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Universidad Nacional de Rosario

Maestría en Estudios Culturales


Territorios Urbanos

La casa del amo


Debates feministas en torno a la dicotomía público-privado

Fiorella Guaglianone
Junio, 2019
Ideas políticas y espacios referibles: espacio público, democracia, sexo y espacio
privado

“Las herramientas del amo nunca desarmarán la


casa del amo”
Audre Lorde, 1984

Una parte no menor de la teoría política clásica tiene en la base de su modelo de


análisis del conflicto social una dicotomía aparentemente inapelable: espacio público y
espacio privado. En este trabajo, nos detendremos en las críticas feministas a esas
categorías pensando, con Delgado, en la utopía consensualista y la ilusión ciudadanista
(2011) para establecer algunas analogías entre dispositivos de civilidad y dispositivo
doméstico, desde un análisis centrado en la espacialización de género (Preciado, 2010) y
las tecnologías de género (De Lauretis, 2000).

En el análisis de Delgado (2011), la categoría de ciudadano y la idea de espacio


público constituyen operaciones de ocultamiento de las diferencias de clase y raza. La
utopía consensualista, la ilusión ciudadanista, es parte constitutiva de un proyecto político
de racionalización –moralizante- de los conflictos que tiene al espacio público como
“espacio referible” de la “idea política” (Schmitt como se encuentra citado en Cavaletti,
2010, 21) de democracia cuya aparente neutralidad supone la igualdad de todxs con
todxs. Proponemos exponer, brevemente, cómo las feministas materialistas, decoloniales
y queers han advertido en la categoría de mujer y en la idea de espacio privado,
operaciones de ocultamiento del antagonismo de clase sexual (Guillaumin, Delphy, Tabet,
Claude-Mathieu), de la heteronormatividad (Butler, Wittig, Preciado y Rich) y/o de la
colonialidad patriarcal (Anzaldúa, Collins, Davis, Gómez, hooks, Lorde, Lugones, etc.)
para detenernos luego en el “espacio referible” de “la idea” de espacio privado, la casa, el
dispositivo doméstico (Preciado, 2005).

Para las autoras y activistas feministas el espacio privado opera de un modo


particularmente relevante en la(s) opresión(es) sexual(es): tensar la oposición categorial e
históricamente constituida, público/privado, es una de las tareas a las que retornan
obsesivamente queers y materialistas advirtiendo cómo los dispositivos de subjetivación y
los modos de producción de valor (re)producen dicotomías sexuadas y,
consecuentemente, (re)producen materialmente la opresión sexual de cis-mujeres1 y
feminizadas. Pensar con las feministas queers, materialistas y decoloniales al
heterocapitalismo como un aparato social de producción de feminidad y masculinidad nos
invita a preguntarnos por las categorías a través de los cuales es (re)producido ese
sistema “arbitrario de regulaciones inscritas en los cuerpos que aseguran la explotación
material de un sexo sobre el otro” (Preciado, 2002: 22); supone comprenderlas como
artificios, construcciones históricas y sociales, ficcionales pero objetivas en su capacidad
de producir realidad2 y consenso.3

En este trabajo ideología, dispositivos de civilidad y dispositivo doméstico


funcionarán como lugares analíticos en los que abrevan una serie de preguntas que no
pretenderemos responder sino formular. Si el amor cívico, si los “dispositivos pedagógicos
de la civilidad y la ciudadanía” (Delgado, 2011, 38) son constitutivos del proyecto
civilizatorio y pacificador, de los “sueños democráticos de la burguesía” (Delgado, 2011,
30) ¿podemos pensar que los dispositivos pedagógicos del cuidado, el dispositivo
doméstico en particular, constituyen el proyecto privatizador de la explotación de “clase
sexual” (Guillaumin, 1992)? ¿Cuál es el “espacio referible” de la “idea política” (Schmitt
como se encuentra citado en Cavaletti, 21) de espacio privado? ¿es el “dispositivo
doméstico” (Preciado, 2010) “aula y laboratorio” (Delgado, 2011, 38) del extractivismo
masculinista?

1
En los estudios de género feministas, el término cis se utiliza para nombrar a las personas que
aceptan el sexo que les fue asignado al nacer; que son heterodesignadas patriarcalmente. Esa
correspondencia entre heterodesignación, patriarcado y subjetividades es subvertida por lxs
cuerpxs trans.
2
Pensamos con Delphy que la construcción social es la realidad, en oposición a la noción de que
las construcciones sociales “tienen efectos sobre” algo que se encontraría por debajo (estructura-
superestructura). Al decir de Colette Guillaumin: “el efecto ideológico no es de ninguna manera una
categoría empírica autónoma, sino la forma mental que toman determinadas relaciones sociales; el
hecho y el efecto ideológico son las dos caras de un mismo fenómeno” (1992: 15).
3
Nos interesa, en este punto, dejar unas notas acerca del consenso de las mujeres. Mathieu, en
Quand céder n’est pas consentir [1985] sostiene que hablar de consentimiento, aspecto central de
la idea misma de dominación, niega o esconde el peso de a) determinantes materiales y corporales
de la conciencia (agotamiento físico crónico de las mujeres, desnutrición generalizada), b) la
repartición desigual de la información sobre la cultura del sexo, del disfrute y de la oportunidad de
encarar la versión más legítima de su cultura (las mujeres generalmente no tienen acceso a las
mismas informaciones sobre su cultura sea el accesoa la alfabetización, a la educación científica o
sexual, o a los conocimientos religiosos, filosóficos o esotéricos, etc) y c) el fenómeno
experimentado por las mujeres de estar escindidas entre valores diferentes, incluso opuestos (las
mujeres deben adherirse a los valores dominantes de sus sociedades, pero simultáneamente
deben quedarse en su sitio, encarnando lo contrario de lo que es considerado como masculino, es
decir, encarnando el contrario del ideal cultural de su sociedad). (Falquet, 2018)
Pensando con Cavaletti, si todo concepto espacial es también un concepto político
y toda práctica de subjetivación tiene carácter espacial mantener estas dimensiones
separadas sólo actualiza su co-implicación y su poder biopolítico (Cavaletti, 2010), por
tanto, la propuesta es indagar en eso que nos recuerda Delgado, en diálogo con Nancy
Fraser y Virginia Woolf: “la esfera pública burguesa nace y se desarrolla bajo el signo de
la exclusión sexista y el espacio público no fue el pretendido contraste del patriarcal
espacio privado, sino su prótesis, su continuación ampliada” (Delgado, 2007, 87).
Recorreremos algunos aspectos de las preguntas formuladas atendiendo especialmente a
la relación entre ellas y las ideas de espacio privado y dispositivo doméstico teniendo
como marco interpretativo la vinculación entre heteropatriarcado, capitalismo y
colonialidad.

Espacio, sexo, raza y clase: lo privado es político

“El flâneur baudeleriano difícilmente podría ser una flâneuse,


puesto que su hábitat natural –la calle- es un dominio usado con
libertad sólo por los hombres y controlado por ellos”
Delgado, 2007.

“Porque el robo, la estafa, la malversación se ocultan, y para


apropiarse de los hombres-machos se necesita una guerra. No así
de los hombres-hembras, es decir las mujeres… Ellas son ya
propiedad”

Guillaumin, 1992.

Según Delgado, el espacio público es un “mecanismo a través del cual la clase


dominante consigue que no aparezcan como evidentes las contradicciones que la
sostienen” (Delgado, 2011: 24); una “extensión material de lo que en realidad es
ideología” (Delgado, 2011: 28). Retomando a Althusser, define ideología sobre las
mismas tensiones que aquél autor reconoce entre materialidad e inmaterialidad: "(…)
esas ideas son actos materiales inscritos en prácticas materiales reguladas por rituales
materiales, definidos a su vez por el aparato ideológico material del que proceden las
ideas” para luego sostener que el espacio público –como toda ideología- consiste en una
fetichización de las relaciones sociales reales y de los modos de producción que solapa el
conflicto antagonista haciéndolo aparecer como “estridencia o peor, como una patología”
(Delgado, 2011: 29).
Entrecruzando la propuesta de análisis de Delgado (2011) con las de las
materialistas francesas -Guillaumin, Delphy, Claude Mathieu- podemos ver cómo el
fetichismo del espacio público, cuyo dispositivo disciplinario es el del amor cívico, guarda
algunas similitudes con otra extensión material de la ideología que es también central en
el patriarcal-colonial-capitalismo: el espacio privado. Cuando Delgado sostiene que la
mujer sola en el “espacio público” se ve amenazada por su condición socialmente
construida de “accesible todos” o de “propiedad de un solo hombre” (Delgado, 2007) abre
una serie de interrogantes. Para este trabajo, nos interesa abordarlos desde una
perspectiva menos ligada a la acción de la cultura y la ideología sobre el sexo –como dato
biológico preexistente- y más cercana a las tecnologías de producción de subjetividades
feminizadas o masculinizadas.

Para el feminismo materialista francés, varones y mujeres son resultado de una


relación social de explotación. No son fenómenos de la naturaleza, la cultura, la tradición
o la ideología sino clases sexuales creadas por y para la explotación de un tipo específico
de trabajo. Esa relación es concreta, material e histórica y consiste en la apropiación
individual y colectiva de una clase por otra, de la clase sexual de las mujeres por la clase
sexual de los varones. Este es un punto importante de contacto con Judith Butler (2015),
a pesar de las discrepancias manifiestas entre las autoras: la materialidad del sexo es un
efecto del poder, de la reiteración forzada de normas reguladoras, no una construcción
cultural que se impone sobre la superficie de la materia, sino el efecto de normas
reguladoras del sexo que obran de una manera performativa para materializar la
diferencia sexual, consolidando el imperativo heterosexual.

En ese sentido, espacio privado y espacio público constituyen ideales regulatorios


que articulan jerarquías en sociedades sexuadas: el espacio que se adjudica al Hombre,
el espacio público y, por fuera y carente de visibilidad, el que se adjudica a la Mujer, el
espacio privado. Como analiza Preciado:

“Podríamos decir que, contrariamente a la opinión común, lo propio de las sociedades


modernas no es haber obligado al sexo a permanecer en el ámbito privado, sino haber producido
las identidades sexuales y de género como efectos de una gestión política de los ámbitos privados
y públicos y de sus modos de acceso a lo visible. Entender los espacios y sus divisiones públicas o
privadas, su opacidad y su transparencia, su accesibilidad o su cierre, no tanto como escenarios
vacíos en los que se lleva a cabo el drama de la identidad, sino como auténticas tecnologías de
producción de subjetividad” (Preciado, 2014)
El espacio privado no es un constructo a-histórico y desterritorializado y su proceso
de sexuación no es uno y el mismo para todas las geografías y jerarquías raciales,
sexuales y clasistas. Silvia Federici, desde el feminismo marxista, por ejemplo, dirá que es
en el Estado de Bienestar que el trabajo de reproducción y de cuidados fue domesticado
(Federici, 2010), constreñido fuertemente a la esfera privada, mientras que el trabajo
asalariado, mayoritariamente masculinizado, fue ligado al espacio público y a la
ciudadanía, siendo ambos partes indisociables del modo de acumulación capitalista
industrial fordista.4 Mientras que, hooks (1984) y Carby, (1987), desde los feminismos
negros, consideran que es dentro de una institución específica, la esclavitud, que las
mujeres negras fueron feminizadas y racializadas, fueron propiedad por una doble
exclusión: la exclusión de la circulación de signos perteneciente al sistema del matrimonio
y la exclusión del espacio público de la ciudadanía.

El espacio es una producción sexual, racial y de clase cuyas categorías políticas son
público y privado, instrumentos de regulación de la visibilidad del cuerpo de las mujeres
que producen y reproducen la segregación de sexo en la separación de esferas que
define la feminidad como naturalmente interior y doméstica y la masculinidad como
naturalmente ligada al exterior y al intercambio público. Aceptar el principio feminista de
los años setentas lo personal es político –y su acepción, lo privado es político- implica
negar la existencia de dos esferas de realidad social para pensar relaciones sociales de
clase, raza y sexo. Con y contra Althusser podemos decir que la ideología –como sistema
de relaciones imaginarias con lo realmente existente- “constituye individuos concretos en
cuanto sujetos” (Althusser, 171) sexuados y que, para hacerlo, coloca al sexo-género en
el espacio privado no-político. Es en la relación social de explotación que existen hombres
y mujeres y es por ella que el espacio privado es constituido como esfera de no-derecho,
como espacio privado de ley y como fetiche. El espacio privado enmascara el
antagonismo sexual, así como el contractualismo rousseauniano licua el conflicto social a
través del mito de un orden pactado de carácter público. En palabras de Wittig:

4
En el mismo siglo, pensando en nuestro país, sitúa Dora Barrancos el desarrollo de un
proceso similar: la implantación de la maternidad obligatoria. Para la autora, es a través de ella que
el espacio privado se consolida profundamente ligado al “culto mariológico”, a la madre virginal, a
la reproducción sin derecho al goce. Serán, fundamentalmente, el descenso de la mortalidad
infantil en los sectores medios y altos y la reorganización del Estado-nación, los factores que
impulsarán el establecimiento en Latinoamérica de la ideología de la maternidad; ideología de la
cual se servirá el bienestarismo del siglo XX (Barrancos, 2008).
El problema con el que me enfrento cuando trato de definir el contrato social es del mismo
tipo que el problema que tengo cuando trato de definir qué es la heterosexualidad. Me encuentro
ante un objeto no existente, un fetiche, una forma ideológica que no se puede asir en su realidad,
salvo en sus efectos, y cuya existencia reside en el espíritu de las gentes de un modo que afecta
su vida por completo, el modo en que actúan, su manera de moverse, su modo de pensar. Por
tanto, he de vérmelas con un objeto a la vez real e imaginario. (Wittig, 2006: 67)

Si como sugieren las materialistas francesas y las lesbofeministas las mujeres son
el resultado de un proceso de fabricación de unidades productoras y reproductoras de la
fuerza de trabajo y no la traducción social del destino biológico macho-hembra, ¿bajo qué
tipo de dispositivos se re-crea y se re-cita (Butler, 2017) el sexo-género y,
consecuentemente, el espacio público y el privado? Queremos enmarcar nuestro análisis
en un aspecto específico de este problema, en los dispositivos5 pedagógicos del cuidado
y en particular, en el dispositivo doméstico.

El espacio privado, la casa del amo y el hogar conectado

Somos el humano o el animal. El hombre o la mujer. Lo vivo o lo muerto.


Somos el colonizador o el colonizado. El organismo o la máquina. La
norma nos ha dividido. Cortado en dos. Y forzado después a elegir una de
nuestras partes. Lo que denominamos subjetividad no es sino la cicatriz
que deja el corte en la multiplicidad de lo que habríamos podido ser. Sobre
esa cicatriz se asienta la propiedad, se funda la familia y se lega la
herencia.

Preciado, 2019.

Pensar hoy la (re)producción del espacio y sus dinámicas de dicotomización de lo


público y lo privado nos habla también de otro problema, más atendido por las ciencias
sociales, el de la privatización del espacio público. Siguiendo a Hardt, las sociedades
posmodernas, las sociedades de control, han abandonado paulatinamente la dialéctica
moderna que definía la relación entre lo público y lo privado en la teoría política liberal:

“Según la tradición liberal, el individuo moderno, que está consigo en sus espacios privados,
considera lo público como su afuera. El afuera es el lugar propio de la política donde la acción del
individuo se encuentra expuesta a los ojos de los otros y donde busca ser reconocido. Ahora bien,
en los procesos de postmodernización, esos espacios públicos se ven cada vez más privatizados.

5
Con dispositivo queremos referirnos a aquello que resulta del entrecruzamiento de relaciones de
poder y de saber; “máquinas de hacer ver y hacer hablar” (Deleuze, 1990: 63) que funcionan a
modo de red articulando lo dicho y lo no-dicho -discursos, instituciones, instalaciones
arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos,
proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas-.
El paisaje urbano ya no es el del espacio público, del encuentro al azar y de la reunión de todos,
sino el de los espacios cerrados de las galerías comerciales, de las autopistas y de las
parcelaciones con entrada reservada (…) La arquitectura y el urbanismo de algunas megalópolis,
como Los Ángeles o Sao Pablo, están tendiendo a limitar el acceso público y la interacción,
creando más bien una serie de espacios interiores, protegidos y aislados. El espacio público ha
sido privatizado de tal manera que ya no es posible comprender la organización social a partir de la
dialéctica espacios privados-espacios públicos, o adentro-afuera” (Hardt, 2005: 12)

Siguiendo ese derrotero problematiza también Mike Davis (2001) las dinámicas de
apartheid espacial, militarización y polarización social en Los Ángeles; la ciudad carcelaria
cuya geografía, una ecología del miedo, constriñe a lxs racializadxs en barrios de control
social, en escuelas centros de detención, en hogares cárceles y en cárceles privadas y, a
lxs no-racializadxs con privilegios de clase en ghettos electrónicos, en “archipiélagos de
burbujas bien vigiladas” (Davis, 2001: 29) y en paisajes simulados. Dispositivos situados
todos en el entre de las concepciones liberales de público y privado: policías vecinales
que retienen el poder represivo antes considerado atributo indeclinable del Estado-
Nación; cárceles –institución disciplinaria de carácter público- ahora absorbidas por las
lógicas de la acumulación capitalista; “pedazos vitales de ciudad” (Davis, 2001, 29),
espacios de sociabilidad y consumo, producidos y reproducidos en las luchas corporativas
de grandes inversionistas, etc.

Pareciera explicitarse, en estos diagnósticos, un aspecto central de la espacialización


de raza y clase: cómo las lógicas de acumulación capitalista se montan sobre las
jerarquías raciales para extraer valor a través de la producción de espacios segregados y
militarizados que se interconectan por el trabajo explotado de lxs racializadxs, del
“inmenso
ejército invisible de empleados mal pagados (…) que hacen funcionar el simulador”
(Davis, 2001: 30). Si pensamos con Delgado, estas geografías para el 1%, no estallan, no
se fisuran o no lo hacen tanto como quisiéramos por los efectos de un dispositivo central
en esta forma de producción social de subjetividad que sujeta casi religiosamente a las
subjetividades a la ideología de la civilidad:

“(…) es un credo lo que se trata de hacer asumir. Para ello se despliega un dispositivo pedagógico
que concibe al conjunto de la población, y no sólo a los más jóvenes, como escolares perpetuos de
esos valores abstractos de ciudadanía y civilidad. Esto se traduce en todo tipo de iniciativas
legislativas para incluir en los programas escolares asignaturas de civismo o educación para la
ciudadanía, en la edición de manuales para las buenas prácticas ciudadanas, en constantes
campañas institucionales de promoción de la convivencia, etc. Se trata de divulgar lo que Sartre
hubiera llamado el esqueleto abstracto de universalidad del que las clases dominantes obtienen
sus fuentes principales de legitimidad y que se concreta en esa vocación fuertemente pedagógica
que exhibe en todo momento la ideología ciudadanista de la que el espacio público sería aula y
laboratorio” (Delgado, 2011: 38).

Si espacio público y espacio privado son ideales regulatorios, lógicas o categorías


dinámicas de producción de la espacialidad, que pueden incluso superponerse, y si como
señala Hardt, los dispositivos de control social, sus lógicas de subjetivación, se han
distanciado de los dispositivos de la sociedad disciplinaria por su indefinición y por su
expansión a lugares no específicos ¿cómo podemos pensar los dispositivos de cuidados,
el dispositivo doméstico, y su relación con los dispositivos pedagógicos de la civilidad y la
ideología ciudadanista?

Empezaremos por definir, tentativamente, dispositivos de cuidados como máquina de


hacer ver y hacer hablar -pedagogía- que es productora y reproductora de subjetividades
para el cuidado y la gestión de la sostenibilidad de la vida, para la reproducción social.
Son dispositivos de cuidados: la maternidad6 (Barrancos, 2008), el matrimonio, las
guarderías, los jardines de infantes, etc. Al modo de los dispositivos pedagógicos de la
ciudadanía, de los que habla Delgado, los dispositivos de cuidados difunden otro “credo”
(Delgado, 2011:38), el del amor como lógica sacrificial, esencialista, binaria,
(re)productora de feminidad, de masculinidad y de una idea de cohesión social ligados al
espacio privado.7

El amor exclusivista, maternal y/o heterosexual, como idea política, tiene su espacio
referible, el espacio privado y su máquina de hacer ver y hacer hablar, el dispositivo
doméstico. Es decir, una “arquitectura”, un conjunto de “reglas de confinación y encierro”
que “funciona como un regulador de la visibilidad” (Preciado, 2017) y que, como tal,
constituye una tecnología de género productora de “la verdad de la masculinidad y la
feminidad” (De Lauretis, 2000); una tecnología social que en su despliegue produce
“sujetos/cuerpos masculinos y femeninos” (2000:35). Una máquina que habita entre lo
público y lo privado y cuyos lugares de efectividad son cada vez más indefinidos. El
6
Según Dora Barrancos, las cis-mujeres con privilegios de clase serán definidas por la
implantación de la maternidad obligatoria en el siglo XIX latinoamericano. El “culto mariológico”, el
culto a la madre virginal, a la reproducción sin derecho al goce, se instituye en este período.
Fundamentalmente, el descenso de la mortalidad infantil en los sectores medios y altos y la
reorganización del Estado-nación, serán los factores que impulsarán el establecimiento en
Latinoamérica de los discursos y las instituciones de la maternidad de los cuales se servirá el
bienestarismo del siglo XX (Barrancos, 2010).
7
En el paso entre una sociedad estructurada por el amor divino y el poder terrateniente a una
sociedad signada por el quebrantamiento de la Iglesia Católica, se desarrollará una concepción del
amor centrada en los hombres y las mujeres, profundamente signada por la idealización de lxs
amantes.
dispositivo doméstico subjetiva en el contexto de proliferación de una nueva domesticidad,
“característica de la era farmacopornográfica: un nuevo régimen de vida a la vez público y
doméstico, hogareño y espectacular, íntimo y sobreexpuesto”, “en el que los habitantes
son conscientes de su doble condición teatral, sirviendo al mismo tiempo como actores y
espectadores” (Preciado, 2010: 43) de ventanas multimedia.

Esto, que Preciado identifica como un desplazamiento del dispositivo doméstico


disciplinario -que subjetiva entre muros- al dispositivo doméstico pos-disciplinario
-productor de placer=trabajo=ocio=capital- nos vuelve a la pregunta por cómo se
producen subjetividades en esta institución intensiva y extensa, indefinida y eficaz. Por la
efectividad del dispositivo doméstico en su paradoja: un lugar entre muros, interconectado
globalmente por sus efectos.

Para recorrer uno de los pliegues de esta paradoja pensaremos en la forma más
extrema de control sobre el sexo y en otros modos de la explotación productores de
subjetividades feminizadas que, al menos en su apariencia, están restringidas a lo que
nombramos como dispositivo doméstico, a la institución de la familia y la arquitectura del
hogar; al espacio privado. Es decir, no abordaremos solamente al dispositivo doméstico
por donde sugiere Preciado - la economía de consumo, la cultura del ocio y del
entretenimiento- sino por “las condiciones concretas de ejercicio” y los “efectos sociales”
(Falquet, 2017: 12) de la(s) violencia(s) que allí se ejerce. Luego, con Remedios Zafra
(2010), presentaremos algunas características de este dispositivo que se visibilizan al
conceptualizarlo como hogar conectado. Estos dos movimientos, nos regresan a la
directriz de este texto, tensar la distinción público-privado en una problematización de la
relación ideología ciudadanista, dispositivos pedagógicos de la civilidad, amor y
dispositivo doméstico.

Por un lado, siguiendo a Falquet (2017), pensaremos una de las formas más
extremas del control del sexo, la comúnmente llamada violencia de género, tomando dos
prácticas que la teoría política clásica suele asignar al espacio público y al privado
respectivamente: la tortura política y la violencia doméstica. La autora hace un recorrido
por los testimonios de las mujeres sobrevivientes de la violencia doméstica en El Salvador
estableciendo numerosas analogías con las experiencias vividas de lxs torturadxs por las
dictaduras en Latinoamérica: el encierro en un espacio físicamente reducido y de no-
derecho (intimidad del hogar o celda); el sometimiento, la amenaza o el silencio que pesa
sobre lxs testigxs (detenidxs o hijxs y familiares dependientes); el control del uso del
tiempo, del sueño, de la alimentación, del dinero y/o la detención arbitraria; insultos
abrumadores, gritos y gestos bruscos, amenazas y simulacros de golpes o fusilamientos
que se alternan con golpes reales, gradación progresiva del hostigamiento y omnipotencia
de la persona que
maltrata, etc. Falquet afirma que la violencia doméstica y la tortura política tienen varias
similitudes en el modo de su ejercicio haciéndose luego otra pregunta, vinculada a los
alcances de esas semejanzas que es relevante para los problemas planteados por este
trabajo: ¿cómo se relacionan, la tortura política, aparentemente ligada a objetivos
políticos, y la violencia doméstica, socialmente circunscripta al ámbito personal? Para la
autora, ambas prácticas, si son analizadas por sus efectos sociales y su relación con la
acumulación capitalista neoliberal son (re)productoras de obediencia individual y colectiva,
disciplinamiento de la fuerza de trabajo feminizada y legitimación del orden social
patriarcal-colonial-capitalista.

El espacio privado se nos revela más que como una manifestación del superior
desarrollo de la cultura occidental -democrática, liberal y pluralista- o la traducción cultural
de la naturaleza del Hombre y la Mujer, como una idea política encarnada en un
dispositivo capaz de hacer sujeto un conjunto de reglas necesarias para la apropiación
individual y colectiva del trabajo de las feminizadas. El dispositivo doméstico actúa como
un elemento cardinal para el fino equilibrio entre la seguridad doméstica y la seguridad
nacional, a través de la producción y reproducción de subjetividades masculinizadas y
feminizadas en las violencias ejercidas por el varón, cónyuge y ciudadano.

Como lo expone Delphy, las violencias masculinas están posibilitadas precisamente


por el espacio privado: “lo que explica la violencia conyugal, es la conyugalidad: es el
hecho de que la sociedad haya constituido una categoría social, lo privado. Las reglas que
se aplican en todos los demás espacios, que rigen las relaciones de todos con todos,
excluyen el uso de la fuerza, lo que implica que aun cuando es utilizada, se vuelve
inoperante” (Delphy, 1985: 53). Así como subjetivan las prácticas materiales de las
instituciones disciplinarias de la modernidad, el hogar subjetiva en las prácticas que
integran lo que las feministas materialistas llaman apropiación de la clase sexual de las
mujeres por la clase sexual de los varones, aquello que Guillaumin resume en “a) la
apropiación de tiempo; b) la apropiación de los productos del cuerpo; c) la obligación
sexual; d) la carga física de los miembros inválidos del grupo (inválidos por la edad —
bebés, niños, ancianos— o enfermos) así como los miembros válidos de sexo masculino”
(Guillaumin, 1992: 31).

Otro recorrido, diferente pero complementario, nos permite ligar dispositivo doméstico
y dispositivos de la civilidad, espacio público y espacio privado; el de las reflexiones
feministas en torno al hogar conectado y la prosumisión. Remedios Zafra, crítica feminista
de la cultura digital, analiza a lo que hemos llamado dispositivo doméstico desde su doble
condición de espacio público online y espacio privado para reflexionar sobre las
condiciones que presenta contemporáneamente este escenario biopolítico,
tradicionalmente ligado al ocultamiento de las historias afectivas, políticas y económicas
de las feminizadas, consideradas carentes de valor productivo y/o de prestigio. Siguiendo
a Zafra (2010) podemos decir que un nuevo momento del capitalismo, el del trabajo
inmaterial, entraña un proceso de re-atribución de cualidades y funciones a los otrora
espacio público y espacio privado: así como el capitalismo industrial nombró como trabajo
a los empleos económicamente retribuidos ejercidos fuera del hogar, asignándole al
trabajo doméstico un lugar opaco entre el consumo y la producción económica, hoy, el
capitalismo cognitivo integra en el trabajo de las personas conectadas, unas actividades y
otras.

Entre ambos momentos del capitalismo existen una serie de continuidades que sólo
pueden ser advertidas examinándolas desde el trabajo no-remunerado afectivo, de
cuidado y mantenimiento de las vidas, trabajo ya medular en el capitalismo industrial,
ejercido en el ámbito del hogar. Este trabajo pago con amor, del cual el dispositivo
doméstico fue y es escenario, nuclea tareas de producción de bienes -comidas, tejidos,
muebles- y servicios -limpieza, cuidado de niños, enfermos y personas mayores- que
exigen una planificación que hace posible el tiempo propio de quienes viven en una casa.
Pensando con Zafra, ese espacio entre la producción y el consumo, hoy expresado en el
término prosumisión,8 no es la novedad de nuestro capitalismo sino la recreación de la
división entre producción, consumo y distribución a través de la cual el trabajo doméstico
fue invisibilizado:

Si relacionamos este trabajo con el montaje y programación de nuestras propias herramientas


a través de espacios online autogestionados, las coincidencias no son triviales. Consumimos esos
8
Su aparición se liga con los cambios en las formas de producción de tipo fordista a las
postfordistas, que producen cada vez más sobre la base de las demandas específicas de lxs
usuarixs. Actualmente el término prosumidorx se aplica en aquellxs usuarixs que fungen como
canales de comunicación humanos, lo que significa que al mismo tiempo de ser consumidores, son
a su vez productores de contenidos. Fuente: Wikipedia (consultada en Junio, 2019).
productos, pero también participamos en su producción, haciéndolos parcialmente nosotros
mismos, sin entrar en una relación de trabajo-capital, así como también construimos nuestras
redes sociales generando los contenidos que las hacen valiosas. Este debate pondría de relieve
que el trabajo adscrito al ámbito del «consumo» tiene cada vez más implicaciones en el ámbito de
la «producción» y de su organización, pero también en formas de neutralización (por exceso y
saturación) de nuestra capacidad crítica y de concentración respecto al mundo que habitamos
(Zafra, 2010: 120)

El dispositivo doméstico y los dispositivos de la civilidad conforman una retícula en la


cual se integran otras formas de producción de subjetividades neoliberales ligadas a la
autoempresarialidad, la autogestión y la autovigilancia. Todas ellas situadas entre la
dicotomía espacio público-espacio privado: no sólo porque el trabajo remunerado haya
vuelto a casa para quedarse ni porque las tareas propias del trabajo doméstico se hayan
mercantilizado, sino porque el gobierno de sí mismx implica, por un lado, sujeción –
control, disciplina y regulación- y, por otro, libertad –empoderamiento, fabricación,
creatividad-; Interioridad-exterioridad, casa-trabajo, mercado-estado, parecen corromper
esa distinción elemental del capitalismo industrial (espacio público, espacio privado)
componiendo gobiernos de lo precario (Lorey, 2016) y formas de individuación que
regulan lo visible y lo invisible.
Bibliografía

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BAUMAN, Zygmunt. Confianza y temor en la ciudad. Barcelona, CCCB, 2009.

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