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ENSEÑANZA E INVESTIGACIÓN EN PSICOLOGÍA VOL. 16, NUM.

2: 211-225 JULIO-DICIEMBRE, 2011

ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES TERAPÉUTICAS:


ALGUNAS CONSIDERACIONES1

Therapeutic skills training: some considerations

María de Lourdes Rodríguez Campuzano


y Jorge Luis Salinas Rodríguez
Universidad Nacional Autónoma de México2

RESUMEN

En los últimos tiempos se ha desarrollado un interés creciente por estudiar los


llamados factores inespecíficos de la relación terapéutica. Autores de diversas
aproximaciones consideran que hay un conjunto de variables que afectan los resul-
tados de la intervención, como los comportamientos y características del tera-
peuta y del cliente y la relación que establecen entre ellos. Partiendo de esto,
se han hecho recomendaciones generales al terapeuta enfatizando el papel de la
empatía. En este trabajo se señala que el estudio de estos factores no se ha llevado
a cabo a través de los propios modelos terapéuticos, por lo que se propone, en pri-
mera instancia, estudiar el comportamiento del terapeuta con criterios y cate-
gorías psicológicas, particularmente con algunas categorías del análisis contin-
gencial. Partiendo de lo anterior, se proponen algunos criterios para generar algu-
nos estudios y esclarecer algunos aspectos relevantes de esta relación desde esta
perspectiva.

Indicadores: Relación terapéutica; Empatía; Análisis contingencial; Regulación extra-


situacional; Comportamiento del terapeuta.

ABSTRACT

An increasing interest on the so called unspecific factors on therapeutic rela-


tionship has been developed on the last years. Authors of different psychologi-
cal approaches consider that there is a group of variables that affect interven-

1 Trabajo financiado por Programa de Apoyo a Proyectos para la Innovación y Mejoramiento


de la Enseñanza PE301209.
2 Carrera de Psicología, Facultad de Estudios Superiores Iztacala, A. de los Barrios s/n, Col.

Los Reyes Iztacala, 54090 Tlalnepantla, Edo. de México, tel. (55)56-23-11-99, correos elec-
trónicos: carmayu5@yahoo.com y jluis@servidor.unam.mx. Artículo recibido el 3 de enero y
aceptado el 23 de septiembre de 2010.
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tion results, some of them are related to certain features and behaviors of
therapists, some to features and behaviors of clients, and other to the way they
relate with each other. On these bases different authors had made general sug-
gestions to therapists with a special attention to the role of empathy. It is sus-
tained on this paper that the study of these unspecific factors has not been
212 made through therapeutic models but through experience, thus, on the first
place, it is proposed to study therapist behavior using psychological criteria
and categories. Some categories of contingential analysis are proposed such
as some criteria to begin systematic studies in order to understand relevant
factors of therapeutic relationships.

Keywords: Therapeutic relationship; Empathy; Contingential analysis; Extrasitua-


tional regulation; Therapist behavior.

En los últimos años se ha desarrollado dentro del campo de la terapia


un interés creciente por analizar el papel que, en el proceso terapéutico,
desempeñan factores que no están relacionados directamente con los
procedimientos de intervención. Este interés surgió básicamente de dos
perspectivas teóricas: la escuela rogeriana y la perspectiva conductual.
En la primera, se enfatiza que la relación terapéutica es la que genera
los cambios, más allá de los procedimientos de intervención específicos;
la aproximación conductual, por su parte, considera el éxito terapéutico
como un resultado que depende más de las técnicas empleadas que de
la relación terapéutica, la que resulta secundaria, por lo que las caracte-
rísticas personales del terapeuta no son tan relevantes.
Actualmente, otros enfoques han prestado una atención creciente
a este asunto. La perspectiva cognitivo-conductual, que tiene un gran
impacto en todos los campos de aplicación de la psicología, ha sub-
rayado que la relación terapéutica conlleva un conjunto de variables y
factores que pueden facilitar o impedir el buen desarrollo del proceso
terapéutico.
Frank (1982) sostenía que hay elementos comunes a todas las
psicoterapias: establecimiento y mantenimiento de una relación signi-
ficativa entre consultante y terapeuta, provisión de una importante cuota
de confianza y esperanza para aliviar el sufrimiento, ofrecimiento de
nuevas informaciones –y por lo tanto de nuevas posibilidades de apren-
dizaje–, facilitación de la activación emocional, aumento de las sensa-
ciones de dominio y autoeficacia, e incremento de las oportunidades
para verificar los cambios y los logros en la práctica. Además, destacó
que la esperanza de recibir ayuda tiene una influencia curativa directa
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sobre la persona, disminuyendo el nivel de desmoralización con el que


acude a buscar terapia.
Karasu (1986) desarrolló un modelo a partir del análisis de los ele-
mentos comunes a las distintas intervenciones terapéuticas y concluyó
que existen tres agentes de cambio comunes a todos los métodos tera- 213
péuticos, aunque con un énfasis distinto: vivencia afectiva, dominio cogni-
tivo y regulación conductual.
Así, independientemente de la aproximación teórica de las prác-
ticas terapéuticas, habría que decir que en los últimos tiempos todas
admiten que las variables inespecíficas tienen un importante papel.
En general, se han hecho intentos por investigar los efectos dife-
renciales de factores que forman parte de procedimientos específicos y
de aquellas variables inespecíficas que están contenidas en todas las
terapias; así, por ejemplo hay estudios que han encontrado que las tera-
pias centradas en la relación (como las humanistas y las psicodinámi-
cas) tienen efectos inferiores al placebo en relación con las cognitivas-
conductuales, o con las sistémicas (Martínez-Taboas, 1988; Martínez-
Taboas y Francia, 1992); sin embargo, no hay evidencias suficientes para
generalizar tales hallazgos.
En este contexto, y como una propuesta para clasificar los facto-
res y variables comunes a las terapias, Carrasco (2002) señala tres gru-
pos diferentes de habilidades o estrategias que pueden influir el proceso
terapéutico: las habilidades centradas en las estrategias terapéuticas, las
centradas en el proceso terapéutico, y las centradas en la relación te-
rapéutica. En los dos primeros grupos incluye habilidades que tienen
que ver con el conocimiento teórico-metodológico del terapeuta y que le
permiten llevar a cabo el proceso de identificación del problema y su
alteración, mientras que el tercer grupo abarca las diversas habilidades
y características del terapeuta y del usuario. De este último grupo se ha
escrito mucho y se ha puesto una especial atención en las habilidades
y características del terapeuta y en la llamada “alianza terapéutica”.
Hay algunas investigaciones en las que se concluye que las va-
riables inespecíficas explican un 45% del éxito terapéutico, y entre ellas
se recalca el papel que desempeña la alianza terapéutica, determina-
da principalmente por la percepción del paciente de los actos del tera-
peuta (empatía, confianza y capacidad para entregar una fundamen-
tación convincente) (Martínez, 1999; Safran y Sega, 1994). Por lo ante-
rior, se ha recomendado que el terapeuta posea ciertas habilidades
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para aprovechar los efectos de dicha alianza en pro de los objetivos


terapéuticos (Phares, 1997; Safran y Sega, 1994), sobre la base de que
dichas habilidades o características nada tienen que ver con una orien-
tación teórica particular (Carrasco, 2002). Phares (1997), por ejemplo,
214 afirma que el hecho de poseer una orientación teórica o terapéutica
específica no neutraliza el papel de la personalidad, la calidez o la sensi-
bilidad, aunque también sostiene que la personalidad del terapeuta
no actúa por sí sola en el éxito de la terapia, sino que lo hace con el resto
de los factores que la componen.
Ruiz (1998) entiende las habilidades terapéuticas como distin-
tas aptitudes y actitudes que debe tener en cuenta un terapeuta para
dedicarse a la práctica clínica, las que están centradas en su persona
y son independientes de su postura teórica. Este mismo autor y Ruiz y
Villalobos (1994) enuncian algunos requisitos necesarios para llevar a
cabo dicha práctica: interés genuino por las personas y su bienestar,
conocimiento de uno mismo o autoconocimiento, compromiso ético y acti-
tudes que favorecen la relación terapéutica, como calidez, cordialidad,
autenticidad, respeto, empatía y aceptación positiva incondicional.
Según Brammer (1979), algunas de estas habilidades correspon-
den a la capacidad de entender, escuchar, guiar, reflejar, confrontar, in-
terpretar, informar y resumir. Desde la perspectiva cognitiva, Beck,
Rush, Shaw y Emery, (1976), siguiendo a Rogers (1951), consideran co-
mo necesarias aunque no suficientes tres competencias relacionales:
aceptación, empatía y autenticidad; igualmente, postulan tres factores
básicos que ayudan a mantener la relación terapéutica iniciada: la con-
fianza básica, que refiere la percepción del paciente, quien debe ver la
relación con el terapeuta como no amenazante; el rapport, que tiene
que ver con un acuerdo acerca de metas, objetivos y procedimientos
terapéuticos entre el paciente y el terapeuta, y, por último, la colabo-
ración terapéutica, que se caracteriza por la formación de un equipo te-
rapeuta-cliente para detectar el problema y trabajar en su modificación.
Ellis y Grieger (1989) coinciden, en términos generales, con Beck
y cols. (1976), aunque precisan algunos otros factores. Recomiendan,
por ejemplo, no mostrar una excesiva cordialidad hacia el paciente por-
que ello reforzaría sus creencias irracionales de aprobación, dependencia
y baja tolerancia a la frustración; afirman también que el terapeuta
debe tener una inclinación filosófica y cognitiva personal para aplicar
la terapia de manera más congruente. Igualmente, consideran que el
terapeuta debe ser capaz de manejar, si aparecen, sus creencias irra-
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cionales de aprobación, éxito y autovaloraciones respecto a las mani-


festaciones del paciente. El humor es otra característica deseable. Por
último, recomiendan flexibilidad con la propia terapia para adecuarla
a cada caso.
Bandura (1977), a su vez, plantea que la confianza de la gente 215
sobre su propia eficacia determina la forma de conducta, las metas y
la forma de resolver problemas. Sostiene que la terapia puede influir
en la valoración de la propia disposición al cambio, enviando al consul-
tante información mediante cuatro formas de intervención: las que en-
señan al consultante nuevas formas de comportamiento, las que animan
a vivir nuevas experiencias, las que le permiten directamente sentir
cosas nuevas, y las que en general facilitan su respuesta emocional.
Carrasco (2002), en el contexto de la terapia marital con una orien-
tación cognitivo-conductual, recomienda al terapeuta la práctica de las
siguientes habilidades: mantener un papel activo y directivo; estruc-
turar las sesiones y el ritmo del trabajo terapéutico, asegurándose de
que los problemas actuales están siendo abordados y que los objetivos
y expectativas iniciales se están alcanzando; revisar las tareas y plan-
tear las normas que deben cumplirse, y motivar para la realización de
tareas, así como proporcionar apoyo emocional, dando al cliente la opor-
tunidad de expresar las vivencias afectivas que subyacen a su búsque-
da de ayuda terapéutica y las que surgen a lo largo de la intervención.
Comenta que para prevenir el incumplimiento de las tareas es conve-
niente que el terapeuta resalte la importancia de su realización y anti-
cipe las excusas potenciales de tal incumplimiento. Por último, y para
promover la generalización y el mantenimiento de los cambios logra-
dos, recomienda que el terapeuta, que inicialmente es muy activo y di-
rectivo, ocupe una posición más secundaria a medida que avanza la
terapia.
Otro aspecto que se ha abordado respecto a la relación terapeu-
ta-cliente es la posible congruencia entre los valores morales de ambos
(Roji, 1987). Pope (1979) aconseja que el terapeuta se ajuste al código
de valores de su cliente haciendo uso de habilidades de comunicación
verbal que correspondan al nivel y estilo del paciente, y también que al
hablar sea directo, específico y concreto.
Se ha hablado asimismo de la importancia de que el terapeuta
sea un factor de motivación para el tratamiento. Desde el punto de vista
cognitivo, la motivación responde a las creencias del paciente sobre lo
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que le sucede y sus expectativas de lo que le podría venir bien para ello
(Meichenbaum y Turk, 1988). Se recomienda, así, que en el proceso
de evaluación el terapeuta comprenda las atribuciones del paciente so-
bre lo que este considera problemático y sus expectativas de tratamien-
216 to, así como que se refuerce a su trabajo y se valoren sus esfuerzos. A
este respecto, Meichenbaum y Turk (1988) afirman, por ejemplo, que
hay una relación directa entre el tiempo que se dedica a la supervisión
de las tareas y la adhesión del paciente a las mismas.
Del conjunto de habilidades que se estudian y proponen para ca-
racterizar a un buen terapeuta, la empatía ocupa un lugar preponde-
rante, la cual se ha definido como la habilidad para ponerse en el lugar
del otro y, desde ahí, comprender sus emociones, pensamientos y con-
ductas, dando a entender que se le comprende (Weiner, 1975). Se seña-
la que esta habilidad puede facilitar el proceso terapéutico y que su ca-
rencia puede entorpecerlo.
La comprensión empática del terapeuta facilita el abordaje de las
resistencias al cambio presentes en todo proceso terapéutico, y las per-
sonas suelen mostrarse más dispuestas a seguir indicaciones e instruc-
ciones cuando se encuentran en un entorno terapéutico cooperativo y
no controlador. Por ello, Beck y cols. (1976) recomiendan que en la pri-
mera fase del tratamiento el terapeuta haga un mayor uso de la em-
patía, la aceptación y la autenticidad para así fomentar la confianza
básica. Brunik y Schroeder (cfr. Phares, 1997), por su parte, hallaron
que los terapeutas expertos de varias orientaciones teóricas diferentes
tenían similitudes en la forma en que comunicaban la empatía.
Hay consenso en cuanto a que la comprensión y calidez del tera-
peuta son elementos básicos para una terapia exitosa; como se decía
antes, la aproximación rogeriana es la que en mayor medida se ha inte-
resado por estudiar las actitudes del terapeuta, y en esta orientación
se ha planteado que la actitud terapéutica debe estar caracterizada por
autenticidad, calidez, aceptación incondicional, congruencia y, funda-
mentalmente, empatía (Rogers, 1951). Aquí vale la pena comentar que
desde una perspectiva cognitivo conductual, este tipo de cualidades –y
particularmente la empatía– se conciben como reforzadores sociales que
aumentan la probabilidad de que el paciente lleve a cabo las indicacio-
nes dadas en la terapia.
Así como hay un interés por desglosar las habilidades que debe
poseer un terapeuta exitoso, también se ha hablado de algunas defi-
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ciencias e inhabilidades que podrían ser obstáculos para el éxito. Ruiz


y Cano (1999) anotan como obstaculizadores del proceso terapéutico la
falta de contacto visual, la incapacidad para escuchar, la falta de com-
prensión y una relación fría y distante. También se ha señalado que
la falta de interés, el distanciamiento y la simpatía exagerada, el cas- 217
tigo, la expresión de sentimientos desagradables hacia el paciente, las
actitudes de superioridad y una manifiesta incomprensión de los sen-
timientos que el paciente trata de comunicar son obstáculos en el proce-
so terapéutico (Martínez, 1999; Rogers, 1951). Adicionalmente, hay quie-
nes afirman que una percepción negativa del terapeuta –menos confia-
ble, experto, atractivo o hábil– están asociadas a mayores índices de
deserción (Epperson y Bushway, 1983; Kokotovic y Tracey, 1987; Mc-
Neill y Lee, 1987).
Bustos (2007) explica que la posición ante la sinceridad, auten-
ticidad, empatía y acogida del terapeuta no son iguales en todas las
orientaciones terapéuticas; por ejemplo, la terapia psicoanalítica pres-
cinde de ellas, mientras que el resto de los enfoques las emplea de acuer-
do a sus propios requerimientos. Este mismo autor comenta además que
la actitud ante la agresividad del terapeuta es muy diversa en las dis-
tintas terapias; en la psicoanalítica, por ejemplo, se busca su total con-
trol a través del análisis de la contratransferencia, mientras que en otras
orientaciones, como la gestáltica o la sistémica, se utilizan activamente
los recursos agresivos.
En términos generales, es posible afirmar que en lo que concierne
a las variables inespecíficas en terapia hay mucho por investigar. Si bien,
como señala Winkler (1997), en el consultorio se establece una relación
entre personas, en donde ambas partes –consultante y terapeuta– apor-
tan ciertas características, no se han establecido formas sistemáticas
de estudiar dicha relación. El tema cobra relevancia no solamente por
su influencia en el éxito o fracaso terapéutico, sino porque su conoci-
miento tiene una repercusión directa en la formación de nuevos pro-
fesionales.
Por lo anterior, y en un intento de aproximarse al tema desde otra
perspectiva, en este trabajo se presenta una propuesta fundamentada
en la perspectiva interconductual, a fin de desarrollar nuevas investi-
gaciones. No es su propósito explicar dicha aproximación, aunque ca-
be enfatizar que se trata de una perspectiva naturalista cuyas tesis o
premisas teóricas, filosóficas y metodológicas están claramente expli-
citadas, así como sus categorías y principios generales, por Ribes y
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López (1985). Un aspecto central de este enfoque es que dispone de


una taxonomía funcional del comportamiento en el que se identifican
diferentes procesos en una jerarquía creciente de complejidad funcio-
nal. Tal taxonomía es importante aquí porque permite precisar algunos
218 criterios relacionados con los procesos de comportamiento específicos
que caracterizan a la relación terapéutica. La propuesta a presentar
parte de dos premisas generales: 1) La relación terapéutica es conduc-
ta susceptible de ser estudiada con categorías psicológicas pertene-
cientes a una aproximación teórica, y 2) Dado el contexto y los objeti-
vos que persigue una relación terapéutica, es pertinente contar con cri-
terios que hagan posible el estudio de procesos de regulación extrasi-
tuacional. Ribes y López (1985) denominan a estos procesos sustitución
referencial y no referencial, y son los que posibilitan el desligamiento fun-
cional en la conducta de los individuos, de modo que pueden respon-
der en términos de propiedades convencionales, trascendiendo el carác-
ter espacio-temporal que una situación le impone.
Respecto a la primera premisa, es pertinente comentar que, a pe-
sar de que se ha estudiado la relación terapéutica en términos generales,
no se han aplicado los propios modelos teóricos o terapéuticos en ese
estudio; más bien, se ha elaborado un conjunto de recomendaciones ba-
sadas en la experiencia, para lo cual se han empleando categorías que
no corresponden necesariamente a la propia aproximación teórica o tera-
péutica desde la que se hacen sino que en muchas ocasiones corres-
ponden al lenguaje ordinario. Autores de distintas perspectivas reco-
miendan actitudes como la honestidad, la calidez o la comprensión, y
en casi todas las perspectivas terapéuticas se emplea el término “em-
patía”, independientemente de que el concepto tiene varias definiciones
y no corresponde como tal a una categoría psicológica; se coincide en
analizar su influencia, se recomienda su uso y se supone por lo gene-
ral que su carencia obstaculiza el logro terapéutico.
Hay enfoques psicológicos que disponen de modelos estructura-
dos para evaluar y analizar el comportamiento; sin embargo, la rela-
ción terapéutica no se ha sometido a un análisis que dé cuenta de los
criterios y variables que conforman dichos modelos; esto es, la relación
terapéutica no se ha estudiado de la manera en la que se estudian
otras conductas.
En lo tocante al segundo punto, hay que hacer previamente al-
gunas consideraciones. Se señalaba anteriormente que el enfoque inter-
conductual incluye una taxonomía funcional del comportamiento en
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la que se distinguen procesos de diferente complejidad. Uno de estos


procesos, característico de la especie humana, es el denominado pro-
ceso sustitutivo. La sustitución referencial alude a un tipo de relación
desligada funcionalmente de propiedades de los elementos que compo-
nen una situación específica (Ribes y López, 1985), proceso que per- 219
mite explicar, sin aludir a elementos sobrenaturales o internos, fenó-
menos tales como la comunicación. El ser humano es capaz de com-
portarse desligándose de las características del aquí y ahora que le im-
ponen los ambientes naturales para comportarse de acuerdo a las pro-
piedades convencionales de su propio ambiente, de modo que las con-
tingencias no residen en un tiempo y espacio particulares en que tie-
nen lugar sus diversas interacciones sociales. La capacidad humana
para comunicarse, crear, responder a convenciones y establecer tales
convenciones está estrechamente vinculada con lo que se denomina
“lenguaje” (Ribes y López, 1985). Dado que en la relación terapéutica
la comunicación con respecto a referentes que no están presentes de la
situación es una característica fundamental, esos procesos sustituti-
vos cobran una particular relevancia en este trabajo.
Cuando terapeuta y usuario se relacionan, lo hacen desligándo-
se funcionalmente de las condiciones de estimulación concretas presen-
tes en la situación. Sus referentes suelen ser personas, circunstan-
cias y eventos que no se encuentran presentes en el consultorio. El
usuario pone en contacto al terapeuta con las personas significativas
en su vida, con su historia y con sus circunstancias. Por otro lado, el
terapeuta, en un primer momento, identifica o diagnostica un compor-
tamiento valorado como “problema” a partir de la referencia o reporte
del usuario, respondiendo además a un modelo teórico o terapéutico,
lo que implica otro nivel de abstracción. En un segundo momento pre-
tende regular, respondiendo a sus conocimientos, el comportamiento del
usuario fuera del consultorio, de manera tal que este responda a sus
instrucciones, comentarios o enseñanzas en su ambiente cotidiano. Si
el terapeuta es competente en su labor, el usuario, como efecto de la
intervención o de la relación terapéutica, debe responder en las situa-
ciones identificadas como problemáticas siguiendo las indicaciones tera-
péuticas, lo que implica también un desligamiento funcional. Lo ante-
rior ilustra la importancia de los procesos sustitutivos, y también hace
posible afirmar que gran parte de las competencias terapéuticas resi-
de en la capacidad para regular de manera extrasituacional el compor-
tamiento de los usuarios.
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Ribes, Díaz-González, Rodríguez y Landa (1986), con base en el


modelo interconductual, propusieron una metodología para el análisis
y cambio del comportamiento humano individual: el análisis contingen-
cial. Aunque no es objeto de este trabajo explicar dicha metodología, re-
220 sulta pertinente mencionar que cuenta con dos dimensiones para el aná-
lisis del comportamiento. La primera de ellas se denomina sistema micro-
contingencial y tiene como propósito explicar la red de relaciones que
establece una persona con objetos, circunstancias, eventos y otras per-
sonas en situaciones compuestas por factores disposicionales históri-
cos y biológicos que dan contexto a tales relaciones. En este caso, di-
cha red de relaciones entre terapeuta y usuario constituye una micro-
contingencia.
El sistema microcontingencial incluye un conjunto de categorías
para analizar esta relación: a) Morfologías de conducta, referida a las
formas particulares que tienen terapeuta y usuario, de relacionarse en-
tre ellos (lo que hacen, lo que dicen, el modo en el que reaccionan…);
b) Situaciones, que alude el contexto disposicional en el que ocurre esta
relación y que contiene, a su vez, categorías específicas para identifi-
car diversos factores, tales como la circunstancia social de la relación,
el lugar o lugares en los que ocurre, los objetos o acontecimientos físi-
cos que facilitan o interfieren con algún comportamiento de estudio en
la relación terapéutica, la conducta socialmente esperada del usuario
y la del terapeuta, la capacidad de ambos en el ejercicio de dichas con-
ductas, propensiones o inclinaciones (condiciones biológicas, estados
de ánimo, conmociones emocionales, gustos, preferencias) que puedan
estar haciendo más o menos probable cierto comportamiento de interés,
ya sea del usuario o del terapeuta y tendencias; c) Conducta de otras
personas, que permite analizar las funciones del terapeuta y del usua-
rio en la relación, básicamente en términos de su posible papel me-
diador; y d) Efectos, que se refiere a las consecuencias que el compor-
tamiento de uno de ellos tiene sobre el otro y sobre sí mismo.
Las categorías del sistema microcontingencial podrían constituir
la base de un estudio más sistemático de tal relación. Estas categorías
permiten analizar diversos aspectos del comportamiento del terapeu-
ta, el del usuario o de la relación que ambos establecen. Así, por ejem-
plo, si un propósito inicial es el de analizar las competencias en el te-
rapeuta, es pertinente identificar sus habilidades, los elementos de con-
texto que probabilizan o interfieren con el despliegue de las mismas,
los aspectos de la conducta del usuario que responde diferencialmente,
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y, si partimos de que es este quien tiene una función mediadora en dicha


relación, una pregunta adicional tiene que ver con la forma en que lo
hace, esto es, la forma que tiene para mediar o regular el comportamien-
to del usuario; esto último se relaciona con posibles modos de regula-
ción extrasituacional. 221

Modos de regulación extrasituacional


Una de las dimensiones del análisis contingencial se denomina sistema
macrocontingencial y está construido para analizar la dimensión valo-
rativa de la conducta; como tal, se enfoca en procesos sustitutivos de
comportamiento, dado que la gente, al hacer juicios de valor o al creer,
lo hace con base en normas, información o criterios explicitados en
situaciones distintas de las cotidianas, como un deber ser de relaciones
sociales específicas. Cuando una persona se comporta con base en creen-
cias o valores, no responde a condiciones de estimulación presentes de
manera directa, sino que se desliga funcionalmente de ellas y respon-
de mediado por situaciones pasadas o distantes que funcionan como
ejemplo de conducta (Díaz-González, Rodríguez, Martínez y Nava, 2004;
Rodríguez, 1995). Sin entrar en detalles, esta dimensión considera cate-
gorías específicas para estudiar procesos de regulación extrasituacio-
nal. Por supuesto, y dado el objetivo del sistema macrocontingencial,
la regulación extrasituacional alude a prácticas valorativas, por lo que
el análisis que se lleva a cabo da cuenta de las correspondencias entre
las prácticas valorativas propias del usuario y las de personas signifi-
cativas para él, considerando, por un lado, que hay una interacción que
se valora como problema con criterios tácitos, y otra u otras confor-
madas por relaciones en otro tiempo o espacio, que son las que cons-
tituyen ejemplos de interacción social. En estas últimas, alguna perso-
na o personas imponen o han impuesto explícitamente normas o ejem-
plos de comportamiento como modo social necesario, esto es, como un
“deber ser” de las interacciones, que es el que rige las prácticas valora-
tivas en situaciones distintas. Hablamos pues, de un proceso de regu-
lación extrasituacional.
Ribes (1992) ha identificado algunas maneras de explicitar nor-
mas o ejemplos en las relaciones sociales, y aun cuando esta taxono-
mía inicial corresponde a la regulación de prácticas valorativas, en la
medida en la que el terapeuta regula o pretende regular el comporta-
miento del usuario en sus interacciones consideradas problemáticas,
y que en ese sentido explicita formas de comportamiento como “conve-
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nientes” o “necesarias”, la taxonomía puede ser un punto de partida para


analizar un aspecto importante de la competencia terapéutica.
Los modos de establecer una cierta normatividad, de acuerdo a
Ribes (1992), son, a saber: a) por prescripción, cuando el o los media-
222
dores de una relación modelan o instruyen sobre una clase de interac-
ción; b) por indicación, cuando el mediador señala una opción de com-
portamiento sobre otra; c) por facilitación, cuando se auspician o dispo-
nen las condiciones para que se dé la relación requerida; d) por justifi-
cación, cuando se instruye o modela sobre las consecuencias deseables
que siguen a dicha relación, e) por sanción, cuando se operan conse-
cuencias concretas para la interacción; f) por advertencia, cuando se se-
ñalan las consecuencias que pueden ocurrir dado un comportamiento
específico; g) por comparación, cuando se contrastan dos formas de re-
lación; h) por condicionamiento, cuando se instruye sobre los requeri-
mientos a cumplir previos a una relación; i) por prohibición, cuando se
señala la imposibilidad de una conducta, y j) por expectación, cuando
se instruye sobre las demandas sociales que una relación debe satis-
facer (Ribes, 1992).
Como un acercamiento inicial a este tema, es interés de los pre-
sentes autores apuntar a futuras investigaciones, de modo que, par-
tiendo de esta taxonomía preliminar, se puedan explorar las distintas
formas que tiene el terapeuta de regular el comportamiento del usuario.
Cabe también preguntarse si tales formas de regulación son consistentes
y conforman algún estilo, o bien se trata de un conjunto determinado de
habilidades que, como se señaló antes, se deben identificar y estudiar
en términos de la relación que guardan con otros elementos de la micro-
contingencia terapéutica.
Enfocándose en las competencias del terapeuta, la categoría de
morfologías de conducta debe ser la base para identificar habilidades
específicas que pueden estar relacionadas con formas de regular extrasi-
tuacionalmente el comportamiento del usuario, tales como modelar, dar
instrucciones claras, explicar, auspiciar, esclarecer posibles consecuen-
cias de distintos comportamientos, otorgar consecuencias al comporta-
miento del usuario (regañar, criticar, apoyar, reconocer logros, etc.), ad-
vertir, comparar, entrenar o prohibir. Extendiendo este interés hacia
la comprensión de otros elementos de dicha relación, esta categoría da-
ría cuenta también del comportamiento del usuario en el consultorio.
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La categoría de situaciones permite entender diversos elementos


del contexto disposicional en el que ocurre la relación, entre los cuales
cabe resaltar la posible importancia de lo que el usuario espera del tera-
peuta, así como de factores relativos a este, tales como su experiencia,
capacidad, estados de ánimo en ese momento, gustos, preferencias y 223
tendencias. La categoría de efectos permitiría identificar consecuencias
del comportamiento del terapeuta en el comportamiento del usuario y
viceversa.
De esta manera, dependiendo de los objetivos, se pueden diseñar
diversos estudios para ir entendiendo, más allá de la propia experiencia,
aspectos relevantes de este tipo de relación.
Para finalizar, no hay que olvidar que una posible aportación de
investigaciones de este tipo redundaría en la sistematización de estra-
tegias para la enseñanza y la formación de nuevos terapeutas. En este
sentido, este trabajo constituye una propuesta inicial.

REFERENCIAS

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