Actualmente, el quehacer docente exige la aplicación de metodologías, que le permita
al estudiante ser analítico, metódico y argumentativo. Sin embargo, es una realidad que los docentes llegamos a ese tipo de metodologías hasta llegar a la universidad. Es de ahí, que la capacitación docente continua se convierte en la piedra angular para lograr alcanzar los objetivos académicos que se le exige a nuestro estudiantado en estos días. Complementándolo con el trabajo colaborativo entres los docentes y la creación de rutas de aprendizaje consensuadas que garanticen la efectividad a la hora de alcanzar nuestros objetivos de enseñanza. De ahí nace la pregunta ¿Qué tipo de equipo somos? Somos de los que hablamos y no nos escuchamos y solo nos interesa competir, o somos de los que charlamos de la familia, el clima o de las cosas que nos entretienen, pero nunca de lo que implica nuestro quehacer docente. O, por el contrario, somos aquellos que además de compartir nuestra cotidianidad, nos identificamos como parte de un grupo, donde los estudiantes no son míos sino son nuestros estudiantes, creamos estrategias de aprendizaje y las compartimos, sugerimos materiales e ideas para mejorar no solo mi trabajo sino también el de mi compañero, donde todos somos parte del logro del otro. Como docentes es necesario comprender que nuestro quehacer es un reto diario, no solo porque es cambiante, sino porque esos cambios no solo nos afectan a nosotros, sino directamente a nuestros estudiantes. Es por esta razón, que el trabajo colaborativo fortalece ese trabajo diario, al fin y al cabo, es imposible que seamos expertos en todo. Una respuesta al ¿Cómo? unificar nuestro trabajo, es el momento de planificar el currículo escolar y el seguimiento de este durante todo el año escolar. El dar a los docentes los tiempos necesarios para que puedan analizar solos y en grupo las fortalezas y debilidades del currículo. La posibilidad de intercambiar ideas, experiencias, sugerencias y argumentarlas desde sus vivencias como docentes dignifican nuestro trabajo porque somos parte de y no empleados de. Esta posibilidad de intercambio se debe dar desde la sinceridad, en el cual como líderes de los procesos educativos reconocemos que la innovación educativa se da en ambientes en los cuales los docentes que toman riesgos para mejorar las actividades y procesos son apoyados y que la evaluación se presenta desde la aceptación de que la innovación también nace desde la experimentación, donde hay cabida para el éxito y el fracaso, y dicho éxito no es el límite de la innovación y el fracaso no es el final del mismo. Con base en esa premisa, el ser capaces de intercambiar ideas, comentarios y aceptarlo como forma de la mejora y no desde la crítica incentiva los procesos innovadores por parte del grupo docente y del estudiantado. Es claro que toda propuesta nueva encuentra desafíos, docentes que no presten atención y se interesen más en su celular o hablar con otra persona; otros, que con sus gestos no verbales muestran desaprobación a las propuestas. Sin embargo, la omisión, el comentario sarcástico o la exposición pública no es el camino para enfrentar docente que se convierta en un reto. Más bien el llamado privado, el afianzamiento de reglas de trabajo, como el vocabulario y actitud respetuoso generalizado para el equipo de trabajo, y que dicho comportamiento no es aceptable, así su discordancia se valida. Así mismo, como los focos desafiantes se pueden dar en los grupos de trabajo y deben ser sofocados, también es importante el reconocimiento público de los avances logrados, que son resultados del trabajo duro y perseverante que se ha realizado en pro de alcanzar los objetivos propuestos.