Sei sulla pagina 1di 6

Hace muchos años, mi universidad me pidió que colaborara en un proyecto

con otras universidades mexicanas para producir contenido académico en línea. Me


tocó elaborar un curso masivo sobre algún tema de filosofía. Pensaba que el tema
más fácil de llevar y evaluar para posiblemente cientos de usuarios sería un curso
sobre falacias lógicas y sesgos cognitivos. Llamé el curso “Cómo pensar como
filósofo”. Veo que está colgado todavía en línea, pero al parecer ya no se puede
tomar. En todo caso, dejo una liga aquí abajo en la descripción si te interesa. Sin
embargo, ahora me da cierta pena o incluso risa pensar en ese curso, no tanto por el
contenido – lo que digo sobre las falacias y las investigaciones en los sesgos
cognitivos es correcto. Más bien es pena por la presunción y hasta osadía de poner a
los filósofos en un pedestal, como una clase superior a los demás. Lo que el título del
curso comunica es “Tú también puedes aprender a pensar de forma rigurosa para
que tus creencias no sean dogmáticas y sesgadas”. Básicamente, es un curso sobre lo
que llaman “critical thinking” – “el pensar crítico”. El filósofo es crítico, no dogmático;
su pensamiento es objetivo, no ideológico. ¡Tú también puedes ser como nosotros
filósofos!
Pues les cuento que me da pena ahora la presunción con la que hice ese
curso, porque en los últimos años he llegado a la opinión de que los filósofos
académicos son básicamente igual de sesgados y dogmáticos como el vulgo. He
expresado esta idea en la siguiente afirmación: “La única diferencia entre un doctor
en filosofía y una persona común y corriente de la calle es que el doctor en filosofía
es simplemente más hábil para justificar sus prejuicios”. ¿Será? La verdad, espero
que no. No quiero que sea cierto, sin embargo es lo que mi experiencia me muestra
por todos lados. Sin duda, esta afirmación, que presento como una verdad universal
en su alcance, no es más que una observación empírica por mi parte, quizá una
impresión subjetiva, y tomada de una muestra muy limitada. A lo mejor el problema
no sea con la filosofía y con la posibilidad de pensar de forma crítica y objetiva, sino
con algunos filósofos que se dejan llevar por sus pasiones y prejuicios en vez de la
razón. Eso pasa con algunos científicos, por ejemplo, pero no por eso tachamos
necesariamente a la ciencia, al método científico. Pues creo que es más que eso.
Creo que hay un problema más a fondo y eso es lo que quiero tratar de desentrañar
en lo sucesivo, tomando muy en cuenta a la vez que el argumento que voy a plantear
no queda exento de lo que mi afirmación dice sobre los filósofos. Es bastante
posible que en mi reflexión trate de simplemente justificar un prejuicio mío.
Antes de seguir, quiero señalar que este problema que comento no es una
simple curiosidad filosófica, sino que refleja una realidad cada vez más patente en
nuestro mundo: el tribalismo, la postverdad, teorías de complót, burbujas mediáticas,
hechos alternativos – en fin, la creciente falta de criterios comunes que sirvan de base
para consensos y acuerdos. Debates y desacuerdos no son nada nuevos, pero por
alguna razón parecen mucho más agudos e intratables hoy en día.
En mi viaje en Sudamérica el año pasado, di pláticas en varias facultades de
filosofía, más que nada presentando mi libro sobre Peirce y charlando en general con
los alumnos. En una ocasión, me pidieron que hablara sobre mi experiencia como
filósofo profesional, sobre la vida académica, y consejos que podría dar a los
alumnos. Quiero compartir aquí en poco de lo que les dije como forma de
adentrarnos en la temática que he propuesto sobre los prejuicios de los filósofos.
Les dije que cuando los antiguos cartógrafos no sabían qué había en cierta
región, en los mares por ejemplo, escribían en el mapa “Hic sunt dracones” - aquí hay
dragones, cuidado. En el mundo del pensamiento, el peligro no son los dragones,
sino, diría yo, el dogmatismo. ¿Por qué es peligroso? Bueno, primero tenemos que
saber qué es. Uno es dogmático cuando sostiene una creencia por la que no da
razones. Dar razones responde la pregunta ¿Por qué? En una democracia
especialmente eso es muy importante. Si todos creyeran dogmáticamente lo que
creen, discusión, diálogo y consensos no serían posible.
Más que cualquier otro, Kant es quien puso en el vocabulario filosófico el
término “dogmático”. Acusaba a los racionalistas (Descartes, Leibniz, y Spinoza, entre
otros) de ser dogmáticos, más bien de hacer metafísica dogmáticamente, porque
afirmaban tener conocimiento de objetos que no se daban en la experiencia
humana, objetos cómo Dios, mónadas, sustancia, el alma etc., y también la
inmortalidad y la libertad de ese alma. Llegaban a tener creencias sobre esos objetos
sin primero investigar la capacidad de la razón de llegar a tales conclusiones. Frente
a cualquier aserción dogmática, dice Kant, otras aserciones dogmáticas pueden
oponerse, y sin criterio racional para adjudicar entre ellas nos encontramos pronto en
el escepticismo. Su célebre respuesta a esta situación fue la filosofía crítica. Someter
a la razón a un criticismo severo para ver sus límites y alcances, y eso con la finalidad
de ver hasta dónde la razón puede emplearse de forma pura (es decir, a través de
puros conceptos sin acudir a la experiencia) - y así tenemos el título de su famosa
obra, La crítica de la razón pura. Su respuesta, dejando por fuera la cuestión de las
ideas de la razón, es que los conceptos del entendimiento necesitan intuiciones para
funcionar de forma legítima. De ahí en fuera, tenemos metafísica dogmática.
Dado que en su filosofía Kant no postula entes metafísicos como Dios o
mónadas, a lo mejor piensa que haya evitado el dogmatismo de los racionalistas.
Pero no. Todo lo que dice sobre la sensibilidad y el entendimiento y sus estructuras a
priori son afirmaciones metafísicas dogmáticas por qué, según su propia definición,
son cosas de las que no podemos tener intuición alguna, y por otro lado, si son
creencias que sostiene, para que no sean dogmáticas, tiene que dar razones para
ello. Tiene que someter su propia crítica a una crítica. Y eso no lo hace. De acuerdo
con el propio Kant, esta meta-crítica sería necesaria. Tiene que preguntar ¿Qué razón
tengo para creer esto? Y de esa razón también se podría preguntar lo mismo, lo cual
conduciría a un dilema muy inquietante. O bien hagamos la pregunta crítica ad
infinitum, lo cual nos lleva al escepticismo, o bien negamos responderlo, y caemos en
el dogmatismo. La filosofía crítica de Kant parece imposible, o al menos muy difícil
de llevar a cabo sin apoyarse en elementos dogmáticamente aceptados. Para evitar
el dogmatismo, pareciera que la única opción es abrazar el escepticismo.
Ahora bien, si el gran genio de Kant no pudo evitar el dogmatismo, no tengo
grandes esperanzas para el resto de nosotros mortales, incluso los filósofos
académicos contemporáneos. Y aquí volvemos a mi afirmación polémica: “La única
diferencia entre un doctor en filósofo y una persona normal de la calle es que el
filósofo es simplemente más hábil para justificar sus prejuicios.”
Bueno, un prejuicio no es más que una creencia aceptada sin dar razones, por
lo que los prejuicios son dogmáticos por definición.  Se supone que el filósofo es
quien por excelencia da razones para sus creencias, sometiéndolas a un escrutinio,
para que llegue a sostener creencias no meramente subjetivas e idiosincrásicas, sino
objetivas, al menos en la medida posible.  Ahora bien, si dividimos las creencias del
filósofo entre, por un lado, las que sean netamente filosóficas, digamos las que
maneja en las publicaciones de su disciplina, y por el otro, las que tienen que ver con
la vida cotidiana, con su condición de ser simplemente humano (cómo el hombre de
la calle), verás que con respecto a estas últimas, a creencias religiosas, políticas,
económicas, morales, etc., que los filósofos se reparten entre todas las posibles
posturas.  Hay filósofos de derecha, de izquierda y de en medio, hay creyentes, ateos
y agnósticos, capitalistas y comunistas, vegetarianos, carnívoros y omnívoros, los que
están a favor de la energía nuclear y los que no, etc., etc., etc.  Y en cuanto a sus
creencias filosóficas, encuentras a filósofos repartidos a lo largo de la amplia gama de
posibles posiciones filosóficas: platónicos y cartesianos, hegelianos y nietzscheanos,
metafísicos y relativistas, hermeneutas y fenomenólogos, monistas, dualistas y
pluralistas, muchos de los cuales debaten a muerte, segurísimos de la corrección de
su postura.  
Ahora bien, el problema es cómo dar cuenta de este curioso escenario.  ¿Qué
clase de razón es la que conduce a tantas posturas tan disimiles sobre uno y el mismo
tema?  Si el filósofo es realmente crítico y no dogmático, entonces se supone que las
reglas de la lógica y las falacias y la argumentación y todo eso que enseñamos a los
jóvenes en un departamento de filosofía tendría el efecto de llevar a los que los
emplean más cerca de la verdad, a posiciones más parecidas entre sí que disímiles,
cómo en las creencias entre los científicos.  ¿Cómo explicar el hecho de que
patentemente no hace eso?  A lo mejor sólo algunos tienen razón y los demás están
equivocados y por su terquedad egoísta o su ceguera ideológica no verán la luz. Hay
una parte de mí que a veces cree eso, pero hay otro lado que dice que la mejor
manera de explicar todo esto es que los filósofos, tanto en su vida personal como en
su vida profesional, llegan a tener las creencias básicas que tienen no por
razonamiento lógico, sino por cuestiones estéticas y afectivas. Cómo dice Gottlob
Fichte: “La clase de filosofía que uno elige depende del tipo de hombre que uno es”.
 En su formación, uno es atraído a Platón y otro a Nietzsche, uno al idealismo y otro al
materialismo.  No razonan de forma lógica para llegar a esas creencias, porque si así
fuera, llegarían a las mismas creencias, o al menos a creencias mucho más parecidas
entre sí. Entonces, en vez de usar la razón para criticar su prejuicios, la usan para
justificarlos. ¿Será que, como dijo David Hume, la razón es el esclavo de las
pasiones?
Ésa es la sensación que me da. Pero aun cuando las cosas no fueran así, y los
filósofos académicos se portaran tal cómo esa imagen que tenemos del filósofo
como desinteresado, objetivo y racional, por lo que vimos en nuestra discusión de
Kant, no veo cómo podría evitar ser dogmático, menos al asumir una postura
escéptica, cosa que nos vuelve quizá a los diálogos aporéticos de Platón y a la
célebre afirmación de Sócrates de que “Sólo sé que no sé nada”.
Ahora bien, todo esto que he dicho tiene sentido sólo si se supone cierta
concepción de la filosofía y su quehacer, a saber, una que a muy grandes rasgos
busca la verdad, es decir, que trata de decir y explicar la realidad y la experiencia
humana tal como realmente son. Cuando Kant propuso su revolución copernicana
no estaba simplemente jugando con conceptos; le motivaba la verdad; buscaba
sustituir una explicación que consideraba incorrecta (la de Hume) con otra (la suya)
que no era simplemente coherente, sino verídica. Peirce una vez dijo algo al respecto
que siempre me ha impresionado. Dijo: “Todo hombre cree enteramente en
semejante cosa como la verdad; ya que de otra forma jamás haría una pregunta”.
En fin, ésta es la concepción que está a la base de mi reflexión aquí, pero
reconozco que hay otras formas de concebir la filosofía. Wittgenstein, por ejemplo,
no ve la filosofía tanto como una empresa epistémica, sino como terapéutica. Él cree
que el lenguaje ha hechizado al hombre, por lo que el punto de sus reflexiones,
como dijo, es “Mostrar a la mosca la salida de la botella”. La filosofía trata no de
resolver problemas, sino de disolverlos. Y un hegeliano, aunque también le interese
la verdad, me diría: “¿Contradicciones y desacuerdos? No te preocupes Darin, eso es
lo normal, poco a poco se irán resolviendo. Sólo necesitas paciencia y una
perspectiva más amplia para verlo”. Y luego hay gente como Richard Rorty, un
neopragmatista muy lejos de la posición de Peirce, quien rechaza toda cuestión de
verdad, de la terminología de correcto o incorrecto en el discurso filosófico.
Bueno, una discusión sobre la naturaleza de la filosofía sería interminable. Si
manejas, como yo, la concepción epistémica, creo que surge este problema del
dogmatismo, y fuera de los escépticos, no sé quien haya dado una buena solución al
problema. Por cierto, quiero dejar algo muy claro antes de seguir. Con mi afirmación
sobre los prejuicios, no es mi intención poner a Kant en el mismo nivel que cualquier
idiota de la calle. (Si estás escuchando esto en Spotify, en el vídeo estoy mostrando
una foto de Donald Trump para ilustrar este último). El dogmatismo que se
encuentra en la gente normal e incluso en el típico filósofo académico es mucho más
patente y burdo que él que encontramos en Kant, sin embargo, ahí está en Kant y por
eso planteo esta equivalencia, aunque para que tuviera una fuerza retórica llamativa
quizá lo expresé de una forma demasiado burda en mi afirmación.
Creo que empecé a pensar en todo esto debido, en parte, a todos los años
que llevo haciendo vídeos en la Fonda. El esfuerzo que he hecho para ponerme en
los zapatos de los filósofos que he tratado, siendo abogado del diablo de sus
argumentos, ha iluminado en cierta medida este problema que planteo aquí. Sin
duda, mi experiencia en la Fonda me ha hecho menos dogmático, no del todo
obviamente, pero sí mucho más consciente del gran abanico de ideas, cómo si todas
ellas figuraran en un gran diálogo aporético de Platón dejándonos perplejos e
incluso escépticos.
Hemos hablado del peligro que representa el dogmatismo, pero el
escepticismo también tiene su peligro. Es que un escéptico no toma nada en serio, y
por tanto dificilmente actua. Este binomio de dogmatismo-escepticismo me
recuerda de un famoso poema del poeta irlandés W. B. Yeats que se llama The
Second Coming (La Segunda Venida). Se escribió tras la carnicería de la Primera
Guerra Mundial y trató de captar el espíritu de un mundo angustiado. Tiene unas
líneas que expresan muy bien el dilema a que nos hemos llegado. Dice:

The best lack all conviction, while the worst


Are full of passionate intensity.
Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
Están llenos de una apasionada intensidad.

No creo que Yeats escribió estas líneas pensando en filósofos, en un debate en


un congreso de filosofía, sino en el mundo normal en que convivimos, en el que hay
problemas que tienen que resolverse, y decisiones que hay que tomar. Empecé esta
reflexión con mi afirmación sobre los prejuicios de los filósofos, pero mi
preocupación más a fondo es con el mundo más amplio en que todos vivimos. Sea
uno filósofo o no, lo que se oye no es la duda del escéptico sino la pasión del
convencido. Las voces de los convencidos nos rodean por todos lados. Cada una
quiere convencernos de que su camino es él que hay que tomar.
El otro día, estaba platicando con un buen amigo que está lleno de
apasionada convicción. Le pregunté: “Oye, ¿tú conoces a alguien, algún autor que
has leído, que tiene la razón en todo, alguien cuyas ideas están atinadas en todo, más
allá de la crítica?” Me respondió que no, y le dije yo tampoco. Ni siquiera en mi
lectura de los grandes filósofos he encontrado semejante conjunto de ideas. Si un
genio como Kant no tiene toda la razón, entonces yo mucho mucho menos. Estaba
tratando de explicar mi humildad epistémica frente a lo que yo percibía como su
exceso de seguridad y convicción en sus propias ideas. Cómo académicos, él y yo
somos investigadores. El Estado nos paga para investigar. Y le dije, la verdad ya no
te veo como investigador sino como ideólogo, con lo cual quería decir que me
parece difícil, si no imposible, que una nueva experiencia o argumento cambiara sus
opiniones básicas, su cosmovisión. Y eso me parece muy problemático. Bueno,
tampoco con eso quiero decir que yo sea el gran investigador en posesión de
creencias objetivas y certeras. Todos somos dogmáticos en algún grado u otro. Sin
embargo, ese binomio investigador-ideólogo me pareció bastante llamativo y es lo
que me impulsó a hacer este vídeo.
A pesar de lo que dije sobre Kant, sobre las dificultades de fundamentar una
filosofía crítica, al mismo tiempo no puedo sino valorar la idea ilustrada de crítica.
Pensar no en función de dogmas religiosos, políticos o sociales, sino en función del
libre ejercicio de mi razón. Sapere aude, decía Kant, atrévete a conocer por cuenta
propia. Parte de razonar así implica desenmascarar y desmentir dogmas e
ideologías, pero con la finalidad no tanto de alcanzar una verdad, sino de vivir de
forma libre, autónoma. Si el pensamiento filosófico y el pensamiento en general no
aspira a semejante autonomía lograda con la razón crítica, pues me parece que no
somos más que partícipes en un gran juego retórico en el que engañamos
principalmente no al otro sino a nosotros mismos. Aún no encuentro la forma de
responder mi afirmación sobre los prejuicios del filósofo, y quizá esto que digo de la
Ilustración sea mi prejuicio, pero no lo puedo soltar. El dogmatismo patente y la
esperanza de un pensar crítico habitan al mismo tiempo mi mente. Peirce hablaba de
este estado en un escrito sobre la naturaleza de la duda. Dijo: “Es una sensación
incómoda, una condición especial de irritación, en la que la idea de dos modos
incompatibles de conducta se presentan ante la imaginación de él que duda, y nada
lo determina, de hecho se siente prohibido, a adoptar uno de los modos y rechazar el
otro”.
Así me siento, y pues esta duda es lo que quiero tratar en los vídeos que
vienen. Quisiera empezar analizando el concepto de ideología. Es muy común,
como en la conversación con mi amigo, que cuando a nuestra forma de ver y
entender las cosas uno opone otro punto de vista, lo tachamos de ideológico. ¿Qué
significa ese término? ¿Pienso yo de una forma ideológica? Una de las tradiciones
que más se ha ocupado de la cuestión de un pensar crítico es la teoría crítica de la
Escuela de Frankfort. En los escritos de Horkheimer, Adorno, Habermas y otros,
encontramos un interés en el análisis y crítica de la ideología. Así, viendo lo que se
ha pensado sobre este tema puede volverme más consciente de los elementos
dogmáticos en mi pensamiento y más cerca al ideal crítico que postulaba Kant.

Potrebbero piacerti anche