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El síndrome de Simón: soltería, inmadurez y éxito


Enrique Rojas1

El mundo se ha psicologizado. Los psiquiatras nos hemos convertido en los


médicos de cabecera. Recuerdo cuando yo tenía 12 o 13 años, que en el colegio me
decían mis compañeros: «Tu padre es el doctor de los locos, qué terrible. ¿Cómo ha
podido escoger esa especialidad?». Yo entonces no entendía nada y pensaba que los
estudios que había elegido mi padre eran demasiado duros. En la actualidad, los
psiquiatras hemos pasado de ser los doctores de los locos, de los nervios, de los que
están mal de la cabeza, a ser los de la conducta, auténticos médicos de cabecera. En esa
trayectoria se resume lo que ha ocurrido con la psiquiatría en los últimos 30 o 40 años
en el mundo occidental.
Al mismo tiempo, estamos descubriendo enfermedades o trastornos
psicológicos nuevos que no existían hace unos años. Citaré tres como ejemplo: la
anorexia / bulimia, que es la obsesión por no engordar, sufrida como una tiranía contra
la comida, siempre cerca de la báscula. Otro nuevo mal es el pánico de los profesores a
dar clase en los colegios públicos: al haberse derrumbado el concepto de autoridad, por
un lado, y al venir los alumnos asilvestrados de sus casas, el profesor tiene auténtico
terror a dar clase ante la posibilidad de ser agredido física o, lo que es peor,
psicológicamente. En tercer lugar quiero exponer el caso del síndrome de Simón, que
también es relativamente reciente y que voy a tratar de definirlo de entrada y de
especificarlo con detalle, de salida.
Se trata de un hombre, de 28 a 38 años aproximadamente, soltero o separado
que pasa por soltero; inmaduro desde el punto de vista sentimental -solo quiere pasar
un rato con las mujeres, en plural- divertirse y jugar como un donjuán que sale y entra.
Pero no busca una mujer, sino que se busca a sí mismo. Está obsesionado con el éxito
–quiere triunfar, alcanzar una cota profesional alta y es capaz de sacrificarlo casi todo
por esta subida de peldaños en su trabajo. Y es finalmente un gran narcisista que se
mira continuamente en el espejo. Se divide en cuatro modalidades de conducta.
1.-) Soltero. Para muchos la soltería es como un solar en el centro de una gran
ciudad, que siempre puede venderse y que, a medida que pase el tiempo, se revaloriza.

1Enrique Rojas es catedrático de psiquiatría y autor de numerosas publicaciones. Este artículo fue
publicado en el diario El Mundo el 9 de octubre de 2009.

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Tengo que hacer una crítica sobre este concepto: sólo quien es realmente libre es capaz
de comprometerse. Perder la soltería por un amor fuerte, sólido, atrayente, sugestivo,
indica vida, fuerza y capacidad de arriesgarse. Muchos de estos jóvenes parapetados
detrás de ese estatus se exhiben frente a las chicas buscando mostrarse, desfilar por la
pasarela de los que «están libres» y después que puje la que más fuerza tenga para
llevarse el trofeo.

2.-) Inmaduro. Los sentimientos son estados de ánimo, positivos o negativos, que
nos conducen a acercarnos o a alejarnos del objeto que aparece delante de nosotros.
Son la vía regia de la afectividad, el camino trillado más frecuente. Voltaire era
racionalista y Rousseau, sentimental. Leibniz decía que tout sentiment est la perception confuse
de une vérité, es decir, que todo sentimiento consiste en la percepción confusa de la
verdad.
El sentimiento es la forma habitual y ordinaria de vivir los afectos. Son bloques
informativos que nos orientan en la vida. Son una vía de conocimiento y un
termómetro de nuestra vida privada. Son como un ordenador que evalúa y nos da la
cuenta de resultados de nuestra vida y milagros, de nuestra afectividad. El principal
sentimiento es el amor, que se abre en abanico, repleto de matices: amar, desear, querer,
sentirse atraído, buscar, tener en la cabeza, necesitar, estar todo el día pensando en
alguien... El análisis esta lleno de dificultades.
Tener madurez sentimental significa ser capaz de estar abierto a dar y recibir
amor, a la posibilidad de descubrir otra persona a la que entregarle los papeles del
tesoro escondido, dándose por entero a ella y elaborar un proyecto común. Enamorarse
es crear una mitología privada con alguien. Hay dos notas esenciales: tener admiración y
sentir una fuerte atracción. Es decirle a alguien: «No
entiendo mi vida sin ti, eres parte fundamental de mi
proyecto».
“Enamorarse es
crear una
En el síndrome de Simón nos encontramos con una mitología privada
persona que puede tener una adecuada madurez profesional con alguien. Es
–ama su trabajo, lo cuida, lo cultiva–, pero que no tiene
madurez afectiva: no sabe qué es el mundo sentimental, ni
decirle a alguien:
expresar sentimientos, ni que el amor es un trabajo de «No entiendo mi
artesanía psicológica, desconoce que los sentimientos hay vida sin ti, eres
que trabajarlos con dedicación y esmero, porque si no se parte
volatilizan. El inmaduro no sabe dar ni recibir amor y sobre fundamental de
todo no sabe cómo mantenerlo. mi proyecto».”
En estas características del paciente Simón asoma,
emerge, salta y se levanta huracanado otro cuadro clínico
que se desgaja de este y que remata la faena del siguiente modo: commitment panic syndrome,
el síndrome del pánico a comprometerse con otra persona. Me decía un joven de 35
años que lleva saliendo dos años con una chica, de su mismo nivel sociocultural, que
ella le había propuesto casarse después de esos dos años de andadura y él respondió:
«He tenido ansiedad, pellizco gástrico, dificultad respiratoria, pellizco en la tripa y un
gran miedo, porque yo creo que no estoy preparado y que lo que quiero es seguir por el
momento así, hasta que pase el tiempo. No me veo en condiciones adecuadas para dar
un paso tan serio». Se han multiplicado los hombres que se adscriben a este terror al
compromiso con otra persona. La sociedad actual ha ido fabricando cada vez más

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hombres inmaduros –que no mujeres–, que viven centrados en sus trabajos, en sus
amigos, salir y entrar, algo de cultura y pasarlo bien. Son los tiempos que corren. La
mujer sabe mucho más de los sentimientos que el hombre y quiere buscar un amor
verdadero, auténtico, para siempre, pero se ha producido en los últimos tiempos lo que
yo llamaría una cierta socialización de la inmadurez sentimental en el hombre, divertida
y escandalosa, juguetona y dramática, banal y kafkiana. Esto es lo que hay.

3.-) Obsesionado con el éxito. La prioridad de esa persona es fundamentalmente


encontrar una posición económica adecuada. Y sacrificarlo todo por ese objetivo. Hago
una enmienda a la totalidad: es evidente que es importante trabajar el proyecto
profesional, pero que ése sea el único elemento fundamental parece pobre, flaco, poco
consistente. La parte tomada por el todo.
Hay otro factor escondido tras esta obsesión, que es el culto al cuerpo. Es algo
que provoca en muchos casos una cierta fobia al tipo corporal propio e incluso a las
partes faciales -a esto se le llama clínicamente dismorfofobia. Esto lo saben bien los
médicos de cirugía estética, pues buscan una intervención quirúrgica que palie esa
impresión subjetiva.

4.-) Narcisista. El narciso es una planta exótica con hojas largas, estrechas y
puntiagudas que crece en la cercanía de los lagos y se inclina como si se mirara en el
espejo que el agua le ofrece. Plotino hablo del mito del narciso: cuidar tanto la fachada
la portada o la apariencia lleva a producir una idolatría de lo exterior.
Narcisista es el que tiene un amor y una preocupación desordenado hacia si
mismo, y que vive en, por, si, sobre, tras la cima de una autoestima cada vez mas grande.
El narcisista gira permanentemente sobre sí mismo, siempre preocupado por causar una
buena impresión a la gente que le rodea y además reclamando elogios, admiración y
reconocimiento. El patrón de conducta se vertebra en torno a la necesidad de
reconocimiento por parte de la gente de su entorno.
De esta secuencia descriptiva asoma el complejo de superioridad. Es un
sentimiento que hace que ese sujeto se vea muy por encima de los que le rodean, hay
una seguridad y una arrogancia enormes. El narcisista es vanidoso y sus afirmaciones
pretenden siempre imponerse al resto. Se trata de una
“Esta tetralogía persona muy pagada de sí misma que necesita cada vez más
elogios y todo le parece poco en ese sentido, pretenciosa,
–soltero,
creída y petulante. Y cuando se le pregunta su opinión por
inmaduro, alguien tiende a la descalificación inmediata y rotunda del
obsesivo y otro. Los narcisistas suelen ser tipos hipermi-mados y
narcisista–, superprotegidos. Están muy acostumbrados a recibirlo todo
constituye una de palabra y de hecho, a no ser corregidos ni criticados por
sinfonía de sus progenitores.
instrumentos ¿Qué criterios se siguen para diagnosticar a un
desafinados.” narcisista? Representan un patrón general de grandiosidad,
necesidad de admiración, sufren falta de empatía con los
demás, fantasías de éxitos ilimitados y son fatuos y
engreídos. Siempre esperan recibir un trato de favor especial y si este no se da, decae su
interés por esas personas.

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Esta tetralogía -soltero, inmaduro, obsesivo y narcisista-, constituye una sinfonía
de instrumentos desafinados, un tipo de hombre que ha construido su personalidad con
unos materiales de poca solidez, pero que de lejos brilla, suena, asoma e interesa,
aunque de cerca sea una modalidad nueva del hombre light, una versión de los albores
del siglo XXI.
Los psiquiatras somos perforadores de superficies, nos metemos debajo de la
conducta para descubrir qué se esconde tras ella y desenmascarar a la persona para
captarla en su realidad. Y en la otra cara de la moneda está la mujer soltera, sana y
normal, que quiere encontrar un hombre adecuado, con el que compartir su vida, un
amor para siempre, sin fecha de caducidad.
Veo cada vez más a muchas mujeres desencantadas ante este tipo de hombre,
que me dicen lo siguiente: «Yo busco un tío que venga con los deberes hechos, no
quiero un adolescente que tenga que educar como si fuera su madre». Este síndrome
fue descrito por un médico americano, Mark Gorney, cirujano práctico.

Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que otros piensan de mi
(imagen) y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo).

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