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FEMINISMOS

Crítica al punitivismo desde una mirada


feminista
06/05/2019 Por Guillermina Huarte
Fotogragía Nosqueremosplurinacional

La urgencia de poder realizar una re exión crítica sobre la


con guración de un feminismo punitivista comienza a ser debate
recurrente en nuestros espacios, entre nuestrxs amigxs y
compañerxs. De la mano de la discusión colectiva y de distintxs
teóricas, activistas, militantes, es que se da en este proceso histórico
del cual el feminismo es protagonista, o mejor dicho, lo son los
feminismos. ¿Estamos en condiciones de poder desacordar entre
nosotrxs en buenos términos?, ¿cómo se están balanceando las
acciones realizadas en cuanto a qué hacer con la violencia machista,
y sobre todo, con los agresores?, ¿cómo pensamos los escraches?
Estas preguntas que surgen a partir de cómo seguir con respecto a
lo construido hasta hoy, y los riesgos de que el feminismo termine
cooptado por demandas que sólo propongan castigo, sanciones
duras, penas y cárcel. ¿Qué se pide cuando se pide justicia?,
¿puede haber una justicia feminista no punitiva? Estas
preguntas empiezan a tomar relevancia para pensar de manera
más amplia temas tan complejos, que además nos son
contemporáneos.

A partir de 2015 el feminismo fue tomando cada vez mayor


protagonismo, interpelando sobre todo a las mujeres, las lesbianas,
las travas, las trans, les no binaries- pero también poniendo en
discusión paradigmas que, pareciera, perdieron vigencia. La
creciente visibilidad de la lucha del colectivo LGTTTBIQ+, sumado a
la lucha por el reconocimiento del trabajo sexual, y también por la
despenalización del aborto, confrontando directamente a las
estructuras del sistema patriarcal, anuncian quizá uno de los puntos
de in exión más profundos para el feminismo. La tensión es tal que
hasta se cuestionaron las construcciones masculinas; ya no hay una
masculinidad, sino muchas. Así, pareciera posible pensar una
masculinidad no opresiva.

Esta Ola pone sobre la mesa problemáticas que calan hasta lo más
hondo y obliga a revisar nuestras relaciones afectivas, y sobre todo
sexo-afectivas. Así, masivamente se dijo: “no nos callamos más”.
Esta consigna aparece con el escrache, es decir con la denuncia
pública, sobre todo en redes sociales, a varones cis heterosexuales
que hayan cometido algún acto de violencia machista. Una de las
primeras dudas que surgen es si el escrache es punitivo, o si hay
algunos que sí y otros que no. Múltiples miradas existen sobre
considerarlo de esta manera o no.

El “feminismo punitivista” remite a una línea que tracciona para


cambiar/reparar/hacer justicia sobre una violencia particular a
través de la sanción de una “pena” basado en la idea de que la
Justicia, es el castigo que supone una reparación a la víctima. En
este sentido, la justicia aparece como condena individual de hechos
puntuales. Esta línea ha logrado sancionar algunas leyes, entre las
más recientes la Ley de acoso callejero. Hay una fuerte tendencia
en los feminismos a exigir más cárcel y penas más duras.

Poner en contexto al escrache

En Argentina, el pasado mes de diciembre luego de que la actriz


Thelma Fardin denunciara al macho mediático Juan Darthés por
violación, y lo hiciera públicamente a través de una conferencia de
prensa contenida y acompañada por el Colectivo de Actrices
Argentinas, se desató una ola de denuncias. El “mirá como nos
ponemos” desembocó en masivas denuncias en redes sociales de
diversa índole: algunos escraches con nombre y apellido, algunas
denuncias que no nombraban al agresor, otras retrospecciones de
vida, etc. Si bien el escrache es una herramienta usada por el
feminismo hace varios años, tiene sus puntos altos en situaciones
así.

Para hoy poder repensar hasta qué punto esta herramienta


feminista está mostrando consecuencias tal vez no esperadas, o tal
vez no tan buenas, tuvo que haber una potencia que dijera basta,
que dijera ya no nos callamos más. Y así, comenzar a pensar
cuestiones como: todos los privilegios con los que cuenta un varón
heterosexual en espacios públicos y sociales a diferencia de las
mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries. Dio impulso para
pensar quiénes abandonan los espacios para no cruzarse con su
agresor. También para pensar cómo las con guraciones de las
organizaciones están cimentadas sobre el machismo y los roles
asignados por el género y la sexualidad. Dio posibilidades de pensar
cómo contener a las compañeras. Abrió paso al enojo, y a la
manifestación de ese enojo, algo para lo que quienes somos
socializadas como mujeres está prohibido, no está en nuestras
posibilidades. Ese poder salir del silencio al que someten a toda
persona que no sea un varón heterosexual, también es
consecuencia de este proceso político que viene a “cambiarlo
todo”.

A raíz de la posibilidad de encontrar un tipo de contención


feminista, de poder romper con el silencio y contar situaciones de
violencia vividas, los escraches proliferaron por doquier. Sin
embargo, esto abrió la posibilidad de que “lo escrachable” sea
mucho más amplio de lo que fue antes de las denuncias públicas
masivas. En este sentido, han sucedido algunas cuestiones que
obligan a repensar la práctica indiscriminada del escrache
inmediato desde la individualidad.

De esta manera se dieron escraches entre lesbianas, incluso a


personas trans Circularon escraches por motivos muy diversos que
personas trans. Circularon escraches por motivos muy diversos que
ponen en lugares iguales situaciones graves a no tan graves. Surgió
también la necesidad de elaborar protocolos para llevar adelante
diversas situaciones. Al ser tan difusos los límites entre una
violencia y otra, se llegó a la sugerencia de protocolizar relaciones
sociales que escapan al tratamiento de la violencia de género. Algo
así como poder tener intervenciones tanto en violencias machistas
como en situaciones que generan malestar por distintos motivos,
pero en las cuales sería necesario regular.

Si el escrache apunta a sentencias punitivas, ¿qué riesgos se


corren? ¿ qué control sobre eso termina teniendo un
movimiento que es heterogéneo? El escrache termina en
demandas punitivas porque genera grandes adhesiones por
distintos motivos. En este sentido, se puede pensar la última ley
sancionada con respecto al tema que es la Ley de Acoso. Apunta a
cobrar multas y permite la intervención policial en situaciones de
acoso callejero. Si el feminismo se piensa- o lo pensamos-
interseccional, es contradictorio. En un contexto donde el
neoliberalismo es la fórmula aplicada en todos los sentidos de
nuestras vidas, donde la pobreza crece, donde las desigualdades se
profundizan, y por ende la violencia, el cruce desigual, que es
estructural empeora. ¿Es solución una multa? ¿Será que una
lucha como el feminismo puede pensar otras pedagogías que
no sea el castigo a través de la corrección moral? En este
sentido, ¿las sanciones económicas modi can algo de una
desigualdad que es sistemática y estructural?.

Si se reconoce al patriarcado como un sistema que además


funciona por y para el capitalismo, que perpetúa la violencia y la
desigualdad de género, pero en la que también tiene que ver la
clase, la etnia, la racialización, ¿cómo se lee la construcción de la
violencia machista? Al pensar que es una construcción permite
pensar cómo desactivar la cultura que habilita la misoginia y el
homolesbotransodio, que terminan por manifestarse en terribles
actos de violencia a cuerpos y vidas a través de los femicidios, los
travesticidios, el acoso, los golpes masivos, la violación, y un largo
etc.

En cierto sentido, el n último del escrache- y la demanda por más


cárcel, penas más duras y multas- es el castigo y la exclusión. Acá es
donde quizá si se convierte en una herramienta punitiva ¿es el
castigo una forma de “mejoramiento” social? Cuesta
imaginarnos otra forma de pensar esto, porque es evidente el
malestar que genera la toma de conciencia por parte del colectivo
históricamente oprimido- mujeres, lesbianas, marikas, travestis,
trans, trabajadoras sexuales, no bienaries- y en buena hora! Sin
embargo, si el feminismo es una lucha política, contempla
ineludiblemente otras luchas, y ahí aparece la necesidad de que sea
interseccional. Rita Segato dijo en una entrevista para Agencia
Paco Urondo: “El punto es cómo educamos a la sociedad para
entender el problema de la violencia sexual como un problema
político y no moral. Cómo mostramos el orden patriarcal, que
es un orden político escondido por detrás de una moralidad. El
problema es que está siendo mostrado en términos de
moralidad. Y es insu ciente mostrarlo así por varias razones”.
Así, permite pensar que una posible solución, será pensada en
términos políticos.

En otras situaciones, en la que la “justicia por mano propia”, la


toman sujetxs de forma individual dejando a interpretación
personal un castigo, exige de todxs una re exión más profunda.
Poder pensar fuera de lo individual un hecho que no es aislado, sino
que forma parte de un entramado de complejas relaciones
desiguales y violentas que llevan a desencadenar un hecho así. En
este sentido, hay cuestiones que son fundamentales para poder
entender que hay que pensar los hechos con una visión más
amplia q e lo inmediato lo afecti o lo emocional E i ú
amplia que lo inmediato, lo afectivo y lo emocional.  En ningún
sentido propongo no empatizar con quienes denuncian violencias
vividas ni nada parecido. Pero sí, poder tomar una fotografía más
abarcativa que permita pensar por qué sí consideramos
interpretaciones más complejas para algunos casos y no podemos
hacerlo en otros.

El orígen del escrache en Argentina es una historia algo


diferente. En los años 90’ organizaciones de Derechos
Humanos formularon esta estrategia de presión popular a
un Estado que ignoraba las atrocidades que se habían
cometido durante la última dictadura cívico-eclesiástica-
militar. Las organizaciones pedían Juicio y Castigo para los
genocidas que transitaban libremente los lugares. María
Pía López en su libro “Apuntes para las militancias.
Feminismos: promesas y combates”, diferencia este
escrache del actual escrache, dice: “Les hijes de
desaparecides dijeron: si no hay justicia hay escrache. Y
desplegaron una acción colectiva para señalar a los
culpables de crímenes ya probados e imprescriptibles.
Organización, esta callejera, una imagen de justicia
potente se ponía en juego y funcionaba: allí donde el
Estado callaba y se volvía cómplice del pasado, el
activismo social condenaba. No es comparable con lo
que hoy llamamos escrache, que sólo preserva del
anterior la acción de señalar y de marcar al réprobo. No
es comparable la denuncia contra quien gestionó
campos de concentración, aplicó sevicias y asesinó, con
una acusación contra un estudiante de escuela
secundaria por su actitud en una esta. Uno de los
problemas es la gradación de la pena, si lo único que
tenemos a mano para producir es la condena
social.”(López, 2019, pp. 59-60)
P
P

PENSAR FORMAS DE JUSTICIA

El escrache desnuda directamente un sistema que está dedicado a


seguir reproduciéndose a costas de la desigualdad de género y la
violencia machista. Pero en el trasfondo del planteo permanece la
duda de cómo se piensa a la justicia. Pensar una justicia que nos
contemple, pero que no se especialice en la criminalización - porque
eso es lo que primero hace el neoliberalismo: criminalizar los
con ictos sociales- exige al feminismo hoy, repensar su práctica
punitiva.

Ángela Davis planteó algo similar cuando brindó una entrevista en


el diario español “El País” dijo: “¿Cuánto de transformador hay en
mandar a alguien que ha cometido violencia contra una mujer
a una institución que produce y reproduce la violencia?”

 Esta pregunta es fundamental para pensar más allá, el problema de


que crezcan demandas punitivas que piensen solucionar los
con ictos sociales con el encarcelamiento de lxs sujetxs. Aquí
inevitablemente obliga a pensar un feminismo interseccional que
atienda a este problema ya que, si la cárcel es racista, machista,
terriblemente violenta, porque es terriblemente violenta, alimentará
una institución que estructura y reproduce todas estas
desigualdades. ¿A quienes mandamos a la cárcel? También es
indispensable pensar qué solución hay en recurrir al castigo tanto
para reparar como para efectivizar un mejoramiento social. ¿No se
demostró ya pensar en que la cárcel no funciona como
“reintegrador” social? Y si no resulta su ciente, al menos pensar
cuánto funcionó para mejorar cualquier con icto social.
No sólo con icto, sino también desigualdad.

Según la criminóloga española Elena Laurrauri, el derecho penal


no es un instrumento adecuado para hacer frente a problemas
no es un instrumento adecuado para hacer frente a problemas
sociales complejos. Así, en lugar de aumentar ayudas sociales se
recortan. Sólo en Estados Unidos hay más de 2.000.000 de personas
presas, así el Estado sustituye su ayuda a través de la cárcel.

El feminismo repiensa la idea de Justicia, y lo hace de hecho. Pero la


justicia no es sólo machista, sino que también es racista y es
clasista. Se vuelve a la pregunta, ¿quiénes van a la cárcel?. De la
mano de esto, sucede que muchas veces hay reticencias en pensar
más allá  porque no podríamos pensar todo. Si la denuncia pública
tiene consecuencias punitivas, estigmatizantes y excluyentes, la
respuesta tiende a ser “no sé, que lo piense otrx” . Se exige que ellos
mismos sean quienes rompan los pactos de complicidad machista,
que se interpelen entre ellos con sus prácticas dañinas, que piensen
colectivamente como construir una masculinidad que no implique la
violencia hacia otras personas, porque nadie va a pensar cómo
solucionarles sus problemas. Pero estar totalmente cansadxs de la
opresión no exime la responsabilidad de pensar acciones colectivas
que no terminen por quitar parcialmente un problema mientras
crece otro.

La periodista Anne-Cécile Robert, miembrx del consejo de


redacción y directorio de Le Monde Diplomatique, publicó una
nota muy interesante respecto a la Justicia titulada: “El peligro de la
justicia terapéutica”. La nota fue publicada en la edición de Marzo
2019 y señala la “creciente valorización de los testimonios de las
víctimas”, y que esto “tensiona la acción de la Justicia, que no
sólo debe castigar al culpable sino también reparar el
sufrimiento padecido”. En este sentido brinda nociones
importantes para pensar la idea de la justicia penal como
reparadora.

En este sentido el estado canadiense, desde 2015 garantiza que las


víctimas ocupen un lugar en la administración de la justicia. “Deben
ser oídas más allá de su contribución a la manifestación de la
verdad”. Volviendo a la nota de Cécile Roberte, la periodista cita las
palabras de Daniel Salas, magistrado francés: “Cuando veo lo que
sucede en EEUU y Canadá, me sorprende la evolución que
aceleró el endurecimiento de las condiciones penales y
penitenciarias. La víctima tiene derecho a ser escuchada en el
debate sobre la atenuación de la pena” Se recurre a que “la
sentencia es demasiado corta teniendo en cuenta la gravedad
del crimen que sufrí”. La nota presenta un caso en el que tras un
“error judicial”, un obrero agrícola estuvo preso durante varios años
al haber sido acusado de violación. Tras un nuevo testimonio se
demostró que la denuncia no era cierta. Lejos de poner un ejemplo
ingenuo que no contemple que la mayoría de las veces suele ser al
revés, estas situaciones existen. Genera incomodidad y molestias,
porque un caso así no iguala a la cantidad de situaciones que
suceden al revés. Sin embargo, no puede ser conclusión que “es
mejor así” sólo porque la historia fue injusta con nosotras.

Analizar las cosas de este modo, sin embargo, no propone que


seamos inmunes frente a la crueldad que sufren los cuerpos y las
vidas de las mujeres, las lesbianas, las trans, las travas, les no
binaries, lxs trabajadorxs sexuales, las maricas. No sería cambiar A
por B, o pensarlo en términos dicotómicos. Pues, si se re exiona no
se cambia “de lado” de manera automática.

En este sentido, cuando se dice “justicia es que no vuelva a


pasar”, se enuncia que una condena puntual e individual sobre
casos que no son aislados, no repara, no soluciona. Entonces, lo
ideal sería como pensar en que no pase más, pero ¿cómo hacerlo a
través de una pedagogía fuera del castigo? ¿cómo se piensa una
reparación fuera de la encarcelación de personas?, y de nuevo
¿quiénes van a la cárcel?.

Dice, María Pía López: “Reclamamos justicia y hoy no tenemos


otras formas de punición ni ideas de reparación construidas
colectivamente. Pensar eso nos urge. Es tarea política. De
fondo. Exigencia del presente. Para todes. Una imaginación
democrática debe tomar las cuestiones de la seguridad y de las
penas, no resolverlas con el rubor progresista de no hablar de
lo primero-¡como si el temor a perder la vida fuera, desde el
vamos, de derecha!- y cerrando los ojos rapidito para no ver
qué pasa dentro de las cárceles, porque nos causa horror.”
(López, 2019, pp. 57) . Y se relaciona directamente con algo
fundamental que Ángela Davis plantea en su libro “¿Son obsoletas
las prisiones?”, cuando dice: “En general, la gente tiende a dar por
sentadas las cárceles. Es difícil imaginar la vida sin ellas. Al
mismo tiempo hay una renuencia a enfrentar las realidades
que se esconden dentro de ellas, un temor a pensar sobre lo
que ocurre ahí. Así, la cárcel está presente en nuestras vidas y,
a la vez, está ausente de nuestras vidas. Pensar sobre esta
presencia y esta ausencia simultáneas es comenzar a reconocer
el papel que tiene la ideología en el modelado de la forma en
que interactuamos con muchos entornos sociales. (...) Dado que
sería demasiado angustioso manejar la posibilidad de que
cualquiera, incluso nosotrxs mismxs, podría convertirse en
prisionerx, tendemos a pensar la prisión como desconectada de
nuestras propias vidas.” (Davis, 2017, pp.17-18) .

En este sentido pensando en las lógicas punitivas que


funcionan ante un violento, las autoras vuelven a coincidir
en algo: “Se reclama que el otro amenazante sea
excluido, deje de integrar la comunidad o la institución.
La cárcel y el destierro coinciden en sacar al cuerpo
peligroso de circulación: lo dejan aparte, lo encierran o
le prescriben un perímetro en el que no puede
transitar. En el ostracismo fantaseado no hay
gradación de la pena ni tiempo, a veces ni siquiera
prueba. Si el otro amenaza no tiene que estar más. Esto
colisiona con derechos del denunciado, por ejemplo a
estudiar si se trata de una universidad o una escuela.
¿Puede la exclusión ser respuesta a un acoso? ¿No es
necesario imaginar pedagogías que permitan a ese hijo
sano del patriarcado comprender que lo que le
enseñaron de chiquito y naturalizó ya no va más y que
no somos cosas ni objetos y nuestro no debe ser
escuchado?“. (López, 2019, pp. 58) . Por su lado, Ángela
plantea que: “La prisión por lo tanto funciona
ideológicamente como un sitio abstracto en el cual se
depositan lxs indeseables, alivianándonos de la
responsabilidad de pensar en los verdaderos problemas
que a igen a aquellas comunidades de las que se
extraen prisionerxs en números tan
desproporcionados. Este es el trabajo ideológico que
realiza la prisión: nos exime de la responsabilidad de
comprometernos seriamente con los problemas de
nuestra sociedad, especialmente aquellos producidos
por el racismo y, cada vez más por el capitalismo
global”. (Davis, 2017, pp.18).

UN VACÍO DE POLÍTICAS PÚBLICAS INTEGRALES

Hay algo que no puede escaparse en esta crítica, el rol de un Estado


que se preocupa en sancionar, multar y encarcelar, en de nitiva,
garantiza que el problema de fondo no se solucione.

Es importante señalar su rol, no porque sea el único ente que


debería hacerlo, sino porque debería atender a los procesos que se
originan por fuera de él. Estamos ante un gobierno neoliberal, que
más que preocuparse por solucionar desigualdades y problemas
sociales, los profundiza, se acentúa el problema de que faltan
políticas públicas que den respuesta de fondo a la violencia
p p q p
machista y a su reproducción. Es decir, en un contexto en el que se
recortan económicamente todos los programas destinados a la
“erradicación” de la violencia de género, en sintonía a un recorte y
una política de vaciamiento a la educación pública, y por ende a la
posibilidad de que se aplique la Educación Sexual Integral, estamos
en problemas. Puede ser un motivo también por la falta de
contención que existe ante estas problemáticas, y que la única
solución, porque a veces es la única solución, sea recurrir a una
denuncia pública que implica la exposición de la denunciante, para
accionar de alguna manera.

Con respecto a la discusión en torno a criminalizar la


homofobia aprobada recientemente en Brasil, un ejemplo
magistral que echa luz a este problema es la posición que
tuvo Jean Wyllys El ex diputado del PSOL abiertamente gay
tuvo Jean Wyllys. El ex diputado del PSOL, abiertamente gay
que se exilió por la situación de vulnerabilidad que
atraviesan las personas LGTTTBIQ+. En una entrevista que
brindó en el año 2015 para “TV Carta Maior”, Jean plantea:
“La respuesta penal es apenas una fase de esa
respuesta y no es la mejor de esas respuestas. Brasil ya
es un país que encarcela mucha gente, somos la cuarta
población carcelaria del mundo, tenemos casi 700.000
personas presas. (...) No quiero que todas las formas de
homofobia sean penalizadas con penas de prisión o con
penas duras. Yo no creo que sea justo que una persona
que no tuvo acceso a educación de calidad, que no
tiene acceso a la cultura que habita un barrio que no
tiene un equipamiento de cultura. (...) Una persona que
tiene que trabajar desde los 10 años de edad, (...) que
por eso no puede deconstruir sus prejuicios, no
encuentro justo que el Estado penalice la homofobia de
ella con prisión. (...) Nosotrxs pensamos que el Estado
tiene que enfrentar la homofobia a través de políticas
de educación de calidad, que enseñen la vida con
pensamiento. Políticas de comunicación que formen
ciudadanos con capacidad de leer críticamente el
mundo, que puedan defenderse de la manipulación (...)
personas que puedan reconocer la diversidad cultural y
humana”.

Así como actualmente se discute la baja de imputabilidad en


Argentina, porque pre eren invertir en la encarcelación de niñxs
antes que invertir en una educación de calidad, o antes de invertir
en la creación de fuentes laborales, y un largo etc, se elige apostar a
la construcción de una sociedad que se “deshaga” de los “males”,
antes de enfrentarlos de manera integral y justa. Acá de nuevo se
pone en tensión la noción de Justicia. No sorprendentemente, son
las mismas personas que acuerdan con que la educación sexual se
las mismas personas que acuerdan con que la educación sexual se
enseña “en la casa”, y que con “sus hijos no se metan”, y así evitar
por ejemplo que lxs niñxs puedan identi car abusos. Porque de
fondo, lo que está faltando también es la aplicación de  Educación
Sexual Integral, que no sirve sólo para hablar sobre identidades,
deseos e inquietudes sexuales, sino de la que se parte para la
construcción de una sociedad más igualitaria, que tenga en cuenta
la socialización desigual que existe respecto al género y la
sexualidad.

Bajo la excusa de la solución a través de la criminalización el Estado


se desliga de la responsabilidad de contener los problemas y en
cambio despliega todo su aparato represivo y generador de
desigualdades. Así, va con gurando los candidatos perfectos para ir
a la cárcel, profundizando la marginalidad, en vez de integrar,
expulsa.

¿Y ENTONCES, EN QUÉ QUEDAMOS?

Si el feminismo hoy es protagonista de una propuesta


transformadora tiene que debatir el punitivismo. Pensar la sociedad
de otra forma que sea democrática, plural, más justa, con todas las
diferencias que cada espacio político y cada persona tendrá, es
tarea urgente. Proponer otras nociones de justicia que no estén
atadas a percepciones conservadoras de la solución a los con ictos
sociales, es tarea también del feminismo. Si ya ninguna
construcción se piensa por fuera del abordaje de género, exige la
mayor precisión posible. Esa precisión se irá dando a medida que la
re exión tenga su espacio, que la discusión se multiplique.
Corremos el riesgo de que nuestros problemas sean solucionados
con mayor represión, mayor fuerzas de seguridad en la calle, y más
leyes que no contemplen perspectivas más amplias y críticas.

Las cosas vistas de este modo, no propone quitarle importancia a


hechos que atentan contra la vida y la libertad de las personas
q y p
LGTTTBIQ+ y las mujeres, en absoluto. Es urgente pensar cómo
frenar la violencia que moldea los comportamientos que intentan
educar a través de la violación , someter a través de los golpes y la
humillación, y un in nito encadenado de injusticias que son usados
para que el mundo siga siendo lugar seguro para los machos
heterosexuales. Sin embargo, ¿cómo pensamos una propuesta
superadora? Si nadie nace heterosexual, nadie nace mujer, nadie
nace cis, tampoco nadie nace violento y machista, ¿cómo
desactivamos los núcleos duros que moldean a la sociedad para
que sea misógina, patriarcal y homoodiante?.

En este sentido, “sabemos que hay prácticas violentas


sedimentadas que son violentas, que suponen la cosi cación de
los cuerpos feminizados, que niegan la autonomía hasta para
decir que sí o que no, que si las negativas son inaudibles es
porque el sujeto que la enuncia fue despojado del derecho a
decidir por sí mismo. Es posible que haya denuncias no veraces,
pero sobre el fondo de una verdad sistemática que las vuelve
verosímiles. La a rmación de ‘yo te creo hermana’ surge de esa
verdad de fondo. Es imprescindible construir tramas para que
las denuncias no sean barriletes, para que les denunciantes no
queden expuestes a contraataques, para que puedan narrar,
pero también para poder construir una escucha que sopese,
una escucha crítica, que parte de la creencia y de la decisión de
acompañar pero insiste en pensar con esa palabra dicha y no
meramente de asentir” (López, 2019,pp. 62)

Para no caer en la idea de que la única justicia es punitiva, y


que la cárcel es el lugar donde la gente debería ir, Claudia
Cesaroni dice: “La realidad es que los
violadores/asesinos/genocidas son una muy pequeña
minoría. Quizá sea difícil pensar en otros modos de
sancionar sus conductas muy dañosas, muy brutales y
violentas, por fuera de la separación del resto de la
sociedad, que eso es la cárcel nalmente. Pero el resto,
la inmensa mayoría, son personas que han sido
lastimadas de modos múltiples y cotidianos a lo largo
de sus vidas, y a quienes la cárcel solo las sigue
marcando y cristalizando ese dolor” (Davis, 2017, pp.6)

Bibliografía:

Davis, A. (2017), “¿Son obsoletas las prisiones?”, Córdoba-


Argentina, bocavulvaria ediciones.

López, M. P. (2019), “Apuntes para las militancias. Feminismos:


promesas y combates”, La Plata- Argentina, Estructura Mental a
las Estrellas.

Robert, A. (2019) “El peligro de la justicia terapéutica”, Le Monde


Diplomatique.

https://www.lapoliticaonline.com/nota/116875-el-escrache-no-n
acio-con-el-feminismo/
http://www.agenciapacourondo.com.ar/generos/escraches-que
-feminismos-buscamos-construir

http://www.agenciapacourondo.com.ar/generos/rita-segato-el-f
eminismo-punitivista-puede-hacer-caer-por-tierra-una-gran-can
tidad-de

http://www.agenciapacourondo.com.ar/generos/escraches-que
-feminismos-buscamos-construir

Guillermina Huarte
Estudiante de eso que le llaman comunicación social. Lesbiana y
feminista con orgullo. Pelea con facilidad. Quisiera que sea verano
todo el año. Desconfía y reniega de la astrología.

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