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Leona, la periodista

Hola, qué tal. Mi nombre es Leticia Urbina Orduña, profesora de periodismo de la


Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM, y quiero conversar con
ustedes sobre Leona Vicario en su faceta de periodista.

Hasta antes de este año dedicado a su figura, el público en general la recordaba


de varias maneras: como heroína independentista, como mujer arrojada y
generosa, como la única mexicana que fue objeto de un funeral de Estado y del
nombramiento de Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria. Menos divulgado es
su papel como la primera mujer periodista de México.

¿Cómo fue que ejerció ese papel? Hay que poner en contexto algunas cosas,
decir periodista a principios del Siglo XIX, debe remitirnos a una figura que está
muy alejada de la que hoy conocemos con ese nombre.

Por la tardanza en el proceso de armar las planas e imprimir, las noticias de los
periódicos de la época eran todo, menos frescas; frecuentemente eran vehículos
propagandísticos, a veces oficialistas y a veces opositores, pero cuando esto
último sucedía eran destruidos, las imprentas confiscadas y sus trabajadores,
aprehendidos.

Aquella censura, ejercida bajo la égida de monarcas y eclesiásticos, parece


exagerada en un país cuya población estaba alfabetizada en menos del 10%; sin
embargo, existía la costumbre de que aquel que sabía leer lo hacía en público
para que los ciudadanos no alfabetizados conocieran lo que aquellos papeles
decían. Luego la información corría de boca en boca, su penetración podía
entonces ser poderosísima.

Por eso el movimiento independentista usó la prensa como una de las principales
formas de divulgación de los ideales que defendían. Por eso Xavier Mina viajó
desde España hasta Tamaulipas con una imprenta; Por eso Miguel Hidalgo creó
varios periódicos –algunos de ellos incluso en una zona fronteriza en duda entre el
Río Nueces, Nacogdoches y Natchitoches, que era considerada tierra de nadie–; y

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por eso la propia Leona Vicario financió y colaboró con más de una publicación
pues las circunstancias así lo exigían.

No sólo la fortuna que doña Leona Vicario heredó de su madre lo hizo posible,
sino también la esmerada educación que recibió, lo cual tampoco era común para
las mujeres de su época, incluso las de su clase social. Esto dice uno de sus
biógrafos, don Genaro García, de la educación y actividades de las mujeres de
aquella época:

“Si hoy día la educación de la mujer dista mucho de ser satisfactoria, no obstante
que pensadores y gobiernos le consagran continua atención, en aquellos años,
que casi nadie se preocupaba por ella, era de tal modo deficiente y viciosa, que á
las mismas mujeres de las clases ricas dejaba condenadas a una existencia de
ignorancia y naderías. Para educarse, les bastaba aprender de memoria el
Catecismo de la Doctrina Cristiana; á leer de corrido y mal escribir; a bordar con
chaquira, pero no á coser, porque no habían de mantenerse de la costura; á
comer con limpieza; vestir a la moda; andar de manera airosa; bailar campestres,
boleros, contradanzas y valses, y á tocar y cantar un poco y no bien. Hay que
convenir en que con esto tenían bastante, y aún en que les salía sobrando la
lectura y la escritura”.

En cambio, Leona Vicario no sólo aprendió a leer y escribir correctamente, sino


que sabía también francés y tradujo algunas obras; gustaba de leer sobre historia
y política. En su biblioteca señala Genaro García, “Leona leía producciones
literarias de autores alemanes, españoles, ingleses y franceses”. Aquellas lecturas
fueron clave para la formación del pensamiento político de Leona Vicario, quien
bien podía haberse dedicado a la vida cómoda e indolente que estaba tan a su
alcance. Sin embargo prefirió arriesgar todo lo que poseía, desde su fortuna hasta
su buen nombre e incluso su vida, por un ideal patriótico. Inició por el
financiamiento para tinta, papel y tipos de El Ilustrador Americano.

Entre sus acciones estuvo la de servir como correo, recibiendo mensajes que le
hacía llegar Ignacio Allende a través de Mariano Salazar, lo que poco a poco ella
transformó en una bien estructurada red de información. Su posición social le

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permitía acceder a noticias privilegiadas sobre los movimientos del ejército realista
que ella daba a conocer a los Insurgentes. La labor que ejercía era clandestina y
equiparable a la de un corresponsal de guerra.

De simple intermediaria en el flujo de noticias, pronto comenzó también a enviar


artículos a dos periódicos independentistas que se publicaban en el poblado
michoacano de Tlalpujahua: El Ilustrador Americano y El Semanario Patriótico
Americano, siempre bajo seudónimos como Enriqueta y Telémaco. Como muchos
de los insurrectos tenían nombres de guerra, los escritos solían estar en clave, lo
que hacía comprensibles ciertos mensajes cifrados, sólo para los interesados. Sin
embargo, la aprehensión de Mariano Salazar puso fin a aquella actividad, y Leona
se vio obligada a huir.

Fue hecha prisionera e interrogada por la Inquisición, pero sus correligionarios la


rescataron de su presidio en el Colegio de Belén y la mantuvieron oculta dentro de
la ciudad, cuyas salidas estaban vigiladas. Para escapar rumbo a Oaxaca se pintó
la piel, se disfrazó de negra y salió a lomo de mula junto con otros falsos arrieros,
que debajo de las mercancías tradicionales –cueros de pulque, huacales de
verduras, chiles y semillas– llevaban botes y paquetes con tinta para imprenta y
“letras de molde”, es decir, tipos para la impresión de periódicos.

Ya en Oaxaca dedicó gran parte de su esfuerzo al periódico publicado por Carlos


María de Bustamante: El Correo Americano del Sur. Según la historiadora Celia
del Palacio, Leona Vicario “Cada mañana se levantaba al amanecer, y después
de acudir a misa a la iglesia de San Felipe Neri, se dirigía a la imprenta del padre
Idáquez situada en ese mismo lugar, donde a medida que pasaban las semanas,
aprendía todos los secretos del manejo e impresión del pequeño boletín que
iniciaba con el lema ‘El tercer año de nuestra Independencia’”.

Aprendió a mezclar el polvo con el agua para hacer la tinta y a acomodar los tipos
para formar las planas, a extender la tinta con rodillo, a colocar los pliegos en las
planchas y otros menesteres para realizar aquel impreso. Bustamante redactaba
casi todos los contenidos y por las tardes Leona Vicario leía al público, en la plaza,
los contenidos del periódico, asegura del Palacio.

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La lucha independentista la llevaría luego hacia Chilpancingo, Sultepec, Tlatlaya…
Tuvo que parir a su primera hija en una cueva y vivió los mismos peligros y
miserias que el resto de los insurgentes, hasta que por estrategia, ella y su
esposo, Andrés Quintana Roo, se acogieron al indulto que los obligó a
permanecer en Toluca, en espera de salir a España, condición impuesta por el
virrey que no llegaría a cumplirse.

Consumada la Independencia, la nación le resarció con otras una parte de sus


propiedades confiscadas. Había nacido ya su segunda hija y Quintana Roo se
había convertido en diputado. Sin embargo ella no se mantuvo ajena ni a la
política ni a la prensa. Por ejemplo, publicó en el Águila Mexicana su postura ante
el proyecto de ley para la expulsión de los españoles, lo que le valió una crítica
insultante en otro periódico, denominado El cardillo de las mujeres.

Junto con Quintana Roo la pareja fundó un nuevo medio, El Federalista Mexicano.
Durante el gobierno de Anastasio Bustamante, su esposo fue perseguido y se
trató de decomisar la imprenta, por lo que Vicario solicitó una audiencia con el
presidente que por supuesto no resolvió nada. Sin embargo un diario gobiernista,
El Sol, trató de hacer escarnio de ella al llamarla Quijote con enaguas y apoderada
y esposa de Quintana Roo, según el historiador Eugenio Aguirre.

Desde las páginas de El Federalista, Leona Vicario respondió a las ofensas


proferidas por El Sol, lo que luego recibiría una respuesta gubernamental desde
otro periódico, el Registro Oficial, en el sentido de que la presidencia de la
República le había atendido como correspondía mientras ella habría sido soberbia
y atrevida. Nuevamente buscó desmentirlos mediante una carta que no fue
respondida, de momento.

Pasado un mes, Lucas Alamán acusó desde el Registro Oficial a Leona Vicario de
haber participado en la Guerra de Independencia sólo por seguir a su hombre,
presa de “cierto heroísmo romancesco” producto del influjo de sus pasiones, y
encima eso le había valido recibir casas y haciendas, que como se dijo ya, eran en
retribución de las que le habían sido arrebatadas.

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Fue entonces que Leona Vicario redactó una respuesta que se ha convertido en
uno de sus trabajos más conocidos. “Confiese usted, señor Alamán, que no sólo el
amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos
los entusiasmos y que los deseos de la gloria y la libertad de la patria no les son
unos sentimientos extraños…” decía en la extensa carta en la que apunta que su
objeto es evitar que su memoria no pase “con la fea nota de haber sido yo una
atronada que abandoné mi casa por seguir a un amante”.

El texto deja claro que Leona Vicario no requería ayuda para defender su honor y
sus convicciones. Pero del mismo modo en que su pluma podía ser rigurosa, era
capaz de pergeñar una poesía, como la que escribió en Toluca en 1820, sobre el
conflicto entre la libertad y la tiranía, y de la que extraemos este fragmento:

¡Cuán vanamente –el monstruo le replica–

Aquí de mi furor salvarte aguardas!

¿Qué sirve mi poder si tú rendida

La cerviz no doblegas a mis plantas?

Mientras respires el vital aliento

En falaz apariencia abandonada.

Mientras de tus doctrinas lisonjeras

Hasta el último alumno no se acaba.

Vacila el trono en el que terrible impero

El público deseo se propaga

Con que España inconstante en sus ideas

Por mi exterminio fervorosa clama.

No fue su único poema, pues en 1810 había escrito una Memoria cristiano-política
acerca de los peligros de la falta de unidad en el país. Muchos otros textos se
encuentran diseminados en los periódicos de la época, queda pendiente la tarea
de recopilarlos en un solo volumen.
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