Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
. El hombre-masa
«Ahora, de pronto, [las masas] aparecen bajo la especie de aglomeración, y nuestros ojos
ven dondequiera muchedumbres. ¿Dondequiera? No, no; precisamente en los lugares mejo-
res, creación relativamente refinada de la cultura humana, reservados antes a grupos menores,
en definitiva a minorías.
La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes
de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social;
ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas:
sólo hay coro.
El concepto de muchedumbre es cuantitativo y visual. Traduzcámoslo, sin alterarlo, a la
terminología sociológica. Entonces hallamos el concepto de masa social. La sociedad es siem-
pre la unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. Las minorías son individuos o
grupos de individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas no es-
pecialmente cualificadas. No se entienda, pues, por masas sólo ni principalmente “las masas
obreras”. Masa es el “hombre medio”. De este modo se convierte lo que era meramente can-
tidad —la muchedumbre— en una determinación cualitativa: es la cualidad común, es lo
mostrenco social, es el hombre cuando no se diferencia de otros hombres, sino que repite en
sí un tipo genérico. […]
En rigor, la masa puede definirse, como hecho psicológico, sin necesidad de esperar a que
aparezcan los individuos en aglomeración. Delante de una sola persona podemos saber si es
masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo —en bien o en mal— por razones
especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente
a sabor al sentirse idéntico a los demás.»
José O G, La rebelión de las masas, . El hecho
de las aglomeraciones. ()
C Filosofía y ciudadanía
el camino. Tanto en el desarrollo político como en el científico, el sentimiento del mal fun-
cionamiento que puede conducir a la crisis es un requisito previo para la revolución. Además,
aunque ello claramente fuerza la metáfora, este paralelismo es no sólo válido para los princi-
pales cambios de paradigmas, como los atribuibles a Copérnico o a Lavoisier, sino también
para los mucho más pequeños, asociados a la asimilación de un nuevo tipo de fenómeno,
como el oxígeno o los rayos X. Las revoluciones científicas […] sólo necesitan parecerles re-
volucionarias a aquellos cuyos paradigmas sean afectados por ellas. […] Los astrónomos, por
ejemplo, podían aceptar los rayos X como una adición simple al conocimiento, debido a
que sus paradigmas no fueron afectados por la existencia de la nueva radiación. Pero, para
hombres como Kelvin, Crookes y Roentgen, cuyas investigaciones trataban de la teoría de la
radiación o de los tubos de rayos catódicos, la aparición de los rayos X violó, necesariamente,
un paradigma, creando otro.»
omas S. K, La estructura de las revoluciones científi-
cas, . Naturaleza y necesidad de las revoluciones científicas.
()
. El valor de la filosofía
«De hecho, el valor de la filosofía debe ser buscado en una, larga medida en su real in-
certidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de
los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su
país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento
deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio;
los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son
desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por
el contrario, como hemos visto en nuestros primeros capítulos, que aun los objetos más or-
dinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incompletas.
La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas
que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y
nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza so-
bre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser;
rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de
la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos
familiares en un aspecto no familiar. […]
Para resumir nuestro análisis sobre el valor de la filosofía: la filosofía debe ser estudiada,
no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, puesto que, por lo general, nin-
guna respuesta precisa puede ser conocida como verdadera, sino más bien por el valor de los
problemas mismos; porque estos problemas amplían nuestra concepción de lo posible, en-
riquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que cierra el
espíritu a la investigación; pero, ante todo, porque por la grandeza del Universo que la fi-
losofía contempla, el espíritu se hace a su vez grande, y llega a ser capaz de la unión con el
Universo que constituye su supremo bien.»
Bertrand R, Los problemas de la filosofía. . El valor
de la filosofía. ()