ilustres, a la zaga
de Ático y Cicerón. Siguiendo el aviso de Plinio, especial ahínco se
pondría en la fidelidad de las imágenes susodichas, por ser marcas pri-
vilegiadas de la memoria. En cuanto a los desconocidos, la efigie se
fingiría mediante el escrutinio de sus escritos, eficaz reflejo del alma. De
este modo, las estancias estipuladas no sólo estarían impregnadas de los
ánimos y inteligencia de aquellos grandes hombres, dialogantes con las
gentes capaces de entenderlos, sino también de sus cuerpos representa-
dos en pinturas, metales y mármoles. Sin embargo, la más principal y
fastuosa de las imágenes, en el salón inicial, representaría a Cristo niño
enseñando la ley a los doctores del templo. En tanto que la creación del
mundo presidiría la sala segunda, rodeada de los rostros de geómetras
y descubridores del Nuevo Mundo. Páez concluye: “los que la vieren
puedan pensar que han peregrinado lo más principal del Universo”.
Otro diseño retórico de Biblioteca Real, también dirigido al monar-
ca y con las miras puestas en la futura fundación de El Escorial, sus-
cribió en 1578 el canonista valenciano Juan Bautista Cardona (1511-
1589), obispo de Tortosa.27 Como el de Páez de Castro, incide en una
librería abundante, sobre todo de viejos y valiosos manuscritos griegos,
latinos y hebreos en pergamino; motivo que razona aludiendo a la bi-
blioteca de Alejandría del rey Ptholomeo Philadelpho, la lanzadera de
Orígenes, Clemente y Dionisio. De manera que si tal fuere la que es-
pecula, con el tiempo pariría los más eminentes letrados del mundo.28
El adorno: cuadros de hombres insignes, sabios, clásicos, Padres de la
Iglesia y santos, preferibles de la historia de España.
Indias Occidentales, que sirven al uso de la medicina, Sevilla, Hernando Díaz, 1569.
27 Juan Bautista Cardona, Traza de la librería de San Lorenzo el Real, ms d-III-25
de la Biblioteca de El Escorial, reproducido en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Mu-
seos, 9 (1883), pp. 364-377.
28 Ibid., p. 54.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
29 Fray Jerónimo de Sepúlveda, Historia de varios sucesos y de las cosas notables que
han acaecido en España y otras naciones desde el año 1584 hasta el de 1603, p. 371
30 En Tarragona, oficina de Felipe Mey.
31 Este escrito de Panvinio es el De rebus antiquis memorabilibus & praestantia
basilicae Vaticanae, Biblioteca de El Escorial, ms. I-f-17. El capítulo referido está en los
folios 324r-331v.
32 Fray José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Geronimo, Madrid, Imprenta
Real, 1605, p. 571.
33 Véase Fernando Bouza, Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita euro-
pea en la alta Edad Moderna (siglos XV-XVII), Madrid, Síntesis, 1992, pp. 124-126; y
“La Biblioteca de El Escorial y el orden de los saberes en el siglo XVI”, en El Escorial:
arte, poder y cultura en la corte de Felipe II, Madrid, Universidad Complutense, 1989,
p. 89.
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34 Remito a Fernando Checa Cremades, Felipe II, mecenas de las artes, Madrid,
Nerea, 1992, cap. VII. También Selina Blasco Castiñeyra, “La imagen literaria de la Bi-
blioteca Vaticana y la Biblioteca de El Escorial: Mutio Pansa, Angelo Rocca y fray José
de Sigüenza”, en Mª L. López-Vidriero y P. Cátedra, dirs., El Libro Antiguo Español
IV. Coleccionismo y Bibliotecas (siglos XV-XVIII), Salamanca, Universidad de Salamanca,
1998, pp. 137-165. Sigue siendo de interés John W. Clark, The Care of Books. An Essay
on the Developement of Libraries and their Fittings, from the Earliest Times to the End of
the Eighteenth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 1902.
35 También Fernando Checa, “El lugar de los libros: la Biblioteca de El Escorial”; y
Fernando Bouza, “La biblioteca de El Escorial y el orden de los saberes en el siglo XVI
en la Corte de Felipe II”. Ambos en El Escorial, arte y cultura en la Corte de Felipe II, El
Escorial, 1988. Y Jesús Sáez de Miera, De obra “insigne” y “heroica” a “Octava Maravilla
del Mundo”: la fama de El Escorial en el siglo XVI, Madrid, Sociedad Estatal para la
Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001.
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36 Elogia veris clarourm virorum imaginibus apposita. Quae in musaeo Ioviano Comi
sepectantur. Addita in calce operis Adriani pont. Vita, Venecia, Michelem Tramezinum,
1546. El duque de Frías, muy aficionado a Giovio, tenía los Elogia Virorum literis
illustrium quotquot vel nostra vel avorum memoria vixere. Ex eiusdem Musaeo (cuius des-
criptionem uma exhibemus) ad vivum expressis imaginibus exornata, Petri, Pernae, 1575.
37 Orsini poseía un magnífico repertorio epigráfico; véase Alejandra Guzmán Al-
magro, “Transmisión y trasmisores de textos epigráficos en el siglo XVI: los Schedae
Ursini”, Sylloge Epigraphica Barcinonensis, VI (2008), pp. 3-118.
38 Panvinio es autor de una serie de obras entonces fundamentales en estos cometi-
dos; entre otras, De comitiis imperatoriis (Basilea, 1558), Epitome Romanorum pontifi-
cium (Venecia, 1557), y De biblotheca pontificia vaticana (Tarragona, 1587).
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de Florencia, realizada entre 1563 y 1586, donde los planos están co-
locados en las puertas de grandes armarios, encima de las imágenes de
animales y plantas de los lugares evocados; en la superior estaban los re-
tratos de algunos de sus mandatarios. En el centro de la sala reposaban
útiles cosmográficos y la esfera armilar que hiciera, en el Cuatrocientos,
Lorenzo della Volpaia para Lorenzo en Magnífico.54
La librería, en general, aspira a recoger el saber universal, como la
de cualquiera de los nobles bibliófilos, eruditos y anticuarios de la se-
gunda mitad del siglo XVI.55 En ella se percibe una impronta funcional
y práctica, que baraja y conjuga los libros necesarios en los quehaceres
profesionales y carrera cortesana de su dueño, con los genuinos de su
estudio, inquietud científica, gusto estético y literario. No es fortuito
tampoco un cierto predominio de la historia, en particular las castella-
na, uno de los fundamentos de la cultura escrita aristocrática española
de la Edad Moderna. De otro lado, los libros en italiano conforman
una taxonomía excepcional, un género distintivo y habitual en el eclec-
ticismo bibliográfico de la nobleza española. La estancia del condesta-
ble en el Milanesado, hacen que este apartado, quizás el más abultado y
primoroso, no tenga parangón en las de sus pares coetáneos. Si, como
sugieren algunos, estudió en las aulas salmantinas del Brocense, obvio
es el acopio de disciplinas humanísticas y de textos, impresos y manus-
critos, greco-latinos.
Velasco, en Italia tuvo la oportunidad de conocer de cerca la alta cul-
tura europea del Quinientos, que bien pudo sopesar visitando muchas
de las mejores bibliotecas de entonces, como la milanesa del cardenal
Federico Borromeo -con quien mantuvo unas tensas relaciones políticas
- y las de otros príncipes cultos. Es posible que también pisara el Tem-
plum Famae, la casa de Paolo Giovio a orillas del lago Como, en donde,
con toda probabilidad, tomó ideas para el programa iconográfico de la
suya.56 La estrecha amistad que mantuvo con los duques de Mantua le
permitió, en septiembre de 1598, pasar unos días con ellos hospeda-
54 María Cruz de Carlos, “Al modo de los antiguos”, cit. También Juergen
Schulz, “Maps and Metaphors: Mural Map Cycles of the Italiab Renaissance”, en
D. Woodward, ed., Art and Cartography. Six Historical Essays, Chicago, University of
Chicago Press, 1987, pp. 97-122.
55 Véase Fernando Bouza, Palabra e imagen en la Corte. Cultura oral y visual de la
nobleza en el Siglo de Oro, Madrid, Abada, 2003.
56 Siquiera citar a Linda S. Klinger, The Portrait collection of Paolo Giovio. Tesis
doctoral inádita, Princeton University, 1991. Muy buenas son las aportaciones de
María Cruz de Carlos, “Al modo de los antiguos. Las colecciones artísticas de Juan
Fernández de Velasco, VI Condestable de Castilla”, cit.
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Las casas del desengaño, sus animales, y los límites de las
colecciones artísticas de los duques de Medina Sidonia
en Sanlúcar de Barrameda
1 Sobre este soporte teórico, vid. Antonio Urquízar Herrera, «El coleccionismo en
la formación de la conciencia moderna del arte. Perspectivas metodológicas», en Inma-
culada Socias, ed., Conflictes bèl•lics, espoliacions, col•leccions. Barcelona, Universidad de
Barcelona, 2009, pp. 169-182.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
cionismo humanista. Esta casa ducal reunió en esos años varios reper-
torios de bienes muy interesantes, que demostraban conocimiento de
los hábitos coleccionistas de la corte, y que en el caso concreto de los
bienes americanos y africanos, se colocaban en la vanguardia del interés
europeo por los objetos procedentes de la expansión marítima de la
primera modernidad.
De manera general, podemos decir que este interés que hoy tienen
los bienes de los Medina Sidonia en el contexto del coleccionismo hu-
manista está conectado con la singularidad de la posición geopolítica
de la casa. Como es sabido, la centralización de la vida de la casa en
Sanlúcar a partir de 1532 respondía a la vocación ultramarina de sus
actividades económicas, que llevaron a los duques a participar de forma
activa en las empresas de exploración comercial africana, a mantener
un papel fundamental en las rutas americanas y a estar en contacto
con las líneas de comercio del norte de Europa gracias a su control de
la desembocadura del Guadalquivir y la entrada fluvial a Sevilla2. Esta
triangulación atlántica explica el acceso que tuvieron los duques a va-
rios de los repertorios de bienes que sustentaban parte de los catálogos
fundamentales del coleccionismo humanista más avanzado. Como he-
mos analizado en otro lugar, los inventarios post mortem de 1507 del III
duque don Juan de Guzmán y de 1558 del VI duque don Juan Alonso
de Guzmán reflejan tipologías que pueden relacionarse con el modelo
historiográfico clásico de la cámara de maravillas y sus conjuntos de
naturalia y artificialia, tanto en los referentes iconográficos de las pin-
turas como en las tipologías de curiosidades naturales y otros objetos
producidos por el hombre3. En este contexto, los bienes americanos y
africanos resultan especialmente relevantes por componer un conjunto
que en número, variedad y antigüedad, encontraba pocos competido-
res en Europa. La facilidad que tenían los Medina Sidonia para acceder
a estos bienes no hubiera servido de nada de no haber gozado de un
horizonte paralelo de recepción y demanda intelectual de los mismos,
así como de una conciencia clara de los beneficios sociales que podía
reportar su posesión, reunión y exhibición. La conjunción de estos dos
2 De manera general, vid. Luis Salas Almela, Medina Sidonia. El poder de la aristo-
cracia, 1580-1670. Madrid, Marcial Pons, 2008. Para esta cuestión, pp. 53 y ss.
3 Sobre el coleccionismo de los duques de Medina Sidonia en el siglo XVI, vid. de
manera general, Antonio Urquízar Herrera, Coleccionismo y nobleza. Signos de distin-
ción social en la Andalucía del Renacimiento, Madrid, Marcial Pons, 2007; y de manera
particular sobre las colecciones americanistas y sus lecturas sociales, Antonio Urquízar
Herrera, «Imaginando América. Objetos indígenas en las casas nobles del Renacimien-
to andaluz», Historia y Genealogía, 1 (2011), pp. 205-221.
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zález Ramos, «Francisco de Cleves. Un pintor flamenco en las cortes ducales del Infan-
tado y Pastrana», Archivo Español de Arte, LXXIX, 313, (2006), p. 72.
9 F. Cruz Isidoro, «La colección pictórica del palacio sanluqueño de la Casa Ducal
de Medina Sidonia entre los años 1588 y 1764», cit. (6), p. 153. Según Velázquez Gaz-
telu, doña Ana de Silva había construido el salón de los mármoles y los cuartos altos y
bajos de la fachada principal que daba a la plaza. J. P. Velázquez-Gaztelu, Historia anti-
gua y moderna de la muy noble ciudad de Sanlúcar de Barrameda. Cit (4), vol. 2, p. 63.
10 A. Urquízar Herrera, Coleccionismo y nobleza. Cit. (3), pp. 140 y ss.
11 Jonathan Brown y Richard Kagan, «The Duke of Alcalá: His Collection and
Its Evolution». Art Bulletin, LXIX, 2 (1987), pp. 231-255; y Vicente Lleó, La casa de
Pilatos, Madrid, Electa, 1998, pp. 62 y ss.
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12 Inventario y tasación de los bienes que quedaron del Señor Duque Don Ma-
nuel Alonso, Archivo Ducal de Medina Sidonia, legajo 992. (Sanlúcar de Barrameda,
2/04/1636).
13 Pedro de Espinosa, Elogio al retrato de Manuel Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno,
duque de Medina Sidonia. Biblioteca Nacional de España, 1625, Mss. 3934, fol. 8v.
Accesible en línea en Biblioteca Digital Hispánica (http://www.bne.es/es/Catalogos/
BibliotecaDigitalHispanica/Inicio/).
14 L. Salas Almela, Medina Sidonia. El poder de la aristocracia, 1580-1670. Cit.
(2), pp. 256 y ss.
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rios de joyas, plata, vestidos, porcelanas y otros bienes de valor que apa-
recen en él, ni en las interesantes derivaciones sociales de la permanen-
cia de los objetos en el linaje15. En este sentido, gracias a sus contactos
familiares se entiende bien que la pintura fuera el núcleo principal del
programa decorativo del palacio, de manera que los cuadros presentes
en Sanlúcar se multiplicasen ya rondando los trescientos. Más impor-
tante aún resulta que estas pinturas estuvieran organizadas en distintos
espacios expositivos que recogían el modelo de exhibición y disfrute de
las obras que podía encontrarse en las galerías sevillanas, madrileñas y
europeas. Claramente, el espacio principal era la denominada «galería
alta» de palacio (según Velázquez-Gaztelu construida por el mismo du-
que), que estaba constituida por distintas habitaciones, absolutamente
repletas de unos ciento cuarenta cuadros y estampas, que con algún es-
pejo, algún bufete y algunos taburetes y banquetes, parecían componer
un espacio dedicado fundamentalmente a la exhibición y la contempla-
ción de pintura (véase inventario al final de texto). Pueden detectarse
agrupaciones temáticas e hilos conductores, como los retratos familia-
res y de la Casa Real, los cuadros de ermitaños, los retratos de santos
y los temas bíblicos, los paisajes, los boscajes con figuras, los navíos
o las representaciones flamencas de los signos, siendo probablemente
algunos de estos grupos, como el último, restos de las antiguas colec-
ciones familiares del siglo pasado, al igual que otras pinturas sueltas tal
que el «quadro grande de tabla de un ydolo con muchas figuras que
parece lo adoran», cuyo asunto no era fácilmente identificable para los
pintores que realizaron el inventario en 1636. Este conjunto variopinto
y sin gran unidad temática no parece descansar en un programa ico-
nográfico asentado, más allá de la imprescindible narración del linaje
y sus virtudes, y resulta más bien un conjunto definido por la simple
acumulación de pintura. Siguiendo el modelo misceláneo de las gale-
rías coetáneas, hay sobre todo una intención de exhibición de pintura
por encima de sus temas concretos. Otro asunto, sobre el que después
hablaremos más, sería saber hasta qué punto ese seguimiento respondía
a una implicación estética consciente, o se trataba de una simple imi-
tación social de modelos ornamentales a la moda. Después volveremos
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18 Inventario y tasación de los bienes que quedaron del Señor Duque Don Manuel
Alonso, Archivo Ducal de Medina Sidonia, legajo 992, fols. 114r y ss. (Sanlúcar de
Barrameda, 2/04/1636).
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
[Fol. 50r]
• Yten otros quatro quadros pequeños de menos de vara de señores
desta casa guarnecidos de oro de a medio querpo.
• Yten dos espejos grandes de christal de tres quartas con guarnición
de ébano negro.
• Yten dos bufete de jaspe en estantes de de caoba.
• Yten otro bufete grande piedras puesto en su estante de caoba y
quatro pies.
• Y en la dicha sala y en la otra antes estaban dos candiles de bola
de plata.
Yten se prosiguió en la segunda galería que sale a la plaça, se halló
lo siguiente:
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Las casas del desengaño, sus animales, y los límites de las colecciones...
• Yten quatro quadros grandes de figuras que parecen ser de los qua-
tro tienpos del año de Pintura antigua, de once quartas de largo
con guarnición dorada.
• Yten otros dos quadros grandes más o menos de figuras de ermita-
ños, con guarnición dorados.
• Yten otros nueve quadros, Pinturas de Flandes, que parecen de los
signos, guarnecidos dorados.
• Yten otro quadro signo como los de arriba.
• Yten otro quadro que parece ser y en él está pintado dos mujeres y
un niño con unas flechas y un ombre amado, guarnecido dorado.
• Yten otros dos retratos, el uno de mi señora la condesa de Niebla,
y otro de mi señora doña Ana de Silba y Mendoça.
[Fol. 50v]
• Yten otros dos Payses guarnecidos de caoba, que el uno por dorar,
de a vara, llanos.
• Yten otros dos quadros más pequeños de a media vara, el uno
con una ymagen y una mujer con una culebra y el otro con cinco
figuras desnudas, guarnecido de évano.
• Yten otras dos Pinturas, el uno de unos racimos de uvas y el otro
de figuras pequeñas antigua, guarnecido de oro.
• Yten otros dos quadros de más de a bara que están sobre la puerta
de entrada de la sala.
• Yten otros quatro Payses de boscaje y figuras de más de una bara,
guarnecidos de dorado y negro.
• Yten otros quatro payses más pequeños de boscaje y figuras, mas
dos son láminas y guarnecidos dorado y negro.
• Yten un bufete grande de piedras de más de dos varas y media de
largo, con su pie de caoba.
Yten se salió de la misma galería a la pieça mayor della y se ynven-
tarió lo siguiente.
• Yten otros dos signos como los diez que se hallaron en la sala
de arriba, que son sus compañeros, del mismo tamaño y con sus
mismas guarniciones.
• Yten ocho quadros grandes ermitaños de diez quartas de largo,
guarnecidos dos de oro y negro.
• Yten otros dos quadros de la ystoria de Jacob con guarnición do-
rada y negra de dos baras de largo.
• Yten quatro quadros grandes de nabíos [fol. 51r] pintados, guarni-
ción doradas y negra de largo de ocho quartas.
115
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
116
Las casas del desengaño, sus animales, y los límites de las colecciones...
[Fol. 92v]
• Yten un quadro grande sin guarnición de san jerónimo en quatro
ducados.
• Yten otro Retrato grande de cuerpo entero de la señora del duque
de maqueda en ciento y sincuenta reales.
• Yten otro quadro de caça y frutas guarnecido en tres ducados.
• Yten un quadro grande de san juan Bautista degollado, con su
guarnición dorada en ducientos reales.
• Yten un quadro grande guarnecido con su moldura dorada de la
madre Luisa de Carrión de dos baras y media de alto, en trecien-
tos reales.
• Yten un quadro grande, el árbol de la casa de los guzmanes en
ciento y sincuenta reales.
• Yten un paisillo flamenco con su moldura biejo en un ducado.
• Yten otro quadro de un perro en ocho reales.
• Yten otro quadro de la caída y conversión de san pablo en sin-
cuenta reales.
• Yten un quadro viejo en tabla de un bodegón, con su guarnición
en trecientos reales.
• Yten un quadro grande de los señores Reyes católicos quando esta-
ban sobre málaga en trecientos reales con su guarnición.
117
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
118
Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
a propósito del XI Conde de Niebla y Mateo Vázquez
(con unas notas sobre Hernando de Vega)
Francisco J. Escobar
Universidad de Sevilla
La producción del humanista hispalense Jerónimo de Carranza se
ha venido circunscribiendo a una obra que ha contado con notable re-
sonancia en nuestras letras áureas: la Philosophía de las armas (Sanlúcar
de Barrameda, 1582)1. Sin embargo, como contrapunto a la fortuna
editorial de este tratado, a la autoría de Carranza corresponden varios
manuscritos, menos conocidos, pero gestados, igualmente, en el entor-
no de D. Alonso Pérez de Guzmán –VII Duque de Medina Sidonia–,
de quien el capitán y caballero de la Orden de Cristo fue preceptor
de esgrima. Estos son: una carta a Felipe II, con un excurso sobre una
pregunta por parte del noble Guzmán así como un compendio de sus
Cinco libros sobre la ley de injuria2, obra esta que constituye un desarro-
llo sobre dicha materia jurídica. Incluso no falta tampoco, entre tales
empresas de aliento legislativo, un Discurso sobre las armas y las letras
arropado con el comento de las Institutiones Iustiniani, que conforma-
ban el corpus iuris civilis compilado entre los años 528 y 534 a instan-
cias de Justiniano I3. Son, en efecto, obras instrumentales –e inéditas
121
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
en una carta del humanista a este maestro de gramática, con fecha de 1579, custodiada
en la Biblioteca Capitular de Sevilla, ms. 56-4-8, ff. 107v-108v. Del mismo modo,
esta relación también se la transmite Montano a Plantino en otra carta de 1583, en la
que menciona, además, otro contacto suyo en Sanlúcar, Alonso Brizeño, así como la
comunicación entre Sevilla y esta villa gaditana gracias al Guadalquivir (Benito Arias
Montano, Correspondencia conservada en el Museo Plantin-Moretus de Amberes. Ed.
de Antonio Dávila, Alcañiz/Madrid, Instituto de Estudios Humanísticos/Laberinto/
CSIC, 2002, vol. II, p. 492).
4 Cuestiones que analizamos en un artículo en prensa.
5 Editamos, a modo de Apéndices I y IV, las dedicatorias de Carranza al Conde de
Niebla y Vázquez, pero no las tres dirigidas a Hernando de Vega por su extensión; sí, en
cambio, en nuestro estudio sobre este capitán hispalense. Por lo demás, citaremos por
el manuscrito de la Colombina –autógrafo y redactado en el entorno sevillano–, dado
que el antuerpiense constituye una copia realizada con celeridad, lo que ha originado
la transmisión de numerosos errores. En cualquier caso, conservaremos, en nuestra
edición textual, las grafías al tiempo que regularizamos el empleo de mayúsculas y
minúsculas, así como la puntuación.
122
Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
6 Años atrás, también Mal Lara había referido la «tierna edad» del VII Duque en
sus In syntaxin scholia.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
1580 el noble contaba con tan sólo un año, lo cual no tendría mucho
sentido. Es más, en relación con estas lábiles circunstancias editoriales,
Carranza le ofreció a Felipe II, además de la referida carta, un breve dis-
curso sobre la ley de injurias a partir de una pregunta que le hizo el VII
Duque a raíz de una querella de la que nuestro autor fue testigo y árbi-
tro. Incluso da la impresión de que se trataba de un adelanto del libro
jurídico que estaba redactando y que, eso sí, debió tener paralizado por
estas campañas militares en tierras lusitanas, como recuerda en la Phi-
losophía de las armas. De hecho, en la versión ampliada del opúsculo,
la reflexión se despliega en esta línea conceptual, mientras aumentaban
los ejemplos no sólo a partir de la observación empírica de la realidad
sino también gracias a la consulta de fuentes sagradas y textos canóni-
cos de la Antigüedad grecolatina. Interesa subrayar, asimismo, cómo
Carranza manifiesta que la materia de su libro «trata muy en particular
deste desengaño», concepto clave en su pensamiento estoico7. Además,
como en la Philosophía de las armas, se vale de tecnicismos que define
(injuria, afrenta, alevosía, mentís, etc.), revestidos de una enseñanza mo-
ral, de ahí que aluda a las virtudes de un «perfecto» cortesano como el
joven Guzmán.
Al margen de cronología y vicisitudes editoriales, lo cierto es que,
por la temprana fecha del texto, Carranza viene a inaugurar una amplia
nómina de dedicatorias al Conde de Niebla. Entre estos panegiristas
se encontraban Juan de la Sal, Juan de Robles, Mesa, Espinosa, López
de Zárate, Gabriel de Ayrolo, José de Saravia, Céspedes y Meneses, Pe-
dro Mancebo, Hernando de Peralta, Alonso de la Concepción, Alonso
Gregorio de Escobedo, Manuel Sarmiento de Mendoza y, claro está,
Góngora en su Polifemo. Sin embargo, aunque el de Carranza sea to-
davía un prematuro proemio, destaca ya por su concepto doctrinal e
ideológico afín a los Medina Sidonia, sobre todo, por la genealogía de
este linaje, que entroncaba con la Relación de los Guzmanes de Pedro de
Medina y la Crónica de Pedro Barrantes Maldonado, relatores de esta
casa nobiliaria y que venían a remozar el Origen de los Guzmanes de
Diego de Valera. Ello justificaría, no obstante, la mención de Carranza
a los historiadores «de esta famosa planta» y sus vínculos con el enfoque
propagandístico por parte de Mal Lara en su Hércules animoso por las
alusiones a Guzmán el Bueno, el episodio de Tarifa, etc., como loa al
124
Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
VII Duque. Incluso son ecos, de hecho, que tendrán todavía su reso-
nancia en la Relación de la guerra de Chipre y Batalla naval de Lepanto
(1572) y las Anotaciones a Garcilaso (1580) por Herrera, integrado,
junto a sus amigos sevillanos, en este círculo cultural de D. Alonso.
Sin embargo, a diferencia de estos cronistas, Carranza centra su ex-
curso en una doble ramificación de los Guzmanes, que atendía, de un
lado, a una dimensión religiosa –por Santo Domingo y la orden de los
dominicos– y, de otro, heroico-militar, gracias a Guzmán el Bueno. Para
ello, Carranza se vale de la metáfora de la planta o árbol con dos ramas,
que pudo servir de referente para la Genealogía de los Guzmanes, del pin-
tor de cámara de los Medina Sidonia Francisco Joanete (o Juanete, por
etimología popular)8. Tanto es así que, habiendo ejercido Carranza en
calidad de gobernador de Sanlúcar y Joanete, con el tiempo, como pin-
tor principal en este entorno ducal, a buen seguro se pudo gestar dicho
programa concertado por D. Alonso y auspiciado por los humanistas
sevillanos, entre los que destacaba el capitán como figura clave para la
transición entre el mecenazgo del VII Duque y el Conde de Niebla. Sea
como fuere, en la Genealogía están representados tanto Santo Domin-
go –por ser el fundador de la orden de los predicadores o dominicos–,
como Guzmán el Bueno «en defensa de la fee y en servicio de su rey».
Ambas figuras habían sido redivivas en esos años por el VII Duque gra-
cias a su santidad y vida ejemplar9, así como por sus hazañas y heroica
virtud. Sobre este último particular, sobresale también el hecho de que
Carranza, como hiciera Mal Lara en el Hércules y, en parte, Herrera en
sus Anotaciones y algunas pinceladas poéticas, refiera los episodios del
degollamiento del hijo de Guzmán (Don Pedro Alfonso), la defensa de
Tarifa y la lucha del héroe medieval contra el demonio-sierpe, es decir,
los tres referentes que ilustran el banco de la Genealogía10.
Desde esta atalaya ideológica se explicaría, por tanto, que D. Alonso
hubiera ejercido como mecenas de dicho programa, sustentado sobre un
árbol con sendas ramas elevadas desde sus raíces hasta el cielo. Es más,
en relación con la orden de los predicadores, el VII Duque fue uno de
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
16 Cf. Luis Salas, «Un cargo para el Duque de Medina Sidonia: Portugal, el es-
trecho de Gibraltar y el comercio indiano (1578-1584)», Revista de Indias, CCXLVII
(2009), pp. 11-38 (pp. 18, 20-22, 24, 26-27 y 31-34). En cuanto a un precedente
clásico conocido por estos degustadores de la cultura y que armonizaba la filosofía
estoica con la práctica de los negocios, cabe recordar el Épodo II de Horacio, en el que
el consabido Beatus ille es entonado por el usurero Alfio a modo de efecto inesperado
o paraprosdokía.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
17 Carranza se sumaba así a los partidarios de Vázquez que lo veían como sucesor de
la Casa de Leca, siendo hijo de Santo de Ambrosini (o Ambrogino) y, al parecer, de Isa-
bel de Leca, este último dato todavía discutido (nuestro autor, en cualquier caso, no dice
nada al respecto). De hecho, en una carta a Felipe II de 1587, Vázquez se enorgullecía de
haber sido reconocido por la Inquisición como «revisnieto por línea derecha de varón del
Conde Joan Paulo de Lecca», emparentando, además, con los Colonna (de ahí las sutiles
afinidades de Colonna, Vázquez y Cervantes en La Galatea). En cambio, el encomio por
parte de Carranza podría ocultar las sospechas de que Vázquez fuera hijo ilegítimo de
su benefactor Vázquez de Alderete. En cuanto a la carta de Vázquez de Leca a Felipe II
y otros pormenores sobre este linaje: A. W. Lovett, Philip II and Mateo Vázquez de Leca:
The Government of Spain 1572-1592, Genève, Droz, 1977, pp. 3 ss. (p. 6, n. 13).
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Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
Apéndices
Crió Dios una planta de tanta virtud, ilustríssimo señor, que pro-
duxo dos ramos tan fértiles que enriquezieron la tierra y tan creszidos
que, con sus frutos, llegaron al cielo: el uno fue Santo Domingo de
Guzmán, que, con la santidad de su vida y aprovadas costumbres, pe-
netró los cielos de tal suerte que, quando salió de la vida temporal, fue
recivido en la eterna con grande regocijo de los cortesanos de Dios;
y, en señal de su heroyca virtud, dexó, entre nosotros, la horden de
los predicadores, fruto tan esclarecido que siempre es resguardo de la
Yglesia Cathólica, de quien vuestra señoría es lexítimo pattrón. El otro
fue Don Alonso Pérez de Guzmán, que señaló la virtud de su ánimo en
defensa de la fee y en servicio de su Rey de tal manera que mereció que
los reyes xrisptianos [sic] y paganos fuesen historiadores de su valor. De
esta famosa planta salió Don Pedro Alfonso, a quienes moros y xrisp-
tianos martirizaron en Tarifa, y sobre la sangre deste mártir ynocente
está fundada la casa de que vuestra señoría es heredero. Y para que estos
ramos pudiesen frutificar con seguridad de ser constratados de los im-
pedimientos de la vida, extirparon de todo punto las raýzes que tenían
en el suelo y las plantaron en el cielo; y como la tierra cría y sustenta las
plantas con su humedad y grosura para que los frutos salgan saçonados,
estos dos árboles recivieron de Dios gracia y sustancia extraordinaria
con que sazonaron y perfecionaron sus frutos hasta merezer el nombre
de Santo y el otro nombre de Bueno, que son atributos de Dios.
Esta virtud divina fue el fundamento sobre que edificaron sus ma-
yorazgos que los preserva y hará perpetua la honra y fama destos gran-
des caballeros, que la parte del uno defiende la fee y la del otro defiende
la xrisptiandad contra los moros, y hasta el fin se yrán señalando y
imitando en todo. Y vémoslo en que Don Alonso Pérez, imitando a
Santo Domingo, dexó, entre nosotros, exemplos famosíssimos de for-
taleza y lealtad, de do nacieron aquellos príncipes valerosos en quien la
fama justamente se a [sic] ocupado hasta que sucedió el excelentíssimo
Don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, que oy vive, cuyo ánimo en-
riquezió Dios con tantos dones que, en la xrisptiandad y virtuosa vida,
imita a Santo Domingo y, en la lealtad y valor, es otro Don Alonso el
Bueno, pues no se ha visto ni sabido de las historias griegas ni latinas
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
(o romanas) quien aya vencido reyno con sólo su nombre sino este
valeroso príncipe, padre de vuestra señoría. Y pues esta gloria y esta
fama es tan antigua, de mano en mano (sin romperse) a llegado ya a la
mano de vuestra señoría, acuérdese que deciende de aquella real sangre
de los Guzmanes y que también, por la parte de mi señora la duquesa,
su madre, está cercado de famosísimos linderos, y verá que no a sido
fuera de propósito dedicar obra que trata de fama a quien es hijo y nieto
de los príncipes más famosos de la Xrisptiandad para que la faborezca
y ampare, pues Dios manda que se tenga más cuydado de conservar
la buena fama que de guardar las riquezas, y es porque la fama y los
hombres famosos penden de la inmortalidad del alma y los tesoros no
tienen ninguna correspondencia con ella. El efeto que haze la buena
fama en los hombres virtuosos, ilustríssimo señor, no es de otra manera
que el que haze la funda o cubierta que la naturaleza puso por defensa
en las frutas que, con ser una tela de tan delicada superficie, la preserva
de corrución todo el tiempo que la tienen y, en quitándosela, son fácil-
mente corrompidas y acabadas, por lo qual, el derecho determina que,
con el castigo exemplar, se quitase la fama de los malos para que no se
conserven más en la República.
Assí que, por muchas razones, me parezió ofrezer a vuestra seño-
ría, en su tierna edad, este pequeño servicio de leyes que es mi propia
facultad por ser materia provechosa y extrahordinaria, en quien, a lo
que creo, ninguna persona, por su gran dificultad, le a puesto la mano
para que salga por el mundo a desengañar y castigar los pensamientos
de los que, sin tener noticia de la verdad, ciegos de imbidia, juzgan-
do por las alabanças vulgares con fin de melencolizar la virtud, me an
dado nombre diferente del que me merezen mis estudios y nobleza.
Y porque conozco de la buena ynclinación de vuestra señoría, que no
sólo imitará la xrisptiandad y valor de sus antepassados, cuyas heroycas
virtudes ante los ojos le he representado para que proporcione las obras
con el nombre de Bueno que, por excelencia, tienen los herederos de
su estado, pero entiendo que pues el ymbidioso diente ni la carcoma
del olvido no an osado tocar en ninguno destos árboles para impedir
sus frutos por estar encorporados y envejecidos en la virtud, que es de
su naturaleza yncorrutible, el valor de vuestra señoría preservará lo por
venir de tal suerte que se conserve el nombre de glorioso de esta gran
casa en aquella yntegridad que tuvo en su principio, esmaltándola con
los hechos de su baleroso braço para que digan de vuestra señoría a sus
decendientes lo que he dicho de sus antepasados.
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Dos textos desconocidos de Jerónimo de Carranza
Grande es la diferencia que ay, muy illustre señor, entre las obras del
ingenio, que profesa obediencia en servicio de algún príncipe, y entre
las del hombre que con libertad sigue su natural ynclinazión, porque de
las unas se conoce fácilmente la desenvoltura y libertad con que el in-
genio camina por ella y, de las otras, la cortedad y cautiverio que pareze
estar aprisionado como en cárcel estrecha, por lo que le se da bien en-
tender ser el yngenio del hombre oficial de tal calidad que, apartándolo
de su curso y ocupando en obras que no conforman con la naturaleza
de su afecto, saca a luz sus conceptos con grandes dolores por ser los
sujetos de las cosas más altos de lo que él puede alcanzar o tan humildes
que la otra en siempre ynclinazión y fuera de su lugar natural por tener
el yngenio la propiedad de la palma que trabaxa siempre contra el peso,
de suerte que es gran obra suya quando se le manda aquello que es
inclinado de su naturaleza, porque, de otra manera, es sembrar olivos
en tierra estéril y buena para montes. Y así vemos que la tierra es madre
piadosa y solícita de las plantas y árboles que produze sin la industria
humana según los tiene crecidos, floridos, frescos y viciosos, y madrasta
injusta y rigurosa aquellos que, para que los críe, la razón, digo, rompen
y atormentan con labores.
De la propia manera le aconteció mi yngenio, que quando se me pi-
dió que escriviese en la alevosía y declarase la ley del horden, a mandado
real, que tan obscura a sido para algunos, aunque es mi primera facultad,
por lo que resultó de cierta consulta a que yo fuy llamado, si lo acepté,
fue más por la obediencia que por la suficiencia con que me hallé, porque
la ley justa no es otra cosa sino una razón cumplida de toda perfeción
ceñida de justicias, sino que los hombres, o por no entender la sustancia
de ella o porque no les conviene para lo que desean y pretenden, le po-
nen cosas más para dar a entender que se arriman a la ley que porque la
tienen entendida y así le dan diferentes sentidos todos los más contrarios
del suyo natural; de aquí nazen las varias opiniones entre los doctores y
aun la pertinacia con que algunos sustentan sus parezeres en desacato de
la razón natural y ley divina. Y porque de cosas tan particulares no puede
aver ciencia, pondremos muchos casos a los que les fácilmente se reduci-
rán los demás que sucedieren en este discurso, glosa o ynformazión; van
algunos fundamentos que son repetidos en nuestra destreza xrisptiana.
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El conde de Salinas y el duque de Medina Sidonia:
familias, armadas y poesía*
Trevor J. Dadson
Queen Mary University of London
*La investigación para este artículo se hizo gracias a la concesión de una beca de
investigación («Major Research Fellowship») de la Leverhulme Trust del Reino Unido,
a quien agradecemos sinceramente su apoyo.
Diego de Silva y Mendoza, futuro conde de Salinas, tenía nueve años
recién cumplidos cuando su hermana mayor Ana (nacida en 1561) se
casó en Pastrana con Alonso Pérez de Guzmán, VII duque de Medina
Sidonia. El duque llegó a Pastrana el 22 de febrero de 1574, firmó las
capitulaciones matrimoniales el 24, y el 25 salió para Madrid con su
joven esposa1. El día siguiente, 26 de febrero, emprendieron el viaje de
vuelta a Sanlúcar de Barrameda adonde llegaron el 21 de marzo2. El
matrimonio de su hija mayor con el primogénito de la Casa de Medina
Sidonia había sido uno de los mayores logros de Ruy Gómez de Silva,
príncipe de Éboli y I duque de Pastrana, aunque, al morir a finales de
julio de 1573, no vivió para verlo. Pedro Pérez de Guzmán, I conde de
Olivares y tío abuelo del VII duque de Medina Sidonia, y don Antonio
de Guzmán, marqués de Ayamonte, habían propuesto el matrimonio
del duque y Ana de Silva y Mendoza a Ruy Gómez en 1566, cuando
Ana solo tenía cinco años3. Para Ruy Gómez, segundogénito de una
rama secundaria de nobles portugueses, el haber conseguido semejante
matrimonio con una de las Casas nobles más antiguas y ricas de Espa-
ña señalaba a todo el mundo el definitivo ingreso de su familia en la
Grandeza española. Por tanto, su viuda, doña Ana de Mendoza y de la
Cerda, princesa de Éboli, no escatimó esfuerzos ni dinero en celebrar
el acontecimiento y congraciarse con su yerno. Boyden habla de una
«ceremonia suntuosa» que le costó a la princesa unos 6.000 ducados4.
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noviembre de 1599.
39 T. J. Dadson, ed., Cartas y memoriales, cit. (n. 9), carta 229.
40 T. J. Dadson, ed., Cartas y memoriales, cit. (n. 9), carta 232.
41 T. J. Dadson, ed., Cartas y memoriales, cit. (n. 9), carta 233, fechada a 7 de julio
de 1610.
42 No hemos encontrado ninguna carta entre los dos para esos años ni ninguna
referencia del uno al otro en otros documentos. Antes de la muerte de doña Ana sí que
encontramos varias referencias a «mi cuñado» en las cartas de Diego.
43 Vid. Trevor J. Dadson, Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (siglos XV-XVIII).
Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada, Madrid, Iberoameri-
cana-Vervuert, 2007.
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El conde de Salinas y el duque de Medina Sidonia
44 Sobre la amistad entre Góngora y Salinas, vid. Trevor J. Dadson, «Luis de Gón-
gora y el conde de Salinas: Una curiosa amistad», en Alain Bègue y Antonio Pérez Las-
heras, eds., «Hilaré tu memoria entrre las gentes»: Estudios de literatura áurea, Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, 2014, I, pp.55-78.
45 RB MS II/2124, carta 157.
46 Vid. T.J. Dadson, «Luis de Góngora y el conde de Salinas: Una curiosa amis-
tad», cit. (n. 44).
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
dejó partir con la Armada era porque quería que hiciera compañía a su
hermana Ana en Sanlúcar, tal vez temiendo que el duque no volviera de
tan arriesgada empresa. Y esa es la razón que aparece en los documen-
tos. Pero puede que hubiera otra que por su naturaleza no dejara huella
documental. Hay muy buenas razones para creer que Salinas era cojo,
probablemente desde la infancia o juventud, resultado de un accidente.
En alguno de los poemas desconocidos que acabamos de editar por pri-
mera vez hemos encontrado unas pocas referencias a una posible cojera
de Salinas, y en uno la posible causa, que fue jugando con un balón.
Intentó cogerlo en el aire, saltó y cayó mal:
Tachar un quebrado fue;
nunca me diera cuidado,
mas tachar un requebrado,
razón es que me le dé.
La ocasión de la caída
disculpa y aún alborota:
fue alcanzar una pelota
alta, hinchada y presumida.
Alcanzándola caí,
y para mejor jugalla,
yo salté por alcanzalla
y la alcancé y me tendí.
No alcanzo de puro cojo
la causa de este presente,
y la ofensa solamente,
como re-cojo, recojo47.
El poema no deja lugar a dudas de que el poeta tuvo una mala
caída que le dejó cojo. Como vemos por el texto número 134 de la
misma edición, esta cojera era muy conocida en la época, siendo objeto
de muchos chistes: «Ser cojo Alenquer tiene algo bueno, que es poder
caer más presto en todo». No sabemos cuándo pasó esto, pero puede
que fuera el resultado de algún accidente de su infancia, desde luego
anterior a 1587, como vemos por el soneto «¡Oh caña de pescar muy
transparente»48. Según el epígrafe que acompaña al soneto anterior «El
claro Duque de la tal figura» (soneto XXXV), los dos son respuestas «a
unas estancias que escribió un fraile de la Orden de Alcántara, estando
el conde allí, no siendo sino duque de Francavila. Es el fraile delgado y
47Vid. Trevor J. Dadson, ed., Conde de Salinas. Obra completa. La poesía desconocida,
Madrid, Biblioteca Clásica, Anejos de la Real Academia Española, 2014, poema 5.
48 D. de Silva y Mendoza, Antología poética 1564-1630, cit. (n. 13), p. 72, soneto
XXXVI.
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El conde de Salinas y el duque de Medina Sidonia
alto». Como hemos dicho antes, Salinas estuvo en Alcántara entre ene-
ro y abril de 1587 haciendo profesión de caballero. Ha de ser entonces
cuando se divirtió intercambiando sonetos con un fraile de la Orden.
Salinas termina su segundo soneto con estos tercetos:
Y como nos habláis desde tan alto,
altos serán por fuerza y empinados
los versos, aunque fuesen desvaríos.
Mas sucédeles mal a dar el salto,
que vienen a caer perniquebrados:
ved que soy cojo y los tendrán por míos.
De nuevo tenemos la referencia a «saltar» y «caer», el adjetivo tan su-
gerente «perniquebrados», y la equiparación de cojo» con versos (como
en la frase «un verso cojo», es decir, falto del número adecuado de sí-
labas), que hemos encontrado en otros documentos suyos49. Además,
está la clarísima afirmación del poeta en el último verso: «ved que soy
cojo».
En estas circunstancias es muy probable que el rey no quisiera que
Diego embarcara con la Armada, pero para que la negativa fuese más
aceptable y menos dolorosa la doró con la orden de que se quedara a
cuidar de su hermana y sus sobrinos. Si esto es lo que pasó, entonces
Felipe II mostró tener una gran sensibilidad para con el joven duque.
Sin embargo, Salinas jamás se olvidó de esta fallida oportunidad de
lucirse como militar. Terminó un memorial que escribió en 1626 para
su hijo Rodrigo sobre cómo preparar la defensa de Aragón en caso de
una hipotética invasión francesa con un tipo de clase de historia sobre
los hechos de sus antepasados -«los desafíos y batallas que os he hecho
leer»-, empezando con Diego Hurtado de Mendoza, hijo del Gran Car-
denal y I conde de Mélito, que peleó en las campañas de Nápoles al
lado del Gran Capitán, a raíz de las cuales recibió ese título nobiliario.
Luego habla de «mi abuelo y bisabuelo vuestro», otro Diego Hurtado
de Mendoza, que «fue sacado de Presidente de Italia para Virrey de
Barcelona; y siéndolo y viniendo el Condestable de Francia a sitiar a
Perpiñán, le hizo levantar el sitio y le rompió y entró en Francia en su
seguimiento, y quemó y saqueó muchos lugares». Su padre Ruy Gómez
de Silva «no siguió la guerra, pero [...] el día que se le encargó una tropa
de caballería rompió con ella la del enemigo y tomó a Ham. Y él y don
Álvaro de Mendoza fueron de los primeros que entraron asidos de las
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
50 Todas estas citas proceden de Trevor J. Dadson, Diego de Silva y Mendoza. Poeta
y político en la corte de Felipe III, Granada, Ediciones de la Universidad de Granada,
2011, pp. 255-256.
51 Entre 1591 y 1616 firma sus cartas y memoriales «conde de Salinas y Ribadeo,
duque de Francavila»; a partir de 1616 los firma «marqués de Alenquer, duque de
Francavila».
52 El poema se encuentra en Archivo Histórico de la Nobleza, Toledo, Sección
Osuna, CT. 543-316.
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El conde de Salinas y el duque de Medina Sidonia
Al duque de Francavila
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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«Ahora que de luz tu Niebla doras»: reflexiones en
torno a la conservación del patrimonio señorial
a comienzos del siglo XVII
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5 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes. Anales de una historia compartida,
ed. de Manuel José de Lara Ródenas, Huelva, Ayuntamiento de Huelva, 1992, pp.
23-27. Sobre esta fortificación pueden consultarse también los trabajos de José Luis
Gozálvez Escobar, «El castillo de San Pedro (Huelva) de la restauración del siglo XVI al
fin del castillo», Huelva en su Historia, 3 (1990), pp. 263-281 y El castillo de San Pedro
(Huelva). Función urbana y social, Huelva, Vicerrectorado de los Centros Universitarios
de Huelva y Asociación de Industrias Químicas y Básicas, 1993.
6 Manuel José de Lara Ródenas, «El convento primitivo: fundación y primer siglo
y medio», en La Merced, cuatro siglos de historia, Huelva, Vicerrectorado de los Centros
Universitarios de Huelva, 1991, pp. 11-37.
7 Juan Luis Carriazo Rubio y José María Cuenca López, Huelva, tierra de castillos,
Huelva, Diputación Provincial de Huelva, 2004, pp. 202-209.
8 R. Jammes, La obra poética de Don Luis de Góngora y Argote, cit. (n. 4), p. 233.
9 Archivo General de la Fundación Casa de Medina Sidonia (en adelante,
AGFCMS), leg. 3.136.
10 AGFCMS, leg. 2.566, fol. 112r.
11 AGFCMS, leg. 2.584, fol. 173r-174v.
12 AGFCMS, leg. 2.644.
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se concertó otro flete por idéntico importe con otro «arráez», por llevar
«maderas de robre y tablas asserradizas y otras al vado de Mari Suárez
para el adereço que se haze en las fortalezas de Niebla y Trigueros»29.
La última noticia documental que tenemos constatada de estas obras
corresponde al 12 de octubre. El duque ordena al tesorero Novela que
pague a un «mercader de madera residente en esta ciudad» de Sanlúcar,
1.695 reales por «çien terçiadas de madera de roble y castaño de veinte
y dos y veinte pies de largo, a quinze reales cada una, y quinze carros
de madera para alfargías30, a treçe reales el carro, que se le compraron
y llevaron a nuestras villas de Niebla y Trigueros para el adereço de los
castillos dellas»31. La diversidad de maderas adquiridas, con medidas
y formas concretas, advierte sobre las necesidades puntuales de unos
trabajos que debían continuar tres meses después de la visita del maes-
tro mayor. Ahora bien, al cabo de diez días, el 22 de octubre, el duque
ordenó al tesorero Novela que pagase «a los maestros mayores Juan de
Bonilla y Bartolomé Rodríguez» 50 reales «para su gasto, que van a Se-
villa a ver los reparos que an menester mis casas»32. Comprobamos así
que el carpintero Bonilla, que acompañó al maestro mayor Bartolomé
Rodríguez en su visita a Niebla en el mes de julio anterior, ha ascendido
de categoría. Tal vez la necesidad de atender obras en lugares distintos y
distantes de Sanlúcar aconsejara aumentar el número de maestros. No
sabemos hasta qué punto la atención que requería la residencia ducal en
Sevilla mermó los esfuerzos destinados a la fortaleza de Niebla, pero lo
cierto es que no hemos localizado pagos relacionados con estos trabajos
durante las semanas y meses siguientes a octubre de 1612.Las obras
en el alcázar de Niebla debieron quedar interrumpidas o limitadas a
su mínima expresión, a juzgar por el aspecto que seguirá ofreciendo
algunos años más tarde.
Desde luego, no podemos afirmar que Góngora conociera las obras
que se habían emprendido o que se iban a emprender en Niebla, pues
ello no pasaría de ser una simple conjetura difícil de sostener. Aun así,
no podemos negar que dicha conjetura dotaría de un sentido concreto
y cronológico al «ahora» en que Góngora sitúa la acción benéfica del
conde sobre Niebla. Puestos a conjeturar, también podemos contem-
plar otra posibilidad: que Góngora no tuviera conocimiento alguno
de las obras cuando compuso las octavas iniciales del Polifemo –lo más
29 Ibíd., 225.
30 Las alfarjías son maderos empleados para cercos de puertas y ventanas o para
formar el armazón de los techos apoyándose en las vigas.
31 AGFCMS, leg. 2.889, fol. 283v.
32 Ibíd., fol. 290r.
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36 Aunque Edward Cooper publicó un croquis de este plano junto con los de
las fortificaciones de Huelva y Trigueros (Castillos señoriales en la Corona de Castilla,
Salamanca, Junta de Castilla y León, 1991, tomo III, pp. 1335-1338), reproduje por
primera vez el plano propiamente dicho en J. L. Carriazo y J. M. Cuenca, Huelva, tierra
de castillos, cit. (n. 7), p. 204. También lo incluye Jesús Ponce Cárdenas como apéndice
a su edición de la Fábula de Polifemo y Galatea, cit. (n. 1), p. 357.
37 AGFCMS, leg. 748. Todas las referencias siguientes proceden del expediente
conservado en este legajo con la siguiente portadilla: “Niebla, septiembre, 16, de 1615.
Relación que hicieron Pedro Gómez y Pedro Sánchez Olvera, maestros de albañileria,
en Niebla, a 16 de septiembre de 1615, ante Cristóval Quinteros, escrivano público, de
los reparos que necesitava el castillo de dicha villa, su costo y planta de él”.
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más de las [vigas] y tan solapadas que se alarga y gasto más de lo que yo
quisiera». A lo cual responde el duque, con fecha de 18 de marzo, de
manera muy expresiva: «Estas obras de las fortalezas se dilatan y gástase
en ellas más de lo que yo quisiera. Por vuestra vida que procuréis que se
acaven ya, no haçiendo más que lo que presçissamente ayan menester».
Aun así, los trabajos en el alcázar iliplense no concluirán hasta junio de
1622. El día 4 de este mes Lorenzo Dávila escribe de nuevo al duque
anunciándole la inminente finalización de la obra, «que ha sido un ade-
rezo muy grande y de mucho gasto, en que enpezamos por poco pero,
como e avisado a Vuestra Excelencia, estaba tan solapado que a sido
milagrossa cossa que salas y asoteas no se ayan venido avajo»42. También
se había trabajado en el castillo de Trigueros y se seguía haciéndolo en
el de Huelva. Solamente las obras de Niebla ascendían a 331.061 ma-
ravedíes, o lo que es lo mismo, 9.737 reales43.
El duque don Manuel Alonso seguirá al frente de la Casa de Me-
dina Sidonia durante catorce años más, hasta 1636, y todavía tendrá
que afrontar nuevas intervenciones en el castillo de Niebla. En abril
de 1634 da órdenes al respecto44. Un albañil, vecino de San Juan del
Puerto, recibe 4.814 reales por sus servicios en esta tarea45. En Sanlúcar
de Barrameda se pagan 1.140 reales por la madera que se envió «para el
adereço de los castillos de Huelva y Niebla»46. Y las obras debieron con-
tinuar. Unas cuentas fechadas en febrero de 1636 dejan constancia del
pago de 30.995 reales en materiales y otros 8.227 en jornales47. En to-
tal, 39.222 reales, una suma bastante elevada que da idea de la atención
que el duque prestó a la fortaleza de Niebla durante los años que estuvo
al frente de la Casa, al término de los cuales, sin lugar a dudas, el viejo
alcázar señorial presentaba un aspecto mucho mejor que el que pudo
ver Góngora en 1607, o el que seguía teniendo en 1612, cuando eran
los versos nuevos del Polifemo y no las piedras de los antepasados los
que intentaban captar la atención de un conde cada vez menos joven y
más consciente de las obligaciones que habría de asumir como cabeza
de uno de los linajes más antiguos y poderosos del reino.
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La Arcadia (1598) de Lope de Vega y
los frescos del palacio del Gran Duque de Alba
1 Lope de Vega Carpio, Arcadia, prosas y versos, ed. crítica de Antonio Sánchez
Jiménez, Madrid, Cátedra, 2012, pp. 645-670.
2 L. de Vega, Arcadia, cit. (n. 1), pp. 637-643.
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3 Garcilaso de la Vega, «Égloga II», en Obra poética y textos en prosa, ed. crítica de
Bienvenido Morros, Barcelona, Crítica, 1995, vv. 1038-1828.
4 Lope de Vega, El bobo del colegio, en Obras de Lope de Vega. vol. 11, ed. de Justo
García Soriano, Madrid, Real Academia Española, 1929, pp. 508-546, p. 522.
5 Antonio Ponz, Viaje de España, vol. XII, Madrid, Joaquín Ibarra, 1783,
p. 291.
6 Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, «Pinturas murales del castillo del Gran
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Duque de Alba en la villa de Alba de Tormes», Goya: revista de arte LIII (1954),
pp. 274-281, pp. 277-279.
7 L. Martínez de Irujo y Artázcoz, «Pinturas», cit. (n. 6), p. 278.
8 Es uno de los atributos que recomienda Cesare Ripa para pintar la Tem-
peranza (Cesare Ripa, Iconologia, ed. de Piero Buscaroli, 2 vols., Torino, Fògo-
la, 1988, vol. II, p. 201).
9 L. Martínez de Irujo y Artázcoz, «Pinturas», cit. (n. 6), p. 279.
10 Heinrich Lausberg, Elementos de retórica literaria. Introducción al estu-
dio de la filología clásica, románica, inglesa y alemana, trad. de Mariano Marín
Casero, Madrid, Gredos, 1983, pp. 179-180.
11 Claire Preston, «Ekphrasis: Painting in Words», en Sylvia Adamson, Gavin Al-
exander y Katrin Ettenhuber, eds., Renaissance Figures of Speech. Cambridge, Cam-
bridge University Press, 2007, pp. 115-129, p. 115. Leo Spitzer, «The ‘Ode to a Gre-
cian Urn’; or, Content vs. Metagrammar», en Anne Hatcher, ed., Essays on English and
American Literature, Princeton, Princeton University Press, 1962, pp. 67-97, p. 72.
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La Arcadia (1598) de Lope de Vega y los frescos del palacio...
derecha: las luchas sobre las barcas y los soldados cruzando el río con la
espada entre los dientes. El siguiente terceto describe la parte superior
izquierda y centro izquierda del fresco: el villano que indica el vado, el
elemento milagroso de la cruz, y el Duque y sus familiares. A continua-
ción, Anfriso describe el fragor de la batalla centrándose en sus armas,
lo que parece corresponder al enfrentamiento del centro del fresco:
y luego de instrumentos belicosos
toda la copia que el furor aplica
a los brazos de Marte sanguinosos15.
Este «furor» conecta con la otra batalla narrada en la sala, la del
bosque de Lochau, en la que se fija en la escena central del fresco, el
enfrentamiento entre don Fernando y un piquero:
y un flamenco en el bote de una pica
esperando a Fernando por matallo,
en que su fiero corazón publica16.
El siguiente terceto describe sucintamente el tercer fresco, con la
entrega del derrotado Elector de Sajonia al Emperador:
En otra parte, al tiempo que derrama
la paz su oliva en la sangrienta tierra,
al de Sajonia vio, que al César llama,
que ya las armas y furor destierra17.
La locución adverbial que abre el terceto indica ya un cambio de
imagen, como ocurre en la Armería, en la que la escena esbozada en
este terceto ocupa el tercer y último de los frescos de la sala. Con estas
tres escenas, las elegidas por los frescos, acaba el relato de la batalla, y
Anfriso sigue recordando las hazañas del Duque en otras latitudes. Se
trata, pues, de una écfrasis detallada de la Torre de la Armería y sus
aledaños. No estamos ante información a la que un contemporáneo
no pudiera haber tenido acceso sin visitar la Armería de Alba y ver los
frescos, pues las crónicas de la batalla las incluían. Sin embargo, una
visión tan centrada en la gloria de los Álvarez de Toledo, y obra de un
escritor que vivió en Alba al servicio de la casa, no pudo ser escrita sin
tener como punto de referencia los frescos.
Esta conexión muestra cómo influyó en la Arcadia el hecho de que
se creara para el duque, contexto que nos sirve además para proponer
algunas hipótesis acerca del por qué de la écfrasis de la Torre de la Ar-
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La Arcadia (1598) de Lope de Vega y los frescos del palacio...
de que los dos habían sufrido exilio y habían acompañado a los Ál-
varez de Toledo. El Fénix utilizó estas semejanzas para dignificar la
imagen de su exilio, pero también para afrontar un proyecto estético:
la emulación de los poemas del toledano con una gran égloga. No
conviene olvidar que la Arcadia escoge como interlocutores virtuales
a los «pastores del dorado Tajo»21, apelación que se repite en diversas
ocasiones y que resalta el hecho de que al escribir la obra Lope está
pensando en los poetas toledanos, y singularmente en el más célebre
de ellos, Garcilaso.
El libro V comienza recordando de nuevo a esos interlocutores to-
ledanos, los «pastores amigos del dorado y cristalino Tajo», en primer
lugar, y luego los «de mi patrio Manzanares y del famoso Jarama»22,
porque contiene una imitación directa del gran poeta toledano en el
vaticinio de Anfriso, que se construye sobre la admirada Égloga se-
gunda de Garcilaso. Para emular este modelo, Lope blandió las mis-
mas armas retóricas que el toledano, y singularmente el tipo particular
de hipotiposis o evidentia que era la écfrasis. Este recurso conseguía la
demonstratio o evidentia23, es decir, un «poner las cosas delante de los
ojos»24 que transformaba al lector en espectador, produciendo para ellos
imágenes (fantasíai, visiones) que les daban la impresión de que lo re-
latado ocurría hic et nunc25. Cuando eran efectivas, estas descripciones
poseían enárgeia o viveza26, y podían provocar un enorme pathos27. El
que conseguía ese efecto gozaba, según Quintiliano, de una capacidad
especial para la imaginación visual y podía recibir el nombre de euphan-
tasiotos28. Lo esencial para lograrlo eran los detalles (en la jerga retórica
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«La fama que en ti advierto sucesiva». Estética laudatoria
en la órbita virreinal: el caso del Panegírico al
Duque de Alcalá de Salcedo Coronel
Flavia Gherardi
Università degli Studi di Napoli Federico II
Nápoles tan excelente
Por Sevilla solamente
Se puede, amigo, dejar.
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2 Entre 1582 y 1586. De su unión con doña Leonor había nacido doña Ana de
Girón y Guzmán, mujer algo incumbente, puesto que siempre quiso ejercer su control
sobre la vida e iniciativas de su hijo y heredero, nuestro duque, sobre todo a partir de
la temprana muerte de su marido Fernando Enríquez de Ribera, IV marqués de Tarifa,
muy conocido por su sensibilidad artística y su mecenazgo, antes que por su acción
política.
3 Mientras, el duque se arruinaba, por mantener con pompa y maña su presencia
en la corte vicaria, en tanto que prorex oficial. El episodio es muy conocido, véase
al respecto: Flavia Gherardi, Pusílipo (1629): la «palabra personalizada» de Cristóbal
Suárez de Figueroa, en Encarnación Sánchez García et al., eds., Jornadas Internacionales
Lengua española y cultura hispánica en el reino de Nápoles entre Renacimiento y Barroco:
los testimonios de la imprenta (Nápoles, 14-15 de mayo de 2012), en prensa.
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«La fama que en ti advierto sucesiva». Estética laudatoria en la órbita ...
4 La nota es del propio García Jiménez: «Epitalamio en las bodas de los excelentísimos
señores don Luis de Aragón y Moncada y doña María Enríquez de Ribera. Se publica suel-
to en Nápoles, en 1631, por Lázaro Scorigio». Al revisionar estas notas, nos enteramos
de la inclusión en las actas antes mencionadas (n. 3) de un reciente y esmerado trabajo
de Encarnación Sánchez García sobre este epitalamio, «Ecos gongorinos en la Nápoles
del III duque de Alcalá: el Epithalamio de Salcedo Coronel en honor de María Enríquez
de Ribera y Luis de Aragón y Moncada», con interesantes reflexiones también sobre
nuestro panegírico, puesto que subraya muy oportunamente el papel que ejerció este
texto en la difusión de la obra gongorina en el espacio virreinal. Agradecemos a la au-
tora tanto la información como el habernos facilitado el texto antes de su publicación.
5 «Fue también incluido en los Cristales: Recitó el príncipe de Paternoi en el fin
de una comedia, que representó el mismo en Nápoles por el nacimiento de un hijo suyo,
agradeciendo al duque de Alcalá y al marqués de Tarifa haberle asistido (romance II, ff.
110v-111r)». Deseamos agradecerle a Iván García el habernos adelantado estas notas
biográficas (pp. 11-14) que forman parte de un artículo suyo de próxima aparición,
«García Salcedo Coronel: una aproximación biográfica», costilla, a su vez, de una valio-
sa tesis doctoral, recién defendida en la Universidad de Sevilla, sobre Las Rimas (1627)
de Salcedo Coronel. Edición y estudio, dirigida por el Prof. Juan Montero Delgado.
6 En Capua, Salcedo Coronel fue entre los más activos miembros de la Accademia
dei Rapiti. Fue al calor de sus iniciativas e incitación, en efecto, que marinismo y gon-
gorismo se fusionaron en el ejercicio compositivo de sus miembros, especialmente en el
del hijo del Virrey andaluz, el joven Fernando, Marqués de Tarifa, autor de una Fábula
de Mirra, oportunamente rescatada del olvido por José Luis Gotor en su revelador ar-
tículo «La Fábula de Mirra, dilatada en español de Valladolid a Nápoles», en Giuseppe
Papponetti, ed., Metamorfosi. Atti del Convegno Internazionale di Studi (Sulmona, 20-
22 Novembre 1994), Sulmona, Centro ovidiano di studi e ricerche, 1997, pp. 405-418.
7 Citamos por la reproducción facsímil realizada por la Editorial Extramuros (Se-
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14 Quizá se precise aquí una breve digresión. En la colección de obras propias que
Salcedo Coronel organizó y publicó en 1649 con el título de Cristales de Helicona, se re-
coge precisamente, entre otras anteriores disiecta membra, nuestro panegírico, seguido
por la Epístola dirigida al Marqués de Tarifa que encabezó la publicación de su Fábula
de Mirra. Ahora bien, en la rúbrica que precede el texto se lee: «No se acabó este Pane-
gírico, por la intempestiva muerte deste glorioso Príncipe, que interrumpió con general
lástima de todo el Orbe progresos de sus heroicas hazañas». Mentira. Fernando Afán
de Ribera murió, de forma accidentada, en una expedición en territorio austriaco, en
Villach, en 1637, así que lo inacabado de la obra, evidentemente, no se debe a la defun-
ción del laudandus. Puede que su autor tuviera la intención, habiéndose concluido años
atrás la etapa italiana suya y del duque, de seguir cantándolas, pero debió demorarse
demasiado en la realización del propósito.
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18 G. Salcedo Coronel, «Al Excel.mo Señor Don Fernando Afán de Ribera Enríq-
uez...», en El Polifemo comentado..., ed. cit., ff. **1r-1v, vv. 1-8.
19 El Polifemo comentado..., ed. cit., f. A1r, vv. 1-8.
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El peregrino de amor en Lope y Góngora:
entre competición literaria y mecenazgo
Marcella Trambaioli
Università del Piemonte Orientale, Vercelli
Quizás no se ha puesto de relieve con suficiente ahínco que la ene-
mistad entre Lope y Góngora no es fruto de la mera competición entre
dos ingenios poéticos descomunales, sino que adquiere un sentido más
amplio si se enmarca en las complejas y enredadas relaciones de los
escritores de aquella época con sus poderosos mecenas. Ambos poetas
viven la ambigua condición del autor aurisecular que, aun luchando
para reivindicar sus méritos y estatuto intelectual y social, sabe que tie-
ne que buscar el amparo de los ilustres protagonistas de la vida política
coetánea.
Lope, quien al contrario del cordobés no puede hacer alarde de un
esclarecido linaje, necesita constantemente servir a señor discreto, y
vierte muchos esfuerzos para el conseguimiento de un puesto de secre-
tario y/o del cargo de cronista regio. Pasando de un amo a otro (a saber:
el duque de Alba, el marqués de Malpica, el marqués de Sarria), al igual
que un pícaro, un mercenario, un peregrino en su patria, llega a trabar
una larga amistad con Luis Fernández de Córdoba y de Aragón, sin por
ello asegurarse un sueldo como asalariado oficial del duque1. Y es con
vistas a conquistar la confianza de un noble o de la familia real que el
Fénix ofrece sus obras no dramáticas y, a partir de un momento dado,
también sus comedias recogidas en las Partes a destinatarios influyentes
para captar su benevolencia.
Góngora comparte los ideales aristocráticos de la sociedad en que
vive y considera sus versos panegíricos «como instrumento de parti-
cipación activa en la vida social y política del tiempo»2. No obstante,
mantiene una actitud equívoca y contradictoria, ya que, pese a todas
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
3 G. Poggi, art. cit. (n. 2), p. 334, en las huellas de Dámaso Alonso, subraya que
«los poemas compuestos en alabanza del Marqués de Ayamonte y su familia respon-
dían, más que a un sincero sentimiento de devoción, a razones de orden económico»;
también, p. 335, hace hincapié en la cita clásica de Tibulo a la que recurre Góngora
para dejar constancia de su aspiración cortesana: «El sentimiento que el poeta latino
cantaba para justificar sus amores se convierte en una laudatio irónica de una esperanza
mucho más concreta: la de conseguir, a pesar de los peligros que presenta la vida de
corte (“…nunca en vano / fue el esperar aun entre tanta fiera”), una pensión desde hace
tiempo solicitada».
4 Vid. Maria Grazia Profeti, «Un escritor “moderno”: Lope de Vega», en El autor en
el Siglo de Oro. Su estatus intelectual y social, cit. (n. 2), p. 345.
5 G. Poggi, art. cit. (n. 2), p. 342.
6 Fernando Lázaro Carreter, «Para una etopeya de Góngora», en Estilo barroco y
personalidad creadora, Madrid, Cátedra, 1974, p. 139.
7 Vid. Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones
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El peregrino de amor en Lope y Góngora
del mecenazgo», Criticón, 106 (2009), p. 100: «Góngora se situaba ante una gavilla de
aristocráticas familias vinculadas fuertemente entre sí, ligadas todas ellas geográfica-
mente a la provincia de Huelva: los Ayamonte, los Medina-Sidonia, los Béjar. Durante
más de una década, entre 1606 y 1617, el poeta cordobés va a pulsar la cuerda lauda-
toria para ensalzar a distintas ramificaciones de esa poderosa estirpe. Por su intensidad
y valor lírico, destacan en esta sección de la obra gongorina los catorce poemas que
integran el denominado ciclo de 1606-1607, significativamente consagrado al cuarto
marqués de Ayamonte, su esposa y sus dos hijos. En los años venideros, las obras más
portentosas salidas de la pluma del poeta irán dirigidas a los deudos del marqués de
Ayamonte […] No mucho después, del espacio poético de la Andalucía occidental pa-
sará el poeta al inestable orbe cortesano y, en el crescendo de esta línea encomiástica,
podrían situarse –como singular e inconclusa apoteosis– las radiantes octavas del Pane-
gírico al duque de Lerma (1617), encaminadas al suegro del conde de Niebla».
8 José Manuel Blecua, en su edición crítica de Lope de Vega, La Dorotea, Madrid,
Cátedra, 2002, p. 89.
9 Felipe B. Pedraza Jiménez, en su ed. crítica de Lope de Vega, Rimas, Universidad
de Castilla-La Mancha, 1993, vol. I, p. 222.
10 J. H. Arjona, «Apunte cronológico sobre El Arenal de Sevilla», Hispanic Review,
vol. V, n. 4 (1937), pp. 344-346, utiliza este dato para fechar la comedia antes del 17
de mayo de 1603.
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El peregrino de amor en Lope y Góngora
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El peregrino de amor en Lope y Góngora
paladín, quien va errando en búsqueda de la princesa del Catay, bien puede connotarse
como un peregrino de amor desdichado (II, vv. 1851-1852); en el último acto de La
mocedad de Roldán, otra comedia de asunto caballeresco, el conde Arnaldo, ignorando
en qué andan su mujer y su hijo, que había tenido que abandonar en el campo para
servir al Emperador, suspira por la añoranza y la lejanía de sus seres queridos echando
mano del topos que estamos analizando: «¡Oh, cuán dulce es la patria al peregrino!» (La
mocedad de Roldán, en Obras de Lope de Vega, XXIX, Comedias novelescas, ed. de Marce-
lino Menéndez Pelayo, Madrid, Atlas, 1970, III jornada, p. 58).
24 Lope de Vega, El marido más firme, en Obras de Lope de Vega, XIV, Comedias mi-
tológicas y comedias históricas de asunto extranjero, ed. de Marcelino Menéndez Pelayo,
Madrid, Atlas, 1966, p. 176.
25 Lope de Vega, Rimas, ed. cit. (n. 9), vol. II, p. 139 [he modernizado la grafía].
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franco!» (v. 696), que a nivel metaliterario suena como una autoexal-
tación del propio escritor, escondido detrás de su alter ego. A conti-
nuación, el pescador, que es también poeta, cuenta al huésped sus des-
venturas amorosas en un larguísimo monólogo, que ocupa 22 octavas
reales; en una de ella se incrusta uno de los fragmentos más célebres que
sintetizan el tema de La Dorotea: «Amé furiosamente, amé tan loco, /
como lo sabe el vulgo que me tuvo / por fábula gran tiempo...» (vv.
785-787). Tampoco deja de aludir a su encarcelamiento y destierro26,
hechos que justifican su condición de mísero viajero: «Aquí donde me
ves tan pobre y roto, / he sido en otros tiempos cortesano» (p. 679,
vv. 669-770). Tanto Medoro como Lucindo se connotan, pues, como
peregrinos de amor y, bien mirado, el segundo presenta un significativo
parentesco con el inefable protagonista de las Soledades.
Ahora bien, este fragmento del poema de abolengo ariostesco, entre
otras cosas, es la primera tentativa relevante de ensayar un canon poé-
tico en que a Lope le tocará competir con el cordobés. A pesar de que
según Callejo «El único esfuerzo sistemático por introducir el género
piscatorio en España [...] fue el de Góngora»27, esta subespecie lírica
proporciona al Fénix un vehículo de su confesión íntima a partir del
modelo italiano que él aprovecha tanto en sus elaboraciones juveniles
como en las barquillas del ciclo de senectute. Diríase que no es azaro-
so si uno de los principales modelos piscatorios de Góngora es el de
Tansillo28, cuya poesía, tal como destaca Prieto, «puede ser todo me-
nos introspección personal, indagación interna, intimidad espiritual»29,
mientras el patrón de Lope es más bien el de Sannazaro en cuya escri-
26 «Cárcel injusta con destierro largo / sufrí para vengar mis enemigos, / admitien-
do, mejor que mi descargo, / la inicua falsedad de los testigos. / Dejé la patria, aunque
con llanto amargo, / vendido de mis íntimos amigos, / en que he tenido tan contraria
estrella / que el que me debe más, más me atropella» (La hermosura de Angélica, ed. crí-
tica de Marcella Trambaioli, [Biblioteca Áurea Hispánica, 32], Madrid, Frankfurt am
Main, Universidad de Navarra, Iberoamericana, Vervuert, 2005, p. 684, vv. 889-896).
27 Alfonso Callejo, «Góngora y la literatura piscatoria en España: Una revalua-
ción de la Soledad segunda», Cuadernos de ALDEEU, 3 (1987), p. 28; este autor había
enunciado ya el mismo prejuicio en un ensayo anterior: «Góngora es el único autor
español que dedica especial atención a la tradición piscatoria iniciada por Sannazaro»
(«Tradición pastoril-piscatoria y menosprecio de corte en las Soledades de Góngora»,
en José J. Labrador Herraiz y Juan Fernández Jiménez, eds., Cervantes and the Pastoral,
Cleveland, Penn State University, Behrend College, Cleveland State University, 1986,
p. 42); en cambio, Ines Ravasini, «Lope y la tradición piscatoria», Anuario Lope de Vega,
XII (2006), pp. 211-231, matiza el tajante juicio.
28 Vid. Marcella Trambaioli, «Ecos de la lírica de Luigi Tansillo en los versos gon-
gorinos», Criticón, 77 (1999), pp. 53-70.
29 Antonio Prieto, La poesía española del siglo XVI, I, Madrid, Cátedra, 1991, p. 115.
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Por todo lo dicho, Góngora tiene varios motivos para poner en tela
de juicio esta obra lopesca, es decir: cuestionar el perfil del Fénix como
autor eruditus; denostar el género teatral en que su enemigo descuella
sobremanera y que, en cierta medida, entra en la conformación de la
novela38, y ridiculizar las estrategias de autopromoción del rival, sobre
todo su autobiografismo exasperado39. Adviértase que, si bien el Fénix
ofrece El peregrino a don Pedro Fernández de Córdoba, según queda di-
cho en todo momento va buscando también la protección de miembros
de la casa de Guzmán, y en los preliminares incluye un soneto panegí-
rico de don Álvaro de Guzmán y Esquivel, emparentado con la casa de
Medina-Sidonia, lo cual a don Luis no le debe de hacer ninguna gracia.
Así, pese a que, según defiende Avalle-Arce: «Harto difícil se pre-
sentaba para la Envidia el morder en obra tan bien blindada, por los
elogios ajenos, la defensa propia y los textos sacros que la encierran de
principio a fin»40, el cordobés empieza a satirizar El peregrino, junto
con La hermosura, con su pluma corrosiva. Aunque el soneto de cabo
roto «Hermano Lope, bórrame el soné–» es de dudosa atribución41,
me parece muy de Góngora el tajante mandato que la sarcástica voz
prólogo, y […] de esta ruin pasión le pintan como víctima en sus versos panegíricos
dos insignes ingenios, Quevedo y Ortiz Melgarejo»; Elizabeth R. Wright, Pilgrimage to
Patronage. Lope de Vega and the Court of Philip III (1598-1621), Lewisburg, London,
Bucknell University Press, Associated University Presses, 2001, p. 80, lee la portada del
Peregrino como un ataque directo a Góngora para vengarse de la sonetada que recibió a
raíz de la primera aparición del autorretrato y del escudo al frente de la Arcadia.
38 Cf. A. Vilanova, «El peregrino andante en el Persiles de Cervantes», cit. (n. 17),
p. 368: «[Lope] funde la novela bizantina con la comedia de capa y espada y crea la
verdadera novela de aventuras del siglo XVII»; J. González Rovira, La novela bizantina,
cit. (n. 37), p. 220: «El Peregrino es, en el fondo, una novela bizantina protagonizada
por personajes de comedia»; p. 224: «este juego con tramas amorosas paralelas es más
que herencia directa de las novelas clásicas, un nuevo reflejo de las tendencias dramá-
ticas del autor».
39 José María Micó Juan, La fragua de las Soledades. Ensayo sobre Góngora, Barce-
lona, Sirmio, 1990, p. 36, apunta que cuando en Góngora hay autobiografismo es de
corte jocoso; por ejemplo, el soneto «Muerto me lloró el Tormes en su orilla» se carac-
teriza por el «deje humorístico y la parodia del autobiografismo sentimental».
40 J. B. Avalle-Arce, en Lope de Vega, El peregrino, ed. cit. (n. 32), p. 22.
41 Entre las contribuciones más recientes que atribuyen el soneto a Cervantes, vid.
Antonio Sánchez Portero, «Un soneto revelador: conexión entre Avellaneda y Liñán de
Riaza», Lemir, 12 (2008), pp. 289-298; la paternidad gongorina resulta por el contrario
defendida por Helena Percas de Ponseti, «Cervantes y Lope de Vega: postrimerías de un
duelo literario y una hipótesis», Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America,
23.1 (2003), pp. 63-115; esta última investigadora insiste en que la aspereza satírica no
es cervantina (p. 65, nota 4), y en que «Cervantes no envía anónimos. Lo que piensa lo
escribe o lo dice con sutil ironía implícita pero sin incurrir en ofensa pública» (p. 65).
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54 Lope de Vega, Arcadia, ed. crítica de Edwin S. Morby, Madrid, Clásicos Casta-
lia, 1975, libro III, pp. 273-274.
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58 R. Jammes, en Luis de Góngora, Soledades, ed. cit. (n. 56), p. 49, cree que en
este fragmento se alude a una dama de alto rango social, pero se trata de un topos de la
poesía amorosa que en la lírica lopesca se convierte en un letimotif casi obsesivo.
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59 M. Trambaioli, «El género piscatorio en el primer Lope de Vega con una nota
sobre la imagen de la barquilla», cit. (n. 31), p. 93.
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65 Vid. R. Jammes, en Luis de Góngora, Soledades, ed. cit. (n. 56), pp. 544-545,
nota al v. 811.
66 G. Poggi, art. cit. (n. 2), p. 330; la estudiosa más adelante especifica: «A di-
ferencia de los poetas italianos, que desarrollaban sus poemas con miras a un único
punto de referencia, Góngora construye el suyo de manera fragmentaria, ajustando a
varios registros –ahora epidícticos, ahora descriptivos– la materia de la que se compone.
Además, el hecho de que el anónimo protagonista de la caza descrita en la segunda
Soledad sea el conde de Niebla sugiere que su autor buscaba, más que la protección de
un único mecenas, la representación de una nobleza capaz, en su conjunto, de acoger y
comprender la poesía» (p. 333).
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
don Diego Álvarez de Toledo, padre del protector del poeta. También,
en varios lugares se alaban a Margarita y a Felipe III en relación con su
unión matrimonial67. Una análoga proliferación de destinatarios del
nivel encomiástico se halla en las octavas de raigambre ariostesca: de
Felipe II a Felipe III, pasando en el canto XV por Fernando de Vega y
Fonseca, personaje relacionado con la curia de Córdoba y presidente
del Consejo de Indias de 1584 a 159068.
Como vemos, pese a las divergentes concepciones estéticas, la di-
mensión panegírica de las obras lopescas y la de las Soledades presentan
una fragmentación parecida, aunque en Lope el fenómeno es mucho
más acusado por su afán baldío para asegurarse el favor de los nobles
y hasta de la familia real; en este sentido, ambos escritores se alejan de
los modelos italianos paradigmáticos, es decir Ariosto y Tasso, quienes
permanecen fieles a un patrocinio exclusivo69.
Adviértase que la interpretación de las Soledades como una poética
antilopesca no quita un ápice de todas las posibles lecturas simbólicas,
políticas y estéticas que se han ido acumulando hasta la fecha; más bien
añade un nivel de significados recónditos que se enmarcan perfecta-
mente en la guerra literaria que Lope y Góngora protagonizan durante
unas décadas. Al contrario de McGrady, estoy convencida de que el
Fénix se percata en seguida de esta dimensión irónica de la escritura
gongorina, y su primera respuesta la hallamos en una de sus mejores
comedias cómicas, La dama boba. Recordemos que en la biblioteca de
la pedante Nise entre las canciones de Herrera y El Guzmán de Alfara-
che se halla una copia del Peregrino, es decir, su propia novela autopro-
pagandística al lado de la poesía de un gran poeta andaluz que, desde
luego, no puede ser Góngora, y la novela picaresca que Cervantes pone
en tela de juicio en la primera parte del Quijote. Se trata a todas luces
de un catálogo de crítica literaria militante. Para mayor abundamiento,
la pieza presenta unas críticas veladas al lenguaje gongorino, lanzadas,
67 Aún en el libro II, se menciona la llegada de los reyes a Valencia con motivo
del doble enlace monárquico (Lope de Vega, El peregrino, ed. cit. n. 32, pp. 184-185);
en el libro III, Celio se detiene a admirar unos retratos de la casa de Austria, entre los
cuales destaca uno de Felipe III; en el cierre del libro siguiente se cita una «glosa a los
casamientos de nuestros felicísimos reyes» (p. 420).
68 M. Trambaioli, en «Introducción» a Lope de Vega, La hermosura de Angélica, ed.
cit. (n. 26), pp. 52-57; en este caso específico la modificación del dedicatario se debe
a razones vinculadas a los avatares compositivos del poema, cuyas primeras octavas se
remontan a 1588, el cual es rematado justo antes de su publicación con la primera parte
de las Rimas (1602).
69 G. Poggi, art. cit. (n. 2), p. 330, subraya que la práctica del doble patrocinio es
«un tanto extraña a los poetas de la época».
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Espinosa y el profesionalismo literario
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3 Pedro Espinosa, Obras en prosa, ed. Francisco López Estrada, Málaga, Diputa-
ción, 1991, p. 370.
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De las Flores al Bosque: Espinosa y el profesionalismo literario
5 Pedro Espinosa, Poesía, ed. Pedro Ruiz Pérez, Madrid, Castalia, 2011, p. 89, v. 92.
6 P. Espinosa, Obras, cit. (n. 3), p. 390.
7 Ibíd., p. 95.
8 De acuerdo con la conceptualización de André Lefevere, Tradición, reescritura y la
manipulación del canon literario, Salamanca, Colegio de España, 1997.
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A modo de conclusión
De acuerdo con Ruiz Pérez, la heterogeneidad de la obra poética de
Espinosa y de sus variados modos de difusión “da una idea exacta de
una trayectoria y una imagen aproximada del discurrir de la poesía en
el primer cuarto del siglo XVII”19.
En sentido análogo, la evolución que se opera entre las Flores (1605)
y el Bosque (1624) puede ser representativa de un perfil de autor propio
también del discurrir de la profesionalización poética en el siglo XVII,
con variables y oscilaciones de amplia heterogeneidad. Así pues, el ca-
mino que va de las Flores al Bosque está marcado por hitos que dibujan
con nitidez los pasos seguidos por Espinosa para adaptar sus escritura a
las nuevas circunstancias y al nuevo contexto en que se consumen sus
textos. Más allá de las evidentes diferencias entre poesía y prosa, lo que
determina sustantivamente el desigual contexto de ambos productos
concierne a la distancia cronológica y pragmática. Las Flores surgen
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y el patrocinio nobiliario
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4 George Peale, «Luis Vélez de Guevara, gran cortesano: hacia una historia
revisionista de la Comedia Nueva», Actas del XI Congreso de la Asociación Internacional
de Teatro Español y Novohispani de los Siglos de Oro, Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires 2005, pp. 57-75, p.57-58.
5 Emilio Cotarelo y Mori, «Luis Vélez de Guevara y sus obras dramáticas», Boletín
de la Real Academia Española, III (1916), pp. 621-652; IV (1917), 137-171; IV (1917),
269-308; IV (1917), 414-444.
6 Quizá quien sintetizó mejor estos tópicos fue Francisco Rodríguez Marín:
“Como de limosnas vivió, acudiendo a unos y a otros, siempre con el agua al cuello,
y muerto en 1644, todavía no le ha abandonado su mala suerte, pues también como
de limosnas, a retazuelos y entre todos, le vamos escribiendo la biografía”. En «Cinco
poesías autobiográficas de Luis Vélez de Guevara», Revista de Archivos, Bibliotecas y
Museos, Madrid, 1908, pp. 3-4.
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15 Sobre el oscuro episodio que hizo a Vélez abandonar el séquito de Saldaña, véase
F. Pérez y González, El Diablo, ob.cit,178-180. Saldaña había perdido, años atrás, su
cargo palatino al ser desplazado por el nuevo régimen impuesto tras la llagada al trono
de Felipe IV y Olivares. Cfr, John H. Elliott, El conde duque de Olivares, p. 67 y Patrick
Williams, The great favourite. The Duke of Lerma and the court and government os Phil-
ip III of Spain, 1598-1621, Manchester University Press, 2006, p. 233.
16 Luis Salas Almela, The Conspiracy of the IX Duke of Medina Sidonia (1641). An
Aristocrat in the Crisis of the Spanish Monarchy, Brill, Leiden, 2013.
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25 Gearge Peale y Héctor Urzáiz Tortajada, “Vélez de Guevara”, Javier Huerta Cal-
vo, ed., Historia del teatro español, Gredos, Madrid, 2003, 2 vols., vol. 2, pp. 929-959,
p. 932.
26 Los elogios de Espinosa a su señor -sobre los que se basó a su vez Rodríguez
Marín- pueden consultarse en Pedro López Estrada, ed., Pedro Espinosa. Obra en prosa,
Diputación de Málaga, Málaga, 1991.
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don Manuel Alonso encargara a su agente que mirase con cuidado que
ninguna de las comedias contenidas en el volumen tocase a su casa o a
su familia. Por tanto, se trata de una obra unitaria. Así las cosas, a falta
de la improbable atribución por la crítica de algún otro libro en prosa o
en verso a Vélez de Guevara31, parece no quedar más remedio que con-
cluir que la obra que Vélez de Guevara intentó poner bajo la protección
del duque de Medina Sidonia no fue otra que la que, paradójicamente
dada su condición fundamental de dramaturgo, dio mayor fama poste-
rior a Vélez de Guevara: El diablo cojuelo.
Con estos nuevos datos, además, cabe interpretar de forma mucho
más ajustada la alusión que introduce Vélez en su dedicatoria de El dia-
blo cojuelo fechada en 1641 y dirigida al duque de Pastrana, señor que al
fin patrocinó la publicación. Nos referimos a la frase con la que Vélez se
refería a la poca suerte que su manuscrito había corrido hasta entonces:
La generosa condición de V.E., patria general de los ingenios,
donde todos hallan seguro asilo, ha solicitado mi desconfianza para
rescatar del olvido de una naveta32, en que estaba entre otros borra-
dores míos, este volumen que llamo El diablo Cojuelo.
Conviene señalar también que este paso concreto de un mecenas a
otro, del fracaso ante Medina Sidonia al favor de Pastrana, no suponía
ninguna ruptura en términos de facciones políticas o cortesanas, dado
que Pastrana era sobrino de don Manuel Alonso -por aquellos años
ya fallecido- y, por tanto, primo hermano del IX duque de Medina
Sidonia, don Gaspar Alonso. Además, esa relación no era de simple
consanguinidad, sino que la sintonía entre ambas casas -que habían
emparentado en dos generaciones sucesivas entre 1560 y 1600- no sólo
se mantenía firme, sino que durante los años oscuros que iban a co-
menzar para los duques andaluces se convirtió en fundamental. Así, el
palacio de los duques de Pastrana en Madrid no dejó de ser residencia
de paso para sus parientes andaluces a lo largo de todo el siglo XVII.
Una cercanía familiar que, en buena parte, ayuda también a justificar
que no se atisbe en el contenido del libro de Vélez resentimiento alguno
hacia quien pudo haber sido padrino de su obra más conocida y que,
por razones que trataremos de conjeturar más adelante, no llegó a serlo.
Nuestra propuesta, por tanto, afina mucho la debatida cuestión de
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33 Luis Vélez de Guevara, El Diablo Cojuelo, edición de Adolfo Bonilla y San Mar-
tín, Imprenta de Eugenio Krapf, Vigo, 1902, pp. XXII-XXIV y XXVII.
34 María Teresa de Julio (ed.), Academia burlesca que se hizo en Buen Retiro a la ma-
jestad de Filipo Cuarto el Grande, año de 1637, Universidad de Navarra-Iberoamericana
Vervuert, Madrid, 2013 [1637].
35 F. Pérez y González, El Diablo, ob.cit., p. 108.
36 Ibídem, 108-116. Así mismo, nuestra datación adelanta en más de un lustro la
fecha propuesta por Rodríguez Cepeda para la composición de El diablo, que la situaba
en torno a 1635-1636. E. Rodríguez Cepeda, “Introducción”, ob.cit., pp. 37-39.
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39 Esta audacia que proponemos para calificar su “Más pesa el rey” sería paralela
a la heterodoxia que, en asuntos sociales, atribuyen a Vélez G. Peale y H. Urzáiz, “Luis
Vélez de Guevara”, ob.cit, pp. 929-931.
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Por otra parte, pese al estricto velo de secreto con el que se preten-
dió ocultar la traición del duque en los meses siguientes al descubri-
miento de la conjura -es decir, entre el otoño de 1641 y el verano de
1642-, en los cuatro años que median entre la conjura y la breve nota
biográfica que escribió Juan Vélez de Guevara sobre su padre ya falle-
cido40, la sedición del duque de Medina Sidonia se había ido haciendo
más o menos pública, entre otras cosas porque el duque estaba preso
desde el verano de 1642 en el castillo de Coca. Ya en 1645, el castigo
regio al duque se hizo plenamente notorio con la reversión de la joya
de la corona ducal, la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, al realengo.
En estas circunstancias, por tanto, no resulta extraño que el hijo del
literato obviara por completo todo lo que vinculaba a su padre con
la dinastía entonces caída en desgracia, aunque ciertamente su nota
biográfica no menciona tampoco a ninguno de los otros señores que
ejercieron de mecenas de su progenitor, salvo al primero de ellos, el
cardenal Rodrigo de Castro. Sí menciona, en cambio, a aquellos seño-
res en cuyo séquito estuvo Luis Vélez mientras ejercían labores milita-
res en Italia. La estrategia de Juan Vélez, en este sentido, parece clara:
vindicar la figura del padre, más allá de las letras, en el fiel servicio a la
monarquía, haciéndole acreedor del favor regio, ya recibido o aún por
recibir sobre sus herederos. Por lo demás, cabe argumentar incluso que
los excesos de la pluma de Luis Vélez en glorificación de los Guzmanes
pudieron tener alguna relación con el retiro de nuestro autor de su
cargo de ujier de la cámara regia en 164241, puesto cortesano que dejó
en herencia a su hijo. En este sentido, los apuntes biográficos de Juan
Vélez tal vez adquirieran el tono de un esfuerzo por lavar una imagen
poco favorecida por aquella funesta coincidencia. De ser esto cierto,
Vélez de Guevara se encontraría entre ese grupo de autores que, como
señaló Rodríguez Marín refiriéndose a Pedro Espinosa, compartieron
tras la conjura del duque la culpa de haber inflamado en exceso el or-
gullo de aquella casa señorial42.
40 Documento que fue dado a conocer por Antonio Paz y Melia en 1902 en la
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. El manuscrito original: Juan Vélez de Guevara,
“Luis Vélez de Guevara, mi padre, que esté en Gloria”, BNE, mss. 12.951/58.
41 G. Peale y H. Urzáiz, “Luis Vélez de Guevara”, ob.cit, p. 932.
42 F. Rodríguez Marín, Pedro Espinosa, ob.cit, pp. 329-331.
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luego el filosófico desprecio del dinero que Rodríguez Marín creyó ver
en el derroche sin parangón al que procedió el duque en ocasión de la
jornada de Felipe IV y su corte a Sanlúcar de Barrameda46 dista mucho
del extremo cuidado con el que, una década después, el propio don
Manuel Alonso, sopesó la solicitud que Vélez de Guevara le hizo para
el patrocinio de su obra.
En este contexto, pese al exquisito trato que los Medina Sidonia
reciben por parte de Vélez en su Diablo cojuelo, ciertamente no es sor-
prendente que la clave satírica de la obra fuese la responsable de que, al
fin, Medina Sidonia decidiese estorbar, de forma activa o pasiva, eso no
podemos determinarlo aún, su publicación. Gravedad frente a humor
parece haber sido el dilema que llevó, al fin, al Diablo de Vélez a dormir
un sueño de diez años en una gaveta del escritorio de su autor.
46 Ibídem, p. 257.
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Juan de Robles y el conde de Niebla
1 Ms. BCS 57-6-22, 58-1-9, Papeles y cartas pertenecientes a Rodrigo Caro, ff. 338r-
340v.
2 Juan de Robles, El culto sevillano, ed. Alejandro Gómez Camacho, Sevilla, Uni-
versidad, 1992, p. 223.
3 Fernando de Herrera, Obras de Garcilasso de la Vega con anotaciones de Fernando
de Herrera, Sevilla, Alonso de la Barrera, 1580.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Juan de Robles y el conde de Niebla
ciudad el nuevo rey le envía a Valencia para que reciba a doña Marga-
rita, la futura reina de España, y bendiga las bodas reales. Para cumplir
dignamente con su misión, el cardenal organiza una comitiva, con tal
riqueza y magnificencia que deslumbra al propio rey. Juan de Robles
viaja en el séquito de don Rodrigo de Castro acompañando al maestro
Francisco de Medina, secretario del Arzobispo. En el Culto recuerda
con emoción:
I especialmente aquella tan célebre jornada que hizo a Valencia i
a Vinaroz, cuando se efetuaron los felicíssimos matrimonios del Rei
Don Filipe 3º Nuestro Señor con la Sereníssima Reina Margarita
de Austria, i de la Señora Infanta Doña Isabel Clara Eugenia con el
Sereníssimo Archiduque Alberto, en cuya prosecución se ofrecieron
los negocios más graves que pueden humanamente tratarse, a todos
los cuales se dio acordadíssima resolución mediante la sciencia y
destreza de tal Secretario6.
Luisa Álvarez de Toledo, la vigésima primera duquesa de Medina Si-
donia, describe con detalle la educación del conde de Niebla7, los libros
que se utilizaron, sus aficiones y cómo fue progresivamente asumiendo
tareas de responsabilidad8. No hay duda por tanto de que Robles y el
conde de Niebla, de edades muy similares, coincidieron en muchas
ocasiones. En la distancia, el humilde paje vería en don Manuel Alonso
la persona que podría valerle cuando, años después, pretendió dar a la
imprenta sus obras mayores.
Juan de Robles disfruta de una cómoda situación bajo el amparo
de los arzobispos de Sevilla don Rodrigo de Castro y don Fernando
Niño de Guevara, de quien fue secretario. Sin embargo, disputas de
los beneficiados de Sevilla (de los que también era secretario) con el
nuevo arzobispo don Pedro de Castro le llevan a retirarse a su beneficio
en Santa Marina en los mismo años en los que don Manuel Alonso se
convierte en el nuevo duque de Medina Sidonia.
Esta situación de retiro tiene como consecuencia que Robles inicie
su producción literaria tal y como hoy la conocemos, y para ello recurre
a la protección de la casa de Medina. Jesús Ponce cita en nota la rela-
ción que hace Rodríguez Marín de las obras dedicadas a don Manuel
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Juan de Robles y el conde de Niebla
16 Cfr. Alejandro Gómez Camacho y José Manuel Rico García, «La participación
de Juan de Robles en la controversia sobre el patronato de Santa Teresa», La perinola.
Revista de investigación quevediana, 18 (2014), pp. 255-287.
17 Cfr. Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Historia de una conjura, Cádiz, Diputación
de Cádiz, 1985, pp. 35-39.
18 Cfr. Nieves Baranda, “Escritos para la educación de los nobles, siglos XVI y
XVII”, Bulletin Hispanique, 97 (1995), pp.157-171.
19 Ms. BCS 57-6-22, 58-1-9, Papeles y cartas pertenecientes a Rodrigo Caro, ff.
271
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
338r-340v.
20 J. de Robles, El culto sevillano, cit. (n.2), p. 197.
21 Ibíd., p. 37.
272
Juan de Robles y el conde de Niebla
22 Juan de Robles, Tardes del Alcázar. Doctrina para el perfecto vasallo, cit. (n. 4),
p. 32.
273
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Felipe Godínez y el VIII duque de Medina Sidonia
1 Pedro Espinosa, Elogio al retrato del Excelentísimo señor don Manuel Alonso de
Guzmán… (edición de Francisco López Estrada, Obra en prosa, Diputación de Málaga,
1991, p. 272).
2 Ibíd. p. 267.
3 Cf. Francisco de Luque Fajardo, Relación de la fiesta que se hizo en Sevilla a
la beatificación del Glorioso S. Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, Sevilla, Luis
Estupiñán, 1610.
277
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
4 Archivo Municipal de Gibraleón (en adelante: A.M.G.) Leg. 948, fol. 395 rº.
5 Ídem. Leg. 928, sin foliar.
6 El primero lo da para recibir 117 ducados (Archivo Municipal de Moguer -a
partir de ahora: A.M.M.- Leg. 68, fol. 62 rº). En el segundo no indica cantidad (Ídem.
Leg. 67, fol. 325 rº).
7 Ídem. Leg. 67, fol. 393 vº. La compraventa, por 130 ducados, se realiza en
Moguer.
8 Ídem. Leg. 68, fol. 127 vº. De esta operación dio noticia Julio Labrado Izquier-
do, La esclavitud en la Baja Andalucía (I). Diputación de Huelva, 2004, pp. 78 y 199.
278
Felipe Godínez y el VIII duque de Medina Sidonia
279
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Felipe Godínez y el VIII duque de Medina Sidonia
21 A.D.M-S. Lib. 2926, fols. 216 vº, 286 vº, 288 vº. 289 vº y 438 rº.
22 Vid. Francisco Rodríguez Marín, Pedro Espinosa. Estudio biográfico, bibliográfico
y crítico. Tipografía de la Revista de Archivos, 1907 (Reimpresión facsímil: Universidad
de Málaga, 2004), pp. 236-238.
23 Si atendemos a la cronología, la formación de Godínez en estudios de la Com-
pañía, la inclinación que siempre mantuvo hacia los jesuitas y las afinidades entre
ambos, no resulta una hipótesis infundada suponer que pudiese frecuentar al padre
Ignacio Yáñez, confesor del duque al parecer en aquellos años en los que el moguereño
residió en Sanlúcar (Cf. el estudio preliminar de J.J. Labrador, R.A. Difranco y J.M.
Rico García al Cancionero sevillano de Fuenmayor. Universidad de Sevilla, 2004, p. 29
y nota de Pedro Herrera Puga en su edición de Pedro de León, Grandeza y miseria en
Andalucía. Universidad de Granada, 1981, p. 331). El sacerdote ignaciano, entre otras
destacadas actuaciones, había sido defensor de la causa molinista ante las congregacio-
nes vaticanas en los debates de la controversia de auxiliis
24 Damián Salucio del Poyo (calificado en algún documento sevillano de “compa-
ñero” de Godínez, tanto por sus trabajos para las tablas como por estar ambos adscritos
a la iglesia hispalense de Santa Cruz, cuando era regida por el doctor Juan de Salinas, su
párroco por los años de 1608 a 1610) escribió un Discurso de la Casa de Guzmán y su
origen y de otras antigüedades de estos Reinos en respuesta a la censura de que fue objeto
una comedia suya referente al conde de Niebla. Puesto que la impugnación de la crítica
281
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
se sitúa en el bienio de 1619-1620, bien pudo ser concebida la comedia unos pocos
años antes y no es descartable que se la inspirara alguna estadía en la ciudad costera.
Referencias a este opúsculo hacen María del Carmen Hernández Valcárcel en su intro-
ducción a la edición de Damián Salucio del Poyo, Comedias, Murcia, Academia Alfon-
so X el Sabio, 1985, p. 35 y Luis Caparrós Esperante, Entre validos y letrados: la obra
dramática de Damián Salucio del Poyo, Universidad de Valladolid, 1987, pp. 37 y 271.
25 Es lo que sucede con sus tres comedias de juventud conservadas (La Reina Ester,
Ludovico el Piadoso y El soldado del cielo, San Sebastián; ésta última de autoría cuestiona-
da por una autoridad máxima en el teatro godiniano, el doctor Vega García-Luengos)
en cuyos manuscritos se lee la fecha de 1613, por lo que hasta ahora los especialistas
en su obra las han dado por escritas en ese año. A nuestro juicio, el dato corresponde a
las copias que se hacen en el traspaso de las comedias de una compañía a otra. Las tres,
por tanto, habrían sido representadas tiempo antes. Cf. Mª del Carmen Menéndez
Onrubia, “Hacia la biografía de un iluminado judío: Felipe Godínez, Segismundo, 25-
26, 1977, pp. 93-95; Piedad Bolaños Donoso, La obra dramática de Felipe Godínez.
(Trayectoria de un dramaturgo marginado), Diputación Provincial de Sevilla, 1983, pp.
11-112; Germán Vega García-Luengos, Problemas de un dramaturgo del Siglo de Oro.
Estudios sobre Felipe Godínez, Universidad de Valladolid, 1986, pp. 191, 317 et passim.
Menéndez Onrubia es la única de los tres que sitúa la redacción de una de las come-
dias –La Reina Ester- antes de 1613, pero no así las de las otras dos, a las que añade Las
lágrimas de David como cosecha de aquel año.
26 P. Bolaños Donoso, “Un inédito de Felipe Godínez. El Divino Isaac”, Con dados
de Niebla, 4. Huelva, 1986, p. 64.
282
Felipe Godínez y el VIII duque de Medina Sidonia
27 Granados se concertó esa mañana con el arráez de un barco para hacer el viaje
sin detenerse hasta el puerto sanluqueño por un precio de 300 reales [Archivo Histórico
Provincial de Sevilla-Protocolos de Sevilla (a partir de aquí: A.H.P.S.-P.S) Leg.10913,
sin foliar, regº 5º del libro 4º]
28 A.D.M-S. Lib. 2914, fol. 217 vº y lib. 2916, sin foliar.
29 También se dieron otros espectáculos. En la víspera de Navidad de 1615 el autor
de danzas sevillano Fernando Mallero escenificó un Nacimiento, tañendo, cantando y
glosando (A.H.P.S.-P.S. Leg.10916, sin foliar, regº 1º)
30 A.D.M-S. Lib. 2926, fol. 210 rº.
31 Sabemos que Juan Acacio Bernal se obligó al pago de una deuda de 465 reales a
un vecino de la ciudad, por escritura ante Pedro de Aguilar, escribano público de San-
lúcar, que naturalmente no se ha conservado, pero a la que se refiere una renovación de
ese compromiso realizada en Jerez (Biblioteca y Archivo Municipal Jerez de la Frontera-
Protocolos de Jerez. Leg. 1240, fol. 94 rº)
32 A.H.P.S-P.S. Leg. 1679, fol. 960 rº.
283
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
33 Junto con otras, subieron a la escena en Córdoba entre julio y agosto de 1617.
En su paso por la ciudad el año precedente Sánchez no las llevaba en su repertorio
(Ángel García Gómez, “Aporte documental al debate de la prioridad entre El burlador
de Sevilla y Tan largo me lo fiáis: el cartapacio de comedias de Jerónimo Sánchez, Actas
del VII Congreso de la AISO, 2006, p. 281-286, y Vida teatral en Córdoba (1602-1694).
Autores de comedias, representantes y arrendadores. Estudios y documentos, Woodbridge,
Támesis, 2008, pp. 117-119).
34 Francisco Javier Sánchez-Cid, “Entre herejía, locura y santidad: el padre Fran-
cisco Méndez, indigno sacerdote de los pobres de Jesucristo”, en Homenaje al profesor León
Carlos Álvarez Santaló. Universidad de Huelva (en prensa).
35 El lugar de la carta notarial en el que se indica está roto y sólo parece leerse una
“p” inicial (A.H.P.S.-P.S. Leg. 4251, fol. 42 rº).
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Felipe Godínez y el VIII duque de Medina Sidonia
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Felipe Godínez y el VIII duque de Medina Sidonia
Felipe- antes de morir en 1608, había vendido una esclava sin facultad
para hacerlo, porque pertenecía a la dote de su mujer. Duarte Méndez
Godínez, como tutor y curador de su nieta Mariana, le da poder a sus
hijos para que ratifiquen el acuerdo al que habían llegado a fin de evitar
el pleito45. Era Don Fernando de la Oliva persona allegada al duque de
Medina Sidonia, de cuyo Consejo fue veedor46; dentro del Cabildo mu-
nicipal sanluqueño ocupaba cargos preeminentes: regidor -en marzo de
1618 era el de mayor antigüedad- y depositario general47; su carrera en
la escala del honor social se completó, como era bastante frecuente, con
la obtención de un título de familiar del Santo Oficio del tribunal de
la Inquisición de Sevilla, institución en la que llegó a alguacil mayor de
Sanlúcar48; finalmente, la culminación de su carrera en el gobierno de
su ciudad la alcanzó con el nombramiento de corregidor49.
La atención a sus respectivos cargos por los dos hermanos cubrió
todo el primer trimestre de 1617. Al acabar, el 31 de marzo, el duque
gratifica a algunos miembros de su servidumbre con la entrega de un
borrego o un carnero. Felipe Godínez es uno de los beneficiarios de la
dádiva; indicio, a nuestro entender, de la consideración en que lo tenía
el patricio50. Sin embargo, abruptamente se producirá el cese de ambos
en sus funciones uno como oidor del Consejo ducal; el otro como ca-
pellán de Nuestra Señora de la Caridad. La coincidencia es plena: son
despedidos -o se despiden- el mismo día, el 11 de abril de 1617. Igno-
ramos las razones que conducen a este desenlace, pero consideramos
significativa su salida en la misma fecha. Ese capítulo final apuntalaría
la hipótesis ya propuesta acerca del papel de epígono respecto a su her-
mano desempeñado por Felipe Godínez con sus patronos. El 24 de
dicho mes don Juan Manuel da orden para la liquidación de haberes51.
Al recaudador de Sanlúcar se le encomienda satisfacer las cantidades
adeudadas al abogado, tras el descuento de otras pagadas en Sevilla por
el contador Cristóbal de Bilbao, agente de los negocios ducales en esa
287
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
288
Panegíricos nupciales a las bodas del IX y X duque de
Medina Sidonia: mecenazgo, propaganda
y renovación estética
1 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones del
mecenazgo», Criticón, 106, 2009, pp. 99-146, p. 109.
2 Espinosa dejó constancia de la habilidad del duque en estos enlaces en su Elogio
al duque de Medina Sidonia (Pedro Espinosa, Obras en prosa, ed. de Francisco López
291
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
Estrada, Málaga, Diputación Provincial, 1991, p. 283, nota 120). Sobre las bodas de
Luisa de Guzmán y Sandoval con el duque de Braganza véase esta relación en prosa
sobre el recibimiento que hizo Portugal a la hija del duque de Medina Sidonia: Relassáo
do cazamiento do Duque de Bargança, Joao segundo deste nome, con Luiça Francisca de
Gusman, fihla do Duque de Medina Çidonia é de tudo ó que passou na ocazione de seu
recebimento en 1633, BNE, Mss/18633/53.
3 Anastasio Pantaleón de Ribera, Obra selecta, ed. de Jesús Ponce Cárdenas, Mála-
ga, Universidad, 2003, pp. 257-273.
4 Impreso custodiado en la Hispanic Society of America. Véase Bartolomé J. Ga-
llardo, Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos, Madrid, Manuel Trillo, 1888,
t. III, nº 3.104 y Jenaro Alenda y Mira Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de
España, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1903, nº 1031.
5 Fernando Rey, 1670, BNE R/2337. Véase J. Alenda y Mira, Relaciones de solem-
nidades y fiestas públicas de España, cit. (n. 4), nº 1032 y 1033.
6 Madrid, 1657, h. 1r-10r: BNE, R/11453(1).
7 Madrid, [1657], BNE, R/ 10572.
8 BNE, 2/34594(17).
9 BNE 2/28451.B. J. Gallardo, Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos,
t. I, cit. (n. 4), nº 959. El epitalamio dedicado por Zapata a las nupcias del XII duque
292
Panegíricos nupciales a las bodas del ix y x duque de Medina Sidonia
con doña Luisa María de Silva guarda un sobresaliente parecido con el fescenino de
Pantaleón, tanto en empleo de tópicos como en su dispositio, además del traslado de un
número nada desdeñable de versos completos.
10 Juan Miguel Soler Salcedo, Nobleza española. Grandeza Inmemorial. 1520, Ma-
drid, Visión Libros, 2008, pp. 303-304.
11 Ob. cit., p. 304.
12 Ob. cit., J. M. Soler, Nobleza española. Grandeza Inmemorial 1520, cit. (n. 10),
p. 304.
13 Hay que añadir los dos sonetos Al casamiento de los Exmos. Ses. Don Gaspar de
Gusmán, y Dª Juana de Gusman y Cordoua, «Sus flechas el vendado apercibía» y «Antes
que imprima en el Guzmán dichoso» (Museo en que se describen differentes poemas que
compuso el doctor don Duarte Nuñes de Acosta... [y otros más], 1685, pp. 290-291, BNE,
Mss. 3891).
14 Para un primer acercamiento véanse los trabajos de V. Tufte y A. Serrano Cueto,
además de la síntesis de J. Ponce, Evaporar contempla un fuego helado. Género, enuncia-
ción lírica y erotismo en una canción gongorina, Málaga, Universidad, 2006, pp. 63-116.
15 Antonio Urquízar Herrera, «La dureza y constancia del papel. Los usos artísti-
cos en la memoria escrita de la nobleza española de la Edad Moderna», Trocadero, 19,
2007, pp. 69-94, pp. 72-73.
293
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
294
Panegíricos nupciales a las bodas del ix y x duque de Medina Sidonia
rante dos semanas realizó el duque don Gaspar desde Sanlúcar —pa-
sando por Lebrija, el Arahal y Écija— hasta Montilla, para recoger del
palacio de sus padres a su segunda esposa. El cronista, testigo presencial
del hecho, se detiene morosamente en las galas que adornaban a la comi-
tiva. El panegírico incluye, además, un epitalamio que Chirino dedicó
a los recién casados.
Tanto el Recibimiento de Monroy como el panegírico de Chirino
subrayan el lujoso aparato de estas bodas y son testimonio de la pro-
yección de estos cortejos nupciales como acontecimiento social, que se
extendía desde el pueblo llano que recibía al duque a su llegada a las
diversas villas hasta las recepciones de los aristócratas locales y del mis-
mo duque de Lerma. Como señala Salas Almela, esta imagen de esplen-
dor responde a una meditada campaña de imagen diseñada por don
Gaspar, quizá para contrarrestar el progresivo deterioro de su prestigio,
relacionado «con el relativo distanciamiento que se percibe en aquellos
años con respecto al gobierno de Felipe IV y Olivares que, sumado a los
problemas financieros que padecía la Casa desde 1635, presentaban un
panorama nada halagüeño»21.
Dos son las directrices fundamentales que rigen el panegírico: el
esplendor de la casa ducal y la magnificencia y generosidad del duque
para con sus criados y con todos los habitantes de los lugares por los
que pasan. La gala y suntuosidad refleja el poder la casa22, significado en
la riqueza de los ropajes. El detallismo en los tipos de telas, bordados,
colores y materiales es realmente prodigioso, tanto del duque, como de
los lacayos, y de los arreos de los caballos y acémilas23, y también de las
abundantes mesas con que los distintos huéspedes agasajan al duque,
en Lebrija y en el Arahal.
atribuye a la más que tibia relación entre Espinosa y el nuevo duque, don Gaspar (P.
Espinosa, Obras en prosa, cit. (n. 2)).
21 L. Salas Almela, Medina Sidonia. El poder de la aristocracia. 1580-1670, cit.,
pp. 78 y 312.
22 El duque no escatimó en gastos, como se desprende de otros detalles que don
Gaspar preparó para la llegada de su esposa: «Finalmente el duque don Gaspar IX
mandó edificar el salón principal por los años de 1639 a 40 para el recibimiento de
su segunda esposa[…], como además de las cuentas de su costo, lo testifican las letras
iniciales de sus nombres que se ven entrelazadas en varios carteles de su techo» (J. P.
Velázquez Gaztelu, Historia antigua y moderna de la muy noble y leal ciudad de Sanlúcar
de Barrameda, cit. (n. 18), t. II, p. 63, f. 25).
23 Antonio Urquízar Herrera ha subrayado el papel protagonista de los vestidos
en la exhibición pública y una medida necesidad de «proyectar una imagen pública a
través de los ropajes» (Coleccionismo y nobleza. Signos de distinción social en la Andalucía
del Renacimiento, Madrid, Marcial Pons, 2007, pp. 48-49).
295
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
296
Panegíricos nupciales a las bodas del ix y x duque de Medina Sidonia
29 Se remonta a una larga tradición de servicio, pues «Son tan antiguas mis obliga-
ciones a la casa de V. E. […] que a su padre y abuelo de V. E. y a sus órdenes debió el
mío el acierto en el servicio de su Magestad […]» (f. 1r).
30 Seguimos los datos ofrecidos por Salas Almela, Medina Sidonia. El poder de la
aristocracia. 1580-1670, cit, pp. 432-433.
297
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
Conclusiones provisionales
298
Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso
Pérez de Guzmán y su retiro en el castillo onubense
1 Muchos de los datos disponibles sobre la presencia del Conde Manuel Alonso
Pérez de Guzmán en Huelva fueron recogidos en los archivos locales por Diego Díaz
Hierro y formaron parte luego, ya revisados y ordenados, de su libro póstumo en torno
a la villa onubense y sus señores jurisdiccionales. Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guz-
manes. Anales de una historia compartida (1598-1812). Revisión y edición de Manuel
José de Lara Ródenas, Ayuntamiento de Huelva, Huelva, 1992.
301
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
302
Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez ...
ba. Lo que se hizo ese año empezó muy pronto a mostrarse defectuoso,
pues, el 20 de enero de 1595, los dos albañiles tuvieron que suscribir
ante notario una escritura de obligación para reparar lo arruinado, pues
el “corredor y alas se han abierto y arruinado por muchas partes e sobre
la dicha ruina e daño se han hecho e hacen ciertas averiguaciones ante
la justicia de esta villa para inquirir y saber quiénes han sido culpados
en el dicho daño”, y, ante la posibilidad de que “la dicha obra se llevará
tras sí la demás antigua que está hecha”, se comprometían a que, “dán-
donos e mandándonos dar su Señoría los materiales necesarios y peones
que sirvan en la dicha obra (…), haremos y repararemos la dicha obra
y corredores, poniendo nuestro trabajo e manos, sin que se nos pague
de salario”5. Era un acuerdo que eludía la acción de la justicia y la re-
paración debió de ir bien puesto que la documentación no insiste más.
El 16 de noviembre de 1598 se firmaron en el Alcázar de Madrid las
capitulaciones matrimoniales entre Manuel Alonso Pérez de Guzmán,
Conde de Niebla y heredero del Ducado, y Juana Lorenza de Sandoval,
hija segunda de Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, Marqués de
Denia, que desde el día mismo del entierro de Felipe II, dos meses an-
tes, se revelaba como el hombre fuerte del reinado de su sucesor6. Visto
cómo se desarrollaban las cosas en los primeros momentos del reinado
de Felipe III, el entroncar con el Marqués de Denia prometía para el
Conde y, en general, para la Casa de Guzmán unas ventajas políticas
indudables. Además de ello, el Marqués se comprometió a otorgar una
dote de 100.000 ducados a su hija7 y el Duque se obligó a entregar una
renta anual a su hijo de 20.000 ducados, de los cuales 1.500 eran para
la cámara de la Condesa, aunque lo que resultaba más relevante era la
decisión -resume Cruz de Fuentes- de agregar “al Condado de Niebla
las cuatro villas de Huelva con su Fortaleza, Aljaraque, San Juan del
Puerto y Almonte con el Bosque de las Rocinas y su Coto para que
fueran más conocidos y respetados de sus vasallos y pudieran vivir mejor
e más honrradamente; en las cuales ejercerían el señorío y jurisdicción
civil y criminal, alta y baja; si bien se reservaba para sí los frutos y rentas
de ellas con la jurisdicción necesaria para cobrarlas y administrarlas”.
5 Cit. en Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes, cit. (n. 1), p. 24. Tomando
los datos de Díaz Hierro, estos pormenores pueden verse también en José Luis Gozál-
vez Escobar, El castillo de San Pedro (Huelva). Función urbana y social, Universidad de
Sevilla, Huelva, 1993.
6 Antonio Feros, El Duque de Lerma: realeza y privanza en la España de Felipe III,
Marcial Pons, Madrid, 2002, p. 111.
7 Luis Salas Almela, Medina Sidonia. El poder de la aristocracia, 1580-1670, Mar-
cial Pons, Madrid, 2008, p. 267.
303
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
304
Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez ...
11 Pedro de Espinosa, Elogio al retrato del Excelentíssimo Señor Don Manuel Alonso
Pérez de Guzmán el Bueno, Duque de Medina Sidonia, Biblioteca Nacional de España,
Manuscritos, 3.934, fols. 21 v. y s. Citamos aquí el manuscrito probablemente original.
El texto fue publicado en 1625 en la imprenta malagueña de Juan René. También fue
incluido en las Obras de Pedro Espinosa coleccionadas y anotadas por D. Francisco Rodrí-
guez Marín, Tipografía de la Revista de Archivos, Madrid, 1909, pp. 223-296.
12 Cit. en Rodríguez Marín, Obras de Pedro de Espinosa, cit. (n. 11), p. 233.
305
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
13 Luisa Isabel Álvarez de Toledo recoge noticias sobre una falta de concordia entre
la Marquesa de Denia y la Duquesa de Medina Sidonia, palpable en la visita de aquélla
a Andalucía en 1599. Luisa Isabel Álvarez de Toledo cit., (n. 3), t. II, p. 23, Luis Salas
Almela, por su parte, sugiere la posibilidad de un disgusto entre Guzmán y Sandoval
por una sentencia condenatoria de 150.000 ducados contra el Duque de Medina Si-
donia en un pleito sobre la sal en el que el Marqués de Denia se habría abstenido de
intervenir. En cualquier caso, poco hubo de durar ese hipotético desencuentro, pues el
Duque Alonso decía en una carta de enero de 1599, refiriéndose al Marqués de Denia,
que “nos tratamos como antes”. Luis Salas Almela, Medina Sidonia, cit. (n. 7), pp.
267 y s.
14 Cit. en Luisa Isabel Álvarez de Toledo: Alonso Pérez de Guzmán…, tomo II,
p. 18. Salas Almela menciona un episodio en el que la Marquesa de Denia pidió a
los Condes de Niebla que solicitaran licencia a la Duquesa de Medina Sidonia “para
partirse”, lo que en nuestra opinión habría que interpretar como un reproche de que
abandonaran la Corte sin el beneplácito ducal. Cit. en Luis Salas Almela, Medina Si-
donia, cit. (n. 7), pp. 268.
15 Francisco Rodríguez Marín, Pedro Espinosa. Estudio biográfico, bibliográfico y
crítico, Tipografía de la Revista de Archivos, Madrid, 1907, p. 225, y Antonio Carreira,
«Pedro Espinosa y Góngora», Revista de Filología Española, vol. LXXIV, 1-2, 1994, p.
172.
306
Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez ...
307
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
más autoridad”20. Pero, a fines del XVI, la villa de Niebla apenas podía
sostener económica ni poblacionalmente el prestigio de su nombre y,
si había en los estados de Medina Sidonia -al margen de Sanlúcar- una
localidad que entonces estuviera en el mediodía de su crecimiento y
expansión, ésa era Huelva.
La villa onubense, de hecho, parecía encontrarse, a poco que se la
mirara, en el punto más álgido de su prosperidad. Los 1.090 vecinos
que había arrojado el censo de 1591 suponían la máxima cota de pobla-
ción hasta entonces registrada en ella21: cresta de una ola de crecimiento
que se prolongaba desde hacía siglo y medio y que era tanto más palpa-
ble por cuanto venía acompañada de una diástole de expansión urbana
que dilataba y consolidaba las líneas de articulación bajomedieval. La
época parecía tan limpia que, en un plazo de sólo seis años, 1583-1588,
se fundaron en la localidad dos conventos de mendicantes, ya que la
población los podía alimentar: el convento de Nuestra Señora de la
Victoria de la orden de mínimos de San Francisco de Paula, fundado
en 1583 a iniciativa del propio Duque, pues, “aviendo nacido por su
intercessión el Conde de Niebla, avía ofrecido la Fundación de dicho
Convento”22, y el de San Francisco, fundado en 1588. Asomados a lo
que creían una relativa opulencia, la villa de Huelva afirmaba sin gran-
des recelos su esperanza en el porvenir. Los vecinos de caudal prospera-
ban y los negocios del mar alcanzaban su cúspide para mucho tiempo:
en 1590, según un auto judicial citado con admiración por Juan Agus-
tín de Mora Negro, estaban surtos en la ría “113 Barcos de Pesquería
(sin otros, que andaban por la Mar), muchos Barcos Luengos, llamados
Viajeros, Saetías, Fragatas y 11 Navíos”23. Huelva era en aquellos años
el puerto de referencia de la costa occidental de los estados de Medina
Sidonia y una réplica menor de Sanlúcar de Barrameda, donde residía
normalmente el Duque.
Que la decisión de residir en Huelva fue una opción sobrevenida se
deduce del hecho de que, cuando los Condes abandonaron Madrid, el
20 Cit. en Juan Luis Carriazo Rubio y José María Cuenca López, Huelva, Tierra de
castillos, cit. (n. 4), p. 202.
21 Manuel José de Lara Ródenas, «Ayamonte y Huelva en la Edad Moderna. Pro-
cesos urbanos y vida material en dos poblaciones paralelas», en I Jornadas de Historia de
Ayamonte, Ayuntamiento de Ayamonte, Ayamonte, 1999, p. 44.
22 Juan Agustín de Mora Negro y Garrocho, Huelva ilustrada. Breve historia de la
antigua y noble villa de Huelva, Imprenta del Dr. D. Jerónimo de Castilla, Sevilla, 1762, p.
157. (Hay ediciones facsímiles de la Diputación Provincial de Huelva, Huelva, 1998, y de
Máxtor, Valladolid, 2005).
23 Juan Agustín de Mora Negro y Garrocho, Huelva ilustrada, cit. (n 22), p. 140.
308
Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez ...
24 Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán…, cit. (n. 3), tomo II,
p. 18.
25 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanez, cit. (n. 1), p. 25.
26 Ibid., pp. 25 y ss. Aunque se conservan varios planos del castillo, Carriazo
Rubio y Cuenca López han publicado uno custodiado en el Archivo Ducal de Medina
Sidonia, de 1768, en el que se aprecia la distribución interna, ya para entonces en rui-
na, que tenía la fortaleza cuando era residencia señorial de los Condes de Niebla. Vid.
Juan Luis Carriazo Rubio, y José María Cuenca López, Huelva Tierra de castillos. cit.
309
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Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez ...
y palacio, por poco ni por mucho tiempo, sin orden ni licencia mía,
y que, saliendo de otra manera, haya de poder y pueda traerlo preso
a el lugar donde yo asistiere, y, demás desto, pierda todo el salario”29.
Realmente, como afirma Álvarez de Toledo, a Manuel Alonso Pérez de
Guzmán siempre “le acompañaban enano y bufones”30.
El primer acontecimiento reseñable de la estancia de los Condes en
Huelva fue, sin duda, el nacimiento de su primera hija, Ana Francisca,
pronto malograda, que tuvo lugar en septiembre de ese mismo año.
Para estar en el parto y asistir al bautizo acudió a Huelva la Marquesa de
Denia, Catalina de la Cerda, que al cabo de un par de meses -el 11 de
noviembre- iba a convertirse en Duquesa de Lerma al conceder el Rey
el título a su marido. Su estancia en Huelva consta en la obra Noticia
de las fiestas en honor de la Marquesa de Denia hechas por la ciudad de
Sevilla en el año 1599, publicada por Nicolás Tenorio y Cerero en 1896,
que recoge cómo, mientras acompañaban a Felipe III en el Reino de
Aragón, “tuvieron los Marqueses noticias de que su hija, doña Juana,
casada con el Conde de Niebla don Manuel y hallándose encinta, esta-
ba próxima a alumbrar, y decidió la Marquesa pasar a la villa de Huelva,
donde aquélla residía, con objeto de hallarse en el parto. Hizo el viaje
por mar y la acompañó hasta Sanlúcar una escuadra de galeras. (…) De
Coria pasó la Marquesa a Huelva, donde residían los Condes, sin que
hayamos podido averiguar si fue por mar o por tierra”31. El Cabildo de
Huelva sabía de la llegada de la Marquesa, con la que vino una nutrida
comitiva, desde el 28 de agosto, pues ese día “acordóse que, porque se
está esperando a su Señoría la Marquesa de Denia, suegra de su Señoría
el Conde, mi señor, para su recibimiento se prevengan dos danzas”32.
El parto, sin embargo, no fue como se esperaba. Juan Agustín de
Mora Negro, que examinó en el siglo XVIII las partidas de bautismo
de la parroquia de San Pedro, señala en sus Noticias adquiridas (aunque
confunde la fecha y afirma que fue en 1589) que “en 18 de Septiembre
la baptizó por necesidad el P. Ignacio Theatino, (…) professo de la
Compañía de Jesús: y en 8 de Octubre de dicho año se completaron
en la Parroquial de S. Pedro las Ceremonias Sagradas por D. Francis-
co Romero Quintero, Cura Vicario de dicha Iglesia, siendo Padrinos
el Señor D. Juan de Mendoza, Marqués de San Germán, y la Señora
Doña Francisca Sandoval, hija del Marqués de Denia”, hermana de la
29 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanez, cit. (n. 1), p. 40.
30 Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán… cit. (n. 3), tomo II,
p. 23.
31 Cit. en Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanez, cit. (n. 1), p. 30.
32 Ibid.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
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Cit. en Juan Luis Carriazo Rubio, «Algunas notas acerca de un texto sobre el Marqués
de Ayamonte y la piratería berberisca», Aestuaria, 4, 1996, Diputación Provincial de
Huelva, Huelva, pp. 195 y s. Para Antonio Carreira, “el relato, con melones o sin ellos,
no hay por dónde cogerlo, y menos cuando se encuentra una proeza similar atribuida
mucho antes a don Juan de Austria”. Aunque narraciones de este cariz hubo muchas,
esta, según Carreira, “sirvió de argumento a La galeota reforzada de Francisco López de
Zárate, conservada en autógrafo”. Antonio Carreira, «Pedro Espinosa y Góngora», cit.
(n. 15), pp. 173 y s.
38 Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán…, cit. (n. 3), tomo II,
pp. 51 y 110.
39 Vid. Ibid., pp. 51 y ss.
40 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanez, cit. (n. 1), p. 35.
41 Vid. Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán…, cit. (n. 3),
tomo I, p. 427.
42 Ibid., pp. 427 y 483.
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
43 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el Conde de Niebla», cit. (n. 9), pp. 107 y
s. y 113.
44 Luisa Isabel Álvarez de Toledo, Historia de una conjura…., cit. (n. 2), p. 34.
45 Juan A. Mora Negro y Garrocho, Noticias adquiridas…, cit. (n. 33), pp. 5 y ss.
46 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanez, cit. (n. 1), p. 33.
47 Caldera, que escribe en 1660, refiere que pasó “a vivir a Huelva por los años
1618, poco más o menos”, una vez establecidos allí los Condes de Niebla, aunque Gas-
par Alonso Pérez de Guzmán no se asentaría en el castillo onubense hasta 1623. Cit.
en Antonio Domínguez Ortiz, «La ‘Historia arcana’ de Gaspar Caldera de Heredia»,
en Sociedad y mentalidad en la Sevilla del Antiguo Régimen, Ayuntamiento de Sevilla,
Sevilla, 1983, p. 100.
48 Sobre el convento mercedario onubense puede consultarse la minuciosa obra
de Diego Díaz Hierro, «Historia de la Merced de Huelva, hoy Catedral de su Diócesis»,
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Huelva, 1975.
49 Cit. en Manuel José de Lara Ródenas, «El convento primitivo: fundación y pri-
mer siglo y medio», en La Merced, cuatro siglos de historia. Universidad de Sevilla- Junta
de Andalucía, Huelva, 1991, p. 24.
50 Vid. Pedro San Cecilio, Annales del Orden de Descalzos de Nuestra Señora de la
Merced, Redempción de Cautivos Christianos, tomo I, Imprenta de Dionisio Hidalgo,
Barcelona, 1669, pp. 505 y ss. (El capítulo I del libro III del tomo I tiene edición fac-
símil de la Universidad de Huelva, Huelva, 2005).
51 Manuel José de Lara Ródenas, «El convento primitivo»…, cit. (n. 49), p. 28.
52 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el Conde de Niebla», cit. (n. 9), pp. 108 y s.
53 Vid. Enrique Carlos Martín Rodríguez, «Juan de las Roelas en la Iglesia de La
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59 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes…, cit. (n. 1), p. 36.
60 Ibid., p. 37.
61 Espinosa, Pedro de: Bosque de Doñana…, cit. (n. 28), p. 50.
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62 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes…, cit. (n. 1), p. 29.
63 Pedro de Espinosa, Elogio al retrato…, cit. (n. 11), fol. 22 r.
64 Antonio Carreira, «Pedro Espinosa y Góngora», cit. (n. 15), p. 171.
65 Cit. en Jesús Ponde Cárdenas, «Góngora y el Conde de Niebla», cit. (n. 9), p.
130.
66 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes…, cit. (n. 1), p. 36.
67 Cit. en Jesús Ponde Cárdenas, «Góngora y el Conde de Niebla», cit. (n. 9), p.
132.
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Los muros de Huelva: el conde de Niebla Manuel Alonso Pérez ...
tan estrecha como para dedicarle, en 1612, una de sus obras mayores,
la Fábula de Polifemo y Galatea, en la que menciona de nuevo “los
muros de Huelva” y donde alude significativamente al “ocio atento”
y al “silencio dulce”. La insistencia en reducir la imagen de Huelva a
unos muros bien parecería indicar que fue huésped, efectivamente, del
Conde en su castillo.
Cuando, el 25 de julio de 1615, moría el VII Duque de Medina
Sidonia Alonso Pérez de Guzmán y su hijo Manuel Alonso heredaba el
conjunto de sus estados cesó para Huelva, al menos momentáneamen-
te, esa etapa en que su castillo había estado habitado con continuidad y
la presencia señorial se había afirmado en formas visibles. Como escri-
bió Pedro de Espinosa, “la triste nueva le halló en su retiro de Huelva,
en el mayor gusto de su vida, regando las lechugas con Diocleciano”68.
Esta última frase va referida al retiro del emperador Diocleciano en su
palacio de Dalmacia, junto a la costa Adriática, en el que se dedicó a
cuidar de sus huertos y jardines. Tanto fue así que, cuando se le rogó
que volviera a la vida pública para dirimir los conflictos que habían sur-
gido en el imperio, contestó, según el Epítome sobre los Césares atribuido
a Sexto Aurelio Víctor (siglo IV): “Si pudieras mostrar a tu emperador
la col que yo planté con mis propias manos, él probablemente no se
atrevería a sugerir que yo reemplace la paz y felicidad de este lugar
con las tormentas de avaricia nunca satisfecha” 69. Espinosa, que no cita
esta locución, bien podría haber identificado “la paz y felicidad de este
lugar” con la encontrada en Huelva y “las tormentas de avaricia nunca
satisfecha” con las desatadas en la corte de Felipe III para describir de
forma expresiva la vida que llevaba el Conde de Niebla en el castillo
onubense, que efectivamente debió de incluir cierta actividad horte-
lana heredada de su padre, de cuya afición a las huertas hay sobradas
noticias70. No hay que olvidar, porque lo recuerdan Francisco de Eraso
en 1658 y Juan Pedro Velázquez Gaztelu en 1760, que Manuel Alonso
Pérez de Guzmán crearía en 1632 en Sanlúcar, como retiro para los
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
81 Juan Luis Carriazo Rubio, A través de Doñana en el siglo XVII, Fundación Odón
Betanzos Palacios, Doñana, 1999.
82 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes…, cit. (n. 1), p. 58.
83 Cit. en Luis Salas Almela, Medina Sidonia, cit. (n. 7), p. 432.
84 Diego Díaz Hierro, Huelva y los Guzmanes…, cit. (n. 1), p. 73.
85 Vid. Ibid., cit. (n. 1), pp. 73 y ss., 79 y ss. y 83 y ss. En el Archivo Ducal de
Medina Sidonia, Luis Salas Almela ha encontrado documentación sobre obras de cons-
trucción o reacondicionamiento del nuevo palacio en 1657, 1659, 1662-1665 y 1670.
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Góngora y el paisaje de la Soledad segunda.
El litoral onubense en torno a 1600.
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Review, vol. VII, nº 4 (1939), pp. 347-349. Tomado de S. Yoshida, «Algunas dudas
para la comprensión de las Soledades de Góngora», cit. (n. 5), pp. 1671-1677.
7 Luis de Góngora y Argote, Soledades, ed. de Robert Jammes, Madrid, Castalia,
1994, p. 73.
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8 Salvador Raya Retamero, Andalucía en 1599 vista por Diego Cuelbis, Benalmádena,
Caligrama, 2002, p. 34. Sobre el desaparecido castillo de Lepe, vid. Juan Luis Carriazo
Rubio, «El castillo de Lepe», en Asunción Díaz y Juana Otero (eds.), El lugar heredado,
Huelva, Universidad de Huelva y Ayuntamiento de Lepe, 2009, pp. 55-70.
9 Robert Jammes, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Castalia,
1987, p. 232-233.
10 Enrique R. Arroyo Berrones, «Don Francisco de Guzmán, IV marqués de
Ayamonte, y el dramático tránsito del siglo XVI al siglo XVII», en Enrique R. Arroyo
(ed.), VII Jornadas de Historia de Ayamonte, Huelva, Ayuntamiento de Ayamonte,
2003, pp. 191-225.
11 R. Jammes, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, cit. (n. 9).
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
12 Ibíd.
13 S(ección) N(obleza) del A(rchivo) H(istórico) N(acional), Osuna, C. 280, D.
25. Lepe, 9 de noviembre de 1607. El fallecimiento del marqués se produjo a las diez
de la noche del miércoles 7 de noviembre del mismo año.
14 Dámaso Alonso, Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1995. Tomado
de E. R. Arroyo Berrones, «Don Francisco de Guzmán, IV marqués de Ayamonte, y el
dramático tránsito del siglo XVI al siglo XVII», cit. (n. 10), pp. 191-225.
15 Jesús Ponce Cárdenas, «El ciclo a los marqueses de Ayamonte: laus naturae y
panegírico nobiliario en la poesía de Góngora», en Enrique R. Arroyo (ed.), XII Jorna-
das de Historia de Ayamonte, Huelva, Ayuntamiento de Ayamonte, 2008, pp. 105-132.
16 Este título era detentado por el primogénito de la Casa Ducal de Medina Si-
donia. Manuel Alonso Pérez de Guzmán se convierte en duque de Medina Sidonia en
1615, a la muerte de su padre.
17 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones del
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
todo a la del resto del litoral. De hecho uno de estos islotes era denomi-
nado a finales del siglo XVI isla de la Almadrabilla, por una instalación
allí existente dedicada a este tipo de arte pesquero. Otras pesquerías,
más o menos permanentes, tenían su asiento en estos parajes, como
el desconocido puerto de Villamarín, en término de Lepe, activo al
menos hasta 1573. Al este de la Almadrabilla de Lepe se encontraba la
desembocadura del río Piedras, junto al puerto de El Terrón.
Ya hemos mencionado la existencia, desde el Guadiana hasta el Pie-
dras, de un auténtico cordón de islas litorales que, en la época que
estudiamos, doblaba la orilla antigua y la iba poblando de marismas.
Esta formación se halla en el origen de uno de los elementos más llama-
tivos de la morfología costera de la zona, cual es un estero, con diversas
ramificaciones y barras, que permitía la navegación interior entre los
estuarios de ambos ríos. Aunque sabemos que esta vía de comunica-
ción estaba abierta desde tiempos muy anteriores, la primera referencia
documental se retrasa hasta 1582, cuando se dudaba sobre las cargas
fiscales que debían soportar las mercancías transportadas desde Car-
taya hasta Portugal «por el río de la Redondela, no saliendo por barra
ni entrando por ella»25. El estero, paralelo a la costa, proporcionaba
atractivas condiciones para la navegación abrigada, facilitando las acti-
vidades comerciales y pesqueras de toda la zona. Sin embargo, el mismo
proceso sedimentario que lo generó, al crear las islas barreras, fue el
que acabó cegándolo, de manera que en las primeras décadas del siglo
XVIII ya no era posible la navegación por los tramos más orientales.
Situada en uno de los lugares más dinámicos del arco costero onu-
bense, la desembocadura del río Piedras registraba desde época antigua
modificaciones constantes, hasta el punto de que los barcos no podían
entrar en el estuario sin el concurso de pilotos experimentados del lu-
gar26. Da una idea del peligro que esto suponía para la navegación la
reflexión del marqués de Ayamonte en 1595 sobre todas las barras de
su señorío, las cuales a causa de la arena quedaban «tan çiegas que aun
los naturales con pequeño temporal se suelen perder en ellas»27. A pe-
sar de esto, a principios del siglo XVII el río Piedras también era un
espacio de importante actividad comercial y pesquera, centradas ambas
en puertos interiores como los de El Terrón y La Ramada, en Lepe;
o los de Cartaya y San Miguel de Arca de Buey. El río era la frontera
entre dos señoríos, quedando los dos primeros puertos en los domi-
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Góngora y el paisaje de la Soledad segunda. El litoral onubense...
nios del marqués de Ayamonte y los dos últimos en los del duque de
Béjar. Conviene precisar que la pequeña villa de San Miguel de Arca
de Buey28, de orígenes medievales, se extinguiría en la Edad Moderna
a causa de su constante exposición al peligro pirata, verdadero azote de
las poblaciones costeras29.
La sucesión de islas e islotes diversos que venimos relatando desde
Ayamonte alcanzaba en la desembocadura del río Piedras su situación
más inestable, con enorme movilidad de bajos arenosos y canales de
acceso. Fue frecuente durante la Edad Moderna, como lo sería también
en épocas posteriores, la agregación de las islas de la zona. Este fenóme-
no afectó en especial a las llamadas de la Almadrabilla y del Barronalejo,
una frente a la costa de Lepe y la otra frente a la de San Miguel. Se
producían así constantes cierres o aperturas de la barra o barras, que
por otra parte tomaban sucesivamente nombres diversos, hoy desapare-
cidos, en función de la ubicación o de los lugares a los que conducían.
Citemos por ejemplo, las barras de San Miguel, del arroyo de las cañas,
del Terrón, de San Francisco30, de Canaria (sic), del Picacho o de Lepe,
todas ellas para dar acceso en diversos momentos al Piedras y a su ría.
Las uniones de islas, y las de estas y la tierra firme creaban además
una situación de confusión jurisdiccional, complicando la delimitación
territorial de poblaciones y señoríos; ello enfrentó a las villas de San
Miguel y Lepe, amparadas por sus respectivos señores, que pleitearon
entre 1573 y 1592 por la posesión del Barronalejo31.
Aunque a principios del siglo XVII consta que se produjeron no-
tables cambios que redujeron el tamaño del Barronalejo, más adelante
esta isla volvió a alcanzar grandes dimensiones, avanzando hacia el Este
de forma paralela a la costa. Antes de llegar a la zona de El Portil, la
punta oriental de la isla formaba otra barra con la orilla, dando acce-
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39 Ibíd., vv. 1-11. Nótese la semejanza con el verso «del abreviado mar en una ría»
que Góngora aplica a Lepe en su soneto «De la marquesa de Ayamonte y su hija, en
Lepe». Emilio Orozco Díaz, Los sonetos de Góngora. Antología comentada, ed. de José
Lara Garrido, Córdoba, Diputación Provincial, 2002, p. 185.
40 Soledad segunda, vv. 950-953.
41 Ibíd., vv. 191-192.
42 J. P. Wickersham Crawford, «The setting of Gongora’s Las Soledades», cit. (n.
6), pp. 347-349. Tomado de S. Yoshida, «Algunas dudas para la comprensión de las
Soledades de Góngora», cit. (n. 5), pp. 1671-1677.
43 La identificación de islas o bajos arenosos con determinados animales marinos
no es un hecho extraño en la toponimia marítima de la zona. El conocido derrotero
de Tofiño de San Miguel cita en 1789 «un islote que nombran la Ballena» en la des-
embocadura del río Tinto, no muy lejos de la torre de la Arenilla. Vicente Tofiño de
San Miguel, Derrotero de las costas de España en el Océano Atlántico y de las islas Azores o
Terceras, Madrid, Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, 1789, p. 104.
44 S.N.A.H.N., Osuna, leg. 392-13. Pleito entre Lepe y San Miguel de Arca de
Buey por la posesión de la isla del Barronalejo. Año 1573 y ss.
45 Soledad segunda, vv. 27-31.
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46 Ibíd., v. 45.
47 A.G.S., Guerra Antigua, leg. 83, f. 44.
48 Soledad segunda, v. 303.
49 Ibíd., v. 309 y otros.
50 Ibíd., vv. 31-32.
51 Ibíd., vv. 47-48.
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El Conde de Niebla y los dos Polifemos
Debora Vaccari
Università di Roma “La Sapienza”
Los dos Polifemos de los que voy a tratar aquí son la Fábula de Acis
y Galatea de Luis Carrillo y Sotomayor, publicada junto con las demás
obras del baenero por el hermano Alonso en 1611, y la Fábula de Poli-
femo y Galatea del otro y más célebre Luis, Góngora, dada a conocer en
16131. No vamos a entrar aquí en la vexata quaestio de la supuesta imi-
tación de la Fábula de Acis y Galatea de Carrillo por parte de Góngora2.
En 1632 D. Alonso de una vez por todas zanjaba el asunto, reivindi-
cando la «incomparable intensidad poética del Polifemo [de Góngora]»,
y afirmando, entre otras cosas, que: «[el] valor creativo es, pues, lo que
hace que, siendo el poema de Carrillo una obra muy bella, llena de ele-
gancia y ternura, el Polifemo de Góngora se nos aparezca como genial,
como una de las cumbres de la poesía española»3.
Ambas obras están dedicadas al por aquel entonces XI conde de
Niebla, don Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, también VIII
duque de Medina Sidonia y yerno del Duque de Lerma (para el que
Góngora escribió un célebre Panegírico en 1617), además de pariente
del duque de Béjar, don Alonso Diego López de Zúñiga (a su vez desti-
natario de las Soledades, 1613) y del marqués de Ayamonte, don Fran-
cisco Guzmán y Zúñiga (inspirador, junto con su familia, de un ciclo
de 14 sonetos del cordobés). Como bien pone de relieve J. Ponce Cár-
denas4, sin duda la Casa de Guzmán (a la que estaban vinculados, en
la provincia de Huelva, los Ayamonte, los Medina Sidonia y los Béjar,
todos homenajeados por Góngora) era una de las más importantes de
1 José María de Cossío, Fábulas mitológicas en España, Madrid, Istmo, 1998, vol.
I, pp. 326-344.
2 Dámaso Alonso, «La supuesta imitación por Góngora de la Fábula de Acis y
Galatea», Obras completas, Madrid, Gredos, 1978, vol. V, pp. 529-569; Justo García
Soriano, «D. Luis Carrillo y Sotomayor y los orígenes del culteranismo», Boletín de la
Real Academia Española, XIII, cuaderno LXV (1926), pp. 591-629; Walter Pabst, La
creación gongorina en los poemas Polifemo y Soledades (trad. esp.), Madrid, 1966.
3 D. Alonso, «La supuesta imitación», cit. (n. 2), pp. 531-532.
4 Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones del
mecenazgo», Criticón, 106 (2009), pp. 99-146.
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9 Pedro Ruiz Pérez, «Garcilaso y Góngora: las dedicatorias insertas y las puertas del
texto», en Paratextos en la literatura española. Siglos XV-XVII, Madrid, Casa de Veláz-
quez, 2009, pp. 49-69.
10 Luis Carrillo y Sotomayor, Obras, ed. Rosa Navarro Durán, Madrid, Castalia,
1990.
11 Del frontispicio de la segunda edición, más elaborado que el de la primera,
Monica Güell hace una lectura extremadamente interesante y sugerente en su «Para-
textos de algunos libros de poesía de Siglo de Oro. Estrategias de escritura y poder», en
Paratextos en la literatura española, cit. (n. 9), pp. 19-35.
12 L. Carrillo y Sotomayor, Obras, cit. (n. 10), p. 109.
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17 «En torno a las tres primeras estrofas del Polifemo de Góngora», en Actas del
Segundo Congreso de la AIH, Nimega, Inst. Español de la Univ. de Nimega, 1967, pp.
227-233.
18 Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea, ed. Jesús Ponce Cárdenas, Ma-
drid, Cátedra, 2010, p. 184.
19 Antonio Vilanova, Las fuentes y los temas del Polifemo de Góngora, Madrid, P.P.U,
1992, pp. 171-178.
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Renovación estética y epistemológica en la
Fábula de Píramo y Tisbe
Lindsay Kerr
Queen’s University Belfast
Este trabajo tiene como objetivo desarrollar brevemente algunos de
los aspectos más relevantes de mi proyecto de investigación en curso,
en la que examinaré el concepto de la parodia en las obras tardías de
Luis de Góngora y Lope de Vega. Mi investigación supone un análisis
de la trayectoria paródico-mítica de don Luis que culmina en La fábula
de Píramo y Tisbe (1618). Como contrapunto me serviré de las Rimas
humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos y La Gatomaquia
(1634), con el propósito de comparar estas obras en el contexto del
estilo tardío.
Al reflexionar sobre la relación entre los dos grandes poetas, Luis
de Góngora y Lope de Vega, vienen a la mente palabras como «oposi-
ción», «enemigo», «rival», «claro» frente a «culto». A pesar de este en-
frentamiento, reconstruido por Emilio Orozco Díaz en su celebre libro
de 1973, se admite que hubo entre nuestros poetas una admiración a
regañadientes. Este breve destello de apreciación artística es quizás un
signo de un común destino poético que ven surgir por entonces, quizás
irónicamente, por entre las escaramuzas y los ultrajes.
Aunque es el desengaño el que lleva a los poetas a compartir una
mirada ante la vida y el mundo, es decir, a unas obras maestras paró-
dicas que caracterizan en ambos casos el estilo tardío, lo que presenta
más interés es la similitud de perspectivas ante este desengaño. Ambos
poetas se lanzaron rimas burlonas y despectivas el uno al otro durante
sus carreras poéticas, por lo que debemos preguntarnos ¿cómo llegan
dos poetas con filosofías tan opuestas a una misma conclusión en sus
trayectorias poéticas? Una manera de indagar este fenómeno sería es-
tablecer un paradigma del «estilo tardío», aunque como anotan Linda
y Michael Hutcheon: «el estilo tardío es siempre un concepto crítico
retrospectivo con sus propias motivaciones estéticas e ideológicas, y
más importante, su propio entendimiento del envejecimiento y de la
creatividad.»1 Ahora bien, es evidente que hay ciertas congruencias en
1 Linda Hutcheon y Michael Hutcheon, «Late Style(s): The Ageism of the Singu-
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
los estilos de las obras tardías de Lope y Góngora. Sin forzar la compa-
ración, el método de análisis que persigo nace de estas inesperadas y, de
algún modo, lógicas congruencias en el empleo de estrategias paródicas.
Sería lógico, entonces, deducir que estos efectos similares se han pro-
ducido a través de algún proceso o método que sintetiza la experiencia
–o aquello que constituye la materia prima del arte–; por tanto surge la
hipótesis de que los dos poetas son producto de su entorno artístico y
su época sincrónica –incluso sus filosofías sincréticas–.
Dado que no hay tiempo para adentrarme más en la relación Lope-
Góngora, me voy a centrar primero en algunos catalizadores de la Fá-
bula de Píramo y Tisbe, mientras que en la segunda parte tocaré breve-
mente en la cuestión de la metáfora gongorina, haciendo referencia a la
famosa Carta en respuesta. Los críticos a los que inspira la parodia cierta
simpatía son casi unánimes en calificar este poema como el «colofón»
de la obra poética de don Luis. Por supuesto, en cuanto a la renovación
estética o la revolución poética, el Polifemo y las Soledades representan
la ruptura entre pasado y progreso. Por ello, debemos leer la fábula,
entonces, como «colofón» de algún proceso epistemológico paralelo al
de renovación meramente estética. Se ve claramente la creciente com-
plejidad de sus ideas, desde los romances de Hero y Leandro de 1589 y
1610 hasta la fábula de 1618.
La discrepancia entre la versión inacabada de 1604, cuyo tono hace
el eco de Hero y Leandro, es evidente desde sus comienzos:
De Tisbe y Píramo quiero,
si quisiere mi guitarra,
cantaros la historia, ejemplo
de firmeza y de desgracia (vv.1-4)
Característica estrategia gongorina es pintar con matices, aunque la
superficie parezca una forma del chiaroscuro. El Caravaggio de la lírica
ilumina a la vez que oscurece. Sin embargo, la apariencia de oposi-
ciones binarias nace de la visión en blanco y negro del lector del siglo
XVII, influido por un código moral rígido y católico. Ese «contraste
violento» pintado llega a su máxima expresión en el Polifemo aunque
al profundizarse en él, se da a entender que no es Dios, sino la am-
bigüedad la que está en los detalles. En sus descripciones del cíclope
anticipa expectativas de la oscuridad, pero nunca se pone el sol sobre la
360
Renovación estética y epistemológica en la Fábula de Píramo y Tisbe
361
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
362
Renovación estética y epistemológica en la Fábula de Píramo y Tisbe
3 Mary Gaylord, «Góngora and the Footprints of the Voice», MLN, 108.2 (1993),
pp. 230-53, pág. 235 ("Perfection, Góngora-style, must be bought at the expense of
meaning and feeling").
363
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
4 Karsten Harries, «The Many Uses of Metaphor», Critical Inquiry 5.1 (1978) pág.
171 ("These figurative meanings are not established by the poet, but are presupposed
by him and by his audience. Such meanings, part of the poet’s material, were thought
to be furnished by the figures found in God’s two books, in Nature and in Scripture.")
364
Renovación estética y epistemológica en la Fábula de Píramo y Tisbe
365
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
6 Charles F. Ahern, "Ovid as vates a the proem to the Ars Amatoria" Classical Phi-
lology, 85.1 (1990), pp. 44-48
366
Dedicatorias y dedicatarios del
Polifemo y las Soledades
1 Cfr. Jesús Ponce Cárdenas, Góngora y la poesía culta del siglo XVII, Madrid, Edi-
ciones del Laberinto, 2001, p. 48.
2 Cfr. Jesús Ponce Cárdenas, «Góngora y el conde de Niebla. Las sutiles gestiones
del mecenazgo», Criticón, 106, 2009, pp. 99-146, (p. 117). Por el corpus documental
de la vida de Góngora, sabemos que viajó a territorio onubense en 1607 -concreta-
mente a Lepe y Ayamonte- donde permaneció un tiempo en el castillo de Lepe y en el
Palacio del marqués de Ayamonte.
3 Para un mayor estudio de este personaje, véase el artículo de Enrique R. Arroyo
Berrones, «D. Francisco de Guzmán, IV marqués de Ayamonte, y el dramático tránsito
del siglo XVI al siglo XVII», en VII Jornadas de Historia de Ayamonte, Huelva, 2003,
pp. 191-225.
369
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
370
Dedicatorias y dedicatarios del Polifemo y las Soledades
9 Cfr. Robert Jammes, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, Madrid,
Castalia, 1987, p. 235.
10 Coinciden en ello J. Ponce Cárdenas en Góngora y la poesía culta del siglo XVII,
cit. (n. 1), p. 17. y R. Jammes en La obra poética de Don Luis de Góngora, cit. (n. 9),
p. 231.
11 Cfr. Mercedes Blanco, Góngora heroico. Las Soledades y la tradición épica, Centro
de Estudios Europa Hispánica, Madrid, 2012, p. 107. En este trabajo la autora alude
a Antonio Vilanova al señalar las coincidencias en la dedicatoria al duque de Béjar y
a Alfonso II de Este en la Jerusalén liberada. Blanco afirma que las coincidencias se
extienden por todo el aparato liminar de ambos textos.
371
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
372
Dedicatorias y dedicatarios del Polifemo y las Soledades
15 Cfr. Joaquín Pascual Barea en Rodrigo Caro, Poesía castellana y latina e inscripcio-
nes originales, Sevilla, Diputación de Sevilla, 2000, p. 42.
16 Cfr. Mercedes Blanco, Góngora heroico cit. (n. 11) con respecto a cómo Góngo-
ra representa al duque de Béjar como cazador y Torquatto Tasso a su dedicatario como
un “futuro cruzado”.
17 Cfr. Dámaso Alonso, Estudios y ensayos gongorinos, cit. (n. 7) pp. 559 y ss.
18 Ver artículo de Joaquín Roses Lozano, «Sobre el ingenio y la inspiración en la
edad de Góngora», Criticón, 49, 1990, pp. 31-49. En nota a pie de página número 1,
p. 31, alude a la concepción del poeta como ser divino, enajenado y dirigido por las
musas, lo cual tiene su origen en los diálogos platónicos, especialmente en el Fedro
y el Ion. Analiza los textos de Góngora en cuanto a las voces: dictar, inspirar, musas,
ingenio. También alude al enfrentamiento intelectual entre Navarrete y Portichuelo.
373
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
19 Ermanno Caldera, «En torno a las tres...» cit. (n. 13), p. 229, alude a Vilanova
con respecto a la contraposición “culta” y “bucólica”, quien observa que “Góngora
alude orgullosamente a la cultura y erudición poética con que ha elaborado un tema
bucólico o pastoril, considerado por los preceptistas del Renacimiento poco apto para
el ornato y erudición de un poeta culto”.
20 Con respecto a la definición del género, cfr. Pedro Ruiz Pérez, «Garcilaso y
Góngora: las dedicatorias insertas y las puertas del texto», en Paratextos en la literatura
española. Siglos XV-XVII, Madrid, Casa de Velázquez, 2009, pp. 49-69. Señala la ads-
cripción del poema al género de la fábula por su componente mitológico y naturaleza
narrativa. Junto a ello pone de relieve cómo la crítica ha olvidado el carácter bucólico
del Polifemo ovidiano y su émulo gongorino.
21 Sobre esta cuestión incide José Manuel Rico, «Una aproximación al Polifemo
a través de la crítica», en Actas del congreso Góngora y su estela en la poesía española e
hispanoamericana (El Polifemo y las Soledades en su IV Centenario), Sevilla, Asociación
Andaluza de Profesores de Español Elio Antonio de Nebrija, 2014 [en prensa].
22 A propósito de este aspecto, cfr. Pedro Ruiz Pérez, cit. (n. 20), explica cómo la
dedicatoria recoge en posición simétrica, en los versos segundo y penúltimo, una refe-
rencia a la dulzura: la «dulce musa» y el «canoro […] dulce instrumento». Así, Góngora
introduce un nuevo registro distinto a los de la rota virgiliana y apreciado en la poética
de Hermógenes.
374
Dedicatorias y dedicatarios del Polifemo y las Soledades
23 Mercedes Blanco, Góngora heroico, cit. (n. 11) p. 115, destaca cómo al duque
de Béjar se le distingue por la grandiosa violencia de las cacerías que preside.
24 Cfr. Mercedes Blanco, Góngora heroico, cit. (n. 11) p. 127, trata sobre a los
conceptos heráldicos que abundan en la poesía cortesana. En lo que se refiere a la ca-
dena de los Béjar destaca, por un lado, nobleza y alta virtud, y, por otro, la cadena de
amor y sujeción a la que el poeta aspira cuando peregrina hacia su señor, renunciando
a su vagabundeo y libertad para pertenecerle.
25 Era propio de esta familia de nobles dedicarse a actividades cinegéticas y mari-
nas; su pariente, el IV Marqués de Ayamonte, también gustaba de estas aficiones.
375
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
26 Cfr. Ermanno Caldera, «En torno a las tres primeras estrofas del Polifemo», pp.
227-233.
27 Cfr. José Mª Micó, El Polifemo de Luis de Góngora, cit. (n. 6), p. 14; Pedro Ruiz
Pérez, cit. (n. 20) p. 52 defiende que los tres elementos musicales mencionados en la
parte final de cada una de las tres octavas de la dedicatoria adelantan la materia del poe-
ma junto con sus claves genéricas, estilísticas y de significado. Ello contribuye, además,
al carácter metapoético puesto que reúne los tres niveles de la rota virgiliana, identifica-
dos con los instrumentos característicos del pastor, el poeta, y el soldado, o los símbolos
metonímicos de la bucólica, la lírica y la épica, respectivamente. Góngora opta de este
modo por la variedad sincrética del género eglógico y por un decorum problematizado,
al fundir la diversidad de registros en una modalidad poética novedosa.
28 Cfr. J. M. Micó, El Polifemo de Luis de Góngora, cit. (n. 6), p. 26.
29 M. Blanco, Góngora heroico, cit. (n. 11), estudia la similitud del paisaje, con un
fragmento de Claudiano en los Fesceninos, 10-15 y 18-24. Blanco también señala que
en ambos poetas el tema de la caza está subordinado a la celebración de un grande.
376
Dedicatorias y dedicatarios del Polifemo y las Soledades
30 Cfr. Jesús Ponce Cárdenas, El tapiz narrativo del Polefemo: eros y elipsis, Univer-
sitat Pompeu Fabra, Barcelona, 2010.
377
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
Polifemo Soledades
I. Invocación a la Musa 1-2 1-4
5-26 / 27
2*descripción muy
*descripción ex-
breve, casi nula, de
II. Apóstrofe tensa de lugar y de
lugar y de atributos
atributos persona-
personales.
les
III. Petición de silencio y
quietud a los animales de la 9-16
caza
IV. 2º Apóstrofe 27
V. Referencia al linaje 31-33
VI. Petición de ambiente
propicio para cantar el poe- 17-20 28-31
ma
378
Dedicatorias y dedicatarios del Polifemo y las Soledades
32 Cfr. Dámaso Alonso, Góngora y el gongorismo, op. cit. (n. 7), pp. 559 y ss.
379
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre
la poesía de Quevedo y la pintura*
Adrián J. Sáez
CEA-Université de Neuchâtel
*
Este trabajo se enmarca en el Proyecto PHEBO: «Poesía Hispánica en el Bajo
Barroco (repertorio, edición, historia)», FFI2011-24102 del Ministerio de Ciencia e
Innovación, y cuyo IP es Pedro Ruiz Pérez.
Para Jacobo Llamas,
amigo quevedista.
1 Recomiendo tres trabajos recientes: María Ema Llorente, «Los estudios inter-
disciplinares sobre pintura y literatura española. Aproximación al estado de la cues-
tión», Impossibilia. Revista internacional de estudios literarios, 4 (2012), pp. 233-251;
José Riello, ed., «Sacar de la sombra lumbre»: la teoría de la pintura en el Siglo de Oro
(1560-1724), Madrid, Museo del Prado, 2012.; Kurt Spang, «La líricopintura. Sobre
las interferencias entre lírica y pintura», Impossibilia. Revista internacional de estudios
literarios, 3 (2012), pp. 233-245. Esta poesía con ingredientes pictóricos forma parte
de la literatura artística y debe entenderse cual fenómeno expresivo global (Javier Por-
tús, «Las amplias fronteras de la literatura sobre arte en el Siglo de Oro», en F. Javier
Docampo Capilla, ed., Bibliotheca artis: Tesoros de la Biblioteca del Museo del Prado, Ma-
drid, Museo del Prado, 2010, pp. 23-33, aquí p. 25). Agradezco a mi colega Antonio
Sánchez Jiménez sus siempre provechosos comentarios.
2 Antonio Sánchez Jiménez, El pincel y el Fénix: pintura y literatura en la obra de
Lope de Vega Carpio, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert, 2011, p. 375.
Blanco y Ponce Cárdenas estudian la «paleta» gongorina.
3 Ver Paul Aström, «Un volume de la bibliothèque de Quevedo», Bulletin du Musée
383
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
National Hongrois des Beaux-Arts, 15 (1959), pp. 34-38; Beatrice Garzelli, Nulla dies
sine linea. Letteratura e iconografia in Quevedo, Pisa, ETS, 2008, pp. 67-82. Su ejemplar
corresponde a la segunda edición (1587) y se conserva en la Biblioteca del Museo de
Bellas Artes de Budapest (signatura: 29). Sobre su biblioteca en general, ver Felipe C.
R. Maldonado, «Algunos datos sobre la composición y dispersión de la biblioteca de
Quevedo», en Homenaje a la memoria de don Antonio Rodríguez Moñino, 1910-1970,
Madrid, Castalia, 1975, pp. 405-428; Alessandro Martinengo, La astrología en la obra
de Quevedo. Una clave de lectura, Pamplona, Eunsa, 1992, pp. 173-179; Sliwa, Cartas,
documentos y escrituras de Francisco Gómez de Quevedo y Villegas (1580-1645), caballero
de la Orden de Santiago, señor de la villa de la Torre de Juan Abad y sus parientes, Pam-
plona, Eunsa, 2005. Carducho (Diálogos de la pintura, 1633) menciona al poeta tanto
entre los «señores que favorecen la pintura» como en el catálogo de «ilustres que han
pintado y pintan».
4 Ver Adrián J. Sáez, «Quevedo, editor de las Obras de Francisco de la Torre: una
empresa poética con un toque de pintura», Voz y Letra, 24 (2013), pp. 37-59.
5 Ver Pedro Ruiz Pérez, «Imágenes simbólicas de la escritura en Quevedo», Laurel,
7-8 (2003), pp. 5-44.
6 Ver William B. Jordan, Juan van der Hamen y León y la corte de Madrid, trad.
Salvador Salort, Madrid, Patrimonio Nacional, 2005, pp. 162-166; y Pablo Jauralde
Pou, Francisco de Quevedo (1580-1645), 2.ª ed., Madrid, Castalia, 1999, pp. 885-898.
El segundo aparece sin nombre.
7 Tres avisos para navegantes: 1) aunque me centro en el rastreo de elementos
pictóricos en sus composiciones poéticas, resultan especialmente fructíferos los casos
en los que un mismo motivo o tema aparece tanto en prosa como en verso; 2) en las
creaciones literarias sobre pintura está presente la mediación de tópicos literarios (Por-
tús, «Las amplias fronteras», p. 27); y 3) la difusa cronología de la poesía de Quevedo,
pese a que «constata caudales y modos significativos de la pintura alegórica quevediana,
[…] hace difícil precisar la evolución en la técnica autorial del retrato personificado»
(Inmaculada Medina Barco, «“Estos que…”: écfrasis satírico-burlesca en cinco poemas
quevedianos de sociedad», La Perinola, 8 (2004), pp. 279-304, aquí p. 132). Cito por
las ediciones de Schwartz y Arellano («Un Heráclito cristiano», «Canta sola a Lisi» y
384
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
385
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
otros poemas, Barcelona, Crítica, 1998), o, en su defecto, por la clásica de Blecua (Obra
poética, Madrid, Castalia, 1969-1971, vols. 1-3); modifico levemente la puntuación si
lo creo oportuno.
8 Ya apuntado por Margarita Levisi, «Las figuras compuestas en Arcimboldo y
Quevedo», Comparative Literature, 20.3 (1968), pp. 217-235, aquíp. 224, sin señalar
combinación alguna.
9 Levisi, «Las figuras compuestas», p. 217. Ver Margherita Morreale, «Quevedo
386
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
y el Bosco: una apostilla a los Sueños», Clavileño, 40 (1956), pp. 40-44; Levisi, «Hye-
ronimus Bosch y los Sueños de Francisco de Quevedo», Filología, 9 (1963), pp. 163-
200; James Iffland, «The Grotesque Image», en Quevedo and the Grotesque, London,
Tamesis, 1978, pp. 61-174; Jorge Checa, «Figuraciones de lo monstruoso: Quevedo y
Gracián», La Perinola, 2 (1998), pp. 195-211; Luis Martínez de Mingo, «Similitudes y
diferencias: el Bosco y el Quevedo de los Sueños», La Perinola, 12 (2008), pp. 145-158;
y especialmente Garzelli, «Pinturas infernales y retratos grotescos: viaje por la iconogra-
fía de los Sueños», La Perinola (10), 2006, pp. 133-147.
10 Rodrigo Cacho Casal, «La silva El pincel de Quevedo y Rémy Belleau», en Lía
Schwartz, ed., Studies in Honor of James O. Crosby, Newark, Juan de la Cuesta, 2004,
pp. 49-68; La esfera del ingenio. Las silvas de Quevedo y la tradición europea, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2012a; «Quevedo y la filología de autor: edición de la silva El pin-
cel», Criticón, 114 (2012b), pp. 179-212. También Manuel Ángel Candelas Colodrón,
«La silva El pincel de Quevedo: la teoría pictórica y la alabanza de pintores al servicio
del dogma contrarreformista», Bulletin Hispanique, 98.1 (1996), pp. 85-95; Schwartz,
«Velázquez and Two Poets of the Baroque: Luis de Góngora and Francisco de Queve-
do», en Suzanne L. Stratton-Pruitt, ed., The Cambridge Companion to Velázquez, Cam-
bridge, Cambridge University, 2002, pp. 130-148, aquí pp. 140-142.
11 Beatrice Garzelli, «Bien con argucia rara y generosa: Pedro Morante visto da Que-
vedo», Rivista di Filologia e Letterature Ispaniche, 1 (1998), pp. 143-156; «Il ritratto nel ri-
tratto. Metapitture burlesche nella galleria di Quevedo», Rivista di Filologia e Lette-rature
Ispaniche, 6 (2003), pp. 275-285; «“A la ballena y a Jonás, muy mal pintados”: Quevedo
coleccionista y crítico de arte», La Perinola, 11 (2007), pp. 85-95; Nulla dies, que estudia
respectivamente «Al retrato del rey nuestro señor hecho de rasgos y lazos, con pluma, por
Pedro [Díaz] Morante» (núm. 220), nacido a partir de un dibujo caligráfico de Felipe
IV que abre su Arte nueva de escribir (1624); «A la ballena y a Jonás, muy mal pintados»
(núm. 602), que supuestamente alude a un lienzo de Cajés comprado por Quevedo.
Roig Miranda, «“Vulcano las forjó, tocólas Midas”, de Quevedo», en Hommage à Robert
Jammes, Toulouse, PUM, 1994, vol. 3, pp. 1005-1014, estudia el soneto «A un retrato de
don Pedro Girón, duque de Osuna, que hizo Guido Boloñés, armado y grabadas de oro
las armas» (núm. 215), enlazado con un cuadro sin localizar de Guido Reni.
12 Retrato estático y dinámico (Inmaculada Medina Barco, «Retratismo alegórico-
emblemático en la obra de Quevedo», La Perinola, 9 (2005), pp. 125-150, aquí p.
133), división temática según el retratado y su género literario (Beatrice Garzelli, Nulla
dies, pp. 149-186, con algunas labilidades), o diferenciar las diversas técnicas descripti-
vas de Quevedo desde el detalle concreto y el retrato retórico tradicional hasta su carac-
terística construcción de figuras literarias (Schwartz, Quevedo: discurso y representación,
Pamplona, Eunsa, 1986, p. 252)
387
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
nica del cuadro dentro del cuadro permite al poeta carear los códigos
poético y pictórico para lograr «un doble discurso en conflicto que da
su sentido a la interpretación poética, siempre caricaturesca, de la pre-
tensión ennoblecedora de la pintura», acorde con el binomio realidad
/ apariencia13; y, segundo, la pintura quevediana se caracteriza por el
«ejercicio conceptuoso que se dispara sobre la base iconográfica», lo
que dificulta la identificación de modelos precisos dentro del mar de
imágenes y repertorios de la época. Es más:
Quevedo hace a veces mención directa a la ambientación pictó-
rica y artística de los poemas; otras veces es González de Salas quien
asocia a las figuras con su «pintura vulgar»; muchas otras, los atribu-
tos coinciden con los de la iconología, y en varias, se tematizan ver-
siones figurales específicas que conversan con el universo plástico14.
Así, importa examinar el tratamiento que la tradición recibe de ma-
nos del poeta porque la técnica ingeniosa puede ocultar a veces los
nexos entre literatura y artes plásticas15.
Cartografía de trabajo
13 Inmaculada Medina Barco, «“Estos que…”», pp. 281-282. Apunta dos variantes:
poemas que censuran el retrato de oficios y estados que se hacen retratar hipócritamente
como nobles y las picturas de personajes realmente ilustres, sobre las que volveré luego.
14 Inmaculada Medina Barco, «Retratismo», pp. 129 y 147.
15 Pedro Arellano, «Espejos y calaveras: modelos de representación emblemática
y plástica en dos textos de Quevedo», en Ignacio Arellano y Victoriano Roncero, ed.,
Quevedo en Manhattan, Madrid, Visor, 2004, pp. 15-31, aquí p. 15, mantiene que
algunas relaciones no expresas pueden existir «no exactamente en términos de fuentes
o imitación directa, pero sí de comunidad de motivos o cercanía de enfoque y cons-
trucción textual».
16 Ruiz Pérez, La rúbrica del poeta. La expresión de la autoconciencia poética de
Boscán a Góngora, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2009, p. 29, y ver también
pp. 35-36 y 122.
388
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
Quevedo enlaza con los alegatos de Lope de Vega (silva «Si cuanto fue
posible, en lo imposible», entre otros) y el posterior de Calderón (De-
posición a favor de los profesores de la pintura, 1677) que deben analizarse
cara a cara en sus contactos y desencuentros17.
2. Ut pictura poesis: al fin y al cabo, pintura y poesía se encuentran
a veces frente a los mismos dilemas. La poesía amorosa, por ejemplo,
ofrece muchos retratos, pero más allá, Quevedo reflexiona sobre la di-
ficultad de pintar a una dama, en el soneto «Dificulta el retratar una
grande hermosura, que se lo había mandado, y enseña el modo que solo
alcanza para que fuese posible» (núm. 307):
Si quien ha de pintaros ha de veros,
y no es posible sin cegar miraros,
¿quién será poderoso a retrataros,
sin ofender su vista y ofenderos?
[…]
Conocí el imposible en el bosquejo,
mas vuestro espejo a vuestra lumbre propia
aseguró el acierto en su reflejo.
Podraos él retratar sin luz impropia,
siendo vos de vos propria, en el espejo,
original, pintor, pincel y copia.
Solamente el espejo puede igualar la belleza de la dama, fuera del
alcance —añado— tanto del pincel como de la pluma: ni colores ni
tópicos bastan, solo el reflejo especular que, recuérdese, aparece como
solución en varias pinturas de la época como la Venus ante el espejo (h.
1647-1651) de Velázquez18.
Esta imagen especular causa deseo a la vez que desengaño, reflexiona
sobre el propio arte y, asimismo, constituye la mayor perfección visual
posible como «garante y metáfora del poder mimético universal de la
17 Rodrigo Cacho Casal, La esfera del ingenio, p. 116 destaca «las llamativas coin-
cidencias» entre los poemas de Lope y Quevedo.
18 Frente a otras Venus (Rubens, Tiziano, Vernés) u otros precedentes (Anniba-
le Carracci, Venus adornada por las Gracias, 1590-1595, Washington, The National
Gallery of Art, etc.), Velázquez no muestra la cara de la diosa sino a través del espejo,
jugando todavía más con las expectativas del público y ahondando en la reflexión sobre
la capacidad mimética de su arte. Emilio Orozco Díaz, «Lo visual y lo pictórico en el
arte de Quevedo (Notas sueltas para una ponencia sobre el tema)», en Víctor García
de la Concha, ed., Homenaje a Quevedo. Actas de la II Academia Literaria Renacentista
(Universidad de Salamanca, 10, 11 y 12 de diciembre, 1980), Salamanca, Universidad de
Salamanca, 1982, pp. 417-454, aquí p. 448, lo vincula con la pintura flamenca y vene-
ciana; Schwartz, «Velázquez and Two Poets», pp. 141-142, ya establece esta relación.
389
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
19 Ver Andreas Prater, Venus ante el espejo: Velázquez y el desnudo, trad. María Luisa
Balseiro, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2007, pp. 89-97 y 103-105
(cita en p. 104). Es una forma decorosa e idónea para reproducir la majestad de natu-
raleza divina, amén de que el rey es desde antaño espejo de sus vasallos (ver Saavedra
Fajardo, Empresas políticas, ed. Sagrario López Poza, Madrid, Cátedra, 1999, núm. 33).
David Hockney, El conocimiento secreto: el redescubrimiento de las técnicas perdidas de
los grandes maestros, trad. Juan Gabriel López Guix, Madrid, Destino, 2001, muestra
cómo Caravaggio, van Eyck o Velázquez se valían de espejos y lentes para sus pinturas.
20 Empleados por Rafael Zafra, «Calderón y la pintura: vivificación e inspira-
ción pictórica en el auto sacramental Primer y segundo Isaac», en Ignacio Arellano, ed.,
Calderón 2000: homenaje a Kurt Reichenberger en su 80 cumpleaños. Actas del Congreso
Internacional «IV Centenario del nacimiento de Calderón» (Universidad de Navarra, sep-
tiembre 2000), Pamplona / Kassel, Universidad de Navarra / Reichenberger, 2002, vol.
2, pp. 1037-1058.
390
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
21 Ver Antonio Sánchez Jiménez, «Lope de Vega y Diego Velázquez (con Carava-
ggio y Carducho): historia y razones de un silencio», en Álvaro Baraibar y Mariela Insúa,
ed., Varia lección de teatro áureo, Rilce, 29.3 (2013), pp. 758-775 (aquí pp. 769-772).
391
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
392
Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
Sin embargo, el retratado es «viejo» (v. 2), y hay otras pinturas del
monarca ya anciano que son, además, más cercanas en el tiempo al
poeta:
393
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
24 Pedro Ruiz Gómez, Juan Bautista Maíno. 1581-1649, Madrid, Museo del Pra-
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Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
do, 2009, p. 305. Ver Jonattan Brown y John H. Elliott, Un palacio para el rey: el Buen
Retiro y la corte de Felipe IV, 2.ª ed., Madrid, Alianza, 1985. El epitafio núm. 282 se
destina al mismo personaje.
25 Ver Javier Portús, «Tratados de pintura y tratados de imágenes sagradas en la
España del Siglo de Oro», en José Riello, ed., «Sacar de la sombra lumbre»: la teoría de
la pintura en el Siglo de Oro (1560-1724), Madrid, Museo del Prado, 2012, pp. 21-31.
26 Inmaculada Medina Barco, «Retratismo», p. 126.
395
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
mercantil (v. 11), que sirve de puente para la sátira a los boticarios. Este
chiste explica que solo aparezca en alguna de las versiones de las Flores
de poetas ilustres (1605) de Pedro de Espinosa sin que reapareciese en
el Parnaso y Las tres Musas27, y constituye una temprana muestra del
género de la poesía religioso-burlesca que alcanza su culmen en el Bajo
Barroco28.
Ahora bien, la supuesta irreverencia del poema se explica también a
la luz de las representaciones artísticas. Los cuartetos pintan la imagen
canónica de la mujer, cuya belleza se describe con fórmulas de la poesía
amorosa: en realidad, aquí aparece fusionada la figura de la Magdalena
con la anónima prostituta de Galilea que con sus lágrimas —símbo-
lo del arrepentimiento— unge los pies de Cristo en casa de Simón el
fariseo, y hasta con otra María, la hermana de Lázaro que perfuma la
27 Ver Elizabeth Brooks Davis, The Religious Poetry of Francisco de Quevedo, Ann
Arbor, UMI, 2005, pp. 192-197. Es una tesis doctoral de Yale University, 1975.
28 Ver Adrián J. Sáez, «La vuelta del camino o la máscara de Demócrito: apostillas
de poesía religiosa burlesca», en Itzíar López Guil, Adrián J. Sáez, Antonio Sánchez
Jiménez y Pedro Ruiz Pérez, ed., Heterodoxias y periferias: la poesía hispánica en el Bajo
Barroco, Versants, 60.3 (2013), pp. 71-82.
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Entre el pincel y la pluma: boceto sobre la poesía de Quevedo...
Esbozo final
29 Se trata de una identificación muy antigua, que llega hasta el Flos sanctorum de
Villegas. Para estos y otros detalles, ver Gemma Delicado Puerto, Santas y meretrices.
Herederas de la Magdalena en la literatura de los Siglos de Oro y la escena inglesa, Kassel,
Reichenberger, 2011, en especial pp. 19-24. Quevedo poseyó al menos dos retratos de
la Magdalena (Maldonado, «Algunos datos», p. 413; Sliwa, Cartas, p. 760).
397
Arte efímero y poesía funeral: los sonetos de «Melpómene»,
musa tercera del Parnaso Español de Quevedo*
401
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
lectura conjunta de todos ellos invita a una reflexión más detenida, por-
que no siempre nos encontramos con individuos excepcionales, sino
con difuntos contrarios a la virtud, tal y como sucede en los casos del
monarca Gustavo Adolfo V de Suecia (25) o del militar bohemio Eu-
sebius von Wallenstein (26). En otros, asoman atisbos de crítica bajo el
artificio panegírico: el dedicado a Felipe III (1) parece que se reprueba
su pasividad como gobernante, mientras que en el consagrado al duque
de Lerma (9) podría entreverse una censura de sus desmanes y abusos
de poder.4
No nos corresponde abordar aquí estas cuestiones, pero conviene
matizarlas antes de centrarnos en la manera en que los conjuntos fu-
nerales pueden afectar a la concepción y a la construcción retórica de
algunos poemas de Quevedo en «Melpómene». Nos detendremos en
primer lugar en los sonetos que dirige al infante don Carlos, al duque
de Osuna y Fadrique de Toledo, en los que se restituye la gloria de tres
difuntos que fueron condenados al ostracismo durante el reinado de
Felipe IV. Los dos que destina al infante don Carlos (2 y 3) lamen-
tan su temprana muerte («¡Guarda oh, sus breves malogrados días / en
religioso y alto sentimiento!», 2, vv. 5-6) y ponderan su grandeza moral
(«alta virtud», «vida generosa»; 3, v. 1 y 12) antes de concluir con una
especie de consacratio en la que se adaptan a un contexto cristiano las
tópicas apoteosis clásicas: «No dudo que tu pie, en el coro santo, / pise
estrellas, si estrella en él no fueres» (3, vv. 13-14). El final, que consagra
en la gloria al difunto, suele ser habitual en los pasajes que glorifican a
héroes antiguos y emperadores clásicos, y evoca a su vez motivos icó-
nicos muy frecuentes en los túmulos del siglo xvii: ángeles, serafines y
santos, o estrellas.5
402
Arte efímero y poesía funeral: los sonetos de Melpómene...
Tomás de Alfay, 1650, y Las obras en verso de don Francisco de Borja, Amberes, Balthasar
Moreto, 1654 [ambos ejemplares pertenecen a la Biblioteca Nacional de España]; regu-
larizo el uso de ortografía y puntuación). Aunque con singularidades, Quevedo repite
ideas muy parecidas en el soneto fúnebre que dirige al marqués de Alcalá (18): «Nueva
lumbre contemplo en las esferas / estrellas deja, y va a gozar estrellas; estas enluta cuan-
do aquellas dora, / y, para consolaros, vive en ellas» («Elogio ilustre en la muerte del
marqués de Alcalá», 18; vv. 5, 12-14).
6 Desde la Antigüedad era habitual incorporar en exequias de personas destacadas
y catafalcos elementos que simbolizan su poder: vestimentas, armas, cetro, corona…
7 En De vitis Caesarum, i, Suetonio narra cómo los legionarios de Julio César arro-
jan las armas al fuego durante su cremación.
8 Agradezco a Mª Ángeles Garrido la referencia actual del manuscrito. La versión
quizá se deba a una reescritura del copista del manuscrito, que —a tenor de los co-
mentarios que ofrece— retoca otros dos poemas incluidos en Melpómene: el «Túmulo
de Aquiles» o el «Epitafio de Alejando Macedón». Las versiones pudieron llegar a ser
reelaboradas incluso teniendo a la vista las versiones impresas de los versos incluidos
en El Parnaso Español, puesto que en el f. 222 del manuscrito se dice que su copia es
403
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
posterior a 1664.
9 El cargo de capitán general del océano le fue concedido en 1618. Quevedo tam-
bién alude a este «bastón» de mando para resaltar la supremacía militar de Osuna:
«Chicheri y la Calivia, saqueados, / lloraron su bastón y su jineta» («Compendio de las
hazañas del mismo [el duque de Osuna] en inscripción sepulcral», 6; v. 11).
10 Soto Caba, Los catafalcos reales del Barroco español: un estudio de la arquitectura
efímera, Madrid, Uned, 1991, p. 32, comenta: «La exposición del cadáver era otro “acto
público” del rey y su realeza y era más importante que su mortalidad». Aurora Egido,
«Góngora ante el sepulcro de Garcilaso», en Eliseo Serrano Martín, coord., Muerte,
religiosidad y cultura popular: siglos xiii-xviii, Zaragoza, Instituto “Fernando el Católico”,
1994, pp. 552-553, aduce que la éckphrasis proporciona «voz al cuadro, a la estatua o
a la tumba que van acompañados de una inscripción, dándoles, de este modo, ilusión
de vida, dramatización».
11 Una formulación semejante utiliza para referirse al mausoleo de la duquesa de
Lerma (4): «Mira, si grandes glorias ver quisieres, / estos sagrados túmulos y altares; /
y es bien que en tanta majestad repares, / si llevar que contar donde vas quieres» («Ins-
cripción al túmulo de la excelentísima duquesa de Lerma», 4; vv. 5-8). Es muy probable
que Quevedo se haga eco del sepulcro que los duques de Lerma poseen en el convento
de San Pablo en Valladolid, donde fue enterrada Catalina de la Cerda. Antonio Bonet
Correa, «La arquitectura efímera del Barroco en España», en Checa Cremades, dir.,
Arte barroco e ideal clásico: aspectos del arte cortesano de la segunda mitad del siglo xvii,
Madrid, Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exteriores, 2004, p. 40, considera:
«Los túmulos en España estaban reservados solo para las honras fúnebres de los reyes
y sus familiares más allegados […] aunque el duque de Lerma erigió un túmulo que,
según los testimonios, fue “la cosa más grandiosa que se sabe se haya hecho cosa seme-
jante ni tan gran vanidad”».
404
Arte efímero y poesía funeral: los sonetos de Melpómene...
12 «[…] había recibido órdenes de zarpar hacia Brasil […], decidido a sacar el ma-
yor número posible de mercedes de esta nueva y onerosa responsabilidad, don Fadrique
expuso sus quejas al mismísimo Olivares. Pero, incitado por las continuas objeciones
de éste, perdió los nervios, y la entrevista acabó en un tempestuoso intercambio de
insultos. Poco después, fue arrestado y conducido a prisión acusado de desobediencia»
(en Robert Anthony Stradling, Felipe IV y el gobierno de España: 1621–1665, Madrid,
Cátedra, 1989, p. 165). López de Zárate, Obras varias, Alcalá, María Fernández, 1651
[ejemplar Biblioteca Nacional de España], también escribe un soneto póstumo para el
personaje, aunque su elogio es mucho menos rotundo que el de Quevedo: «De aquí
nace la fama y se engrandece, / que el cedro cuanto más penetra el suelo, / con más
fastuosa pompa adorna el cielo, / humbroso luce, sepultado crece. / [...] / valor respiran
sus cenizas frías» («Sepulcro de Fadrique de Toledo»; vv. 5-8, 12). Como en casos ante-
riores, se regulariza ortografía y puntuación.
405
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
13 Las «aves» son en sentido general las que aparecen en escudos de armas y ban-
deras de los emperadores, pero, por el contexto del poema, quizá se refiera al águila que
aparece en el escudo del imperio alemán. Las «alas» de estas aves son las que elevan al
cielo el espíritu de la infanta y las que siguen el rastro («pisadas») del ángel encargado
de subir las almas al reino de Dios («serafín»). «Mejoraron» tiene un matiz de aumento
o perfeccionamiento moral, de modo que el alma se vuelve todavía más pura durante
su ascensión. «Pobre» tal vez se refiera a la austeridad de la orden de las descalzas a la
que pertenecía la fenecida.
14 Otros detalles en Denise León Pérez, Las exequias en Madrid durante el primer
tercio del siglo xviii: corte y villa, León, Universidad de León, 2010, pp. 400-401. Esta
misma unión de símbolos heráldicos y bíblicos se da, con un sentido diferente, en el
soneto para la muerte del militar bohemio Eusebius Won Wallenstein: «Diole el León
de España su cordero, / y, lobo, quiso ensangrentar sus galas; / el Águila imperial le dio
sus alas, / y con sus garras se le opuso fiero» («Sepulcral relación en el monumento de
Wollistán», 26; vv. 1-4).
15 Por contraposición a los atributos bélicos y heroicos de reyes y nobles, los elo-
gios de infantas o reinas solían resaltar su beatitud y sus ocupaciones caritativas y pia-
dosas. Javier Varela, La Muerte del rey: el ceremonial funerario de la monarquía española
(1500-1885), Madrid, Turner, 1990, pp. 81-82, indica que era frecuente que reinas y
cortesanas vistiesen en su funeral el hábito que habían elegido en vida. Según este autor,
sor Margarita de Austria se habría decidido por el de clarisa, como la emperatriz María
o Margarita de Austria.
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Arte efímero y poesía funeral: los sonetos de Melpómene...
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El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
del panegírico español en verso de este mismo periodo: «Los estudios venideros […]
deberán atender asimismo a parámetros como la imitación ecléctica (por mérito de la
cual los dechados clásicos se funden con los vernáculos), el contexto socio-cultural de
producción (valimiento, virreinatos, embajadas, facciones cortesanas disidentes, [exe-
quias]), los intertextos artísticos con los que conviven tales elogios (grabados, retratos,
[catafalcos, sepulcros]...)».
408
“Dejé los libros y arrojé la pluma”: Lope de Vega y
el desencanto por el mecenazgo cortesano
1 En lo sucesivo citaremos esta obra de Lope de Vega. Obras poéticas, ed. crítica de
José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1989, pp. 1235-1447.
2 Un análisis general del tema se puede ver en Felipe Pedraza, «El desengaño
barroco en las Rimas de Tomé de Burguillos», Anuario de Filología, 4 (1978), pp. 391-
418; F. Pedraza, «La parodia del petrarquismo en las Rimas del Tomé de Burguillos de
Lope de Vega», en Homenaje a Gonzalo Torrente Ballester, Salamanca, Caja de Ahorros
y Monte de Piedad de Salamanca, 1981, pp. 615-638; Antonio Carreño, «Los engaños
de la escritura: las Rimas de Tomé de Burguillos de Lope de Vega», en Manuel Criado
de Val, dir., Lope de Vega y los orígenes del teatro español, Madrid, Edelsa, 1981; Andrés
Sánchez Robayna, «Petrarquismo y parodia: Góngora y Lope», en Tres estudios sobre
Góngora, Barcelona, Mall, 1983, pp. 9-33; Rosa Romojaro Montero, «Lope de Vega y
el mito clásico: humor, amor y poesía en los sonetos de Tomé de Burguillos», Analecta
malacitana, 8:2 (1985), pp. 267-292; David A. Gómez, «(Auto)parodia y renovación
en Las Rimas humanas y divinas de Tomé de Burguillos», Thesaurus, 1 (1996), pp. 44-65;
y Antonio Sánchez Jiménez, Lope pintado por sí mismo: Mito e imagen del autor en la
poesía de Lope de Vega Carpio, Woodbridge, Tamesis, 2006, especialmente el capítulo
«Autoparodia y desengaño», pp. 182-236.
411
El duque de Medina Sidonia: mecenazgo y renovación estética
3 En adelante citaremos algunas de las obras a las que nos referimos, pero se trata
concretamente de La Filomena, La Circe, Los Triunfos divinos, La Corona trágica, o El
Laurel de Apolo; en las que el Fénix reitera su experimentación con la distribución de
poemas y con la métrica.
4 Juan Manuel Rozas, «Lope de Vega y Felipe IV en el “ciclo de senectute”», en
Estudios sobre Lope de Vega, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 73-133.
5 J. M. Rozas sitúa el comienzo de esta etapa final en la vida y producción literaria
de Lope hacia 1627, cuando firma su primer testamento, véase en «Lope de Vega y
Felipe IV en el “ciclo de senectute”», cit. (n. 4), p.75. Aunque Maria Grazia Profeti, «El
último Lope», en F. Pedraza, coord., La década de oro en la comedia española, Univer-
sidad de Castilla la Mancha, 1997, pp. 11-39, revisa estos postulados y aporta nuevos
datos sobre la etapa.
6 F. Pedraza, «Algunos mecanismos y razones de la rescritura en Lope de Vega»,
Criticón, 74 (1998), pp. 109-124, intuye este diálogo metaliterario o trasvase referen-
cial entre obras al hablar de reescritura en Lope, aunque su concepción del hecho se
ciñe más a pensar que repetía motivos por ahorrar esfuerzo ante su dilatada producción,
mientras que consideramos al Fénix en continuo deseo de comunicación con los lecto-
res, que obra de forma planificada.
7 Recordemos que el Fénix había optado al puesto de cronista real en diversas
ocasiones, todas ellas sin éxito y la última, en 1629, se convirtió en una batalla perdida
frente al joven Pellicer; hecho que consolidó su enemistad literaria. La crítica ha llegado
a entender la frustración de Lope ante la imposibilidad de conseguir un puesto corte-
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“Dejé los libros y arrojé la pluma”: Lope de Vega y el desencanto...
sano como un alivio para nosotros, por la reacción literaria que el desengaño supuso
para el poeta; por ejemplo Henry N. Bershas, «Lope de Vega and the Post of Royal
Chronicler», Hispanic Review, 31:2 (1963), pp. 109-117, p. 117, no duda en asegurar
que «Lope´s misfortune may have been posterity´s gain». Para mayores datos sobre el
puesto de cronista real y la lucha contra Pellicer véase también J. M. Rozas, «Lope de
Vega y Felipe IV en el “ciclo de senectute”», cit. (n. 4); J. M. Rozas, «Lope contra Pellicer
(historia de una guerra literaria)», en Estudios sobre Lope de Vega, cit. (n.4), pp. 133-168;
Jesús Cañas Murillo, «Una lectura del soneto 143 de Burguillos, con la guerra contra
el gongorismo y contra Pellicer al fondo», Revista de Filología, 3 (2001), pp. 67-75.
8 J. M. Blecua, Lope de Vega. Obras poéticas, cit. (n. 1), p. 1319, v. 6.
9 Esta teoría también la vemos corroborada, aunque a través del estudio de otras
obras algo anteriores que las que nos ocupan en Valentín Núñez Rivera, «”El arpa de
David, que no de Apolo”. Vida y poesía en los “Salmos” de Lope», Anuario Lope de
Vega, XII (2006), pp. 159-177.
10 J. M. Blecua, Lope de Vega. Obras poéticas, cit. (n. 1), p. 579, vv. 91-97.
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“Dejé los libros y arrojé la pluma”: Lope de Vega y el desencanto...
15 J. M. Blecua, Lope de Vega. Obras poéticas, cit. (n. 1), p. 1250, v. 10.
16 J. M. Blecua, Lope de Vega. Obras poéticas, cit. (n. 1), p. 1245, vv. 9-14.
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Se acabó de editar El duque de Medina Sidonia el 25 de
marzo de 2015 siendo la festividad de San Dimas,
estando al cuidado de la edición el Servicio
de Publicaciones de la Universidad
de Huelva