Sei sulla pagina 1di 4

Trabajo sobre la lectura

Va de mestres. Carta als mestres que comencen.

Retos para la escuela del siglo XXI

Bases didàctiques i disseny curricular


José López Villalba
En primer lugar quiero disculparme por escribir este trabajo en castellano,
puesto que mi intención e incluso mi compromiso a principio de curso eran los de
buscar una inmersión total en la lengua catalana dentro del entorno académico, pero
como dicen j. Cela y J. Palou al ser alumnos vamos “cap a algun indret sempre
imprevist, perque en educació ningú no pot predir res”.
Y desde este lugar imprevisto en el que estoy, después de este primer
acercamiento a la piel de la educación, a los ojos y al corazón de los maestros que ha
supuesto la lectura del libro “Va de mestres. Carta al mestres que comencen”, desde
aquí, se me abre el deseo de ser esos ojos, esa piel y ese corazón.
Me gustaría participar en la construcción de la humanidad de esos niños y niñas
pequeños, nuevos, que están esperando, que necesitan que alguien les acompañe en esa
aventura que es el descubrimiento del mundo. Acompañarlos con atención, con el
respeto y el amor suficiente para que a la hora de provocar su interés, sea capaz de
construir esa base de seguridad sin la que no es posible que se produzca un auténtico
proceso de aprendizaje, por que para ellos ahora es “quan tot comença i és important
que comenci bé”. Pero ese camino no sería completo si no hubiera un intercambio, si no
bebiera de la enseñanza que supone compartir el tiempo con una criatura, si no se
tuviese en cuenta esa imagen “con la que Elliot nos obsequia...del maestro que se
constituye en aprendiz junto a sus alumnos” como cita Carbonell, porque así podría
empezar dejando atrás esa escuela de las relaciones unidireccionales, de carácter
directivo de la que nos habla Zabala, de la escuela tradicional que yo conocí.
Espero que no se confunda esto con una ilusión de colorines, puesto que soy
muy consciente de la asimetría de la relación que hay en la enseñanza entre el niño y el
adulto, pero a pesar de esto quisiera poner el énfasis en un punto que me gustaría que
formara parte de mi futura experiencia como maestro y es el respeto a la autonomía del
aprendizaje. Como dice Montessori, mujer a la que admiro, enseñar poco y mirar
mucho, mantener la distancia justa, dar la oportunidad de equivocarse y aprender de los
errores, como Cela y Palau ilustran muy bien en su cita de la Odisea al hablar del
equilibrio que tienen que hacer los padres entre el abandono (Escila) y la
superprotección (Caribdis). Y ese es un equilibrio que se puede romper fácilmente si no
estamos atentos a no proyectarnos en los niños, a no trasladarles nuestras necesidades
ya sean personales o de carácter pedagógico sin tener en cuenta las suyas en ese
momento. Las palabras de Jacques Rancière en el Maestro ignorante que Carbonell
cita cuando describe el maestro del s. XXI y su utilización del método socrático, pueden
aclarar un poco más lo anteriormente dicho: “Este es el secreto de los buenos maestros:
a través de sus preguntas, guían directamente la inteligencia del alumno lo bastante
discretamente para hacerle trabajar, pero no hasta el extremo de abandonarla a sí
misma.”
Todo esto me llevaría en un hipotético futuro a observar las diferentes formas
de aprender que tiene cada niño, los diferentes ritmos, las diferentes miradas, los
diferentes caracteres, fuerza, dulzura, curiosidad; ojalá consiguiera que cada niño se
sintiera integrado, amado, respetado en el grupo sin renunciar a su propia
individualidad, ayudando a que crezca su propia autoestima, ayudándole a crecer.
Porque el mundo que me espera como maestro es global y diverso y debería saber dar
respuesta a esa diversidad, en esa vía del aprender a convivir que nos marca J. Delors
en su informe de la UNESCO.
Y aquí se me plantea un dilema, puesto que he visto de cerca, cómo ha
funcionado un tipo de educación que no me desagrada, una educación alternativa al
sistema oficial, más libre, donde la guía de la que nos hablaba Rancière más arriba
queda diluida en la confianza que se deposita en la capacidad innata del niño para saber
qué es lo que necesita aprender en cada momento de su desarrollo, en la que ese respeto
a la autonomía del aprendizaje va un poco más allá, donde el niño decide qué es lo qué
quiere y en qué momento, siempre con la mirada atenta del maestro o padre que pone
al servicio del nuevo aprendizaje, del nuevo campo a descubrir, de la nueva
competencia a desarrollar, todos los recursos necesarios para que el niño aprenda por sí
mismo. Naturalmente esto choca de frente con todo tipo de diseño curricular cerrado. Se
trata de las llamadas “Escuelas libres” (un ejemplo es el proyecto en el que se quiere
trasladar a Ibiza la experiencia ya realizada en California de lo que ellos llaman
“Educación esencial” www.tararedwoodschool.org) o en otros casos del movimiento
llamado “home schooling”
Y ¿por qué este tipo de educación representa para mí un dilema? Pues porque
los niños, ya adolescentes, que yo he conocido y que han recibido esta educación me
han parecido responsables, razonables, cariñosos, con la mayoría de las competencias
del currículo de secundaria alcanzadas y con una excepcional capacidad para aprender y
para resolver con madurez los problemas que se presentan en la vida de un
adolescente. Sin embargo me pregunto cómo sería la adaptación de estos chicos a un
mundo depredador, donde algunos de sus compañeros de vida no les mostrarán el
mismo respeto, ni el mismo trato amoroso que han recibido en su proceso de
aprendizaje.
Para mí, la respuesta a esta pregunta se encuentra en mi apuesta decidida por la
educación en la escuela pública. Puesto que es en este contexto diverso y representativo
de nuestra realidad actual donde se encuentra ahora mismo el terreno abonado para
sembrar las nuevas semillas de la enseñanza del S. XXI, ya se llamen marco
constructivista, educación esencial o pedagogía Waldorf. Porque creo que la educación
al margen del sistema puede llevar a una problemática de adaptación a la sociedad.
Tras lo que acabo de decir, me gustaría explicar que hay un aspecto que siempre
que aparece la palabra “libre” parece quedar de lado y no es otro que el de la norma, la
disciplina, los límites. Pues bien, el maestro que me gustaría ser, algo que no debe
olvidar un buen maestro, es la necesidad de la norma, del proceso de interiorización de
unas pautas de conducta, la marcación de límites claros y concretos que el niño en edad
infántil nos exige a veces de forma desafiante. Pero la forma de hacerlo puede traer más
problemas de los que trataba de resolver, puesto que muchas veces es la imposición sin
más explicación, o la humillación la que recibe el alumno a la hora de corregir una
acción que rompa los principios de convivencia. A mi me agradaría ser capaz de llegar
al alumno con la mirada abierta, sincera que permitiera establecer una sanción, si fuera
necesaria, pero razonada, proporcionada a los hechos y que no dañara el vínculo
afectivo que debe haber entre el niño y el adulto.
Lo mismo digo en cuanto a los procesos de evaluación. Espero no tener a mis
alumnos pendientes de las notas, a veces angustiados, humillados u orgullosos,
competitivos. Me gustaria que pasase a la historia del siglo pasado el tipo de evaluación
sancionadora y calificadora de la que nos habla Zabala. Creo que la evaluación debiera
ser un proceso continuo de atención hacia los niños, que la corrección de cualquier
prueba pueda convertirse en un divertido juego colaborativo donde el error ayuda a
ampliar el nuevo conocimiento en un proceso de retroalimentación.
También quiero aquí decir que no puede haber una escuela del S.XXI sin una
correcta y total introducción de las nuevas tecnologías de la información en el sistema
educativo, en la metodología educativa, si no ayudamos a los niños a saber discriminar
entre el alud informativo que reciben de la red. Ojalá consiguiera encontrar el corazón y
las arterías de lops ordenadores para así poder dejar que ese contacto con la piel de los
bytes informáticos envolviera las experiencias del proceso de aprendizaje, sin que eso
supusiera la intrusión de un extraño en esa cercanía cálida, esa necesidad de tocarse con
la mirada, con el razonamiento, con la emoción que ha de traspasar la modernidad de
nuestras escuelas, que ha de traspasarnos a nosotros mismos como personas, como
maestros. Porque al fin y al cabo para mí el reto con mayúsculas para la educación del
siglo XXI no es otro que la humanización de nuestras escuelas en un mundo cada vez
más deshumanizado. ¿Por qué no enseñar a respirar y respirarnos? ¿ Por qué no enseñar
a manejar de una manera trascendente y sanadora nuestro mundo emocional ya en las
aulas de infantil?.¿por qué no dejar que las aulas estén abiertas a la sociedad? ¿Por qué
no convertir los centros educativos en centros donde se pueda cuestionar la cultura
dominante, donde no se sigan los valores mayoritarios que nos integran en el
consumismo? ¿ Por qué no desarrollar procesos educativos en plena naturaleza?¿Por
qué no enseñamos y aprendemos a ser buenos y sabios, a percibir la totalidad nuestro
potencial ilimitado?
La respuesta a estas cuestiones está en nuestras manos y yo quiero participar en
ese proceso en el que el sistema educativo se puede convertir en un verdadero referente,
en un verdadero motor del avance del hombre como ser humano.

Potrebbero piacerti anche