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Con la mediación de los Padres de Maryknoll que apoyan la edición para el Estado Plurinacional de

Bolivia, tengo el honor de presentar el libro de Francisco Bosch, ‘El Grito Descolonizador. Hacia
una teología narrada por los pueblos de Nuestramerica’.

Si es cierto que todo libro es un viaje, no tengo dudas que este lo es de una manera especial, tanto
por el recorrido, como así también por el contenido y la mediación.

Por un lado es el recorrido de un joven que se lanza al vacío con 21 años, quedándose a vivir en un
país ciertamente peligroso y desconocido, sin un centavo en el bolsillo, con el sueño de estudiar
‘una teología’ y con la única certeza de que Monseñor Romero jamás lo abandonaría. Si bien es un
recorrido que se inicia un año antes en la soledad del Chaco Salteño junto a comunidades
aborígenes y que continua mochila en mano hasta llegar al sur de México visitando comunidades,
lo definitivo es que este viaje apasionante recibe la unción al pisar aquella tierra que lo eligió. No
podía ser de otra manera, la gracia de lo alto le llegó, porque primero, hubo un salto de fe en ‘El
Salvador’.

El libro carga entonces no solo con la marca de este bautismo sino también con la densidad de una
vida joven, que en pleno siglo XXI, buscó profundizarse. En 7 años que duró el proceso, aquella
intuición original llegó a convertirse en una vocación de servicio exigente en el método y en la
disciplina (típico de la formación jesuita que recibió) pero sobre todo, muy arraigado a la fe de su
pueblo y enlazado al corazón de Dios. Francisco, se graduó en teología, pero más importante que
eso, antes se dejó conmover. En eso, como en tantas otras cosas, Francisco es muy fiel a la
tradición teológica latinoamericana: antes que las mediaciones, la opción fundamental. En ese
sentido, la suya siempre fue caminar con otros, descartando ser primero pero claro está,
priorizando llegar juntos. ¿Que es la vida si no eso? ¿Acaso no es esa la clave para sentipensar la
teología? el viaje se es caminar en peregrinación.

En ese sentido, El grito es un viaje también por la profundidad de su contenido. Basta comenzar
con las primeras páginas para sentir que en espejo de tantas historias, algo muy dentro nuestro se
nos pone en movimiento. Por la ternura de tanta juventud, por la encrucijada de tantas preguntas,
por la ternura de tantas historias y por la terquedad de tantas vidas. Por la poesía de tantos
compañeros, por la abuela Katalina y por su sabiduría. Si bien es cierto que te desestabiliza,
entonces la obra en su totalidad funciona como una unción. completar la obra en su totalidad es
un verdadero aldabón. Si somos un poco hondrados, Algo nde nuestra fela detalle del Grito es un
verdadero camino de Revelación. El Grito es entonces, una En nombre del En ese sentido es el
libro de un teólogo comunitario.

Finalmente el grito también es un viaje por su mediación. Aquí radica sin más, la originalidad del
trabajo que parte no solo de la propia honradez de Francisco para con su propia historia sino
también del discernimiento profundo de su propia vocación. Un libro que nació al calor de los
encuentros, en el abajo y en adentro de la vida de los pueblos, no podía volver a su gente en un
formato que les fuera ajeno. No es la idea de Francisco puesta por escrito La peregrinación que
busca la Revelacion lo hace de una maner joven, dinámica Es el libro de un educador popular.
Una palabra más sobre el Grito que nos une en la historia.

En noviembre del 2015 y con la excusa de un taller en Costa Rica que sería facilitado junto a
Francisco en el Departamento Ecumenico de Investigaciones, nos dispusimos a cerrar aquel viaje
que ninguno de los dos había dado por concluido. En el medio había pasado sus 7 años en el
Salvador. Había pasado, exactamente, la historia del libro que justo en esos días, estaba
terminando de pasar por escrito. El lugar elegido fue la isla de Solentiname en el lago Nicaragua,
conocida por sus evangelios reescritos por los isleños en tiempos de Revolución. Nos había
quedado pendiente de aquella primera vez. Admirábamos aquella experiencia, queríamos conocer
ese lugar donde Yavhe Dios se había revelado de un modo tan especial.

Lo encontré como nunca, frágil con las carnes de su corazón no solo abiertas, sino también
lastimadas. Entendía bien por donde andaba y en todo caso, de que huía. Lejos de entristecerme,
me alegró mucho de verlo así. Me recordaba a mí mismo años atrás, en aquella despedida, en la
que el se quedaba y a mí me tocaba regresar. Esos días en Solentineme fueron preciosos, e
interminables, en el mejor de los sentidos. Percibí que con ‘su historia’, ese pequeño país que le
había acogido durante un septenio fundacional de su vida, le había hecho probar el sabor de ‘su
propia historia’, aquella que quizás el pensaba que había dejado atrás.

Hablamos muchísimo del libro, de sus historias, de los personajes, de los detalles de cada capitulo.
El libro que me toca presentarles, está atravesado por esa espada que lo lastimó pero que no lo
mató, sino que al final, compadecida, le sirvió de espejo. Como no podía ser de otra manera,
finalmente ‘El Salvador’ lo salvó en aquellas comunidades que le enseñarona despojarse hasta el
limite del grito.

Y como no podía ser de otra manera, el grito de Francisco, el grito descolonizador.

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