MONJE] Las cartas escritas por Jerónimo durante la contienda origenista van todas ellas salpicadas de agresividad. Por eso, tiene razón Nautin al fijar para esta carta a Nepociano una fecha anterior. Podría decirse que es el paralelo, para clérigos, de la Carta 22, dedicada a la instrucción de la virgen Eustoquia. Sobrino de Heliodoro, obispo de Altino por este tiempo, Nepociano había sido ordenado presbítero por su tío, y pedía de Jerónimo una instrucción que le ayudara a ser a la vez un buen sacerdote y un buen monje. Esta carta es la respuesta. No hay grandes novedades en ella; pero sí una mayor madurez en el cuadro ascético que dibuja Jerónimo, una gran amabilidad en el tratamiento de las virtudes que ha de practicar el sacerdote y los vicios de que ha de huir. La austeridad propia de Jerónimo queda embellecida por el respeto y aun amor con que dibuja los deberes pastorales y litúrgicos del sacerdote. Más que pintar el ideal del sacerdote para Nepociano, lo que hace Jerónimo es pintar el ideal del sacerdote en Nepociano. Fecha de la carta: 393 (NAUNTIN). ueridísimo Nepociano, me pides con tus cartas de allende el mar, y me lo pides con insistencia, que te recoja en un breve volumen las normas de vida que ha de observar uno que, dejada la milicia del siglo, se propone ser monje o clérigo, y de qué manera podrá seguir el recto camino de Cristo sin dejarse arrastrar hacia los diversos extravíos de los vicios. Siendo yo todavía un joven, casi un niño, y cuando me dedicaba a frenar con la austeridad del desierto los primeros ímpetus de mi edad desenfrenada, escribí a tu tío, el santo Heliodoro, una carta exhortatoria, llena de lágrimas y lamentos, en la que quise darle a entender los sentimientos del amigo abandonado. En aquella obra me dejé llevar de las florituras propias de la edad y, como aún estaban frescos en mí los estudios y reglas de la retórica, pinté algunas cosas con el colorido típico del escolar. Ahora mi cabeza está ya cana y mi frente arada de arrugas; como a los bueyes, me cuelga la papada del mentón y «la sangre se enfría y se adensa en torno a mi corazón» 1. Y el mismo poeta que dice esto canta en otro lugar: «La edad se lo lleva todo, incluso el ánimo». Y poco después: «He olvidado ya tantos cantares; y aun a la misma Meris abandona la voz» 2.
2. Y para que no parezca que acudo únicamente a las letras
paganas, conoce también los misterios de los libros divinos. A David, esforzado guerrero en otro tiempo, al llegar a los setenta años 3, le vino el frío de la vejez y ya no podía entrar en calor. Así, pues, le buscaron una doncella por todos los términos de Israel, Abisag Sunamita, para que durmiera con el rey y calentara el cuerpo senil. ¿No te parece que, si nos atuviéramos a la letra que mata, estaríamos ante una ficción 1 Virgilio, Georg. II 484. 2 Virgilio, Buc. 9.51.53.54 5 Cf. 1 Sam 1,1-4. de pantomima o ante una farsa atelana? ¡El viejo, aterido de frío, se envuelve en ropas y no entra en calor si no es con los abrazos de la joven! Todavía vivía Betsabé, allí estaban Abigaíl y sus otras mujeres y concubinas de que hace memoria la Escritura; todas son rechazadas por frías, y el viejo sólo entra en calor con los abrazos de una. Mucho más viejo que David era Abrahán, y, sin embargo, mientras vivió Sara, no buscó otra mujer; Isaac tuvo el doble de años que David, y jamás sintió frío con Rebeca, vieja ya. Nada digo de aquellos varones anteriores al diluvio: sus miembros, a los novecientos años de edad, tenían que estar, no digo viejos, sino casi deshechos, y nunca buscaron abrazos de mozas. Por lo que respecta a Moisés, jefe del pueblo israelita, tenía ciento veinte años 4 y no cambió a Séfora por otra.
3. ¿Quién es, pues, esta Sunamita, casada y virgen, tan
ardiente que podía calentar al frío, y tan santa que no inducía a la pasión a quien había hecho entrar en calor? Que el sapientísimo Salomón nos explique los deleites de su padre, y el que fue pacífico nos cuente los abrazos del varón guerrero: Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia. No olvides las palabras de mi boca ni te desvíes de ellas. No la abandones y ella te sostendrá; ámala y ella será tu defensa. Principio de la sabiduría: Adquiere la sabiduría y, a todo trance, adquiere la inteligencia. Haz acopio de ella y te exaltará; hónrala y te abrazará, para que ponga en tu cabeza corona de gracia y una corona de deleites te proteja 5. En los viejos, casi todas las virtudes del cuerpo se alteran, y mientras la sabiduría es la única que empieza a crecer, todas las demás van decreciendo: los ayunos, el dormir en el suelo, el andar de acá para allá, el hospedaje de los peregrinos, la defensa de los pobres, la resistencia para estar de pie en oración, las visitas a los enfermos, el 4 Cf. Dt 34,7. 5 Prov 4,5-9. trabajo manual con el que poder hacer limosnas, y, por no alargar el discurso, todas las actividades corporales van disminuyendo al quebrantarse el cuerpo. Con esto no pretendo decir que en los jóvenes y en los hombres de edad madura —al menos en aquellos que con esfuerzo y aplicado estudio, a la vez que con la santidad de su vida y la frecuente oración a Dios han adquirido la ciencia— se haya enfriado esa sabiduría que en la mayoría de los viejos empieza a marchitarse por la edad. Lo que quiero decir es que la adolescencia ha de sostener muchos combates del cuerpo, y entre los incentivos de los vicios y los halagos de la carne queda ahogada como fuego en leña demasiado verde y no logra desplegar todo su esplendor. La vejez, por el contrario, otra vez lo advierto, la vejez de quienes adornaron su juventud con nobles artes y meditaron en la ley del Señor día y noche 6, se hace más docta con la edad, más práctica con la experiencia, más prudente con el andar del tiempo, y de los esfuerzos pasados termina recogiendo dulcísimos frutos. De ahí que aquel sabio de Grecia, viéndose morir a los ciento siete años cumplidos, se dice que dijo que lamentaba tener que abandonar la vida precisamente cuando empezaba a ser sabio. Platón murió a los ochenta y un años escribiendo. Isócrates cumplió sus noventa y nueve años en la tarea de enseñar y escribir. Nada digo de otros filósofos, como Pitágoras, Demócrito, Jenócrates, Zenón, Cleante, quienes en edad ya avanzada florecieron en el estudio de la sabiduría. Paso a los poetas, Homero, Hesíodo, Simónides, Estesícoro, quienes, ya viejos y cercanos a la muerte, cantaron todavía como un canto de cisne, muy superior a lo que nos tenían acostumbrados. Sófocles fue acusado por sus hijos de viejo caduco, que descuidaba la administración de su hacienda; pero él recitó a los jueces la tragedia de Edipo, que acababa de componer, y, a su ya quebrantada edad, dio tal 6 Cf. Is 18,2 muestra de saber, que trocó la severidad del tribunal en aplausos del teatro. Ni es tampoco de extrañar que Catón, el más elocuente entre los romanos, hombre severo, no se avergonzara de aprender, ya viejo, las letras griegas ni desesperara de salir con el intento. Homero cuenta que de la boca del viejo y casi decrépito Néstor «fluía la voz más dulce que la miel» 7. Y aun el misterio del nombre mismo «Abisag» indica la más cumplida sabiduría de los viejos. Se interpreta, en efecto, como «mi padre superfluo» o «rugido de mi padre». La palabra «superfluo» es ambigua; pero en este lugar suena a virtud y quiere decir que en los viejos la sabiduría es más cumplida, redundante y generosa. En otro lugar, es cierto, superfluo equivale a no necesario. En cuanto a sag, es decir, «rugido», se emplea propiamente para indicar el sonido de las olas del mar y es, por así decirlo, el bramido que se oye proveniente del mar. Con lo que se da a entender que en los viejos mora un poderosísimo trueno de eloquio divino que supera toda voz humana. La palabra «Sunamita», en nuestra lengua, quiere decir «de grana» o purpúrea, para significar el calor de la sabiduría y cómo hierve con la lectura divina. Y si bien es cierto que indica el misterio de la sangre del Señor, también da a entender el ardor de la sabiduría. De ahí que aquella comadrona de que hace mención el Génesis 8 ató una cinta de grana en la mano de Farés, quien por haber roto la pared que dividía antes a los dos pueblos recibió el nombre de «Farés», que significa divisor. Y también la cortesana Raab, figura de la Iglesia, colgó de su ventana una cuerdeci11a escarlata 9, que significaba el misterio de la sangre, para poderse salvar ella misma en medio de la ruina de Jericó. Y en otro lugar, a propósito de los varones santos, la Escritura recuerda: Estos son los cineos, que vinieron del calor de la casa de Recab 10. Y nuestro Señor, en el 7 Homero, II. 1,249. 8 Cf. Gén 38,27-29. 9 Cf. Jos 2,18.21. 10 1 Cró 2,55 Evangelio, dice: Fuego he venido a traer a la tierra, y ¡cómo deseo que arda! 11. Ese fuego que prendió en el corazón de los discípulos y les hizo decir: ¿No es verdad que nuestro corazón ardía dentro de nosotros cuando nos hablaba por el camino y nos declaraba las Escrituras? 12 .
4. ¿A qué viene todo este preámbulo tan largo? Para que no
pidas declamaciones pueriles, ni florilegios de sentencias, ni palabras acicaladas, ni conclusiones breves y agudas al fin de cada capítulo, que sólo sirven para suscitar los aplausos y los gritos de los oyentes. Prefiero que me abrace la sabiduría, y nuestra Abisag, la que jamás envejece, descanse en mi seno. Es limpia y goza de virginidad perpetua, y aunque diariamente concibe y da a luz, a semejanza de María permanece siempre incorrupta. Por eso, creo yo, dijo el Apóstol que hemos de ser fervientes de espíritu 13, y el Señor predicó en el Evangelio que al fin del mundo, cuando según el profeta Zacarías empiece a mandar el pastor insensato 14, al amortiguarse la sabiduría, se enfriará la caridad de muchos 15. Oye, pues, como dice el bienaventurado Cipriano, «no cosas elegantes, sino fuertes» 16. Oye al que es hermano tuyo por el orden presbiteral y padre por la edad, que, tomándote desde la cuna de la fe, te lleva hasta la edad madura, y señalando reglas de bien vivir para cada grado, adoctrinará a todos en ti. Sé muy bien que has aprendido de tu tío el bienaventurado Heliodoro, que es ahora obispo de Cristo, lo que es santo, y que diariamente lo sigues aprendiendo. Su forma de vida es para ti dechado de virtudes. Sin embargo, recibe también mi aportación, por pobre que sea, y junta este libro al de aquél, y si ése ya te ha enseñado a ser monje, éste te instruirá para ser clérigo perfecto.
5. Así, pues, el clérigo que sirve a la Iglesia de Cristo
11 Le 12,49. 12 Lc 24,32. 13 Rom 12,11. 14 Zac 11,15. 15 Mt 24,12. 16 Cipriano, Ad Don. 2 empiece por interpretar su propio nombre, y teniendo delante de sí la definición del término, esfuércese por ser lo que se llama. Si, pues, en griego kleros significa lo mismo que en latín sors, es decir, la parte propia de la herencia, llamarse clérigo significará, por consiguiente, pertenecer a la herencia del Señor, o que el Señor mismo es la herencia y la suerte de los clérigos. Ahora bien: el que forma parte de la herencia del Señor o tiene como herencia al Señor ha de comportarse de tal manera que posea al Señor y sea del Señor poseído. El que posee al Señor y dice con el profeta: El Señor es mi parte 17, nada fuera del Señor puede tener, porque si tuviera algo fuera del Señor, ya no sería su parte el Señor. Por ejemplo, si tuviera oro, plata, heredades, alhajas variadas; con estas partes, el Señor no será parte suya. Si, pues, yo soy la parte del Señor y la «cuerda que limita su heredad» 18, si no recibo parte en medio de las demás tribus, sino que como levita y sacerdote vivo de los diezmos, si por servir al altar me sustento de la ofrenda del altar, con tener para comer y vestir me daré por contento, y desnudo seguiré la cruz desnuda. Te ruego, pues, «y una y otra vez lo repito y te amonesto» 19, que no pienses que el estado del clérigo es un género de milicia al estilo de la antigua. Quiero decir: no busques logros del siglo en la milicia de Cristo ni tengas más que cuando empezaste a ser clérigo, no sea que te diga: Sus cleros o heredades no les aprovecharán 20. Conozcan tu mesa los pobres y los peregrinos, y con ellos Cristo como convidado. Huye como de la peste del clérigo negociante, y que de pobre que era se ha hecho rico, y de plebeyo, fanfarrón. Las malas compañías corrompen las buenas costumbres 21. Tú desprecias el oro, el otro lo ama; tú pisoteas las riquezas, él las acapara; tú llevas en el corazón el silencio, la mansedumbre, la discreción; al otro le gusta la locuacidad, el descaro, los foros y plazas públicas y los consultorios de 17 Sal 72,26. 18 Cf. D t 3 2 ,9 ; 18,1-2. 19 Virgilio, Aen. 3 ,4 36 . 20 Jer 12,13. 21 1 Cor 15,33. los médicos. ¿Qué concordia puede haber en tal discordancia de costumbres? Que rara vez o nunca pisen tu aposento pies de mujer. Ignora por igual a todas las doncellas y vírgenes de Cristo o ámalas por igual. No mores bajo el mismo techo con ellas ni te fíes de tu anterior castidad. No eres ni más santo que David ni más sabio que Salomón. Recuerda siempre que al morador del paraíso lo arrojó de su posesión una mujer. Si cayeres enfermo, que te asista un hermano santo cualquiera, o una hermana o la madre o cualquier otra mujer de probada fe a los ojos de todos. Y si no hubiera personas de tal parentesco o castidad, la Iglesia sustenta a muchas ancianas que pueden prestarte ese servicio y que, a cambio, podrían recibir de ti su recompensa, con lo que tu enfermedad habrá dado también el fruto de la limosna. Conozco a algunos que, al tiempo que convalecieron del cuerpo, empezaron a enfermar del espíritu. Es peligroso el servicio de persona en cuyo rostro te fijas con frecuencia. Si por deber de tu estado has de visitar a alguna viuda o virgen, no entres nunca solo en su casa, y lleva tales compañeros que no te desprestigien con su presencia. Si te acompaña un lector, un acólito o un cantor, que no vayan adornados de vestidos, sino de buenas costumbres; ni lleven el pelo rizado artificialmente, sino que reflejen en su porte la castidad. Nunca te sientes a solas, en secreto y sin testigos, con una mujer. Si de algo hay que hablar más confidencialmente, seguro que ella tiene a su nodriza, o la doncella encargada de la casa, o alguna conocida viuda o casada; no va a ser tan desgraciada que no tenga en el mundo a nadie de quien fiarse, si no es a ti. Cuídate de no suscitar sospechas, y evita que se convierta en infundio todo lo que tiene posibilidades de convertirse en infundio. El amor santo no sabe de frecuentes regalillos, como pequeños pañuelos, cintas y telas para abrigarse la cara; tampoco de comidas exquisitas, ni de cartas tiernas y dulzonas. Galanterías como «miel mía, sol mío, mi sueño» y demás idioteces propias de los enamorados, melindres, donaires y cortesías ridículas que, cuando las oímos en las comedias, nos avergonzamos, en los hombres del mundo las detestamos. ¡Cuánto más en los clérigos y en clérigos monjes, cuyo sacerdocio se realza por la profesión monástica, y la profesión monástica por el sacerdocio! Y no digo esto porque tema nada semejante en ti o en los santos varones, sino porque en toda profesión, en todo orden y sexo se dan buenos y malos, y el vituperio de los malos es alabanza de los buenos.
6. Vergüenza me da decirlo: los sacerdotes de los ídolos, los
comediantes y cocheros, y hasta las mujeres, públicas, pueden recibir herencias. Sólo a los clérigos y monjes les está eso prohibido por la ley, les está prohibido no por los perseguidores, sino por emperadores cristianos. No me quejo de la ley; pero lamento que hayamos merecido esta ley. Bueno es el cauterio; pero ¿qué falta me hace a mí una herida que necesite de cauterio? Previsora y severa es la cautela de la ley, y, sin embargo, ni aun así se refrena la codicia. Por medio de fideicomisos burlamos las leyes, y como si valieran más los decretos de los emperadores que los de Cristo, tememos las leyes y despreciamos los evangelios. Haya heredero, pero que lo sea la madre de los hijos, es decir, la Iglesia de su grey, pues ella los ha engendrado, criado y alimentado con su leche. ¿Por qué hemos de interponernos entre la madre y los hijos? Es gloria del obispo proveer al patrimonio de los pobres, pero es afrenta de todos los sacerdotes andar afanosos por su propio enriquecimiento. Nacido en casa pobre, y aun quizá en una choza del campo, yo, que apenas si con pan ordinario de mijo podía acallar mi vientre que bramaba de hambre, ahora siento hastío de la sémola y la miel. Sé los nombres y especies de los pescados, adivino al momento en qué ribera se cogió una ostra, por el sabor de las aves diferencio las provincias, me encanta la rareza de las comidas y últimamente hasta los gastos que acarrean me deleitan 22. También estoy enterado del torpe servicio que algunos prestan a viejos y viejas sin hijos. Ellos mismos les ponen el vaso de noche, sitian su lecho y reciben en sus propias manos las purulencias del estómago y las flemas de los pulmones. Se sobresaltan cuando entra el médico, le preguntan con trémulos labios si el enfermo va mejor, y si el viejo convalece un poquillo, ellos se ven en peligro; simulan alegría, pero interiormente su alma avara sufre una verdadera tortura. Pues, en realidad, lo que temen es perder la paga de su servicio, y así, al viejo correoso lo comparan con el mismo Matusalén. ¡Qué magnífico galardón ante el Señor si ese infeliz no esperara la paga acá abajo! ¡Con cuánto sudor se busca una herencia perecedera! Con menos trabajo podría comprarse la perla preciosa de Cristo.
7. Lee muy a menudo las Divinas Escrituras, o mejor, nunca
el texto sagrado se te caiga de las manos. Aprende lo que has de enseñar. Mantente firme en la palabra fiel, conforme a la doctrina, para que seas capaz de exhortar con doctrina sana y convencer a los contradictores 23. Persevera en lo que has aprendido y te ha sido confiado, pues sabes de quién lo has aprendido 24, siempre dispuesto a dar satisfacción a todo el que te pidiere razón de la esperanza que hay en ti 25. Que tus obras no desautoricen tus palabras, pues te expones a que cuando hables en la iglesia alguien te replique para sus adentros: «Entonces, ¿por qué no haces tú mismo lo que dices?». Valiente maestro el que predica el ayuno con el vientre lleno. Condenar la avaricia, hasta un ladrón lo puede hacer. En el sacerdote de Cristo, la conciencia y la boca han de ir a una. 22 Cf. P etronio, 119, v.36. 23 Cf. Tit 1,9. 24 2 Tim 3,14. 25 1 Pe 3,16. Sé sumiso a tu obispo y mírale como al padre de tu alma. Amar es de hijos; temer, de esclavos. Pues dice: si yo soy padre, ¿dónde está la honra que me hacéis? Y si señor, ¿dónde el temor que me tenéis? 26. En cuanto a ti, en una misma persona tienes que respetar diversos títulos: el de monje, el de obispo y el de tío. Pero sepan también los obispos que son sacerdotes y no amos. Honren a clérigos como a clérigos, para que también a ellos los tengan los clérigos deferencia como a obispos. Sabido es el dicho del orador Domicio: «¿Cómo te voy a tener a ti por príncipe cuando tú no me tienes a mí por senador?» 27. Lo que fueron Aarón y sus hijos, sepamos que eso son el obispo y sus presbíteros. Uno solo es el Señor, uno solo el templo, uno solo sea también el ministerio. Recordemos siempre lo que el apóstol Pedro manda a los obispos: Apacentad la grey del Señor que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey; y así, cuando apareciere e l mayoral de los pastores, recibiréis la corona de gloria que no se marchita 28. En algunas iglesias se da la pésima costumbre de que los presbíteros estén callados y no digan palabra en presencia de los obispos, como si éstos les tuvieran envidia o se desdeñaran de oírlos. El apóstol Pablo dice: Y si a otro, estando sentado, se le revela algo, calle el primero, pues podéis profetizar todos uno a uno, a fin de que todos aprendan y todos se consuelen. Y los espíritus de los profetas a los profetas estén sometidos, pues no ama Dios la disensión, sino la paz 29. Gloria del padre es el hijo sabio. Alégrese el obispo de su juicio al escoger tales sacerdotes para Cristo.
8. Cuando hables en la iglesia, no es el griterío del pueblo lo
que se ha de suscitar, sino la compunción. Las lágrimas de 26 Mal 1,6. 27 C icerón, De or. 3,4. 28 1 Pe 5,2-4. 29 1 Cor 14,30-33. los oyentes sean tus alabanzas. La palabra del presbítero esté inspirada por la lectura de las Escrituras. No te quiero ni declamador, ni deslenguado, ni charlatán, sino conocedor del misterio e instruido en los designios de tu Dios. Hablar con engolamiento o precipitadamente para suscitar admiración ante el vulgo ignorante es propio de hombres incultos. El hombre de frente altanera se lanza con frecuencia a interpretar lo que ignora, y si logra convencer a los demás, se arroga para sí mismo el saber. Mi antiguo maestro Gregorio Nacianceno, una vez que yo le pedí que me explicara qué significa en Lucas el sábado SevTeQÓirqoitov, o sea, segundo-primero, se burló de mí con elegancia: «Sobre eso te instruiré en la iglesia; allí, cuando todo el pueblo aplaude, estás obligado a saber aun lo que ignoras, y si te callas, serás tildado de ignorancia por todos». Nada más fácil que engañar a un vulgo vil e indocto con la ligereza en el hablar, pues cuanto menos entiende, más admira. Marco Tulio, a quien se refiere aquel elogio bellísimo: «Demóstenes te privó del honor de ser el primer orador, y tú a él de que fuera el único», en el discurso en favor de Quinto Galio habla de lo que se ha de pensar del favor del público y de los declamadores incultos: «Estos juegos —hablo de cosas que he visto yo mismo recientemente— los domina cierto poeta, hombre eruditísimo: es el autor de esos simposios de poetas y filósofos en los que presenta a Eurípides y Menandro, o a Sócrates y Epicuro, disputando entre sí, cuando sabemos que cronológicamente los separan no digo años, sino generaciones. ¡Y qué de aplausos y clamores no levanta con estas cosas! Lo que no es de maravillar teniendo en el teatro tantos discípulos que, como él, jamás aprendieron las letras».
9. Evita por igual los vestidos sucios y los elegantes. En el
vestir, lo mismo hay que huir del refinamiento que de la suciedad, pues lo uno huele a delicia y lo otro a vanagloria. Lo encomiable no es prescindir del vestido de lino, sino carecer del dinero necesario para comprar vestidos de lino, pues sería ridículo e hipócrita gloriarte de que no posees ni sudario ni pañuelo si en realidad tienes la bolsa bien llena. Hay quienes dan algo a los pobres para recibir más ellos mismos, y so color de limosna, buscan riquezas. Más valdría llamarlo caza que no limosna. Así es como se captura a las fieras, a las aves y a los peces: se pone un poco de cebo en el anzuelo y con él se atraen las bolsas de las matronas. El obispo, a quien está confiada la iglesia, sabe a quién pone al frente de la administración y del cuidado de los pobres. Prefiero no tener nada que dar antes que pedir descaradamente. Pero también sería cierto género de arrogancia si quisieras aparecer más generoso que el pontífice de Cristo. «No todos lo podemos todo» 30. En la Iglesia, uno es ojo, otro lengua, otro mano, otro pie, otro oído, vientre, etc. Lee la carta de Pablo a los corintios: los miembros, siendo distintos, constituyen un solo cuerpo. Que ni el hermano ignorante y simple se crea más santo por el hecho de no saber nada, ni tampoco el ilustrado y elocuente ponga la santidad en su bien hablar. De tener que escoger ambos defectos, es mejor tener una santa ignorancia que una elocuencia pecadora.
10. Muchos edifican las paredes, pero minan las columnas
de la Iglesia. Brillan los mármoles, refulgen de oro los artesonados, se adorna con joyas el altar, pero no se hace selección ninguna de los ministros de Cristo. Y que nadie me venga diciendo que en Judea hubo un templo rico; que las mesas, las lámparas, los incensarios, los platillos, las tazas, los morteros, etc., todo estaba hecho en oro. Todo eso agradaba entonces al Señor, cuando los sacerdotes inmolaban víctimas y la sangre de los animales se ofrecía en « V i r g i l i o , B uc. VIII 63. rescate por los pecados. Aun así, todo eso precedió en figura y fu e escrito con miras a nosotros, que nos acercamos al fin de los siglos 31; pero ahora que el Señor, siendo pobre, ha consagrado la pobreza de su casa, pensemos en la cruz y consideraremos barro las riquezas. ¿Por qué nos extrañamos de que Cristo llame inicuo al dinero? ¿Por qué consideramos y amamos lo que Pedro confiesa no poseer? Por otra parte, si sólo atendemos a la letra y nos gusta la simple historia en lo referente al oro y las riquezas, entonces no sólo conservemos lo del oro, sino también lo demás: que los obispos de Cristo se casen con mujeres vírgenes; que se niegue el sacerdocio a quien tenga una cicatriz o sea deforme, aun cuando tenga buen juicio; preocupe más la lepra del cuerpo que los vicios del alma; crezcamos y multipliquémonos, y llenemos la tierra; no inmolemos el cordero ni celebremos la Pascua mística, ya que la ley prohíbe que esto se haga fuera del templo; plantemos nuestra tienda el séptimo mes y proclamemos con la trompeta el ayuno solemne. Pero si comparando lo espiritual con lo espiritual, y sabiendo con Pablo que la ley es espiritual, y cantando las palabras de David: despierta, Señor, mis ojos, y consideraré las maravillas de tu ley 32, si todo esto lo entendemos tal como nuestro Señor mismo lo entendió y tal como él explicó el sábado, entonces o repudiamos el oro con todas las demás supersticiones judaicas, o, si nos gusta el oro, también han de gustarnos los judíos, puesto que hemos de aprobarlos o repudiarlos por la misma razón que al oro.
11. Has de evitar los convites de la gente mundana, y sobre
todo de quienes presumen de altos cargos. Es indecoroso que a las puertas de un sacerdote del Señor crucificado y pobre, y que se alimentaba del pan que otros le daban, monten guardia los lanceros de los cónsules y los soldados, y que el juez de la provincia coma en tu casa mejor que en palacio. Y 31 1 Cor 10,11 52 Sal 118,18. si replicas que lo haces para rogarle por los pobres y humildes, más respetará el juez secular al clérigo desinteresado que al rico, y más estimará tu santidad que tus riquezas. O si es tal que no dé audiencia a los clérigos si no es entre copas, de buena gana me privaré de tal favor, y en vez de rogar a tal juez, rogaré a Cristo, que puede ayudarme mejor. Porque más vale confiar en el Señor que en el hombre, más vale esperar en el Señor que en los príncipes 33. Nunca huelas a vino, para no tener que oír lo del filósofo: «esto no es dar un beso, sino exhalarlo». El Apóstol condena a los sacerdotes violentos, y la ley antigua los prohíbe. Los que sirven al altar no beban ni vino ni sidra 34. Por sidra se entiende en hebreo toda bebida que pueda embriagar, bien se confeccione por fermento o por jugo de manzanas, ya se cuezan los panales, de los que sale una pócima dulce y bárbara, ya se exprima el jugo de los dátiles o se destile la melaza de frutos cocidos. Huye de todo lo que embriaga y trastorna el juicio lo mismo que del vino. No digo esto con intención de condenar lo que Dios ha hecho, puesto que el mismo Señor fue llamado bebedor de vino 35, y a Timoteo, que sufría del estómago, se le permite beber un poco de vino 36; lo que pido es moderación en la bebida, de acuerdo con la edad y la salud, y teniendo en cuenta la complexión del cuerpo. Si aun sin vino me abraso, si me abraso por el vigor de mi juventud y por mi sangre caliente, teniendo como tengo un cuerpo lozano y robusto, prefiero dejar voluntariamente la copa en la que puede haber veneno. Bellamente se dice entre los griegos, y no sé si en nuestra lengua sonará lo mismo: «vientre obeso no engendra ingenio» , 37.
12. En tema de ayunos no te impongas sino lo que puedas
soportar. Sean ayunos puros, castos, sencillos, moderados, y no ayunos supersticiosos. ¿Qué aprovecha abstenerse de aceite 33 Sal 117,8-9. 34 Cf. Lev 10,9. 35 Cf. M t 11,19. 36 Cf. 1 Tím 5,23. 37 Cf. C ock, III p.613, fragm .1234. y andar buscando alimentos difíciles y complicados? Higos, pimienta, nueces, dátiles, sémola, miel, pistachos, en fin, todos los cultivos de la huerta compiten entre sí para que no comamos pan ordinario. He oído además que algunos, contra la naturaleza misma de las cosas y de los hombres, no beben agua ni comen pan, sino que toman infusiones delicadas, purés de verdura y jugo de acelgas, que sorben no de una taza sino de una concha. ¡Qué vergüenza! ¡Y no nos sonrojamos con estas impertinencias ni nos repugna esta superstición! Es más, aún buscamos fama de abstinentes en medio de estos refinamientos. El ayuno más duro es el de pan y agua; pero como con él no se adquiere fama, pues todos consumimos pan y agua como cosa habitual, no se tiene por ayuno.
13. Cuídate bien de no andar a la caza de los chismes de la
gente, no sea que cambies la ofensa de Dios por la alabanza de los hombres. El Apóstol dice: Si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo 38. Dejó de agradar a los hombres y se hizo siervo de Cristo. El soldado de Cristo avanza por entre la buena y la mala fama, a la derecha y a la izquierda, y no se exalta con la alabanza ni se hunde con el vituperio; no se hincha con las riquezas ni se encoge con la pobreza; desprecia por igual las alegrías que las tristezas. De día no le quemará el sol ni de noche la luna 39. No quiero que ores en los rincones de las plazas, no sea
que el aura popular tuerza el recto camino de tus preces. No
quiero que ensanches las franjas y hagas ostentación de «filacterias», y que, a pesar de la repugnancia de tu conciencia, te dejes llevar de las ínfulas farisaicas. Más vale llevar estas cosas en el corazón que no en el cuerpo, y tener a Dios a favor nuestro que no las miradas de los hombres. ¿Quieres saber qué ornatos desea el Señor? Ten prudencia, justicia, templanza y fortaleza. Enciérrate en estas regiones 38 Gál 1,10. 39 Cf. Sal 120,6. del cielo; esta cuadriga te conduzca velozmente, como a auriga de Cristo, a la meta deseada. Nada más precioso que este collar, nada más elegante que esta colección de gemas. Por todas partes estarás adornado, ceñido y protegido; te sirven a la vez de adorno y de protección; estas gemas se convierten en escudos.
14. Sé precavido contra el prurito de la lengua y de los oídos,
es decir, que ni tú denigres a otros ni escuches a los denigradores. Asiduamente, dice el salmista, hablabas contra tu hermano, y contra el hijo de tu madre ponías piedra de tropiezo. Eso hiciste y yo callé. Imaginaste la iniquidad de que yo iba a ser semejante a ti. Pues yo te acusaré y pondré ante tu cara 40, se entiende, «tus palabras y todo lo que has dicho de otros para que seas juzgado por tu propia sentencia, pues has sido sorprendido en lo mismo de que acusabas a los demás». Y no es buena excusa decir: «No puedo ser descortés contra quienes me informan de algo». Nadie habla de buena gana a quien le escucha con disgusto. La saeta nunca se hinca en la roca, y a veces hiere de rebote al que la lanzó. Al notar que escuchas de mala gana, aprenda el detractor a no detraer. No te juntes, dice Salomón, con los detractores, pues súbitamente vendrá su perdición; y ¿quién podrá calcular el desastre de uno y otro? 41. Es decir, tanto del que detrae como del que presta oídos al detractor.
15. Es deber tuyo visitar a los enfermos, conocer las casas, a
las matronas y a sus hijos, y aun no ignorar los secretos de los nobles varones. Sea deber tuyo no sólo guardar castos tus ojos, sino también la lengua. Nunca hables de la belleza de las mujeres ni por ti sepa una familia lo que pasa en otra. Hipócrates adjuraba a sus discípulos antes de instruirlos y les hacía jurar repitiendo sus palabras, y de esta forma les obligaba al silencio por juramento, y les describía la manera 40 Sal 49,20-21. 41 Prov 24,21-22. de hablar y andar, el porte y las costumbres. ¡Cuánto más nosotros, a quienes ha sido encomendada la medicina de las almas, hemos de amar las casas de los cristianos como si fueran nuestras! Que nos conozcan como consoladores de sus tristezas más que como convidados en sus prosperidades. Fácilmente se desprecia al clérigo que, invitado con frecuencia a comer, nunca dice que no.
16. Nunca lo pidamos, y si se nos ruega, rara vez aceptemos.
No sé a qué se debe que, aun el mismo que te ha rogado que aceptes, te tiene en menos una vez que tú has aceptado, y curiosamente te admira más si rechazas su ruego. Quien predica continencia, que no se meta a componer bodas. El que lee en el Apóstol: Por lo demás, los que tienen mujeres sean como si no las tuvieran 42, ¿cómo puede inducir a una mujer a que se case? Un sacerdote, que debe ser monógamo, ¿cómo puede exhortar a una viuda a que sea «dígama»? ¿Cómo pueden ser administradores y gerentes de casas ajenas los que tienen orden de despreciar sus propias riquezas? Quitar algo al amigo es hurto, defraudar a la Iglesia es sacrilegio. Aceptar lo que está destinado a los pobres y, habiendo tantos hambrientos como hay, querer ser cauteloso o tacaño, o, lo que es un crimen manifiesto, sustraer algo de lo recibido, supera la crueldad de todos los salteadores. Estoy yo atormentado por el hambre, ¿y te pones tú a calcular lo que bastará para mi vientre? Reparte en seguida lo que has recibido, o, si eres administrador timorato, deja que el donante distribuya por sí mismo lo que es suyo. No quiero que con mi connivencia esté tu bolsa llena. Nadie mejor que yo sabrá conservar lo mío. El mejor gestor es quien no reserva nada para sí mismo.
17. Me has forzado, Nepociano querido, a abrir la boca
desde Belén diez años después que fuera apedreado el librito 42 1 Cor 7,29. que sobre la virginidad dediqué en Roma a la santa virgen Eustoquia, y me has expuesto a ser atravesado por las lenguas de todos. Pero, para no sufrir el juicio de los hombres, o no se debería escribir nada, cosa que tú me has desaconsejado, o, si se escribe, hay que ser conscientes de que habrá que defenderse de los dardos de todos nuestros detractores. A ellos ruego que se calmen y dejen de difamar; no he escrito como adversario, sino como amigo, ni me he ensañado con los que pecan, sino que les he animado a que no pequen. Y si he sido juez severo, no lo he sido sólo contra ellos, sino contra mí mismo. He querido sacar la paja del ojo ajeno, pero he empezado por quitar la viga del mío. A nadie he agraviado, al menos nadie en concreto ha sido retratado en mis descripciones y a nadie en particular ha ido dirigido mi discurso. He disertado de los vicios en general. Si alguien se irrita conmigo, está confesando ser él mismo así.