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Portada / Red Forbes /
Carlos Requena
febrero 13, 2017 @ 6:30 am
Foto: Archivo
Nada peor que los ciudadanos comunes intenten entender el Derecho. ¿Por qué
algunas élites de las ciencias, finanzas, impuestos, medicina o jurisprudencia tienen
la errónea creencia de que, a mayor complejidad del lenguaje, más elevado o
profundo es su mensaje?
Ejemplos como este nos hacen recordar las palabras del jurista español, Manuel
Atienza, quién afirmó: “…no confunda oscuridad con profundidad: lo más oscuro
no es lo más profundo”. Tiene mucha razón, pues palabras como moratoria, ab
initio, litis expensas, usucapión, premoriencia, sobreseimiento, litispendencia,
subrogación, non bis in ídem y concusión, son apenas algunos términos con los que
las personas comunes suelen toparse cuando hablan con un abogado, un juez o se
enfrentan –no siempre por gusto ni voluntad- a un procedimiento legal.
Precisamente por ello existe gran preocupación por lo rebuscado y abusivo del
lenguaje jurídico. Incluso, durante la XVIII Cumbre Judicial Iberoamericana
(Colombia, 2015), expertos de varias naciones analizaron diversas sentencias
legales de al menos ocho países, entre ellos México, y encontraron lo siguiente:
Palabras de comprensión exclusiva para juristas,
Con expresiones anacrónicas,
Muy técnicas y redundantes,
Oscuras y retóricas,
Inentendibles y obsoletas,
Excesivo uso de latín,
Redacción barroca y,
Demasiadas citas jurisprudenciales y doctrinarias enredadas.
Juan Carlos Arce realiza una descripción muy puntual del desafío que entraña la
complejidad del lenguaje jurídico: “Hay en la Administración de Justicia un
ceremonial, un rito, una escenografía y un lenguaje de reliquia tan feo y tan rancio,
tan absurdo y desusado, que ya no basta con decir que es barroco, sino que es
absolutamente arcaico, a veces anterior al siglo XIV. El ciudadano tiembla cuando
recibe del juzgado comunicaciones dirigidas a él que no es capaz de entender.
Quien lee una comunicación judicial no sabe si le llevan a la cárcel o si ha
heredado”.
Como dice Catón: “Leer y no entender es como no leer”. Mientras tanto, yo opino
que: “las leyes, si no son para tu bien, no son leyes”.