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EN LA FESTIVIDAD SE COME CUY DE

LABORATORIO. CUANDO LA CULTURA


ARRINCONA A LA CIENCIA.

JOAQUÍN YRIVARREN ESPINOZA

“…lanzar una metáfora en una conversación es como


interrumpir súbitamente ésta, lo necesario para hacer
una mueca, o extraer una fotografía del bolsillo y
exhibirla, o señalar algún aspecto del entorno o
abofetear al interlocutor, o besarlo.” (Richard Rorty,
Contingencia, Ironía y Solidaridad, pág. 38)

Resumen

En este ensayo examino el dilema de la autoridad tecno-científica en el Perú.


Sostengo que el dilema principal está en alcanzar un equilibrio entre moralidad y
tecnología. La innovación en el Perú no está basada en un marco institucional
estructurado fuertemente. Antes bien, la innovación se basa en un montón de
combinaciones ora ingeniosas ora monstruosas. Analizo ejemplos donde se le
„saca la vuelta a la autoridad tecnológica‟: una comunidad de criadores come en su
festividad cuyes mejorados en laboratorio. Hay actos que resultan a veces más y
menos ofensivos a la tecno-ciencia en su encuentro con la „cultura‟. Los actos de
ofensa/ironía ayudan a comprender cómo se mezcla y se diferencia la ciencia de la
cultura. El argumento central es que el dilema de la autoridad no es el choque o la
exclusión entre ciencia y cultura, sino la incapacidad para manejar la pluralidad de
mezclas (sociotécnicas) riesgosas existentes, creando lazos de confianza y
compromiso. Los híbridos de ciencia y cultura no originan una jerarquía radical ni
tampoco dejan establecidos vínculos igualitarios, sino que traen consigo una
atmósfera de incertidumbre e impotencia. Esbozo una alternativa de democracia
pluralista extendida a la tecnología bajo la noción de imaginación atmosférica. Ella
se centra en las condiciones de reunión y movilización de actores que tienen
opiniones diferentes y contrarias sobre el desarrollo tecno-científico.

Palabras clave: autoridad tecno-científica, ciencia, cultura, imaginación atmosférica,


pluralismo tecnológico.

Abstract

In this essay, I examine the dilemma of the technological authority in Peru. I


contend that the main dilemma is to achieve a balance between morality and
technology. Innovation in Peru is not based on an institutional framework strongly
structured. Although, innovation is based on ingenious/monstrous combinations. I
discuss examples where people betray or cheat a technological authority: in a
festivity, a community of breeders eats guinea pigs improved in laboratory. There
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are acts that are sometimes more or less offensive to technological authority in
his encounter with the culture. Acts of offense/irony help to understand how
science and culture are blended and become different. The central argument is
that the dilemma of the authority is not shock or exclusion between science and
culture, but the inability to handle the plurality of risky mixtures, creating bonds of
trust and commitment. Hybrids of science and culture do not originate nor radical
hierarchies, neither links of equality, but they bring with them an atmosphere of
uncertainty and powerlessness. I sketch an alternative of pluralist democracy
extended to technology under the notion of atmospheric imagination. This is
focused on meeting and mobilization of actors that have different and opposing
views around the technological development conditions.

Keywords: technological authority, science, culture, atmospheric imagination,


technological pluralism.

La escena de barrio

Era la medianoche de un viernes, me empeñé en salir de casa y encontré en


la esquina de siempre a los amigos de siempre. No hay nada como la
esquina del barrio en nuestra cultura pública para describir algunos de
nuestros dilemas (Callirgos 1996); y esta, la mía en particular, no se aleja en
lo absoluto de lo típico: un poco de música saliendo de los parlantes de un
carro puertas abiertas, un montón de cervezas en la pista, la tienda del
amigo que conoce todas historias de las señoronas y señorones del lugar,
los mismos cuentos repetidos y, muy en el fondo, las mismas tristezas. Aquí
encontré un diálogo interesante para introducir el tema de este ensayo:

‒Jóvenes, buenas noches. Está prohibido tomar licor en la vía pública. Los
vecinos han llamado para quejarse. Así, si me hacen el favor –dijo un joven
guardia del Serenazgo.

‒Sí, sí, sí «oficial»… estamos por mi casa «oficial». Que se acabe la chela y
nos vamos «oficial» –salió al frente uno de los amigos.

‒¿Por qué le dices «oficial»? –murmuró otro embotellado hasta las orejas.

‒Sí pues, para subirle el ego… para que se crea algo…

Naturalmente, el resultado de esto fue la ofensa e irritación del Sereno,


quien tornó su amabilidad en impotente amargura. Como dato adicional de
la anécdota, debo decir que mi amigo ocasionalmente trabaja como guardia
de seguridad en locales privados.

Aquel encuentro involucró a dos personas semejantes, sin altos cargos de


autoridad y enfrentados cara a cara. Cuando uno de ellos, ejerciendo su
rol, pretendió establecer su autoridad delegada, el otro lo ofendió
insinuando que aquel era un «don nadie». Pero, lo singular es que la forma
usada para agraviar fue decir todo lo contrario, ¡resaltando lo que no es, ni
quizá llegue a ser: un oficial! Me interesa, sobremanera, las fórmulas usadas
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para agraviar y sacar la vuelta a la autoridad sobre un suelo raso. Con la
idea de «sobre un suelo raso» me refiero a escenarios oficiosos, callejeros,
donde la autoridad es siempre algo delegado.

Al hablar de relaciones de jerarquía la imagen habitual que la representa es


la de un triángulo con punta aguda y alta, y muy abajo, una base ancha. No
obstante, nuestra experiencia urbana de años recientes y sus
trasfiguraciones cómicas (El especial del humor, Las tías de la Molina) han
enfatizado que los actos que diseñan jerarquías se expresan sobre suelo
raso, una pista, una calle, un escenario de proximidad. Y que no optamos
por triángulos (forma lineal pura) sino, antes bien, por rejas que permiten
vernos, hablarnos, insultarnos, callarnos, cerrarnos el paso, sacarnos la
vuelta. De manera que, las jerarquías formadas asemejan más a
insinuaciones que a hechos acabados. Es decir, son parte de un proceso
más amplio de micro-diferenciación (en geometría variable) entre los que
vivimos cerca.

Nuestra conformación colectiva ha priorizado las mezclas curiosas y las


proximidades intrigantes antes que las exclusiones insoportables (donde las
líneas austeras sobrepujan) (Nugent 1996). Antes que muros cruentos,
tenemos zonas enrejadas que coquetean y miran de soslayo desde espacios
interiores de cobijo. Sin duda nos diferenciamos de una manera
familiarmente jerárquica; no obstante, ¿alguien podría decir
contundentemente que las rejas sedimentan jerarquías e identidades
sólidas, o lo que es lo mismo, que la materialidad de la diferenciación no es
lo suficientemente frágil como para necesitar renovarla y mantenerla con
frecuencia? Al considerar los mecanismos de diferenciación no deberíamos
olvidar enfatizar en la necesidad de actualizarlos y materializarlos
constantemente.

Acerca de la anécdota, se podría decir que «oficial» ofende por algo común
a todos los agravios; como escribió J. M. Coetzee en un magnífico ensayo:
«… la experiencia o la premonición de ser privado de poder me parece
intrínseca a todos los casos en que alguien se ofende.» (2008:17) Pero,
«oficial» se distingue porque ninguno de los involucrados puede ser
ubicado ni arriba ni abajo, no hay nada como un poder a priori que alguno
pudiese perder y, por ello, originar una crisis institucional. Simplemente hay
alguien que le recuerda a otro la autoridad que no posee ni probablemente
ostentará, interponiendo una metáfora que es como una bofetada
entrelíneas. Si reparamos bien en la connotación del término «oficial»,
arriba significa abajo.

En el fondo, al guardia del Serenazgo no le quita el sueño finiquitar con la


escena del barrio, no se siente retado por la situación; y el amigo sabe
perfectamente que no le va a pasar nada si le ofende y que, al rato, va a
poder seguir tomando su última cerveza. La ofensa no tiene como
antecedente una relación poder/no-poder, dentro/afuera, antes bien la

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ofensa consiste en recordarle a otro que no tiene poder, sacando así la
vuelta a la autoridad.

En este ensayo, no hablaré de la relación típica de unas Fuerzas Armadas


indignadas por una vedette cuya vagina descansa en la bandera nacional ni
de una Iglesia Católica crispada por la píldora del día siguiente, el aborto o
el matrimonio gay. Sin duda, estos representan debates públicos de altísima
relevancia nacional; y que marcan una relación donde la más leve
insinuación del deseo de ejercer libertades individuales ofende a
instituciones tutelares por antonomasia. La imagen de la jerarquía
examinada en los casos de instituciones tutelares es claramente razonable
por su historia y actualidad institucional. Pero ¿qué hay de los casos donde
la estructura institucional no es el armazón de un poder que establezca
líneas claras entre los de adentro y los de afuera, los tutores y los
incapaces, los más y los menos?, ¿qué acaece allí en los teatros marginales?

Deseo con este ensayo hacer visible el dilema de la autoridad tecno-


científica en el Perú, encontrando una interpretación a partir de las
insinuaciones de jerarquía, como formas de diferenciación cultural,
localizables en escenarios no oficiales, sino antes bien oficiosos, técnicos,
callejeros. En el Perú, salvo algunas encomiables excepciones, no hay nada
parecido a una sociología de la ciencia y la tecnología bien afincada en la
academia. La institucionalidad que rodea a la innovación es, por decir lo
menos, insolvente, y la inversión pública en infraestructura y capacitación la
más escasa. Es prudente decir que no por ello dejamos de ser innovadores,
pero por dos razones claras: el ingenio y el contrabando –en el buen y mal
sentido de la palabra. Parte importante de nuestros referentes de acceso a
tecnología son los centros comerciales de la Av. Wilson y los celulares
ambulantes; nuestra alfabetización digital se da en cabinas públicas; nuestros
ingenieros son más que inventores, entusiastas adaptadores y
solucionadores de problemas. En fin, antes que nuestra innovación se
sostenga en el antecedente de una institucionalidad (normativa), se
sostiene, según creo, en una heterogeneidad de combinaciones ora ingeniosas
ora monstruosas, las cuales necesariamente exigen ser actualizadas en cada
escenario. Su acontecer es, en sí mismo, un reto.

Se podían crear cosas enteramente nuevas con las palabras de


siempre, los ingredientes de siempre y, en suma, con lo
naturalmente familiar. De hecho, es así como en esta parte del
mundo hemos aprendido a pensar. No somos tanto inventores de
elementos, de aparatos, como inventores de contextos. (Nugent
2005: 21-22)

Pongámoslo así: nadie diría con firmeza que el fenómeno de la gastronomía


peruana puede ser explicado por la superioridad tajante sobre la inventiva
popular de un grupo de chefs expertos, menos si está uno sentado en un
Chifa comiendo un «combinado» o un «aeropuerto». Ni tampoco que
aquel es explicable por un respaldo institucional previo, cuando somos

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testigos semana a semana de cómo las ramificaciones institucionales se van
armando una a una. De modo que, la ciencia y la tecnología en el Perú
merecen una suerte de explicación más al estilo del que merecería nuestra
gastronomía, que una explicación epistemológica o institucional, puesto que
ellas, como lo pienso, nunca han configurado un ordenamiento típicamente
moderno. No se las puede explicar a través de modelos institucionales ni
esencias a priori, sino antes bien por sus acontecimientos de
entrecruzamiento.

La formalización de un registro de sistemas informáticos en las entidades


públicas, el registro del patrimonio genético y digital, la extensión y
renovación de infraestructura de telecomunicación y transporte, así como
la extensión de laboratorios de experimentación y evaluación de productos
tecnológicos (medicamentos, alimentos transgénicos, etc.) son aún, entre
muchísimas otras, tareas prioritarias e inconclusas a nivel nacional. Quizá la
principal hoy sea la constitución de un Ministerio de Ciencia, Tecnología e
Innovación. En cambio, en otras latitudes las cuestiones de preocupación se
fijan en el severo control que la ciencia médica ejerce sobre las decisiones
individuales en torno a la intersexualidad o en el peligro que suponen los
sistemas informáticos en cuanto a la privacidad, o en el poder devastador
de la industria energética sobre el clima y el ambiente.

Mientras que en Occidente, desde hace algunas décadas, se ha caído en la


cuenta de que nunca fueron totalmente modernos puesto que sus
innovaciones tecnológicas no pudieron ni pueden escapar de los debates
morales imbricados a su producción y aplicación científica (Douglas 1991,
Latour 2007), para nosotros no haber sido modernos no es una conclusión a la
que tengamos que llegar. La pregunta que nos hacemos es más bien ¿por qué
la ciencia y la tecnología en el Perú no llegaron a constituir un
ordenamiento moderno?, ¿por qué no poseen un engranaje institucional
capaz de ejercer una autoridad confiable (algo así como una comunidad
científica) y de promover la expresión individual de la inventiva?
Atendamos, por ejemplo, al muy actual debate de la fecundación in vitro en
el Perú. Simplemente atendiendo a los encabezados de la noticia, el
observador cae en la cuenta de la intensidad del problema: «Fecundación in
vitro presenta grave vacío legal», «Expertos dicen que no existen
protocolos médicos ni legales en el país sobre fertilización asistida»,
«Ministerio de Salud desconoce cuántas clínicas se dedican en Lima a la
fecundación in vitro». La responsabilidad cívica en los temas de innovación
tecnológica no está garantizada por ninguna premisa normativa ni
institucional; antes bien, la responsabilidad equivale a la tarea de buscar la
mejor descripción técnica y moral posible a fin de evitar el sufrimiento.

Para comprender el dilema peruano de la ciencia y tecnología sugiero


incorporar al debate y examinar la relación entre las nociones de
ironía/ambigüedad y ofensa. A continuación se analizará dos fragmentos de
una entrevista llevada a cabo a un técnico extensionista del Instituto
Nacional de Innovación Agraria (INIA).

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Traducción que no ofende

Lo primero que nosotros hacemos es un diagnostico de las


necesidades de los agricultores: yo no puedo capacitar al agricultor
sin saber lo que quiere. „Tú, amigo agricultor José, necesitas que te
enseñe sobre fertilización; tú, amigo Pedro, necesitas que te enseñe
análisis de suelo o manejo de plagas‟. No puedo tomar esa decisión
yo porque no es mía, entonces lo que hacemos es tomar un
diagnostico sobre las necesidades del agricultor. Hacemos con ellos
una especie de reunión participativa para identificar las necesidades.
Sabiendo las necesidades las identificamos en todo el periodo
vegetativo. Desde el momento de la cosecha, hasta la siguiente
cosecha. Durante esa fase cronológica hay diferentes eventos:
floración, inicio tala, fertilización, cuajado de frutos, cosecha.

El técnico de la unidad de Extensión Agraria del INIA describe una


característica de todo proceso de transferencia de conocimiento: el interés
de los ingenieros por identificar las necesidades concretas de los
agricultores o criadores. Luego de identificar necesidades, o como también
se las denomina, cuellos de botella, se diseña la transferencia en cuanto tal,
a través de diversos métodos, entre ellos las capacitaciones.

La transmisión de conocimiento realizada por parte de los técnicos a los


agricultores no es algo considerado ofensivo ni agraviante; antes bien, es
visto como necesario y beneficioso. Incluso, la transferencia agraria está
organizada desde principios igualitarios como la mejor distribución del
saber, el desarrollo local, la participación y la sostenibilidad. Bajo la garantía
de estos principios, movilizar conocimientos de un lugar a otro se aprecia
como una actividad progresista per se. A más de ello, la relevancia social de
la transferencia suele colocar a los ingenieros en posición de portavoces de
las necesidades y problemas de los agricultores. Herramientas como los
diagnósticos suelen ser asumidas como espejos fidedignos de los problemas
nacidos en el trajín agropecuario.

Empero, las contrariedades parecen surgir cuando se tiene que traducir un


lenguaje a otro para llegar al agricultor, sin fugas de información. Las
operaciones de traducción adquieren una gran relevancia (Latour 2001,
2008). Traducir el interés de la comunidad en el estándar técnico no
resulta problemático, puesto que los técnicos cuentan con el respaldo la
experiencia de la rutina de trabajo y soporte de fichas-espejos que servirían
como mecanismos de traducción, sin fugas de información, de las
necesidades de los agricultores. En cambio, movilizar el interés tecno-
científico hacia el agricultor sí es considerado problemático.

Los extensionistas que van a los lugares de cultivo o crianza están


instruidos en un lenguaje técnico: «Lisina, Triptófanos, niveles de NPK»,
que no es el apropiado para llegar a comunicar un mensaje de manera
eficaz. Por eso los extensionistas, o asesores, disponen de un lenguaje

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práctico donde la jerga técnica se traduce a un léxico que dirige la
conducta: «échale cinco sacos de urea». Es más, disponen de materiales
como folletos donde las figuritas serían más eficaces que las palabras
escritas. Según el técnico: «Se ha tratado de bajar el nivel de la expresión
para que llegue a un nivel audible hacia el agricultor: hay que poner el
lenguaje a nivel del agricultor.»

Solo en el intercambio de léxicos es posible saber si la traducción fue


exitosa. La figura «bajar de nivel» pone de manifiesto que una operación de
traducción es una acción siempre incierta y peligrosa. La insinuación de un
nivel-arriba y un nivel-abajo es, en mi opinión, antes que una fórmula
jerárquica pétrea, una manera de hacer explícita la inseguridad percibida en
la articulación entre el interés técnico y interés social. Una incertidumbre
ocasionada por el contacto entre principios estándares y contextos
particulares.

Lenguaje
técnico
Traducción
No-Ofensiva

Lenguaje
agricultor

Imagen 1. Traducción no-ofensiva.

Particularmente llamativa es la referencia al «nivel audible» pues conduce a


reconsiderar uno de los aspectos más relevantes de nuestras formas de
diferenciación: el vínculo áspero entre la escritura y la oralidad. Estas
tecnologías de la comunicación han estado inmiscuidas en el diseño de
espacios asimétricos de autoridad y reconocimiento. La escritura, y
especialmente su soporte, el papel (las fichas-espejos de los extensionistas),
ha definido lo que se entiende por autoridad legítima. En cambio, la
oralidad es aún sinónimo de «estar lejos»; se suele referir a ella como «los
lugares a donde no llega el Estado» (cabría añadir… con sus papeleos.). Así,
las tecnologías de la comunicación han creado una suerte de espacialidad
(topografía) del poder legítimo. Pero, lo fundamental es que no han
producido, ni mucho menos, un país fracturado, sino un espacio de contactos
riesgosos, o sea, un país donde lo legal y lo convencional se mezclan
frecuentemente al punto de no saber con certeza a nombre de quién se
está hablando. Así que, lo que precisamente está en juego es la autoridad.
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Nuestra relación personal con los papeles no es precisamente cordial. Los
trámites los llamamos «papeleos» para enfatizar lo incómodos e
innecesarios que son; «estar empapelado» connota estar hasta las narices
de acusaciones judiciales; el «papelito manda» es el ejemplo más tenaz de
que no importa lo que está escrito, lo que se expresa, sino el soporte per
se; «el papel lo aguanta todo» no significa para nosotros el soporte de
opiniones propias (un formato individualista, en el buen sentido), sino de
falsedades e invectivas. A los que preferimos que nos cuenten con figuritas
o imágenes cómo se hace un trámite, nos agobia el diseño de los
documentos oficiales, los cuales suelen dar la impresión de un proceso
largo y oneroso. No nos sentimos reconocidos en el papel. Hoy en día un
problema central en el diseño de gobiernos electrónicos radica en
transfigurar la materialidad del poder legítimo del papel a los medios
audiovisuales y digitales, alterando, en consecuencia, las atmósferas de
comodidad y de reconocimiento público (Yrivarren 2009).

La referencia a «bajar al nivel audible» no es prueba suficiente para


establecer una separación nítidamente bipolar entre tecnología y moralidad
(o como antes escribí, principios estándares y contextos particulares).
Antes bien, bajar de nivel insinúa el carácter riesgoso de la innovación
originado del encuentro entre escritura y oralidad, estándares técnicos y
prácticas de trabajo locales. O sea, equivale al dilema de ¿cómo hacer que
el oído reconozca lo que fue diseñado para los ojos? (McLuhan 1967,
1993), ¿cómo lograr una combinación de tecnología y moralidad que no
desmorone la credibilidad y la solidaridad?

Ambigüedad e ironía: a papeles necios, oídos sordos.

Bien difícil trabajar con ellos, porque piensan que cuando hacemos
un curso sobre tecnología de la crianza de cuyes creen que les
estamos llevando reproductores para regalar. Nosotros no llevamos
cuyes, no llevaremos. Si llevo es para vender porque si no me
descuentan.

Pasó una experiencia el 2004, por Pararín, por Paramonga. Existe


ahí una comunidad de criadores de cuyes. Se hizo un convenio con
la unidad experimental y se regaló un módulo de crianza de cuyes.
O sea un reproductor, una hembra para que ellos se autogeneren y
al final devuelvan el precio a la unidad experimental. Hubo
compromisos, firmas, fotos y tanta cosa. Entonces pasado buen
tiempo nosotros fuimos a hacer la evaluación con el Director.
Fuimos capacitando sostenidamente, pero no veíamos logros.
Entonces fuimos a los 8 meses más o menos, ya de una forma oficial
con el especialista. Yo hablé con el Presidente y justamente había
una festividad, el aniversario de la comunidad, la Rinconada se llama
este sitio, nunca me voy a olvidar porque nos arrinconaron con
bastantes cuyes. Llegamos y dijeron: „ingeniero vamos primero a la
festividad, no se preocupe ingeniero después vamos a ver los cuyes,
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¡vamos!‟. Nos sentaron a la mesa, nos sirvieron un plato de cuyes
¡pero exquisito, ah! Las señoras con toda la vestimenta del Callejón
de Huaylas que habían bajado y comimos muy bien. Entonces, ya
pues, estaba lleno y le dije que ya teníamos que irnos. ¿Qué había
pasado? Todos los cuyes que habíamos trabajado para que ellos
hagan una especie de fondo rotatorio… ¡esos eran los cuyes que
nos habían dado! Entonces es una falta de cultura del agricultor. No es
responsable. De esas experiencias hay cientos.

Pueden ser esgrimidas varias interpretaciones de esta anécdota. En mi


opinión, el hecho de que se comieran los sabrosos cuyes mejorados en
laboratorio da un sentido literal a la idea de una «explicación gastronómica
de la tecnológica». En este sentido, se exhibe que las combinaciones no
ofrecen siempre productos armónicos o apetecibles, sino que antes bien
con frecuencia nacen como un «arroz con mango» o un «pan con ceviche».
Nuestros combinados, extravagantes y a veces monstruosos, no seducen al
primer bocado, y quizá por eso mismo nos conducen a una reflexión sobre
nuestra forma de convivencia.

Por un lado, podríamos explicar el suceso por una suerte de


incomprensión natural entre la ciencia y la cultura (también, tecnología y
moralidad), por la incompatibilidad de dos lenguajes disímiles. Podríamos,
además, sostener que cuando un técnico o ingeniero le dice a un grupo de
agricultores que no tienen cultura, están diciendo que no tienen cultura
científica, o como lo enunciaría Thomas Kuhn (1962), que no aceptan el
paradigma de la ciencia normal. Y digamos que este tipo de elaboración
representa una acusación típicamente moderna, fundada en que las culturas
escritas se han asignado la propiedad del conocimiento y la ciencia, dejando
a las culturas orales y hoy en día audiovisuales las creencias y fetiches
(ritos/mitos) irracionales. Las acusaciones tienden a ir, de esta manera, de
la escritura a la oralidad, del conocimiento a la creencia.

No obstante, en el Perú no siempre funciona la divisoria


conocimiento/creencia o ciencia/cultura como piedra de toque antecedente
de nuestros conflictos. En muchos casos lo que pone en evidencia nuestros
dilemas y fastidios es la combinación que sucede en la actualidad. A los ojos
del técnico, aquello claramente impertinente es la combinación misma entre
festividad ± cuy mejorado en laboratorio. Tomar como punto de partida
las combinaciones y no la separación es una nueva forma de (re) describir
el problema. De ahí que la diferenciación entre ciencia y cultura en el Perú
sea útil para pensar y verificar lo que ya sabemos, la imagen jerárquica
entre razones y pasiones; pero menos útil para pensar la ambigüedad y la
ironía que acontecimientos como el de la Rinconada actualizan no sin
frecuencia; o sea, nos resulta difícil explicar por qué suele ser tan habitual
que «a papeles necios, oídos sordos». Me gustaría hacer en esta parte una
suerte de digresión para despertar en el lector el valor de las nociones de
ambigüedad e ironía, y así sostener mi argumento principal.

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La convergencia entre los estudios de la ciencia y de la sexualidad (sobre
todo, la literatura dedicada al intersex y la transexualidad) permite tomar en
serio la noción de ambigüedad para re-describir jerarquías tan
sedimentadas como la patriarcal/heterosexual. Autoras como Susan Leigh
(1991), Donna Haraway (1995), Beatriz Preciado (2002), Anne Fausto-
Sterling (2006) con un estilo brillante ponen de manifiesto que nuestro
encuentro con la tecnología (los fast food, los métodos anticonceptivos, los
dildos, los laboratorios, las salas quirúrgicas, etc.) suele ser un encuentro
impuro, incómodo y a veces monstruoso. Y que precisamente ese estado
de impureza expone el torrente moral que moviliza a la tecnología. En lo
que atañe a la sexualidad, afirman que la tecnología diseña ciertas formas
privilegiadas de identidad. Y, al propio tiempo, estas autoras coinciden en
que la ambigüedad es una actitud (antes que una categoría teórica) en
virtud de la cual los encuentros entre la tecnología y el cuerpo humano se
erigen en ocasiones para la subversión (re-descripción) y el escape
permanente. En esta interpretación existe una tenaz obstinación en el
placer de ser ambiguo, lo que vale tanto como decir que hay una
preferencia por la preposición «entre» antes que por el verbo «ser». Tanto
los estudios de los dispositivos de poder sexual, así como los propios
estudios antropológicos de los laboratorios de la ciencia confluyen en la
idea de llevar al límite la ambigüedad en la definición del concepto de
tecnología.

Curiosamente, fuera del terreno de los estudios de la ciencia algunas


descripciones sobre las desigualdades en Latinoamérica han llegado a
señalar como piedra angular los estados de tensión y ambigüedad dentro
de la conducta de las personas en la vida pública. En su ensayo ¿Sabe usted
con quién está hablando?, Roberto Da Matta (1997) atinó a postular que en
la sociedad brasileña las relaciones personales (núcleo de la moralidad)
tienden a supeditar actividades netamente impersonales. Lo cual origina una
tensión-fusión entre el espacio individual (leyes igualitaristas impersonales)
y el personal (terreno de la costumbre y los círculos sociales). En este
campo de tensiones y fusiones, o como dice el propio Da Matta, en este
campo «mestizo», emergen las insinuaciones jerárquicas que tienen la
particularidad de figurar una geometría arriba-abajo. Basta enunciar la
indicación «¡ubícate!» o el señalamiento «¡estos igualados!» para poner en
evidencia la posición social de las personas, y quién en particular no
comparte cierto privilegio. La solución de ciertos problemas públicos es
derivada de una suerte de acomodo de procedimientos impersonales en
argollas personales. La resolución jerárquica de la ambigüedad entre lo
individual y lo personal da como resultado una forma de autoridad
típicamente latinoamericana: el orden tutelar (Nugent 2010).

Ahora, si bien la ambigüedad puede ser resuelta de una manera jerárquica,


sin lugar a dudas su eficacia está sujeta al desempeño de las personas a la
hora de ordenar sus relaciones. De manera que, queda abierta la
posibilidad de reaccionar contra las insinuaciones de jerarquía. Guillermo
O‟ Donnell (1997) señala que para el caso argentino, el «¿sabe usted con

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quién está hablando?» sería respondido con la delicada frase «¡y a mi qué
mierda me importa!». O en el caso norteamericano, con la frase «who do
you think you are?» Tales respuestas son consideradas contra-actos que
impiden la actualización total de una jerarquía. En el Perú también tenemos
nuestra fórmula: «cree que está en su chacra» (Nugent 2008). Esta fórmula
funciona cuando no soportamos las argollas que permiten que alguien
pisotee las reglas y los acuerdos, o cuando estamos delante de un abuso
patente de autoridad (al estilo gamonal).

En suman, es significativo que apenas la noción de ambigüedad se instala en


nuestro pensamiento acerca de la relación entre tecnología y moralidad, los
dilemas más angustiantes salgan a flote, y que al propio tiempo no
aparezcan sino como asuntos ciertamente delicados pero que podrían ser
descritos de otra manera que como lo son actualmente. He aquí el tránsito
natural de la ambigüedad a la ironía, o como también podría decirse, del
descubrimiento del problema a su posible solución, de la evaluación libre
del pasado a la transformación del presente. La noción de ironía, de ahí,
refiere a la capacidad de las personas de re-describir (imaginar) la vida
personal, colectiva y material, capacidad obtenida al asumir la tecnología y
la moralidad, las leyes y las costumbres, la realidad y los deseos, como
asuntos contingentes (Arnou 2008, Rorty 1991), vale decir, desgajadas de un
criterio cognitivo y moral que guíe universalmente la opinión y la conducta.

Mi hipótesis, entonces, es que en el caso de la Rinconada no hay un choque


de las famosas «dos culturas», la científica y la ritual. No se trata de un caso
de marginalidad en virtud del cual se vuelve a ver cómo el mundo moderno
excluye, o quizá solo malentiende, al mundo tradicional. Tampoco es un
problema derivado de que vivamos en un país multicultural donde hay una
miríada de imaginarios y culturas. De hecho, con las tesis de las dos
culturas y del multiculturalismo rima perfectamente la moda actual de ser
muy tolerante con las diferencias, al propio tiempo que, como paradoja, se
reniega de los estereotipos. En mi opinión, el asunto central no radica en
multiplicar las separaciones (definir más versiones culturales), sino en las
consecuencias que acarrea la pluralidad de mezclas (sociotécnicas). O sea,
el dilema descansa en las combinaciones y en su diferenciación, o para
aterrizarlo en el caso expuesto, en el riesgo e incertidumbre que
continuamente se siente cuando a alguien se le ocurre trasladar una
tecnología de un lugar a otro.

La ofensa y la insinuación de jerarquía

¿Qué es lo que ofende al espíritu científico y técnico tanto que lleva a


señalar a alguien como irresponsable e inculto?: La mezcla, o sea siendo
muy esquemático:

1. [La forma de solidaridad]: que los criadores sean tan humanos como
para creer en ritos y festividades comunales y que mezclen sus

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deseos y placeres personales con la naturaleza de los productos
tecnológicos.

2. [La forma de intercambio]: que una cosa (el cuy) que no fuera
diseñada para ser un regalo, en estaciones de experimentación
controlada, sea recibida, re-descrita y devuelta (Mauss 2009), en
pleno proceso de innovación, como un regalo para los propios
técnicos, en medio de la algarabía de una festividad.

Podemos denominar como una traducción irónica a la transformación de un


cuy mejorado en un cuy a la piedra, transfiguración originada en el
encuentro de técnicos y criadores donde un esfuerzo de solidaridad
ocasiona una impresión chocante. Como cuando un estudiante interviene
en un corro de personas en una festividad colectiva (un 1 de noviembre en
el cementerio o los amigos del barrio un sábado por la noche), guiado por
el empeño de conocer un poco más de la cultura popular, y lo primero que
recibe es un vaso de cerveza, uno de los que circulan boca a boca, saliva a
saliva. El gesto del estudiante revela el síntoma de la situación irónica: uno
va con las altas intenciones de investigar a la gente, y lo que recibe es un
vaso de cerveza.

En nuestro país son bastante notorias las combinaciones entre tecnologías


impersonales y necesidades colectivas. Pero, más notorio aun es el hecho
de que no solemos reparar en su significancia para la vida pública. Un
ejemplo elocuente, es la «china», que es una moneda de S/. 0.50 que sirve
para movilizarse en combi (hoy la más elocuente metáfora de nuestra
comunidad política). La china no es un valor económico estándar, de esos
que uno puede ver pegados en las ventanas de la combi, con toda su
clasificación. Sin embargo, ciertamente es una moneda circulante dentro de
la economía nacional. Pero es fundamentalmente un arreglo entre
cobrador y pasajero, para transportar a este una distancia determinada,
¿cómo?, el cómo no tiene una respuesta fija, generalizable, sino que
depende de lo que se sabe que es conveniente. Se sabe que movilizarse
toda la Av. Bolivar puede valer china, pero no vale igual que movilizarse
toda la Av. Javier Prado. Esas son cosas que se saben, no que se
reglamentan. La china ha sido un espacio de controversia: algunos quería
verla morir, otros que nunca muera. Hoy vive, prolongando necesidades y
exigiendo formas de solidaridad en el sistema de transporte público nacional.

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Ciencia
(No regalo /
Neutralidad)
Traducción
Ofensiva

Cultura
(Regalo /
Sentimientos)

Imagen 2. Traducción ofensiva.

La respuesta a las traducciones irónicas, suelen ser insinuaciones de


jerarquía (o en el peor de los casos, aunque no infrecuentes, insinuaciones
de imposición). Cuando se lanza la acusación «¡es una falta de cultura de
los criadores!» desde el lado de la ciencia, la política o el financiamiento, lo
que se está haciendo es insinuar una jerarquía (imperfecta, por cierto) que
nace de las entrañas de la tibia impotencia y que reacciona frente a la
mezcla irónica. Cuando la cultura arrincona, la ciencia se ofende…
tardíamente. La atmósfera que deja este encuentro, al final, no es de
tragedia, sino de incertidumbre (¿quién ganó?, ¿quién perdió?). Es por eso
que en nuestro país no sabemos si la ciencia y tecnología puede generar
bienestar o sufrimiento. No lo sabemos.

Lo que he examinado hasta aquí son «sacadas de vuelta» a los


desplazamientos de autoridad, que han actuado como recordatorios
irónicos de una delgadez institucional y que nos permiten discernir el
dilema la autoridad tecno-científica en el Perú. El cuy-en-la-mesa es un
recordatorio de que las reglas impersonales y los estándares tecnológicos
no constituyen autoridad legítima.

¿Nunca fuimos modernos?... ya lo sabíamos.

La insinuación de jerarquía considerada es un enunciado tardío, a posteriori.


Es la quimera de una modernidad (imaginada idealmente) ofendida por la
sazón de los combinados. Sostengo, al hilo de esto, y como hipótesis
complementaria, que nosotros usamos la modernidad como el espejo retrovisor
donde miramos los híbridos (mezclas) que no hemos sabido articular bien.
Usamos las dualidades y purezas modernas como cartas de defunción de
nuestras experiencias fallidas; para lanzar acusaciones ahogadas contra la
mesa de comensales en La Rinconada. Nos resultan familiares, pues, frases
como: «si fuéramos realmente modernos, no sucedería esto» o «si ellos

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tuvieran cultura (que es lo mismo que decir: si no la tuvieran en exceso) no
se comerían el cuy mejorado en laboratorio».

En occidente, según se conoce, la modernidad sirvió para separar, de cara


al mundo, ciencia y cultura y, sobre todo, para ocultar la formación de
híbridos. La modernidad sirvió de parabrisas, no de espejo retrovisor: «no,
esto no es una divinidad, simplemente es una piedra», «no hay porqué
suponer que la fisión atómica tendrá consecuencias políticas o militares».
Sin embargo, compartimos una misma evidencia en la actualidad, nosotros
como premisa, y ellos como conclusión: nunca fuimos perfectamente
modernos, porque nuestra experiencia vital radica en los híbridos y,
especialmente, en su impureza (Latour 2007). Nuestra ruta ha sido la
multiplicación sin control de escenarios híbridos, lo combinados, hasta el
punto de sentir la debilidad de una institucionalidad tecno-científica, que no
permite distinguir el bienestar del sufrimiento. Occidente ha purificado los
híbridos desde una institucionalidad que ha evitado con fortaleza la
intromisión de evaluaciones morales en la actividad tecno-científica.

No obstante, compartimos, aquí y allá, la prioridad de una misma tarea:


devolver la dignidad a los híbridos y su derecho de incorporarse a la vida
política; o lo que es lo mismo, buscar un equilibrio entre tecnología y
moralidad. Los ensamblajes ciencia-cultura merecen ser considerados como
cuestiones de responsabilidad cívica antes que cuestiones de hecho
neutrales.

Autoridad Débil Autoridad Fuerte

El peligro radica El peligro radica


en la incertidumbre en dejar en
de los escenarios libertad los
híbridos. híbridos.

Cuadro 1. Diferencia entre autoridad débil y autoridad fuerte.

14
Una nueva mesa para comensales

Ahora bien, aquella tarea da ocasión para discutir acerca de lo que se


podría llamar una propuesta de innovación pluralista capaz de crear un
ambiente de respeto por la credibilidad y donde los esfuerzos esté
enfocados a mantener en pie la solidaridad. Un debate de este tipo lleva,
casi instintivamente, a considerar los contrastes en torno a la noción de
tolerancia. Por un lado, hay quienes persisten en una tolerancia hipócrita:
quienes tienen cierta afinidad con la ciencia a veces se toman en serio la
vigilancia estricta sobre sus sentimientos, puesto que ellos, descontrolados,
podrían ensombrecer su pensar. «Se supone que toda capacidad de
sentirse moralmente agraviado queda desterrada del laboratorio» (Douglas
1991: XX). En consecuencia, enfrentados ante creencias absurdas, los
científicos serios intercambian indignación moral por una profunda
compasión por los legos. Por otro lado, hay quienes defienden una
tolerancia empática, colindante con la idea de ponerse en los zapatos del
otro, como actitud natural y libre de dificultades. Mientras la primera de las
formas de tolerancia corresponde a la trama construida en torno a las dos
culturas, la segunda es más el estilo del multiculturalismo o, como también
se autodenomina, humanismo.

Frente a las dos posiciones sobre la tolerancia: una que presume una
guerra fría entre tecnología y cultura, y otra que presume su re-
conciliación, cabe preguntarse si existe alguna otra alternativa que no
simplifique la tarea de reunir intereses heterogéneos (Latour y Gagliardi
2008); o sea, ¿cómo evitar decidir entre autoritarismo y marginalidad
tecno-científicas, entre la hipocresía de la Razón y la empatía de la
Intersubjetividad?, ¿cómo evitar tomar decisiones extremas?

La alternativa que me interesa sugerir nos conduce a tomar en serio el tipo


de trabajo que realizan los agentes de turismo y los arquitectos, toda vez
que su empresa histórica ha sido imaginar y diseñar espacios interiores de
reunión, sin imponer, sin más, los temas de la reunión. Vale decir, están
habituados a materializar la hospitalidad y la comodidad entre personas que
no tendrían por qué compartir, de primera instancia, costumbres, creencias
ni opiniones. En este sentido puede ser entendida la propuesta de una
tolerancia basada en una imaginación atmosférica. Peter Sloterdijk describe la
tarea atmosférica como el trabajo de buscar «el modo de reunir a gentes lo
bastante diferentes como para no vivir juntas en el seno de una
comunidad.» (Latour y Gagliardi 2008, Sloterdijk 2003, 2006). De donde, la
tarea de una democracia pluralista extendida a la innovación tecnológica
tiene que ver con una suerte de ingeniería de los medios del ambiente (que
no es lo mismo que ingeniería medioambiental, necesariamente).

No es razonable constreñir por más tiempo la elección a dos únicos


candidatos. Y aunque vaya a sonar absolutamente polémico o, quizá, risible,
entre fortaleza y debilidad es preferible escoger la comodidad, en otras
palabras, lo mejor acomodado/adaptado. El asunto de la mejor adaptación
no es ni supraindividual ni a-histórico, sino que requiere una sensibilidad
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propicia para re-describir las escenografías y las escenificaciones de la
innovación. Asimismo, desde el inicio de este ensayo quise hacer hincapié
sobre la fragilidad y ambigüedad material de las mezclas y diferenciaciones.
Tal fragilidad es un indicio importante de que hay que imaginar
constantemente las atmósferas mejor climatizadas para los encuentros
entre ciencia y cultura, sin que nadie arrincone a nadie, sin que nadie haga
sufrir a nadie, sin que nadie ponga en su sitio a nadie.

Siendo mi argumento central que el problema de la innovación en nuestro


país no estriba en el choque de culturas, sino en su intercambio, la
sugerencia de la imaginación atmosférica convoca a los híbridos, se
preocupa por la permanente elección/evaluación entre una multitud de
mezclas (las más de las veces, inciertas) y las diferenciaciones que
actualizan. No nos convoca para optar o por el laboratorio o por la
festividad; nos emplaza, antes bien, para pensar en qué mesa nos
sentaremos sin que haya un menú predefinido (para felicidad del cuy). Nos
induce a aprender a soportarnos entre quienes tenemos opiniones distintas
sobre el curso de la innovación tecnológica, sin que principios impersonales
universales ni convenciones particulares aventajen a la discusión. La
atmósfera de una innovación pluralista es la que permite respirar a quienes
no están de acuerdo acerca de cómo deberían ser los encuentros entre las
personas y los productos tecnológicos. Quizá la autoridad tecno-científica
en el Perú, la de un Ministerio de Ciencia y Tecnología que aún no
tenemos, debería emular la práctica de los jefes de protocolo que buscan la
comodidad de los invitados, comodidad propia de quien sabe que será
escuchado y de quien sabe que sus opiniones no serán motivo de ofensa.
Nadie diría, está claro, que el jefe de protocolo impondrá a los invitados
sus preferencias, a lo más sugerirá o recomendará a los comensales. En
este sentido, en cualesquiera discusiones sobre la producción y el consumo
de una tecnología, ninguna forma de solidaridad debería ser objeto de
agresión.

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Talleres de formulación de la Política Nacional de Innovación Agraria. Diferencias atmosféricas: (Arriba) Taller
en Iquitos, Temperatura: 39°, ambiente abierto y seco, mangas cortas, sin agua en baños / (Abajo) Taller en
Cuzco, 3°, ambiente cerrado y sin calefacción, abrigos.

Imagen 3. Diferencias atmosféricas.

Finalmente, una nueva mesa para comensales tiene la responsabilidad


(nunca garantizada del todo) de construir una autoridad mejor articulada a
los híbridos. Usando el término de Isabelle Stengers, aquella sería una mesa
cosmopolítica, donde se podrían sentar técnicos e híbridos, criadores y
cuyes flacos, lugareños y delegados internacionales, agentes financieros y
famélicos, funcionarios y humoristas, autoridades y los «don nadie», así
como un montón de curiosos, en torno a decidir qué hacer con los cuyes:
aderezarlos para la festividad, devolverlos al laboratorio… Aunque la
pregunta siempre debería ser: ¿cuántas más alternativas habrá para
socializarlos? La Rinconada nunca más será la metáfora de la cultura
arrinconando a la ciencia; sino del rincón donde al discutir sobre híbridos
se hace más humana nuestra ciencia y tecnología.

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