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INSEGURIDAD EN LA COMUNA 11: BARRIO SAN JOAQUÍN

ENSAYO FINAL

JUAN SEBASTIÁN CORRALES CARVAJAL

JUAN DAVID VILLA GÓMEZ

ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES


FACULTAD DE PSICOLOGÍA
PSICOLOGÍA SOCIAL
MEDELLÍN
2018
Cada mañana, la tenue luz del sol matutino abriga el duro suelo de concreto de una
vieja cancha, que se ha mantenido por décadas y ha sido testigo del transcurso de muchas
vidas, sucesos e historias. Allí niños, jóvenes, adultos y ancianos juegan, pasean, aprecian e
interactúan bajo la suave brisa y el cantar de aves y árboles. Aquel parque en el cual se
sitúan tales cosas, se extiende por una buena parte de la longitud del barrio, cuya iglesia es
también famosa, y el sector en el que se encuentra ubicado es, por así decirlo, conocido y
concurrido. A unas cuantas manzanas se encuentra la iglesia de San Joaquín, grande,
majestuosa y bella debido a su estilo europeo bizantino, que le da cierta fama a los
suburbios en su alrededor.

La historia del barrio San Joaquín data de mediados del siglo XX, cuando allí tan sólo se
ubicaban el estadio municipal y el hipódromo de la ciudad en una amplia extensión de
tierra, cuyo sector era nombrado como Los Libertadores. Luego de construir unas cuantas
casas, se hizo un acuerdo con el Instituto de Crédito Territorial (ya inexistente) para que,
así mismo, un centenar de familias tuviera lugar de residencia en la ubicación mencionada,
luego del desvanecimiento de la gran cancha y el hipódromo (Valencia García, 2011). Así
nació el conjunto residencial, más el barrio como tal surgiría tiempo después.

Resulta que los feligreses celebraban la misa en un garaje, cosa que se tornó en algo
realmente grande luego de que las personas residentes se unieran gracias a las ideas de un
tal sacerdote llamado Jorge González y lograran construir una de las iglesias más icónicas
de la ciudad de Medellín, a punta de empanada, buñuelo y tamal (Herrera Cardona, 2018).
El templo terminado resultó siendo una catedral gigantesca y hermosa, que fue nombrada
como La Parroquia de San Joaquín y cuya influencia terminó cambiando el nombre del
sector al dado a aquella casa de Dios (Valencia García, 2011).

En sí mismo, el barrio es tranquilo, y ha tenido cierta transformación en su composición


arquitectónica, ya que se han levantado (y siguen haciéndolo) varios edificios que le dan un
toque contemporáneo. El sector muestra dos caras: en el día es calmado y alegre debido a
las risas de los niños y el caminar de los adultos, pero caída la noche es un lugar predilecto
por malhechores para efectuar numerosos delitos, tales como robo en varias modalidades y
venta de estupefacientes (Valencia García, 2011). También ha habido asesinatos y víctimas
descuartizadas en fechas no muy anteriores, ya que el año pasado hubo por ejemplo un caso
de un joven asesinado en un taxi (Redacción El Palpitar, 2017), y este año, por ejemplo, dos
casos de personas desmembradas (Redacción El Mundo, 2018) (Morales Ramírez, 2018).

El autor del presente ensayo es también víctima de la problemática, pues vivió su


niñez en el barrio, y sus padres, debido a la inseguridad existente por el parque del sector,
no lo dejaban salir solo ni siquiera a jugar con sus amigos en la cancha. Últimamente, le ha
tocado vivenciar, luego de mudarse de vuelta, cómo las personas malintencionadas que
rondan por el lugar hacen inteligencia e investigan a cada una de sus posibles víctimas: los
delincuentes han robado una farmacia que está contigua a su edificio, además de haberse
metido a unos cuantos apartamentos alrededor. No ha sido sólo eso, pues durante la última
semana, como se evidencia en las grabaciones de seguridad del edificio, se han avistado
personas sospechosas que pasan vigilando indiscriminadamente el lugar (Corrales
Carvajal, 2018).

No sólo por experiencia propia, sino que también lo dicen las noticias y las mismas
personas del lugar (Seguridad en línea, s.f.), pues en el 2015, según El Colombiano, en el
segundo lugar del listado de las comunas en donde más atracan en Medellín se sitúa
Laureles (comuna 11) con 509 hurtos denunciados (Restrepo, 2015).

Aunque, por otro lado, la comunidad de San Joaquín se ha unido y ha establecido una
alarma barrial para alertar a la población y a las autoridades en casos de delincuencia. Pero,
¿Ha sido esto eficaz y efectivo? Varios vecinos han manifestado su disgusto por la poca o
mala atención que brinda la policía en momentos de necesidad (cabe aclarar que no es en
todos) y es que, evaluando las cosas, no es la policía la que siempre está disponible o
pendiente de todo el sector, pues tienen toda una ciudad a la cual proteger: son los mismos
residentes quienes primero se percatan de lo que pasa y por lo tanto los que tienen mayor
probabilidad y velocidad de respuesta por medio de algún tipo de acción.

Cabe preguntarse entonces, ¿son los miembros del barrio San Joaquín fatalistas? ¿tienen
una identidad cognitiva fatalista? Según Ignacio Martín Baró, los latinoamericanos tienen
una tendencia muy marcada a aceptar los hechos de su existencia como un destino
inevitable, además de tener una dependencia autoritaria, en la que confían ciegamente en
los entes regulatorios y en sí el estado; de esta manera, las mayorías encuentran una manera
de sobrevivir y darle sentido a su vida (Baró, El latino indolente, 1991). Esto también aplica
para las personas de San Joaquín, ya que se evidencia en muchos espacios y de distintas
maneras, tales como: el padre que le dice a su hijo que es mejor no intervenir cuando tiene
lugar un robo, ya que “esas personas son muy peligrosas”; la mujer que pasa al otro lado de
la calle al ver a un tipo mal vestido fumando en una esquina, y que al llegar a casa, no se
pregunta ni indaga más acerca de la situación del sector; las personas que viven justo al
frente del parque, que “no tienen otra opción” más que aguantarse el humo y olor a
marihuana, pues “no es bueno enredarse con esa gente”; el comerciante que “debe” pagar
vacuna para que no lo asesinen; el vecino que sólo depende de la policía para hacer algo al
respecto y resultan llegando demasiado tarde; entre muchas otras situaciones. Los
habitantes del sector aceptan irremediablemente que viven en un lugar inseguro que, a pesar
de los esfuerzos de las autoridades, no ha alcanzado un grado de tranquilidad acorde al
deseado por la gente. Baró también señala que todo este fatalismo en las personas depende
muchas veces del desarrollo socio-histórico del lugar o país, y concretamente Colombia
tiene una historia de violencia, sangre e inseguridad tan marcada en la existencia de cada
una de las personas, que es perfecta para el desarrollo de pensamientos e ideas fatalistas y
de miedo, uno de tantos sucesos desastrosos tuvo lugar en aquel barrio: la muerte de
Hildebrando Giraldo Parra (Esparza, 2002).

Citando nuevamente a Martín Baró, el poder de tipo coercitivo que ejercen las
bandas criminales del sector es bienvenido por parte de víctimas conformistas que, a pesar
de que son conscientes de su situación y critican la problemática, no hacen nada de su parte
y prefieren confiar en los entes de seguridad como la policía municipal. Además, se
evidencia una influencia tanto inmediata como mediata del poder, dado que las personas
afectadas son obligadas a cumplir ciertas acciones en beneficio de sus atacantes o
victimarios, por medio de recursos que pueden afectar su integridad física; y a largo plazo,
se demuestra el desarrollo de una configuración social de sumisión y miedo ante aquellos
actores, que permite la proliferación de la delincuencia en el transcurrir del tiempo (Baró,
El poder social, 1989). También es importante hacer referencia a la influencia social
(Fernández, 2003) como un factor importante en la adopción de una postura de sumisión,
ya que el individuo piensa que debe actuar por sí mismo, pero es contraindicado por un
familiar o amigo que piensa o le recomienda directamente no hacerlo.
Por último, en cuanto a aspectos que perjudican la participación de los habitantes
del barrio San Joaquín en la solución de sus problemas, el miedo juega un importante papel,
ya que lleva a la esclavitud de las personas del sector, porque se encuentran sintiendo
constantemente, según Lira, una fuerte emoción que connota a un peligro inminente y
significativo (Lira, 1987). Tal es el punto al que llega a estar arraigado el miedo en los
residentes del barrio, que hay cámaras en la cancha, en las esquinas, afuera y adentro de los
edificios, pero que no obtienen un resultado significativo en cuanto a la solución del
problema. Eso es lo que quieren aquellos que lo imponen: siembran el temor entre los
vecinos para que no se subleven contra ellos y les dañen el “parche”.

Pero también debería hacerse una reflexión de los aspectos positivos a tener en cuenta para
una mayor apropiación de la gente en la problemática que los afecta directamente. Hay que
tener en cuenta que el espacio en donde nació el barrio del cual se hace referencia era en
sus inicios considerado como un sector de mala muerte y demasiado aislado de la ciudad
(Macías, 2008). ¿Cómo pudieron entonces, trabajadores industriales de una empresa que
apenas empezaba a crecer, establecerse en un espacio que no tenía prácticamente nada
construido, alejado del resto del municipio? Esto pone en evidencia el admirable empuje de
los ancestros de los residentes actuales, además de haberse unido también en función de
construir una de las catedrales más grandes y bonitas de la ciudad. Así como se unieron
para dar cuenta de su fe católica y para establecerse y levantar de la nada un conjunto
residencial que es ahora significativamente valorado por su ubicación central y variedad de
oportunidades a sus alrededores, pueden unirse también para enfrentar las situaciones de
inseguridad que los agobian.

Según Gergen, es la interpretación que se le da a los sucesos y la búsqueda de sentido frente


a la vida lo que constituye la realidad social, por lo tanto, relacionándolo al contexto y
problemática tratada en el presente ensayo, las personas que viven en el sector han
construido un mundo en común a partir de prácticas lingüísticas manifestadas
anteriormente (“el padre que le dice a su hijo…”), en las que se evidencia la transmisión de
ideas impropias del sujeto, que luego toma por propias, de temor y conformismo
inconsciente. Pero ¿qué tal si se usan las prácticas lingüísticas de una manera que sea
acorde a una solución? ¿Es posible construir una realidad social en la que lo primero que se
haga frente a una situación problemática sea intervenir de la mejor manera y en
comunidad? Si los habitantes del barrio San Joaquín, en lugar de hablar siempre de la
inseguridad, se fijaran más en los aspectos positivos y en temas que no alimenten su miedo,
es posible que progresivamente se disminuya el temor y el poder otorgado a los
delincuentes de la zona.

También es importante tener en cuenta la posible participación de la psicología


social, concretamente de la psicología de la liberación, en la búsqueda de la solución. Baró
piensa que la solución al quehacer de la psicología latinoamericana reside en replantearla
desde la historia y realidad de sus pueblos, es decir, de sus verdaderos problemas, sin
olvidar su pasado ni sus cualidades, y construirla “con ellos, mas no para ellos” (Baró,
Hacia una psicología de la liberación, 1998). La situación del barrio San Joaquín es por lo
tanto una oportunidad perfecta para el desarrollo de una psicología de la liberación, pues
sembraría el pensamiento proyectivo, la reflexión, la autoestima y mejor aún, la acción
entre los residentes. Así mismo, en El latino indolente, Martín señala que una posible
solución al fatalismo latinoamericano es cambiar la percepción de los individuos respecto a
su posición en el mundo y lo que pueden hacer al respecto (Baró, El latino indolente, 1991),
a lo que se llega primeramente por medio del lenguaje. De igual manera, Amalio Blanco
también hace su aporte al expresar de manera implícita que es necesario empezar desde los
micro-espacios sociales para llegar a lo más grande con fundamentos y cimientos
verosímiles y duraderos (Blanco Abarca, 2011), para una verdadera transformación en la
región, departamento y nación, si es posible.
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