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VIDA
Charles Stanley.
POR
Así nos hizo Dios. Él quiere que sepamos que nos ama a cada uno con una
intensidad que excede a lo expresable con palabras.
Dios creó a los seres humanos teniendo en mente una relación, primero con Él, y
luego con otros. Pero no podremos amar plenamente a los demás hasta que
hayamos experimentado personalmente el amor de Dios. Experimentamos su
amor cuando nos rendimos voluntariamente a su llamado de ser nuestro Salvador,
Señor y Amigo.
DIOS CREÓ A LOS SERES HUMANOS TENIENDO
EN MENTE UNA RELACIÓN, PRIMERO CON ÉL, Y
LUEGO CON OTROS.
Hay, al menos, tres razones para que Dios procure nuestra entrega:
Cuanto más conozcamos y amemos a Jesús, más eficaz será nuestro servicio.
Cuanto más nos acerquemos a Dios, más impacto tendrán nuestras vidas. Cuanto
más alimentemos nuestra relación con el Señor, más importante y positiva será la
huella que dejemos.
Dios es omnipotente, pero no violará sus propios principios. Nos acerca a Él para
que podamos experimentar su amor y su perdón. El Señor nos pide nuestra
entrega voluntaria para poder darnos sus mejores bendiciones.
Entonces, ¿por qué nos resistimos? Sabiendo todo esto, ¿por qué nos resistimos a
rendirnos a Él?
El orgullo es la razón principal que les impide a las personas rendirse al Señor.
Piensan que saben más que Dios y que pueden manejar sus vidas mejor que Él,
por lo que le mantienen a una distancia prudencial.
Otros no se rinden porque tienen miedo de lo que Dios hará (o no) con ellos.
Piensan que, si le dan el control, Él les obligará a hacer justo aquello que los hará
más desdichados.
Otros se niegan a rendirse a Cristo porque creen la mentira de Satanás, que les
dice que Dios es condenatorio y que les castigará por sus errores.
¡Todo esto es completamente falso! Dios tiene siempre en mente lo mejor para
nosotros. Nunca nos negará algo bueno si nos sometemos de buena gana a su
voluntad (Ro 8.32). Él nos dice: «Porque yo sé los pensamientos que tengo
acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el
fin que esperáis» (Jer 29.11).
Anne había entendido que si tenía una relación personal, íntima, con el Salvador
del universo, entonces todos los problemas que enfrentara los encararía Él con
ella, y Dios traería una dulce determinación y paz a su corazón.
POR
L a obediencia puede resultar difícil, sobre todo cuando nos sentimos tentados a
creer que siendo obedientes vamos a perder más de lo que podemos ganar. Sin
embargo, obedecer a Dios es esencial para agradarle, no sólo en los momentos de
tentación sino en todo momento.
Cuando Dios nos manda obedecerle, está dándonos un principio por el cual
debemos vivir. También está poniendo una armadura alrededor de nuestras vidas
que forma una valla de protección del mal.
¿Puede usted recordar la última vez que tuvo la tentación de hacer lo contrario a
lo que sabía que Dios deseaba que hiciera? Lo más probable es que hubo una
lucha en su corazón. Surgieron las preguntas:¿Tendré que pagar un precio más
alto por obedecerle que por desobedecerle? ¿Puedo experimentar más felicidad
cometiendo este pecado, en vez de obedecer a Dios?
Dios nos ama y está comprometido con nosotros. Nos manda obedecer, no
porque sea un tirano, sino porque conoce las terribles consecuencias de la
desobediencia y el pecado en nuestras vidas.
Sin embargo, Satanás tiene otro propósito en mente. Procura tentar a los
creyentes para que desobedezcan a Dios, diciéndoles que no se puede confiar en
las promesas de Él, y que podemos disfrutar más de la vida si ignoramos sus
mandamientos.
Cuando tenga dudas, niéguese a dar un paso más, a menos que sepa que Dios le
está guiando.
Medite en la Palabra de Dios.
Cuando usted satura su mente con la Palabra de Dios, sabe qué piensa el Señor.
Cuando venga una tentación, usted sabrá distinguir el bien del mal, y sabrá actuar
de la manera correcta.
Dios sigue hablando hoy a su pueblo. Nos habla a través de su Palabra, del
Espíritu Santo, y por medio de las palabras de un pastor o de un amigo cristiano
de confianza. Nos volvemos sensibles al Espíritu de Dios cuando pasamos
tiempo con Él, orando y estudiando los preceptos de la Biblia.
Esté dispuesto a esperar o a apartarse cuando el camino frente a usted no esté claro.
Si usted desea agradar a Dios más que a todos los demás, la obediencia a Él
requiere que se mantenga firme. Si no siente una guía clara en su situación,
pídale a Dios que confirme su voluntad para usted en su Palabra. Él nunca
contradecirá las Escrituras. Su voluntad para su vida siempre encaja
perfectamente con lo que dice la Biblia.
POR
¿Cómo sobrevivió Daniel? ¿No tenían hambre los leones? Los historiadores
cuentan que a los animales usados para ese tipo de ejecuciones se les dejaba
varios días sin alimentar, para asegurarse de la muerte de los acusados. Pero la
suerte de Daniel nunca estuvo en manos de los hombres. Su vida pertenecía a
Dios, y ahí radica la victoria. Daniel sobrevivió por poner su confianza en Dios, y
su fe en las promesas divinas.
Pero Dios honró la actitud de David y le dio una promesa maravillosa: «Y será
afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será
estable eternamente» (2 S 7.16). Dios siempre honra nuestro deseo de buscar su
dirección y sabiduría. Si venimos a Dios esperando su respuesta, Él nunca nos
decepcionará.
En el tiempo de Daniel, Dios hablaba por medio de visiones, sueños y, a veces,
audiblemente. Hoy habla principalmente por medio de su Palabra, porque no
quiere que nos involucremos en nada que contradiga las Escrituras. Cualquier
versículo puede ser sacado de contexto y tergiversado. Pero si somos fieles a la
Palabra de Dios y la interpretamos en su contexto, sabremos aplicar los preceptos
y las promesas del Señor a nuestras vidas, y encontrar fortaleza para aferrarnos al
Señor en las situaciones más difíciles. En vez de ser lanzados emocionalmente de
un lado a otro, aprendemos a permanecer firmes en nuestra devoción y confianza
en Cristo.
Por tanto, considere las promesas de Dios sus anclas espirituales. Una vez que
aprenda a seguirle, siga su dirección dondequiera que Él le dirija, porque el Señor
nunca deja de cumplir sus promesas. Más bien, le está enseñando a depender de
Él por medio de la meditación en su Palabra y la atención a su voz.
POR
Jesús vino al mundo, no para ser servido sino para servir, y nos mandó que
tuviéramos esa misma actitud (Mt 20.25-28). Pablo escribió: «Siervos, obedeced
en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren
agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios» (Col 3.22).
Si Pablo dijo a los esclavos que hicieran su trabajo terrenal de todo corazón (y
ellos no recibían ningún salario), entonces, ¿qué decir de nosotros que sí somos
remunerados? Usted pudiera decir: «Bueno, no me pagan lo suficiente». De
acuerdo, puede que no le paguen lo suficiente, pero prolongar el tiempo del
almuerzo, salir antes de tiempo o llegar tarde no son el modo de compensar la
situación. Si le pagan por ocho horas, tiene que trabajar ocho horas completas.
¿Por qué? Porque usted es un siervo de Dios y, como representante de Él, tiene la
responsabilidad de hacer un buen trabajo.
COMO REPRESENTANTE DE ÉL, USTED
TIENE LA RESPONSABILIDAD DE
HACER UN BUEN TRABAJO.
Además, la mejor manera de ascender en el trabajo es mediante el servicio.
Quien desee ser un líder tendrá que adoptar una actitud de humildad (Mr 9.35). A
un empleado orgulloso rara vez se le considera para un ascenso. Por el contrario,
es al trabajador íntegro y aplicado en su trabajo al que los empleadores ven como
un líder potencial. Nunca dude del efecto que tiene su actitud sobre los que le
rodean, ¡incluido el jefe!
¿Estoy diciendo con esto que su trabajo diario es también un trabajo para el
Señor? ¡Sí! Ministerio no es sólo lo que usted hace en la iglesia. Usted adora a
Dios cada día de la semana —el domingo lo hace en la iglesia; y de lunes a
viernes demuestra su devoción a Él haciendo un buen trabajo. Su elevado estatus
como hijo de Dios dignifica su trabajo, y su oficina o lugar de empleo tiene que
ser mejor porque usted está allí.
Usted le sirve al Señor Jesucristo (Col 3.24). ¿Tiene un buen testimonio que
ofrecerle en su trabajo? ¿Es usted uno de los empleados más fieles, porque sirve
a Dios? ¿Refleja su actitud el gozo que tiene al considerarlo a Él
el verdadero jefe?
POR
¿ Se ha llegado alguna vez a preguntar por qué Dios no contesta sus oraciones,
o por qué, a pesar de sus mejores esfuerzos, ciertos asuntos en su vida siguen sin
resolverse? La respuesta podría estar en su nivel de obediencia a Dios. Tal vez
Dios quiere que usted se detenga, confíe en Él, y esté atento a su señal para
proceder.
Toda área de desobediencia en su vida tiene que ser tratada. El pecado nos
impide experimentar lo mejor de Dios para nosotros. Quizá Dios le haya pedido
algo, y usted ha optado por ignorar sus instrucciones o apenas cumplió en parte
lo requerido por Él. La obediencia verdadera significa hacer lo que Él dice,
cuando lo dice, como Él dice que debería ser hecho y todas las veces que así lo
requiera, sin importar que usted entienda o no las razones para ello, hasta que
haya cumplido del todo con su mandato.
USTED DEBE CONVERTIR SU OBEDIENCIA A DIOS EN
LA MAYOR PRIORIDAD DE SU VIDA.
Antes que haga una lista de todo lo que Dios le ha pedido hacer o dejar de hacer,
considere lo siguiente: ¿Hay un área particular de su vida en que le resulte difícil
obedecer al Señor? Cada vez que lee la Biblia, ¿trae Dios a su mente algún
pecado específico? Cuando acude a Él en oración, ¿sale a flote el mismo
problema? Si el Señor ha traído algo a su mente ahora mismo, es posible que
haya vivido muchos años en la misma situación precaria porque usted, en algún
momento, decidió hacer las cosas a su manera y no como Dios manda.
Seguir la voluntad de Dios y no la suya puede cambiar su vida por completo. Por
esta razón, usted debe convertir la obediencia en su mayor prioridad. Para
lograrlo, necesita entender por qué la sumisión juega un papel tan importante en
su relación con Dios.
Noé es un ejemplo bíblico excelente que ilustra este principio. Fue un hombre
que obedeció a Dios, incluso cuando le pareciera ilógico algo que el Señor
pidiera. Dios lo llamó a construir un arca enorme, algo tan inverosímil como
descabellado en aquel tiempo, y Noé acató su directiva sin preguntar la razón (Gn
6–9).
¿Acaso siempre será popular obedecer a Dios? No. ¿Será usted objeto de
críticas? Es muy probable. ¿Opinarán algunos que sus acciones son ridículas? Sin
duda. ¿Se van a burlar de usted? Seguro que sí. Ahora piense en esto: Noé
decidió andar con Dios en medio de una sociedad corrupta. De hecho, la maldad
era tal que Dios decidió raer de la faz de la tierra a todos los seres humanos a
excepción de una sola familia, la de Noé. Trate de imaginar los insultos
proferidos por los impíos contra Noé, cada vez que lo veían inmerso en su
misión. Pero tan pronto cayeron las primeras gotas de lluvia, todas las afrentas
cesaron.
Noé obedeció a Dios sin importarle qué pensaran de él los demás, y el Señor lo
libró del gran diluvio que cubrió la tierra. Si hubiese hecho caso a sus críticos, no
habría construido el arca y habría sido destruido junto a los demás. En lugar de
eso, optó por obedecer a Dios sin dejarse enredar por sus propias dudas.
Cuando elegimos el sendero de la obediencia, debemos prepararnos para las
reacciones negativas que seguramente recibiremos, sabiendo que Dios tiene una
razón excelente para su mandato y que nos ayudará de forma extraordinaria.
Nunca nos enfoquemos en situaciones o personas que traten de distraernos de
cumplir la voluntad de Dios. El Espíritu Santo nos capacita para obedecer todos y
cada uno de los mandamientos de Dios, y siempre nos dirige de la mejor manera
posible. Por lo tanto, sin importar qué requiera de nosotros —bien sea doloroso o
gozoso, beneficioso o cuantioso, razonable o paradójico— nuestro Padre celestial
nos dará la capacidad y fortaleza para serle fiel, sin importar qué piensen los
demás ni la dificultad aparente de la situación.
Decídase a obedecer a Dios, así no entienda por qué le pide hacer algo. Crea que
sus instrucciones son para su propio bien (Jer 29.11). Así es como podrá
convertirse en la persona que Él quiere que usted sea, hacer la obra que anhela de
usted, llevar el fruto que le capacite para llevar, y recibir todas las bendiciones
que ha preparado para usted.
POR
¿Nota cómo empieza Gálatas 6.7? Dice: «no os engañéis; Dios no puede ser,
burlado». Esta es la causa del estilo de vida libertino e indulgente de muchos:
se han engañado. Bien sea porque no creen la verdad, o piensan que de alguna
manera son la excepción a la ley de Dios.
El que se atreve a burlarse de Dios cree que sabe más que Él. Tal necedad tiene
consecuencias, como lo revela 2 Corintios 5.10: «Porque es necesario que todos
nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba
según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo».
Segar lo que sembramos es buena noticia para aquellos que tienen buenos
hábitos, pero es una idea espantosa para aquellos involucrados actualmente en
actividades impías tales como promiscuidad, drogadicción, alcoholismo,
abandono de hogar o maltrato a los demás en la escalera al éxito. No podemos
sembrar malezas y esperar que produzcan manzanas. No podemos sembrar
desobediencia a Dios y anticipar una cosecha de bendiciones. Lo que sembramos,
eso cosechamos. No nos engañemos: segaremos la cosecha de nuestra vida.
¿Por qué el labrador esparce su semilla? Porque espera cosechar mucho más de
lo que sembró. Una sola semilla que germine puede producir docenas o hasta
centenas de semillas más. El mismo principio se aplica al pecado y la rectitud:
una pequeña decisión de hacer el bien o el mal produce una cosecha mucho más
grande, de gozo o pena.
«Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará». Este pensamiento
trae consuelo y seguridad a quienes se esfuerzan fielmente bajo circunstancias
difíciles. La fidelidad en tales situaciones produciráuna cosecha abundante en el
futuro, pues nuestro Padre celestial siempre cumple sus promesas.
POR
Si quiere lo mejor de Dios para su vida y desea ser usado por Él, en algún punto
tendrá que recorrer el camino de la adversidad. Esto significa que Dios puede y
está dispuesto a usar la adversidad en su vida para un buen propósito. Es triste
que muchos vean la adversidad como algo negativo y derrotista. ¡Usted no tiene
que ser uno de ellos!
Dios ha designado que la adversidad, sin importar cuál sea su fuente, se convierta
en un punto decisivo que le permite a usted dar sus saltos más grandes en el
crecimiento espiritual. Él permite que la adversidad permanezca en su vida
únicamente hasta que cumpla su propósito en usted. No dejará que haga estragos
ni se quede un segundo más de lo necesario.
Ahora mismo, en la situación en que esté, recuerde esto: Dios ha fijado un límite
a toda adversidad. Por cuanto usted es un hijo de Dios, el Espíritu Santo mora en
su interior y sabe cuánto puede usted soportar. El salmista dijo: «Muchas son las
aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová» (Sal 34.19). Además:
«Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le
temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo» (Sal
103.13, 14).
POR
CRECEMOS EN LA FE AL EJERCERLA.
La fe es decirle a Dios: «yo creo que lo harás». En nuestra batalla para vencer al
enemigo, podríamos orar así: «yo creo que Tú vencerás al enemigo y harás que
huya de mí al resistirlo y poner en Ti mi confianza». Una y otra vez, David hizo
esta declaración de fe al Señor: «Dios mío, en ti confío» (Sal 25.2;
también 31.6; 55.23; 56.3; 143.8). La fe perfecta ve la batalla terminada y a Dios
con la victoria ganada. Cuando David dijo «en ti confío», quiso dar a entender:
«Está hecho. Señor, Tú eres perfecto por naturaleza y haces bien todas las cosas.
Tú tienes victoria sobre todos mis enemigos». David tenía fe absoluta en la
capacidad de Dios. Su convicción no daba ocasión para decir «espero que lo
haga», porque David sabía que la victoria era una realidad.
Es imposible que usted pueda resistir durante mucho tiempo al diablo si no cree
que Cristo Jesús, a través de usted, ya ha vencido y vencerá al enemigo. Además,
usted sólo puede permanecer firme en su fe cuando se somete completamente a
Dios en todas las áreas de su vida. Si se niega a someter un problema o área el
Señor, está diciendo: «Yo puedo manejar esto. No necesito Tu ayuda». Eso es
justamente lo que Satanás quiere que usted haga: confiar en sus facultades y no
en Dios omnipotente. De hecho, en este asunto el enemigo concentrará su mayor
ataque contra usted.
La buena noticia es que Dios nos ha dado a cada cual una medida de fe para
desarrollar. También nos da la capacidad de confiar en Él y rendirle nuestras
vidas. Podemos estar firmes y resistir al enemigo, pero sólo por el poder de Dios.
Él es quien oye nuestras oraciones y corre en nuestra defensa. Cuando oramos,
Satanás huye.
POR
Con su mirada clavada en los ojos de Goliat, desde el otro extremo del valle de
Ela, David recordó las veces que Dios lo había librado del desastre total. Dios
siempre le había dado la habilidad que necesitaba para triunfar. Ahora enfrentaba
uno de los retos más grandes de su vida: un guerrero bien armado y hábil llamado
Goliat. En algún momento, cada uno de nosotros enfrentará lo que parecen ser
pruebas y dificultades gigantescas. Por eso debemos saber cómo responder a cada
amenaza y apropiarnos de la clase de fe victoriosa que ve más allá de lo que
podemos, hacia lo que Dios ve.
El secreto del éxito de David fue su capacidad para confiar y obedecer a Dios. Si
nada más hubiera visto el reto gigante que tenía por delante, se habría dado la
vuelta para huir corriendo, como lo hicieron el resto de los israelitas. Pero a
través de la fe, David vio lo que sus compatriotas no pudieron ver.
Sea cual sea el Goliat que enfrente, hay una verdad que usted necesita arraigar en
lo más profundo de su corazón: Dios le ama, y cuando usted deposita en Él su fe,
Él le ayudará a triunfar. Tal vez pase por tiempos de fracaso, porque la vida no
sale siempre como uno la planea, pero en últimas, Dios será glorificado y usted
recibirá bendición.
Cada reto representa una oportunidad para que el Señor muestre su fidelidad y
amor. En lugar de ceder a pensamientos de temor y fracaso, comprométase a
confiar en Dios, aunque no sepa qué le deparará el día de mañana. Practique su fe
y adiéstrese para ver más allá de lo que puede, hacia lo que Dios ve. David
cimentó su fe en la soberanía de Dios; por eso supo que no fallaría en su misión
de conquistar al gigante filisteo.
1. Recuerde las victorias pasadas. David recordó cómo Dios lo había librado de las garras
del león y las zarpas del oso (1 S 17.32–37). Las victorias espirituales se ganan primero
en la mente. Si usted sucumbe a sentimientos de temor y duda, perderá. Si se enfoca
en la verdad de la Palabra de Dios, ganará todas las veces.
2. Rechace las palabras de desánimo. Nadie en el campo israelita animó a David en su
iniciativa de derrotar a Goliat. Los soldados se rieron de él. Sus hermanos se sintieron
avergonzados por su presencia y lo instaron a devolverse a su casa. Hasta el rey Saúl
dudó de él. Si el joven hubiera hecho caso a tantos comentarios negativos, se habría
dado por vencido. Lo que hizo más bien fue afianzar su corazón en el Señor, y en Él
encontró el ánimo que necesitaba.
3. Reconozca la naturaleza verdadera de la batalla. David entró a la batalla diciendo en
alta voz estas palabras inolvidables, dirigidas a su arrogante rival: «de Jehová es la
batalla, y él os entregará en nuestras manos» (1 S 17.47). Qué forma tan victoriosa de
decir: «¡Dios gana!»
4. Responda al reto con una confesión positiva. David preguntó a los temerosos israelitas:
«¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios
viviente?» (1 S 17.26). Dijo a Saúl: «Jehová… me librará de la mano de este filisteo». A
Goliat le dijo: «yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los
escuadrones de Israel» (1 S 17.37, 45). David declaró con firmeza su creencia, que no
podía perder porque Dios estaba con él.
5. Respáldese en el poder de Dios. David no necesitó una lanza o una jabalina para
derrotar a Goliat. Sólo necesitó su fe y una honda de fabricación casera. «Sabrá toda
esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza» (1 S 17.47). Dios
proveyó la victoria, y Él recibió la gloria.
6. Reclame la victoria. Antes de poner pie en el campo de batalla, David ya sabía que no
iba a perder. Sabía que su reputación no estaba en juego, sino la de Dios. Sabía que ni
su fuerza ni su astucia ganarían la batalla, sino el poder y la sabiduría de Dios.
POR
Si empezamos a desviarnos del curso que Dios ha fijado para nosotros, Él tomará
toda clase de medidas para captar nuestra atención y protegernos del peligro. Él
tiene una gran variedad de métodos para ayudarnos a ver la situación, entre ellos:
1. Un espíritu intranquilo
Dios puede darle alguna bendición inusual para llamar su atención. Por
supuesto, si usted se considera una persona autosuficiente, el Señor
probablemente usará otro método para que usted fije su atención en Él,
pero recuerde que Él expresa su amor sin importar qué método utilice.
5. Una desilusión
8. Problemas económicos
En el tiempo de los Jueces «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue
17.6) y la nación cayó en idolatría y desobediencia. Dios trajo juicio por
medio de los madianitas, quienes devastaron el territorio. El pueblo
clamó a Dios sólo cuando Él les quitó toda posesión material (Jue 6.3–
6). Dios sabía con exactitud qué era necesario para llamarles la
atención, y cuando ellos se volvieron a Él de corazón, Él los libró de sus
opresores y los bendijo.
Dios siempre sabe dónde nos encontramos en nuestro peregrinaje de fe, y sabe
exactamente qué se requiere para llamarnos la atención. Por eso, esté alerta; note
si algunos de estos métodos divinos ocurren (o son recurrentes) en su vida. Si lo
son, pregúntele qué quiere decirle y dispóngase a escuchar, no para informarse,
sino para obedecer.
POR
MARCARLEER MÁS TARDECOMPARTIR
¿Cree realmente que Dios puede y anhela satisfacer todas sus necesidades? La
mayoría dirían que sí, pero cuando llegan las dificultades, surgen los problemas y
se amontonan las desilusiones, nos preguntamos dónde está Dios y cómo
podemos confiar en Él. Lo cierto es que el Señor no sólo es capaz de satisfacer
todas nuestras necesidades, también puede colmar los deseos más profundos de
nuestros corazones.
Algunos ponen en duda este razonamiento y dicen: «Yo sé que Dios es capaz de
saciar mis necesidad es, pero tal vez no quiere hacerlo ¿Acaso no sabe que estoy
luchando?» El Señor conoce las batallas que usted enfrenta a diario.
Aunque todos nos hacemos preguntas de este tipo tarde o temprano, necesitamos
aprender un principio más profundo, y se trata de cómo enfocar nuestra fe cuando
estamos bajo prueba. Dios se ha comprometido a encargarse de nuestras
necesidades, pero Él primero quiere saber que sí estamos comprometidos a vivir
para Él.
Cuando usted tiene una necesidad insatisfecha, lo primero que necesita hacer es
orar y decirle al Señor qué enfrenta. La oración es un acto de fe. Con ella usted
declara su confianza en Dios y en su capacidad. Muchas veces Él permite que
venga una necesidad para poder enseñarle a confiar en Él a un nivel mucho
mayor. Ningún problema es demasiado complicado ni difícil para Él.
Estas son las preguntas serias que usted debe contestar: «¿Cómo estoy
reaccionando en medio de mi circunstancia o situación?» También: «¿Estoy
confiando en Dios o buscando frenéticamente una salida rápida del problema, sin
descubrir qué quiere Él que yo aprenda?»
Las personas que hacen ese tipo de cálculos no están confiando en el Señor, sino
exigiéndole que ejerza su poder para cumplir sus órdenes y deseos personales.
Siempre que «tengamos esperado» que Dios se mueva de cierto modo, ya nos
hemos perdido la lección más profunda que Él quiere que aprendamos.
Dios nos llama a confiar en Él y sólo en Él, para satisfacer nuestras necesidades y
ser nuestra fuente total de provisión. Además, el Señor requiere que lo
obedezcamos como un aspecto implícito de confiar en Él. Por lo tanto, dígale:
«Señor, confío en Ti totalmente para satisfacer mis necesidades, en Tu tiempo
perfecto y conforme a Tus métodos. Quiero poner en el altar mis esperanzas,
sueños y deseos egoístas. Moldéalos para que representen Tu voluntad para mi
vida. Yo seguiré obedeciéndote, por el poder de Tu Espíritu, y creyendo que al
hacerlo Tú vas a cuidar de mí». Usted puede contar con el amor, la sabiduría, el
poder y la gracia de Dios. Él nunca le ha fallado. Él es el Dios que se interesa y
que proveerá lo que usted necesite en el momento justo. Usted lo sabrá, porque
Él lo hará con más abundancia de la que usted se haya imaginado.
POR
Tal vez no experimente ahora mismo un tiempo difícil. Desde su punto vista,
todo se ve soleado y despejado. Sin embargo, las tormentas siempre llegan. A
veces se agolpan sobre nuestras vidas y nos azotan sin clemencia. ¿Cómo
mantenemos la paz y el equilibrio espiritual cuando las pruebas golpean nuestra
vida?
Nadie, aparte de Dios, está equipado para manejar nuestros problemas. Él nunca
quiso que sacáramos fuerzas de nosotros mismos. Él quiere que hallemos valor,
esperanza y fortaleza en Él y en su Palabra.
Muchos se preguntan qué pueden hacer para cambiar los sentimientos de
ansiedad que tienen cuando se encuentran bajo presión. Uno de los primeros
pasos es reconocer la ansiedad por lo que es, todo lo opuesto de la paz. Es como
un abanico que aviva las llamas de la duda y la confusión, y tiene el poder para
dejarnos indefensos y enmarañados en toda clase de preocupaciones y temores.
Cada vez que sucumbimos a esos pensamientos de ansiedad, perdemos nuestro
enfoque y nuestra mente espiritual. La clave para superar la ansiedad se
encuentra únicamente en la presencia de Dios.
Pablo nos exhorta: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras
peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la
paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Fil 4.6, 7).
Aceptar la agenda de Dios y las limitaciones que impone en una situación dada
contribuye a reducir la ansiedad. Por lo tanto, deje que Él provea para usted en su
tiempo oportuno. Cuando usted acepta la vida como un regalo de la mano de
Dios, hará lo que dice el himno de Helen Lemmel y fijará sus ojos en Jesús.
Usted verá su rostro glorioso y en su mirada encontrará misericordia y gracia,
perdón y esperanza, paz y seguridad eterna.
¿Qué estaría dispuesto a dar para experimentar la paz de Dios? ¿Está dispuesto a
dejar el enojo que envenena su alma porque alguien le ha causado alguna herida?
Dios conoce el dolor que usted ha experimentado. ¿Confiará en Él con calma,
sabiendo que no le ha olvidado sino que está dispuesto a sanarle ahora mismo?
En uno de los momentos más difíciles de su vida, David escribió el Salmo 57 que
empieza así: «Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en
ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen
los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece. Él enviará
desde los cielos, y me salvará de la infamia del que me acosa; Dios enviará su
misericordia y su verdad» (vv. 1–3).
APRÓPIESE DE LAS PALABRAS DE JESÚS: <<LAPAZ SEA
CONTIFO>>
¿Cómo pudo escribir David con tanta confianza, mientras el rey Saúl trataba de
matarlo? David tenía la inquebrantable paz divina dentro de su corazón, aquella
paz que le daba certeza que Dios iba a proteger su vida y a cumplir las promesas
que le había hecho.
El lugar más seguro para usted cuando vienen las pruebas es en los brazos de su
Salvador. Después de su resurrección, Jesús apareció a sus discípulos y les dijo:
«Paz a vosotros» (Jn 20.19). No fue un simple saludo, el Señor tenía un propósito
específico con esa frase. Se refería a la paz de Dios, inconmovible y eterna, la
paz que Él mismo compró en la cruz (Jn 14.27; Ro 5.1; Ef 2.13–16). Esta es la
paz que usted necesita hoy.
Deje que esta paz invada su corazón. Dígale todo lo que siente. Él entiende y
sabe que la vida puede ser difícil, pero Él tiene la solución. Nuestra paz reside en
nuestro Salvador, quien nos ama con un amor incondicional. Él ha prometido
guardarnos y llevarnos a los brazos amorosos del Padre.
POR
Una de las lecciones más importantes que podemos aprender es cómo escuchar
a Dios. En nuestras vidas complicadas y ajetreadas, nada es más urgente, nada es
más necesario y nada es más satisfactorio que oír lo que Dios quiere decirnos y
obedecerlo.
Por supuesto, una conversación de verdad implica tanto hablar como escuchar, y
a la mayoría de nosotros nos va mejor con la primera parte.
Este puede ser uno de los conceptos más importantes que usted debe entender
para aprender a escuchar a Dios. Cuando el Señor habla, le está hablando a usted.
La Palabra de Dios contiene su verdad; por lo tanto, recíbala como algo personal.
Permita al Espíritu Santo abrir su corazón para que usted tenga un entendimiento
más profundo de las Escrituras. Así podrá reclamar las promesas de Dios para su
vida y también entenderá a un nivel más profundo su provisión, su cuidado y su
amor.
POR
En este mundo agitado, el simple acto de esperar puede hacernos perder los
estribos y el buen juicio, ¡con más frecuencia de lo que quisiéramos admitir! A
nadie le gusta hacer fila más de diez minutos; tampoco nos gusta detenernos en
los cruces de calles; y preferiríamos no esperar tanto para recibir nuestra orden en
el restaurante. Ni siquiera nos gusta esperar mientras llegan las cosas buenas,
como por ejemplo, que un pez muerda el anzuelo. Queremos lo que queremos, y
lo queremos ahora mismo.
Por otro lado, la Palabra de Dios insiste en que aprendamos algunas de las
lecciones más grandes de la vida mientras esperamos. Las salas de espera pueden
ser salones de clase muy agobiantes, pero Dios promete grandes recompensas a
quienes esperan en Él. Su plan consiste en usar las pausas prolongadas de la vida
para nuestra bendición… si sabemos esperar.
Así como Dios profundiza nuestra relación con Él durante los tiempos
de espera, también aumenta nuestra energía, fe, paciencia y firmeza.
Crecemos en la semejanza a Cristo y en todos sus atributos, que
incluyen amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza (Gá 5.22, 23). Es evidente que esperar en Él
no es ninguna pérdida de tiempo.
3. Ganamos batallas.
Considere el esperar en Dios como algo similar a sembrar un jardín. Usted pone
una semilla bajo la tierra y le echa agua. Luego espera.
Y espera.
Y espera.
Después que el sol y la lluvia nutren la tierra, las semillas empiezan a crecer, y un
día, por fin, usted empieza a ver la evidencia de lo que ha plantado. Suponga
ahora que hubiera sido impaciente, y que hubiera desenterrado las semillas
porque nada parecía estar sucediendo. Habría arruinado su huerta.
Recuerde que algunos frutos requieren mucho tiempo para madurar, y Aquel que
quiere hacer crecer el mejor fruto en nuestra vida, sabe con exactitud cuánto
tiempo nos toca esperar. Por lo tanto, confíe en Él y sea paciente, porque Él está
produciendo el fruto más maravilloso y precioso que usted podría esperar o
imaginarse.
POR
Con mucha frecuencia, los cristianos luchan por llegar a lo que perciben como
la cima. Elaboran largas listas de logros personales, con la esperanza de un día
poder dársela a Dios y decir: «Mira todo lo que hice por ti».
Sin embargo, Dios nunca nos acepta con base en lo que hayamos hecho, Él nos
recibe gracias a lo que Cristo hizo en la cruz (Ef 2.8, 9). Es por esta razón que
nos instruye a dejar de depender de nuestros logros y apoyarnos sólo en Él (Pr
3.5, 6). Esto es algo que no se aplica solamente a la salvación, sino a todos los
aspectos de la vida. El Señor nos llama a arrepentirnos de nuestros hábitos
pecaminosos, de nuestra autosuficiencia y de la búsqueda de nuestros deseos
orgullosos, hasta que podamos decir honestamente: «Todo lo que soy y todo lo
que tengo es de Dios. Él está en mí y yo en Él, y eso es todo lo que cuenta».
Tal vez usted esté pasando por un período de quebrantamiento y sienta que el
dolor emocional es más de lo que puede aguantar. Tal vez haya tenido que
enfrentar una serie de decepciones que han menoscabado por completo su sentido
de seguridad. En lugar de ceder al temor, pídale al Señor que le revele lo que le
está enseñando.
El apóstol Pablo pasó por un tiempo similar de sufrimiento, y escribió: «respecto
a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí» (2 Co 12.8). Aunque
Dios no le quitó a Pablo el «aguijón» que tenía en su carne, sí le ayudó a entender
que le fue dado para evitar que se enalteciera y se apoyara en algo fuera de Cristo
(2 Co 12.7–11). El Señor también le enseñó al apóstol que su gracia siempre sería
más que suficiente para todas sus debilidades.
POR
Algunas personas creen que, si Dios no les concede algún deseo entrañable,
sería lo peor que podría pasarles en la vida. Creen que quedarán totalmente
desilusionados y devastados si aquel deseo profundo sigue sin hacerse realidad.
Por esa razón, optan por vivir en función de su deseo, sea en oposición a la
voluntad de Dios o en desconsideración de ella, y
terminan verdaderamente frustrados, incluso si llegan a conseguir aquello que
creyeron necesitar tanto. Son como los israelitas en el tiempo de Moisés, que se
quejaron ante Dios e insistieron en tener carne en su dieta (Nm 11.4, 31–34; Sal
78.27–31). Salmo 106.15 nos dice que Dios «les dio lo que pidieron; mas envió
mortandad sobre ellos». El deseo se convierte en maldición.
Debemos volver al deseo más profundo que existe en todo corazón humano,
aquella cosa singular que anhelamos de verdad: conocer a Dios. Tan pronto
quedemos satisfechos con su presencia, requeriremos mucho menos de lo que el
mundo nos ofrece.
Quizás no reconozca el anhelo que tiene en su interior como un deseo intenso de
Dios. De hecho, es posible que simplemente se sienta insatisfecho con su vida.
Tal vez la relación que quería y que al fin consiguió no es todo lo que pensó que
iba a ser. Quizás ya tenga todo lo que hubiera querido tener en la vida, y sin
embargo pase por períodos melancólicos de nostalgia, tristeza y soledad.
Siempre habrá algo más que podamos aprender acerca de Dios, y mientras
vivamos en la tierra nunca vamos a conocerlo a plenitud (1 Co 13.12), pero tan
pronto entramos a una relación con el Señor, Él promete revelarnos más de sí
mismo, a medida que tenemos compañerismo diario con Él. Oseas 2.19, 20 dice:
«te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio,
benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a
Jehová».
POR
MARCARLEER MÁS TARDECOMPARTIR
Es una noción sencilla, pero conlleva una verdad tremenda: Dios quiere que
clamemos a Él. De hecho, muchas veces permite desilusiones y dificultades en
nuestras vidas para que nos acerquemos más a Él en comunión íntima.
La oración es una herramienta muy poderosa para los creyentes. Por medio de
ella el Señor nos bendice y nos libra de ataduras. En oración profesamos nuestra
necesidad de Cristo y pedimos su solución a nuestros problemas. También
aprendemos a adorarlo y crecemos espiritualmente en su presencia amorosa.
Hay varios requisitos esenciales para establecer una poderosa vida de oración:
Dios honra las oraciones de su pueblo. Si acude a Él, buscándole con fervor y
obedeciendo sus mandatos, Él proveerá todo lo que necesite. Así que no se
preocupe de lo que vaya a decir; el Espíritu Santo se lo mostrará. A veces, las
lágrimas son tan elocuentes como las palabras, y Dios es sensible a cada una de
sus lágrimas. Así como Él entiende el dolor que siente, también sabe cómo
guiarle en medio de cualquier prueba que usted deba enfrentar.
Recuerde siempre que Dios es más grande que cualquier problema que usted
enfrente, y la distancia entre su éxito y el fracaso o su victoria y la derrota es la
distancia entre sus rodillas y el piso. Usted alcanza su mayor estatura y fuerza
cuando se arrodilla ante su Señor y Salvador maravilloso, en oración y rendición
total. ¿Por qué? Porque Él conoce el camino que usted tiene por delante, y puede
guiarle en medio de la dificultad si confía en Él. Además, si se somete a Él en
obediencia, Él aplica sus recursos, su sabiduría y su poder ilimitados para
ayudarle.
Mi reto para usted es simple: sea cual sea su situación, ponga su confianza en
Dios. Pídale que se lleve la ansiedad, el temor y los sentimientos de frustración.
Tenga fe en el Señor y descanse en su cuidado. Jamás sentirá mayor aceptación o
seguridad que estando en la presencia de Dios. La victoria le espera, así que
venga a Él.
POR
La vida no es fácil. Nos esperan muchos baches y vueltas a lo largo del camino.
La carrera es real, la batalla continua, y las experiencias dolorosas pueden
atravesarnos el corazón. Sin embargo, nuestras circunstancias no deberían definir
quiénes somos ni cómo reaccionamos. Más bien, como creyentes, nuestra
conducta en cada situación debería honrar al Señor Jesús y nuestra identidad
siempre debería basarse en la salvación que Él nos ha provisto.
Pero entienda que, tal como usted, los santos del pasado no supieron cómo iba a
terminar su historia, ni tampoco cuándo cumpliría Dios las promesas que les
había hecho. No obstante, 1 Reyes 8.56 declara: «ninguna palabra de todas sus
promesas… ha faltado».
Entonces, ¿cómo fue que ellos demostraron tener una fe tan fuerte en Dios? La
tenían porque confiaron en el hecho de que el Señor era capaz de ayudarles y
hacer que todas las cosas obraran para bien (Ro 8.28; He 11.1). Aunque nada más
tuviera sentido para ellos, decidieron poner su esperanza en el Señor soberano, y
Él los recompensó por su confianza (He 11.6).
Usted no está solo(a). Su Señor soberano está a su lado en cada situación. Por lo
tanto, clame a Él para que le infunda su poder y sabiduría, y obedezca en todo lo
que le llame a hacer. Recuerde también que usted nunca es una víctima de sus
circunstancias, pues su Dios soberano puede usar todo lo que le suceda para
bendecirle y para ser glorificado.
POR
No se preocupen por el futuro. De nada les sirve preocuparse, cuando Dios los
ama y cuida de ustedes. Eso sí, cuando Dios los bendiga, acuérdense de mantener
su mirada en Él y no en la bendición. Disfruten sus bendiciones día tras día, tal
como los israelitas disfrutaron su maná; pero no traten de acaparar las
bendiciones para el futuro…
A veces en esta vida de fe, Dios va a quitarles sus bendiciones, pero recuerden
que Él sabe cómo y cuándo reemplazarlas, bien sea por el ministerio de otros o
por Él mismo. Dios puede sacar hijos suyos hasta de las piedras.
Coman su pan de cada día sin afanarse por el mañana. Ya habrá tiempo suficiente
mañana para pensar en las cosas que están porvenir. El mismo Dios que los
alimenta hoy, también los alimentará mañana. Dios se encargará de hacer caer
maná del cielo en medio del desierto, antes que cualquier bien les falte a sus
hijos.
Dios anhela que usted se abandone por completo a su control y su apoyo eterno.
Él se encarga de todo lo que le concierne de la mejor manera posible, y también
le sustentará en el proceso (Fil 4.6, 7).
Cuando sienta que ya está listo para rendirse completamente al Señor, el Salmo
56 le ofrece una maravillosa oración modelo: «En el día que temo, yo en ti
confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede
hacerme el hombre?» (vv. 3, 4).
Quizás hasta este punto en su relación con el Señor usted no haya experimentado
una prueba tan severa que le hizo evaluar el fundamento verdadero de su
confianza. Dios le ha bendecido con un período de fortalecimiento sosegado.
Pero entienda que Él le ama demasiado como para permitirle vivir bajo cualquier
noción de autosuficiencia. Él le pondrá a prueba en algún momento, pero siempre
con el propósito de demostrar su amor abundante y eterno.
POR
Mateo 1.19 nos muestra que José consideró un plan de acción distinto, quizás en
un intento por atenuar en alguna medida aquella situación tan penosa: «José su
marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente». Sin
embargo, como sabemos, María no había violado la ley en absoluto. De hecho,
Dios tenía planes muy especiales con aquel embarazo (Is 7.14; Mt 1.18; Lc 1.26–
38). El ángel del Señor le dijo a María: «concebirás en tu vientre, y darás a luz un
hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del
Altísimo» (Lc 1.31, 32).
Dios sí tiene bendiciones para usted, más de las que pueda imaginar. Suéltese de
las desilusiones y el miedo, y sujétese de la esperanza y la confianza en el Señor
una vez más. Dios tiene su futuro en sus manos, y usted jamás saldrá perdiendo si
vive esperando en lo que Él ya le ha reservado.
POR
Los requerimientos simples del Señor sirven como piedras de apoyo en nuestro
andar que nos permiten acceder a las bendiciones más maravillosas de la vida.
Simón Pedro ilustra lo que puede suceder cuando le decimos «sí» a Dios.
Cierto día una gran muchedumbre se apretujaba mientras Jesús les predicaba (Lc
5.1–11). El Señor quiso usar la barca de Pedro como una plataforma flotante
desde la cual pudiera dirigirse a la multitud, así que le pidió al futuro apóstol que
la apartara un poco de la orilla (v. 3), una petición nada fuera de lo común. Sin
embargo, el acatamiento de Pedro a esta petición del Maestro preparó el camino
para una bendición que le cambió la vida. También podemos aprender de su
ejemplo cuán esencial es obedecer a Dios, hasta en los asuntos más pequeños.
Considere tres razones por las que la obediencia es crucial para el éxito en la vida
cristiana:
Suponga que Pedro hubiera dicho: «Mira, ahora mismo estoy ocupado limpiando
mis redes. No te puedo ayudar porque esta noche me voy otra vez de pesca».
También pudo haber dicho: «¿Por qué no vas a ver si puedes usar aquella otra
barca?» O, «ya estuve pescando toda la noche; sería una pérdida de tiempo salir
otra vez». Si Pedro hubiera dicho algo distinto a «sí», se habría perdido la
experiencia de pesca más maravillosa de su vida. Pero debido a la obediencia de
Pedro, el Señor proveyó un milagro que no olvidaría jamás.
Muy probablemente, Pedro supuso que las instrucciones de pesca de Jesús bien
podrían terminar siendo una pérdida de tiempo. No obstante, cuando acató el
sencillo requerimiento del Señor, Cristo realizó un milagro que llenó de asombro
al discípulo. Jesús convirtió una barca vacía en dos llenas. Nosotros también,
como Pedro, debemos reconocer que obedecer a Dios siempre es la manera más
sabia de proceder. Él también puede tomar cualquier vacío nuestro, sea en las
finanzas, en las relaciones o en nuestra vida profesional, y transformarlo en algo
espléndido.
Tal vez haya vacilado en obedecer a Dios porque tenga temor de las
consecuencias de su decisión, pero el mandato del Señor para usted es que le
tema a Él por encima de todo lo demás. El mismo Dios soberano y omnipotente
que mantiene su corazón latiendo y los planetas en su órbita es más que capaz de
lidiar con los resultados de su obediencia. Cuando Él le diga que haga algo, y
usted sepa sin lugar a dudas que esa es su voluntad, usted necesita obedecer con
base única y exclusiva en Quien lo ha dicho.
POR
¿A quién acude diariamente para recibir guía sobre cómo vivir o qué decisión
tomar?
Las Escrituras nos dicen que el único Guía digno de toda nuestra confianza es el
Espíritu Santo. Nadie fuera de Él conoce totalmente nuestro pasado, desde el
momento en que fuimos concebidos hasta el presente, además que también
conoce nuestro futuro, desde este día hasta la eternidad. Él conoce el plan y el
propósito de Dios para nosotros, cada día de nuestras vidas. También sabe qué es
bueno y conveniente para nosotros.
Dios desea darle a conocer su voluntad. Él quiere que usted sepa qué hacer y
cuándo hacerlo. Por lo tanto, puede confiar en el Espíritu Santo para que sea su
Guía diaria. Después que el Señor derramó el Espíritu Santo sobre los discípulos,
ellos fueron guiados de manera profunda por el Espíritu. Los versículos a
continuación proveen unos cuantos ejemplos de cómo el Espíritu Santo
interactuó con el pueblo de Dios, de tal manera que les proporcionó orientación y
guía muy personal y específica. Lo que Él hizo por ellos entonces, desea hacerlo
por usted hoy mismo.
EL ESPÍRITU DE VERDAD ES COMO UN COMPAS INTERNO EN
NUESTRAS VIDAS.
«El Espíritu me dijo que fuese con ellos sin dudar» (Hch 11.12).
Tal vez pregunte: «¿Existen condiciones para que podamos ser guiados por el
Espíritu Santo en nuestras vidas?»
Sí.
Segundo, debemos creer y obedecer su guía. Será mucho más probable que
escuchemos lo que el Espíritu Santo tiene que decir si estamos escuchando
activamente, pendientes de lo que Él vaya a decirnos. Si vivimos con la
expectativa de buscar de Dios, percibiremos con mayor claridad la dirección del
Espíritu Santo. Hebreos 11.6 nos dice que Dios «es galardonador de los que le
buscan». Hemos de ser diligentes en buscar su guía, pedírsela, estar pendientes
de ella, anticiparla y recibirla.
POR
El rey David sabía que Dios lo había prosperado y le había dado reposo de
todos sus enemigos. Un día se fijó en cada rincón de su cómoda casa y le dijo a
Natán el profeta: «Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está
entre cortinas» (2 S 7.2). El rey quiso construir un templo para Dios, una empresa
nada pequeña.
Pero Dios tenía en mente una bendición mucho más grande para David. Él dijo:
«Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa… será afirmada tu casa y tu
reino para siempre delante de tu rostro» (2 S 7.11, 16).
Esta historia nos muestra claramente que nunca podemos superar a Dios en
generosidad. Aunque Él recibe con gusto nuestros regalos y ofrendas, siempre
nos dará muchísimo más de lo que podríamos darle a Él. Dios nunca será deudor
de nadie.
Jesús declaró que cualquier persona que diera a uno de sus seguidores hasta un
vaso de agua en su nombre, sería generosamente recompensada (Mr 9.41). En
cierta ocasión ilustró la generosidad de Dios describiendo cómo un «hombre
noble» recompensó a sus siervos con múltiples ciudades porque ellos duplicaron
varias veces la pequeña cantidad de dinero que les había dado. Pedro se jactó una
vez con el Señor diciendo: «He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones
y te hemos seguido» (Lc 18.28). Pedro probablemente esperaba una palmadita en
la espalda. En cambio, Jesús le dijo: «De cierto os digo, que no hay nadie que
haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios,
que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida
eterna» (Lc 18.29, 30).
En uno de los ejemplos más claros de este principio en las Escrituras, Jesús nos
dice: «Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en
vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a
medir» (Lc 6.38).
Diezmar es dar el diez por ciento de nuestros ingresos a Dios para su obra. Todo
lo que tenemos es un regalo de Dios; por lo tanto, el diezmo es meramente una
porción de lo que Él ya nos ha dado. Si obedecemos la Palabra de Dios y damos
con alegría la porción que Él ha requerido de nosotros, nos bendecirá tanto a
nosotros como a la obra de su reino.
Hace años, Dios nos dirigió a comprar una propiedad para la ampliación de la
Primera Iglesia Bautista de Atlanta. Empezamos a orar para que Él proveyera los
fondos que necesitábamos.
También oré específicamente pidiendo que el Señor me mostrara qué quería que
yo aportara. Había contribuido con mis finanzas, pero sentí que había algo más
que Él requería de mí.
Varios meses después, una mujer tocó a la puerta de mi casa. Al abrirla noté que
ella llevaba dos bolsas de compras bastante grandes. Me preguntó: «¿Usted es
Charles Stanley?» No supe qué pensar en ese momento pero le contesté: «Sí, soy
yo».
Luego me dijo: «Esto es para usted». Ella dejó las bolsas en el piso y se marchó.
Miré adentro y reconocí de inmediato mi equipo de fotografía. Dios me había
devuelto cada lente y cada cámara. ¿Es así es como Dios obra? Yo creo que sí.
Muchas veces, Él nos prueba para ver en dónde está puesta nuestra devoción
verdadera: ¿en las «cosas» o en Él?
El salmista preguntó: «¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para
conmigo?» (Sal 116.12). La pregunta podría parafrasearse: «¿Cómo puedo
reembolsarle ó restituirle al Señor toda su bondad hacia mí?» La respuesta es que
no podemos. Nadie puede, porque nadie supera al Señor en generosidad.
POR
Muchos cristianos hoy día parecen contentarse con vivir lo que consideran
una vida cristiana adecuada. Creen que si van a la iglesia, leen su Biblia
ocasionalmente y elevan sus oraciones de vez en cuando, habrán hecho más
que suficiente para complacer a Dios. En ciertas ocasiones pueden ser
inspirados a ir más allá de su rutina normal y ofrecerse de voluntarios para
servir a los demás, bien sea como ujieres, como parte de un comité en la iglesia,
o hasta yéndose a un viaje misionero a corto plazo. Aunque siguen la formalidad
de todas las acciones propias de «un buen cristiano», no disfrutan el poder, la
paz y el gozo que deberían acompañar la vida abundante que Jesús prometió (Jn
10.10). Tarde o temprano, esa vida cristiana falsificada se convierte en una
carga para ellos que no los reconforta cuando arrecian las tempestades de la
adversidad.
Usted no fue creado(a) para vivir de esa manera. Dios no le llama a usted ni a
ningún otro creyente a una vida cristiana marginal y caracterizada por quehaceres
y rituales. Él desea tener una relación diaria con usted, en la que usted
experimente su presencia y confíe en Él para recibir sabiduría, valor y fortaleza
en todas las situaciones. Con cada paso que dé, cada decisión que tome, cada
conversación que sostenga y cada pensamiento que retenga, el Señor quiere
glorificarse a través de usted. Él desea brillar en su vida, haciendo que sus
talentos, sus rasgos y su personalidad sean iluminados por su amor, su gozo, su
paz, su paciencia, su benignidad, su bondad, su fidelidad, su mansedumbre y su
templanza, a medida que usted procede en obediencia a Él.
MUCHAS PERSONAS NUNCA LLEGAN A ENTENDER CUÁN
PODEROSAMENTE CRISTO PODRÍA DEMOSTRAR SU VIDA A
TRAVÉS DE ELLOS.
En otras palabras, vivir la vida cristiana es permitir al Señor Jesús vivir en y por
medio de usted. Por esa razón Pablo escribió: «Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí» (Gá 2.20).
¿Cómo le permite usted a Jesús hacer esto? ¿De qué manera vive Él en y por
medio de usted? Si estas dos preguntas le parecen difíciles o confusas, no está
solo(a). Muchas personas nunca llegan a entender cuán poderosamente Cristo
podría demostrar su vida a través de ellos. Esto se debe a que muchos creen que
la vida cristiana consiste en realizar actos piadosos, cuando en realidad comienza
con una relación profunda e íntima con el Señor.
Por lo tanto, para contestar la primera pregunta: ¿cómo le permite usted a Jesús
hacer esto?—usted debe entender que la respuesta viene como resultado de
trabajar en su relación con Cristo. Esto lo logra por medio de estudiar la Biblia,
orar, adorar y tener compañerismo con otros creyentes. No se trata solamente de
aprender acerca de Él, sino que usted debe escucharlo a Él, porque Él le enseñará
cómo amarlo, cómo vivir para Él y cómo andar en sus caminos.
¿Hay algo que le distraiga de tener una relación íntima con el Señor? ¿Ha dejado
de confiar en la soberanía de Dios? ¿Le preocupa no estar haciendo lo suficiente
para merecer una relación con Él, o que podría perder la vida eterna que Él le ha
dado? De ser así, usted necesita volver a la verdad básica de que su salvación es
por la fe en Cristo y no por las obras. No hay nada en absoluto que usted pueda
hacer para ganarla ni para ser digno de ella. Por lo tanto, tampoco hay nada que
usted pueda hacer o dejar de hacer para perderla.
ÉL TIENE UN PROPÓSITO ESPECIAL PARA SU VIDA, Y LA
ACCIÓN MÁS IMPORTANTE QUE USTED PUEDE EMPRENDER
EN LA VIDA ES SIMPLEMENTE OBEDECER A DIOS, SIN
IMPORTAR QUÉ LE MANDE HACER.
Aquí el asunto no es su salvación sino el impacto de su vida para Cristo y el gozo
y la satisfacción que usted reciba de Él. Dios no le llama a una vida adecuada, Él
quiere que su vida sea extraordinaria. Sin embargo, para que experimente la vida
que Él ha planeado para usted, debe dejar de distraerse con asuntos de la periferia
y enfocar su atención completamente en Él. ¿Puede hacerlo? ¿Puede confiar que
Jesús viva su vida a través de usted y se encargue de todo lo que le produce
ansiedad?
¡Por supuesto que sí! El mismo Dios que le redimió puede enseñarle a vivir para
Él. El mismo Salvador en quien confió para su eternidad es más que capaz de
encargarse de todos los asuntos que le agobian diariamente y resplandecer
radiantemente a través de usted para que otros puedan conocerlo y ser salvos. Por
lo tanto, muera a sus presuposiciones de lo que debería ser la vida cristiana, para
que pueda experimentar la verdadera vida en Él.
POR
Este breve ejercicio no tiene por objeto presionarle, sino establecer un marco de
referencia para este principio de vida.
La única razón por la que Dios envió a su Hijo a este mundo a morir por nuestros
pecados es que Él nos amó. Cuando reconocemos nuestro pecado y nuestra
necesidad de un Salvador, Él nos perdona, nos otorga la vida eterna y nos
obsequia el don de su Espíritu Santo en virtud de su amor y su gracia
inmensurable. No hay otra razón.
Muchas personas parecen creer que Dios salva a un hombre o a una mujer debido
a las buenas obras o el servicio de esa persona. Nada podría estar más lejos de la
verdad. Ninguna cantidad ni calidad de servicio puede hacernos merecedores de
la salvación. El apóstol Pablo dejó este punto muy en claro cuando escribió:
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es
don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef 2.8, 9). ¡Hasta la fe por
la cual creemos que Dios nos perdona y nos salva es un regalo divino que fluye
de su amor!
CUALQUIER BIEN QUE HAGAMOS ES EN RESPUESTA A LAS
DÁDIVAS QUE DIOS NOS DA.
Este punto es crucial y debe ser comprendido plenamente: cualquier bien que
hagamos es en respuesta a las dádivas que Dios nos brinda, de salvación, vida
eterna y el Espíritu Santo. Nunca sirve para ganar, merecer ni pagar la salvación.
Dios nos salvó a usted y a mí para que sirviéramos como ejemplos a otros, de
cómo su amor y su misericordia obran en y por medio de una vida humana.
Muchas personas parecen pensar que la única razón para la salvación es que una
persona vaya al cielo cuando muera. La vida eterna es parte del plan de perdón de
Dios, pero no es la única razón para nuestra salvación. Dios nos salvó para que
cada uno de nosotros reflejara su naturaleza; para que pudiéramos ser su pueblo
en esta tierra, haciendo la clase de obras que Jesús mismo haría, si Él anduviera
en nuestros zapatos y en nuestro lugar en las realidades sociales de nuestra época,
durante nuestro tiempo de vida en este mundo. Él desea manifestar su carácter a
través de nuestras personalidades y nuestras habilidades.
Muchos parecen pensar que una persona se parece más a Jesús cuando predica
como Jesús predicó, enseña como Jesús enseñó, sana como Jesús sanó o hace
milagros como los hizo Jesús. Se limitan a ver la manifestación externa del
testimonio y el ministerio de una persona.
Necesitan ver más allá de esa manifestación externa, la motivación en la vida de
Jesús. Esa motivación siempre fue el amor. Jesús predicaba, enseñaba, sanaba y
hacía milagros con el fin de ayudar a los demás, nunca para ser el centro de
atención. Él vertió su vida misma para que otros pudieran ser salvos. Pablo
escribió: «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor
a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos» (2 Co 8.9).
Dios nos llama a servirnos los unos a los otros tal como Jesús lo hizo. Él no le
salvó ni le llamó a servir para que usted pudiera ser exaltado, alabado, enaltecido
ni puesto sobre un pedestal. Él le salvó para que usted pudiera servirlo a Él y a
los demás. Cuando hacemos esto, lo honramos con nuestras vidas. Lo más
importante que usted puede hacer fuera de aceptar a Cristo como su Salvador, es
darle su vida y dejarse guiar por Él cada día.
Dios nos amó para que pudiéramos amar a otros. Él nos bendice para que
podamos bendecir a otros. De eso se trata la vida cristiana.
POR
Cada vez que sea confrontado(a) por la adversidad, recuerde siempre que Dios
tiene un propósito al permitir que ella toque su vida. Él nunca pierde el control.
Él tiene un plan y una meta, no sólo para esta situación en particular sino también
para toda su vida. En tiempos de dificultad, Él es su fortaleza inamovible (Pr
18.10), y ha prometido que nunca le abandonará.
¿Qué puede hacer usted cuando arremete la adversidad? El libro de Hebreos nos
anima con estas palabras: «No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande
galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa» (He 10.35, 36).
Un caso especial es la vida de José, que nos ofrece un estudio excelente de la fe,
la confianza y la victoria en medio de la adversidad. Siendo un joven, confió en
Dios y vio la manera como Él tomó el acto más cruel y lo encauzó para
bendición. Vendido como esclavo por sus hermanos, José pasó años en
servidumbre y confinado a una vida de esclavitud. Incluso cuando parecía que
iba a ser librado del peligro y la aflicción, la adversidad arremetió contra él por
segunda vez, cuando fue acusado falsamente de un delito. Así volvió a parar al
calabozo, pero esta vez para pagar una peor condena.
La adversidad se las arregla para empujarnos más allá de nosotros mismos, donde
encontramos a Dios, a la espera de tomarnos en sus brazos. La adversidad nos
motiva a orar como nada más puede hacerlo, y es en la oración que encontramos
refugio de las tormentas de la vida. Asimismo, al estar refugiados en la presencia
reconfortante de Dios, descubrimos aquella seguridad y aquella esperanza que
pensamos haber perdido.
Nunca olvide que Dios conoce el futuro. Él entiende las ventajas de la adversidad
y cómo puede ser usada para fortalecer su fe, refinar su esperanza y aquietar su
corazón, llevándole a un lugar de contentamiento y confianza en su vida. Sin los
tiempos de adversidad, usted se perdería la experiencia poderosa de tener a Dios
caminando junto a usted a través de los valles de lágrimas de la vida.
POR
Recuerdo la ocasión en que nos era preciso encontrar una propiedad nueva para
albergar nuestro ministerio de televisión y radio, «En Contacto». Cuatro meses
antes del traslado previsto, encontramos un edificio que nos pareció perfecto. El
único problema era que costaba $2.7 millones de dólares. Varios miembros de la
junta y otros en el personal ejecutivo se pusieron de acuerdo sobre la ubicación y
el precio, y sugirieron que sacáramos un préstamo para adquirir la propiedad. Sin
embargo, otros rechazaron tanto el precio como la noción de incurrir una gran
deuda.
Durante las dos horas que conduje desde Atlanta hasta las cabañas, estuve
pensando y orando, y Dios me trajo a la mente Zacarías 4.6: «No con ejército, ni
con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». Lo interpreté
como una señal de que Él quería hacer algo que nosotros desconocíamos por
completo. Así que oré: «Señor, sea lo que sea que tengas pensado hacer, ¡por
favor no permitas que nos lo perdamos!»
Durante dos días, hablamos muy poco y oramos mucho. Clamamos a Dios con
desesperación, sabiendo que se acercaba la fecha límite y que estábamos
perdiendo tanto la paz como la unidad. Durante un receso, llamé a nuestro
administrador y me enteré que habíamos recibido una prórroga en nuestras
instalaciones vigentes, y contábamos con seis meses más antes de tener que
mudarnos. Esa fue una gran noticia. Más tarde, mi amigo me llamó a contarme
que el dueño de la propiedad había accedido a vendérnosla por $2 millones.
Solamente había un problema. El edificio tenía un arrendatario al que todavía le
quedaban seis meses en su contrato de alquiler, y pedirles desocupar antes de
tiempo nos costaría un dinero extra. Nosotros seguimos orando.
Cuando nos fuimos de Unicoi dos días después, seguíamos sin tener una
dirección clara acerca de cómo se llevaría a cabo la compra del edificio, pero
estábamos comprometidos a esperar en Dios. Teníamos plena confianza que Él
tenía en mente algo diferente a sacar un préstamo multimillonario y que su plan
ya había sido puesto en marcha.
Tan pronto llegué a casa, recibí un recado para llamar a un caballero a quien no
conocía. Se trataba de un televidente de «En Contacto» que estaba interesado en
ayudar al ministerio. Le devolví la llamada y me dijo: «Dr. Stanley, lo he tenido a
usted y a su ministerio en mi mente durante los últimos días. He notado que
nunca pide dinero en sus programas, pero me preguntaba si tendría alguna
necesidad».
EL SEÑOR SABE EXACTAMENTE LO QUE USTED NECESITA, Y
ÉL SIEMPRE CONTESTARÁ SUS ORACIONES DE LA MANERA
QUE SEA ABSOLUTAMENTE MÁS BENEFICIOSA PARA USTED.
Yo no sabía si reír o llorar. Le expliqué nuestra situación y luego le conté acerca
de nuestra reunión de oración. Me preguntó cuánto costaba el edificio. Le dije
que yo creía que podíamos conseguirlo por dos millones de dólares. El hermano
dijo: «Yo creo que me puedo encargar de eso». Y lo hizo. Unos noventa días
después, cerramos el negocio.
No hay nada como la oración para ahorrar tiempo. Usted puede estar enfrentando
un gran cambio o una decisión que le parece abrumadora. El Señor sabe
exactamente lo que usted necesita, y Él siempre contestará sus oraciones de la
manera que sea absolutamente más beneficiosa para usted. Por lo tanto, pase
tiempo escuchándolo, recibiendo su sabiduría y dirección, y bebiendo nada más
que su presencia y su poder. Guarde silencio delante de Él, descanse en Él y
permítale ordenar sus pasos. Él le librará de avanzar en la dirección equivocada y
desperdiciar su tiempo haciendo cosas innecesarias.
POR
A veces este era un principio difícil de aceptar para los judíos cristianos. Ellos
estaban acostumbrados a participar en una variedad de lavamientos y ofrendas
ceremoniales para sentirse limpios de sus pecados; el acceso inmediato a Dios
prescindiendo de esas cosas era algo nuevo. Pero el escritor les aseguró que,
gracias a que Cristo murió por sus pecados y se levantó de los muertos, ellos
ahora podían ir directamente al Padre con sus oraciones y necesidades. El autor
también conocía las dificultades que enfrentaban estos conversos para
permanecer fieles a su nueva fe, y por eso exhortó a cada uno de ellos que
mantuvieran la profesión de su esperanza «firme, sin fluctuar» (He 10.23).
Dios quiere que nos juntemos con regularidad con otros creyentes. ¡Él quiere a su
pueblo reunido en la iglesia! Hay muchos creyentes que no toman en serio esta
admonición porque no ven la razón detrás de ella. En demasiadas ocasiones, he
oído frases como ésta: «Yo puedo adorar a Dios en mi casa; no necesito ir a la
iglesia». Muchos creyentes creen que la única razón por la cual nos congregamos
es para rendir culto a Dios, y esto es comprensible. Al fin y al cabo, lo llamamos
«culto de adoración».
Ahora bien, si la adoración fuera la única razón por la que tenemos mandado
congregarnos, quienes afirman que pueden adorar en sus casas tendrían un
argumento de peso. Pero la adoración no es la única razón, como tampoco lo es,
el que podamos ser enseñados sobre las verdades de Dios. Lo cierto es que hoy
día podemos encender nuestros radios y televisores para recibir buenas
enseñanzas bíblicas. En la superficie, parecería que todo lo que hacemos en la
iglesia también lo podemos hacer en nuestras casas, totalmente solos.
¿Por qué entonces nos es impuesto el congregarnos? ¿Por qué tenemos que «ir a
la iglesia»?
POR
El Señor usa una variedad de métodos para que le prestemos atención cuando
resulta necesario, y la adversidad es uno de ellos. Una de las mejores maneras
que conozco de responder a la adversidad que nos golpea de repente y que,
obviamente, contiene un mensaje que Dios nos quiere comunicar, es leer el
Salmo 25 y apropiarlo como nuestra oración personal:
Quienes hemos aceptado a Cristo como Salvador somos templo del Espíritu
Santo, y Él quiere que seamos vasos limpios que Él pueda utilizar. No tenemos
razón alguna para dejar que la basura del mundo o nuestros fracasos del pasado
sigan aflorando en nuestra vida. El Señor desea que nos libremos de cualquier
cosa que pueda mantenernos atados interiormente en esclavitud, bien sea en lo
mental, lo emocional, lo psicológico o lo espiritual. Cuando nos volvemos
complacientes y aceptamos las heridas del pasado como si fueran parte de nuestra
identidad, hemos aceptado la perspectiva errónea, la definición errónea y el plan
de acción erróneo. Somos nuevas criaturas en Cristo. No existe un solo punto en
el que debamos estar separados de Él. El Señor nos ha sellado con su Espíritu. Lo
viejo queda atrás, lo nuevo ha llegado. Es precisamente esa novedad de vida lo
que nos da esperanza en tiempos de angustia.
PERMÍTALE A DIOS SACAR A LA SUPERFICIE LA BASURA
INTERNA DE SU VIDA.
3. La lección eficaz conduce a un cambio en la conducta.
No es suficiente que Dios desee captar nuestra atención ni que saquemos tiempo
para examinar nuestras vidas con veracidad. Debemos permitir libre acceso a su
Espíritu en cada área. Así aprendemos a observar, escuchar y buscar su guía y
dirección. Podemos ver un problema o sentir un arranque de ira y pensar: ¿Cómo
debería responder? Tal vez tomemos la decisión equivocada, digamos algo
indebido o no hagamos caso de lo que sabemos que Él nos está diciendo que
hagamos. A no ser que cambiemos nuestras reacciones y nuestra conducta, nunca
nos beneficiaremos de la adversidad ni creceremos como resultado de ella. Dios
provee un reto, y nosotros tenemos una oportunidad de obedecerlo o
desobedecerlo. La decisión es nuestra, y sus consecuencias también nos
pertenecen.
Jesús vino para soportar las cargas que plagan nuestras vidas. Él nos ayudará a
llevar nuestras cargas a la cruz y lidiar allí con ellas, de una vez y para siempre.
Él siempre lo hace todo para nuestro bien, y sólo Él sabe cómo el dolor abre el
camino hacia la sanidad completa y la restauración espiritual.
POR
Velar fielmente.
Trabajar diligentemente.
Esperar apaciblemente.
1. Debemos velar. El Señor dijo en repetidas ocasiones que debemos velar por su
venida porque no sabemos el día ni la hora de su regreso (Mt 24.42; 25.13).
En Lucas 21.36, Jesús dio esta instrucción específica: «Velad, pues, en todo
tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que
vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre».
Debemos hacer más que orar en tanto que velamos. Debemos estar firmes en la
fe, con valentía y fortaleza (1 Co 16.13). Debemos velar sobriamente,
armándonos de fe, amor y salvación (1 Ts 5.8). Mientras velamos, debemos
mantenernos especialmente alerta a falsos profetas. Hemos de discernir los
espíritus y rechazar de plano a todos aquellos que no confiesan que Jesucristo es
Dios hecho carne (2 P 2.1; 1 Jn 4.1–2).
Jesús le habló a Juan en una visión y le dio esta gran promesa para aquellos que
permanecen vigilantes: «He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que
vela» (Ap 16.15).
NO SABEMOS EL DÍA NI LA HORA DE SU REGRESO.
2. Debemos trabajar. ¿Por qué Jesús después de salvarnos nos deja aquí en la
tierra? ¿Por qué no somos llevados de inmediato a la presencia del Señor apenas
nacemos de nuevo? ¡Porque aún nos queda trabajo por hacer!
En primer lugar, Dios nos llama a ganar almas. Hemos de ser los testigos del
Señor, hablando acerca del amor de Dios y la muerte expiatoria de Jesucristo.
Debemos testificar de lo que Él ha hecho en nuestras propias vidas, tanto con
nuestras palabras como por nuestro ejemplo. Mientras quede una sola alma en la
tierra que no haya escuchado el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, ¡tenemos
trabajo que hacer!
Los ángeles declararon paz a la tierra en la primera venida de Jesús (Lc 2.14).
Más de trescientas veces en las Escrituras, el Señor dice que no hemos de temer
sino gozar de paz. El profeta Isaías se refirió a Jesús como el Príncipe de paz (Is
9.6). A lo largo de su ministerio, el Señor Jesús declaró paz. A la mujer con el
flujo de sangre le dijo «ve en paz»; al mar tempestuoso lo calmó diciendo «calla,
enmudece»; y a los discípulos les dijo «mi paz os doy». El Señor nos llama a la
paz en tanto que aguardamos su regreso.
Aparte de Jesús, no hay paz, ni dentro de cada corazón humano ni entre los seres
humanos o las naciones. Con Jesús, podemos experimentar paz que rebasa
nuestra capacidad de comprensión y que se arraiga en lo profundo de nuestro ser
(Fil 4.7). Debemos buscar y hallar esta paz mientras aguardamos el regreso del
Señor.
Cuando el Señor le llame con un grito desde el cielo, ¿se levantará usted al
instante para ir al encuentro con Él?
Cuando el Señor aparezca en las nubes, ¿se regocijará su corazón con sumo gozo
tan grande e inexplicable?