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Por Fabricio de Potestad Menéndez

Médico-Psiquiatra y escritor.

El arte de acción
Raro es el artista que no ha conocido en este mundo los altibajos y vaivenes de la suerte,
que suele dejar de lado y volver las espalda a los que su antojo encumbra para que no se
ufanen atribuyendo al propio mérito y esfuerzo éxitos que son mero fruto del azar y
obsequio de la fortuna. Después de tanto bregar a lo largo de la vida, ese instante repleto
de obstáculos que va de la nada a la nada, cada vez me siento más tentado a escribir con
mayor libertinaje de pensamiento, dejando atrás los compromisos convencionales con
todo su tonelaje de arquitectura y cemento. Por ello, van a disculpar mi falta de pudor,
porque quiero escribir sobre un artista todavía no muy conocido, mi propio hijo. El arte
de Fabrizio Potestad Andueza no digo que haya entrado en la girándula de los premios y
reconocimientos, en las exposiciones multinacionales o en el mundo de los artistas
incomprendidos, pero él, Fabrizio, hecho de paciencia y conmoción a la vez, como
artista es grave, una especie de antropólogo de todo lo que queda fuera de la
antropología. Su excitada y estética retina le ha hecho recorrer un sinuoso camino desde
la pintura a la fotografía, y de ésta a la captación del movimiento como expresión del
devenir de las cosas, siempre fugitivas y cambiantes. No soy escritor, sin embargo
escribo. No soy fotógrafo, y sin embargo hago fotos. No soy cineasta, y sin embargo he
hecho películas. No soy pintor, y sin embargo pinto cuadros. Entonces, ¿no soy nada?
Quizás nada, afirma como muestra de su inconformismo itinerante, de su lúcido viaje a
través de sinuosos derroteros no exentos de riesgo, de su diáspora que va dejando aquí y
allá muestras inequívocas de su tentativa de liberarse del mundo de los objetos
tangibles, evidentes y estáticos, para penetrar en lo más profundo de su movimiento
vital.
El salto de lo estático, expresión fija del objeto, a lo cinético se ha convertido en
una búsqueda incesante y turbadora. Una exploración de los límites tanto personales
como estéticos, que no siempre halla, pero nunca cesa en su empeño de fijarlos, de
aprehenderlos, de sustanciarlos en algo inteligible, quizá mensurable, pese a la
inconmensurabilidad del arte. Este objetivo le ha conducido a pisar terrenos fronterizos,
limítrofes, arcanos, imaginarios e incluso futuribles, y a valerse de prácticas prestadas
de múltiples disciplinas, muchas veces eclécticas, o incluso de en un resbaladizo
mosaico disperso, tan exigente como indagador de nuevas perspectivas, en la mayor
parte de sus obras. La convergencia de técnicas y disciplinas en una meta común se
convierten en una especie de destino al que no puede escapar, pese a no renunciar a su
libertad. Es la sempiterna dialéctica entre la búsqueda de lo inédito y de lo no enunciado
frente a lo ya experimentado y lo convenido, Fabrizio de Potestad inicia el viaje de
Ulises, su particular Odisea, aunque deja pendiente su inevitable retorno a Ítaca, el lugar
inequívoco de su quintaesencia primigenia, de su materia prima como artista, de su
inevitable origen, del lugar que nunca puede perder de vista, pues sucumbiría en la
anomia del desenraizado. La ausencia, el vacío la máxima preocupación de Jorge
Oteiza lo no realizado como contexto de lo estético, el silencio, la desocupación del

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espacio y la pausa como forma más pura de temporalidad intemporal, de tiempo no
mensurable, de a priori conceptual, son los conceptos que vertebran su negación del
discurso en sus acciones artísticas. Representa, quizá, la resistencia sin alternativa que
proclamara Foucault, la posmodernidad como reivindicación, no como residuo de una
modernidad que toca a su fin, sino como afirmación de una verdad que no se sostiene
sin el consenso entre artista y espectador. La obra de arte no es un objeto de decoración,
no es una cosa que se cuelga de una pared o se asienta en una repisa, sino que es un
mensaje, una propuesta, una provocación con un destino incierto y un destinatario
anónimo. Artista y espectador nunca se encuentra, pero permanecen juntos mientras se
observan, se cruzan, se aman, se odian, se enriquecen, se humanizan. Por ello, los
esfuerzos de Fabrizio de Potestad se orientan hacia el arte de acción −performance art− o
arte vivo. Y es que todas las imágenes que recrea en sus obras son, en cierto modo,
autobiográficas. Son la expresión de algo, un sentimiento o una experiencia, muy
interiorizado y muy vivido, pero ocultado con el celo de quien no quiere ser
sorprendido. En realidad es como un escritor que narra novelas pero con imágenes.
Imágenes y movimientos en los que él no aparece, sólo se insinúa el en discurso. Su arte
expresa un tipo de realidad, refractaria a cualquier tipo de tentativa racional, del único
modo en que puede ser manifestada. Su significado profundo desafía a todas las
categorías de la lógica. A través de esas manifestaciones del espíritu, Fabrizio de
Potestad, vociferante pero excelso, toca los fundamentos últimos de su condición y
logra que el mundo que proyecta a través de su obra adquiera el sentido del cual carece.

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