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Fiorella Guaglianone
Junio, 2019
Ideas políticas y espacios referibles: espacio público, democracia, sexo y espacio
privado
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En los estudios de género feministas, el término cis se utiliza para nombrar a las personas que
aceptan el sexo que les fue asignado al nacer; que son heterodesignadas patriarcalmente. Esa
correspondencia entre heterodesignación, patriarcado y subjetividades es subvertida por lxs
cuerpxs trans.
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Pensamos con Delphy que la construcción social es la realidad, en oposición a la noción de que
las construcciones sociales “tienen efectos sobre” algo que se encontraría por debajo (estructura-
superestructura). Al decir de Colette Guillaumin: “el efecto ideológico no es de ninguna manera una
categoría empírica autónoma, sino la forma mental que toman determinadas relaciones sociales; el
hecho y el efecto ideológico son las dos caras de un mismo fenómeno” (1992: 15).
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Nos interesa, en este punto, dejar unas notas acerca del consenso de las mujeres. Mathieu, en
Quand céder n’est pas consentir [1985] sostiene que hablar de consentimiento, aspecto central de
la idea misma de dominación, niega o esconde el peso de a) determinantes materiales y corporales
de la conciencia (agotamiento físico crónico de las mujeres, desnutrición generalizada), b) la
repartición desigual de la información sobre la cultura del sexo, del disfrute y de la oportunidad de
encarar la versión más legítima de su cultura (las mujeres generalmente no tienen acceso a las
mismas informaciones sobre su cultura sea el accesoa la alfabetización, a la educación científica o
sexual, o a los conocimientos religiosos, filosóficos o esotéricos, etc) y c) el fenómeno
experimentado por las mujeres de estar escindidas entre valores diferentes, incluso opuestos (las
mujeres deben adherirse a los valores dominantes de sus sociedades, pero simultáneamente
deben quedarse en su sitio, encarnando lo contrario de lo que es considerado como masculino, es
decir, encarnando el contrario del ideal cultural de su sociedad). (Falquet, 2018)
Pensando con Cavaletti, si todo concepto espacial es también un concepto político
y toda práctica de subjetivación tiene carácter espacial mantener estas dimensiones
separadas sólo actualiza su co-implicación y su poder biopolítico (Cavaletti, 2010), por
tanto, la propuesta es indagar en eso que nos recuerda Delgado, en diálogo con Nancy
Fraser y Virginia Woolf: “la esfera pública burguesa nace y se desarrolla bajo el signo de
la exclusión sexista y el espacio público no fue el pretendido contraste del patriarcal
espacio privado, sino su prótesis, su continuación ampliada” (Delgado, 2007, 87).
Recorreremos algunos aspectos de las preguntas formuladas atendiendo especialmente a
la relación entre ellas y las ideas de espacio privado y dispositivo doméstico teniendo
como marco interpretativo la vinculación entre heteropatriarcado, capitalismo y
colonialidad.
Guillaumin, 1992.
El espacio es una producción sexual, racial y de clase cuyas categorías políticas son
público y privado, instrumentos de regulación de la visibilidad del cuerpo de las mujeres
que producen y reproducen la segregación de sexo en la separación de esferas que
define la feminidad como naturalmente interior y doméstica y la masculinidad como
naturalmente ligada al exterior y al intercambio público. Aceptar el principio feminista de
los años setentas lo personal es político –y su acepción, lo privado es político- implica
negar la existencia de dos esferas de realidad social para pensar relaciones sociales de
clase, raza y sexo. Con y contra Althusser podemos decir que la ideología –como sistema
de relaciones imaginarias con lo realmente existente- “constituye individuos concretos en
cuanto sujetos” (Althusser, 171) sexuados y que, para hacerlo, coloca al sexo-género en
el espacio privado no-político. Es en la relación social de explotación que existen hombres
y mujeres y es por ella que el espacio privado es constituido como esfera de no-derecho,
como espacio privado de ley y como fetiche. El espacio privado enmascara el
antagonismo sexual, así como el contractualismo rousseauniano licua el conflicto social a
través del mito de un orden pactado de carácter público. En palabras de Wittig:
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En el mismo siglo, pensando en nuestro país, sitúa Dora Barrancos el desarrollo de un
proceso similar: la implantación de la maternidad obligatoria. Para la autora, es a través de ella que
el espacio privado se consolida profundamente ligado al “culto mariológico”, a la madre virginal, a
la reproducción sin derecho al goce. Serán, fundamentalmente, el descenso de la mortalidad
infantil en los sectores medios y altos y la reorganización del Estado-nación, los factores que
impulsarán el establecimiento en Latinoamérica de la ideología de la maternidad; ideología de la
cual se servirá el bienestarismo del siglo XX (Barrancos, 2008).
El problema con el que me enfrento cuando trato de definir el contrato social es del mismo
tipo que el problema que tengo cuando trato de definir qué es la heterosexualidad. Me encuentro
ante un objeto no existente, un fetiche, una forma ideológica que no se puede asir en su realidad,
salvo en sus efectos, y cuya existencia reside en el espíritu de las gentes de un modo que afecta
su vida por completo, el modo en que actúan, su manera de moverse, su modo de pensar. Por
tanto, he de vérmelas con un objeto a la vez real e imaginario. (Wittig, 2006: 67)
Si como sugieren las materialistas francesas y las lesbofeministas las mujeres son
el resultado de un proceso de fabricación de unidades productoras y reproductoras de la
fuerza de trabajo y no la traducción social del destino biológico macho-hembra, ¿bajo qué
tipo de dispositivos se re-crea y se re-cita (Butler, 2017) el sexo-género y,
consecuentemente, el espacio público y el privado? Queremos enmarcar nuestro análisis
en un aspecto específico de este problema, en los dispositivos5 pedagógicos del cuidado
y en particular, en el dispositivo doméstico.
Preciado, 2019.
“Según la tradición liberal, el individuo moderno, que está consigo en sus espacios privados,
considera lo público como su afuera. El afuera es el lugar propio de la política donde la acción del
individuo se encuentra expuesta a los ojos de los otros y donde busca ser reconocido. Ahora bien,
en los procesos de postmodernización, esos espacios públicos se ven cada vez más privatizados.
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Con dispositivo queremos referirnos a aquello que resulta del entrecruzamiento de relaciones de
poder y de saber; “máquinas de hacer ver y hacer hablar” (Deleuze, 1990: 63) que funcionan a
modo de red articulando lo dicho y lo no-dicho -discursos, instituciones, instalaciones
arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos,
proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas-.
El paisaje urbano ya no es el del espacio público, del encuentro al azar y de la reunión de todos,
sino el de los espacios cerrados de las galerías comerciales, de las autopistas y de las
parcelaciones con entrada reservada (…) La arquitectura y el urbanismo de algunas megalópolis,
como Los Ángeles o Sao Pablo, están tendiendo a limitar el acceso público y la interacción,
creando más bien una serie de espacios interiores, protegidos y aislados. El espacio público ha
sido privatizado de tal manera que ya no es posible comprender la organización social a partir de la
dialéctica espacios privados-espacios públicos, o adentro-afuera” (Hardt, 2005: 12)
Siguiendo ese derrotero problematiza también Mike Davis (2001) las dinámicas de
apartheid espacial, militarización y polarización social en Los Ángeles; la ciudad carcelaria
cuya geografía, una ecología del miedo, constriñe a lxs racializadxs en barrios de control
social, en escuelas centros de detención, en hogares cárceles y en cárceles privadas y, a
lxs no-racializadxs con privilegios de clase en ghettos electrónicos, en “archipiélagos de
burbujas bien vigiladas” (Davis, 2001: 29) y en paisajes simulados. Dispositivos situados
todos en el entre de las concepciones liberales de público y privado: policías vecinales
que retienen el poder represivo antes considerado atributo indeclinable del Estado-
Nación; cárceles –institución disciplinaria de carácter público- ahora absorbidas por las
lógicas de la acumulación capitalista; “pedazos vitales de ciudad” (Davis, 2001, 29),
espacios de sociabilidad y consumo, producidos y reproducidos en las luchas corporativas
de grandes inversionistas, etc.
“(…) es un credo lo que se trata de hacer asumir. Para ello se despliega un dispositivo pedagógico
que concibe al conjunto de la población, y no sólo a los más jóvenes, como escolares perpetuos de
esos valores abstractos de ciudadanía y civilidad. Esto se traduce en todo tipo de iniciativas
legislativas para incluir en los programas escolares asignaturas de civismo o educación para la
ciudadanía, en la edición de manuales para las buenas prácticas ciudadanas, en constantes
campañas institucionales de promoción de la convivencia, etc. Se trata de divulgar lo que Sartre
hubiera llamado el esqueleto abstracto de universalidad del que las clases dominantes obtienen
sus fuentes principales de legitimidad y que se concreta en esa vocación fuertemente pedagógica
que exhibe en todo momento la ideología ciudadanista de la que el espacio público sería aula y
laboratorio” (Delgado, 2011: 38).
El amor exclusivista, maternal y/o heterosexual, como idea política, tiene su espacio
referible, el espacio privado y su máquina de hacer ver y hacer hablar, el dispositivo
doméstico. Es decir, una “arquitectura”, un conjunto de “reglas de confinación y encierro”
que “funciona como un regulador de la visibilidad” (Preciado, 2017) y que, como tal,
constituye una tecnología de género productora de “la verdad de la masculinidad y la
feminidad” (De Lauretis, 2000); una tecnología social que en su despliegue produce
“sujetos/cuerpos masculinos y femeninos” (2000:35). Una máquina que habita entre lo
público y lo privado y cuyos lugares de efectividad son cada vez más indefinidos. El
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Según Dora Barrancos, las cis-mujeres con privilegios de clase serán definidas por la
implantación de la maternidad obligatoria en el siglo XIX latinoamericano. El “culto mariológico”, el
culto a la madre virginal, a la reproducción sin derecho al goce, se instituye en este período.
Fundamentalmente, el descenso de la mortalidad infantil en los sectores medios y altos y la
reorganización del Estado-nación, serán los factores que impulsarán el establecimiento en
Latinoamérica de los discursos y las instituciones de la maternidad de los cuales se servirá el
bienestarismo del siglo XX (Barrancos, 2010).
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En el paso entre una sociedad estructurada por el amor divino y el poder terrateniente a una
sociedad signada por el quebrantamiento de la Iglesia Católica, se desarrollará una concepción del
amor centrada en los hombres y las mujeres, profundamente signada por la idealización de lxs
amantes.
dispositivo doméstico subjetiva en el contexto de proliferación de una nueva domesticidad,
“característica de la era farmacopornográfica: un nuevo régimen de vida a la vez público y
doméstico, hogareño y espectacular, íntimo y sobreexpuesto”, “en el que los habitantes
son conscientes de su doble condición teatral, sirviendo al mismo tiempo como actores y
espectadores” (Preciado, 2010: 43) de ventanas multimedia.
Para recorrer uno de los pliegues de esta paradoja pensaremos en la forma más
extrema de control sobre el sexo y en otros modos de la explotación productores de
subjetividades feminizadas que, al menos en su apariencia, están restringidas a lo que
nombramos como dispositivo doméstico, a la institución de la familia y la arquitectura del
hogar; al espacio privado. Es decir, no abordaremos solamente al dispositivo doméstico
por donde sugiere Preciado - la economía de consumo, la cultura del ocio y del
entretenimiento- sino por “las condiciones concretas de ejercicio” y los “efectos sociales”
(Falquet, 2017: 12) de la(s) violencia(s) que allí se ejerce. Luego, con Remedios Zafra
(2010), presentaremos algunas características de este dispositivo que se visibilizan al
conceptualizarlo como hogar conectado. Estos dos movimientos, nos regresan a la
directriz de este texto, tensar la distinción público-privado en una problematización de la
relación ideología ciudadanista, dispositivos pedagógicos de la civilidad, amor y
dispositivo doméstico.
Por un lado, siguiendo a Falquet (2017), pensaremos una de las formas más
extremas del control del sexo, la comúnmente llamada violencia de género, tomando dos
prácticas que la teoría política clásica suele asignar al espacio público y al privado
respectivamente: la tortura política y la violencia doméstica. La autora hace un recorrido
por los testimonios de las mujeres sobrevivientes de la violencia doméstica en El Salvador
estableciendo numerosas analogías con las experiencias vividas de lxs torturadxs por las
dictaduras en Latinoamérica: el encierro en un espacio físicamente reducido y de no-
derecho (intimidad del hogar o celda); el sometimiento, la amenaza o el silencio que pesa
sobre lxs testigxs (detenidxs o hijxs y familiares dependientes); el control del uso del
tiempo, del sueño, de la alimentación, del dinero y/o la detención arbitraria; insultos
abrumadores, gritos y gestos bruscos, amenazas y simulacros de golpes o fusilamientos
que se alternan con golpes reales, gradación progresiva del hostigamiento y omnipotencia
de la persona que
maltrata, etc. Falquet afirma que la violencia doméstica y la tortura política tienen varias
similitudes en el modo de su ejercicio haciéndose luego otra pregunta, vinculada a los
alcances de esas semejanzas que es relevante para los problemas planteados por este
trabajo: ¿cómo se relacionan, la tortura política, aparentemente ligada a objetivos
políticos, y la violencia doméstica, socialmente circunscripta al ámbito personal? Para la
autora, ambas prácticas, si son analizadas por sus efectos sociales y su relación con la
acumulación capitalista neoliberal son (re)productoras de obediencia individual y colectiva,
disciplinamiento de la fuerza de trabajo feminizada y legitimación del orden social
patriarcal-colonial-capitalista.
El espacio privado se nos revela más que como una manifestación del superior
desarrollo de la cultura occidental -democrática, liberal y pluralista- o la traducción cultural
de la naturaleza del Hombre y la Mujer, como una idea política encarnada en un
dispositivo capaz de hacer sujeto un conjunto de reglas necesarias para la apropiación
individual y colectiva del trabajo de las feminizadas. El dispositivo doméstico actúa como
un elemento cardinal para el fino equilibrio entre la seguridad doméstica y la seguridad
nacional, a través de la producción y reproducción de subjetividades masculinizadas y
feminizadas en las violencias ejercidas por el varón, cónyuge y ciudadano.
Otro recorrido, diferente pero complementario, nos permite ligar dispositivo doméstico
y dispositivos de la civilidad, espacio público y espacio privado; el de las reflexiones
feministas en torno al hogar conectado y la prosumisión. Remedios Zafra, crítica feminista
de la cultura digital, analiza a lo que hemos llamado dispositivo doméstico desde su doble
condición de espacio público online y espacio privado para reflexionar sobre las
condiciones que presenta contemporáneamente este escenario biopolítico,
tradicionalmente ligado al ocultamiento de las historias afectivas, políticas y económicas
de las feminizadas, consideradas carentes de valor productivo y/o de prestigio. Siguiendo
a Zafra (2010) podemos decir que un nuevo momento del capitalismo, el del trabajo
inmaterial, entraña un proceso de re-atribución de cualidades y funciones a los otrora
espacio público y espacio privado: así como el capitalismo industrial nombró como trabajo
a los empleos económicamente retribuidos ejercidos fuera del hogar, asignándole al
trabajo doméstico un lugar opaco entre el consumo y la producción económica, hoy, el
capitalismo cognitivo integra en el trabajo de las personas conectadas, unas actividades y
otras.
Entre ambos momentos del capitalismo existen una serie de continuidades que sólo
pueden ser advertidas examinándolas desde el trabajo no-remunerado afectivo, de
cuidado y mantenimiento de las vidas, trabajo ya medular en el capitalismo industrial,
ejercido en el ámbito del hogar. Este trabajo pago con amor, del cual el dispositivo
doméstico fue y es escenario, nuclea tareas de producción de bienes -comidas, tejidos,
muebles- y servicios -limpieza, cuidado de niños, enfermos y personas mayores- que
exigen una planificación que hace posible el tiempo propio de quienes viven en una casa.
Pensando con Zafra, ese espacio entre la producción y el consumo, hoy expresado en el
término prosumisión,8 no es la novedad de nuestro capitalismo sino la recreación de la
división entre producción, consumo y distribución a través de la cual el trabajo doméstico
fue invisibilizado:
BUTLER, Judith. Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del
“sexo”. Buenos Aires, Paidós Entornos, 2015.
DAVIS, Mike. Control urbano: la ecología del miedo. Barcelona, Virus, 2001.
DELGADO, Manuel. El espacio público como ideología. Madrid, Los libros de la Catarata,
2011.
DELGADO, Manuel. Sociedades movedizas. Pasos hacia una antropología de las calles.
Barcelona, Anagrama, 2007.
FALQUET, Jules. Pax neoliberalia: perspectivas feministas sobre (la reorganización de) la
violencia contra las mujeres. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Madreselva, 2017.
HOOKS, Bell. Feminist Theory: From Margin to Center. South End Press. New York.
1984.